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055 - PALABRA SALVATORE


CAPÍTULO CINCUENTA Y CINCO

DEREK SALVATORE


Estaciono frente a la autoescuela.

Estoy más nervioso que el pájaro que se va a examinar. De los dos, yo soy el que sabe de la importancia de este paso, pues es el primero para cumplir la promesa que le hice al comprar la joya azul.

Tengo un Ferrari que entregar. Con el llavero de una calavera y un cuervo.

Por cuestiones obvias, hace alguna temporada asimile que el momento jamás llegaría. Pero. Aquí estamos. Listos para enfrentar la primera de las dos pruebas; el teórico.

Viene muy preparada y follada.

La acompañó a la entrada encajando su mano temblorosa con la mía, buscando su paz con un leve cosquilleo. A su vez, aparto su cabello hacía atrás, contemplando sin obstáculos sus inquietos ojos.

Siempre asustada. Al menos hoy no es conmigo. O mejor dicho, comparto el miedo con el trauma del pasado. Finalmente, se bloquea.

—Serás la mejor. Te has esforzado, tus fallos son inexistentes y, del éxito al fracaso, únicamente te separa una puerta. No dejes que tanto quedé en el olvido, por favor.

—No —contrae la nariz con desagrado.

—¿No qué?

—Ese por favor no te favorece.

—Intento ser aceptable.

Si hubiera elegido ser actor moriría de hambre. Los papeles no me quedan. Más cuando ya he sido descubierto. Sabe que no soy bipolar. Ojalá que no fuera así, ojalá no tuviera que regresar a los consejos profesionales. Sin embargo, es lo que queda. No antes de San Valentín.

Tengo planes.

Ser yo.

—¿Quieres ayudarme con esto?

—Es lo que hago.

—No, lo que haces es engañar. Si de verdad quieres ayudar, entonces dí las cosas siendo tú. Nada de imitar a alguno de tus hermanos.

—¿Quieres que sea yo?

—Eso quiero.

Mi mujer dice y yo cumplo. Así que con tono bruto, digo:

—Amarra el par de ovarios que tienes, folláte los malditos traumas y entra al puto centro —la voltea sujetandola por los hombros y prometo; —Cumple, aprueba y abusare de tú coñito.

—Lo harías aún si suspendo.

—Si suspendes te castigaré.

—Creo que voy a suspender —joder, y mil veces joder, mis huevos no necesitan de este maltraro psicologico.

Entra y la voy a esperar al banco próximo.

Un cuervo aterriza en mi hombro mientras chaqueo un par de correos, respondo al ruso, verifico que no haya ningún percance con la sorpresa de Soraya y leo un whatsapp de Damián, puntualizo, releo.

Hugo quiere verme desde ayer. Le guste o no, siempre ocupará el segundo puesto de importancia. Es algo de lo que es consciente. De ahí que me haya dado un margen para ir. Antes de Soraya nunca fue así. Y ese detalle, el que no exija cuando me quería alejar de mi mujer, significa que nuestra amistad ha mejorado.

A pesar de ello, no espero una buena conversación, ya que hay mucha mierda que no va aguantar. Entre las cuales destaca la muerte de su presa. Mi padre. Otra cosa que lo enloquecerá será la muerte de la puta.

Soraya empieza a tardar y surge mi impaciencia. Después de tantas putadas algo nos tiene que salir bien. Solo pido una alegría. Una pausa. Lo que conocí hace tres años y perdí hace dos.

Un puñetero stop.

Me gustaría sonreír como un mortal. Disfrutar de los detalles que componen cada segundo de la vida.

Un cuarto después de lo previsto, Soraya sale centrada en cada losa que compone la acera. Tiene los hombros caídos, los bonitos ojos piden llorar, pero la propietaria no les quiere dar el gusto.

El cuervo vuela al respaldo del banco cuando me levanto.

—Bird...

—Yo... Lo siento... Yo... Yo me he equivocado de más —sus ánimos llegan al suelo. Acaricio su mentón y alzo su mirada, trato de confrontar la tragedia con una sonrisa que me pesa. Quiero ser el que esté bajo sus caídas para atraparla entre los brazos y evitar el fondo —Había preguntas que no salían en los test y... y... y... —se disparan sus lágrimas —No he sido capaz... Lo siento tanto... Lo siento de corazón... No te enfades...

—No has perdido, mi pájaro. Has ganado.

—He suspendido.

—No, la importante no —hago un gesto indicando la puerta —No hace mucho huías sin poder entrar, pero hoy no. Quedémonos con eso. Has sido la puta leyenda.

—Que bonito. Si me dices esas cosas tendré que actuar más seguido —muestra la lengua provocadora, recupera la alegría en su sonrisa y ojos y avanza hacía el coche. Extrañaba su arte —Te puedo dar un par de consejos. Deberás pagarlos.

—¿Cómo?

—He aprobado.

—¿Has aprobado?

—He aprobado son dos palabras que se unen en una simple oración para expresar que he superado la prueba. Por cierto. Sin fallos. ¿Cómo puedes creer que alguien tan yo pueda suspender?

La sorprendo alzándola y dando vueltas. Ella grita desquiciada para que le suelte, aún así mis planes discrepan, queriendo celebrar el triunfo obsequiando a su brillante cabeza con un fuerte mareo. Un poco. Tampoco hay que abusar.

Sin soltarla me esquiva el beso.

Soy feliz besando su mejilla.

Felicito su aprobado, felicito nuestra victoria.

Aparco al lado de la joya azul. Un poco más y será entregada. No será la joya propia de una joyería, aún así brillará como tal una vez que sea pilotada por su legitima propietaria.

Espero la confirmación de los técnicos.

La pent-house tiene las ventanas abiertas, dejando pasar el aire fresco que limpia el hogar de mi mujer del hedor de las cucarachas. Además, han dispuesto ambientadores de eucalipto.

Cubro los ojos de mi mujer antes de que dé otro paso.

—Tengo algo para ti.

Susurrando las pisadas que debe realizar llegamos al salón. En una amplia zona de un lateral se ubica lo mejor del mercado tecnológico, a estrenar, gemela de las que usan los grandes pilotos para entrenar o cucarachas del poder para vivir la más cercana experiencia en competir en una carrera. Claro que, considerando el propósito de esta, configure el software. No hay circuito, hay las calles de la ciudad, sin descuidar ni un solo callejón.

Mentiré si digo que los empleados no participaron.

Al encontrar el método para que Soraya pudiera con el carnet sabía que me faltaban horas, aunque no duerma, así que recurrí a las cucarachas que al saber para quién era no dudaron en hacer extras.

—¿Preparada?

—¿Contigo? Nunca —le devuelvo la visión. Necesita un momento para asimilar y estudiar la máquina: —¿Y esto?

—Un simulador de conducción. Voy a facilitar el proceso con todas las herramientas de las que dispongo, así que aprueba —desliza las yemas por el volante —Consideró cada uno de tus miedos.

—¡Qué se congelé el tiempo!

—¿Cuál es ahora la queja de la reina?

—¿Te puedes quedar así para siempre?

Ojalá. Ojalá, joder. Sin embargo, mientras el miedo siga existiendo estoy obligado a ser quien odio. Ni siquiera puedo aspirar a tener su corazón. Además, solo cuando el miedo desaparezca será ella. Al completo. Si algo me gusta de mí, es que mi ambición no me permite dejar las cosas a medias, aún si al final sé que será perjudicial para mí, no importará porque estará bien para mi mujer.

—¿Me das un beso? —pregunto.

—No.

—Entonces me voy.

—¿Cómo qué te vas? —luce decepcionada.

—Me encantaría quedarme a dar guerra. Trágicamente, el dinero no se hace solo y tengo asuntos que atender.

Al llegar a la mansión principal no pueden abrir el portal. Incluso de poder no podría cruzar porque la entrada está infectada de nuestras cucarachas.

Cargando una carpeta entro a pie.

Giovanni. Si. Mi Giovanni. El auténtico. El hermano más pequeño justo después de Alessandro, exactamente, no sé la diferencia, pero por el hecho de que el caótico es Giovanni sé que nació el último.

Al punto, Giovanni guía a los empleados afuera. Su ropa blanca prácticamente en rojo por la sangre.

Lo detengo verificando que no esté herido.

—Derek...

—Ese puto nombre no.

—Te gusta tú nombre.

—¿Disculpa?

—De lo contrario te lo hubieras cambiado. Sería un gran favor para Damián y Máximo poder llamarte de alguna forma que no fuera hermano.

Tonterías.

—¿De dónde sale la sangre?

—Gunther.

Nada más cruzar el umbral freno el avance de una cabeza. La recojo examinando el corte. Sucio. En tres cortes. No es algo que caracterice a Hugo, sus cortes son de una, pero considerando las circunstancias y que es el único de por aquí con el hobby, ha sido él.

El jinete sin cabeza está paseando. Enfurecido.

Cargando la cabeza me detengo visualizando a Nana, la cual repara en la carga y provoca que la suelte. Limpio las manos con el pantalón.

Manteniendo la distancia, digo:

—Tienes que salir de aquí. Es peligroso.

—Hugo no me haría nada.

—Necia.

—¿A quién llamas necia? —se le marcan las arrugas —Merezco más respeto por los quebradores de cabeza que provocáis.

—Pero crees que no te haría nada.

—El problema lo tiene contigo. Solucionalo.

—Mandona.

Se hace un lado tras indicar que el susodicho se encuentra en los estables. Obviamente, si el problema es conmigo, y solo conmigo, significa que no haría nada en contra de mis hermanos. Por ejemplo, no mataría a Nana. Ni Darley. Y ninguna de las esposas.

Damián está frente a la cuadra de Chaos. Contempla lo imposible. Hugo en lágrimas abrazando a la yegua. Enfurecer a Hugo es peligroso, hacerlo llorar es un nivel completamente aparte.

—¡¿Quién fue?! —exige saber.

—Seguimos investigando —le responde Damián.

—¡¿Para qué os sirven las cámaras?!

—Fueron manipuladas. Y no hay testigos.

—¡Inútiles!

Odio el cúmulo de mierda del que no soy capaz de salir.

Soy el primer interesado en saber quién fue, de averiguar qué puta rata se esconde entre las cucarachas. Pasaremos un buen rato. Un rato muy largo. Seré cirujano. Arrancare sus uñas y dientes. Una a una. Sin prisas. A continuación, la piel, a tiras muy finas, dejando al descubierto sus músculos. También le dedicaré atención a sus órganos reproductores. Si resulta mujer su estrechez hará justicia al gran cañón del Colorado, de ser hombre voy a poner en práctica la división, su polla se asemejara a la lengua de Apofis, la serpiente de Damián.

Ya que me obligan a ser sádico haré arte.

—Lárgate, Damián.

Me mantengo en silencio observando a mi amigo, hasta que me dé espacio, aunque antes se da cuenta del estado de la yegua.

Toca su vientre y me dice:

—¿Serás padre?

—El cabrón que se folla a la yegua no soy yo, es este —señalo a mi caballo, el cual relincha orgulloso. Algún día espero estar en su lugar —De haber sido caballos comunes estarían muertos. No es el caso. Ambos sobrevivirán.

—Eso no responde mi pregunta.

—Explícate.

—Veamos —se machaca el puente de la nariz —A esta altura, considerando que eres el empresario con el que sale mi hermana desde hace un par de meses y que es mayor de edad, entiendo que de virgen no te queda.

—Follamos como puercos.

—No quería llegar a ese término. Pero. Cuando dos personas follan como puercos pueden ocurrir accidentes, aunque, en este caso, diremos un adelantamiento de acontecimientos.

—Sé cómo se hacen los hijos.

—Solo quiero asegurarme.

—Usamos anticonceptivos.

—Ajá —me quita la carpeta —¿Y esto? —dentro ahí las pruebas suficientes que me exculpan. Básicamente, son todos y cada uno de los traspasos que he realizado a la cuenta bancaria que acordamos y los informes médicos que le he estado realizando con ayuda de Damián —¿Cuándo me convertí en un mal chiste?

—Esperaba que tuvieras la respuesta.

—Sabía que algo estaba mal cuando mi cuerpo empezó a necesitar esa mierda para sobrevivir. Tendría que haber acudido a ti. No para que me salvará. Es imposible quitarse está sentencia...

—Sigue leyendo.

—Ya sé que la cague.

—Quiero que leas los informes médicos —se los busco y le explico que su sentencia ha quedado obsoleta. A día de hoy, todo apunta a una recuperación favorable con algún pero —Tendrás que inyectarte a diario y darme muestras de sangre quincenales, pero no hay indicios de que puedas empeorar.

—¿Encontraste una cura?

—¿Qué creías que te estaban inyectando?

—Algún relajante químico.

—Suficientes químicos para ti. Es un compuesto natural —contraigo los hombros sin darle importancia —Me costo tres días, el cabreo de mi mujer y su respectiva ausencia de sexo.

—¿Sabes todas las vidas que salvarás?

—No hay garantías que funcionen en otros.

—Te puedo traer candidatos.

—¿Cómo caíste en las garras de esa zorra?

—Muy maduro, Death. Muy maduro —me quedo esperando la respuesta —Oh, joder. Tenía envidia de lo que tenías. Así que bajé la guardia y debió suministrar la droga por vía líquida, aunque no sabía que me estaba condenando. No la defiendo porque lo hizo para robarme. Aún así creía que me amaba. ¿Qué tan despreciable soy para no merecer algo de cariño? Lo gracioso es que yo nunca tuve esa necesidad hasta que te vi con Soraya.

—Tengo una larga lista de porque nadie querría estar contigo. Y luego tengo a Alessandro —indaga en mis ojos —¿Tan jodido qué ni sabes que te corresponde? Pues tengo buenas noticias. Te corresponde.

—Creía que era mi deseo que me imaginaba.

—Otra cosa es que lo entienda. Igual no está en su mejor momento. Así que no te adelantes...

—Estás aquí porque lo sé.

—Será complicado. Pero cuentas con mi insuperable ayuda. Tengo muchos consejos que darte, citas pensadas y...

—Es cosa mía.

—No tienes ni idea de mierdas románticas —no puede dejarme fuera de esto. Me disgusta actualmente su unión, ambos están mal, aunque si le soy honesto va a pasar de mi como de la mierda. Justo por eso he desarrollado un plan. —Necesitas...

—¿A ti y tus mierdas románticas? No, gracias.

—Mis planes no tienen fallas.

—¿Se lo preguntamos al cubito de hielo? ¿No? Ya decía yo —maldito, he extrañado mucho a este cabrón —Cambiando de tema. ¿Dónde está esa puta? —silencio —¡¿Tendrás pelotas a decirme que no la tienes?! ¡Quiero a mi presa!

—Angelo Santoro le dió billete.

—¡¿Cómo has dejado que otro cazará a mi presa?!

—Estaba ocupado intentando soltarme.

—Vamos a calmarnos —inhala profundamente y dice, erróneamente: —Aún me queda Enzo. A todo esto es muy raro que no se asome.

—A ese le dí yo el billete.

Inhala de nuevo sin considerar que el oxígeno es un bien intangible que se comparte. Espero el poder de sus gritos cuando decide abandonar los establos a grandes zancadas.

Usura el hacha de una estatua y baja a las mazmorras. Ignorando la presa de Máximo descarga frustración y rabia con los presos. Ruedan cabezas. Hace una sangría mayor sumando nuevos muertos en sus cuentas.

A falta de baile hay una risa desquiciante.

Soy espectador. Esperando que se calme, aunque me hace intervenir cuando posa los ojos sobre la perra que ofendió a mi mujer.

—¡Quítate! —brama.

—Es de mi mujer.

—¿Desde cuándo tiene presas?

—Exactamente no es su presa. La insultó y mintió, le dijo basura acerca de mí con un pasado más acorde contigo. Espero que algún día, baje aquí y me ordene que le meta un palo por el culo.

Suelta el hacha y entra en la celda. Considerando que no la puede matar, la maldice por tocar a su querida jefa, a la vez que le propina un seguido de puñetazos y patadas que le acaban de desfigurar. Anteriormente, supongo que los de seguridad se enseñaron con ella. Mientras sobreviva está bien.

Desahogado vuelve a reclamarme:

—¿Cómo pudiste matar a mi presa?

—Siempre encontrabas una excusa para no hacerlo.

—Matar es arte. No se llega y se meta, hay que encontrar la mejor canción, coreografía y momento. Iba a ser mi obra maestra. La Gioconda de Leonardo Da Vinci, el Claro de Luna de Beethoven, la Pequeña Serenata de Beethoven, el don Quijote de la Mancha de Cervantes, las pirámides de los egipcios...Entendería que hubieras matado a la puta, pero no a Enzo.

—Te podría jurar que fue un accidente.

Y sería la realidad.

Le explico cómo sucedió. Dicen que solo encuentras aquello que buscas cuando dejas de buscarlo. Es de lo más cierto que he escuchado.

Después de la muerte de mis suegros y la pérdida de Soraya, al primero que hice sospechoso fue a Enzo. Considerando que las amenazas iban a quedar ridículas al aire, me presenté con la Finismortis, el único objeto que le podría hacer hablar, pero esperando en su despacho halle respuesta a una incógnita de años. El culpable del asesinato de la esposa de Máximo y madre de Pietro.

Al presentarse ni se molestó en desmentir.

Discutimos.

Más bien le gritaba ante su pasividad. Cuando me dí cuenta empuñaba el puñal que había atravesado el corazón de mi padre. Estaba lleno de su sangre negra, aún cuando nuestra sangre es roja, él sangraba en el negro más oscuro que he conocido, más oscuro que una noche sin luna. No descarto que fuera cosa del arma.

Durante años se ganó el odio de todos sus hijos. A pesar de ello, en su último aliento, lloré. Derrame lágrimas por quien jamás ejerció como padre, derrame lágrimas por uno de los mayores hijos de puta que haya pisado el planeta, derrame lágrimas porque siempre me importó.

Siempre espere algo más de él.

Quizás en el fondo esperaba que Soraya pudiera arreglar a mi padre. Y, puede que por todo ello, nunca me vaya a cambiar el nombre, aún cuando hacerlo es cuestión de un simple click.

Al final ni siquiera se disculpó. E irónicamente. Sabiendo que ya no está. Yo, simplemente, sigo esperando más.

Sabiendo el desconocimiento de mis hermanos con mi inmortalidad les hice creer que muerte fue un infarto. También ayudó que ninguno acudiera a su funeral. Solo Nana y yo.

Si algún día a esa mujer le da por hablar se nos cae el mundo.

—Quiero mi puñal.

—El puñal solo lo debería tener mi mujer. Y ahí está con ella.

No lo vuelve a pedir. Acordamos que se ducha y está conmigo, por mi parte, solo me cambio.

Espero en el salón.

Antes de aceptar el trago que me ofrece Damián, agarro a Giovanni y lo despeino con gusto.

—Asegúrate de quedarte por más.

—Tengo la mente en orden.

¿Orden?

¿Es posible que el desequilibrio fuera un avisó acerca de Alessandro?

Si, lo creo. Es lo más probable. De alguna forma desde que nació su trastorno era el grito silencioso del quinto hermano, el cual no paraba de decirnos, suplicar, que encontráramos el cuarto.

—Ya sabes. Porque A... —le tapo la boca.

—Oye, Damián. No es por abusar, ya que van dos, pero te lo digo desde lo más profundo de mi cariño. Lárgate.

—Caes mal.

Suelto a Giovanni al quedarnos solos.

—¿Cuándo les dirás que somos cinco? ¿Cuándo le dirás a él que es nuestro hermano?

—Según mis previsiones. Nunca.

—Eres igual que nuestro padre.

—¿Y tú desde cuándo sabes que eres el quinto?

—Desde que tengo uso de conciencia. Papá... A él le gustaba recordarme que era... —traga grueso y se queda mirando un punto fijo —Mi mayor miedo soy yo. ¿Qué lugar hay para mí? Ninguno.

—Somos la mejor generación porque existes.

—Te equivocas al ocultar su identidad. Nos necesita. Más que Gunther, más que a Soraya, necesita a su familia —se centra en mí —Yo no sé que me gusta, ni lo que me disgusta. Nunca he vivido. Sin embargo, creo poder decir que necesita saber que si hay una familia que lo quiere.

—¿Sabes los detalles de Soraya? ¿Sabes qué pasará si ella averigua el vínculo que nos une? —afirma —No dejaré que la pierda. A cualquiera de nosotros nos hubiera dolido menos perder a un hermano.

—¿Te das cuenta que en nuestro mundo lo inexplicable tiene... —el picoteo de un cuervo le gana la atención —...explicación? —más cuervos se unen al primero —¿Te indignas conmigo? Eres basura.

—¿Con quién hablas?

—Las voces de las personalidades.

—Yo diría que le hablas a los cuervos.

—Y yo diría que hechizaron a tú mujer.

Antes de tener un argumento para debatir su teoría se ha ido. Ni siquiera tengo el argumento.

—De camino a casa quiero hacer una parada —Hugo, entra con el cabello húmedo y ropa mia.

—¿Estás seguro de querer el alta?

—Descuida, doctor. Seré estricto con el seguimiento.

—Tendrás que pincharte a diario.

—Haría broma de mi experiencia con las agujas si no fuera porque me recuerda a una patética parte de mi vida que quiero olvidar.

La parada es la casa de Máximo.

De camino le actualizo mi relación con Soraya suprimiendo las partes en que he sido un cabrón. Al igual que le escondo el procedimiento.

Se sorprende cuando le hablo del miedo que experimenta cuando estoy cerca, miedo que a veces parece no existir y que sus ojos se aseguran de quitarme del error. Se burla de mi año observándola en la distancia, también recibo un puñetazo al brazo orgulloso de que tomará iniciativa, aunque dejo en claro que solo será una oportunidad, que si la cago se acabo.

—¿Crees que pueda ser un hechizo?

—La Orden no trabaja con magia.

—¿Qué me dices de las cadenas?

—Son de un mineral de procedencia desconocida. Te resultaría asombroso la infinidad de misterios que sigue conservando el planeta.

—¿Habría alguna forma de descartar que sea un hechizo?

—¿Sabes qué? También quiero asegurarme. Tiraré de contactos y te informaré de lo que averigüe.

Máximo nos recibe tan inescrutable como de costumbre. Una gran putada cuando me gustaría saber de su humor tras el encontronazo con Alessandro.

—Vengo a ver a mi favorito. Y tú no eres —dice Hugo.

—Está en el colegio.

—¿Y mi favorita?

—¿Qué favorita?

¡Stop!

Apenas se nota y es muy delgada, pero por debajo de la clavícula se le marca lo que es el principio de una vena furiosa. Los celos funcionan.

—Es pequeña, pelirroja y pecosa. Trágicamente, humana.

—Universidad.

—Pues me largo con los perros.

Hacemos tiempo esperando al pequeño de la casa.

Hugo acosa a los perros, los perros lo acosan a él. Aprovecho la visita para preguntar las nuevas armas que debería estar creando Máximo, desgraciadamente, efecto colateral de su amor, vive abandonado de las musas.

Pietro llega a la tarde.

Se le ilumina la cara corriendo a los brazos de Hugo e ignorando por completo mi presencia.

—¿Quién crees que eres mocoso? —reclamo.

A tí te tengo muy visto —responde con señas.

—Me largare una temporada.

¿Soraya se quedará conmigo?

—Vendrá conmigo —entrecierra los ojos —Aprende el orden de importancia. El primer, segundo, tercer y cuarto puesto son para mí. A ti te dejo un ratito en el quinto. Sin abusos que también es mío.

Consigo el dedo mediado de Pietro y la interrogación de Hugo. Tengo que cuidarme de los números.

Hugo y Pietro hablan por una hora. Hugo por voz y el pequeño con el uso de los signos. Hugo aprendió el idioma por él.

—Algún día recuperas la voz —le desea, en la despedida.

Pietro se despide con la mano. Nos volvemos hacía el coche y habla:

—Adiós.

Más cabrón y no nace. Orgullo para el apellido.

—¿Has escuchado eso?

—¿El qué? —hago de cómplice de mi sobrino.

Lo mira unos segundos, sacude la cabeza y se centra en abrir la puerta del copiloto cuando:

—Adiós.

—¿Has hablado? —le pregunta al pequeño y le miente.

—Adiós —vuelve a repetirse al girarse la víctima.

—Son las drogas.

—Adiós, adiós, adiós, adi... —es descubierto en el cuarto. La cara de mi amigo no tiene precio mientras el enano se tapa la boca —Ups. Se me olvidó comentar que ya tengo voz.

—¡Hijo de la gran puta!

Va a por él y festeja. Nos quedamos una hora más. Y como era de esperar pide los detalles del día en que recuperó la voz.

Otra noche de mierda sumergido en cantidades indecentes de alcohol para asegurar la borrachera. Quería matar cada puta neurona. Solo que una pensará se me pudría el corazón.

Podría haber estado en mi casa, la primera planta estaba casi al completo, pero mi hermano me quería cerca. Creía que podía recurrir al suicido. No se equivocaba. Cuarenta y tres intentos.

Ninguno lo suficientemente serio como para recurrir al puñal. Cosa que no quita que cualquier otro hubiera muerto en cada uno de los intentos.

Como explicaba.

Estaba borracho tratando de escapar del recuerdo cuando una voz desconocida invadió el espacio. Un lamento profundo.

Soraya, Soraya, Soraya, Soraya...

Creí haber llegado al tope y haber perdido por completo la cordura, pero en un intento de mantenerme salí en búsqueda de una explicación. La encontra, el último milagro de Soraya.

Mi sobrino la llamaba en lágrimas.

—Quiero recuperar la moto y el walkman —dice Hugo, una vez nos vamos.

Conduciendo a mi casa volvemos a tener una conversación productiva, en está ocasión, le hago conocer todos mis planes. Solo guardando el de Soraya. Está lo de Máximo, lo de Alessandro, lo de Chaos, lo del Ruso, lo de la Orden, lo del trabajo...

—Derek —freno de golpe.

—¿Qué os pasa últimamente con mi nombre?

—No eres Soraya. Ella era la mente y tú el ejecutador. No puedes ocupar su lugar tras lo que pasó.

—Alguien lo debe hacer.

—Colapsaras.

—Considerando que no es lo mío me estoy defendiendo. No soy perfecto, pero algo es mejor que nada.

—¿Seguro que no serás padre?

—Estoy muy seguro.

—¿Qué método usáis?

Explicando el método de las inyecciones mensuales voy sacando los cálculos de la próxima.

—Mierda —expreso.

—Si, mierda.

Cambio de puesto con Hugo, le doy el poder de la conducción mientras siento que el cuello de la camisa aprieta marcando el ginecólogo. Los temores se confirman. Hay riesgo de embarazo.

—¿Cuándo menstruo? —pregunta el experto.

Cada día agradezco por los alimentos y ni uno ha habido sangrado, aunque podría haber sido en Italia o en alguno de sus no. Hay la posibilidad de que a esta versión la avergonzará compartir la información. Sin embargo, no ha reclamado chocolate y la regla no puede durarle un día.

Acordamos una cita más tarde.

Llegando a casa tengo un sabor agridulce. Aún cuando controlo demasiadas cosas, no es excusa, la prioridad es Soraya, no obstante, justo en ella es donde más fallo.

—Creí que jamás la vería acabada.

Vamos al garaje por su moto. Pide una visita guiada y se la doy, devolviéndole el walkman.

Abro el ventanal de la cocina y aclaro para Hugo:

—Te apoyo en lo de tener algo con Alessandro. Eso no significa que permita que le hagas daño.

—No es asunto tuyo.

—Tengo mis intereses con él.

—¿Cómo cuáles?

—No es asunto tuyo —Odas aterriza en mi hombro, abre las inmensas alas y uso lo que considero mi mayor tono autoritario —Si derrama ni aunque sea una sola lágrima por ti dejaremos de ser amigos. Seremos cazador y presa. Palabra Salvatore. 


****

Si, ya sé. En mi país es viernes. Exactamente, son las 5 de la madrugada, así que no me lloren que aquí tienen el capítulo.

Me voy a dormir.

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