058 - SUPERVIVIENTE
CAPÍTULO CINCUENTA Y OCHO
HUGO DE LEÓN
El olor a cuero estremece los sentidos.
Desde la primera vez que conduje un coche, a los diez, usando el ingenio para alcanzar los pedales, quise poseer potencia alemana. Obviamente, lo conseguí, más temprano que tarde. Eran robados y de poca durabilidad, ya fuera por llevarlos a la batalla o por hacer el gamberro. Ninguno duró lo suficiente para reclamarlo como con la moto que me regaló Death. Sin embargo, hoy es de esos días que me apetece contradecirme, pues recién comprado, tras encargarlo ayer, en mi poder se encuentra una auténtica bestia alemana. Un Porsche Cayenne.
Coloco el móvil en la plataforma de apoyo y con Control en pantalla, abierto en la única cuenta suscrita. ElJusticieroAntiguo. Es la cuenta de uno de los comepollas que creen poder jugar con lo mio.
Odio Control.
Desde el principio lo odié y no estaba equivocado. Lo odie creyendo que era un juego programado por Death, después de todo, en las salidas del club siempre jugamos a algo parecido. Sin embargo, Death no lo creó. Se lo pregunté y negó rotundamente cualquier participación. Incluso se le hizo extraña la pregunta. Al ser persona no asociada al club desconocía nuestras noches, ni indagaba, lo único que dijo, mejor dicho, pidió, al enterarse de su existencia fue conservar la protección de Soraya. Petición completamente innecesaria.
Ahora bien, la exclusión de Death al juego no significa que Soraya no pudiera estar detrás de su creación. Cosa descartada. Si hubiera alguien desconocido con el que ella lo hubiera planeado, aún sin saber la función, ya que ella era de muchos planes, puedo garantizar que no se permitirán ciertos comportamientos. Ella jamás hubiera permitido que unos abusones sacarán tajada mediante la actividad del bullying. De existir un socio en la sombra sería consciente.
Por otro lado, sería un sinsentido la existencia de dicho socio, pues Death y Soraya habían empezado a hacer todo conjuntamente.
Conduzco a una tienda deportiva y compro bolsas de deporte como para levantar sospechas. A la estación de servicio me hago con botellas de combustible y cajetillas de tabaco.
Me dejo caer por el viejo edificio.
Primero visito el piso del arrendatario asesinado. Estoy dos horas extendidas llenando bolsas con las armas que forman mi colección, cuidadas y mimadas en el traslado como las auténticas joyas que son. El segundo lugar al que voy es al apartamento que causa pesadillas en Death. En lo que se refiere a mí, en peores agujeros he vivido y no he lloriqueado. Aún así, comparto el sentimiento con mi amigo, ya que de aquí salgo con la peor época enganchado a las drogas.
Reparto el combustible por el mobiliario desfasado, las paredes mohosas y el suelo antiguo.
Saboreo un cigarro.
Un minuto para la despedida y tiro la colilla, las primera llamas del siguiente incendio nacen feroces.
Regreso a las calles con la próxima parada en mente. Aguantando el volante siempre con una mano e intercalando, carretera y pantalla, estoy expectante de alguna novedad por parte del Indeciso.
Aparco en el parking reservado para profesores.
Continuo esperando impaciente fumando lo que no está escrito cuando con un movimiento ágil desbloqueo las puertas. Sin dar la oportunidad a Death o Damián de ensuciar los cristales con sus dedos.
Death se sube al copiloto y Damián atrás, apoyando los brazos en los respaldos de los asientos delanteros e inclinándose un poco. Death, por su parte, le hago comer de un golpe el cigarro que iba a encender.
Siempre he usado cualquier excusa para agredirlo, aunque esas excusas no fueran lógicas, sin embargo, las excusas del presente siempre tendrán el respaldo de que golpeó a Soraya.
Saca el cigarro de fondo de la garganta, lo lanza por la ventana y se detiene de encender el siguiente cuando ve mi puño cerrado.
—Ya hicimos las paces por los animales —se queja.
Después de veintidós puñaladas reflexione y acepté que por culpa de los humanos Death fue obligado a darles fin. Además, la sangría hubiera traumatizado a Alessandro y Soraya. Más al primero.
Alessandro es débil. Teniendo esa información y conociéndome debería imponer una barrera entre los dos, pero me he enganchado. Como el yonki al crack. Solo espero que mi carácter no le haga más daño.
—No fumes en mi coche.
—Tú estás fumando.
—Si, pero es mi coche.
—¿Con qué dinero has pagado el coche? Espera que adivino. Con el mío.
Ignoro al imbécil y le doy un cigarro a Damián, el cual no desperdicia la ocasión para fumar y empeora el humor de Death. Justo lo que quería causar.
—¿Al final qué harás? Lo pregunto porque la última vez dijiste que te marcharías y quizás no regresabas —cuestiona Damián.
—Me quedaré.
—¡El club de los kimonos regresa! —grita eufórico.
La verdad es que me apetece salir. Vengo de dos años de abstinencia aguantando a una puta que casi logra lo que nadie puede, matarme. Además, quiero que mi chico se divierta.
Lleva las noches muy mal. Antes de mi llegada se encargó Death, pero ya estoy aquí. Lo quiero alejado de él. Una temporada. Hasta que suelte el porque es más importante que yo. No me molesta que lo sea, me molesta el silencio. Considerando que venimos de un malentendido tendría que ser más comunicativo.
Por otro lado, tengo una sospecha de lo que pueda ser por su actitud y los rasgos que definen la inhumanidad de Alessandro. A ser cierto no le quitaría el hermano, aunque lo golpearía por no darle el derecho de una familia, de una buena familia.
—Nada de salidas. Se avecina una guerra —refunfuña Death.
—¿Está noche? Acorto el entreno, vamos a por los kimonos y empezamos con una cena. Me gustaría proponer a Alessandro, a mis esposas y mi novia.
—¿Avisas tú a Darley?
—Debería hacerlo Alessandro. Por el plan de los celos y eso —putos planes de mierda.
—Comprendo.
—Últimamente Máximo está más expresivo.
—A ese perdedor le sacaré las cuentas como su perrita no aleje las patitas de mi cachorro.
—Sigo aquí —molesta Death.
—Muy bien, ya lo sabemos. ¿Quieres un premio? —cruza los brazos y hunde la espalda en el asiento. Hace un mohín infantil —Oh, pobrecito. El pequeño Death se ha enojado. Si lloras no te dejo venir a la fiesta.
—Me dan igual vuestras fiestas.
Le pellizco la mejilla sacando más su quicio. Golpea mi mano, está por empezar con el ritual de groserías que haría llorar a una santidad cuando le detiene la actividad del Indeciso.
Maldigo la encuesta. Me cago en el Indeciso y los Controladores que apoyan lastimar a mi cachorro.
Hora de saldar las cuentas.
He planificado el momento desde que anoche Death me enseñó un vídeo de los matones agrediendo a Alessandro. Elegí las armas, el orden de matanza y una canción especial.
Muchas molestias para quienes no son grandes. Sin embargo, por primera vez, la canción no va dirigida a las presas. Un espectáculo para un único espectador y un mensaje para él.
"Mataré a quién te toque, cachorro"
Abro el material y despliego las armas blancas escogidas. Una parte de la colección de dagas que guardo en el cinturón y dos hachas, una para cada mano, las cuales agarro después de colocarme los guantes de cuero y ponerme la chaqueta del mismo material.
¿Qué sería yo sin el cuero?
Me pongo al hombro la bolsa deportiva que hice antes de salir de la pent-house esta mañana.
Uso un pinganillo y otro Death, que se pone mientras que el humor le ha bajado en picado y balbucea algo de un libro. Aunque su estado no es lo suficientemente malo como para que olvide su papel.
Una llamada de su parte y la campana suena antes.
Accedo al centro por la puerta principal, dando la cara, aunque no hay alma en pena por los pasillos. Nunca doy tantos pasos. Hasta me encanta tener cierto público que cae con mi avance, no obstante, tengo que contenerme debido a la cercanía de Soraya y la importancia del lugar para ella y Alessandro. Al igual que lo he de hacer por petición de Death.
Lo que él ha pedido es tiempo. Tiempo para hackear la cuenta del puñetero Indeciso.
No quiere que mi juego se transmita. Y, en fin, no sé porque sea, pero lo que sí sé es que a los niños, en ocasiones, se les debe dar una golosina.
—Listo —me comunica por pinganillo.
Voy directo hacía la localización de Alessandro, al distinguir la puerta, a varios metros aún, enciendo la canción en bucle en el móvil y canto:
—Wise me say. Only fools rush in. But I can't help falling in love with you.
A la distancia clavo una de las hachas en la puerta.
—¡Ocupado! —grita alguien.
—Wise men say. Only fools rush in —alcanzo el pomo bloqueado por dentro. Sonrío y paseo el filo de la segunda hacha por la madera —But I can't help falling in love with you.
—¿Estás sordo?
Empleo las dos hachas en la puerta, hago una brecha lo suficientemente grande como para pasar el brazo y quitar el bloqueo. Al entrar, la cierro de una patada y la vuelvo a bloquear.
Suelto la bolsa al suelo y cruzo las hachas por detrás de mi cabeza.
Contemplo el nefasto escenario y sus creadores con asco. Mi pobre chico está arrinconado.
Presto atención a su mano apoyada en la zona del pulmón izquierdo, su complicación al respirar, la sangre que escupe y las lágrimas que solo yo debería poder provocar. Tendría que ser el único en joderlo.
—Wise men say. Only fools rush in. But I can't help...
—¿Quién eres? —habla el payaso que lidera, Nicolás.
A respuesta amputo el brazo de uno de sus amigos, me salpica la sangre disparada y sonrío. Con una sonrisa amplia. De las que enseñan dientes.
Se les han caído los huevos con mi forma de responder.
—Vuestros padres deberían haberos educado mejor, mierdecillas. Es de mala educación interrumpir —suelto una de las hachas, me agacho frente la bolsa y saco aquello que necesita Alessandro —¿Conocéis la canción? Can't Help Falling in Love del rey del rock and roll, aunque esta es la versión de Tomme Profitt. Espero que sepáis la letra, ya que de maestro no tengo paciencia y quiero que cantemos como si fuéramos el coro de Saint-Marc.
—¿Quién eres?
Se hacen a los lados abriendo camino al moverme por el encuentro de mi cachorro malherido.
Humedezco un pañuelo y le limpio los labios, a la vez que sus ojos huyen de un contacto visual con los míos. Considerando su respiración subo su jersey descubriendo una herida mortal en cualquier otro.
Inspiro.
—Hice pastelitos. Del libro de Soraya.
Ausente de una reacción de su parte, desempaqueto uno de los pasteles y ensucio el dedo con el que perfilo su boquita. Se le contraen las pupilas y los agujeros de la nariz, su lengua roza mi dedo, accidentalmente.
—¿Quieres? —asiente despacio.
Entrego el dulce en sus manos y le acerco la caja con otros tres, todos de chocolate y frambuesa. A continuación, coloco los cascos del walkman en su cuello y le doy al play, aunque no estén en sus orejas.
—Úsalos si se vuelve demasiado duro, Hund. Cierra los ojos y disfruta de la música.
—¿Quién cojones eres?!
Me incorporo y me volteo hacía la escoria, estableciendo contacto directo con el comepollas supremo.
—Te diré quién soy. Detrás de un cachorro lastimado siempre hay un amo dispuesto a protegerlo. Yo soy ese amo —oigo algunos pies retrocediendo —Y también soy un experto verdugo. Aunque hoy estoy algo compasivo. Si me cantáis bien rebajaré condenas.
—Ya nos íbamos —expresa un personaje de relleno.
—Dice así. Wise men say. Only fools rush in. But I can't help...
Uno de ellos muestra algo de valentía al venir a atacarme. Sin embargo, ni siquiera necesito liberar ambas manos para someterlo al suelo y patear sus costillas, tratando de causar la misma herida que tiene Alessandro.
—¡Cantad! —exigo, clavando la segunda hacha en la pared —Wise...
—...men say —colaboran. Recupero la mano amputada y le hago desfilar delante de sus ojos temblorosos. Algunos lloriquean. Ocupados cantando ruegan misericordia de cabeza —Only fools rush in. But...
—Tú. Vas a destiempo —requiero un poco de fuerza para separar el hueso de la carne y romperlo. Perforo su pulmón con la astilla puntiaguda que queda —¿Qué son esas expresiones de cagados? Alegradme las caras que nadie ha muerto, todavía —el sujeto cae al suelo vomitando sangre y desangrándose —De aquí unos segundos no podré decir lo mismo.
—I can't help falling in love...
—...with you —giro hacía el cachorro. Ha recuperado algo de color después de comer dos pastelitos, no obstante, no me encierro en su mirada porque encuentro algo inaceptable —Sonríe, cachorro mio. Te estoy ofreciendo la máxima representación del romanticismo.
—Necesitas de mis consejos —fastidia Death.
Una de las presas trata de salir corriendo, sin embargo, antes de que desbloquee la puerta ya lo he agarrado de la nuca y estoy estampando su cráneo contra la pared hasta hacerlo puré.
—¿Veis a lo que me obligáis? ¿Y la canción?
—Wise men say. Only fools rush in...
Quedan cuatro.
Sus voces pierden fuerza, sus lágrimas cobran mayor importancia y hasta hay uno que moja el pantalón. El recuerdo de mi chico preso de las pesadillas se me hace presente, el pánico y la vergüenza de sus ojos, el segundo sentimiento por el accidente húmedo que no di importancia.
Experimente un deseo incuestionable de matar a todos los Santoro, uno que solo experimente antes con los antiguos Salvatore y que, a día de hoy, no explico de otra forma que pueda ser por una supuesta implicación a mi maldición. No obstante, yo soy feliz maldito. Ni siquiera me lo cuestionó, solo agradezco que el destino tuviera reservado algo especial para mi existencia.
Acaricio la garganta del meón tras recuperar el hacha.
—Te puedes ir. Nunca olvides lo que ha pasado aquí, porque siempre seré tu sombra, cabroncete —dejo que viva un falso engaño, ya que antes de medianoche compartirá el mismo destino que los demás —No os estoy escuchando. Cantad.
Alterno los dos amigos de Nicolás con golpes y patadas, al susodicho lo dejo intacto, sin un rasguño, hasta que decido darles un descanso al amputado y al otro comepollas.
—Entiendo que te guste mi chico. Que creas que es enfermo lo que experimentas al desear su rabo, pero no es enfermo, es estúpido, porque esa polla que tanto deseas es mía.
—No soy gay.
—Tío, necesitas un psicólogo. Y yo no lo seré.
Emulando los golpes del vídeo inició con el líder que tiene el pecho desinflado después de tanto siendo gallito. Voy tomando mi tiempo en cada uno de ellos. Hasta que la función se vuelve insípida y sé que ha llegado el desenlace.
Los doblego sin sudar, quitando su camiseta y eligiendo la daga sé que será un proceso doloroso . Al menos es lo que pretendía, pues sin aviso soy agarrado por Alessandro.
—¡Basta! —llora histérico —¡Ya basta, por favor!
Se me congelan las manos y suelto la daga visualizando el corte profundo en su brazo que ha provocado la inesperada acción. No tan inpesperdada, joder. Lo que no quería ver de su mirada era la súplica.
Él no quería esto.
—¡No lo hagas, por favor!
—Se lo merecen.
—¡Tiene que haber otra manera!
Quisiera comprenderlo. Al igual que hace años quise comprender a un grupo de inhumanos que rechazaban la guerra, que preferían esconderse y rezar por un milagro que detuviera el exterminio de las especias.
Nos reíamos bastante de ellos.
Los Pacifistas.
—¿Me pides que los deje ir? —asiente y le recojo una lágrimas —¿Sabes lo que significa eso? Ellos podrían regresar.
—La violencia no puede ser el camino.
Tendría que haberme dado cuenta de sus pensamientos y sus debilidades mucho antes de llegar a esto. Somos incompatibles. Contradicciones. Demasiado bueno para un hijo de puta como yo.
—De acuerdo —le subo los cascos a las orejas y miro al trío —Afortunados cabrones, tenéis la suerte de que no pueda resistirme a complacer a mi chico o estaríais decapitados. Así que ya que estais con suerte os diré que haremos. Los dos personajes de relleno os podéis ir, el que me interesa es Nicolás —no dudan ni un segundo en abandonar a su amigo —Tú regresaras a clase y fingiré que nada de esto ha pasado. Di algo y no solo te mataré a ti, sino también mataré a tus seres queridos.
—Tiene una madre enferma, Silvia, y una hermana de seis años, Lara. El padre los abandonó hace siete años por su secretaria, Nicolás —me chiva Derek.
—Silvia y Lara —pronuncio y palidece, el padre no tiene valor.
Con la idea del líder visualizo los dos cadáveres del suelo. Calculo las repercusiones que pueden ocasionar en mi relación con el pequeño pacifista y, honestamente, me importa más el truño de Boss. Si terceros deben hacer la diferencia no dejaré que existan.
—Era mi responsabilidad hacerles frente. Derek...
Capullo.
—Hubiera estado bien que te defendieras, pero solo te lo dijo para ganar tiempo y dejarlos para mí —agarro sus apachurrables mofletes y le sonrío —Que tus ideales no te permitan ser pisoteado.
—No mates.
—Ni que te cieguen —que me decapiten. Deberían prohibirse los pucheros —¿Te sentirías mejor si no mato frente tuya? Porque es imposible que deje la afición, más cuando tengo planes con los Santoro.
—¡Son peligrosos!
—Y lo sé, pero yo lo soy más —ambos observamos el paisaje que ha dejado mi función. Inspiro y exhalo con un suspiro tenso al oler la mezcla de Alessandro y los cadáveres —Ve a clase.
—¿Qué hacemos con esto?
—Dejámelo a mí.
Quisiera besarlo, follar su boquita y luego el trasero, pero una vocecilla desconocida dice que no. El escenario no es el mejor. Tampoco es un cualquiera para un rápido.
De la bolsa le doy un recambio de ropa, arruga la nariz cuando se percata que he robado dos conjuntos suyos, uno para él y otro para mí. No se queja. Menos mal. Porque mi polla tiene poca resistencia y su descaro me condenaría a querer romper su trasero con mi membresía.
Se marcha después del cambio y con mis cascos.
Me pone que los cargue.
—Que puta tortura —me quejo.
—Son las cosas que tiene amar —al escucharlo, me arranco el pinganillo y lo destrozo. Un derroche de energía cuando está entrando —¿Sabes que es el karma?
—Aquello que reciben mis enemigos.
—Iba a decir...
—Tú no dirás nada.
Otro cabrón que hace pucheritos. Si había dudas de que no pudieran ser hermanos ya no existen. Hacen la misma gesticulación.
Limpio los rastros de sangre en mí, me cambio y me voy dejando todo el marrón de la limpieza a los hermanos y los trabajadores que se han traído.
Entro al aula de Alessandro, Soraya y la loca, y me siento al lado de mi buen amigo Nicolás. Apoyo los pies en la mesa y las manos en la nunca. Cómodo, como en el sofá de casa.
—¿Qué haces tú aquí? —preguntas Soraya con el carácter que jamás le abandonó.
Que digan lo que quieran pues soy yo quien más la conoce. Si a todos engaña, a mí jamás. Lástima que la amnesia sea real.
—Curiosidad. Nunca fui a la escuela.
—Siéntate con nosotros.
—Estoy cómodo aquí —le paso el brazo a Nicolás y lo empujo a mí, disfruto de sus cagadas emociones —Conoceré a este cabroncete. Algo me dice que seremos muy buenos amigos.
—Ese es malo con Mordisquitos.
—Con más motivo.
El profesor prosigue con la clase de matemáticas cuando Soraya se centra en sus explicaciones. Aunque algo me dice que se detendría si alguno de los componentes del trío se despistará, no solo ella.
Quitándome de encima a la basura humana, le cojo el libro y escondo la cara echando una mini siesta que dura menos de lo pretendido. Me golpeo el pectoral hasta escupir la bola de papel.
Alessandro tiene en manos un bolígrafo usado como arma para disparar los proyectiles de papel mojado. No obstante, su confusión momentánea y la falta de su sabor en mi boca, sentencian su inocencia.
—¿Quién ha sido el cabrón?
Daniela y Soraya lo señalan.
—Tendremos una charla más tarde, Hund —de lo cabronas que son tus amigas y las ganas que te tengo —Será desagradable.
Palidece y se le nota más la nuez en su trago. También deberíamos hablar de su forma de tentarme, al igual que ayer. Culpable de causar dolores testiculares merecía ser cazado.
—Ah, no. Con Mordisquitos no —lo dicho, Soraya continúa siendo la misma bruja de antaño y Derek el idiota que cae dos veces en la misma piedra —Molestas, Hugo. Si no quieres aprender te vas.
—Es que ya me lo sé. He dicho no haber ido al colegio, en ningún caso ser estúpido.
—Demuéstralo.
¿Un desafío de Soraya?
Acepto.
Borra lo que tenía el profesor en la pizarra y escribe una ecuación de segundo grado, la cual soluciono en un suspiro. Los números son la ley de la vida. Cada acción es un compuesto de ellos. Un cálculo. A mayor o menor dificultad. La precisión de un corte se resume en no equivocarse de un centímetro, es por ello, que calcular es fundamental para no cometer errores. En consecuencia, como el mejor asesino soy un puto dios de los números.
Sin embargo, Soraya insiste en desafiarme, escribe más problemas que voy resolviendo hasta que las entrañas me pinchan. Me muerdo la parte interna de la mejilla matando el gemido en la garganta y le doy la tiza a la bruja, que no pierda oportunidad para joder:
—¿Qué no era fácil?
—Es culpa de mi ego.
—Deberías dejar de presumir de habilidades no adquiridas —desde luego, eso le pertenece a Death.
Voy de nuevo con mi nuevo amigo, Nicolás. Juro con palabra Salvatore no quedarme de nuevo dormido, aunque no pienso activar el modo empollón, eso que se lo queden los hermanos.
Claro que ella sigue tocando los huevos.
Sometido a un tercer grado tengo que responder de una forma que no me arrincone en un callejón sin salida. Insiste en mi presencia, superó el interrogatorio con un aceptable.
Al toque de sirena suelto a Nicolás.
Comemos en un restaurante invitados por Damián.
Alessandro pide más de la mitad de la carta, sorprendiendo a los presentes, menos a mí. Mi preocupación está en lo que no dice. A su desgracia soy capaz de leer sus ojos atigrados.
—¿Ya estáis saliendo? —cuestiona mi hermana.
—No.
Damián habla de los entrenamientos. Estoy de acuerdo con ellos para Soraya, no con Alessandro. Opinión que me guardo. En cualquier circunstancia estaría bien que aprendiera a defenderse, no en está. De nada sirve cuando jamás lo llevará a práctica, a no ser que le cambie.
—¿Te apuntas? —pregunta Damián.
—Tengo cosas que hacer. Y cancela lo de está noche —se palpa la decepción.
—¿Mañana?
—Mañana podría ser.
—¿Vosotros qué tramáis? —se entromete, Soraya. Y huele como perro de antinarcóticos —Sois muy cercanos.
—Es que ya nos conocíamos de antes —hasta los comensales adyacentes quedan en silencio a mis palabras —Conocí el cabrón de fiesta hace unos años. Nos lo pasamos muy bien.
—Y queremos repetir —añade Damián.
—Me apunto.
—No esperábamos menos —le decimos, Damián y yo.
Energético los envio a tomar por culo y arrastro a Alessandro al exterior. Deslizo la yema por su labio inferior, recogiendo el chocolate y chupando.
—No hagas eso —murmura tímido, bajando la vista.
—Quizás es la última que puedo.
—Irás a por ellos, ¿cierto?
—Te lo he dicho antes. Me contendré frente a ti, pero ninguno de los dos está capacitado para cambiar mi naturaleza —descanso las manos en sus hombros esperando que busque el contacto visual que no llega. Inhalo de él y suspiro —¿Hay algo que desees decirme antes de que me vaya?
—No.
—Alessandro —le reprendo.
—Es algo que no puedes cambiar.
—¿Tengo pintas de no cumplir milagros?
—Derek me regaló un libro que escribió Soraya —que generoso el hermanito, a los demás nos mantenía alejados de dicha colección, de la cual presumía para decirnos que jamás nos dejaría disfrutar de ellos —Nicolás me lo robó. Y yo. Yo quería recuperarlo. Pero lo quemó. Soy consciente que se lo tengo que explicar a Derek...
—Deja de pensar en él —digo apretando los dientes.
—¿Pasa algo?
—Pasará como no pienses en mí. Como tus pensamientos no tengan un único amo —me regala una mala mirada —Eres mio.
Le atraganto la protesta metiendo la lengua a fondo y me largo dejando a un cachorro teñido por la vergüenza.
He finalizado con los amigos de Nicolás y sus familiares del hogar. Todos rogando. Llorando y pataleando como si pudieran alcanzar un corazón que perdona.
Trágico para los familiares inocentes. Subrayado, porque no hay inocencia en los seres humanos. Ni siquiera Soraya. La más culpable. No obstante, ella se mueve de forma distinta.
Hay malas hierbas saludables.
—Me queda el postre —notifico a Death, por teléfono. Le he respondido cansado de su insistencia.
—¿Estarás para cenar?
Miro la hora, las nueve.
—Llegaré tarde.
—Te dejaré algo para cuando llegues —que generoso está el cabrón. El libro que le regala a Alessandro, ahora la cena, ¿qué será lo siguiente? —Y quiero que me hables del enemigo.
—No. No te ayudaré.
—¿Cómo?
—Los Santoro son mi presa. Por otro lado, eres muy inmaduro para hacer frente a La Orden.
Le cuelgo sin ánimos para largar la conversación. Death está capacitado para ser un enemigo potencial de La Orden, sin embargo, el enemigo no es un chiste, cosa que él no comprendería. Tampoco quiero a la familia en la puta guerra. Ya tengo suficiente con la manada.
Por otro lado, desde que me fui no he tenido contacto con ninguno de ellos. Desconozco el momento de la lucha. Mi hermano podría haber muerto.
Al punto, ya no estoy para eso.
Espero que Nicolás abra la puerta después de haber tocado el timbre, de no hacerlo la voy a derribar y me la chuparan los vecinos.
—¿Si? ¿Quién es? —habla una niña detrás la puerta.
Supongo que es la hermana pequeña de Nicolás, Lara. Cuando me parecía que sus bolas no podían ser más ridículas, sorprende nuevamente.
—Yo.
El porcentaje de humanos que abren la puerta por un yo es elevado, aunque esté resulte un desconocido. Otra muestra de su reducida inteligencia. Sin embargo, Lara muestra signos por encima del promedio.
—¿Quién?
—El hombre del saco.
Abre la puerta de golpe arruinando la primera impresión. A la mierda su inteligencia equitativa a la de los demás.
Los hombres del saco son la peste. Ningún inhumano desea involucrarse con sus nauseabundos gustos infanticidas. Y ellos no interactúan con otras especies porque los matariamos.
Secuestran niños de humanos e inhumanos. Son su comida, también su placer sexual.
He matado a bastantes. A un centenar. Pero como toda plaga se reproducen hasta debajo de las piedras.
—¿En serio? —pregunta ilusionada.
—No, y no deberías abrir la puerta a un desconocido. Menos cuando afirma ser el hombre del saco.
Hace un puchero. Mira el pomo de la puerta que debería haber estado asegurado para empezar y luego a mí.
—¿Y Nicolás?
—Trabajando. Soy Lara.
—Bien, Lara. ¿Estás sola?
—Mamá está en la cama. Ella siempre está en la cama. Nick dice que no debo molestar a mamá cuando está en cama —se toca el vientre —Ni cuando mi estómago se queja.
—¿Cuándo llega tú hermano?
—No sé. ¿Cómo te llamas?
—Gunther.
—¡Nunca había conocido a un Gunther!
Medio sonrío con su entusiasmo. Conocer a Soraya provocó que en ciertas ocasiones pueda tolerar un poco, de forma insignificante, a algunos humanos, siempre y cuando no sea abusivo. Claro ejemplo, Darley.
Su estómago ruge.
—Voy a pasar y te haré de comer.
Los niños son un peligro. Se hace a un lado para que entre. Venir a matar sin encontrar resistencia resulta aburrido, sin embargo, más que matar lo que hago es dirigirme a la cocina e inspeccionar la nevera.
El lugar me recuerda al viejo apartamento. Aunque la nevera presume de estar algo más llena gracias al sustento económico que aporta Nicolás. El imbécil de Nicolás.
Hago espaguetis con tomate y frankfurts. Los cuales he dado forma de pulpitos consiguiendo una gran sonrisa.
Tengo experiencia con niños pequeños y grandes. Me podrían dar hasta licencia para ser padre, al menos si quisiera.
Limpio sus morros manchados de tomate.
—Gracias, Gunther.
Que lástima de niña.
Voy a otra sala cuando suena el móvil. Contesto mirando la mancha del techo que sospecho que es consecuencia de la tubería vieja del vecino.
—Gunther.
—Comisario.
—Tengo un chico en la sala, Nicolás. Está interesado en ponerte una denuncia —al final si tiene pelotas —Dice que has matado a dos de sus amigos y has amenazado a él y los demás. Es su palabra contra la tuya.
—No lo contradigo.
Suspira cansado y viejo.
—Ya no me queda pelo, Gunther. Hasta tuve que ignorar a esa novia tuya hace dos años.
Clavo los dedos en la frente con un dolor repentino. Sé que no estoy siendo un buen hombre respeto a la medicina de Death, pero estoy llevando la siguiente dosis al límite para averiguar donde la necesito. No quiero depender de fármacos.
—¿Sigues ahí?
—¿Ignoraste a Laura? ¿En qué tema? —recuerdo el centenar de hombres con los que me puso los cuernos. Tendría que hacer unas visitas, sin embargo, eso sería darle la importancia que nunca se ganó —¿Seguro que la ignoraste? Joder, hasta lo comprendería. Era buena chupando pollas.
—Que Dios se apiade de aquellos que se meten con tus pertenencias, yo no estoy tan loco.
—Habla claro.
—Vino a denunciarte. A tú amigo y a ti.
—¿Ahora me lo dices?
—Tenía entendido que ya lo sabías. Intenté hablar contigo, pero fue en la época en que se accidentó Soraya. Nadie quería escuchar. Al final se lo dije a Enzo. Dijo que te lo diría —me cago en los humanos y su inteligencia —En fin. Calme a Laura. Más bien la hice quedar de lunática con sus ocurrencias de que erais inhumanos.
Quiero comprender la mente privilegiada que hace pensar que Enzo y yo pudiéramos comentar lo zorra que era mi ex. Ni siquiera entiendo porque él aceptaría ser el mensajero. Bueno. Si que lo sé. Acepto para quedarse el mensaje y reírse de nosotros desde las sombras.
Quizás este fuera el motivo de las drogas. Pero, de estar viva, la excusa no hubiera cambiado la sentencia. Casi muero por la zorra.
Alejarme de la guerra me suavizo.
—Entretenme un poco al payaso.
Cuelgo antes de las quejas. Tendría que estar agradecido que no esté planteando la idea de ir a por su esposa e hijos. Él no me jode, yo no lo jodo. Es un trato más que aceptable cuando es un negocio con un humano. Además, no se lo complicó, dado que en este territorio no practico el arte de la cacería, a no ser que me obliguen, como sucede en el día de hoy.
—Gunther, ¿me lees un libro? —Lara me agarra del dedo, bosteza y se frota un ojo.
—Mejor te cuento una historia.
La arropo en su cama, acomodo el cojín de su cabeza y le doy el peluche que me señala. Ella pide que mi historia tenga una princesa. También se lo doy. Más que princesa un príncipe frágil y de buen corazón, aunque eso era motivo de burla por su pueblo que ni se escondían al reír. Siempre lo castigaban. Como si él tuviera la culpa de haber nacido en la realeza. Sin embargo, aquello terminó cuando el príncipe, inocentemente, captó la atención de un rey despiadado procedente de otro reino.
—¿Y qué hizo el rey?
—Decapito a todo el pueblo.
Me quedo mirando a Lara unos minutos después de que se haya dormido, más que verla a ella, lo que veo son recuerdos. Nublados. Oigo los gritos, los disparos. La desesperación de una madre. Mi madre.
Abandono la habitación y acudo a la de la madre de Nicolás. Está entubada en una máquina de respirar.
Mato sin mancharme las manos. Tras retirar el cable empleo un cojín para asfixiar y otorgar una muerte dulce. Sin sufrimiento. Luciendo un lado amable e impropio.
A las once llega el anfitrión.
Desde la oscuridad lo veo visitar la habitación de la madre y después la de su hermana, sin darse cuenta que la primera ha abandonado este mundo, al igual que lo hará él próximamente.
Sin encender luces se sienta al sofá. El resultado de mi actuación lo visualizo gracias a la luz filtrándose por las cortinas. Me cuesta percibir su llanto. Es de los que lloran cuando nadie está para consolar. De los que usan máscara. Dos para este caso. Una para los falsos amigos y otra para sostener la familia, ocultando la vulnerabilidad que estoy contemplando desde primera fila.
La vida le hubiera tratado mejor si la sociedad humana no fuera tan superficial. No hubiera usado las máscaras, no hubiera agredido a mi chico, más bien hubiera ligado inútilmente con él.
Escucha el paso que doy. Sus ojos se inyectan de terror y ahoga el chillido cubriendo su boca.
—Eres un buen hijo, un buen hermano. Tendrías que haber permanecido en ese camino.
—No sabes nada de mí —susurra.
Arrastro una silla al frente, me siento y aprieto los dedos en el respaldo. Mantengo la compostura.
—Sé que eras estúpido. Al igual que todos los humanos. Aunque hubieras podido ser mejor que la media. Estudiabas para labrarte un futuro mejor, trabajabas cada tarde por tú madre y hermana. Casi siempre hacías horas extras. Eras un batallador. Tendrías que haber mostrado tus cualidades, sin embargo, decidiste esconder tú valor agradeciendo al chico que te gustaba. Al igual que escondías tú homosexualidad.
—No les hagas nada, por favor.
—Los líderes humanos tenéis la costumbre de liderar aquellos que os rechazan y destruir los que se os asemejan. Pregúntale a Hitler.
—Ellas no son culpables de mis errores.
Saco el hacha oculta en la espalda.
—Por favor —ruega.
—¿Por qué quemaste el libro?
—No lo hice, se lo leo a Lara.
—Muy bien. Te concederé un último deseo por la buena noticia. Haré que maten a tu padre, ya que de no ser por él quizás hubieras vivido.
Soy rápido. Lo más piadoso, también el más silencioso para no interrumpir el sueño de la pequeña Lara. La sangre me salpica y la cabeza rueda a mis pies, no encuentro satisfacción.
Más que por él, por ella. Lo que los humanos no piensan de los errores es la afectación a terceros.
Al abrir la puerta de la habitación de Lara, la pequeña, dulce e inocente, sigue durmiendo. Inhalo recordando el porqué. Atravieso su garganta con la daga convirtiendo su sueño en eterno.
A las masacres ningún superviviente.
La experiencia de ser un superviviente me enseñó que quien sobrevive se convierte en monstruo. Yo soy uno. Una pesadilla.
Aguanto el tipo con otra oleada dolorosa para la cabeza.
Me queda algo por hacer.
Enterrar a Lara.
Medianoche. El pulso falla, la respiración se me atasca y veo cuádruple, a pesar de los obstáculos logro hacer girar la llave.
Camino a buen ritmo hacía las escaleras cuando tropiezo con el cachorro. Mantengo serenidad, quiero creer que lo hago, aunque su mirada discrepa mucho de una buena actuación por mi parte.
Entrego el libro para esquivar la pregunta de mi estado. Al segundo me autoriño porque lo que quiero es su preocupación.
—Te dije que hacía milagros.
—Gracias —apenas escucho el agradecimiento.
Continúa hablando, lo sé porque se le mueven los cuatro labios, ya que el sonido ya no alcanza el oído. Los sentidos dejan de existir. Ni siquiera entiendo como es que no caigo al suelo.
—Deberías haberte quedado encerrado —es lo siguiente que llega acompañado por su suspiro —No es lo que quiero, pero menos quiero que recaigas...
—No podía seguir ahí.
Estamos en el cuarto de baño.
Sospecho que ha sido él quien me ha metido en la ducha porque solo estamos nosotros y el dolor no cesa. Death me hubiera suministrado la dosis.
Me muerdo la lengua aguantando los gritos desgarrantes que se quieran escapar sin permiso.
—Y yo te prefiero aquí.
—Tengo que cuidarte, cachorro —digo, cerrando los ojos y teniendo que concentrarme para hablar correctamente —¿Confías en mí?
—No —responde tajante.
—La bolsa de ayer. Tienes que... —ya no aguanto más, grito y acabo hiriéndome la mano con un mordisco —Te juro que no es droga. Death...
Alessandro desconfía. Mejor dicho, dice que no confía, aún así regresa con una de las inyecciones. No deja que la coja. Es él quien la inyecta. A continuación, quedan largos minutos, muy largos, de silencio. Mientras que el cuerpo se restaura mantengo la vista apartada de él.
—No es droga, cachorro. Nunca fui adicto. Solo quería seguir viviendo. Y me alegro de mi decisión porque así te he podido conocer.
—Si tú lo dices.
—Lo que me has inyectado es medicina. Voy a tratar el tema con Death para que no sea tan desagradable para ti. Quizás lo pueda hacer en pastillas. ¿Me traerás un vaso de agua cuando la deba tomar?
Callado se mete dentro de la ducha conservando la ropa. Enciendo la ducha gozando de la lluvia artificial que pega el tejido en su piel, realzando sus rasgos naturales y animando mi polla.
—¿Acabaste lo que tenías que hacer? —pregunta.
—Jamás te compartiré mis cacerías.
—¿Fuiste cruel?
—No.
Suspira aliviado.
Ver como sus músculos se relajan es un espectáculo. Nunca había prestado atención al detalle. Me gusta.
—Quiero follarte, cachorro —se le contraen las pupilas y pierde color —No volveré a ser como ayer.
—Yo no...
—Ayer fui muy salvaje.
—No quiero hacerlo de nuevo.
—No soy un hombre al que puedes rechazar y esperar que no haga nada. Voy a engañarte mucho —muevo la mano masturbando al aire —Soy muy activo.
—Los engaños se producen cuando hay una relación. Nosotros somos amigos.
La sangre de los tercos. Aún tengo intacto el recuerdo de su hermano detrás rogando amistad. Consiguió su propósito. Cosa que no resultará igual para mi atractivo cachorro.
Juguemos a la cabezonería.
—Te dedicaré corridas hasta que me supliques follarte, cachorro. Lo nuestro es innegable.
****
Estoy lesionada. Repito, estoy lesionada. Por favor, antes de comentar actualiza tanto preocúpense más por la autora. Yo solo incumplo cuando pasa algo que me impide la actualización. Ya sea por asunto médico o personal. Además, lo comento en el muro, así que primero lean el muro antes de seguir y seguir, y seguir.
Caso aparte.
El capítulo...
Estuve a muy poco de dejar vivos a Nicolás y Lara, sin embargo, no podía ser porque el comportamiento de Gunther es por algo. Superviviente. Algún día sabremos más de su pasado.
¿Cuál es la historia de Gunther?
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