053 - EL TRÍO DEL CAOS
CAPÍTULO CINCUENTA Y TRES
DAMIÁN SALVATORE
TRES AÑOS ATRÁS
MARZO
Me mantengo en posición fetal. En la esquina más alejada a la puerta de la celda en la que llevó semanas encerrado, sufriendo la suerte de un condenado, apaleado. día sí y día también, por tres trabajados Salvatore y bajo la supervisión de la mirada fría de Enzo Salvatore. Quién es mi padre más no ejerce está presente en cada castigo para asegurarse que no haya misericordia por mis suplicas, solo él decide la dureza, los descansos y cuando alimentarme mientras recuerda mi crimen.
Cambie mis obligaciones por un día con Soraya. Afortunadamente, no sabe que fue por ella.
Tiemblo descontrolado y me ahogo al oír las pisadas que tengo identificadas por ser las de Enzo. Viene acompañado de dos hombres.
En ningún momento alzo la cabeza.
—Espero que hayas aprendido la lección, hijo mío. Tú obligación es serme leal como un perro sin dejarme en evidencia —uno de los hombres me lanza una manta maloliente. No corro a cubrirme manteniéndome quieto y expuesto —Eres libre. Por ahora. Ayudad a mi hijo.
Se retira riendo siniestro.
Cada día le tengo más miedo.
Los hombres me tienden la mano y me cubren con la manta cuando estoy de pie. Acto seguido, soy llevado a mi habitación, mi segunda jaula, a pesar que por aspecto son como el día y la noche.
Al rato llega Nana cargada con una bandeja de abundante comida y un botiquín, así que, a pesar de su regaño, me muevo rápido para vaciar sus manos sin que soporte peso innecesario.
—Deberías pedir que cargaran por ti —le digo y achina los ojos.
—¿Insinúas que soy vieja?
—Oh, Nana. Yo no he dicho eso. Solo...
—Hasta que no reviente mi corazón no puedes llamarme vieja.
—Que yo no...
—Mejor no digas nada que ya has dicho suficiente —su espíritu juvenil puede conmigo. Menos mal que es inteligente, porque este lado no está presente frente a mi padre sin que se convierte motivo de castigo o muerte —¿Prefieres primero asearte o comer?
—Me gustaría recuperar mi móvil.
Antes de ser encerrado tuve el tiempo suficiente de entregárselo a Nana para que lo escondiera de Enzo.
—¿Asearte o comer, Damián? Mira que cuanto más tarde en hacer ambas cosas, más deberás esperar para leer los mensajes de cierta chica —todo yo se emociona —Son muy interesantes.
—¿La dejaste en visto? —eso me preocupa más que su cotilleo.
—Oh, cielos. Claro que no. El demonio me enseñó a manejar la aplicación hace eones.
Sabiendo que tengo la guerra perdida voy a ducharme. Maldigo el agua golpeando las heridas, principalmente, las abiertas en la espalda a latigazos, al puro estilo medieval mientras me aferraba a los barrotes. No obstante, a pesar del dolor, aguanto reprimo las ganas de gritar. Más teniendo a Nana al otro lado de la puerta.
Regreso y dejo que trate las heridas.
Lo he dicho y lo vuelo a decir, cualquier guerra con la mujer que me ha criado está perdida antes ni siquiera de un planteamiento.
Como poco, pero como.
Una vez cumplido los requisitos recibo el móvil. Coincide con la llegada de un nuevo mensaje por parte de mi compañera de aventuras.
Estoy recuperado. O mejor dicho, ignoro el dolor vistiéndome con el primer traje y descartando la cortaba. Acto seguido, de mi escondite, saco un poco dinero que estuve robando de mi padre y un juego de llaves, de uno de los coches menos usado, la intención de esto había sido la de fugarme, pero he decidido variar.
Por otro lado, si Enzo descubriera de esto, anticipo que no podría hacer más insufribles los castigos.
—¿Te vas? —cuestiona Nana.
¡Santa mierda!
Había olvidado que estaba aquí.
Hago un gesto escueto para que guarde silencio y me retiro sigilosamente, acudiendo el garaje a por el deportivo.
Me voy antes de que alguien lo noté. Aún así estoy más de una hora dando vueltas por Barcelona, hasta que sentenció estar solo. Todo seguido doy la dirección que me ha enviado Soraya al GPS.
Acabo en su casa.
Soraya sale radiante y mi atención recae en su brazo. He sido citada para una nueva noche loca, sin embargo, no está en condiciones, aún si mis heridas son más graves ella no puede salir así.
Máximo no lo aprobaría. Capaz lo compartiera con nuestro segundo hermano empeorando mis problemas.
—¿Otra vez los trajes? —apoya la mano buena en la cadera.
—No podemos...
—¿Qué no podemos?
—Salir. Tú brazo... ¿Qué pasó?
Se quita el vendaje y lo mueve perfectamente. Hay malicia en la sonrisa que se le dibuja, aunque conserva, increíblemente, la belleza angelical que solo en ella he encontrado. Ni una pizca de demonio. Cosa que no sería así si la belleza externa fuera el reflejo del interno.
—Estoy jugando.
—¿Así que estás bien?
—Estoy enterita —da un golpecito en su cabeza y saca la lengua endemoniada.
La puerta de la vivienda vuelve abrirse provocando el fallo de mi corazón con el sujeto que sale. Cuerpo y alma me ruegan que huye, sin embargo, me mantengo al lado de mi amiga. He venido por nuestra amistad. Sin malos juegos, así que no me iré, a no ser que ella venga conmigo. Le guste o no, no estoy obligando a nadie, es más, Soraya es quien me arrastra.
—¿Ya te vas, Hugo? —le pregunta Soraya.
Genial. No, no lo es. Le han puesto un guardaespaldas. Y, dado que no ha usado su nombre real, entiendo que ni se lo han dicho, haciendo que el único amigo de mi hermano sea un infiltrado.
Cosa que resulta confirmada con sus palabras:
—Ya sabes que a tú viejo no le apasiona que me quedé mucho.
—Admite que no te gusta Laura.
—Si no me gustará no estaría aquí —Soraya se señala los ojos y luego los suyos. Ignora el gesto y se enfoca en mí —¿Quién es este? ¿Es el famoso Derek?
—Es mi bestie —su repaso completo anuncia mi próximo funeral —Mi mejor amigo. Saldremos y seremos productivos, aunque no como espera la sociedad.
—Me apunto.
No, no, no y no.
—¿Qué te parece ser tres? —me pregunta Soraya.
Gunther me habla en silencio, a través de sus ojos grises, anuncia mi decapitación como me niegue.
Ni quiero, ni puedo morir.
—¿Qué talla usas? —le pregunto.
—Uy, Hugo. No sabes lo que te espera con nosotras. Está noche seremos divas y...
—Empoderadas —termino.
—¡No te escucho, bichito!
—¡Divas y empoderadas! —gritamos al unísono chocando las palmas.
Conduzco ligeramente por encima de la velocidad legal. Soraya va de pie en el copiloto aprovechando que he abierto el techo, cantando las canciones que suenan por la radio, canto el cual me uno.
Gunther se mantiene atrás.
Cuando llegamos a la tienda de kimonos está cerrada.
—Es tú culpa. Por tardón —Soraya, me acusa sin vergüenza.
—Tenía que despistar a papá.
—Bla, bla, bla.
—Bla, bla, bla —le imito e hinchamos las mejillas.
—No podemos salir sin nuestros kimonos —se alarma y yo con ella.
—¿Crees qué no lo sé? ¿Qué es de nuestro club sin el uniforme? Es vital conseguirlos.
—S-O-L-U-C-I-O-N-A-L-O.
La pequeña disputa sufre una interrupción con el ruido del cristal cayendo como una cascada.
Miramos a Gunther sujetando el extintor. A su vez, la alarma se activa, provocando la sordera generalizada mientras, Soraya y yo, gritamos:
—¡La policía!
Corremos de un lado a otro, dando vueltas, visto por fuera se podría confundir con la danza clásica de algún país. Nos enganchamos del brazo dando saltos, nos soltamos, damos más círculos, sin solventar nada, aún así la alarma cesa y Gunther aplaude por nuestra actuación.
—¡¿Qué demonios haces?! —le grita Soraya.
—Cumplo vuestra ley, jefecita. Dijiste que seríamos contraproducentes para la sociedad y es lo que hago, solo eso —encoge los hombros —Además, culpa mía no es si la alarma son cuatro uno.
—¿Nos sirve? —me pregunta mi compinche.
—Nos sirve.
Soraya selecciona nuestros kimonos, nos empuja a los probadores y va por el suyo energética.
Me quito el traje e inició con la colocación del ropaje oriental, parando al ver el reflejo de Gunther en el espejo. Sus ojos tormentosos inspeccionan cada herida. Al voltearme para echarlo soy empujado a la superficie reflejante, la vello se me eriza al tacto frío y su caliente mano sobre una de las heridas.
Aguanto el jadeo de dolor.
—Aburro los problemas, precioso. Confiesa quién soy y perderás ese bonito cuello tuyo —me acaricia la vena cercana a la yugular causando escalofríos y sudores helados —Ni me piensas como Gunther, soy Hugo.
—Entiendo que mi hermano la quiere proteger.
—Chico listo.
—No le digas que salgo con ella. No soy una amenaza.
—¿Tengo pintas de chivato? Tengo cierto interés por descubrir vuestras noches, Damián. Ella no es común.
—Es...
—Cabrona, dominante y manipuladora —sonríe con diversión en los ojos —Death y el hombre de hielo se creyeron lo de la agresión, yo creí que se había caído sola y, después de todo, la mala puta ni un rasguño tiene. A mi su juego me la pone dura.
—¡¿Engañando a mi querida hermana?! —nos sorprende Soraya, sacando la cabeza entre las cortinas —No eres el tipo de mi amigo. Así que nada de toqueteos.
—Soy leal a Laura —y una mierda. Ni se lo cree.
Nunca he tratado con él. A pesar de ello, hasta a mí me han llegado fuertes rumores sobre su exagerada lujuria. Tan fuertes que no se pueden desmentir.
Soraya carga el voltaje de sus contras desafiando al mejor amigo de la muerte. Sin pestañear. Llenando la cabina que se vuelve minúscula ocupada por tres.
Se pone de puntas para Hugo.
—Te vigilo —le advierte.
—Vigilame los huevos —Soraya, separa los labios. Sin embargo, más que acobardarse lo amenaza con un gesto de decapitación, usurpando el que por normalidad es el lugar de Hugo. Acto seguido, se retira —Joder, que dura la tengo. Voy a correrme en su nombre.
—Respeta a la mujer de tú amigo.
—Ey, que no me la follo.
Al poco, sin ganas de saber que tan leal ha sido Hugo a su palabra, estamos saliendo de la tienda después de que haya dejado dinero en el mostrador, lo suficiente para cubrir los tres kimonos y los gastos de reparación.
Cenamos en el restaurante especializado en insectos.
Al acoplado no le da asco mi gusto y Soraya ya tiene sus preferidos tras el testeo de la primera vez. Aunque le hago probar platos que no hubo en la anterior ocasión. Sus expresiones son un engaña bobos. Y yo soy feliz de ser uno de esos bobos.
Comparto nuevas curiosidades de los insectos. Abuso de la atención de mi cuñada para fascinarla y resolver sus dudas, las cuales disfruto más que las curiosidades porque me hacer saber que le interesa lo que digo.
Amo poder ser yo con ella. Sin juzgados, ni rechazados. Es tan especial que con ella también lo soy.
—¿Y dónde iremos hoy? —ya quiero saber de nuestro destino.
—Apocalypse —nombra el club de mi hermano. Ir ahí debe considerarse provocación, más si nos descubre, aunque por lo siguiente parece no conocer la identidad del dueño —Unos compañeros de clase hablaron de ese basurero. No es muy chic. Pero eso es porque le falta nuestro glamour.
—¿Tenemos otra opción?
—No.
—Será divertido —apoya Hugo.
Que no me lo digan que ya lo sé. Ansían mi muerte.
Hugo se anticipa a saludar a los gorilas de la puerta. Mejor dicho, a darles una palmada y creo que una advertencia, al menos así pienso porque nadie nos detiene por Soraya. Se nota a kilómetros que es menor.
Sin embargo, esa falta de años queda evidenciada cuando en la barra le niegan la entrega de alcohol. Soy quien acaba pidiendo. Más que copas pido las botellas con las que experimenta Soraya.
Tres combinaciones para los tres presentes.
Se repite la historia.
Mañana despierto sin saber mi nombre. Aunque el conocimiento no me hace rechazar al diablo.
—¡Por el club de los kimonos! ¡Y por su nuevo miembro!
Soraya alza el brindis, le seguimos e inicia el caos que solo llegará a su final cuando el sol aparezca por el horizonte.
El alcohol es una constante. Mientras tanto, la música, no es de mis preferencias, aún así es un detalle insignificante cuando la esencia de la noche no es ella, sino nosotros y el momento. Nos dejamos llevar. A cada segundo. Bailando y gritando, desafiando oídos ajenos con nuestros gallos.
Gritamos al DJ, gritamos a desconocidos. Desconocidos con los que no tendríamos que entrometernos. Cada presente en el club es un peligro. Sin embargo, el mayor peligro está entre nosotros.
El nuevo miembro disfruta como el que más en la pista.
—It's raining men! —entona Soraya.
—Hallelujah! —formamos el coro, Hugo y yo.
—It's raining men!
—Amen.
Apenas ha pasado una hora y ya estoy mareado.
Acudo al lavabo a echar la meada y me limpio las manos. Sentado en una de las esquinas del mármol se ubica un hombre de tatuajes y, ciertamente, el que no deja de mirarme causa mi ansiedad.
Entre tatuajes busco la herradura que lo identifica como hombre Salvatore, no obstante, acabo centrado en mis manos y el jabón, hasta que me suben los huevos a la garganta cuando el sospechoso se acerca con paso firme y apoya la mano en mi hombre sin permiso.
—¿Quieres mejorar la noche? —su pregunta más que amenaza, parece una invitación a la lujuria.
—Prefiero las mujeres.
—Tranquilo. Tengo el mismo gusto que el tuyo —saca del bolsillo una bolsa que identifico fácilmente con éxtasis. Tengo trato con las drogas por negocios. Nada más —La primera invita la casa, amigo.
Coloca una pastilla en mi palma. De color azul. Con forma de champiñón.
Estudio pensando en que la vida es una suma de experimentos. De probar, evaluar y descartar lo improductivo, después de conocer las consecuencias. Experimentar es lo que hago al salir con Soraya. Mi cuñada explota mis límites. Sin embargo, aunque, mayoritariamente, el resultado es catastrófico, sigo en el equipo adicto a los desastres que causamos.
Un remolino de emociones que no quiero parar.
Soy adicto a Soraya.
—¿Una reunión sin avisarme? —se me cae la pastilla que Hugo recoge y estudia como un objeto desconocido —Uno ya no puede ni mear en par. ¿Qué haces tú con está mierda?
Soy incapaz de articular palabra. Mientras que, el camello trata de huir, consiguiendo que lo empotren con la pared, asfixiado con el antebrazo de Hugo que ni le cae una gota de sudor. Viéndolo a él parece simple. Más cuando su cuerpo no es grande. Aún así, que la vista no engañe a la verdad. Es sumamente fuerte.
Hace girar la pastilla con la mira puesta en mí.
—Espero la respuesta, Damián. No te conviene cabrearme.
—Me la estaba ofreciendo.
—¿Ibas a aceptar? —vacilo y grita; —¡Responde!
—Seguramente.
—Ay, Damián. Yo no voy a matarte. Es más, que sea amigo de Death no significa que tenga vetado ser el tuyo. Sin embargo, si un día de estos, te da por probar cualquier clase de droga ten por seguro que te mataré.
Callo. Sin reproches.
Quita la bolsa al camello y le hace tragar el contenido al completo, añadiendo la pastilla que había recogido. A continuación, lo pone a rezar al suelo, le presiona la mandíbula con la mano hasta romperla y le da de beber su orina. Insuficiente le mete la polla, antes de volver a hablar:
—Las drogas son letales para nosotros. Solo una y ten por seguro que tú destino quedará sellado —empuja el miembro al final de la garganta —O eres valiente y te quitas la vida, o optas por ser su esclavo. Creeme que a la larga es peor la segunda opción. Se podrían mear en tú cara que no te enterarías. Vales más que eso.
—No tengo valor.
Se guarda la polla, acomoda el kimono y mata al camello. El crujido del cuello es devastador.
Deja caer el cadáver.
Sin dejar de resultar amenazante. Engancha mi nuca y me empuja contra él, al borde del beso. Su aliento helado se filtra entre mis labios.
—No jodas, cabrón. Eres Conquista.
—Eso no significa nada para mí.
—Pues ya va siendo hora de que signifique. Te ense...
—¡Pillados! —nos sobresalta Soraya, afortunadamente.
—Ya le gustaría tenerme —dice arrogante y me suelta —Estábamos teniendo una conversación acerca de lo perjudiciales que son las drogas.
—Hastag. No drogas.
—Hastag. No drogas —le acompaña Hugo.
Se percata del cadáver y lo señala.
—¿Está bien?
—Sobredosis —responde el asesino.
—Ah, bueno. No tardéis. Y deja de acosar a Damián, Hugo.
Se va tan feliz como ha entrado. Exigiendo que pongan buena música, más bien amenazando que en caso contrario piensa seguir provocando el sangrado de sus orejas con sus bonitos gallos.
Suspiro aliviado que no haya dado más importancia al cadáver, que no haya comprobado su estado y se haya alarmado con la muerta. Agradezco no tener que pasar por un interrogatorio. Es capaz de sonsacar. Y tonta no es como para que pueda encontrar una excusa convincente.
—Te agradecería que no fuera a lo simple matando.
—Ya, bueno. También agradecerías tener mi atractivo. Tan imposible como el que deje de matar.
—Si estás con nosotros hay límites.
—Sueña, pequeño.
—Pero...
—Sígueme.
Subimos a la cabina del DJ. Hugo le ordena que abandone la mesa y que se vaya con sus coleguitas. Ninguno se queja al cumplir. A continuación, sin permitir que la música deje de sonar, explica el funcionamiento y me pone delante.
Juego con la primera canción de muchas. Improviso mezclas. Disfruto la novedad como el que más.
Soraya sube a la barra empinando una botella.
Baila ante ignorantes que no saben del peligro que existe por el atrevimiento de posar los ojos en la exclusiva chica. Hasta yo estoy en riesgo por estar aquí. Aunque mis intenciones son puras.
No se toca, no se mira.
El mundo no la merece. Los mortales no deberíamos tener el derecho de respirar de su oxígeno, pues todo es suyo. Diosa de dioses. Gobernanta. Yo soy su primer creyente. Fiel a su religión, a su forma de existir.
Hugo baja la palanca de mis cascos.
—¿Hice algo malo? —le cuestiono y rueda los ojos —Si, lo siento. No puedo evitar estar en guardia con el amigo de mi hermano.
—El cual también es el tuyo.
—Solo por conveniencia.
—Tanto que te enseñaré algo que cambiará tú perspectiva —le observo confundido, esperando algo que no sea un exhibicionismo de decapitaciones, aunque lo que hace es darme instrucciones —Relaja tú cuerpo, libera tu mente, busca eso que llaman corazón.
—¿Crees que puedo con tú cercanía?
Se aleja un par de pasos.
—No soy el enemigo.
Intento convencer a mi cabeza de ello, relajo el cuerpo y dejo ir los pensamientos como si se trataran de una hoja que suelto al aire. Siento los latidos. Busco la fuente que los produce, la misma que me mantiene, la que forma a diario sentimientos con los que puedo afirmar vivir. Conecto con la existencia.
Tal vez sea porque Hugo me ha dado conciencia sobre él, pero es la primera vez que siento el corazón tangible, más allá del órgano, por la parte espiritual, como si los sentimientos fueran colores y pudiera con ellos dibujar sobre un lienzo. O mejor dicho, corregir el dibujo ya expuesto con temática; la decadencia de la sociedad.
—Sin prisas. Susurrante, ordena que bailen.
Parece absurdo lo que dice. Los que quieren bailar ya están bailando y, los que no, no van a bailar porque yo lo diga. A pesar de mi discrepancia, hago caso a Hugo, conectado con mi yo interno, asombrándome cuando el club entero, trabajadores y clientes, inician a bailar tras la orden escuchada por los altavoces. El único que no cae es Hugo.
—Esto es un acuerdo.
—Es tú poder, Damián. Da cualquier orden y será cumplida.
—Pero tú no estás bailando.
Hugo se ríe.
—Oh, desgraciado. Esos de ahí son humanos. Si pretendes que caiga bajo tú influencia necesitarás más que una cara bonita y una voz sexy. Tienes que practicar. Si lo haces tal vez en diez o veinte años caiga en una orden simple.
Mi pecho se llena de algo buscando a Soraya sobre la barra, la cual sigue bailando radiante, no por mucho, aunque espero lo contrario.
Vuelvo a ordenar:
—Deteneros.
Todos dejan el bailoteo sin excepción.
Soraya está quieta sobre la barra. Y, gran parte de mí, se decepciona porque haya cumplido como una más.
—Es una humana especial —expresa Hugo leyéndome mal.
—Aunque no lo fuera seguiría siendo especial. Es la mejor —niego, no es esa mi molestia. Más bien es la siguiente: —¿Yo siempre he tenido este poder? ¿Tal vez ella está aquí por eso? Porque puede que sin darme cuenta le ordenará que fuera mi amiga.
—Naciste poderoso.
—Entonces, ¿nuestra amistad es un engaño?
—No hay garantías.
—¿Y cómo puede haberlas?
—Práctica y más práctica. Habrá un momento en que podrás seleccionar a tus víctimas dentro de una multitud. Mientra podrías ahorrarte ordenar a quien no quieres que se vea influenciado.
—¿Y con este poder como pudiste matar a mi tío?
—Use tapones para los oídos.
Al paso de los minutos, la noche se desfasa, entre tragos y música. Salimos del club sin ningún percance más, salimos de un territorio peligroso y nos metemos en otro formado por las calles nocturnas.
Inician las decisiones, los problemas.
Los escenarios se trasladan con un parpadeo. En uno estamos en el centro, al otro gritando en los asientos de atrás mientras que Hugo conduce, lo que creo que es un coche robado. Creo profundamente. Al menos no es con el que vine. Y, si no me equivocó, el único vehículo que él tiene es una moto.
¿Tendrá carnet?
Oh, yo si tengo. Enzo se encargó.
Andamos por el aeropuerto.
¿Cuándo hemos llegado?
Alcohol, alcohol y más alcohol.
Hay un equipo de seguridad tras nosotros porque no sé qué de no poder ir andando por la pista de aterrizaje. Acabamos en pelea.
Otro parpadeo.
Estoy follando a lo bestia con una azafata. Encerrados en el estrecho espacio del lavabo, tratando de no reírme por lo que sucede al exterior, que no es otra cosa que la lunática de mi amiga animando cada una de mis penetraciones.
Al salir satisfecho, por ambas partes, me siento al lado de Hugo el cual ya me está alargando otro combinado especial de Soraya.
Hugo apoya la mano en la sien y cuestiona:
—¿Por qué seguimos bebiendo esto? Sabe a rayos.
Encojo los hombros sin saber qué responder. Es cierto lo que dice, las mezclas de Soraya matan el paladar. Igual que las neuronas. Sin embargo, aquí estamos sin poder negar los tragos.
Soraya desfila por el pasillo del jet privado, el cual, dado a la falta de más pasajeros y la nula resistencia de los pilotos, doy por sentado que es de la familia. El caso es que ella deja un par de paracaídas a nuestro lado, pronunciando;
—Decisiones y más decisiones —otra vez el juego —Estamos por encima de los quince mil metros. ¿Salto o no salto?
—No.
Vamos. Imposible que salte. Ah, pero en su diccionario personal le falta la palabra, por la cual cosa, hace lo que quiere. Y, ahora mismo, lo que quiere y hace, es abrir la puerta y saltar. La apertura empieza a tragar mientras que Hugo se echa a reír y yo me pellizco para darle credibilidad a la situación.
—¿Saltó? —se ríe con fuerza.
—Si, lo hizo.
Sufismo conjuntamente un lapsus hasta que, como si lo hubiéramos pactado, gritamos:
—¡Mierda, salto!
Adueñándonos de los paracaidas vamos tras ella. En mitad de la noche, a quince mil metros, hay que agradecer que en la mente alocada de Soraya aún quedé espacio para la empatía, ya que, gracias a una luz parpadeante, conocemos su ubicación. También he de agradecer que Hugo sepa moverse por el cielo, pues si por mi fuera, no sabría alcanzarla como hace él.
La retiene mientras ella ríe. Y, donde espero una mirada asesina, por parte del homicida, se forma otra risa.
Me dicen que son hermanos y lo creo.
Son dos locos. Muy locos.
Despierto empapado. Aunque los rayos de un nuevo día ya se están encargando de sacarme, sin embargo, tiemblo de frío. Las temperaturas apenas empiezan a subir ligeramente en esta época próxima al final del invierno.
Tengo resaca como la última.
Supongo que me acostumbro al tipo de dolor porque puedo incorporarme y localizar a los dos restantes miembros. Duermen en la arena de la plata. La playa parece un acuerdo no pactado. Sin embargo, difiere de ser la de Barcelona. Y por paisaje, aunque contienen similitudes por estar en costa mediterránea, puedo llegar a pensar que estamos en la tierra de mis raíces. La bella Italia.
¿Cómo hemos llegado aquí?
Mi cabeza no ayuda mucho ofreciendo perezosas imágenes de un avión y, de pronto, el aire. Por algún motivo que prefiero ignorar estaba en al aire. Pensando en el estado del kimono juraría haber caído al mar.
Tratando de ubicarme entro al primer establecimiento abierto. Una cafetería. Aquí me dicen que estoy en Positano.
Hoy, Es hoy. Hoy es el día de mi funeral.
Compro el desayuno y regreso a la playa.
—¡Matadme! —brama Hugo.
—Exageras —es gratificante ver en otro mi anterior posición. Es más que eso, ya que es reconocido como el más sádico asesino. Al menos es lo que dice y le tengo fe. No quiero pruebas —No aguantas ni una gota de alcohol.
—¿Qué ha pasado?
Soraya. Eso nos ha pasado.
La susodicha nos resume los acontecimientos. A diferencia de nosotros, ella conserva los recuerdos intactos. Tampoco sufre resaca.
En resumen. Borrachera, robo de avión, follada de mi parte y salto en paracaídas a miles de metros del suelo. Como ya sospechaba caímos al mar. Una vez realizado el chapuzón, nos quitamos los paracaídas y nadamos hasta la costa.
—¿Cuándo repetimos? —pregunta la diabla.
—¡Nunca! —agoniza Hugo.
—Antes que nada tenemos que regresar —digo.
—Es cosa mía —se levanta radiante y sonriente. Algún día descubriré su secreto —Máximo dijo. Considera avisar la próxima vez que tengas que viajar, por favor. No importa dónde estés, ni dónde quieras ir. Mereces un carruaje a tú altura, pequeña.
—Pues ya puedes ir pidiendo el jet —digo ofreciendo el desayuno.
Chocolate con churros.
****
Con permiso al trío Alessandro, Hugo y Soraya. Mi trío favorito lo componen Damián, Hugo y Soraya. Espero que me perdone Alessandro. No es nada personal. Es que esos tres juntos son destructores.
Aaaaaaaaaaaah....
Chiquito Alessandro para mí.
¿Y vosotros que trío preferís?
¡Sorprenderme!
Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah... El siguiente capítulo. Uy, el siguiente capítulo.
*huye moviendo el trasero*
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro