Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

063 - PINOCHO


CAPÍTULO SESENTA Y TRES

SORAYA AGUILAR


Es el día perfecto para que me salga un café.

Coloco la taza en la Nespresso, estudio el catálogo de cafés, cojo el capuchino y pongo la máquina en funcionamiento. El líquido sale transparente, a priori parece agua y al probarla, empleando la mano libre, confirmo la sospecha.

¡¿Qué ha sido del café?!

Abro el puño y encuentro la cápsula intacta. Una cosa es ser mala cocinera, otra muy distinta es olvidar un paso que cumpliría hasta un niño de tres años. No hay lugar a dudas del boicot que sufro por parte de la cocina. Los aparatos eléctricos y los ingredientes me hacen bullying.

—Estúpida cafetera —mascullo.

Hugo soluciona el problema. Hace café y continúa con la repostería, ha hecho del dulce su hobby. Un efecto colateral del amor. Disfruta bailando y cantando, amasando la masa de las galletas. Del otro lado de la isla, Alessandro y Boss entretenidos con el espectáculo. Uno de ellos babea, no diré quien. 

Derek asoma la cabeza desde arriba. Sin decir nada inspecciona el lugar como si fuera nuevo. Su confusión es palpable.

Decide reunirse con nosotros en la misma planta.

—Esto... —pasea la mano por sus hebras negras —¿Cuál es la situación actual en está casa? ¿Cómo llegué a la cama de mi mujer?

—Bienvenido al mundo de la resaca —se burla Hugo.

—¿Eh?

—¿Qué es lo último que recuerdas? —pregunto, le doy la taza del agua caliente como si fuera un café largo y amargo de buenos días.

—Estaba en el club de los Indecisos —ni siquiera se esconde, porque en realidad no hace nada malo al ir. Solo es que yo salí un pellín celosa —Esperaba que respondieras mis mensajes al último segundo. Spark... ¿Es posible hablar de ella sin que me saltes a la yugular?

—Aceptamos a Spark.

—¡¿Desde cuándo?! —se sobresalta Hugo.

—Desde que yo lo digo —respondo en corto. Chasquea la lengua y continúa amasando. Por otra parte, Derek, más confuso, da un sorbo al agua caliente —A no ser que se aprovechará de ti.

—Hay una chica que lo intentó el primer día. Fui muy claro con tus pertenencias y de lo que pasaría si intentaba robarte.

—¿Qué hizo Spark al conocerte?

—Me partió una tabla por ponerte la mano encima. Es uno de tus primeros Controladores en Control.

Tengo que darle una oportunidad a la rubia.

—¿Y ayer?

—Dijo que no bebiera tanto. Le hice el mismo caso que a la mierda. De haber sabido que acabaría en tú cama hubiera bebido a lo loco mucho antes —se pellizca la nariz y se quita una lagaña del lagrimal, se la queda viendo como una novedad —¿Qué es? ¿Qué me pasa? ¿Por qué no recuerdo? ¿Así se siente un amnésico que sabe que sufre amnesia? Creo que es mejor la ignorancia.

—Atentos que se marca un monólogo —se burla Hugo.

—Extraño la ausencia que desconozco. La angustia de no saber si la cague, aunque de haberla cagado no hubiera sido recompensado, ni mi mujer estaría dándome una oportunidad —revisa la hora y vierte el agua caliente por la pica —Las nueve de la mañana, del catorce de febrero. ¿Tengo derecho a la cita?

—¿Y la cabeza? —levanta la ceja.

—Sé más específica que a mí cabeza le pasan muchas cosas.

—¿Te duele?

—No.

—¡Te odio! —lo maldice Hugo exagerado como si la falta de dolor fuera un insulto. O peor aún, traición. Sabemos que se debe a su regeneración. Ojalá tener la ventaja —Si bebés como cabrón debes pagar.

—¿Qué pasa con mi cita? Necesito esa cita. ¿Vas a darme mi cita? Di que sí. Hace días que la estoy planeando. Si después de ella lo nuestro no te convence prometo dejarte. 

—¿Puedes prometerlo?

—¿Si rompéis nos quedamos con el dinero? —pregunta Hugo.

—Déjalos en paz —intercede Alessandro y huye tras una mala mirada, provocando que su cazador particular le persiga.

Quedamos Boss, Derek y yo.

—Te lo prometo —me gusta la seguridad que emana.

—Voy a prepararme.

—No tardes dos horas que ya llevamos una de retraso y tú no necesitas arreglarte para causar envidia.

—Siempre puedo ir en lencería —digo con picardía.

—Si, si pretendes que hoy sea el fin del mundo.

Amén, por el apocalipsis.

Una cita no puede existir si el primer paso no se cumple a la perfección, según palabras de Derek. El desayuno es sagrado. A razón de ser, la primera parada, de una cita que promete ser larga, es The Raven.

Antes de bajar del Ferrari, Derek ha sacado una carpeta de la guantera y custodiado, incluso ahora leyendo el menú. Aunque no es necesario considerando que todos mis desayunos, seleccionados por él, provienen de aquí.

Convencida que tiene premeditado hasta cada respiración en la cita se despierta en mí un gen diabólico.

—Quiero elegir tus platos —digo.

—Solo quiero un americano.

—Yo pediré tú americano y tú lo que yo comeré. Estás ansioso por controlar esa parte tan importante de mi rutina.

—Si fuera yo quien decidiera acerca de ese asunto te garantizo que tus desayunos serían muy diferentes. Adoras el dulce y yo cumplirte los caprichos, es por ello que un profesional se encarga de tus comidas equilibradas en función del día.

El corazón late y yo le riño; del capullo no hay que enamorarse hasta que se quite la máscara. Sin alcohol. Quiero de regalo su sinceridad, y sé que sólo lo recibiré cuando se entere que no me asusta.

—Yo pediré tú americano y tú lo que yo comeré —repito.

Al momento de pedir doy paso a que él lo haga primero, cosa que le produce una mueca y a mi una inmensa satisfacción. Poquito a poco. Es pronto para saber el desarrollo de la cita, pero ya puedo asegurar, de aquí y en adelante, que los pequeños detalles sufrirán percances.

Como bien ha dicho, Derek se encarga de pedir por mí un desayuno que cumple todos mis caprichos dulzones. Sin olvidar las tortitas. Las tortitas con sirope de chocolate son inamovibles. Por otro lado, cuando soy yo quien debe pedir por él, respetando el americano, pido cosas con chocolate, muchísimo chocolate, al nivel de poder sufrir diabetes por un mordisco.

—Solo americano —intercede Derek.

—¡Ey!

—Como siempre, señor.

—¡Ey! ¡Ey!

La camarera se retira devolviendo al espacio un ambiente de intimidad a falta de otros clientes. Convencida puedo decir: Órdenes de Derek.

—Teníamos un acuerdo, Bambino.

—Una putada, Bird.

—Tienes que comer lo que te he pedido.

—De todo eso solo traerá el café. Como hoy es un día para estar en paz te confieso que es por tu seguridad, porque mi cuerpo rechaza automáticamente el dulce y no quiero salpicarte con el vómito.

—Demasiado tarde, pequeño. Demasiado tarde —suelto un desolador y dramático suspiro.

—¿A qué te refieres?

—Sería humillarte explicártelo.

—Hazlo.

—Los borrachos hacen cosas vergonzosas. Una de ellas es vomitar encima de su mujer —huelo un mechón y digo en tono abatido, el cual hace que su expresión sea más alarmista —Aún percibo los matices.

—Explícame qué más pasó —dice alterado.

—¿Sueles venir por aquí? La camarera tenía cierta confianza contigo aún cuando estaba modo sumisa. ¿Habéis tenido eso? Ya sabes. S-E-X-O —su cara es un poema —A alguien le debes el aprendizaje.

Sé que me lo debe a mí. Ya que conmigo es con quien práctica la teoría que debe investigar en Internet, también puede haber recolectado información de sus hermanos, quizás lo instruya Damián.

—Antes venía bastante con mi mujer y mi suegro.

¡Mentiroso!

—¿Cómo se llamaba?

—¿Quién?

—¿Quién será? Tú difunta. Hablas y hablas pero nunca te he escuchado bautizar a la pobre. Empiezo a creer que su nombre era horrible.

Tendría que darse cuenta que tarda mucho en pensar un nombre para que la historia mantenga credibilidad. Seguramente no sea la primera vez que sucede, pero es que estaba despistada y no veía las señales. Estúpido él, estúpida yo. Tan simple la solución y tan complicada nos la hacemos, por ejemplo, lo sencillo sería ayudarlo a recordar lo que hizo borracho, cosa que no sucederá porque eso significa quitarme el punto de ventaja que tengo sobre él.

—Amira. Ese era su nombre, un nombre que debería prohibirse en otras a causa de su belleza. Ninguna le hace justicia.

—Lo es. Es hermoso.

Ofrezco tregua a la conversación cuando llega el desayuno y el americano para Derek. Me desoriento en el dulzor, más lo hago en el chocolate, y es que no puedo olvidar que son especialistas. Trágico para Derek.

Mi hombre se complace viéndome comer. Ahora que sé de su identidad tengo muchas preguntas guardadas, sin embargo, considerando su regeneración y que tengo la única arma que lo puede matar, creo que las funciones vitales son requisitos que no está obligado a completar. Comer, dormir, respirar... Las cumple porque le gustan. Por otro lado, nunca debe enfermar. Su falta de memoria debe ser temporal hasta que la regeneración acabe su labor.

—¿Te gusta?

—¿A quién no le gusta el paraíso? —lleno la boca con crema de chocolate blanco con trasfondo de mango —A mi me gusta.

—Tengo un regalo para ti.

Acariciando la carpeta la empuja por la superficie hasta que llega a mi altura y le hago caso. En su interior aguarda un documento de compra en mi nombre, el vendedor es Derek y el precio es cero. Está regalándome la cafetería. Su cafetería.

—Es demasiado —baño el dedo con chocolate y lo saboreo —Si, definitivamente esto es demasiado. ¿Cómo te atreves?

—No significa mucho para mí. Odio el chocolate —le haré tragar esas palabras. Me entrega un bolígrafo —Una firma y es tuyo.

Ni que lo diga dos veces. Estampo mi firma más entendible y me proclamo dueña del lugar. El sueño de toda mujer, tener un mundo de chocolate a sus manos para las mejores y peores épocas. Se celebra con chocolate, se llora con chocolate, porque un dulce solo mata a Derek.

Antes de irnos y con Derek atendiendo una llamada del trabajo que responde a malas maneras, voy al mostrador. La camarera al segundo está por mí.

—Necesito que me hagas un favor.

El maligno conduce cabreado y yo le rezo a todos los santos para que me lo calmen.

Estaciona en doble fila. Casi suplica para que me mantenga quieta, pero una vez sale del coche soy incapaz de cumplir. Hago de ninja persiguiendo sus aceleradas y fuertes pisadas. Caminamos por varias cuadras.

Increíblemente no me sorprendo cuando entra al edificio donde mi padre trabajaba como contable. Uno más uno igual a dos. En su defensa ya dijo ser empresario, en su contra, miente mucho.

Esto me genera profundos dolores de cabeza.

Capaz llame su atención en mis intrusiones, capaz acudió al accidente porque lo avisaron y capaz que no se acercará por miedo al rechazo. Ha estado esperando por mucho.

No quiero arruinar la cita, así que doy media vuelta y regreso al coche a  esperar con el cinturón puesto.

Una lágrima me resbala por la cara, le sigue otra. Incapaz de detener mis emociones al saber lo cruel que es la vida con la muerte. No obstante, cuando tengo a mi hombre de regreso no hay rastro.

—No volverán a joder —pone en marcha el motor.

—Próximo destino...

—Vas a tener que esperar. Así que usa ese tiempo para explicarme que demonios pasó anoche —finjo coser los labios, colocar un candado y echar la llave por la ventanilla premeditadamente bajada —Estoy seguro que hice algo más aparte de esa cosa asquerosa que no volveremos a mencionar jamás.

—Mmmm, mmmm —aprieto los labios.

—Algo tuve que hacer bien como para que no me lo estés restregando —procede a ofenderme a la de cuatro —¿Te folle mejor que nunca?

—Sería algo que reprochar.

—¿Te dedique un poema?

—¿Eres poeta?

—El mejor que conocerás. Cada uno de los que he escrito te los he dedicado y seguiré dedicando a ti.

Aquí es donde antes hubiera llorado por creer que lo dice por ver a un muerto en mi, pero resulta que solo era un cuento, así que:

—Recítame alguno —su respiración se acorta —Oh, ¿qué pasa? ¿Acaso estabas mintiendo como Pinocho? ¿Sabes quién es Pinocho? Es el títere de madera que cobró vida por el hada azul. Le crecía la nariz cuando mentía —me quito el cinturón y me planto frente a su nariz sin entorpecer su visión —Un milímetro, Bambino. Un milímetro.

—Estás tocándome los huevos insanamente.

—Si prefieres los puedo chupar.

Frena en seco y caigo de costado, gracias a Dios, la velocidad iba a menos desde que me he quitado el cinturón. Intenta intimidar y le sonrío refrescante, estoy segura de que su cabeza traduce mal, ya que pronto su intimidación se intercala con un sentimiento negativo y baja del Ferrari.

Voy tras él sabiendo que le duele. Hay que recordar que piensa que le tengo miedo, y lo ha vuelto a pensar.

Queda quieto al borde de una bajada empinada. Al tomar su mano se retira un par de metros del peligro y aprieta la sujeción. A diferencia de los cadáveres la mano decorada con pájaros es cálida, al igual que cada rincón del cuerpo explorado, es más, quema al follar.

—¿Qué miras? —le pregunto y miro al frente.

Desde aquí puedo observar el circuito más importante de Cataluña, Montmeló, que anualmente acoge competiciones de motor. Fórmula 1, Moto GP, 24 Horas... Mi padre era de los que soñaban venir. En sus últimos meses el sueño se le vio cumplido por el tirano de su jefe, por Derek Salvatore.

Quizás... Quizás... Quizás....

¡No vayas por ahí!

Seguramente, alguna empresa con la que hace negocio le regaló entradas para una temporada y se deshizo de ellas, considerando que a Derek no le gustan los lugares de bullicio. Mi padre, en su suerte, pasaba por la zona cuando las iba a tirar y se las regalo.

—¿Estás comunicándote con el circuito y por eso me ignoras?

—Estoy pensando en lo mala que eres en el simulador.

—Creo que te equivocas de persona.

—Atropellas a todos.

—Es un juego —contraigo los hombros —Considerando que no son accidentes, debería obtener puntos por atropellar con estilo y sin estropear la carrocería.

—Evaluaré tu avance en el circuito.

Media hora más tarde salgo del vestuario con el traje de piloto puesto y el casco en mis manos. Este traje y el chándal comparten diseñador. Negro y azul, sin olvidar los pájaros y el Bird. Derek asoma con el mismo conjunto y el Bambino. Mi hombre es tan posesivo que vestimos conjuntados para marcar. Que no me extrañe que después de esto y los chándales espere un amplio vestuario para ir conjuntados los trescientos sesenta y cinco días.

Saca una foto con la cámara del móvil y sonríe orgulloso.

—Una de pareja —propongo.

—¿Cómo?

Aprovechando su perplejidad le quito el móvil y nos hago una selfie, de las peores que pueden existir. A causa de nuestra diferencia de altura, su cabeza ha quedado cortada por encima y la mía se ve a partir de los ojos.

—Ayúdameeee —berrinchuda, lo sacudo del traje.

Estira el brazo con el aparato y saca la foto, la primera no queda bien, no le voy a mentir, así que exijo una sesión de pareja. Al finalizar mi favorita es una que me está besando la frente, también es la suya, lo sé porque no duda en configurarla como fondo de pantalla. Hago lo mismo.

Trajes a conjuntos y mismo fondo.

¿Qué es lo siguiente? ¡Cursi!

El coche que nos espera en línea de meta acaba de completar nuestro equipo por el diseño. Además, respetando tradiciones, a los laterales y en el techo en grande, destaca el número cuatro.

Subo al piloto, Derek al copiloto y me entrega las llaves. Deposita su confianza en mí. Claro que ayuda ser la muerte. Si por cosas obvias, nos accidentamos, existen altas posibilidades de sobrevivir. Por otro lado, a mi que me den.

Introduzco la llave y giro. El motor ruge como un buen minino antes de convertirse en tigre. El rey del circuito. No obstante, antes de recorrer un metro, el motor se cala provocando la repetición del ritual.

Dentro, giro, rugido y se para.

—Con calma —habla Derek, como si las dos palabras fueran la ayuda que necesito con el trasto.

En el duodécimo intento la cosa funciona, al menos por lo que son los siguientes cuarenta y cinco metros. Golpeo el volante. El trasto, por no decir, absoluta basura, es el peor aparato disfuncional que se ha creado. Ni siquiera es colaborativo. Yo le pongo todo el empeño, pero él solo quiere dormir. Insuficiente, soporto la palabrería barata del mi acompañante.

¡¿Tranquila?! ¡¿Quién se tiene que tranquilizar?!

Está cita es porquería.

Maldito Derek que solo lo complica. Lo único que necesito es una comida en un buen restaurante y soy feliz, no es mucho. Tampoco estoy pidiendo uno de lujo porque sé que me sentiría incómoda, aparte que la comida que sirven en esos lugares me parece una payasada.

Estómago lleno, mujer feliz.

Veinticuatro horas en la cafetería suena delicioso. Pero no. Así no puede pensar mi estúpido hombre.

—Inspira...

—¡Inspira tus muertos! —bramo. Bajo del coche y procede a hacer lo mismo —¡Ni tranquila! ¡Ni tranquila! ¡Conduce tú! ¡Y ni una queja quiero!

Intercambiados los lugares el maldito trasto acepta hacer caso al estúpido.

Después de la primera prueba de calentamiento, en la segunda la velocidad aumenta y aparece la adrenalina. Derek exprime el potencial. Devora las curvas de forma que no tiene que envidiar a los profesionales.

—¡Más! ¡Más! ¡Más! ¡Más! —alzo las manos, mejor que una montaña rusa.

Olvido el desastre inicial disfrutando como una niña pequeña y consentida. 

Al mediodía hacemos un stop para saciar los reclamos estomacales y, por la tarde, damos un paseo por la playa. Estamos un pequeño rato antes de acudir al siguiente destino. El cine.

Imponente y con un gran recibidor. De grandes columnas blancas y suelo ostentoso. Cuestionaba el éxito del lugar y la posibilidad de una película de terror si no fuera por el acompañante. Lo primero destacable y remarcable, es la ausencia de más clientes y trabajadores, a excepción de uno. Ubicado en taquilla.

Compramos dos entradas. La elección queda en manos de Derek y como si fuera un viaje temporal al pasado, al noventa y ocho, escoge Titanic. Un mafioso barra empresario elige una de las películas de amor más lacrimosas que ha existido en la historia cinematográfica.

—Es la película más egoísta que existe —procedo a seguir con mi plan perverso de matar los detalles.

—¿Qué tiene de egoísta?

—Jack y Rose entraban en la madera, pero Rose no le dio espacio y se murió el pobre pringado. Seguro que le daba pataditas bajo el agua para que no tuviera oportunidad de subir.

—No quiso subir por él. Sabía que había riesgo de que la tabla se girara y el amor de su vida cayera de nuevo al agua, provocando su muerte.

—¿Eres tipo Jack?

—Si, lo soy.

Exactamente, esa es la respuesta que esperaba. En su piel no hay ningún riesgo de ser Jack. Sobreviviría y quedaría como el bueno, el éxito de quedarse con Rose después sería del cien.

El trabajador que nos ha vendido la entrada, es el mismo que los verifica y que nos cobra las chuches y palomitas. He cogido para un batallón. Las palomitas son saladas para el gusto de Derek.

Ya sentados le pregunto:

—¿Has alquilado el cine para este rato?

—¿Crees que yo haría eso? No, desde luego que no.

—Es que está muy vacío.

—Lo he comprado —me lo quedo mirando —¿De qué me sirve alquilarlo un par de horas si hay mil películas que quiero compartir contigo?

—Espero que no todas sean empalagosas.

—Escucho ofertas.

Antes de abrir negociaciones empieza la dichosa película. A quién soporte se lo confieso: Titanic es mega aburrida. Es película para lograr el sueño batiendo todos los récords existentes y por haber. Sin embargo, al empresario empalagoso, lo cautiva al punto de desgastar los diálogos

".No soy un idiota, sé como funciona el mundo. Tengo diez dólares en el bolsillo, no tengo nada que ofrecerte. Lo entiendo. Pero ahora estoy demasiado involucrado. Saltas, yo salto, ¿lo recuerdas?"

"Di que algún día iremos a esos paraísos perdidos, aunque sea por soñar despiertos. Claro que iremos, beberemos cerveza barata, nos montaremos en la montaña rusa hasta acabar vomitando, y pasearemos a caballo por la playa pisoteando las olas."

Lo único bueno del momento es ser oyente de la voz más atractiva y seductora pronunciando cursilerías.

Aguanto quieta hasta al "¡Iceberg a la vista!"

Recupero del bolso el favor pedido a la camarera de The Raven y subo al regazo del empresario empalagoso. El gran interés hacía la película se traslada en mí. Más le convenía. Soy su epicentro.

Desenrosco el tarro, unto el dedo en chocolate y dibujo una línea descendente por el cuello.

—Lame —ordeno.

—No.

—Yo ordeno, tú cumples.

—Cumplir tus órdenes es bonito hasta que hacerlo significa repetir la actuación asquerosa de anoche. ¿Te gusta ser vomitada? ¿Es un fetiche? ¿O es que pretendes que recuerde?

—Lame.

—Soraya no...

Ataco su boca con seguridad, meto el dedo con rastro de chocolate y hago de su lengua mi prisionera. La saliva arrastra el amargo. Imposible de disimular su sorpresa cuando todo queda adentro, lentamente, chupa mi índice provocando el agradable hormigueo a mi entrepierna.

—Lame, chupa y dejaré que rompas mi braguita empapadita, tal vez.

Quito el dedo, sus manos suben a mis glúteos y me acerca de tal manera que su lengua puede pasear por la línea de chocolate. Agrede mi cuello. Se convierte en convicto, paga penitencia con chupetones y mordiscos.

Cuando no hay restos huele mi piel.

—¿Qué es? —pregunta atónito.

—Chocolate.

—Sé que no. Sé que mientes, que me engañas —se peina hacía atrás frustrado e insiste en mí falsedad —Te lo he dicho en la mañana. Doy asco el dulce.

—Comes fruta y lleva azúcar, azúcar natural —se queda en modo procesando información —He pedido chocolate negro y sin azúcar añadidos, así que de los dos sigues siendo tú el narizota. ¿Y mi poema? ¿Dónde está mi poema? Quiero mi poema. Entrégame mi poema...

Devora mi boca mientras busca la fuente de su segunda maravilla del mundo, porque, modestia aparte, yo soy la primera. Saber que siempre he sido la única me vuelve humilde.

Se consigue el tarro y me quito la blusa.

Los dedos manchados en el amargo dibujan un mapa en mi torso que se responsabiliza de limpiar con la lengua. Desengancho el sujetador que se pierde por las butacas, mancho los pezones y el efecto es inmediato. Se engancha como un bebé ansioso buscando leche, mejor dicho, chocolate.

Su actitud me hace reír.

Quiero a este hombre, que no es lo mismo que amar, el primero tiene síntomas de posesión y el segundo es libre. Y yo a este hombre le corto las alas.

—Voy a molestarme si tú adicción al chocolate se vuelve más fuerte que la adicción hacía mi —aviso.

—¿Celosa del chocolate?

—Celosa hasta del aire que respiras.

Su camisa pasa por los brazos y desabrocha el botón del pantalón, al igual que el Titanic se hunde en el agua helada, Derek se hunde entre mis pliegues con la primera penetración amable. Trágico para los pasajeros, placentero para mí.

Apoyo las manos en su fuerte pectoral y robo el control, logrando un gruñido disconforme de mi hombre. El afán de ambos para llevar el compás provoca una contienda de embates. Salto energética, empuja salvaje.

Hay un punto de dolor y sadismo en nuestra forma de follar. Caemos más en la tentación de ser bestias salvajes que en la perversión de seguir un manual. Bueno. Seguro que él se informó, sin embargo, una vez en la práctica, al igual que yo estoy al borde de olvidar mi nombre, lo único que él recuerda es la primera penetración, después somos dos cuerpos de placer.

—Llenaré tanto ese coñito sucio tuyo que de aquí saldrás cargando el próximo Salvatore.

—¿Promesa?

—Algún día lo será.

Se desengancha tras el primer orgasmo, solo para ponerse de pie y hacer que muerda el respaldo de la butaca. La nueva posición es más cruda, más que el final trágico de Titanic. Chillo gozosa el nombre de mi hombre en los créditos. Al final la película no ha sido tan mala.

La Ciutadella es visitada por la noche.

Grabo en mi banco las iniciales de nuestros apodos esperando que Derek me entregue mi Happy Meal, el cual ya sé que el juguete será para Pietro. Después de comprar una cafetería y un cine mi hombre ha caído en bancarrota, ya que de otra forma no explico que cenemos en el parque comida de McDonald's.

Sé que no es así, que en realidad estos elementos son cosas del romanticismo y sus mierdas románticas. Es lo que le gusta. Y a mi me gusta estar a su lado mientras estropeo detalles. Hacemos un gran dúo.

Una vez se terminan las hamburguesas aprovechamos la tranquilidad para pasear cogidos de las manos. Abandonamos el parque tras una sesión de fotos, escucho atenta la cantidad asombrosa de libros que ha leído, todos de amor y presumidos en la pared de la mansión, aún recuerdo el poema que recito de memoria. A pie de mi oreja, en un susurro provocador de nuevos palpitares.

—¿Y los libros de la cabaña?

—Los traslade a la mansión. Esos y los demás son tuyos, para que los puedas leer cuando vengas a visitarme.

Se detienen enfrente de un palacio de hielo, dicho de otra forma, unas instalaciones que albergan una popular pista de hielo. Es muy famosa, más lo ha sido en los últimos años.

Alguien lo compró para sacar su máximo potencial. Se sabe que recuperó la inversión en doce meses. Convertido en favorito a nivel nacional, también ha acogido competiciones internacionales. Orgullo de la ciudad. Sin la maldición Derek sería amado por el pueblo, sin ella saldría a diario en las noticias y yo hubiera sabido al primer día que no mentía al decir ser empresario.

¿Héroe o villano? ¿Acaso importa?

Quizás lo hace porque le gusta agradar el pueblo, quizás lo hace para aumentar su riqueza. No importa el quizás, lo único que importa es que es mío y no comparto ni su uña del pulgar izquierdo.

—Una cafetería, un cine y una pista de hielo, ¿qué será lo siguiente? ¿Un castillo en Inglaterra?

—El presupuesto no da para tanto. Quédate aquí, ya vengo —como buena chica lo persigo a escondidas. Tal vez es cierta la quiebra. Con las dos cosas se ha quedado sin fondos porque está forzando la puerta. Voy al punto de espera y llega: —Vamos. Entramos por detrás.

—Como ladrones.

—Ladrones no que me costó un par de miles de millones.

Lo puedo gritar más fuerte, no más claro.

¡Pinocho!

Acierta con el número de mi calzado y me ata los patines, seguido se pone los suyos mientras presume de sus habilidades. Mejor, mejor y mejor, siempre mejor en todo lo que se propone. La arrogancia es el último grito en moda. Sin embargo, cuando salta a la pista, obtiene lo que es ley, justicia divina, el karma de la humildad lo golpea con hielo. Cae de morros al suelo. Voy patinando a socorrer al pobre hombre.

Doy un leve golpe con la punta del patín en su costado, a falta de reacción bajo al suelo y busco su bello rostro, el cual encuentro accidentado, con dos fuentes de sangre cayendo por él. Una en la cabeza, la otra en la nariz. Aunque de sus heridas la única que me preocupa es la emocional.

Trata de ser Glaciar en su faceta más congelante, trata porque no puede evitar mi buena lectura en sus ojos. Es tan pequeño. Emocional y frágil. Expresa pérdida y miedo, una pizca de confusión.

—Yo sé patinar —balbucea.

—No pasa nada, Bambino. Yo te enseño, ¿si?

—Pero yo sé patinar —insiste, aprieta los puños frustrado.

—No, no sabes. Y no importa. No me importa —le atrapo las manos y las llevo encima de mi corazón, le hago mirarme —No le tengo gusto a la perfección, así que no seas perfecto.

—Necesito serlo.

—No por mí.

—¡Voy a perderte!

Me sorprende el grito, no la idea. Conocer el tiempo que ha estado solo por su maldición, el tiempo en el que no se atrevió a conocerme, el tiempo que dedica a arreglar conceptos equivocados, conocer que solo quiere que alguien le vea después de tanto dolor me rompe, hace que entienda sus miedos.

Ayudaré a cerrar sus heridas.

—Alguien perfecto no necesita de alguien que lo complete, así que sé imperfecto para mi y deja que llene tus vacíos. Seamos perfectos al conjunto.

—Pero yo...

Ahogo sus penas en mis pechos mediante un abrazo. Con su boca llena de basura no lo quiero escuchar. Está siendo un día ejemplar, ¿cuál es la necesidad de arruinarlo? No la hay. Hoy es para brillar.

Incorporada sobre los patines alargo el brazo hacía él.

—Acompáñame. No me dejes sola.

Acepta la mano.

Las excusas quedan en el pesado mientras que le doy su primera clase de patinaje sobre hielo. Se le complica un poco, aunque no se rinde, y terco como él solo va dominando la técnica.

Al cabo de una hora su mentira inicial se ha convertido en verdad. Volamos por el hielo cogidos de la mano. Incluye piruletas presumidas en la actuación, hasta regresar a mi cintura y guiarme. Bailamos, pegados y sin música. Ladrón de mis sonrisas, aporta recuerdos llenos de magia.

—Ojalá —susurro.

—¿Ojalá qué? —corresponde al susurro.

—Ojalá siempre fuera así —susurramos al unísono.

Sabemos lo que queremos y es lo mismo, que nuestro deseo se cumpla está más en mis manos que en las suyas.

Tropiezo y no por gusto, más bien porque mi pareja de baile me hace tropezar aterrizando en la caída encima de su pectoral. Mi cara agradece poder frotarse en la zona sin perjuicios. Alzando la cabeza su mirada cae en mis labios. Con el pulgar los perfila mientras humedece los suyos.

—¡Vosotros dos! ¡No podéis estar aquí! —el segurata nos descubre.

—¿No podemos estar aquí? —pregunto inocente. Claro que no podemos, pero él dijo que era el dueño, ahora que se responsabilice de su fechoría. Sin embargo, está tardando en reaccionar —¿Bambino? ¿Derek?

—Será nuevo. Yo me encargo —mentira, ya parezco detector de mentiras.

Salimos de la pista. Sin disgusto y sin prisas pega las rodillas al suelo frente de mí quitándome los patines. A cada uno quitado recibo un agradable masaje, iniciado en el tobillo y acabado en los dedos. A continuación, procede ir con el segurata, el cual agarra de la cabeza y arrastra.

Alarmada con el posible derrame de sangre voy a pegar la oreja.

—Nombre.

—Santiago, jefe.

—Te falto más energía en la actuación. Recibirás lo acordado —tengo que tener cara de tonta o similar. El lugar es suyo. Maldita obsesión por aparentar quien no es. En está ocasión ha optado por ser el chico malo, pero yo no quiero un niñato —¿Cómo está tú familia?

—¿De verdad le importa? —ni lo más mínimo.

—Tengo que hacer tiempo —exacto.

Cuando Derek se aburre de su teatro me encuentra en el lugar donde me había dejado sin sospechar de mi sabiduría adquirida. 

—¿Solucionado?

—Si, pero quiero ir a otro lugar.

—¿Por ejemplo?

—A casa, a nuestra casa.

—¿Cómo a casa te refieres a la enorme mansión que tienes en mitad de las montañas como si te escondieras del mundo? Porque de ser así, tengo que pasar por mi humilde pent-house a ojos de todos a por unas cosas

—En nuestra casa tienes todo lo que necesitas.

—No discutas conmigo que pierdes.

—No es discusión. Solo digo que es estúpido ir a por tus cosas cuando nuestra casa tiene todo lo que puedes necesitar.

—Pues duermo en mí pent-house —hincho las mejillas y suspira rendido.

—Iremos a por tus cosas.

La guindilla para un día como el de hoy es estar en la parte trasera de mi mansión contemplando las estrellas rodeada de los brazos de mi hombre. El cielo alejado de la sociedad es nítido, mágico. Sensación de paz, recupero la esperanza perdida en los bosques construidos a base de cemento y ladrillos.

Derek, en voz baja, me descubre las constelaciones y las leyendas que albergan las estrellas. Hace énfasis en el amor, después de todo, está lleno del sentimiento deseoso de compartirlo. Y yo quiero.

Despierto sola en la inmensa cama para varios matrimonios con el calor presente de Derek, más no su presencia. Sin embargo, por el olor y una nota acompañada de una rosa azul sé que está haciendo el desayuno.

En pijama voy a por la bolsa sacando y guardando en mi espalda el motivo por el que necesite ir anoche a casa. Tengo planeado romper el muro del miedo, quiero hacerlo para que se acaben las actuaciones y podamos ser quienes realmente seamos, aún si eso genera nuestra mayor debilidad.

Escojo expresamente las escaleras donde se encuentran los estantes de libros y que ha incrementado. Sé que libro he de buscar, él lo dijo. Fine. Encuentro el mencionado más rápido de lo esperado, así que, no puedo resistir a la curiosidad, ni siquiera lo intento queriendo saber del plan. Lo único que encuentro es un estúpida y burlona novela de amor.

—¡¿Qué cojones haces?! —grita detrás de mí.

Ha llegado el momento de hacerle entender que el miedo no es algo que tenga procedente de él. Sé que las palabras no le alcanzarán, sé que necesita una demostración y es lo que recibirá, será nuestra última pelea.

Arranca el libro de mis manos y lo lanza al suelo, procede a sacudirme como si se le hubiera cargado el demonio. Clava sus dedos. Me lastima por culpa de otros, por falsas creencias.

Gimo de dolor. Aunque estoy segura que nada es comparable al dolor que él siente por tener que actuar como un maltratador. Transparente como el agua. Se odia cuando caigo en las escaleras, afortunadamente, no me golpeo ninguna parte esencial, ni caigo por ellas dando volteretas hacía un desenlace fatal.

—¡No toques mis libros! ¡Maldita puta!

Estoy convencida que lo que le gustaría hacer es demostrar que se preocupa y no estar maldiciendo. Ahora sé tanto que antes ignoraba, tanto que no voy a retirarme de está pelea, aunque él sí.

Da media vuelta y no dudo en ir a por él, gritando su nombre mientras que de mi espalda saco la Finismortis. Se gira tan de repente que no puedo frenar. La sangre cae, me quedo sin respiración y suelto el arma como si hubiera cometido un crimen atroz, aún cuando él sigue intacto.

—Yo...yo... Lo siento, yo.... yo... —me saltan las lágrimas.

—Mierda, yo debería decir eso —acunada en uno de sus brazos, muestra el corte superficial en la palma y aguanto el grito de horror —Ya no llores. Solo es un rasguño. Nada que no se pueda curar con una tirita.

—Te la pondré yo.

Tendría que percatarme de que las cosas no andan bien cuando me da su mano helada, cuando camina más lento de lo normal, cuando son tres gotas de sangre las que caen y no cuatro, cuando su sonrisa es dolorosa al poner la tirita y sus palabras de buenas intenciones suenan débiles:

—Curado. Eres muy buena, deberías dedicarte a la medicina —quisiera sonreír, amaría poder hacerlo —Casi termino el desayuno.

—Ya lo hago yo.

—No, gracias. Quiero vivir un día más —expresa con sarcasmo.

Antes de que cruce la puerta dirección la cocina presencio caer en cámara lenta el imponente hombre de más de metro noventa. Grito desesperada su nombre colocándome a su lado, busco una respuesta, lo sacudo y me niego a comprobar su latido, negada a aceptar que ya no respira como lo haría un vivo. 

—¡Dereeeeeeek! —grito rota. 


****

¡DEJADME EN PAZ QUE NECESITO LLORAR!

*procede a huir entre lágrimas*


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro