Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

047 - REGRESO AL CAOS


CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE

SORAYA AGUILAR


Estoy que chillo tras despertar saltando en la cama. Después de que tuviera que abandonar los estudios, hoy regreso. Aún no sé qué quiero ser de mayor, no obstante, todo tiene un principio. Este es el mío.

¡Vuelvo a Bachillerato!

Deshago las bolsas del desayuno, separando lo de Alessandro de lo mío, lo cual se ha multiplicado desde la última vez.

Derek no es malo, se hace el malo. Quiero decir, sí, es un criminal y eso, pero es bueno con su familia, conmigo y los que me rodean. Ayer lo comprobé. Moví su máscara, ahora se la tengo que quitar, cosa que voy a lograr enloqueciendo al hombre que se atrevió a pegarme.

Destapo la macedonia de fresa, plátano y... Algo que desconozco. Apuesto que es una fruta exótica.

¡Obligaré a que me cambie los desayunos!

Entiendo el punto de lo saludable, sin embargo, es complicado quererlo cuando delante tengo un segundo desayuno completamente opuesto. Quiero batidos, bizcochos, gofres, pasteles... Quiero empalagarme. Un poco. Tampoco es como si pudiera con la dieta hipercalórica de Alessandro. Ningún humano podría. Pero como es inhumano, al igual que Derek y sus hermanos, entiendo que pueda. Creo que Derek se ha dado cuenta y por eso se ha encariñado. Los suyos con los suyos.

¿Y yo? ¿Qué pinto aquí?

Soy humana al igual que mis padres. Como con lógica humana, duermo con lógica humana, me canso con lógica humana y soy bonita con lógica humana.

¡Stop!

Siempre me he hecho la loca con este tema, pero empiezo a pensar la posibilidad de que sus treinta años sean de aspecto y tal vez yo sea la reencarnación de una mujer que vivió hace ciento de años.

¿Qué puede ser él?

¿Vampiro?

No, no creo. Vamos, que lo dudo bastante. Aún no ha mordido mi cuello chupando sangre, tampoco creo que lo haga. Ni siquiera tiene colmillos. No obstante, se visualiza sexy un vampiro mafioso.

¡¿Qué estoy diciendo?!

Odio la mafia y sus negocios ilícitos. Son por culpa de esos negocios que mi hermano tenía de donde obtener la droga. Mi pobre Hugo. Si le comparto estos pensamientos antinaturales cuando regresé pensará que estoy loca, muy loca, esquizofrénica.

—Hola.

—Buenos días —cancelo el buenos tras ver la cara de Alessandro. Si hace un segundo hablaba de inhumanos, ahora no sé qué pensar, es la primera vez que carga ojeras de mapache —¿Te has peleado con la cama? Muy mal. No se pelea con las almohadas, se muerden. O eso dicen.

—¿Quiénes?

—Las voces de mi cabeza —me disparo en la cabeza y pierde color dejando la boca entreabierta —Es broma. ¿Acaso no viste a Harley?

—¿Qué es o quién es Harley?

¡Santa barbaridad!

—La novia del Joker.

—¿Y ese es?

—Hay mucho que hacer contigo. Pero antes. Aún estoy esperando que me respondas la pregunta de ayer.

—¿Qué pregunta?

—¿Qué os pasó?

—¿Cuándo? —oh, por Dios. Ya puede volver Hugo que lo voy a poner a dar nalgadas a Alessandro.

—Ayer te dejé esquivar la pregunta, hoy no —más bien no le dejé, es que está más hermético que una caja fuerte —¿Qué os pasó ahí? ¿A él y a ti? Responde.

Bebe del batido e ignora lo demás.

—Te puedes comer lo otro. No tengo hambre.

¡Stop!

Vamos a volver a parar esta locura. Alessandro jamás le diría que no a la comida, no lo hizo cuando estaba comiendo en nuestra presentación, tampoco cuando me habló de los problemas de Hugo, menos cuando lo apuñaló y siquiera se planteó la idea de dejar de tragar cuando no sabíamos el paradero de mi hermano. Sin embargo, cómo decirlo sin ser el malhablado de Derek. Me lo han jodido, joder.

Hasta ahora suponía que ni siquiera sabía conjuntar las tres palabras en una misma oración.

—Alessandro...

—No pasó nada.

—Quiero ayudarte así que deja de mentir.

—Si, lo sé. Apesto mintiendo. Pero no quiero que te preocupes. Lo que pasó es pasado y ahí se queda. Moverlo es perder el tiempo.

—¿Y por qué parece que vas a llorar?

—Nunca he ido a la escuela, ni creo que me vaya a gustar —cambia el tema provocando mi frustración, aunque no se lo hago saber —Apenas puedo leer el horario del capullo.

—Te ayudaré.

—Gracias —sonríe farsante. Este cuento duele —Estaré en la habitación hasta que nos tengamos que ir.

Se aleja aumentando el dolor, consumiéndome.

—¡Espera! —lo asalto en un abrazo sin darle la oportunidad de hablar. Ya no más engaños —Estoy aquí. Siempre. Si Derek es el que te ha hecho esto, dilo, solo dilo, porque...

—Me salvó. Él me protegió y quiere cuidarme. A todos —lo suelto buscando indicios de mentira, encontrando honestidad —Cruzó límites contigo imperdonables, pero... Es que no sabe cómo hacerlo mejor. Ayúdalo.

—¿Cómo?

—No tengas miedo de él.

Quedo sola pensado. Ya van dos que lo dicen. Y, si sentará a todos sus compinches, puede que les sacará la misma realidad. Tal vez el error fue nuestro cumpleaños, en vez de mostrar cartas de acoso debería haber callado, dejarse llevar por el encuentro. Quizás lo que buscó de mí, aunque se pasó, solo lo hizo porque en el fondo está lleno de inseguridades.

Perdió a su mujer en un mundo que le da la espalda. Lo sé. He sido testigo de cada insolente que se ha cambiado de acera sin conocerlo, he sido espectadora de cada esquive y me he sentido mal. Aún cuando tiene familia y es querido, se siente solo sin querer ser solitario.

Recuerdo los cafés de nuestro cumpleaños. Ninguno de los dos se lo acabó, ninguno tocó el pastel.

Merecemos un café distinto.

A las siete y media salimos con el cosquilleo de las emociones por las nubes. Debido a que iniciamos las clases, los entrenamientos han sido movidos por la tarde y, después de ello, escrito en grande; CARNET DE COCHE. Dirección, la pent-house. Considerando mi bloqueo a la hora de entrar a la autoescuela, ha cambiado de estrategia y tendré un profesor privado.

Había olvidado que el colegio es un lugar ajetreado. Afortunadamente, considerando que es una escuela especial para mayores, no hay quinceañeros buscando que el mundo les dé una lección.

Somos enviados al despacho del director, el cual solo le falta tirarse al suelo y chuparnos los pies. Culpa del apellido Salvatore, aunque Alessandro ha sido matriculado con el divertido De León. Claro que esa diferencia no quita que nos haya matriculado el mismo Lucifer.

—Estamos a su entera disposición —ruedo los ojos.

El usted está de moda y no me gusta, me hace sentir mayor cuando apenas he cumplido dieciocho. Además, da entender que no he de esforzarme, que mis cualificaciones serán las mejores, aunque haya errores.

Me quita la motivación.

Si toca suspender, pues se suspende. Si apruebo, pues mejor para mí. Y si casualmente a causa de mi esfuerzo sacó matrícula de honor al acabar el curso me voy de festival.

Nos entrega los libros, horarios y la asignación de las distintas aulas dependiendo la materia. A esto le añade un aburridísimo tour, terminando en el aula de profesor, el lugar donde ellos se ríen de nosotros, mientras que el aula es el sitio donde los alumnos se ríen de ellos.

Hoy en día la sociedad es una bola de toxicidad dirigida en sectores por gobiernos o organizaciones que buscan su propio beneficio. De ellos que interpretan el rol de nuestros mayores adoptamos sus feas costumbres. Nadie da por dar. Siempre hay que existir un intercambio. Y, si por casualidad, alguien se cree el listo de la clase, lo agarran y lo cancelan.

Por ejemplo. Sin moverme del lugar. El director da su mejor versión porque a cambio recibe salvar el pellejo. Sin la existencia de Derek nos trataría muy distinto, incluso ni nos llegará a tratar durante el curso, haciendo que ya estuviéramos en clase y no siendo presentados como una eminencia a cada profesor.

—Y este es... —el director sigue con lo suyo.

Tendría que haber sabido que no sería normal regresar a los estudios.

—¡Encontrados! —entra una energética Daniela, la cual hace que chocamos puños, aunque es rechazada por Alessandro —Creía que habíamos conectado. Soy tú defensora de hombres celosos y esposas loquitas.

—Lo siento —encoge los hombros.

—Tiene un mal día.

—¿Italia? —al fin sé algo, estuvieron en el país de sus orígenes —Pero sí nos lo pasamos genial. Hubo un gran banquete, fuegos artificiales y un helicóptero. Otra vez tienes que unirte, cuñada.

Voy a traducir según el humor de Alessandro. El banquete es muerte, los fuegos artificiales equivalen a disparos y el helicóptero, seguro que era un helicóptero manejado por Daniela. Voy a matar a Derek.

—No soy fan de esas fiestas —le sigo el juego.

—Aburrida.

—Déjame ser la nerd feliz e ignorante.

—Si, si. Yo te dejo, aburrida —me empuja hacía afuera —Vamos, vamos. Llegamos tarde. Si quieres ser nerd no puedes llegar tarde, menos en tú primer día, eso es de auténticos lunáticos También debemos conseguirte gafas, así todos sabrán que deben llamarte cuatro ojos o come libros. ¿Qué prefieres? ¡Muévete, Aless!

Habla súper rápida y animada.

Interrumpimos la explicación del profesor en nuestras llegada, ocupando una de las mesas de primera fila más cercana a la ventana, la cual está abierta y que Daniela cierra de una.

Saco el material para los primeros apuntes. Atiendo cada explicación del profesor, hago preguntas y abuso hasta asegurarme que todo ha entrado en mi cabeza. Mientras tanto, Alessandro está desubicado y Daniela hace origami.

—¿Así que esto es estudiar? —pregunta Alessandro, durante el intercambio de asignaturas.

—Te lo explicaré bien en casa.

—Apenas puedo leer. Y escribir menos. 

—También te ayudaré con eso.

Tenemos literatura, filosofía y latín. Si el castellano se le complica, no lo quiero desanimarme con lo demás. Sin embargo, vuelvo a afirmar, estoy aquí.

Al descanso nos comunican que debemos acudir al comedor donde hay una banquete custodiado por hombres Salvatore, absolutamente todo para Alessandro mientras yo he de ser feliz con el menú insípido. Tengo que resistir por enésima ocasión, aunque acabo cayendo. Alessandro invita a todos a comer y solo se guarda un zumo para él. Por otro lado, Daniela desapareció.

—Una buena forma de conseguir amigos —digo, comiendo rosquillas glaseadas.

—¿Tengo que hacer amigos?

—Estaría bien.

—¿Es obligatorio?

—No.

—En ese caso quiero estar solo.

—¿Sin mí?

—Volveré cuando suene el timbre.

Soy abandonada y toda emoción que albergaba para este día se evapora porque alguien a quien quiero sufre.

Sin ganas de seguir aquí me esfuerzo, me voy familiarizando con las instalaciones aprovechando el recreo. Recuerdo mi antiguo yo como estudiante. No tenía amigos, ni los quería. Asqueaba el bullying así que no lo practicaba, tampoco lo sufría y no hacía nada para impedirlo, aunque no hubo una gran oportunidad para eso ya que desapareció por arte de magia.

Escucho un llanto y lo persigo alcanzando las escaleras de emergencia, sorprendiéndome por quien me encuentro. Aún cuando esconde la cabeza en las piernas reconozco a la pequeña novia de Damián, la cual llora con hipo.

—¿Daniela? —toco su hombro.

—No les digas.

—¿Qué ocurre, chiquita? —hago que me mires con sus ojos rotos.

—Es compli... complicado... A veces estoy eufórica, otra me viene la depresión y nunca hay motivo... Yo, podría ser feliz en un entierro, pero también podría estar llorando en el lugar más divertido del mundo... No... no me gusta hablar de ello... Sé que estoy enferma y no soy normal... —se limpia la cara molesta quedando roja —¿Y Alessandro?

—Necesitaba estar solo.

—Está mal.

—Ambo lo estáis.

—Él me agrada, tú me agradas, todos me agradan —sonríe brillante sin rastro de tristeza —No necesitamos otros, ya nos tenemos. Derek es genial. ¿Sabes? Cuando me dijo que iríamos juntas a clase me puse muy feliz. Daba saltitos de alegría. ¿Entiendes lo que quiero decir?

—¿Ahora estás feliz?

—¡Si! —se levanta, reanimada —¿Te he dicho que mi cuñado es el mejor cuñado del mundo? En serio, lo es.

—¿Cuál de los tres?

—El señor rosita.

—¿Y ese es?

La campana suena y soy llevada por ella, como si hubiera olvidado mi pregunta habla de su familia. Solo tiene palabras bonitas para ella. Se emociona apresurando la lengua y con brillantitos en los iris, es la cosa más mareante y agradable que existe.

Alessandro aún no ha llegado al aula. Al empezar a pasar los minutos me inquieto, aunque más lo hago cuando aparece, su expresión desanimada ha empeorado y tiene el cabello y parte de la camiseta empapada.

Un poco más tarde llega un grupo de impuntuales. Uno de ellos mira a mi hombre y comenta a su amigo, el cual se le escapa una pequeña sonrisilla.

—¡¿Qué le has hecho?! —me despego de la silla que cae al suelo.

—Nada, preciosa. Tiene un amigo interesante.

—Nombre.

—Nicolás. Nico para los amigos y las que lo quieran gemir —guiña como si se le hubiera metido algo.

—Acércate de nuevo a Alessandro y perderás al peque que tienes escondido y que no cuelga. No lo digo yo, lo dicen las estadísticas —amenazo sin importar el lugar, sabiendo que no seré castigada y usando el apellido más temido —Somos Salvatore.

—¿Salvatore? ¿Cómo la mariquita que va contigo, Dani?

¿Qué es esto?

Tendría que estar defecando patas abajo. Soy muy ilusa, cuando antes he creído que el centro se movía con el temor del apellido, creo que no era del todo cierto, prueba de ello es este imbécil y sus amigos. Hasta se ríen de Damián.

Un bolígrafo le impacta en el epicentro del entrecejo.

—Cállate, Nicolás. Queremos seguir la clase.

—Oye, no te pongas brava —se sienta en la mesa delante de Daniela. Sin importarle el profesor y agarrando el microscópico paquete —Me la pones muy dura, pitufa. Tenemos que quedar. Mis colegas, tú amiga, tú y yo.

—¿Después de clase? Vale.

Tenemos que aguantar al grupito por el resto de la clase.

¿Quién quería estudiar?

Yo no, ya no. Al menos por hoy.

Salimos perseguidos por el grupito. Daniela pide que aceleremos el paso, aunque ellos no se quedan atrás hasta que a la salida se detienen, contemplando al hombre kimono sentado encima de su lujoso coche y estacionado sobre la acerca sin considerar la molestia que ocasiona.

Mantiene la calma con los ojos cerrados.

—¡Damián! —Daniela, agita los brazos.

Sube los párpados muy despacio. Mira a su novia, luego a mí, prosigue Alessandro y nuestro entorno. Se desliza por el capo a un ritmo pausado, colocando el primer pie cómodamente, el segundo. Ladea la cabeza.

El aire se carga.

Atrapa una gran bocanada de aire y...

—¡Chiquita!

Corre al encuentro de su pareja, ella también va saltando dejándose capturar al aire. Damián gira sobre sus pies sin soltarla. Mareando a todos hasta detenerse, bajarla y cubrirla de besos. Muchos besos. Exagerados besos. Aunque respetuosos con sus manos paradas en la cintura.

Cuando son personas y no causan diabetes generalizada, intercambian un par de comentarios antes de acercarse a saludar. Ignora la existencia de los abusones, aunque lo llamen mariposita y se burlen.

—Espero que tengáis hambre.

Una vez más, sin hacer caso a las pautas de Derek, elige el restaurante en el que Alessandro, nuevamente, niega tener apetito.

—Si no pides tú, te lo pido yo —le dice Damián.

—Agua.

—¿Tengo permiso para atacar, mi gobernanta?

—Sin sobrepasarte.

—Escucha atentamente, mordisquitos. Cuando estás conmigo como mentor tuyo que soy te conviertes en mi responsabilidad, así que ni por un segundo creas que puedes escapar de comer. Contigo no tendré piedad.

—No tengo apetito.

—Una diva empoderar jamás diría eso.

—Soy hombre.

—Eres lo que yo digo.

Una larga conversación después llegan al acuerdo de que dejará los platos medio vacío y cumple, aunque a regañadientes.

En el gimnasio hacemos el cardio habitual con Abel y luego en el kick boxing, Damián y su ayudante, Daniela, la cual hace pareja con Alessandro, imparten la clase.

Alessandro y Daniela se enfrentan. Es pequeña de estatura, pero matona. Con dos gestos ya tiene a su presa al suelo. También tiene grandes pulmones gritando los errores más severamente que Damián, al menos conmigo tuvo mucho amor en comparación a Daniela, y lo sigue teniendo entregándome una bebida energética y sentándose a disfrutar del espectáculo.

—Veo tú preocupación. Y yo quiero decirte que dejes de preocuparte, que la vida son cuatro días y la mitad la vivimos en la mierda. Pero como no me harás caso seré el más sabio y callaré.

—Técnicamente lo acabas de decir.

—He manifestado mis intenciones.

—Necesito saber que pasó.

—No fue hermoso. Te lo explicaría. Oh, divina, de verdad que me gustaría explicarte lo que ocurrió, pero, a mí no me toca decirlo, tienes que darles tiempo a ellos y te lo dirán. Al menos tú hombre.

—Hice caso de tus consejos.

—Soy todo oídos.

—Me encanto.

Comparto el chisme del día con todo lujo de detalle, sintiéndome invencible y poderosa. He de seguir así. Cosa que haré. Además, me da ideas para más fechorías, aunque alejadas del sexo, ya que, según él, es estúpido porque entonces yo también salgo perjudicada. Los troncos se aprovechan. Siempre. Indiferente a que haya humor o no, más cuando te alegran. No quiere que me amargue. Menos cuando dispongo de un rabo, palabras de Damián, gigantesco y duro, muy duro, de los que pueden partir una mesa de una sacudida.

A la hora asignada para el carnet, estoy esperando la llegada del profesor mientras juego con Boss y su cuerda. Hasta que suena el timbre.

Abro dando con el hombre generador de charcos.

Asomo la cabeza al pasillo sin ver más que los habituales hombres y la cuñada de turno.

—¿Asesinaste a mi profesor?

—¿Qué profesor?

—El privado que iba a ayudarme con el carnet —se echa a reír e inquiero: —¿Cuál es el chiste? Lo pregunto porque también quiero reír.

—El que creas que soy capaz de contratar a uno de esos sin considerar los dos factores que lo impiden. El primero es que no quiero una cucaracha en tú casa, el segundo es que solo de imaginarme, a ti y a un imbécil, a solas, me produce una inmensa necesidad de asesinar a media humanidad.

—¿Por qué?

—Soy un tóxico de mierda, Bird. Extremadamente celoso, posesivo y loco, muy demente —trata de asustarme.

—¿Y cuál es el plan, Bambino? —le pregunto sin más.

—Deja ese apodo.

—Más lo prohíbes, más lo quiero usar —suspira exhausto —Vamos, responde. ¿Cuál es el plan, Bambino?

—Vayamos a tu habitación.

—No estoy segura de querer dejarte entrar e... —ataca mi nariz con un mordisco, doy un brinco interponiendo distancia y cubriéndome —Ahora sí que no te dejaré pasar, asaltante.

—¿No querías saber mi plan? —hace un gesto para que me fije en el detalle de la bolsa deportiva. Mueve las cejas y sonríe ganador, sabiendo que ha conquistado mi curiosidad —¿No quieres? Mejor regreso mañana.

—Cuatro minutos. Es el tiempo que dispones para entrar, explicar y largarte por donde has venido.

—Buen pájaro.

Entra preguntando por Alessandro y le respondo que se encuentra en su habitación desde que hemos llegado, que no ha tenido un buen día, cosa que le hace pensar que dispone de autoridad para interrogarme. No le doy más información. Si él no me explica de Italia, yo no le explicaré de nuestro día.

—Usa tus dotes de acoso —digo, entrando en la habitación.

—Lo haré —deja la bolsa en la cama. Saca un par de cómics para tener acceso a un paquete rectangular, envuelto con papel de regalo —La cucaracha insistió en que debería empaquetarse así ya que no era para mí, pero no es un regalo.

—Es un regalo.

—Yo no he dicho eso.

Devuelvo el mordisco de la entrada en su mejilla y le arranco el paquete de las manos, ignorando sus maldiciones infantiles. Desempaqueto rápido. Hago una bola de papel entregándosela en la mano mientras descubro fascinada el actual MacBook más caro del mercado.

—Es para estudiar y el carnet. El plan es que hagas los test por Internet, ya te inscribí. Dispones de cuatro semanas para conseguir el teórico.

—Es muy poco tiempo.

—Dos semanas. Y no es negociable.

—Pero...

—Puedo bajar a una. Si no eres capaz de ver tú potencial, entonces me encargaré de ello —se quita la chaqueta sentándose en el centro de la gigantesca cama apta cómodamente para ser ocupada por dos parajes y aún así sobrar espacio —Ven aquí. Voy a darte las contraseñas.

Soy capturada encima de sus piernas, sintiendo el repentino calor de la habitación mientras me hace sostener el MacBook y abre la pantalla. Está configurado expresamente para mí. Así que si es un regalo. Uno que no ha sido envuelto por el dependiente, sino que ha sido Derek. La contraseña es muy clásica para él; BirdBlue1311 Por otro lado, si aún quedaban dudas de que no le ha metido mano, entrando en Internet ya tengo de favoritos la página de los test y el colegio.

—¿Preparada?

—Si.

Leo la primera pregunta acompañada de cuatro respuestas de las cuales tan solo una es la acertada. Uso la lógica. Al contestar recibo un beso en el cuello mientras baja las manos a mi cintura, pegando el torso en mi espalda, limitando el espacio y descansando la barbilla en mi hombre. A la segunda respuesta obtengo otro beso en el lateral. El tercero empieza a ser caliente, el cuarto incendiario, sin embargo, en la quinta respuesta me pellizca el brazo.

—¡Ay! ¿Qué pasa contigo? —me quejo con una marca roja.

—Incorrecto, Bird. Voy a besarte por cada acierto y te pellizcare por cada fallo, así se te quedará.

—¿Qué lógica es esa?

—La de mi suegro. Decía que la vida te enseñaba a base de golpes, que uno no aprende ir en bici sin antes caerse. Eran metáforas referentes a su hija.

—¿Qué le respondiste? —quiero saber más de él.

—Que no sabía ir en bici.

—¿Y qué pasó?

—Ahora sé ir en bici.

—Por aclarar. ¿Hablamos de ella o la bici?

—Ambas. Claro que cuando ya sabes ir en bici es simple mientras que las relaciones pueden ser variables. A veces se complica mucho. Se descontrola.

—¿Cuándo eres imbécil?

—El test.

—Responde.

—No quiero ser imbécil ahora.

Lo considero una afirmación, así que vuelvo al test gozando de los besos, también de los pellizcos, aunque no se lo digo. Gozo, a la vez que su dureza se acuna entre mis nalgas. Busca el final del jersey, juega con los pliegues y lo detengo, antes de que perdamos el control.

—Estoy con el test.

—Yo te ayudo.

Quedo en sujetador y a su merced calmada, tan calmada que yo soy la que parece más necesitada, tratando de escuchar al profesor la corrección de los errores antes de proceder al siguiente test.

Me muevo inquieta en sus brazos. Continúan los besos y pellizcos. Efímeros y adictivos. En cuello, hombros, brazos, espalda... Oh, ten piedad. Sube el sujetador acariciando por debajo de los pezones.

Cabeza y cuerpo pactan.

Fallo gustosa recibiendo exquisitas pinzadas en los pezones, a la vez que muevo las nalgas sintiendo su miembro crecer, atrapado. Curvo la espalda hacía atrás agarrando de su cabello, provocando que su mandíbula lastime el hombro, cosa que no me importa, no ahora que estoy excitada provocando a la bestia.

Juego peligroso.

Agarro la mano que queda en la teta haciendo que apriete de nuevo, la otra la acompaño abajo. Introduce los dedos entrenados para hacker.

—No veo la ayuda —manifiesto, excitada.

A las marcas que ya tenía en la piel se suman nuevas.

Continuo friccionando su polla a través del tejido, pierdo el mundo de vista soltando el primer orgasmo del día. Y el último. Este no es el plan, aunque... No es justo para el deseo que me odia. Pero. Tengo que dar la talla. No puedo caer cuando sigo en la incógnita de lo de Italia.

—Tengo hambre.

—Yo también. Yo también, Bird —muerde mi piel.

—Hambre de comida.

—Hoy no es ayer. Necesito reventar tú coño, cabrona. Tengo la polla que me explota en tu culo después de tus restriegos.

—Comida italiana elaborada por ti. Gracias —resisto como nadie puede llegar a imaginarse.

Quiero ser la pequeña zorra del villano.

—No me voy.

—Muchas gracias. Por el portátil, la comida y el orgasmo —huyo al extremo del colchón —Estaré estudiando.

—¿Por qué nos haces esto?

—Te lo hago a ti.

—No, nos lo haces a los dos. Y es malditamente estúpido.

—Gano cuando tú necesidad es más grande.

—Mejor me voy —se incorpora con la erección molestando en su pantalón, recoge su bolsa deportiva llena de cómics y dice: —Avísame cuando a la niñata se le pase la tontería.

—¿Y mi comida?

—¡Hazla tú!

Sale dando portazo.

Sonrío agridulce. Ayer se sintió extraordinario, pero hoy como resultado tengo una inmensa frustración por insatisfacción. Es la última vez que lo hago, aunque se siente bien, la bestia es mejor, cuatro mil veces mejor. Tengo que escuchar más de la sabiduría de Damián.

Bajo por algo frío creyendo que se ha ido, sin embargo, está cocinando.

—No desperdicies mi tiempo.

Apoyo la mano en su mejilla, no quiere darme la cara, aún así le rectifico el gesto haciendo que se centre en mí. Trato de besarlo consiguiendo una histórica cobra.

—Ve a estudiar.

—¿Acaso no es esto lo que querías?

—¿Ser un frustrado sexual?

—Olvídalo —no consigo llegar a la nevera retenida por la muñeca —Trato de entender, lo juro. Si fueras más abierto con tú pasado quizás podríamos avanzar con lo que se suponga que tenemos.

—No voy a hablar de ello.

—Inténtalo.

—No quiero perderte, no así —me abraza por detrás —Disfrutemos de lo que se suponga que tenemos.

—¿Cómo?

—Enamórate del monstruo —lo dice como un niño caprichoso, provocando mi risa y liberación. Se centra en la comida —Todas quieren el príncipe, ninguna el monstruo. ¿Te enamorarías si fuera el príncipe de los monstruos?

—Me gustan más los reyes.

—Entonces me convertiré en rey.

Me envía a estudiar, aunque soy yo quien decide subir y dejarlo cocinando. Continuó haciendo test con falta de inspiración por la ausencia de los dedos traviesos, sin embargo, aceptó que ha tenido un buen plan. Estoy segura. Sin confusiones, ni recuerdos mareantes acerca de la tragedia.

Derek me escribe para que baje a comer.

Hay tres platos servidos, uno exageradamente enorme cuadruplicando la ración. Sabiendo que el plato tiene nombre, notifico:

—No ha estado comiendo.

Su expresión se vuelve más fría que las de Máximo. Incluso puedo percibir el frío que transmite el mayor ausente. 

—¿Nada?

—Damián logró que comiera un poco.

—Comprendo.

A los pocos minutos de irse para arriba, baja llevando a Alessandro agarrando de la oreja, sin que este puede zafarse, señalando su plato y diciendo:

—No dejarás nada.

—Soraya —pide auxilio.

—A mi mujer no la busques —le hace mirar sus oscuros iris. Yo soy él y saldría corriendo —Vas a comer todo lo que me salga de los huevos o te lo meto a la fuerza, cosa que te gustará menos.

—No tengo que obedecer.

—¿Quieres que se repita? —yo quiero, nada más para saber a lo que se refiere, sobre todo con el sucio lenguaje que maneja —Vas a tragar, tengas o no ganas, te llenarás hasta que salga.

—De lechita muy caliente —digo.

—De lechita...

—Uy, no. Desaprobado por Hugo —niego su barbaría.

—Tú sí que tragarás lechita muy caliente, mujer —me dice obsceno.

Al final, guarrerías a parte, Derek hace sentar a Alessandro y no deja que se vaya hasta vaciar el plato. No sin antes entregarle la bolsa. 

Lleno mi copa de vino tinto.

—¿Algo más que deba saber?

—¿Y yo?

—Olvida que me lo lleve —no entiende que no quiero.

—Quiero que te vayas.

—No voy a ir...

—¡Lárgate!

Se cubre a tiempo haciendo que la copa se rompa en su brazo y los fragmentos no lleguen a clavarse en su rostro. Tengo muchas ganas de llorar. Y lloro. Lloro rabiosa. Odio el desconocimiento. Sentirme peón.

Yo soy... yo era...

Clavo las uñas al que es mi maltratador, clavo las uñas al cráneo que protege al tóxico de mi cerebro. Huelo la sangre. El mantel se mancha a la vez Derek llega para detener el agarre que me autolesiona.

Su voz no me llega.

Cuervos. Muchos cuervos.

Ellos querrían dañarme, pero él...

Había un hombre de ojos azules rodeado de cuervos.

—¡Lárgate! —vuelvo a exigir.

Capta la idea y se marcha. Agradezco que lo haga, aunque también me hubiera gustado que se quedará. Sentimiento bipolar. No sé lo que quiero. Si, sí sé una cosa. Quiero que abran la puerta de la jaula.

Hay un pequeño charco de sangre proveniente de la cabeza, tengo los dedos manchados y las uñas se han roto. Ni siquiera siento dolor.

Salgo afuera encontrando aquello que busco.

Derek mantiene una conversación por móvil con la necesidad de una solución.

—¿Con quién hablas? —cuelga al sonido de mi voz.

—Cosas con mi hermano —miente, antes de girarse y abrir los ojos dejando los dedos suspendidos en el aire. Desconcertado dice: —Ya me iba... Es que... Si has cambiado de opinión, yo...

—Olvidé decir hasta luego —vuelvo a entrar por cuatro segundos —Tú también debes decir hasta luego. Las despedidas son cosa de dos.

—No me hagas irme así.

Vuelvo a entrar apoyando la espalda en la puerta. La sangre ensucia el jersey sin que haya regresado el dolor.

Salgo.

—También hay besos.

—No me iré.

—Comprende que necesito saber.

—Estás herida.

—Solo dime que pasó ahí.

—Tengo que hablarlo antes con Alessandro. Creo que él debería tener el derecho de compartirlo —expresa amargo —Si fuera una cucaracha sin más no habría problema, pero me importa.

—Soy tú mujer —protesto.

—Cuando te interesa —se marcha usando el ascensor, no sin antes decir melancólico —Adiós, Bird. Ojalá pudiera ser más para ti.

Es de madrugada.

Soy incapaz de conciliar el sueño después de que se haya marchado derrotado, aunque el bando contrario tampoco ha ganado. No sé que me ha pasado. Cuando me he querido dar cuenta de mi egoísmo era muy tarde.

Mantengo el WhatsApp abierto.

Debato en sí disculparme o no. Aunque de hacerlo no sabría qué palabras emplear pues no me he reconocido en lo que he pasado.

Escribo y borro. Me gustaría que me dijeran que hacer, que otros decidieran, así poder echar culpas a otros en caso de equivocarme, aunque no siento que el juego fuera creado para esto.


¿Curaste tus heridas?


El corazón sufre, más cuando respondo con una mentira.


Si.


Simplemente, no lo veo necesario. La sangre ha parado y no duele, ni siquiera me he puesto el pijama. Sigo manchada sin que importe.


Duerme. Mañana te toca otro día ajetreado.


Vuelvo a vacilar antes de escribir.


¿Estamos bien?

Estamos bien.

Ahora, duerme. Y sueña conmigo.

Buenas noches.

Buenas noches.

Buenas noches.

Buenas noches.


Deja de estar en línea y bloqueo la pantalla, dejando caer el móvil el pecho mientras observo el blanco del techo. Sola, me siento sola. Busco la almohada abrazándola como una niña. Cuento segundos.  Intento hacer las paces con el sueño, poco a poco, siendo embaucada cuando un grito desgarrante mata cualquier posibilidad de dormir hoy.

—¡Basta! ¡Soltadme, por favor! ¡Seré bueno! ¡No! ¡Nooo! ¡Nooooooo! —chilla adolorido.

Acudo enseguida a la habitación de Alessandro, estando la puerta bloqueada tengo que aporrear y gritar su nombre, hasta que los gritos cesan, aún así tarda en responder mis llamados:

—Estoy bien.

—Deja de engañarte.

—¡Estoy bien! ¡Duérmete!

Honestamente, este día quedará en el palmarés de los peores.

—Te lo pediré una vez más. Déjame entrar.

—¡Dejadme en paz!

Voy a por el móvil marcando a Derek. Antes de que suene el primer tono ya estoy abriendo porque se ha adelanto a tocar, no espera a que le de permiso subiendo directo al dormitorio de Alessandro. Aporrea la puerta como yo, le reclama que abra y le amenaza:

—¡Voy a sacarte a la fuerza como no abras! —a diferencia de mí, a él sí le abre.

Reemplazada voy al sofá. Lo que sea que pasó, los ha unido sin que me dejen participar. Mi hombre ha manifestado su apreció, mi amigo lo ha defendido ante las primeras acusaciones.

Una hora después me pesan los párpados.

Sin que ofrezca resistencia, media dormida, me cambia la ropa de calle por el pijama. A continuación, cura las heridas de mi cabeza, deteniéndose cuando se encuentra a la altura de la vieja.

—Me golpeé en el accidente.

—No volverá a interrumpir tú sueño, lo he sedado —me lleva a la cama en brazos. Me arropa y besa mi frente —Tienes que dormir.

—Necesito saberlo —le suplico suave.

—Su familia, para que lo entiendas, aunque ellos no son dignos de compartir sangre con él —trato de levantarme, pero no me deja, sujetando un lado tras tumbarse con calzado —Merezco ser torturado después de incumplir la promesa que te hice. Llegados el momento no lo pude proteger.

—¿Son monstruos?

—Si, de los peores. Lo mantuvieron veinte años encerrado, lo golpeaban día sí y día también, y, no se cuando empezó, pero uno lo violaba —quedo helada, de ahí proviene su homofobia —Acabamos ahí por mi egoísmo. Cuando supe que su familia fueron los responsables de la muerte de mi mujer y sus padres, yo me cegué y tuve la estúpida necesidad de querer las cosas ya. Fue horrible ver lo que le hacían. Y, si te lo cuento, después de haberme negado, es porque él me lo ha pedido antes de que le inyectara el sedante.

—Necesito que hagas algo por mí.

—Dime.

—Mátalos —expreso con rabia.

—Hasta el último de ellos.

Estamos un rato en silencio contemplándonos como si el mundo hubiera dejado de existir y solo fuéramos nosotros. Lucho contra el cansancio, la bajada de párpados, hasta que él dice:

—Tienes que dormir.

—Un poco más.

—Solo si me dejas quedarme en el sofá. Por si el sedante no funciona y tengo que volver a intervenir.

—Mejor duerme conmigo.

Abuso de su calor corporal y me emborracho de su loción. Su magnetismo empuja a la mano vendada por la quemadura a tocar, aunque el contacto es ligero porque pronto me detiene sosteniendo y besando los nudillos.

—Quédate así —le digo, entrando de nuevo al sueño —Malhablado, y simple de molestar. Hombre de familia. Leal y protector, al que le gusta ser cabrón con los suyos en los buenos tiempos, y en los malos quemar el mundo. Aceptaría a este Derek.

—Entonces ayúdame.

—¿Cómo?

—Ámame.


****

Hoy no hay nota, suficiente que haya actualizado, más considerando que ando con fiebre y estuve la noche vomitando. Así que hoy, no es uno de esos días para que me digan que actualice, sino que es uno de esos días para agradecer, porque aún enferma les he traído su gusto culposo. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro