057 - ALESGO
(SIGUIENTE ACTUALIZACIÓN: 490 ESTRELLAS + 1100 COMENTARIOS O VIERNES 16/02/24)
CAPÍTULO CINCUENTA Y SIETE
ALESSANDRO SALVATORE
C-O-N-C-E-N-T-R-A-C-I-Ó-N
Odio. Odio el bachillerato. Apesta. Según me he informado ni siquiera debería estar aquí, porque antes debería sacarme el graduado escolar, cosa que le dije a Derek y me contesto con un; deja de poner excusas.
Bozzolo.
Tampoco debería quejarme tanto de él. Está centrado en mí, en mis preocupaciones y educación, en las pesadillas que calma, cada noche, usando de excusa Control. Aunque también le encanta salir. Principalmente, con el grupo de Spark. Le agrada mucho ella. Aparte de esto, también hace de mi profesor particular, a la vez que carga con sus propios problemas. Todos implican a Soraya.
Soraya hoy tenía el teórico.
Creí que podía usar su ausencia como excusa para no venir, sin embargo, Derek me ha traído de la oreja. Así que aquí estoy, al lado de Daniela, contestando a diez preguntas que forman el examen.
La clase está tan concentrada que lo único que se escucha son los garabateos de los bolígrafos y las agujas del reloj. Encima del profesor.
Tiiiic, taaac, tiiiic, taaac...
No quiero estar aquí.
—¿Ya estás? —se asombra el profesor a la entrega de mi hoja —¿Seguro qué no quieres volver a pensarlo? Aún queda media hora.
Suficiente que haya estado la otra media quieto. Bueno, no quieto, más bien respondiendo. Cosa imposible si no fuera por Derek.
Una semana y leo mejor. Además, la prueba, gracias a su alto nivel en las clases extras, ha resultado cosa simple. Por otro lado, tengo lectura obligatoria usando los libros de su colección privada. Género romántico. He leído tres libros de unas doscientas páginas en siete días.
Me aplico mucho.
—Creo que no entiendes la importancia de los exámenes.
—¿Esto era un examen? —ironizo y añado: —Ah, bueno. Yo estoy bien con lo que hice.
—Deja que le dé un vistazo —no digo nada. Ni siquiera me importa el resultado. Lo que quiero es ser liberado de este lugar —¿Hiciste lo justo para aprobar? Aún tienes media hora para intentar ese diez.
—Estoy bien con el aprobado.
Suspira rendido y dice:
—De acuerdo. No insistiré. Hasta que suene la campana puedes ir a despejarte si lo necesitas.
Vaffanculo!
¡Libre!
Saliendo del infernal aula sigo en el infierno de centro, por esa razón, la alegría se esfuma enseguida. Voy a las escaleras de emergencia traseras. No tengo nada que hacer. Ni siquiera puedo jugar a Control. Me falta la máscara y un compañero, he descubierto que es más divertido con alguien. Sin embargo, a estás horas, no hay quien esté libre de sus obligaciones diarias.
Soraya y Derek con el teórico, Darley en la universidad, Hugo encerrado, Daniela en clase, Damián...
Marco al novio de mi amiga. A falta de una respuesta, también está ocupado.
Como decía. Ocupados.
Sin planes saco el último libro que me ha prestado... No, este no me lo ha prestado Derek, me lo ha regalado. Dicho libro no tiene título, aunque conozco a la autora, podría pedirle el autógrafo. O mejor dicho, lo haría si no fuera porque he de mantener el libro alejado de ella.
Derek defiende la idea de que cada autor es un mundo, que cada uno de ellos tiene su propio lenguaje y forma de narrar. Ella podría reconocer su escritura. Y, dado que olvidó sus propios libros, hay peligro de que su cabeza se agite y que los olvide. Cosa que no queremos.
El libro sigue perteneciendo al género romántico Entre comillas. Porque para mí es la enfermedad de dos hombres.
No hay amor en el mismo género.
No puede existir.
Un error.
El protagonista piensa igual que yo. A pesar de ello, cae en la enfermedad, cae en los brazos del sanguinario. No hay escapatoria. Aunque tampoco me acaba de desagradar. Si la relación, no él. Me gusta como el asesino le cuida, le enseña y le protege. Es su guardián.
Hugo era así.
El ego que tenía me lo enseñó él. Ya no me siento atractivo como él decía, ya no me siento importante, ya no soy algo. Soy pequeño. Diminuto. Objeto insignificante propiedad de mi primo.
Siempre regresarán a mi.
Monstruo.
Es lo que soy. Un ser repugnante que no merece lo bueno, tampoco lo malo, ya que mi existencia no debería ser.
Quiero llorar. Muy fuerte.
Me abrazan por detrás mientras deniego las lágrimas a mis ojos. Cierro el libro y lo guardo.
—Tengo galletas muy ricas —Daniela, tiene una voz muy agradable.
—Sigo sin apetito.
Daniela se sienta en el escalón, descubre las galletas y agrita una delante de mi nariz. Es una bicha mala. Igual que Damián. Hacen una buena pareja. No puedo opinar lo mismo de Kora y Liang. Es personal. No me agradan. Aunque cada una tiene su personalidad se le arruina cuando tratan de complacer a su esposo, dando opinión como si fueran marionetas. Si él quiere matarme, ellas también. Si él me adora, ellas también. Las únicas que se mantienen son Daniela y Samiya. Claro que Samiya no opina mucho. Simplemente, es la responsable.
El caso es que no aceptó a ese par de sumisas. Me rechazaron sin motivo, así que ahora no las voy aceptar. Conmigo poco, conmigo nada. Para hacer su trabajo de escoltas no necesitan ser mis amigas. Lo que haga o deje de hacer es mi punto. A ellas no les tolero que me digan que debo comer. Ni siquiera les aceptó un bocado.
Estoy enfadado.
—¿Seguro que no quieres una? —acepto una y sonríe.
—Esperaba verte ayer, bicha.
—¿Viniste a casa? Ayer no fue un buen día.
—Hace mucho que no es un buen día —expreso, pensando en mí —Pero tienes al bicho que cuida de ti. Eso tiene que estar bien. A mi me gusta cuando cuidan de mi. Damián, Darley, Derek, Hugo, Samiya, Soraya y tú.
—Somos tú familia.
Ofrece una segunda galleta que rechazo con cortesía, sin embargo, la intenta meter a la fuerza. Rodamos escaleras abajo. Sirvo de colchón para ella en el aterrizaje sufriendo un par de rasguños.
Alza la galleta como si fuera un trofeo y vuelve a atacar.
Aprieto fuerte los labios.
—¡Abre la boca! ¡Abre! —demanda.
—No tengo hambre —me ahogo con la galleta introducida a la fuerza, tosiendo como un desquiciado, hasta escupirla y proclamar una gran verdad: —Eres temeraria, bicha —la luz de su mirada se apaga como si hubieran pulsado el interruptor —¿Bicha?
—Quiero estar sola.
Se marcha recuperando la mochila sin que me nazca la intención de cambiar su parecer. Sé lo que es querer soledad y no conseguirla. Últimamente lo sé mucho. Así que le doy espacio.
Me consigo unas chocolatinas en la cafetería para regenerar las heridas y voy al lavabo a limpiar la sangre. Estoy listo cuando aparece Nicolás y sus matones. El motivo principal por el que no quiero venir al centro. He aprendido con él que no es necesario estar encerrado para sufrir. Ni que exista un motivo. Al menos los Santoro tienen sus creencias. Pero, Nicolás no, él solo quiere atacar.
Intento escapar antes que inicie. Trágicamente, la puerta está cubierta por uno de los matones.
—¿Dónde vas, cara bonita? —no ríe, pero imagino su diversión interna mientras se acerca.
—Yo...
Solo quiero ir a casa.
El puñetazo en el estómago me tumba. Me bloqueo recordando el pasado mientras sube encima, desatando los golpes. Esclavo del miedo. Agradezco el detalle de no recibir en la cara, aún cuando lo hace por su seguridad, así nadie sabe lo que pasa y puede continuar.
Sus amigos ríen.
Clava los dedos en mi mentón y me obliga a ver sus ojos inexpresivos. No transmiten la frialdad de Máximo, aún así carecen de emoción, sin mostrar la diversión que le produce pisotearme.
Escupe a mi boca.
—Tienes unas pestañas muy femeninas.
—Por favor...
—Silencio, maricón.
No soy eso, no lo soy. Me repugna.
August abusaba de mí, físicamente y mentalmente, eso no me convierte en un enfermo. Yo... Incorrecto, inmoral. Solo por nacer. De haber sido yo mi madre hubiera abortado, ni me hubiera querido. Engendro de una violación. A los mellizos les encantaba burlarse del tema. Como si mi madre fuera puta por ello. No, no lo era. Era víctima. De mi padre y su familia.
—Que asco me das. Seguro que te la pasas pensando en mi polla.
—N... n... no...
—Hoy estás de suerte, maricón. Me siento generoso, tanto que te ayudaré con el problema.
Uno de los matones me sujeta la cara, otro le entrega unas tijeras a Nicolás y hasta yo colaboro sin poner resistencia. Corta mis pestañas. Los ojos me lloran, a causa de los pelos que caen en las cuencas.
Los amigos vuelven a reír. Nicolás no.
El líder se aparta para que sean otros los que me golpeen y escupan. Grabado y fotografiado Me levantan por los brazos, me sumergen en el agua del váter, después de que uno de ellos haya meado. Me ahogo. Lloró. Quiero gritar, más la voz se me rompe en el fondo de la garganta sin que pueda salir.
La diversión se termina al toque de la campana.
Nicolás es el último en salir. Y lo hace con el libro. El libro que escribió Soraya y que Derek me confío.
Inútil. Es lo que soy.
Vomito el agua sucia. Me reprendo por estar llorando. Cuando siento al monstruo ansioso de salir, consumo chocolatinas, devorando como único objetivo sin importar el estado en que estoy. Suficientes problemas. No quiero ser más. Me repugno sabiendo que he comido humanos, aunque lo marque mi naturaleza, pero es que yo odio mi naturaleza, odio haber nacido condicionado.
Habiendo gastado el surtidor de jabón, limpiando cabello, cara y boca, estoy de regreso a clase. La camiseta está empapada. Ya no huelo a meados. Mientras tanto, en la última fila, el grupo de matones ríen, cosa que enfurece a Daniela, la cual detengo antes de generar conflicto.
—Dejémoslo así —le pido.
—Son unos abusones.
—Derek quiere que me defienda solo.
—No hay porque hacerle caso al cuñado. Es muy de cagarla —por esto la aprecio, tan propia.
—Tranquila, bicha. Debo hacerlo por mí.
Al terminar el horario escolar, no hay función al salir, pues, en sustitución de la siempre presencia de Damián, hay un chófer con coche genérico. Lo sé, porque uno me llevó a la casa de Máximo y otro a la mansión principal, en ninguna de las ocasiones coincidí con el mismo conductor.
—¿Ha pasado algo? —le pregunto a Daniela.
—Un segundo —revisa el móvil y responde: —Nada importante. Hoy no habrá entrenamiento.
—Entonces me voy a casa.
—Te llevamos.
—Prefiero andar.
Boss me recibe al llegar, me agacho y recibo su amor en formato lametazos, aunque cesan ocupado con las golosinas que le doy. Siempre le compro algo o lo saco de paseo para animarlo, ya que extraña a Hugo.
—También lo extraño —le confieso con un susurro-
Mastico alguna de sus gominolas. No hay protesta. Se porta bien conmigo y comparte. Va a por la correa, le sonrío y digo:
—Te saco luego —ladra. Espero que en acuerdo, porque no me apetece salir y no lo quiero decepcionar —¿Estamos solos?
Vuelve a ladrar y me guía al salón.
Soraya conduce un simulador de carreras que conozco por las recreativas, solo que esta es muy avanzada y recorre la ciudad, no un circuito.
—Hola —la saludo cuando frena en el semáforo rojo.
—Hola, mordisquitos. ¿Cómo ha ido el día?
—Excelente. ¿Cómo fue la prueba?
—Aprobé. Ahora estoy con el práctico. El mediocre actor me ha comprado un simulador de conducción muy real. Incluso puedo atropellar —se le dibuja una sonrisa sutil —Mejor no te digo cuantas cucarachas he chafado. Soy terrible.
Este vocabulario no lo tenía antes y hay dos probabilidad; el primero, se contagia el mal hablado de Derek; el segundo, está recordando. Tengo que tener cuidado en el segundo punto.
Me gustaría que le regresarán los recuerdos.
Se lo merece Derek.
—¿Quieres probar? Gritan, corren y... ¡Chaf! Sangre en el parabrisas. Menos mal que se limpia solo.
—¿Los matas queriendo?
—Es una acusación muy grave, mordisquitos —se hace la ofendida y hace alusión al pasado olvidado —No soy el bambino. Aunque él dijo. Tú manipulación es innecesaria. Si quieres que me deshaga de alguien, señala y dispara. Claro que él nunca ha sabido hasta donde llegan mis limites.
—¿Alguna vez has matado?
—¿Qué? Solo es un juego —dice, ignorante de su historia —¿Quieres conducir o no? ¿O mejor comemos? Se han olvidado de nosotros. ¿Pedimos pizzas? Claro que pedimos pizzas. La cocina es nuestra archienemiga.
—Solo quiero ducharme.
—Genial.
En la privacidad de mi propio cuarto de baño, me quito la ropa y entro debajo de la lluvia artificial. Adoro limpiarme. Desde que conocí la ducha, estando sucio o no, la uso a diario y con exceso. Aunque hoy es vital.
Enjabono cada parte con especial atención a los rincones que ha agredido Nicolás y los suyos. También bebo jabón. Limpio por fuera, limpio por dentro. Más limpio, quiero más limpio. Aún quedan rastros. Siempre hay. De Nicolás, de Gina, de August... Ignoro las heridas que me hago.
Yo estaba bien, yo estaba bien, yo estaba bien, yo estaba bien...
Las lágrimas se camuflan con el agua. Siento que, todo lo logrado, se ha esfumado con un chasquido. Cada detalle se ha perdido. Los pequeños.
Era feliz bajo la lluvia creyendo que podía lograr contar al completa las gotas que la formaban, era feliz oliendo los olores de un parque, era feliz contemplando las nubes imaginando cosas, era feliz viendo la vida moverse a través de detalles, era feliz...
El corazón frena tras el toque en mi hombro. Al girarme descubro a Soraya. Con la ropa empapada y los brazos extendidos, preguntando:
—¿Abracito?
—Si.
Escondo el rostro en el hueco entre su hombro y mentón, solo es un abrazo, pero tiene el poder como para liberar mis penas y encontrar consuelo. Todo queda en un olvido temporal.
Calma.
—Tienes los pezones marcados —comento y rompe el abrazo.
—Aprecia tú vida —sale de la ducha —Derek enloquecería con tus comentarios. Apenas los conocemos, ya que es un actor pésimo, aún así sigue siendo un delincuente a gran escala y hay que temer —quien debe temer son los enemigos —Está pocho de la cabeza. Es empresario del mal.
—-Mejor te robo otra braga.
—Deja de robar, mordisquitos.
—Son negocios.
Seca las manos antes de recuperar el corazón negro que le regalo Derek y que no puede mojarse. Yo lo mojaría solo por la prohibición. Sin embargo, Soraya lo atesoro.
—Voy a pedir la pizza.
—No tengo hambre.
—¿De cuatro quesos? Me gusta el queso —escapa antes de recibir la negativa.
Antes de reunirme con Soraya, voy a la lavandería y del cesto robo la siguiente braga con la que golpearé a Derek. Molestarlo es mi pasión. El capullo gruñe, me riñe y dice que dejé de hacerlo, más no regresa ninguna prenda.
Con las pizzas al frente mi apetito sigue nulo, aún así me alimento para no incrementar la preocupación de Soraya, menos tras haberme pillado llorando. De ella no quiero penas, ni consuelo, quiero sonrisas.
Compartimos una tarde completa haciendo deberes y hablando del examen que se ha perdido. Quiere las preguntas, ya que mañana se lo harán a ella y lo que le apetece es jugar al simulador, no estudiar.
Derek llega con Odas.
Cogiendo una toalla de mano la coloca en el hombro de su mujer y el pájaro se le sube. Frota cabeza con cabeza y chilla, ya que parece que no quiere compartir la atención con el simulador. Es como Derek.
—Hazle caso que te extraña —le dice el susodicho.
—Estoy ocupa... ¡Ay! —brama, cuando le picotea la nariz —¡Eso no se hace, pajarraco!
—Se parece a ti.
Soraya y Odas discuten. Mientras tanto, Derek se desentiende y viene a por mis deberes.
—¿Cómo te ha ido hoy? Tienes un error —señala el fallo y se pone a escribir cuatro ejercicios similares. Solo pienso en el libro. Tengo que recuperarlo antes que se dé cuenta de lo que ha pasado —¿Crees poder acabar para la cena? Yo digo que no.
El problema de los ejercicios que impone, es que si fallo, van aparecer cuatro más y de mayor complicación. Lo peor es que me gusta que lo haga así. La muerte me desafía y no puedo negarme, enfrentarme es mi placer.
—Quiero dejar la escuela —inicio la habitual conversación.
—Ya, bueno. Te jodes —y él la finaliza.
Mentalmente leo los problemas cuando Derek reclama la atención de Soraya y la mía. Ni el primero me deja hacer.
—He estado pensando en vuestra casa. No es tan grande como mi mansión, pero tiene un tamaño considerable. Muchas habitaciones y...
—Aquí no vivirás —le corta, Soraya.
—¿Sabes quién paga los gastos?
—El ratoncito Pérez. Segura al cien. Es multimillonario, se lo puede permitir. El tráfico de dientes está en alza con cada niño que nace.
—Entiendo. Pues el ratoncito dice que hay mucho sitio y que no habría ningún inconveniente de un inquilino más.
Trato de comprender lo que está pasando. Aunque diga que no, Derek vive con nosotros. Nos cocina, organiza las agendas y duerme con ella. Cubre nuestras necesidades y más. Y admito que me gusta compartir casa con él.
—No es no.
—¿Segura, jefa?
El corazón se estremece con la tercera voz participante y debo pellizcarme, asegurando que es real. Está aquí. Ha regresado. Soltando la bolsa deportiva y el casco para recibir a Boss.
El encierro le ha sentado bien. Está más... Esperaba que al verlo luciera demacrado, pero sucede lo contrario, está más, como diría él, más atractivo. El cabello y la barba le han crecido. Ha recuperado la blancura de sus ojos y se miran rudos. Viste deportivo. Muy en su línea. Con la variante que es de marca, no de mercadillo.
El Adidas en grande sobre los pectorales disimula la clase de cuerpo que se esconde bajo la tela. Marcado, más no hinchado.
Ya no tiene la escayola en el brazo. Tampoco heridas visibles. Ha tenido tiempo para sanar.
Es un hombre guapo.
Muy atractivo.
—Hugo... —a Soraya, le brillan los ojos.
—A mis brazos, jefa —Hugo le abraza y ella llora, expresando la falta —Oh, perdóname. Perdí la cabeza y te lo hice pasar putas. No me porte como debería haber sido. Te compensaré.
La sensación de alegría por verlo va desapareciendo recordando el encuentro que tuve ayer con Damián y la negativa. Estaba mejorando, si. Pero no para salir veinticuatro horas después.
¿Qué cambió?
No quiero repetir sus días de abstinencia. Son un asco. No porque me atacará cada que las padecía, sino porque, lo que realmente me afecta, es ver cómo se daña a sí mismo. Por otro lado, de repetirse, Derek quedará en evidencia. Tendrá problemas con Soraya y la confianza.
—Que no se repita —lloriquea Soraya.
—Te lo prometo —me disgusta su falsa promesa.
Al romperse el abrazo entre Hugo y Soraya, no sé como actuar, me sudan las manos y parece que él ni va a molestarse en mí. No, no parece, es que me ignora al completo.
Se sienta al sofá sin saludar. Ni una mala mirada. Capto el mensaje. He dejado de existir para él. Soy el traidor. Sabía que pasaría. Lo hice por él, quería que se recuperara, sin embargo, dadas las circunstancias, ninguno de mis actos significaron algo porque está aquí cuando no está curado.
—Saluda a Mordisquitos —le reclama Soraya.
—¿Y ese quién es?
Me está matando.
—Alessandro.
—Tú novio es un buen cabrón, jefa. Me ha comprado una moto por mi comportamiento ejemplar en el centro.
Derek me mira, luego a Hugo. Hay algo en la forma en que lo mira que me hace saber que no está de acuerdo con su actitud. Aunque no interviene.
Entiendo que su amistad es más importante.
—Eres mi cuñado. Lo último que quiero es estar mal contigo.
Las palabras de Derek solo son una confirmación a mis pensamientos. Soy el nuevo.
Hugo habla lleno de engaño. Cuenta anécdotas del inexistente centro de rehabilitación. La relación con los profesionales y sus compañeros. La fiesta que le han organizado por la mañana debido al alta. Por su exprés recuperación. A la cual explica que se debe por una mentalidad fuerte. Son mil mentiras y las creería, si no fuera porque conozco la verdad de antemano.
Odio a este Hugo.
Quizás siempre fue así. Solo que yo no supe verlo. Incluso lo hacía santo caído en drogas hasta que Derek me quitó del error.
Derek va a la cocina y llama a Soraya, la cual va detrás. Quedó solo con Hugo y su actitud hiriente. Tengo que hacer algo.
—Hu...
Me detiene el grito proveniente de la cocina por parte de Soraya y el golpe seco, el cual me recuerda las agresiones de Derek. La sangre se me hiela. El miedo de un retroceso, la pasividad de Hugo.
¿A favor de quién está?
Antes de ir, Derek se asoma y Soraya a su lado, intacta. El que no está tan intacto es él con la mejilla marcada por un guantazo.
—Tenemos que irnos —Derek me despeina como si nada pasará y, entonces, oigo la profunda respiración de Hugo —No os matéis. Dos imbéciles solos son capaces de mucho.
—Quiero ir con vosotros.
—Las citas son de dos.
—¡Nada de citas! ¡Te odio! —le grita Soraya, poniendo la correa a Boss y con el águila aún en su hombro.
—Entonces puedo ir.
—No —sincronizan la respuesta, tajantes.
Estoy solo con Hugo. Mi pulso está en alerta en cada gesto suyo, en como se inclina a recoger la bolsa deportiva y el casco, antes de que nuestras miradas se reúnan y sufra un escalofrío.
Sus ojos están oscurecidos.
—Hund.
—No me insultes, por favor —me masajeo la nuca inquieto y hablo, busco una oportunidad —Entiendo que me odies. Creía que hacía lo correcto... Mira... Nosotros... Nosotros viviremos bajo el mismo techo y lo que pasó... Dejémoslo en el pasado....
—Patético —aprieta el puño con el que sujeta la bolsa y se enfoca en la escalera, mientras yo lo hago en la vena que se marca —Necesito instalarme. Mueve tú culo huesudo y muéstrame las habitaciones —evitando conflictos hago lo que pide, aún así ninguna le gusta —¿Cuál es la tuya?
—Esa —señalo la puerta.
—Ya no —entra sin permiso, lanza las cosas encima de la cama y se acerca al gran ventanal —Menudas vistas. Me gusta. Tienes cuatro minutos para sacar tus mierdas y decirme donde quedaron mis cosas.
—No puedes adueñarte de mi habitación.
—¿O qué? —en cuestión de un fragmento, estoy acorralado en la pared y su brazo hace presión en mi tráquea —¿Quieres quedarte? Quédate. Será bajo mis reglas. Primera regla. No me jodas.
—Va... vale...
Recupero la respiración cuando afloja. No pasa lo mismo con él, ya que la mantiene pesada. Como si algo atascado no le dejará respirar. Seguramente, sean síntomas de la abstinencia.
Enseño donde están sus cosas y empiezo a desocupar el armario. Tengo una exageración de ropa. Incluso hay mucha que no me he llegado a poner. Mi necesidad de no estar con el mismo conjunto por años. Solo imaginar llevar lo mismo por semanas, sucio y sangrando, lo doloroso que es cuando te lo quitan con la piel pegada... Cierro los ojos con fuerza. Me niego a viajar a esos recuerdos.
—Mejor me quedo tus cosas —me aleja la ropa, se quita la sudadera y se pone una de mis camisetas. En el proceso le descubro restos de la pelea con Derek —Estoy cansado de la ropa vieja.
—Tú chándal es nuevo.
—¿Cuál es la primera regla para quedarte?
—No molestar —respondo frustrado.
—Asunto arreglado. Lárgate.
Voy al salón con la decepción expuesta.
No queda nada de mi amigo. Ni de su personalidad, ni de nuestra amistad. Se lleva bien con Derek, es agradable con Soraya y yo... yo... Soy el gran perdedor.
Escapando de las lágrimas me centro en los ejercicios. Inútilmente, lo sé después de estar estancado más de diez minutos en la misma frase.
Me pican los ojos.
No quiero pensar en él, no quiero que me afecte. Claro que tenerlo presente sirviéndose una copa del minibar no ayuda.
Se ha vuelto a cambiar de camiseta por una de manga corta y que resalta los tatuajes de sus brazos. Mientras me ignora, yo le presto atención, al completo, eclipsado de su gran físico. Hermoso y peligroso, así son los animales y plantas más mortales.
—Ven aquí —ordena.
—¿No puedes aplicar tus leyes contigo? No me jodas.
—A mi no me hables con ese tono.
Me quita los ejercicios y los revisa, aún así pregunta:
—¿Qué es? —capto la idea, él puede molestar.
—Mis deberes.
—¿Desde cuándo tienes deberes?
—Derek me obliga a ir a clase con Soraya. Si quiero estar aquí tengo que cumplir sus requisitos —aprieta los dedos en la libreta —Son mejores que los tuyos. Con él aprendo.
—¿Qué eres de él?
—Somos amigos —arranca la hoja, antes de soltar la libreta que impacta contra el suelo y dirigirse a la cocina. Le sigo y añado: —Fue después. Pasaron cosas que...
—¿Quién te pregunta?
—Solo pretendo que...
—Cállate.
La situación no es fácil de primeras, aún así él las complica más, sin querer mis explicaciones. Solo dice; calla, calla, calla... No quiero callarme. Quiero que entienda mis buenas intenciones. Pero. Cuando sus ojos me repasan de una forma que no entiendo, el pulso me ataca y guardo silencio.
Revisa la despensa y las dos neveras, saca los ingredientes que Derek encarga para cocinar. Si dependiera de Soraya y yo, lo que habría sería comida preparada. Soraya no sabe cocinar y yo ni lo he intentado.
Tras dejar cebollas, ajo, apio y patatas en la isla, abre el cajón de los cuchillos seleccionando el más grande. Me superan los escalofríos al ver pasar su lengua por el filo de la hoja.
En voz grave, cuestiona:
—Der Tod ist zurückgekehrt, er hat Soraya gefickt. Narr. ¿Sabes cuál es su traducción?
—Algo de Soraya.
—La muerte ha regresado y se ha follado a Soraya, tonto.
—Me arrepiento de haberlo dicho.
—¿Por qué?
—Porque no te he ayudado.
Se hace el silencio. Continúa jugando con el filo del arma mientras trato de controlar los temblores que me nacen. Es un tiempo corto. Una pausa que al pasar, a través de sus mirada teñida en negro, ha declarado mi sentencia, culpable.
Soy el malo. El traidor.
—Tú querías ser mi amigo, Hund. Ese era tú deseo. Y lo jodiste cuando te entrometiste en un lugar hostil para mí. No hay vuelta atrás —da un paso al frente, retrocedo —¡Corre!
Corro a mi habitación. Corrijo, a la habitación de Hugo, después de que me la haya robado. Lo tengo pegado a los talones. Ni siquiera tengo margen para cerrar la puerta, la cual cierra él con cerrojo después de entrar.
Rueda el cuchillo y sonríe sombrío.
—Quiero seguir siendo amigos.
—Nunca fuimos amigos.
Causa la distracción justa, lanzando el cuchillo que se clava en la pared, para lanzarse sobre mí y arrastrarme a la cama. Forcejeo con él. Es imposible escapar una vez está encima y aplica su fuerza.
Sujeta mis muñecas por encima de la cabeza.
—Grita, patalea. Forcejea lo que quieras. Nada de lo que hagas o digas cambiarán mis ganas de matarte.
La piel reacciona a su toque a mi cuello y el siguiente deslizamiento que define la vena. A continuación, de debajo de la almohada, saca esposas que emplea para encadenarme al cabezal, lo suficiente para ir a la bolsa deportiva y sacar un juego de cuerdas con los que ata mis piernas y brazos.
Tarea una canción recuperando el cuchillo.
—Esto es culpa tuya.
—Yo no...
Se apresura a presionar el arma en mis labios.
—Shhhh. No hables, cachorro. Sé una buena presa y no hables.
Humedece los labios subiendo encima. Se engancha a mi camiseta y la corta, en línea recta y por el centro. De abajo a arriba. Apoyando la punta del cuchillo en mi nuez al finalizar.
Espero la sentencia que hace rogar.
Pasea el arma por mi cuerpo contrastando las temperaturas fría del material y mi cuerpo caliente. Se desplaza despacio. Por el cuello, por los brazos, por los pectorales, por el abdomen... Frota el punto exacto en que me apuñaló.
El corazón grita auxilio. El cuerpo continúa reaccionando con él de una forma indescriptible. Miedo no es. Ruega. Súplica por las atenciones sombrías. Se comunica con el criminal en un lenguaje que no entiendo.
—Aquí había dejado algo —jadeo, a causa de sus yemas sustituyendo el arma sobre mi piel. Sin tela. Caliente con caliente —La regeneración siempre me ha llamado la atención. Hace que la presa agonice más. Dime, ¿sabes qué eres?
—¿Importa?
Sube de nuevo el cuchillo a mi garganta.
—Yo pregunto, tú respondes. Es simple.
—No quiero.
Entierra los dedos en mi mandíbula para que no le puede girar la cara y vuelve a jugar con el arma sobre mi cuerpo. Define los caminos que separan los músculos, luego lo hace con las venas, las más notorias y azules.
Algo en mí quema.
Se vuelve asfixiante cuando corta el cinturón, rasga el pantalón y descansa el cuchillo en plano encima del pene.
—¿Qué sientes a segundos de morir?
—No responderé.
—¿Tienes miedo de mí?
—Mátame.
Se corta la palma de la mano sin una mueca de dolor. La sangre me salpica el vientre a la vez que vuelve a lanzar el cuchillo en la pared y se queda mirando como mi piel se tiñe en rojo. Hasta que lame su herida.
Tendría que pensar en negativo. En lo incorrecto que es él. Sin embargo, dentro de lo incorrecto, hay algo que... No sabría explicar.
Vacía la sangre de su boca en la mía y estampa nuestros labios, el ataque me pilla desprevenido. Mis sentidos despiertan, los del monstruo, sufriendo de hambruna y siendo saciado al instante que el líquido desciende por la garganta.
No puedo resistirme a su beso. Ni podría de estar suelto. Una constante inquebrantable. Agresivo y frenético. Empleando su lengua para maltratar a la mía.
Inaceptable.
Quedo sediento cuando rompe la unión y se hace a un lado. Enfermizo, quiero más de su boca. A pesar de ello, soy feliz con su mano jugando con la barba y la sonrisa que me dedica.
—Idiota mío, no te arrepientas por salvarme la vida. Necesitaba a Death —las mejillas se me calientan de mala manera, sus ojos me observan honestos y su sonrisa no se esfuma —Iba a morir por esa mierda y tú me salvaste. ¿Cómo esperas que después de eso me convierta en tú asesino?
—¿Me perdonas?
—Eres muy lento.
—¿Eso es un sí?
—Aceptaré una disculpa cuando haya un motivo real.
—¿Algo así como desear tú regreso a la mazmorra? —parpadea y la sonrisa es historia —Ayer quise visitarte y Damián me lo negó. Dijo que...
—Ibas a arruinar la sorpresa —su expresión se suaviza —Estoy aquí, cachorro. En casa. Voy a compensar mis desastres.
—Tú no eres un desastre.
—¿Seguro?
—Las cosas no están bien. Pasaron cosas y yo... Yo no me recupero, he perdido lo que me enseñaste. Para mí... —me pican los ojos —Hay cosas buenas, pero... Son tan pequeñas que yo... yo... yo...
Lame la primera lágrima.
—No quiero que llores aún.
—No quiero llorar.
Con el sabor de la lágrima me besa por segunda vez, más profundo y urgido, con el odio por mi llanto. Muerde mi lengua, me hace sangrar, mezclado con su saliva resulta agradable. Dos hombres es enfermizo. A pesar de ello, hace mucho que me rompí y no quiero decir que no a esta enfermedad con Hugo. Lo he sabido en el primer beso. Es lo correcto en lo incorrecto. Un respiro.
—¿Seguimos con la matanza?
—¿Qué matanza?
—Adoro tú lentitud, cachorro —se echa reír entorpeciendo mi latido —Voy en serio en lo de matarte, joder. Pero lo haré de placer.
Resigue el contorno de mi oreja con la punta de la lengua, a la par baja la mano al abdomen que preciosa cuando muerde el lóbulo.
Si me quisiera lucharía con las cuerdas para escapar de él, pero como lo quiero más a él soy un cúmulo de jadeos. Hasta he olvidado como respirar.
Me provoca otro jadeo pellizcando el pezón.
—Mmmh. Que rico, cachorro.
—Incorrecto.
Inhala mi cuello y muerde. Clava los dientes con un dolor aceptable. Continúa haciéndolo con empeño por el resto del cuerpo. Muerde un pezón, el otro. Lo hace mirándome intenso. Desciende por la línea central de las abdominales, pasando por el ombligo, hasta alcanzar el inicio de la "uve" con terminación oculta al pantalón rasgado.
Su expresión se amarga apoyando la mano en el bolsillo abultado y sacando la braguita de Soraya.
—¿Con qué puta follaste?
—Y... y... y...
—¿Llenaste coños en mi ausencia? No, eso no puede ser. Eres más puro que la Virgen María —soy lo opuesto a su afirmación. Tengo el historial manchado. Solo con uno que... —Deja de hacer pucheros.
—Son de Soraya —confieso.
—¿De mi hermana? —asiento despacio —¿Qué haces con una de sus bragas? ¿Te masturbas con ellas?
—Nunca haría eso.
—Ya estás tardando en darme una explicación coherente.
—Se las lanzó al capullo de Derek. En la cara —sostiene nuestras miradas en un mar de incertidumbre. Tarda en reaccionar, aunque al hacerlo debe arrastrar la mano a su estómago por su fuerte carcajada —Nunca se las devuelve, así que si alguien usa las braguitas para masturbar es él. Claro que ella no es mejor —silencia la risa —Sabe que se las robó y las sigue dejando en el cesto. Solo soy un intermediario.
—Hay mucha indecencia ahora que es mayor —regresa la prenda al bolsillo —Nosotros a lo nuestro. ¿En dónde estábamos? Cierto, con tú polla.
Recupera el cuchillo. Destripa las barreras textiles que se interponen entre su mano y mi erección. Me avergüenza la dureza, más que la manipule, así que antes del contacto cierro los ojos.
Elimino la imagen de que es un hombre. Solo un único segundo, el segundo en que su barba no se frota contra mi miembro.
Ahogo el suspiro por culpa de su lengua, jadeo con la humedad de su boca y tiro de las cuerdas al percibir el fondo. Tiene el control. Mi cuerpo ya no es mío, al igual que tampoco lo son los latidos y los pensamientos.
Se proclama ganador cuando gimo.
—Mírame.
—No.
Los dientes amenazan con morder y cumplo.
Contemplo al hombre que me la chupa y no viceversa, el hombre que no me daña dándome placer oral. Saborea los huevos como una exquisitez. Ha jugado muy bien con sus palabras porque me está matando la estabilidad, y lo hace con el placer que no sabía que pudiera tener.
No es cuestión de ser hombre o mujer. Que sea enfermo o no. Simplemente, yo me había abstenido al sexo. Ni siquiera participé en la orgia. Negué cualquier contacto observando a Hugo y las chicas.
Estaba repugnando con el tema. Sin embargo, ahora, quiero alcanzar el punto de no retorno.
Una mezcla de contradicciones me asalta. De lo correcto y lo incorrecto, un debate que llega a su fin en el éxtasis.
Estoy en blanco.
—Ni tan mala para mi primera mamada —creo que se cree que soy estúpido —¿Te puedo pedir que me la devuelvas? Supongo que no.
—Nunca te vi pedir.
—Tendremos que celebrarlo —no le correspondo la sonrisa, y él la borra a las vez que se le aprietan las cejas al centro —Cámbiame esa cara que no me estoy extralimitando, no contigo. Te busco el placer.
—¿Me buscas el placer?
—¿Cómo te lo explico? Muchos definirían mi estilo de follar como egoísta, ya que nunca me he preocupado por el otro y en un porcentaje los mataba, quizás por aburrimiento o por locura. Hoy no es así —me besa con los labios manchados de semen —No es enfermo.
—No sé qué lo que sea eso, lo que sí sé es que esto lo es.
—Digo esto. Te follaré y no será enfermo, porque no hay nada malo en que dos hombres follen —trago grueso —No pretendo forzarte como lo hicieron antes contigo. Así que, acéptame.
—¿Quién te lo dijo?
—Damián y Death, principalmente, Damián. Entiendo que el conquistador quiera cuidarte, pero no lo hago en Death. Incluso te prefiere antes de mí —se le nota la molestia en la voz, aunque intentará disimularlo, se le seguiría notando —Si no fuera porque eres tú te hubiera matado.
—No quiero problemas.
—Tranquilo, cachorro. Por ti soy segundo —golpea, suavemente, nuestras frentes y regresa la sonrisa —Nosotros a lo nuestro. ¿En dónde estábamos? Cierto. Iba a preguntarte si me la chupabas. ¿Me la chupas?
Optó por no responder. No quiero. Tampoco quiero que se moleste por no querer, menos cuando él ha bajado ahí.
—¿Qué piensas? —escaparía, lo intento, cosa que me recuerda que estoy atado al cabezal —Solo huirás sí quiero —sujetándome por la mandíbula, ladea mi cabeza y lame el lateral —Solo tienes que negarte. Podrías decir algo como. Me gustas, pero que te la chupe tú puta madre.
—Hugo...
—Primera regla. La actuación termina cuando voy a follarte. No soy Hugo, soy Gunther.
—La primera regla es no molestar.
—Todas ocupan el primer puesto.
Me hunde la cabeza en la almohada dejando expuesto el cuello que maltrata con chupetones y mordiscos. Es la zona que él más disfruta, también en la que yo encuentro más gusto.
—¿Me la chupas?
—Es enfermizo.
—¿Me la chupas?
—No quiero.
—¿Era complicado decirlo?
El último mordisco, sentido como castigo, me hace sangrar del cuello a la par que flexiona mis piernas y baja. Estoy en una situación vulnerable. De peligro. La posición le da vía libre al culo que saborea.
Me quemo con su falta de vergüenza y delicadeza. Separa mis nalgas y su lengua se convierte en exploradora. Moja el sendero, entra en la cueva. No es como siempre. Me siento a gusto.
Evito mirar su erección cuando se baja el pantalón. Tengo un nuevo asalto con las cuerdas que lastiman mis muñecas y tobillos, aún así continúo por... No sé. Quizás supervivencia.
Lo noto al trasero.
—Mírame.
—N... No... No qui...
—¿Te gustaría que te amenace? ¿Quieres un cabrón? —lo miro y, vamos a discutirlo, porque empiezo a creer que sus sonrisas son una clase de truco para desarmarme —Quiero que sepas a quién perteneces, que no soy uno de esos putos Santoro y que cuido de mis cosas.
Cosas. Dices que soy una cosa, su cosa.
Si había la posibilidad de sacar algo bueno, se acaba de ir a la mierda, igual que se puede ir él. Ni soy una cosa, ni pertenezco a alguien. Ni a August, ni a Hugo. No soy un objeto para su disfrute.
—¡Suéltame! —grito furioso.
—Nein!
—¡Suéltame, por favor! —las cuerdas empiezan a ceder obligando a Hugo a retenerme con sus fuerza. Igual sigo enfurecido —¡Soy alguien! ¡Alguien que sufre! ¡Alguien que se esfuerza en ser valorado y...!
Respondo su beso con un mordisco.
—Eres frágil como el cristal.
—¡Te odio!
—¿De verdad lo haces? —la furia se disipa con su mirada gris, muy claro, sin nubes que entorpezcan —Ya me parecía. Mira, yo te estoy valorando, porque de no hacerlo te hubiera ahogado a pollazos y te estaría dejando el ojete como el cráter de un volcán. Créeme cuando digo que me estoy conteniendo mucho.
—Entiendo porque eres amigo de Derek.
—Sorpréndeme.
—Eres igual de capullo.
Los últimos rastros de cabreo que pueda tener los extermina con besos y la danza de su lengua, bailando y enroscándose con la mía. Consigue el dominio y la calma, lo mantiene al penetrar. Entra suave, paciente. Tiembla un poco, tal vez por estar contenido de su verdadero yo.
Digamos que no fue delicado en la orgia. Claro que su agresividad follando la había normalizado por August, sin embargo, ahora sé que no es así. Que se puede corromper con una mezcla ácida y dulce.
Disfruto de la enfermedad con Hugo. Tan distinto.
Necesario y querido.
—Gunther —gimo su nombre, el real.
—Me la pones muy dura, cachorro.
Atienda a cada expresión. Me lame las lágrimas y comparte el sabor con besos que mantienen un estado sereno, dentro de las posibilidades.
—Voy a arruinarme si sigo siendo tan blando.
Sale a buscar el cuchillo que emplea para liberarme de las cuerdas, besa las heridas que han quedado y olvida la clemencia. A cuatro me hace conocedor de la crudeza. Actúa desalmado, sin embargo, hay algo en su forma de tratarme que me hace saber que sigue conservando algo de bondad.
Tiene paciencia porque quiere cuidarme. Y, por la previa, he aprendido que se detendrá si se lo pido.
Nadie me obliga.
Estoy donde quiero estar. Con un defecto cerebral por el cual me quedo gimiendo su nombre y destrozando las telas de la cama. Mordiendo la almohada cuando los dientes la alcanzan.
Nuestros gemidos combinan. Me queman el oído cuando los libera a mi oreja acompañado por su cálido aliento. Se libera dentro de mí. Continúa cuidando de mi placer hasta que ensucio su mano.
Interpone distancia entre los dos.
Él sentado en la esquina y yo tumbado boca abajo, ninguno da inicio a una conversación. Se enciende un cigarro. La habitación es el único oyente de nuestras respiraciones y sus caladas.
Al terminar el cigarro se encierra al cuarto de baño sin pronunciarse, pronto oigo el sonido de la ducha.
Aprovecho que se baña para saltar fuera de la cama. Sin darle importancia a las quemaduras por las cuerdas, consumo un par de chocolatinas y me dirijo a salvar alguna prenda del armario. Me visto y hago una maleta con lo básico. Una camiseta, un pantalón y un par de calzoncillos. Otra camiseta. Otras cuatro más. Sin querer perder nada agarro un montón en un abrazo.
—¿Qué haces?
Infarto al verlo de pie y bajo el umbral. Con una toalla atada en la cintura y gotas deslizándose.
—¿Te quedarás sin responder? Te lo perdono. Sé que soy un monumento que admirar.
—Los maratones te hacen feo —entrecierra los ojos —No envidies mi regeneración. Ser yo no es divertido, preferiría...
—No lo hago —se acerca, resigue mi cuello y procede a morderme causando un dolor que expreso con gemido —¿Qué eres?
—Un zombie.
Me ofende con su risa grotesca. Ser yo es despreciable, no es necesario que se rían por mi condición antinatural. Suficiente con mi descontrol.
—Los zombies no existen.
—Yo existo.
—Si, pero no eres un zombie.
—Derek...
—¿Dirás que lo confirmó? Siempre se le ha dado bien mentir para no parecer un ignorante. Ni sabe de las criaturas, ni de La Orden. Aspiraba a tener una vida normal —hace comillas —Estúpido, ¿no crees?
—También me gustaría algo normal.
—No jodas. Nacimos para ser extraordinarios, no conformistas de lo vulgar. Comprendo que no lo ves por lo que te hicieron esos gusanos cobardes, pero somos especiales y no hay que avergonzarse por ello.
—Aún así...
—Háblame de ti, déjame saber que eres. Empecemos por ese apetito insaciable que tienes y la regeneración.
—Cuando no sació el apetito me transformó en algo desagradable.
—Define desagradable.
—Horrible. Tengo colmillos, piel negra. Se me rompe la ropa porque soy más grande y, bueno, me alimento de cualquier cosa —el recuerdo de una mujer embarazada ocasiona mis arcada —Soy un monstruo —lloriqueo.
—Los monstruos son quienes no te dejaron alimentar —dice impasible —Los monstruos son los que nos entierran, los que quieren llevar a nuestra exterminación y de los que nos defendemos con una guerra.
¿Hasta qué punto le hablaron de mí?
—Tus muertes son de ellos. No como las mías. Y no me arrepiento de ninguna de ellas —sonríe con burla —Te follaste a un sabroso asesino, cachorro. ¿Cómo le sienta eso a tú culo?
Sube la temperatura de mis mejillas.
—¿Qué eres tú? —trato de escapar del tema sexual.
—El jinete sin cabeza —responde con orgullo. Ahora, gracias a las películas vistas, comprendo su obsesión por los cuellos —Eso no me emparenta con los Salvatore. Nuestras sangres son distintas. Yo era humano.
—¿Cómo?
—Algunos nacen, otros se maldicen. Yo soy del segundo grupo. Y doy gracias de ello.
—¿Cómo te maldecirte? —responde la ignorancia del hecho con un gesto de hombros —¿Y puedes sacar una conclusión de mí?
—Necesitaré más información. Por ahora, regresemos con el tema de tú ropa y lo que pretendes hacer.
—¿Qué no es tuya?
—Estaba jugando, Hund. Es tuya —mi ropa, mi preciada ropa ha regresado conmigo. Sana y salvo —¿Y bien? ¿Qué hacías con ella?
—Elegir otra habitación. A no ser que está siga siendo mi habitación...
—Nuestra habitación.
Tiene algo roto en la cabeza. Era evidente, después de todo, normaliza nuestro acto prohibido. Somos enfermos. No obstante, no estoy dispuesto a dejar que crezca compartiendo la cama. Por otro lado, están las pesadillas y los accidentes nocturnos, de los cuales no quiero que sea espectador. Derek lo sabe, pero eso no significa que quiera que lo sepa Hugo.
—Búscate la tuya.
—¿Tú crees que es opcional? Claro que no. Te quiero molestar —golpea el colchón tras sentarse, repite el gesto hasta que accedo a acompañarlo conservando espacio entre los dos —Hablemos de como conociste a Death.
Narro el trayecto que he realizado desde la primera vez que lo odie y mi actual aceptación. Explico que el motivo del rechazo era porque golpeaba a Soraya. No defiendo ninguna de las agresiones, aunque admito que el olvido es el mayor castigo, más que los golpes de Damián.
—Soraya le temía al principio. Aunque eso ya pasó, sin embargo, él insiste en ser quien no es cuando se trata de ella.
—Estúpido.
—También me dijo que es malvada.
—Nunca ha dejado de serlo. Se relajo, pero sigue siendo la misma perra manipuladora. ¿Olvidas quién lanzó las cosas de Laura por el balcón? ¿Olvidas el juego del maniquí? ¿Olvidas nuestro primer beso? —niego, nunca lo vi como algo malo —Se presenta como ángel, más es un demonio.
—Espero que no sea mala conmigo.
—Sus malas acciones siempre aportan algo bueno. Quizás deba decir que es la mezcla de un ángel y un demonio —dicho esto, retoma la conversación a su interés principal —Nosotros a lo nuestro. ¿Por dónde estábamos? Cierto. Dormiremos juntos.
—Estoy en desacuerdo.
—Y yo dije que no es opcional.
—¡Hund! ¡Despierta, Hund!
Grito histérico preso de las pesadillas que actúan como verdugo ofreciendo alteraciones desagradables del recuerdo. Risa de hiena. Heridas de buitre. Me aplasta con su peso, embiste desalmado. Olvidó la existencia del corazón. No lo recupera en su partida. Aúllan los lobos que hacen sangrar el apellido.
Migajas para el hambriento.
Alarga la mano con buenas intenciones. Estoy asustado, muy asustado como para aceptar a un desconocido con ojos de luna.
Insiste.
Sangre y aullidos.
Un muerto más para el apellido.
El buitre furioso golpea. Nunca escaparé.
—¡Ven conmigo, Hund! ¡Despierta!
Una fuerte sacudida me arranca de las pesadillas. Tiemblo en brazos de Hugo a la vez que trato de ubicarme. Desde que regresé, buscando la calma tras una pesadilla, creé un ritual de visualización formado por cinco elementos; ventanal, armario, lámpara, sábana y manos. Esto lo hago con los pantalones mojados.
Sin embargo, al percatarme en está ocasión, empujo al hombre que me abraza para romper en seco el contacto. Me alejo. No le permito venir, aunque sus ojos me supliquen. O quizás lo imagino.
Hugo no es de suplicar. Ni tan siquiera en silencio.
Idiota. Le dije que no durmiéramos juntos, se lo pedí bien, pero me rendí y ahora está viendo mi precariedad. Son los niños quienes mojan la cama, los que lloran por las pesadillas y gritan a su mamá para que les salven. No debería ser yo. Ya no tengo edad para ser el niño.
—No soy el enemigo.
—¡Lárgate!
Lo empujo cuando lo tengo encima. Forcejeamos, emplea su fuerza y terminamos de regreso a la cama. En sus manos parece fácil retener.
—¿Cómo quieres que me vaya?
—Por favor.
—Nein!
—¡Tengo hambre!
Me libra de los agarre. Por unos segundos, los cuales parecen horas, me sigue atormentando su presencia antes de la marcha.
Cierro los ojos agotado, me froto la cara y maldigo las lágrimas que demuestran debilidad. Sollozo. Trato de luchar con el pasado y aferrarme al presente en el que fui libre, ya no lo soy. Tras Italia sé que estoy en una falsa sensación de libertad, porque los Santoro vendrán y no podré huir. Nada será comparable al pasado. No quiero pensar el aterrador futuro que me depara.
Calmarme me lleva un tiempo. Una vez lo consigo, me ducho, me visto con un nuevo pijama y desmontó el desastre para la lavadora. Aprovecho el tiempo del lavado para buscar a Hugo. He de disculparme por mi actitud.
Hugo cocina y Derek le da conversación, manteniendo una servilleta de papel en la nariz rota.
—Hugo.
Al girarse su expresión no es la más amistosa.
—Voy a hacerlo oficial. Es una putada —no tengo los reflejos suficientes para esquivarlo y salvarme de sus dientes. Sella mi cuello con un mordisco —Odio la regeneración.
—Conmigo lo disfrutas —Derek, se señala la nariz.
—Demasiado amable soy contigo. Si vuelves a golpear a mi hermana... —pasea el pulgar por su yugular —Capito?
—Merezco más que la muerte.
Hugo blanquecina la mirada. Me prepara un bocata de jamón y queso, y sigue elaborando una receta del libro que me regalo Soraya en Navidad.
Se anticipa a mi disculpas con un beso corto, suficiente para que me arden las mejillas y grite por dentro al tener público. No obstante, Derek ignora la situación o no le apetece atacarme. Al fin y al cabo, para él, las relaciones en el mismo género no es ninguna enfermedad.
Ninguno de los dos hace referencia a mis pesadillas. Tampoco hay la propuesta de jugar a Control. Hoy no se sale.
Corto un sobrante del jamón y se lo doy a Boss.
Interrumpo la conversación de los amigos:
—Soraya dijo. No soy el bambino. Aunque él dijo. Tú manipulación es innecesaria. Si quieres que me deshaga de alguien, señala y dispara. Claro que él nunca ha sabido hasta donde llegan mis limites.
—Eso me recuerda algo —Derek, saca el móvil para Hugo.
—¿Control? —pregunta con fastidio. Los labios se le tensan mirando lo que no sé, el gris de los ojos se oscurecen y la respiración se intensifica —¿Cuándo ha pasado esto?
—De hoy.
Hugo saca su nuevo móvil y le pregunta:
—¿Cómo se agrega?
—Necesitas dinero.
—Tengo el tuyo.
Derek le enseña el funcionamiento de Control desde el punto de un Controlador y las funciones. En todo momento, no disimula el desagrado del juego, hasta le dedica un par de insultos.
"Copia barata"
—Tengo un regalo —anuncia Derek, al final el tutorial para Hugo. Del bolsillos saca los cuatro colmillos que arranque a la bestia, tres convertidos en colgantes y uno en pulsera, los colgantes son para los chicos —Aunque no lo supieras aquella noche estuve con vosotros en la distancia. Disfruté mucho.
Hugo me abrocha el colgante y luego el suyo, acaricia el colmillo pensativo.
—¿Qué fue de esos animales? —por sorpresa de los presentes, Derek empieza a retroceder mientras mueve los ojos buscando una salida —¿Death?
—Analizando los pro y contra únicamente había una solución para el caos que se iba a generar y el trauma que ocasionaría a mi mujer. Así que pasó lo que no habría pasado en otras circunstancias.
Hugo se apodera del cuchillo más grande y Derek huye. Hay muchas maldiciones alemanas mientras abandonan la casa.
Continúo compartiendo el bocata con Boss.
—¿Cómo estás? —bosteza Soraya.
—Hambriento —no disimula la satisfacción. Le doy la pulsera e informo —Un recuerdo del capullo para nosotros.
—¿Hoy no salís?
—Se fue con Hugo. ¿Cómo os fue la cita?
Sus mejillas adoptan un especial rubor y responde, a tropezones:
—Yo no lo llamaría cita. Somos un par de estúpidos —me imagino un mal escenario y debe leerme, porque dice: —Oh. Nada malo, mordisquitos. Con todo lo que ha pasado últimamente nos olvidamos del anticonceptivo y había la alarma de que pudiera estar embarazada.
—¿Estás embarazada?
—Afortunadamente, no.
Estoy molesto y decepcionado. Esperaba que Hugo, al decir que no quería seguir las clases me apoyará, que pusiera a Derek en su lugar, sin embargo, ha optado por unirse a la filosofía Derek.
El susodicho estaciona delante del centro.
—¿A quién vas a interpretar? —le cuestiona Soraya.
Derek se pierde en la mirada nítida de su mujer, le retoca un mechón detrás de su oreja y dice:
—Solo en la agonía de despedirnos somos capaces de comprender la profundidad de nuestro amor.
—¿A quién citas?
—Adivina.
Soraya le muerde la mejilla y sale del coche. Derek, por su parte, se toca el labio inferior mientras la ve cruzar las puertas. A continuación, conecta nuestras miradas a través del retrovisor.
—¿Hablamos de Hugo? Tengo muchos consejos.
—Tus consejos no pueden ser sanos.
—Soy el mejor en mi terreno.
—No quiero ir a clase —lo vuelvo a intentar.
—Me importa una mierda lo que tú quieras —a veces se pasa de capullo —Te fue genial con el examen de ayer. Avanzas adecuadamente. Eso me llena el pecho orgullo, debería ser lo mismo para ti.
—Aprendería más en casa.
Soraya toca la ventanillas y Derek la baja.
—George Eliot.
—¿Quién es ese?
—El tipo que has citado —le muestra una página web.
—Usar el Inter es hacer trampas. Te hacía más lista, Bird —le provoca, sonriente.
—¿Y mi premio?
—Nadie habló de premios.
Soraya regresa al centro. A la vez, Derek, sin quitar la mirada del retrovisor, alarga la mano hacía mí y exige.
—Entrégala.
—¿El qué?
—¿Qué podría ser? Su braguita —abre la guantera sacando chocolatinas y realizamos el intercambio. El mejor negocio —Deja de robarlas.
—Cuando las devuelvas.
—Los regalos no se devuelven —estoy por decir algo, pero interviene Soraya que observa la prenda íntima, la misma que Derek lleva a su nariz e inhala, sin quitar ojo a su pareja —Delicioso —ella, separa los labios —¿Si?
—Eran las últimas.
—¿Dices que no llevas nada debajo el vaquero? —él la quería molestar y ella ha sido peor —¿Qué debería hacer con esa información?
—Tener problemas en los huevos. Apartado ocho. Mi hombre no se puede masturbar sin mi presencia, a no ser que le dé permiso y siempre por escrito.
—Me la puedo sacudir ahora —hace un amago de bajarse la cremallera.
—¡Sucio! —Soraya, vuelve a irse.
—Baja del coche, Alessandro. No prendero que la última despedida sea un reclamo para que te entregue.
—Que te jodan.
—Todos los días. Gracias.
Abandono el vehículo antes de que se produzca la cuarta despedida, la más larga y salivosa. En la que, después de encontrarlos follando, aseguro que es lo mismo, a falta de penetración y con la ropa puesta.
Saludo de mano a Damián en su coche y me reúno con la peque. Cuando Soraya se nos añade damos inicio a otra jornada escolar.
Las primeras clases son rápidas, más la última, antes de la hora del patio. Sé que la dinámica de siempre se repetirá, pero, en está ocasión, soy yo quien la tiene que buscar con la esperanza de recuperar el libro.
Sin hacer apuntes disfruto de chocolatinas y chips, compartidas con mis amigas y alguno de los compañeros cercanos. Los buenos.
El hambre ha regresado al igual que Hugo.
Al sonido del timbre, Daniela y Soraya, intentan aplicar un interrogatorio para descubrir los detalles de Hugo y yo. Desde el reencuentro y su continuación. Desde los detalles calmados y los morbosos. Aunque mucha calma no hay, a no ser que Hugo esté durmiendo o cocinando.
Solo les doy un poco sin pronunciar un encuentro sexual. Lo que hicimos, no debería volver a repetirse, al igual que no debería besarme y buscar un contacto más cercano. Tenemos que aclarar conceptos.
Insisten por los detalles sucios, tanto que acabó escapando de ellas, aunque dicen que no puedo escapar de ello.
Sumerjo la cabeza en el agua. Cometo el error de quedarme solo en el escenario favorito de Nicolás. Mi cuerpo reaccionó temblando con solo pensar su nombre. Sin embargo, como he dicho antes, necesito de este encuentro.
No tarda en aparecer con los suyos.
—¿Tratando de ponerte bonito para mí? —ya tienen la cámara preparada para grabar mi humillación —Completamente innecesario, maricón. Estoy asqueado con tus gustos.
—Necesito que me devuelvas el libro, por favor.
—Esa mierda la queme.
Quisiera ser más que una estatua en la presencia de mis castigadores, quisiera golpear y gritar por el libro. Enseñarle lo mal que están sus actos. Sentarnos a hablar de nuestra relación. Comprender porque a mí. Sin embargo, el querer y obtener no se parecen, recibiendo el primer puñetazo el estómago camuflado por el sonido de la campana que anuncia el vacío inminente de los alrededores.
Vuelvo a ser humillado. Soy receptor de palabras que corrompen mi cabeza y no mejoran mis pensamientos con lo de anoche.
Sollozo suplicado perdón.
Una costilla roto atraviesa mi pulmón. Me ahogo. Me falta el aire y la sangre saliendo por la boca lo empeora más.
No quiero vivir en un mundo así.
Tan doloroso.
Quisiera que uno de sus golpes me matará. Quizás mi muerte les diera una lección y detendría sus malas acciones en otros, para siempre. Y, tal vez, también sirviera para que Derek escuchará.
Una nota al aire. Alguien canta:
—Wise men say. Only fools rush in. But I can't help falling in love with you.
***
Ay, ay, ay...
*rueda por el suelo y grita*
¡ALESGOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!
Hugo es muy intento para Alessandro, lo sé. Es que le falta tacto al cabrón que llega y se lo folla. Duro. Muy duro.
(SIGUIENTE ACTUALIZACIÓN: 490 ESTRELLAS + 1100 COMENTARIOS O VIERNES 16/02/24)
(OS RECUERDO PARA QUE LUEGO NO HAYA LLOROS QUE TODOS LOS CAPITULOS DEBEN TENER LOS 490 VOTOS. YO SÉ QUE PUEDEN. NO ME ENGAÑEN)
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