050 - EL AMIGO DE DARLEY
CAPÍTULO CINCUENTA
MÁXIMO SALVATORE
Sufro un bloqueo artístico.
Mi hermano pidió armas nuevas para la guerra que, tengo la sensación, ya se está librando en las sombras desde hace tiempo. Y, si así lo percibo, es suficiente para que sea confirmación. Sin embargo, a falta de información, aquí estoy con los papeles desplegados en la mesa sin poder crear.
Mi ánimo está pasando un gran bache.
Fui rechazado.
Quiero que me vea como un hombre, sin embargo, siempre me verá como un padre. Es lógico, aún así destruyó mis sentimientos y duele.
Duele cada día que la veo, duele cuando la encuentro en cada esquina de nuestro hogar, duele no hablar de lo que pasó, duele cuando trato de saludarla amablemente como si nada hubiera pasado.
Yo...
Es injusto. Injusto para mí. A pesar de ello, donde no hay amor no puedo obligar que exista a la fuerza.
Si tan solo hubiera callado estaría bien, no obstante, la situación y las copas de más soltaron la lengua. Hubiera apreciado tanto guardar silencio, pero tuve que hablar y las cosas han cambiado.
Ya no la puedo observar como lo hacía antes, no la puedo adorar en la distancia y fingir que no siento. No hay retroceso. He arruinado uno de los momentos más destacables de mi día, uno de los que me hacían sonreír por dentro y que no soy, ni seré capaz de recuperar.
Solo queda aparentar mientras prosiguen los planes de una boda que no deseo.
Salgo del despacho sin ni siquiera el inicio de un garabato por culpa de la perdida de inspiración.
Ya no soy yo.
Me detengo viendo a Darley salir de su habitación. A primeras, no se percata de mi presencia, regalándome, involuntariamente, segundos que exprimo apreciando la belleza que fue esculpida con fuego.
Viste colores calientes. Y, sin combinar, un bolso azul, el cual deseo que sea su favorito, ya que fue un regalo mío cuando cumplió los veinte, uno que fui a comprar personalmente. Igual que hago con mi familia. Teniendo el rol de hermano mayor y padre siempre me ha gustado consentir.
—Buenos días —sonríe cálida.
Continuo perdido en ella un instante.
Adoro su cabello de llamas, aunque más adoro las pecas que hubiera besado, una a una, si se me hubiera permitido. Incluso he llegado a fantasear que al hacerlos sus mejillas se encendían.
Ella es calor, fuego. Yo frío, hielo.
Ese es el primer problema. Somos tan opuestos que ni siquiera nos atraemos como imanes, en lo que se refiere su lado, porque a mi no me podía atraer más alguien. También está la diferencia de edad. Catorce años nos separan.
—¿Y tú uniforme? —pregunto, acostumbrado.
—Es mi día libre.
¿Quién fue el ingenioso que los inventó?
Darley no trabaja para mi, es mi hija, sin embargo, ella se hace los horarios y me acostumbra. Tan es así que medito la eliminación de las fiestas, algo más propio de mi hermano, aunque yo solo lo aplicaría a la estrella roja.
—¿Dónde vas?
—Tengo una cita.
Creo que me he quedado sin aire. Mejor dicho, creo que la cabeza ha jugado conmigo inventando la respuesta.
—¿Dónde vas? —repito.
—Tengo una cita —vuelve a responder.
Una cita. Es normal. Las chicas a su edad tienen citas, lo extraño es que nunca hubiera tenido una, así que no pasa nada, nada de nada...
¡¿Cómo qué una cita?!
No puede tener una cita. Una cosa es rechazarme, otra muy distinta es que esté con otro. Ningún desgraciado sabrá cuidarla como yo, es más, no existe adolescente o adulto que no piense en otra cosa que no sea en su miembro, buscando a víctimas como ella para hacer lo peor.
Conmigo jamás se le rompería el corazón.
No obstante, en cualquier otro, jamás podrá tener algo estable. Mienten por sus pitos. Estarían con ella sin darle la valoración de una diosa, lo harían insultando y engañándola, metiéndose en otros agujeros.
—¿Estás segura que es tú día libre?
Nunca antes había comprendido tan bien a Derek, después de todo, Eleah lo hacía fácil. Mi difunta no estaría orgullosa de mis pensamientos, diría que tengo más opciones, pero, tras las noticia de una cita, veo viable el secuestro.
—Muy segura.
—¿Quién es el afortunado?
—Un amigo.
—Nunca has hablado de un amigo.
—No te hablo de todo lo que hago —quizás sea producto del rechazo, pero actúa muy cortante. Incluso hay faltas de respeto. Ya no es la misma. Mejor dicho, ya no soy el mismo. Yo soy el que cambió tras ser rechazado, ella sigue siendo la hija que adopté y lo demuestra, diciendo: —Tengo amigos universitarios, papá. Aunque este no es muy universitario que digamos.
—No me obligues a interrogarte.
—Es amigo del señor Salvatore.
¿Amigo de mi hermano?
Su único amigo es Hugo y sigue encerrado. A no ser que haga referencia a esa cosa que últimamente se le ha enganchado, con el que hace una semana que está jugando cada noche a Control y al cual no diré ni su nombre. Es una mala compañía. Por ese imbécil olvida su familia y la guerra.
Si existe un ente superior que nos vigila desde el cielo, por favor, que me cumpla el deseo y que lo mate.
Siguiendo a Darley y alcanzando la parte delantera de la mansión mis ganas de que se muera el inservible aumentan. Empeoran cuando le besa la mejilla pecosa.
Desarmo a uno de mis hombros y lo apunto.
—¿Quién te ha dado permiso para estar en mi propiedad?
—Dary dijo que no había problema.
¿Cómo qué Dary?
¡Darley! ¡Es Darley!
Ni su nombre tiene derecho a pronunciar. Es un infiltrado. Una trampa. Es un veneno que mi hermano se niega a ver y que si lo deja ser destruiría nuestra familia por dentro.
Damián dijo que era un Santoro. Un apellido ignorado hasta hace poco, pero que ahora está más presente que nunca. Los Santoro destruyeron a mi hermano. Mataron a sus suegros, dañaron el cerebro de Soraya. Podrían haberlo matado en Italia.
Es el enemigo.
—No faltes al respeto a mi empleada —digo, sin querer decir hija.
—No soy quien le falta al respeto —provoca el miserable.
—A mi me gusta Dary —y Darley lo empeora.
Me están preparando la máscara de payaso y no lo pienso tolerar. Esta cosa no vendrá a mi propiedad hablándome como un igual y llevándose a mi chica.
—A tú habitación —ordeno a Darley.
—No —esto ya es pasarse, nunca me había desobedecido.
—Ahora, por favor.
A falta de su reacción, agarro con algo de fuerza su muñeca, no obstante, la suelto de golpe tras recibir un puñetazo que me rompe el labio.
El jersey amarillo de Darley se mancha ligeramente con mi sangre.
Reconozco que es fuerte. No le pido menos al enemigo, ya que para obtener el título hay que tener más que simples intenciones.
Enfrento la mirada con él. Cara a cara. Acaricio su frente con la boca del arma sin que se retire del duelo, aunque todo podría acabar aquí, ejecutando un único disparo que dejaría dos agujeros, uno de entrada y otro de salida, después de pasar por el centro de su cerebro.
—Mátame —me desafía y añade: —Mátame y tendrás más problemas de los que ya tienes. Significo mucho para Derek.
—A las diez la quiero en casa.
—No es una niña.
—A las once.
—Veré que hago —disparo al aire —A media noche. Quizás con un pequeño retraso de cinco minutos y siempre que ella quiera. También puede ser que se quede a dormir conmigo. Nos limitaremos a hacer lo que hacen los buenos amigos. Así que no te preocupes, papá.
¡Odio a este sujeto!
Es afortunado de ser el protegido de mi hermano y que no quiera que Darley me vea matar, porque de no ser por estos factores, nada más darse la vuelta con la pelirroja, lo mataba.
Se salva por hoy.
Devuelvo la pistola a mi hombre, a medio camino de entrar, Gaspar está esperando para que revise el papeleo y firme, sin embargo, como siempre, me limito a firmar sin querer saber de los negocios.
—Es mejor así —dice.
—¿El qué?
—Sé que la aprecias, pero es una distracción. Tienes que dejar ir a Darley. Tú deber es con la Brava y su hija.
—Gaspar.
—Tienes obligaciones como líder. No lo olvides.
—¿Quién te atreves para hablarme así? Sé mi posición de sobras, mis deberes y obligaciones, así que no necesito que alguien de tú estatus me recuerde lo desagradable que es mi vida. Menos voy a tolerar las ofensas a mi hija —señalo el cielo y le advierto, de las consecuencias que habrán si vuelva a llenar su boca con el nombre de Darley —La próxima vez no será el cielo, será tu cabeza. Te di una oportunidad de ser mi consejero, a pesar de que tú difunto padre lo era del mío, así que no juegues conmigo, porque en caso de jugar...
Un cuervo aterriza en su hombro, dando un vistazo alrededor visualizo una decena más, desde lo de Italia, sin explicación, nuestros terrenos han sido invadidos por cientos, miles de ellos. Nos observan.
Estoy seguro que son súbditos de alguien poderoso.
Alguien que de momento no se presenta.
Un aliado.
Además, por lo que me han contado, Derek fue ayudado por uno de ellos cuando estaba buscando la cura de Hugo.
—¿Señor?
Estiro la mano con la palma levantada hacia el cuervo y este salta, lo contemplo fijamente y le doy una tarea:
—Si mi consejero amenaza de alguna forma a mi familia, si mi consejero ofende a algún miembro de mi familia, si mi consejero es un problema, lo matáis.
El cuervo grazna jurando.
Visito la mansión principal.
Corro riesgo a que me salgan canas por estrés, es por eso, equipado con mi maletín, estoy donde me crie.
Antes de bajar a la mazmorra voy a por un trago de grappa.
—¿Una mala mañana? —cuestiona Damián.
—Una mala vida.
—¿Quieres saber tú problema? Que te faltan huevos para ir a por la chica usando de excusa una boda —omito la copa bebiendo de la fuente —No gastes tinta para mi invitación.
—Me casó por obligación.
—Te casas por cobarde.
—Nuestro hermano me nombró líder. Desde entonces es mi obligación conseguir poder y enriquecer nuestro apellido. Aliarnos con la mafia roja será un gran paso. Más con la guerra que se avecina.
—Un gran retroceso.
—Esperaba que no lo entendieras.
—¿Qué poder nos pueden dar los humanos? Somos dioses.
—Tus mujeres son humanas —le digo con su ceguera. Y vuelvo a la mafia: —Son despiadados, sanguinarios y no temen a la muerte. No hay que ser inhumano para ser bestias.
—Eres guerra. Tienes la ventaja.
—En las guerras siempre hay lugar para los muertos. No sirve que yo tenga la ventaja, ni que mis posibilidades de ganar sean altísimas, no importa cuando pueden morir aquellos que quiero.
—Sigue siendo una excusa.
—Soy el único centrado en estos momentos.
—Lucha por tú mujer. Por Darley.
—¡Me rechazo! —exploto agotado y derrotado —¡Darley me rechazo y se ha ido con el enemigo! ¡Estoy harto de ser el líder! ¡No quiero serlo! ¡No lo pedí! ¡Ojalá nuestro padre estuviera aquí! ¡Ojalá resucitará! ¡Era la peor peste, pero al menos él me dejaba ser yo!
Palidece.
Esto no debería estar pasando, siempre había controlado mis emociones, sin embargo, estoy perdiendo esta guerra.
A cada día en que soy líder, dejo de ser yo ocupando el puesto que solo debería llevar la muerte. A quien le corresponde la carga es a mi hermano, no obstante, me nombró a mi y no lo pude rechazar. No con lo que estaba viviendo, no con lo que sigue viviendo con el estado de Soraya.
Acepte porque no le puedo decir que no.
Sin embargo, es insoportable. Aún así seguiré callando, lo seguiré haciendo si con eso vuelve a ser feliz. Quiero tener de vuelta al hermano bocazas que adoraba el romanticismo.
—No digas eso ni de broma. Enzo merecía morir, así lo decidió la propia naturaleza y no hay que contradecirla. No existe la resucitación.
—No estés tan seguro, Damián. Somos la prueba de lo sobrenatural.
—¡No!
Huye aterrado.
Hoy es un mal día para ser Salvatore.
Suelto la botella retomando el propósito de estar aquí. Desciendo las escaleras en búsqueda de aquel demonio.
—Máximo Salvatore.
—Blaine Craig —rasgo las cuerdas vocales pronunciando su nombre.
—Ha pasado mucho desde tú última visita, viejo amigo —habla con la voz aguda que le quedó después de la castración —Temía que hubieras muerto, al principio, ya que yo soy la mayor prueba de tú respiración.
—Hasta que suelte el último aliento.
—¿Qué te trae por aquí?
—Sabes muy bien el porqué.
Desbloqueo los cierres del maletín sobre la mesa, al lado de la maquinaria de fundición y herramientas que he solicitado para hoy. En su interior, hay el oro de los ingenieros de armas, acero, concretamente, lingotes de acero.
—Ambos sabemos que torturarme es una excusa.
—Más bien es un hobby.
Me pongo los guantes de protección térmica.
—¿Cómo está mi hija?
Agarro las tenazas de fundición y golpeo su espalda sin que el desahuciado se queje, midiendo la fuerza. Utilizo la necesaria para que duela, no para matarlo, desde que lo encerré siempre ha sido así.
Al descubrir lo que hacía, le di caza y juré con el apellido que moriría el día de mi funeral. Solo yo tengo el poder de castigarlo. Y, ningún Salvatore, lo ha tocado reconociendo mi presa. Incluso Enzo.
—Un nombre tan precioso no debería ser tratado en tus labios —le digo apretando los dientes.
—Eres tú quien viene a hablar de ella.
Vuelvo a golpearlo. Una y otra vez. Tiñendo el cimento por el que se pasean las ratas en rojo.
Los presos se esconden en las esquinas de sus celdas. Se produce un silencio trágico que despierta mi piel.
Alguien vulgar ya se hubiera desmayado, pero Blaine está tan acostumbrado al dolor que sigue desafiante después del golpe cuarenta, mirándome con los ojos que proclaman nuestra igualdad.
—¿Qué se siente al desear la hija que adoptaste? ¿Qué se siente al estar en mi lugar?
—Asco. Sentiría asco. Pero no soy tú. Y ella dejó de ser una niña hace dos años.
—Ya la deseabas antes —cierto.
La revolución de sus hormonas fue el inicio de mis sueños prohibidos, más no era una niña, sino una adolescente, una adolescente de la que me acostumbre a escapar más veces de las contadas.
Agachándome fijo mis ojos en los suyos, rozo el mentón con el filo de las tanzas y desciendo por su cuerpo maltrecho. Repaso viejas heridas, podría hablar de la historia de cada una, ya que son de mi propiedad, podría decir hasta las conversaciones que manteníamos mientras las hacía.
Suspendo la herramienta en su entrepierna.
—Tengo una duda con la castración. ¿Sigue doliendo? —presiono las tenazas consiguiendo el aullido de un condenado, hago más presión y mis oídos disfrutan, aunque me detengo antes de que pierda el conocimiento —Parece que sí.
Doy tregua mientras acudo a la pequeña fundidora, caliente e introduzco los lingotes. Mientras se vuelven en líquido plateado, preparo una inyección y el molde, el cual se adapta a su brazo derecho. Lo hice a medida.
Aún cuando lo castre con tijeras de cortar uñas, un proceso lentísimo y muy sucio, fue una anomalía en mis métodos, ya que no me gusta mancharme los trajes con sangre y sudor.
Inyecto la droga directo a su torrente sanguíneo. Le hará aguantar más antes de desmayarse. Acto seguido, coloco el molde.
—Jamás te sentirás mejor —aún tiene ganas de hablar —Siempre seré tú peor pesadilla. Aquello que temes ser. Si estás tan empeñado en conservarme no es por lo que hice, sino porque tú también lo querías, querías a esa niña al mismo tiempo que yo la estaba haciendo mujer. Eres digno hijo de tú padre.
Ignoro el ataque verbal regresando a la fundidora y comprobando el estado de los lingotes. Esperando saco la piedra del bolsillo. Sus palabras no van en mal camino, aunque yo no la deseaba como mujer, si que me la quería llevar, más cuando se escondía y no hablaba como mi hijo. Era yo siendo padre. La quería proteger así como siempre he protegido a Pietro.
—El silencio responde por ti.
Pero yo no la protegí.
Blaine hacía mucho que estaba encima de ella. Y yo tardé mucho en llegar a la conclusión.
Guardo la piedra deshonesto. Me percibo como alguien egoísta y retorcido, cercano a Blaine. Sin embargo, debería descansar, dejar de pensar cuánto la amo y la deseo. Ella ya me ha rechazado. No obstante, si no es conmigo, no será otro. Aún sabiendo que el pensamiento es incorrecto, no lo puedo cambiar, ni quiero.
Vierto el líquido por los agujeros del molde. Se resiste en gritar en primera instancia, muy pronto ya no lo puede aguantar, aunque ni suplica perdón, ni que pare. Ambos sabemos que es inútil.
Finaliza la visita cuando cae inconsciente.
Me quito los guantes, cierro el maletín vacío y salgo de la celda.
El aire de las mazmorras se ha densificado durante el tránsito de la visita y estoy solo. No hay trabajadores y los presos siguen refugiados en las esquinas, escondiendo las cabezas en sus piernas.
No me gusta.
—Avísame del próximo pase. Estos shows se disfrutan mejor con palomitas, Máximo Salvatore.
Suelto el maletín y giro.
Hugo de León. Mejor dicho, Gunther Meyer, sale desde las sombras donde permanecía oculto.
Sonríe siniestro. Y tiemblo con su mirada.
Siempre hemos tenido una relación cordial, éramos amigos y se consideraba como uno más de la familia, sin embargo, a causa de la droga, su confusión es peligrosa, más considerando sus antecedentes. Asesino tres de cuatro jinetes.
—Tranquilo. No muerdo —mordisquea el aire.
—¿Cómo has escapado?
—Aún no han inventado jaula que me retenga —retrocedo con su proximidad chocando contra los barrotes de una celda —No soy tu cazador —roza mi mejilla generando mis escalofríos y palpitaciones, desliza los dedos lentamente a mi yugular y oscurece su voz: —Aunque, evaluando los sucesos, sería un gusto hacerte mi presa considerando tú cara bonita. La primera cabeza a colgar encima de la chimenea después de adueñarme de la mansión.
—Hugo...
Cuando creo que está apunto de sacar un arma blanca, tira de mí y me abraza, excesivamente suave. Me despeina como si fuera una mascota, en concreto, como si fuera uno de mis perros.
Siempre ha sido débil con los caninos.
Mis perros lo aman.
—¡Hugo! —me quejo.
—Ay, hombre de hielo. Tendrías que haberte visto —me aparta ligeramente dándome un chequeo visual —Joder, empezaré a llamarte deshielo. Nunca antes te había visto la cara de cagado.
Derek y Hugo siempre han sido malhablados. Honestamente, si pasaban mucho rato juntos su comunicación se sincronizaba y hablaban con muchas obsesionadas que explicaban un gran mundo que solo ellos entendían. Era un idioma grotesco.
—Te debe ir muy bien.
—Lo último que me va es bien.
—No te quejes porque te rompan la armadura —me vuelve a abrazar.
—A mi no me rompen nada —quito el contacto, arreglo las arrugas del traje y miro hacía su jaula. La puerta está abierta, de par en par —¿Cómo es qué sigues aquí pudiendo escapar?
—Soy un gran paciente —esborra cualquier matiz de emoción. Siempre ha tenido un control absoluto de sus sentimientos, como si fuera un interruptor, encendiendo y apagando a su capricho —Merezco lo que me pasó. Incluso de haber muerto me lo hubiera merecido por envidia. Quería lo de Death.
—Soraya es de él.
—No, Soraya es de ella. Y Death también.
—¿No habéis peleado lo suficiente?
—Nunca es suficiente con él —se muerde la mano temblorosa. Mi hermano le dio una cura temporal, él lo sabe, quizás por ello, aún pudiendo escapar, permanece encerrado para salvarse —Aunque eso no es de tú incumbencia. Tú y yo tenemos algo aparte que tratar.
—¿Hablas de lo que pensé de ti?
—Te dejo que me lo digas en la cara.
—Creía que te burlabas de mi hermano. No creía que alguien de baja reputación como resultó ser Laura pudiera engañarte, empujarte a las drogas y quedarse con el dinero que os tenía que mantener. Siempre fuiste mejor.
—Gracias. No sabía de eso —me empuja agresivo contra los barrotes, sube el antebrazo al cuello y presiona. Apenas puedo respirar —Te diré algo. Death, yo, todo cometemos errores, pero tú porquería es otro puto nivel de mariconeria. Das gana de cortarte la cabeza dejando que tú presa te pisotee —aprieta los dientes y ruge: —Eres Salvatore.
Caigo al suelo al ser libre y fuerzo la respiración, por un segundo, me he creído muerto dominado bajo su influencia.
—Afortunadamente el día en que maté a tú padre no correremos el riesgo de que seas el líder —lo dice sonriente, fantaseando con el asesinato, sin embargo, no seré quien le quite del error. Enloquecerá cuando se lo digan: —¿Cómo está la cuñada pelirroja?
—Sobrina —lo corrijo, considerándolo un hermano —No sé qué te hace pensar tan equivocadamente. Además, tiene pareja.
—¿Quién es el afortunado que mataré? —sonríe cínico.
—Alessandro. Tú amigo.
Algo se quiebra en él. Cosa que resulta de lo más extraño, hace un minuto lo mencioné, él domina los sentimientos, sin embargo, en esta ocasión, ellos lo dominan a él revelando a un hombre afectado.
Sus temblores empeoran, retrocede cayendo al suelo, más se incorpora balbuceando incoherencias, las cuales al principio son inentendibles, menos las últimas que parecen un ruego:
—No... No... No menciones... su... su... su... nombre...
—Tendrías que haberlo matado cuando pudiste.
—Tú... tú no sa...sabes nada...
—Explícamelo.
—¡Cállate!
Juraría que está al borde de las lágrimas, sin embargo, si acaba llorando o no, es algo que no sé porque regresa a su celda aislada.
Nuestra existencia es amarga. Y empeoramos cada día. La única vez que fuimos un mínimo, fue en los tiempos de Soraya, en donde ella sola, sin ayuda de nadie, empezó a recoger las piezas y armar el puzzle. Trágicamente, nunca lo completo.
TRES AÑOS ATRÁS
MARZO
Después de horas encerrado en el despacho, estoy en el salón realizando el picoteo de media mañana, disfrutando las últimas galletas saladas que trajo nuestra Nana en su recién visita. En otras circunstancias, las dejaría para Derek, pero sigue ocupado cabreado con el mundo. Ni siquiera les ha hecho caso. Por otro lado, mi hijo tiene dulces.
Estoy concentrado con el sabor hasta que el paisaje que ofrece la ventana más importante del salón mejora.
Últimamente solo la pienso.
Darley es un sentimiento pegado en el corazón. Una niña que salvé, adopté y, actualmente, horroriza mis anhelos.
Sé que es inmoral, aún así no puedo evitar que mi corazón resucite en cada ocasión que la observo desde el límite autoimpuesto. Conozco lo que siento porque es parecido a lo que sentí por Eleah, no obstante, con la madre de mi hijo era simple. No tenía que cuestionar nada, ya que nuestra diferencia de edad era de dos años y nuestra relación antes del amor fue la de extraños estudiando, en carreras sin relación, pero en la misma universidad.
Realmente, ella fue quien lo tuvo complicado. Por mi familia, los negocios y los crímenes. No obstante, Eleah era de las que creían que la sangre no define, aunque en este caso implique una maldición que se repite, generación a generación, algo que le asustó cuando descubrimos de nuestro accidente.
El susto fue inicial. Ya que pronto fantaseo con cual de los cuatro jinetes sería nuestro primer hijo. Le quite del error, aún así no fue suficiente para que dejará de pensar en lo especial que iba a ser nuestro hijo. Después de todo, su padre es guerra. Sin embargo, a día de hoy, pensando en mis primos muertos, lo único que tenían de malditos es que adoptaban la personalidad del padre.
Espero que no sea así.
Espero que sea solo por la forma en que los criaron, ya que no soportaría que la brillante personalidad de Pietro se arruinará, en esa cuestión, me alegra que mi hermano y mi hijo se entiendan.
Continúo anclado en Darley.
Está dando de comer a la jauría de perros, mis fieles acompañantes en cada cacería y guardianes del hogar.
Napoleón, el líder de la manada, se le tira encima provocando que sumado a la torpeza propia caiga al suelo. Es presa de sus lamidas, a la vez que le desordena y ensucia el uniforme.
—Ojalá ser perro y saborear su piel —susurran a mi oreja izquierda.
—Ojalá ser perro.
—No, no puede ser. Estos pensamientos que no hacen más que atormentar me quieren empujar al camino del pecado. Tan inocente y pura. Soy un caballero que no debe corromperla —susurran a la derecha.
—Soy un caballero que no debe corromperla.
Regresa a la izquierda:
—Pero. Si tan solo. Sería tan placentero que por el capricho del destino esa falda se subiera. Aunque más placer sería ir ahí, aprovechar el descuido y subir las manos por sus piernas hasta encontrar la joya. ¿Cuántas veces la haría suspirar? ¿Cuántas veces gemiría mi nombre? ¿Cuántas veces causaría sus orgasmos y me alimentaría de las mieles más dulces?
—Incontables.
Vuelve a la derecha:
—No, no, no y no. Soy indigno de semejante diosa sin igual. Mi musa; mi inspiración. Es a quien yo haré un altar.
Me quita la galleta salada y se ríe. Es una pequeña endemoniada.
Al girarme hacía Soraya lo primero que hago es buscar el brazo que causa el mal genio de mi hermano. Ella dijo que le atacó una piedra, él no la cree. Casualmente me hace recordar a la piedra que me lanzó Darley, causando que dé razón a ambos, sin embargo, para que una piedra ataque debe ser lanzada.
Si mi hermano no averigua quién fue, temo que el incidente del orfanato se repita causando la muerte de los alumnos y profesores.
—¿Quién fue? —pregunto.
—La piedra.
—¿Por qué eres así?
—¿Cómo así?
—Nadie debería salir impune de sus actos, pero dejas que se libren y, probablemente, vuelva a ocurrir —esconde los ojos embriagados por el inicio de la tristeza que trata de disimular —No los dejes ir, por favor. Si no quieres compartir a los culpables con mi hermano, hazlo conmigo.
—Fue la piedra.
Se libera una lágrima en su rostro y desisto. No me gusta verla trágica, no me gusta la idea de perderla, ya que eso implicaría perder a dos seres queridos, a ella y a mi hermano.
Ella le ofrece esperanza, le ofrece soñar y sentir como nunca antes había podido llegar a imaginar.
Es su latido, su vida.
No imagino un mundo sin ellos juntos. Ni lo quiero. Es hora de que él pueda vivir la vida que se le negó al nacer. Y sé que la hará muy feliz.
—¿Cómo has venido? —intento distraerla.
—Oh, eso. Uber —se quita la lágrima con el puño, alarga la mano buena y sonríe maliciosa —Venir hasta aquí es muy caro y no vivo en palacio, así que paga mi viaje y una compensación por las molestias. Págame, págame, págame, págame.
Si supiera de nuestros malos orígenes creo que no sería tan descarada, algo que averiguaremos el día en que mi hermano hable, pues en algún momento debe saber y en aquel momento yo tendré la respuesta.
Le doy todo el dinero que hay en mi cartera.
Cuenta como si fuera experta.
—Considera avisar la próxima vez que tengas que viajar, por favor. No importa dónde estés, ni dónde quieras ir. Mereces un carruaje a tú altura, pequeña.
—Gracias —besa mi mejilla.
Sale al jardín reuniéndose con Darley y los perros. Al poco, como si mi hijo tuviera un sexto sentido, se asoma y va a subirse a su regado. Se ríe mientras ambas chicas lo miman.
El paisaje es cálido, hogareño. De los que permiten soñar en presente, pero, sobre todo, en futuro. En buenos días.
—¿Algo que deba saber? —Derek, justo llega del trabajo.
—No.
—Tienes los labios curvados hacía arriba —hago un gesto para que observe a través de la ventana. Viene a mi altura y sonríe en igualdad de condiciones. Somos tontos enamorados —Es mi mejor amiga.
—Y ella es mi hija adoptiva —se me escapa.
—¿Espera, qué?
—Me voy a trabajar.
—¡¿Cómo que tengo sobrina y no sabía?! ¡¿Y por qué mierda viste como criada?!
—Hermano, es la chica que me ayudaste a salvar —su cara parece una broma de mal gusto —Yo la acogí. Lo que no te lo dije.
—¿Por qué?
—Estuviste años obsesionado con Mío. Haberte dicho que había adoptado a alguien cuando no pude hacerlo con tú fantasía hubiera sido como clavarte un puñal en el corazón. No quiero que vuelvas a decaer.
—Ya no importa Mío. Soraya es real.
—Es innegable.
ACTUALIDAD
Me arreglo para una nueva cita con Ivanna.
La cita de hoy es la más importante, ya que hoy, después de muchos tira y aflojas, ,mi prometida conocerá a mi hijo. Esta vez el pequeño demonio de Tasmania no ha logrado escapar.
—No quiero ir —protesta, hago un gesto y sus escoltas desocupan la estancia.
—Tienes que conocerla.
—¿Por qué he de conocer esa cosa?
—Porque soy tú padre, porque me casaré con ella y porque muy pronto será tú madre —digo severo para que no haya lugar a confusiones —Tienes edad suficientes para comprender la situación. Eres el hijo del líder y...
—¡Mi mamá es Darley! —grita decidido.
—Será Ivanna.
—¡Darley!
—Ivanna.
—¡Ya no soy un niño! ¡Yo sé que amas a Darley! ¡Acéptalo! —aceptar, ya lo acepte, pero fui rechazado. Y, el que mi hijo hable así, empeora el dolor insertado en el corazón —¿Dónde está mi mamá?
—Con su novio —da un paso atrás, sorprendido —No nos quiere. Yo la bese —pone la cara de asco típica de un niño de su edad —Ella me rechazo. Y ahora ha conocido a un patán y nos ha abandonado —me arrodillo limpiando sus lágrimas, no soporta la idea, al igual que yo. Esa pelirroja nos tiene mal —Lamento ser quien te lo diga, pequeño. Pero necesito tú apoyo. Ahora más que nunca. Al menos dale una oportunidad a Ivanna.
—Bueno —le beso la frente.
La cena se realiza en el mismo restaurante de siempre y como ya es costumbre Ivanna se hace de rogar, es de todo, lo peor. Darley nunca me ha hecho esperar hasta el momento, aunque eso puede cambiar hoy.
¿Por qué tenía que fijarse en alguien? ¿Por qué ese alguien no podía ser yo?
Al ver entrar a Ivanna con sus vory, me pongo de pie y hago un gesto a mi hijo para que haga lo mismo, sin embargo, se esconde detrás la cara.
—Mi hijo, Pietro. Pietro, Ivanna —les presento con un fluido ruso.
La ignora por completo y sé que no sacaré nada, así que tras disculpar la falta de modelos de mi hijo, muevo la silla para la risa.
Ivanna trata de interactuar con mi hijo. De nada sirve, ya que sigue ocupado ignorando su existencia.
Su comportamiento es culpa de Derek. También Soraya. Y como no podía ser menos, Hugo. A los únicos que no puedo señalar son a Damián y Giovanni. Damián nunca faltaría a una mujer, aunque, a sus palabras, quisiera arrancar sus extensiones. Por otro lado, Giovanni apenas existe.
—Está nervioso por conocerte —me vuelvo a disculpar.
—Comprendo. A su edad también me ponía nerviosa conocer a extraños, pero nos iremos conociendo. Seremos buenos amigos —le dice sin lograr su atención —Tengo muchos planes para ti.
Mi hijo me señala el plato más caro de la carta.
—Haz caso a Ivanna, por favor —vuelve a señalar, creo que sin aviso ha querido castigarme con el silencio —No te gustará.
"No me das a la mamá que quiero, me darás esto" —si, definitivamente, el uso de sus señas confirman su postura —"¿Comida o caos? Elige."
Espero que Ivanna elija su ensalada y se la pido, después el capricho de mi hijo y bistec, patatas fritas y vino para mi.
Como mi hijo no quiere saber nada de la rusa tengo que volver a fingir interés con los detalles de la boda, asqueando el anillo que acaricia de vez en cuando y que capta la atención de mi descendencia. A tal punto que, en varias ocasiones, he de insistir para que continúe comiendo el bistec que le he cortado y las patatas, después de que haya asqueado su capricho y nos haya cambiado el plato.
Conozco muy bien a mi pequeño.
—Nuestra boda se acerca —dice, aleteando las pestañas.
—¿Cuándo era? —pregunto, esperanzado a que la fecha esté muy lejos de la cruda realidad. Por la mala mirada que me da, me excuso: —Estoy ligeramente despistado, perdón. Últimamente no hemos parado de tener contratiempos. El trabajo se acumula, los enemigos se reproducen y aparecen muchas cuentas que saldar.
—El tres de abril —queda menos, no quiero que quede menos —Te propuse el cuatro, pero no quisiste y cedí —fui listo al hacerlo, el cuatro del cuatro es una fecha para la honestidad Salvatore —Tienes que pensar en nosotros. Entiendo que ocupas grandes responsabilidades, pero eres tan frío que vuelvo a cuestionar si tus sentimientos hacía mi son sinceros. Me preocupa ser una esposa de papel.
Básicamente es lo que es. Una mujer para ser usada en negocios, el punto de un un contrato invisible que unirá a dos familias influyentes.
Debería darme lástima, pero más lastima me doy yo.
—A veces resultas demasiado caprichosa. Y yo ni tengo consideración, ni tiempo para consentir a alguien. Sabes que te amo. Por más que mi rostro no lo pueda manifestar, te amo desde dentro —Pietro, juega con el cuchillo y, como padre que soy, leo sus intenciones continuando la frase acorde a los próximos sucesos —Me gusta más demostrar que decir. Es por ello que mi hijo está aquí, porque yo no presentaría a mi pequeño a un cualquiera. No hay mayor prueba de mis sentimientos hacía ti que su presencia.
Al terminar la oración, disfruto del espectáculo de mi hijo, el cual apuñala la mano de mi prometida, aunque por un segundo ha estado apunto de cortarle el dedo de la alianza.
La sangre mancha su vestido, el mantel, el suelo y el rostro de mi pequeño orgullo.
Ivanna chilla llorosa, a su vez los vory desocupan sus puestos alzando las armas, los míos no se quedan atrás. Mientras, Pietro jugando al ser inofensivo, sube sobre mí y esconde la cara salpicada en mi torso. Usando las enseñanzas de su tía manipula al público provocando sus lágrimas.
—Ha sido un accidente —digo. Busco los ojos de mi prometida y juego al mismo juego que Pietro —Es muy pequeño. No sabe lo que hace, por favor. Discúlpalo.
—Bajad las armas —ordena Ivanna, obligándose a parar las lágrimas y sonreír para que el ambiente se calme. Los vory y mis hombres enfundan las armas —Hay que comprender al niño. Soy una intrusa para él.
—Gaspar.
—Dime, señor —se acerca.
—Haz que lleven a salvo a mi hijo a casa —Pietro, se separa de mi pectoral sin perder el papel de inofensivo. Muy seriamente, dentro de la actuación, le digo: —Tendremos una conversación cuando llegué. Más te conviene esperar despierto y desarropado, a no ser que quieras quedarte sin tía Soraya —asiente y marcha con los escoltas. Me centro en la prometida que se desangra —Te acompaño al hospital. Es lo menos que puedo hacer.
Estoy en la sala de espera.
No paro de llamar a Darley, esperando que en una de estás, se olvide del indeseable y recuerde a quien se debe. Sin embargo, lo nunca antes sucede, sin dejar de saltar el buzón. Tampoco responde los WhatsApp. Por hacer ni siquiera deja el visto.
Su silencio solo se puede deber a una cosa.
El cuerpo que anhelo está siendo consumido por un manipulador que los engaña y nos destruirá. Era mi cuñada, era mi hermano, era mi chica. A este paso seguirá Damián. Pero lo único que no me quitará es a mi hijo.
Jamás se llevarán bien, más cuando es una de las tantas razones, no menos importante, por la que no estoy con Darley.
Como sigo ignorado acudo a mi segunda opción, Soraya. Tampoco responde. El siguiente sin éxito es mi hermano. Me los imagino recuperando el tiempo perdido, a pesar de que mi cuñada no sea consciente.
Voy a por la última opción, Damián. Lo considero porque sus esposas son las guardaespaldas de Soraya, de no ser así, ni lo intentaría, después de todo, compartimos el mismo pensamiento referente al indeseable. No obstante, parece que también está en un mal momento ya que no responde.
Sintiéndome abandonada espero a Ivanna.
—¿Cómo estás? —pregunto a la susodicha cuando sale.
—De peores he salido.
Me sonríe y ya no me siento tan solo, aunque sea una mentira. Es hora de crear conciencia, de buscar algo más. Ordenar los sentimientos. Hasta ahora no le di espacio para conocernos por lo que siento, sin embargo, he de pasar página, Darley ya ha elegido.
—¿Ya es hora de tú puntual urgencia? —pregunta algo apagada.
He sido muy injusta con ella.
No tiene que ser fácil estar en su piel. Estoy seguro que sabe que es un peón y que sabe que mis palabras son deshonestas, pero se aferra a la mínima mentira para sentirse querida. A mi también me gustaría hacerlo con Darley. Seguir engañándome.
No puedo más.
—No tengo nada que hacer.
—¿En serio?
—Te acompaño al hotel.
Soy amable en el transcurso del viaje; abriendo el coche para ella, teniendo una conversación amistosa, sin detalles de boda. Hablo de mi hijo y cuanto me gusta ser su padre, ella de lo complicado de ser la hija de la mafia roja, más cuando es la única mujer. Sus hermanos, cada uno más retorcido que el anterior, son sumamente ambiciosos y machistas.
Acompaño mi cita a la puerta de su suite presidencial, ofrece una copa y soy incapaz de negarme. Un trago es lo que necesito después del duro día.
Elegantemente dejo la americana al respaldo del sofá y me siento esperando a Ivanna, la cual se sienta a mi lado con dos vasos y el whisky. Proseguimos con la charla entre tragos.
Intento dar lo máximo, prestarle la atención que merece a la vez que trato de bloquear pensamientos que involucran a Darley y en lo que estará haciendo con el apestado.
Hablando corta nuestras distancias. Y, cuando ya no queda espacio, no impido la reunión de nuestras bocas. Beso a mi prometida como siempre tuvo que ser. Sin exigencias, pausado. Ofreciendo el control sobre mi lengua y sin dejar que huya, sabiendo que esto era cuestión de tiempo que se produjera.
—Nada mal —se despega un mínimo.
Apenas le permito romper el contacto. En el segundo beso los dedos resbalan a los botones de la camiseta, desabotona pausada, rozando mi piel, hasta alcanzar el cierre del pantalón.
Mi erección ya la espera.
—¿Quieres? —pregunta, recorriéndola con las yemas.
—¿No sabes cuándo callar? —me muerdo el labio maldiciendo la pequeña pérdida de compostura.
A veces, en cuestión de sexo, pierdo la postura, yo no lo sabía hasta que Eleah lo dijo. Después de ello, en un par de ocasiones, traté de moderar mi actuación en la cama, pero eso la molestó.
Se lame el labial rojo y no tengo que jurar para que se me crea que pagaría una fortuna para que fuera Darley. Sin embargo, me contento con lo que tengo.
La última vez que alguien me la chupo aún vivía la madre de mi hijo, después de ella, me centré en ser padre y los negocios, aunque tuve algunos acuerdos rodeado de mujeres ligeras. Nunca busqué nada.
Sé que puedo tener a muchas, pero no a la que quiero.
Sucumbido a la derrota. Suspiro y amarro su cabello en un puño.
El norte lo pierdo en la primera embestida, voy a lo más profundo de su boca, sin gentileza y desalmado. Yo que soy el más formal, pierdo la calma y me vuelvo exigente.
Mis órdenes se cumplen. Aunque ordenar no es lo que me apetece hoy, porque no es a la puta que me la chupa a quien quiero, es a la pelirroja, al fuego que me abrasa sin estar presente. La quiero someter, corregir y hacerle entender que no soy su padre, soy el hombre que la quiere a cuatro. Castigando sádicamente su trasero. Hasta que aprenda a llamarme señor, no padre.
Y, por ese anhelo, eyaculo en boca ajena, aún cuando la rusa trata de huir de mi agarre. Clavo tan a fondo que su mandíbula corre el riesgo de quebrarse, la entierro tan profundo que se le corre el rímel a causa de las lágrimas, a pesar de ello, se ve que lo goza como sumisa.
Sería perfecta si fuera Darley.
Se incorpora una vez que la suelto, deja caer el vestido revelando una lencería de encaje ideal para quienes le gustan la seda y no el cuero, desafortunadamente, yo pertenezco al segundo grupo.
Suena mi móvil, tras comprobar de quién se trata, aparto la rusa y contesto a Soraya.
—Ya puede ser importante, Gaspar.
—¿Gaspar? —inicialmente esta confundida, aunque piensa rápido —¿Esta es una de esas conversaciones telefónicas en donde finges que es algo importante para escapar de la situación?
—Si.
—Comprendo —tose y fuera la voz para que parezca de hombre —Soy Derek Salvatore. Ya puedes mover tú trasero y salir de ahí, mierdecilla. A no ser que quieras sufrir mi ira hasta la llegada del apocalipsis —esto es muy de ella. Mi hermano ríe de fondo —¿Ya has salido?
—No.
—¡Mueve tú trasero!
Me disculpo con Ivanna, acomodo el pantalón, recupero la americana y salgo sin abrochar los botones. La llamada es una bendición. Acaba de salvarme de cometer el error más grave en mi carrera con la vida.
Hasta que no estoy en el coche no vuelvo a hablar, aunque la pareja se divierta burlándose de mi persona.
—¿Sabes algo de Darley?
—¿Por qué debería saber de ella?
—Necesito saber que está bien. Se fue con ese tipo que presume ser tú amigo y no doy con ella.
—¿Dónde está pequitas?
—Ese amargado dijo. A las diez en casa —mi hermano vuelve a reírse con la pésima imitación del desgraciado. A mi esto no me hace gracia. Quiero enviar a los tres a un lugar poco productivo —Así que está ahí. Es su casa.
—Darley está en tú casa —me dice mi cuñada.
—Gracias, Soraya. Y gracias por salvarme.
Al llegar a la mansión tengo claro mis exigencias. Intencionado a decirle a la niña lo que pienso de su nueva relación y su comportamiento poco cordial conmigo, camino hacía su habitación, sin embargo, el plan se arruina al encontrarla en mitad del pasillo con el pijama puesto y el cabello cepillado antes de ir a dormir.
Tan hermosa que debería de ser ilegal.
Me revisa minuciosamente desde una distancia prudente.
—Estás manchado —imito su gesto tocándome el cuello, encontrando restos del labial rojo de Ivanna —Es la primera vez que descuidas tú imagen. Ten más cuidado la próxima vez —no hay molestia en su voz, solo calidez. Se preocupa por lo que puedan pensar, pero no le afecta —Buenas noches.
Se encamina hacia su habitación y pido, en un hilo de voz, el cual espero que no escuche por mi seguridad:
—¿Podrías considerar la idea de ponerte celosa por mí?
—¿Cómo dices? —se gira acelerando el latido erróneo.
—¿Cómo fue con ese?
—Es muy divertido —sonríe y no se lo perdono, no puede sonreír así pensando en otro que no soy yo.
—Intenta no matarme de los celos —soy claro, al igual que lo fui con mis sentimientos. Nos observamos lo que me parece una eternidad y agrego: —Por favor.
—Buenas noches, Máximo.
—Buenas noches, Darley.
Voy a ducharme sintiéndome sucio, me visto con pijama y voy a por mi hijo, el cual demuestra durmiendo que ha entendido perfectamente que me iba a demorar a llegar y lo quería soñando.
Invado su cama y lo abrazo contra mi. Sin querer lo medio despierto.
—Gracias —le beso la nariz, agradezco el detalle que tuvo con la rusa.
—¿Lo podemos repetir?
—Tampoco hay que tentar a la suerte.
****
Ay, mi pobre Máximo. Está muy perdido.
Anhela a la pelirroja , y la pelirroja se va con otro, causando el malestar del hombre de hielo que tanto amamos. A veces, porque.... Uffff... En esa chupadita más de una lo hemos querido matar, al menos yo.
Por otro lado, Hugo tan cabrón como siempre. No está en prisión en contra de su voluntad, está porque quiere, porque sabe que es bueno. Sin embargo, sigue afectándole el nombre de Alessandro.
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