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048 - SÁTIRO


CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO

DEREK SALVATORE


Juego con los mechones de mi mujer, dormida en mis brazos, el lugar en que hoy, finalmente, le ha dado paz. Como fue y debería haber seguido siendo, desde la primera vez en que se infiltró.

Expire el límite de preocupaciones. Y soporto. Aunque a veces me cuestiono como Soraya podía con tanto. Cómo haría para arreglar lo roto. Joder, solo tenía quince años y ya tenía el mundo. Sin embargo, yo empiezo a caer. No estuve a la altura de su ataque, ni el de Alessandro. Con ella hui, a él lo sede.

Estoy fallando.

A media hora del despertador tengo una ocurrencia perversa y arriesgada, capaz me mande a la mierda. Aprovechando que me ofrece la espalda, doy besos a su cuello a la vez que bajo la mano por su columna. Exploró el interior de su pijama. Estoy duro, frustrado y quiero follar su coño, aún así voy con pausa.

Doy temperatura a sus tetas y lamo el contorno de su oreja, mordisqueando el lóbulo sin llegar a clavar los dientes.

Suspira.

Libero la polla y tiro del elástico de su pijama descubriendo el bonito culo al que le doy la guindilla con mi rabo. Restriego suave, al mismo tiempo estimuló su clítoris con las yemas ocasionando el aumento de su encharcamiento, ya que la guarra lleva un rato gozando.

—Voy a creerte —digo, introduciendo los dedos.

Siempre fue mi pequeña zorra. Y yo su víctima.

La follo a fondo, los dedos resbalan entrando y saliendo, fluyen con asombro y acompañados con una mordida bestia en el hombro, aunque eso no hace que ella salte a matarme.

Mantiene los ojos cerrados.

Empujado por el celo primitivo, me coloco de rodillas y bombeo la polla cada vez más grande visualizando su coñito. Divido los pliegues, saboreo un poco más con el tacto antes de tomar su sexo. Despacio. Adaptando las paredes para que no me ahorquen durante la siguiente agresión.

Extrañaba esto.

Impulso las caderas, lento, esperando su desquiciante reacción, aunque la muy condenada se hace rogar.

Acaricio el colgante antes de atrapar su cuello comenzando a dar embestidas, clavando hasta el fondo, tratando de ganar este asalto, porque después de dos derrotas toca alzar la victoria.

Subo su pierna en mi hombro marcando la piel del muslo con cinco más que aceptables rayas rojas. Follo salvaje, primitivo. Impido que siga fingiendo obteniendo sus exigencias por más.

Soy dueño de su alma y cuerpo, a falta de un corazón que me cuesta no querer tenerlo.

La domino en cuatro.

—¡Derek! —brama lujuriosa.

Suelto la carga adentro, una gran cantidad considerando que había mucho acumulado tras sus provocaciones. A consecuencia, soy premiado con el primer de los cuatro orgasmos mínimos, los cuales buscó sin descanso, ya que no lo necesito ardiendo por su coño.

Hago que incumpla el horario.

Ataco los labios por los que lucho. Beso, muerdo, chupo, antes de conectar las lenguas.

Soy adicto a nosotros. Tanto que no superaría la adicción, ni siquiera después de años de encierro en los que me centraría exclusivamente a inyectar a la que es la mujer más caliente y desquiciada.

—Buenos días —saludo, separando escasamente los labios conectados a través de un hilo de saliva.

—Juegas sucio —la siguiente penetración es la más cruda.

—Tú eres la que finge dormir para descubrir qué cosas sucias te hago —sigo con la intensidad chupando su cuello, antes de dejar la boca quieta a centímetros de su apetitosa comisura labial. Huele al bálsamo —¿Creías que te follaría dormida? Joder, que aburrido.

Clava lo poco que le queda de uñas a mis hombres. Después de lo de ayer debería modificar el plan de hoy, sustituir el entrenamiento por un centro de manicura. A Damián le encantaría.

La hago gritar de placer. Se retuerce y pide por más. No sé qué me gusta más, si nuestros cuerpos copulando como depredadores o el saber que tengo a una diosa rendida a mis embestidas.

—Aquí —señala sus tetas, sonrojada.

—¿Qué quieres ahí?

—Quiero... Ya sabes lo que quiero... —si, lo sé, pero lo quiero oír.

—No, no lo sé. Se especifica.

—Necesito, quiero y deseo lechita. Tú rica y muy caliente lechita —muero y resucito, bendita inmortalidad.

Aguanto los pequeños corredores hasta que la hago llegar al infierno y la saco, corriéndome con gusto en las niñas, haciendo el gamberro a lo que es mi exclusiva maravilla del mundo.

—¿Y ahora? —me relamo.

—Cumple tú parte del contrato.

—¿Cuál de los catorce puntos?

—Cinco. Mi hombre podrá escoger la parte de mi cuerpo que deseé manchar con su semen, siempre y cuando lo limpie con su lengua. Nada de toallas, ni similares. Si mancha mi pequeñito y puro cuerpo con sus fluidos, se tiene que responsabilizar.

¡Santa mierda!

El contrato recitado de memoria, lentamente y por mi mujer, solo hace que quiera permanecer en la cama follando como un puerco.

—Tú lo elegiste —me defiendo.

—Diez. Tengo derecho de cambiar las normas y añadir las que quiera a mi antojo. Mi hombre no podrá quejarse.

Puta perfección. Al fin entiende su rol, el de puta y desquiciante ama, a la que no puedo decir que no, aunque quisiera. Soy esclavo, dominado. Tiene lo necesario para dejarme someter.

Existo por y para ella.

Limpio tal y como está establecido en contrato, aunque lo que hago es recoger el líquido espeso, retener, ir a su boca y vaciar. Hago que trague antes de besarnos compartiendo el fuerte sabor.

Continuo con una lamida que va desde los pechos al ombligo, todo bajo la influencia de su fogosa y hechizante atención. Voy deslizándome hasta engancharme en su coño.

Follamos enloquecidos.

Obtengo un sexto orgasmo, un séptimo, en el octavo busco que me cabalgue con sus piernas abrazándome la cadera. Muestra signos de cansancio, quizás, puede que quizás, ya haya cruzado su límite, aún así es complicado detenerme cuando lo único que quiero es a ella.

—¿Quieres una pausa? —le cuestiono. Esconde el rostro en mi cuello —¿Bird? ¿Estás bien?

—Tengo clase y tú trabajo.

—Retomaremos la sesión más tarde —le hago a un lado, realizo un exagerado olfateo y le comento: —Me gusta tú nuevo perfume. Hueles a sexo y al cabrón de tú hombre.

—Voy a ducharme.

—¿Estoy invitado?

—No.

Joder, puta desilusión. Aunque, tras verla moverse como ciervo aprendiendo a caminar, me doy por complacido.

Alessandro toca los envases de la comida sin llegar a abrir ninguno, y yo no sé como actuar, apenas supe ayer.

Enciendo los fogones.

Tengo la esperanza de que la reunión a primera hora me ayude, un grupo de expertos que formé por Soraya y que ahora también usaré con Alessandro.

—Hacéis mucho ruido.

—El buzón de reclamaciones solo se encuentra operativo el día treinta y dos de cada mes, de cuatro a cuatro y un minuto —empiezo a preparar la masa para las tortitas, mientras añado: —Además, no eres quien para quejarte. Anoche eras el ruidoso.

—¿Sé lo dijiste?

—Lo pactado. Nada acerca de lo otro. Aunque el incidente podría dejar de ser un secreto si no comes, así que espabila.

—No tengo hambre.

—Y yo quiero seguir follando como perro —le respondo y le aclaro, porque parece que no le entiende —El concepto es que ambos queremos algo y no lo podemos querer por más que roguemos.

—Paso.

Volteo a él y me apoyo en la isla.

—Aunque te guste jugar con las pelotas de la muerte más te vale no romperme la paciencia.

—No puedes empeorar mi vida.

—Si, sí que puedo. Aunque no te guste hablar de él tengo en mi poder al hijo de puta de tú amigo —se aflige y balbucea incoherencia —No niego que él hace lo que le da la reputisima gana. Pero yo soy más que su amigo. Mejor amigos. Con su mente despejada podríamos discutir qué hacer contigo. Ah, y si él no te quiere por aquí, ya te puedes ir despidiendo también de Soraya —no quiero decir esto porque es falso y a él no lo quiero mentir, sin embargo, debe de comer —Por las buenas o las malas, come. A no ser que quieras tragar.

—Habla más suave —baja Soraya sin pervertir mis palabras como ayer, seguramente, por lo que ya sabe. Suficiente trauma el de Alessandro, al cual le besa la mejilla —¿Cómo estás?

—Mejor.

—¿Y Hugo? —me pregunta a mi.

—Según informes su sangre va limpiándose —voy modificando la dosis según resultado, pero va bien, más de lo esperado. Por otro lado, el cabreo va disminuyendo, según palabras de Damián, tras no ser asesinado por dejarlo sin comida, aunque claro, el problema lo tiene conmigo y no con él —Ha sufrido algún episodio de abstinencia —invento para credibilidad —Si me hubieras dejado intervenir antes ya lo tendrías aquí.

—Culpa tuya.

—¿Por qué?

—Tú sabes. Eres medio loquito —le sirvo las tortitas, escondiendo el sirope en la espalda, y una taza de capuchino con topic de nata —Gracias, bambino. Agradezco el tres por ciento que has usado para realizar un desayuno básico que nadie te ha ordenado que hicieras.

—¿Entonces no quieres sirope?

—¡Dame!

—Ven a por él.

Corre a por él, le doy algo de pelea, nada más alzando el brazo abusando de la diferencia de estatura, sin embargo, lo hago poco, ya que hay riesgo de que toda la comida sobre la isla vuele cuando está por subir.

Que se detenga el tiempo. Si no fuera porque veo su miedo, juraría que a quien tengo queriéndome meter un palo por el culo es mi mujer, la auténtica que se esconde desde la amnesia. Hay evolución. Estoy doblando las barras de la jaula que la mantiene sumisa. Sin embargo, considerando como se lastimó, estoy convencido que no puedo empezar a celebrar todavía.

—¿Cuándo pedirás las cosas educadamente?

La respuesta debería ser...

—Nunca.

Exacto. Hasta saca la lengua.

Estaciono en doble fila frente al colegio.

Soraya se baja con la primera despedida. Mejor dicho, con lo que creo y deseo que sea la primera despedida. Por otro lado, Alessandro no puede bajar después de que le haya puesto el seguro de niños. Aunque tampoco lo veo en la labor. Por no haber, no hay ni un intento.

—Comerás.

—No puedes vigilarme.

—De poder si puedo, pero no quiero —aunque tiene a la cuñada de turno y, llegados al caso, Daniela es su compañera —¿Quieres joder a Soraya? Porque si no comes es lo que conseguirás.

—Únicamente sale cuando estoy herido.

Tengo muchas incógnitas acerca del alcance de nuestra maldición, no obstante, del jinete que más sé es de hambruna. Hasta ahora, creyendo, muy equívocamente, que Giovanni era hambruna, tenía muchas lagunas con las explicaciones de Hugo, pero ahora lo veo claro. Hablo de lo que dijo del jinete, porque lo de tener hijos cada cuatro años ha pasado de moda y somos cinco. Aunque no quiero ilusionarme con una niña.

El árbol genealógico está representado desde los primeros jinetes y nunca hubo.

Giovanni es la excepción por número, no por sexo.

—Déjame que te saque del error. Esa cosa también sale cuando no te sacias, gilipollas.

—¿No era el primer zombie que conocías?

Estás cosas son las que pican a mi genio, a la vez que me demuestra que puede a llegar a ser muy inteligente, aunque lo lleva a la sangre.

—Hago los deberes. Así que come. No por ti, por ella —bajo la ventanilla y saco la cabeza, tras los golpes de Soraya —¿Olvidas algo, pajarraca?

—Entrégame a Mordisquitos.

—Sigue bajo mi tutela por cuatro segundos más.

—Ni que tuviéramos custodia compartida.

—Considéralo una práctica para cuando tengamos nuestros hijos, aunque no te dejaré ir, con o sin ellos.

—Cuatro segundos más —indica con los dedos, se aleja y subo la ventana, ya van dos.

—Retomando nuestra conversación....

—Comeré —desbloqueo el seguro, aún así permanece quieto.

—¿Quieres quedarte?

—No quiero ir a clase —volteo viendo como mi hermano se hace pequeño en el asiento trasero. Mi jodido hermano —No es mi estilo. Hablan muy deprisa, no puedo escribir y suspenderé. Suspenderé.

—Te buscaré un profesor que te ayude a avanzar.

—Seguiré sin entender.

—Ni lo has intentado —su depresión lo consume. Si tan solo hubiera sabido antes de su existencia, nunca lo hubiera permitido —Nunca dejaré que ninguna cucaracha vuelva a pisotearte.

—Algunos compañeros se burlaron de mi —agrieto el cuero del asiento —Soluciona eso.

—Fuera del puto coche. Si tienes huevos para jugar a Control, tienes huevos para problemas estúpidos.

—Capullo.

Sale directo a quejarse a Soraya, la cual se despide por tercera vez con dos espléndidas peinetas y se alejan con las piernas haciendo travesuras. Tendría que sacar la cámara por si se cae

Daniela se les une. Al sonido de timbre entran y bajo.

—¿Recuperando viejas costumbres? —indaga Damián.

—Tal vez.

—Alessandro estuvo teniendo problemas con unos acosadores, también dijeron cosas feas a la gobernanta.

—¿Quiénes?

—Los insignificantes que suelen molestar a mi chiquita. Nunca he malgastado el tiempo con lo que no vale, pero si quieres, dado al actual estado de nuestros amigo, podría intervenir.

—No.

—¿Cómo qué no? ¿Otros lo pueden joder y yo no? —se hace la diva indignada agudizando el timbre —Dimito.

—Paciencia, Damián. Paciencia.

—No me pidas lo que no tienes con Soraya.

Estoy a punto de renegar cuando reconozco los pasos de quien se acerca y dejo que me asalte por detrás. Garrapata en mi espalda. Cruza piernas y brazos por delante, agitando la diminuta mano para Damián.

—Buenos días, bichito.

—Hola, preciosa.

—Te robo un segundo al gruñón de tú hermano —muerde mi mejilla, se baja, me besa con un beso que ni saboreo y huye —¡Llego tarde por culpa tuya!

¡Es ella, joder! ¡Es ella!

—Hago más yo en cuatro minutos que tú en semanas.

—¿Qué hiciste? ¿O qué dijiste?

—Secreto de amigas.

—Imbécil.

—No, tú sí que lo eres. Hiciste daño a quien más quiero, así que no te perdonó, ni tampoco te diré lo que hacemos. Y si repites te juro que te mato —lo despeino premiando la osadía que no tenía y que lo hace tan adorable —Quita tus manos sucias.

—Están limpias con la corrida de Soraya.

—¡No hables así de ella!

—Juraría que pediste detalles de mis pollazos en su pequeñito coñito —se cubre las orejas —Oh, yo sé que me sigues escuchando. Si quieres puedo gemir como hace ella cuando goza con mi polla, aunque si lo prefieres, también puedo hacerte la mirada que me da cuando ocupa su boquita.

—¡Ya basta!

Esquivo su golpe dramático.

—Me voy, tengo reunión.

—¡Esto no quedará así!

—Cierto, a la próxima seré más cabrón.

El Apocalypse está cerrado y sin trabajadores, a excepción de los seguratas que custodian las salidas y los psicólogos, estos últimos esperando sentados.

Inicialmente eran trece, ahora doce.

No me disculparé por disparar.

Aquí se viene centrado en un único objetivo que no es otro que el de recuperar a mi mujer. Niego los pero, tal vez, quizás. Menos cuando me estoy portando fiel, medianamente fiel, a sus soluciones. Además, estoy pagando sumas que los hacen millonarios.

Como ya admití, aún cuando tengo un aprendizaje feroz, estudié la amnesia de Soraya y mi conclusión fue que es falsa. Negado a la realidad, deseoso de un juego macabro suyo, sin embargo, ella no finge. Y, por esa razón, contrate a grandes expertos en la materia.

No buscamos recuperar los recuerdos, sino a ella.

—Mientras venía hacía aquí no paraba de recordarme todos los motivos por lo que os soporto y sois afortunados, pero también me he dado cuenta que mi paciencia es sumamente limitada después de que mi hermano haya conseguido más que todos vosotros, hijos de puta —nuestra comunicación es muy estrecha, siempre que ocurre algo se lo cuento, casi en el acto. Tan es así que ayer me descuide. No hablaba con Máximo, hablaba con ellos para poder frenar el ataque de Soraya —No pido mucho, solo novedades que hagan que no explote —dejo la gabardina en la barra, mostrando las pistolas del cinturón mientras me sirvo grappa. Brindo en silencio —Por los problemas —vacío de un trago y sirvo más —Por los nuevos y los viejos —otra más —Por Soraya —y otra —Por Alessandro.

Empiezo dando a conocer al nuevo paciente.

Explico los eventos de Italia a las cucarachas sumisas y el que asigne portavoz por falta de miedo, cosa que no significa que sea el más brillante, ya que otros lo son más, pero también son cagones.

Habló del pasado de Alessandro, del presente y de su depresión. A pesar de que ayer le dije que no contaría a nadie las consecuencias de su pesadilla, no lo prometí, porque sabía que iba a compartirlo con los expertos.

—Hablad entre vosotros que se os da bien —finalizo.

Voy a trabajar en la zona Vip mientras debaten las mejores soluciones que pueden ofrecer.

A la hora soy interrumpido:

—Nombre.

—William, señor —responde el portavoz.

—¿Quién te dio permiso para venir a esta zona?

—Tenemos la propuesta.

El puto descaro y sumado a las últimas horas son suficientes para que al regresar a la reunión de expertos perfore el cráneo del primer infeliz. Ya no son doce, ahora son once.

Arreglo el cuello de la americana del portavoz.

—Nunca vuelvas a invadir mi espacio, a no ser que quieras cargar con la muerte de tus compañeros y sus familiares —corrijo el nudo de su corbata —Da gracias por ser el que más tolero.

—No se repetirá, señor.

—Mucho mejor —empujo el fiambre fuera de la silla, la arrastro delante de todo y me siento —Os escucho, miserables.

El portavoz da a conocer las propuestas conjuntas del equipo, más simples de lo que imaginaba, aunque jodidas de llevar a cabo para mí, aunque por la familia se tiene que aprender.

Ser comprensivo, buen hablador y apoyar. Comprensivo es lo más fácil, buen hablador ni por el huevo izquierda y de apoyar, mejor se lo dejo a Hugo, aunque él apoyaría otra cosa.

Una vez más la solución es que no sea yo.

Considero que con Soraya he estado haciendo bien mi papel de actor, aunque estoy llegando a una calle sin salida, ya que no quiero seguir siendo el monstruo, pero tampoco quiero retroceder.

—Segundo tema. Mi mujer.

Vuelvo a explicar su ataque, pero también doy a conocer los avances que hemos tenido, una vez más, gracias a Damián. Sonrío estúpido recordando las cuatro ocasiones en que se despidió cuatro veces; cuando se quemo la mano, tras el ataque de anoche, por mensaje y esta mañana. Aunque las del ataque las odie.

No me quedé al rellano para que saliera a despedirse, si no porque no podía irme, y cuando ella creyó que lo hice, simplemente, estaba dentro del ascensor, esperando que entrara para ir con las cuñas. Es por ello que, a los gritos de Alessandro, estaba de regreso antes de que me llamará.

Soy inmortal, no veloz.

Inicia un nuevo debate, al cual me quedo como oyente, limpiando el olor a pólvora caliente de la pistola. Saco la munición. Cuento. Once balas. Antes de volver a introducir la última, el portavoz dice:

—El desastre es por tú culpa.

—¿Disculpa?

—Sigues sin comprender la complejidad de la mente humana, es por esa razón que...

—¡Comprendo esa putada, joder! —nadie lo puede negar después de tanto —¡Comprendo que mi mujer tiene amnesia! ¡Comprendo que nunca me recordará! ¡Comprendo que la cagué! ¡Comprendo todo! ¡Si yo no comprendería no seguiría los consejos de unos hijos de puta!

—¡Arruinas el plan! —tiene buenos testículos.

—¡Un plan de mierda!

Nunca hice nada por hacer. Al inicio, días antes del cumpleaños, cuando decidí acercarme por última vez a mi mujer, organice un equipo de supuestas mentes brillantes del mundo de la psicología para exterminar el miedo y recuperar su genio.

Sabía que los necesitaba.

Un año entero observando a mi mujer en el parque, aún en la distancia, no hubo un día que no leyera el terror. Así que si. Necesitaba y necesito a estos malnacidos que solo quieren darme lo mejor, aunque lo mejor apesta.

Fueron días tensos, de largas reuniones que les deseo a aquellos que son mis enemigos.

Recibieron la información completa, a tal punto que saben más de mi romance con Soraya que mis hermanos. También informe de la maldición. Hubieron escépticos que me señalaron de loco, aunque se les olvido en el segundo en que me apuñale y deje que contemplarán la regeneración.

Al final, después de horas y horas invertidas, se formalizaron las normas de un plan que siempre odie. Normas que he roto cada vez con mayor rapidez y simpleza.

El plan, mejor dicho, la terapia se enfoca en exponer al paciente a su miedo, este caso yo. Cada golpe, cada grito son patrocinados por ellos. Sin embargo, estoy perdiendo fuerzas en las manos. Además, se lo he prometido a Damián. Se acabaron las agresiones físicas.

Quiero ser el de las mierdas románticas.

No quiero peleas, quiero citas, besos y follar.

—Señor. Usted estuvo de acuerdo —no tengo más opciones, aún si existe el método Soraya, no correré el riesgo —No puede cambiar las reglas.

—Un bipolar da miedo —y es una ventaja para mí. Creyendo que hay dos versiones de mi puedo sacar mis mierdas —Sé que es una variante, pero ofrece el miedo que buscamos enfrentar con el tratamiento. No se me puede culpar.

—Si las condiciones fueran otras lo estudiaríamos, sin embargo, nos enfrentamos a la posibilidad de que olvide —me recuerda mi puta condena como si no fuera suficiente que me lo repita yo a diario —Es un error que saque a lucir su auténtico ser, ya que, al hacerlo, le genera discordia produciendo brotes psicóticos. Siga así y habrá más.

Existe una balanza de prioridades. En un lado, hay el deseo de estar con ella como antes; en el otro, que ella recupere su esencia.

El amor son sacrificios.

Sabiendo que sufriría si soy abandonado, si acaba con otro, siempre he aceptado esa opción. Me importa su felicidad, no la mía. Y, por ello, acepto cualquier daño colateral, a excepción del olvido. A buenas o malas quiero un espacio.

—Queda un mes para el aniversario de nuestra primera cita. Después de eso volveré a ser quien necesita que sea para recuperarse, hasta entonces seguiré siendo el bipolar.

—Cada día es un riesgo.

—Buscad soluciones para que aguante.

La reunión se alarga hasta pasado el mediodía apagando la felicidad momentánea que estaba experimentando con el principio de su aparición. Advierten y recuerdan que no puedo permitir que terceros participen, de ahí surge que el personal no pueda hablar con ella, sin embargo, es más complejo controlar a Damián. Ya ha metido mano, lo volverá hacer y, si le contará sobre los expertos, su respuesta sería matarlos, ya que no querría entender su método agresivo.

Ingreso al gimnasio.

Alessandro intenta defenderse de Daniela, Soraya no está y Damián presume de nueva manicura. A lo que interrumpo, directo:

—Lo que se suponga que hiciste, no lo vuelvas a hacer.

—Haré lo que quiera.

—¿Te fijaste en las heridas de su cabeza? ¿Te explico como se rompió las uñas? Ayer tuvo un brote psicótico. He estado toda la mañana reunido con expertos y no tengo buenas noticias.

—¿Qué tan malas son?

—Podría reiniciarse. Si hice lo que hice es para que eso no suceda, ya que tenerme con mi auténtica personalidad la empuja a recordar. Y, si tuviste la mala idea de hablar de mi yo, te pido que no se vuelva a repetir.

—No quieras saber mi opinión.

—Dila.

—Lárgate de su vida —dice, completamente en serio —Si crees que lo mejor que puedes hacer es golpearla, desaparece. ¿Qué le pasa a tú estúpida cabeza, hermano? —a once cucarachas expertas, eso es lo que le pasa a mi cabeza —Si acepto la idea de que no puedes ser tú, aún sigues teniendo opciones.

—Solo hay una.

—¿Quién dijo esa mierda? —no respondo y frunce el ceño —Olvídate de lo que te hayan dicho y haz caso a tú hermano. Si necesita otra versión de ti, dale una en la que parezca que hayas recibido una buena educación.

—¿Y qué hago con su miedo?

—Cualquiera tendría miedo de un agresor.

—Pero...

—Cállate —me tapa la boca —No pierdes nada por hacerme caso por una vez en la vida. Interpreta a Máximo —le retiro la mano, aún así no me deja hablar —A nuestro amigo lo han vuelto a humillar.

—Vale.

—¿Disculpa?

—Tú no vas a entrometerte.

—Joder, no hay quien te entienda —escupe a desgana.

—Quiero que hables con Hugo. Le hablarás de Alessandro, le dirás lo que le hicieron su familia y acerca de los estudiantes.

—¿Qué te hace creer que le importará?

—Son amigos —hago comillas.

—En serio, ¿qué le pasa a tú cabeza? Tiene más ganas de matarlo que yo cuando lo trajiste a la mansión.

—¿Dónde está mi mujer? —pregunto, dejándolo con la incógnita, no obstante, se nota que compartimos la mitad de los genes cuando tampoco responde —Madura, Damián. Es inútil que escondas lo que acabaré descubriendo.

Sin respuesta subo al ring levantando a Alessandro del suelo mientras que Daniela se hace a un lado.

—Pégame —señalo mi mejilla —Espabila que no tengo todo el día.

—¿Por qué te pegaría?

—Porque eres una mierda que a nadie le importas. Ni siquiera a mi mujer —el primer golpe sabe a caricia —¿Qué pretende ser eso? —el segundo sigue igual —Pegas como una nena —hace un tercer intento —Tú madre era una puta que se suicidó porque no podía soportar la idea de haber engendrado un monstruo —me rompe la nariz.

—¡A mi madre no la insultas!

—Así es como quiero que los golpes la próxima vez que esas putas cucarachas se burlen de ti.

Odiando el buzón de voz llego a la pent-house, esperando que la mujer desquiciante se digne a abrir después de que haya ignorado todos los intentos que he hecho para contactar con ella.

Sé que está aquí por la guardia.

Tengo segundos para tomar una gran decisión. Ser agresor, otro imbécil o el hombre del cual se enamoró.

Insisto al timbre hasta que abre.

Visualizo su belleza apoyando el brazo en el marco para no tirarme encima y destrozar su ropa. Una camiseta blanca y un short, ideales para estar cómoda en casa y provocar mi erección. Además, la manicura francesa, me pone a imaginar sus uñas abriéndome la espalda.

Hace caer su cabello por el hombro.

Acerca un bolígrafo a sus dientes blancos y lo muerde provocadora, siendo una evidente invitación para continuar donde lo dejamos, o mejor dicho, rezo para que sea esa la intención y no la de dejarme caliente.

—Buenas tardes —le saludo, después de una eternidad.

—¿Necesitas algo? —a ti, desnuda y en cuatro, gozando como una golfa.

—Visitar a mi mujer.

—Ajá.

—Me gustaría pasar, por favor —sus labios se separan sorprendidos a la vez que los mío se corrompen, como si acabarán de rozar veneno, aunque más bien lo he vomitado y sigo vomitando: —Siempre y cuando mi presencia no sea una pesadez para ti. No quería ser yo el causante de tu malestar.

Entra corriendo y no invado, quedo esperando su regreso, el cual se produce con un termómetro que coloca bajo mi axila y la búsqueda de síntomas de fiebre.

—Estás caliente —claro, quiero follar.

—Discúlpame, Bird. No es mi propósito llenarte de preocupaciones por esta visita sin preaviso —aunque te he llamado hasta quemar el móvil, pero eso es algo que tú ya sabes desgraciada —Solo quería disponer de un tiempo para nosotros dos.

—¿Has bebido?

—No.

—¿Drogas?

—Menos —entrecierra la mirada desafiante —Te suplico que no me juzgues, por favor —que me maten —Trato de enmendar los errores que cometí al conocernos, reparar las veces que levante la mano, que grite y dije cosa que no deberían ser usadas contra quien es una diosa.

—Hazme un batido.

Me quito el abrigo con repulsiva finura y lo colocó suavemente en su lugar correcto sin lanzarlo al sofá. Deposito un casto beso en la frente de mi mujer y voy a realizar el batido mientras ella se ocupa con los test.

Sirvo la bebida sin recibir un gracias.

Ocupando sitio a su lado, reproduzco el hobby favorito de Máximo, observar a Darley por horas en silencio mientras ella trabaja, estudia o se divierte con su hijo, claro que yo miro a Soraya y no tenemos hijos.

—¿Tengo algo? —pregunta confusa.

Echo para atrás su mechón rebelde y acoplo gentilmente la mano en su mejilla.

—Belleza —respondo. Libera un pequeño "oh" sin romper el contacto — Ya no es necesario que sigas con lo del carnet, ni que sigas con los horarios y todas esas cosas que impuse a la fuerza. No soy quien para imponer.

Se aparta devolviendo la atención a los test. Suspiro aliviado por dentro, no me gustaría que lo dejará sabiendo que lo que quería, siempre me recordaba que la joya azul era suya.

Continuo apreciando el paisaje general, aunque, de vez en cuando, se me baja la vista a los pezones marcados en la camiseta, los cuales sé que están esperando por el gusto que solo les da su dueño.

Trato de aguantar caballeroso. Pero. A mi mujer le gusta incendiar cosas, intercambiando el sofá por mi regazo, estimulando con su trasero a la bestia mientras finge estar centrada en los test.

Soy torturado.

Me impido proclamar ni una simple palabra acerca de mi deseo por esclavizar su coño con mi polla, sin embargo, alcanzo el límite:

—Amada mía.

—¿Siiiii?

—¿Me darías la oportunidad de hacerte el amor?

—No —decepciona mi polla.

Detiene el castigo, coloca el portátil a un lado y sin abandonarme se gira tirando de mi jersey. A mi boca, exige:

—A mi no me hagas el amor, a mi follame, ya.

Conecta nuestras bocas sin besarme, no, no me besa, porque la bruja aumenta mi libido rozando, sin agredir y chupar, solo un roce que es peor que los castigos que reciben nuestros presos.

Escala por el perfil de mi nariz, lame la sien y aplasta la mejilla con la suya. A través de acciones que no dejan señal me marca, como lo haría un gato restregándose en las piernas de su dueño para dejar su olor. También es como lo hacía en el pasado, porque ella sabía que los chupetones era una pérdida de tiempo, ya que por más esfuerzo nunca me quedaba por mucho el circulo rojo en el cuello.

Era irrespetuosa. Al principio era incapaz de comprender sus insinuaciones, luego escapaba. Y, la muy cabrona, siempre que trataba de frenar su lujuria, montaba un número dramático sabiendo que mi mayor debilidad era y es su tristeza.

Hable con verdades, de la promesa a su padre y lo repugnante que me sentía deseando a una menor. Amar era correcto, más no.

Esperaba que lo comprendería, que se apiadará, no obstante, obtuve el efecto contrario. No había día en que no me quisiera hacer pecar. Seguramente, resistí porque no había probado el sexo, aunque, de no haber sido por lo que pasó, estoy convencido que al final hubiera incumplido la promesa a mi suegro.

Provoca cosquillas a mi cuello con lamidas, baja las manos al cierre del pantalón y se hace rogar.

—¿Buscas aprobación? —cuestiono.

—Tal vez —se muerde el labio generando la sequedad en mi garganta.

—Has dicho que vamos a follar ahora, no después.

—Sé lo que digo.

—¿Entonces?

—Sigues sin reaccionar.

¡A la mierda el caballero!

Aplasto los pensamientos, a los consejos de los psicólogos y de Damián, me vuelvo quién soy, el cabrón que se desvive por su mujer y que le encanta destrozar su coño siempre que hay ocasión.

La pongo contra el sofá y levanto su trasero, el cual ignoro por la necesidad de penetrar a mi mujer con fuerza. Desde la primera vez, a todas horas, minutos y segundos lo que quiero es estampar mis testículos en su vagina.

Me gusta follar.

No solo por ser lo más placentero, sino que también porque en estado primitivo es cuando más soy yo. Suelto la cabeza. Olvido responsabilidades y obligaciones. No hay actuaciones. Ni estrategias, ni falsedad. Aquí la reclamo.

Mía. Mi mujer, su hombre. Se queda conmigo.

Adorno su cuello con mi mano cada vez más violento, ella no ayuda a que afloje, moviendo el trasero.

Follamos en el sofá, le como el coño en la mesa, me folla encima de la silla hasta que se rompe, sin embargo, más que parar, seguimos acoplados gozando como si ella fuera otra maldición capaz de superar limites humanos. 

Adoro a mis nenas. Saboreo el contorno antes de chupar los pezones desesperados por mis mordiscos y pellizcos. Sé que les gusto. Lo sé porque solo conmigo se comportan tan duras.

Comprobamos la calidad de los muebles y las paredes.

Embisto su lujuria de pie, alzándola del suelo, inclinándola, a cuatro... Apenas hay pausa entre corridas, aunque tratado de ser considerado, es ella quien acorta los plazos de recuperación.

Tumbado en el suelo me cabalga. Primero de caras, luego de espaldas, dejando que disfrute el espectáculo de sus nalgas sonrojadas, botando sobre mi polla, dando pie al deseo de una penetración trasera.

Pronto. Muy pronto.

Magreo su cuerpo contando las marcas que he ido dejando descontrolando, escalando por su piel e introduciendo los dedos en la boca. Ver como los chupa como si fuera mi polla es otro atentado a la cordura.

—Quiero ensuciar tú boquita —se detiene con la polla adentro.

—No —dice tras largos segundos.

—El contrato...

—Yo soy el contrato —corta autoritaria. Y, donde en cualquier me cagaría, por creerse más que yo, a ella la embisto. Intercambiando lugares, follándola mientras su piel esta sobre el suelo de madera —¡Oh, joder! ¡Cabrón!

Le paso el brazo por detrás de la cabeza y la beso. Mantengo una de sus piernas levantadas mientras recibo gemidos, insultos y maldiciones.

—¿Sabéis qué es una habitación? —me detengo con la llegada de Alessandro, más no la saco.

—Bienvenido a casa, Mordisquitos. Tenemos palomitas y una porno, aunque el precio es una muerte dolorosa en manos del experto fornicador — se me escapa una risa con el saludo de Soraya —Te salvas si me prestas la camiseta.

La sesión se interrumpe después de que Alessandro le dé la camiseta y se vaya cubierta a la habitación. Casi cayendo a causa de sus piernas débiles. Tendré que hablar con su instructor de cardio para que ponga ejercicios de fuerza y me aguante, ya que a este ritmo acabará en silla de ruedas.

—No la humilles.

—Siempre en la cama es aburrido —defiendo, recuperando la ropa.

—¿Pero es necesario el suelo?

—Se nos acabaron las opciones —hago un repaso del mobiliario roto. Mis folladas salen caras —Hemos usado todo, lo roto y lo entero, pero que no te dé asco que es algo de lo más natural.

—Eres un cerdo —protesta.

—Sí, sí soy. Un cerdo feliz —sonrío arrogante y alegre.

He pasado de ser asexual a sátiro por el coñito pequeño y estrecho de mi querida y desquiciante mujer. 


****

Y llegó el día en que, en fin, entendemos porque al principio Derek era tan cabrón que se ha ido suavizando con el paso de los capítulos, aunque sigue siendo cabrón, pero no del que golpea a su mujer. Él ya dijo que eso no iba con él. Algunos le creyeron bipolar, aún así solo es alguien tratando de recuperar a su amada.

¿Tiene razón?

Pues no.

*Derek me mata violentamente*

#SeTeQuisoAutora

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