044 - EL BANQUETE
CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO
DEREK SALVATORE
Alessandro, tras el primer bocado, viene a por más.
Tengo todas las de perder desde que se ha transformado, pero me aferro a la conservación de mi cuerpo, frenando sus impulsos hambrientos con patadas y los pocos movimientos bruscos que puedo realizar estando encadenado. No quiero golpear a mi hermano, sin embargo, considerando su inmenso apetito y la información que recibí de Hugo, un solo cuerpo será insuficiente. Y él era consciente. Hasta el final ha insistido en su muerte.
Sé que tiene que haber una salida. La tengo que encontrar, al igual que he de encontrar una fuente de alimentación que no sea yo.
El superdepredador es incansable.
Batallo, considerando las opciones. Lo primero que debo hacer es romper las ataduras que me mantienen inútil. Centrado vuelvo a esquivar, aunque al final llega un segundo mordisco peor que el primero.
Reprimo el grito de dolor. No obstante, tras una idea sumamente estúpido, dejo que me alcance en un tercer y cuatro mordisco. Aprovecho la distracción que le ofrece mi carne para enredarlo con las cadenas. Estamos muy pegados.
—¡¿Eso es todo lo que tienes?!
Doy un cabezazo en su morro, sintiendo sus dientes arrancar parte de la piel del rostro y el cabello. Golpeo sus costillas. Y, de últimas, pateo sus testículos del tamaño de una naranja cada uno.
Chilla destrozando mis oídos.
Huye a la otra punta de la sala rompiendo las cadenas, dándome la libertad y la oportunidad de defender los siguientes ataques.
Tengo una oportunidad, la pistola.
Mi sangre gotea veloz la piel seca del suelo mientras que la bestia se recupera girando hacía mi. Gruñe rabioso y lo vuelve a intentar, se abalanza a por mi. Evado el ataque deslizándome por el suelo y la estancia temblando, cuando impacta contra el muro grueso.
Cojo la pistola. Compruebo la única bala que dejó Angelo.
Aprovecho el noqueo parcial de mi hermano para subir las escaleras exprimiendo cada segundo. Apunto directo al candado. Sin embargo, antes de disparar soy agarrado y lanzado hacía atrás. Rodando por las escaleras el arma se dispara sola y la bala atraviesa el muslo de Alessandro, el cual enfurece más.
—¡Joder!
El problema de la improvisación es que tiende a fallar.
Me levanto con un leve balanceo. Soy inmortal, aún así estás mariconadas me agotan hasta que me regenero.
Escupo sangre y saliva.
—¡Vamos pequeñín, ven a por mí!
Arremete contra mí. Varios huesos se me rompen, el peor es el crujido desgastador de las costillas. Una vez más soy su comida, el plato principal. También creo que seré el segundo y el postre.
Sin bala necesito la alternativa que visualizo en Alessandro. Después de la embestida, estoy seguro que afinando puntería y siendo ágil en el esquive, podría hacer que rompiera la puerta. No obstante, no las tengo todas, ya que este es el lugar en el que estuvo por veinte años. El voltaje de antes era muy grande, seguramente, suficiente para que duerma.
Descarto la opción. De aquí salimos juntos.
Otro chillido suelta su apestoso aliento sobre mi cara.
—¡Oh, joder. Alessandro! ¡Ni que hubieras comido un muerto!
Seguimos con el tira y afloja. Es ridículo. Este combate podría durar por horas, días, meses, hasta la eternidad.
Salto esquivando un nuevo embate y aterrizo en la espalda, sujetándome a los huesos que le sobresalen.
—No se atacan a los amigos. Muy mal, mordisquitos.
Trata de deshacerse de mí moviéndose como un toro de rodeo al cual le tengo aguante, aunque al caer tengo serias dudas si he superado el actual récord que debe existir, a pesar que se sintió largo. Me pisa el estómago. A continuación, me levanta por la cabeza sin que yo pueda hacer mucho más. Clava las zarpas, prepara los dientes. Estoy apunto de saber si existe otro método para matarme que no sea la Finismortis.
—¡Suelta a mi hermano, hijo de puta!
¿Damián?
Soy lanzado al muro. El superdepredador se interesa por Damián recién llegado con una M16 y apuntando su cabeza. Alessandro babea, muestra los dientes afilados y le gruñe.
—¡¿Qué cojones?!
Leyendo las intenciones, corro a apartar a Damián de la trayectoria de la bestia y, con el impulso que carga, acaba subiendo las escaleras. Sale de la jaula después de que Damián dejará la puerta abierta.
—Llegas tarde —le digo.
—Al menos llegue, imbécil. Sabía que Alessandro no era de fiar. Te ha dejado con un monstruo. ¿Qué es esa cosa?
—Alessandro —queda impactado con la respuesta.
—¿Qué clase de maldición es esa?
—Una larga historia.
Oigo disparos, gritos de hombres y chillidos de Alessandro. Hay un nuevo temblor. Salgo en su búsqueda, pero también teniendo en mente que me voy a cargar cada Santoro que se me cruce. A mi desgracia son nuestras cucarachas los que están disparando a mi hermano pequeño.
Desarmo a uno y le vuelo la cabeza.
¡No me lo dañarán! ¡No, no otra vez!
¡Qué se los coma a todos!
—¡A quien lo dispare me lo cargo!
Algunos obedecen, otros no, más cuando va a por ellos. Los hace volar, también los lanza al muro y, como principal, los muerde. Masacra con sus dientes. Una mordida aquí, otra allá. A diestra y siniestra. Es su banquete. Se los come como quiere.
"En una de esas, tuve la ocurrencia de servir a tú tío un banquete de humanos. Te diré algo sobre eso. Si tú hermano muerde, vivo o muerto, tienes que disparar la cabeza de quien haya sido su comida. En serio, hazlo."
A una distancia segura disparo aquellos que desobedecen mi orden, también disparo a los mordidos y los cadáveres. Tengo refuerzos. Damián, sin necesidad de una explicación, imita mis gestos.
—¿Cómo lo detenemos? —pregunta.
Daniela entra con una metralleta en cada mano y un lanzacohetes en su espalda, lista para disparar, ejecutando cuando Damián le explica que puede matar a todos los desobedientes y que no puede dañar a la bestia.
Nos escondemos tras una esquina antes de que se produzca la ráfaga de proyectiles y locura. Se ríe lunática. Arrasa con cualquiera, independiente a que estuviera o no cumpliendo, solo salvándose quienes se esconden al igual que nosotros. A veces muy cuerda no está, como si mi hermano la hubiera sacado del manicomio, no de uno de sus viajes.
Una cucaracha se arrastra a nuestros pies. Mordida y con actitud sumisa, aterrado con la muerte.
—Damián, por favor —le ruega.
Mi hermano le dispara la cabeza.
—¿Cómo lo paramos? —se repite.
Ese punto no me lo explicó Hugo. Estaba demasiado fascinado explicando los banquetes de mi tío y sus resultados catastróficos, banquetes que solo terminaban cuando se dormía.
—Narcóticos. Como para dormir a una manada de elefantes.
—¿Tengo pintas de cargar eso?
—En la mansión hay.
—¿Sabes lo lejos que estás?
—Estoy seguro que has venido por el aire. Ve a por los narcóticos mientras que yo lo distraigo.
—¡Chiquita, prepara al helicóptero!
—¡Helicóptero!
Aplaude feliz soltando las metralletas y sale dando brincos como si estuviera en una pradera en plena primavera, rodeada de hierba alta, flores y mariposas. No siempre tiene ocasión de manejar un helicóptero.
—¿Algún transporte para mí?
—Afuera. ¿Algo más?
—Tú móvil.
Recibo su móvil y sigue los pasos de su novia. En cuestión de segundos, el helicóptero alza el vuelo sin inconvenientes.
Uso a las putas cucarachas supervenientes. Amenazo con muerte de familiares y futuros progenitores, estoy harto de la poca lealtad a mis órdenes, así que una falta más y matará a los que ni siquiera han nacido.
Alessandro es importante. Ya no es por Hugo, ni por Soraya, es por lo que representa para mi. Y, con ese pensamiento, no me importa la falta de mortal en las siguientes acciones. Arrasaría a la humanidad por cualquiera de los míos. Son míos. Míos. De nadie más. Quienes le quieren mal no tienen futuro.
Entretengo la bestia junto a las cucarachas. Siguen mi pauta yendo a la estancia más amplia de todas, la capilla. Una vez ahí rompe el mobiliario. Hace volar bancos, algunos impactando, aplastando las cucarachas, a las que una vez atrapadas les arranca la cabeza de un mordisco.
Varias balas mal tiradas rompen una cristalera.
Alessandro mira hacía el exterior.
—Vamos, quédate conmigo.
A cuatro patas es más veloz que un jaguar. Salta atravesando el huecco generado y se pierde por el valle.
—¿Ahora qué harás? —Angelo está detrás. A un par de metros fáciles de recorrer —¿A quién eliges? ¿A tú venganza o a él? —muestra la caja de la alianza, la pasa de una mano a otra, como si fuera un objeto sin valor.
Necesito el anillo, también necesito detener a Alessandro. Tengo dos tareas sin que pueda dividirme. Y, de las dos, sé cual es la más importante.
—¡Capturad a esa mierda para mí!
Mientras salgo abro la aplicación de rastreo, la misma que Damián ha usado para encontrarme a mí. Introduzco el código del chip que implante en el avión, coloco el móvil en una de las motocross y la enciendo el motor ignorando el casco.
Doy gas a fondo. Esquivo troncos, piedras. Dibujo un camino propio a la vez que el cabello azota con fuerza por el viento. El camino que tardamos horas en hacer, lo realizo en menos de una hora. Ajustando los saltos. Iluminado por los focos y la luna. Despertando pájaros diurnos, alborotando los nocturnos.
Monteflavio. El pueblo habitado por un poco más de mil personas se encuentra sumergido en el caos. Las cucarachas corren, huyendo de quien ya ha dejado una decena de cadáveres en su camino. A estos los ha masticado más, seguramente, porque nadie le estaba jodiendo.
Un coche pasa veloz por mi lateral, otro impacta accidentalmente contra él. Se vuelven en un par de tontos al bajar a discutirse, en vez de correr buscando otra posible salida antes de ser devorados.
Encuentro a Alessandro destripando a una embarazada. Saca el bebé comiéndolo como un tentempié, y después a la gestante. Un dos por uno. Espero que no recuerde el momento con mucha precisión.
Chilla, empeorando los gritos de los humanos.
Se enfoca en la siguiente presa dejando a la mujer a medias, el movimiento de cada uno lo distrae, desperdiciando la comida. Los quiere probar a todos. A todos los diversos platos del buffet libre.
Contemplo la sangrienta escena sin hacer nada. Dejo que juegue, que llené la barriga.
Contesto la llamada de Damián:
—¿Tienes los narcóticos?
—Estamos de camino.
—Más rápido.
"Si no les disparas la cabeza tendrás dos problemas, tú hermano y los cadáveres que resucitarán. Al estilo zombie."
El cadáver más cercano gime. Se mueve lentamente, muy lentamente, sin que pueda considerarlo un problema. Un disparo en la cabeza y ya. Continúo con los demás hasta que se agota la munición, a pesar de ello, considerando que son lentos siguen sin ser un problema. Al menos creo eso antes de que uno de ellos viene veloz.
Huyo. Estoy harto de que me muerdan el culo.
Conduzco sin alejarme del objetivo manteniendo la distancia con Alessandro mientras sorteo a sus súbditos, súbditos porque Hugo dijo que eran el estilo zombie, pero ellos no comen a los demás, sino que los capturan para llevarlos a la bestia convertida en su rey. Ya no corre, solo espera que le llegue la comida para comer felizmente, hasta que alzando la cabeza me ve.
Se obsesiona conmigo. Uso el gas cuando zombies y rey vienen a por mi, siendo su majestad el más veloz.
Golpea la parte trasera, antes de irme al suelo salto cayendo de pie. Comparto miradas con él, los zombies se detienen tras él. Somos él y yo, cazador y presa, me disgusta ser presa.
Inicio la huida a pie. Los gritos no cesan. El caos está en la orden de la noche, los zombis se centran en las cucarachas mientras su rey me persigue, obligándome a saltar y trepar como un profesional del parkour. Cosa que le parece divertirse más. Como un gran felino jugando con un roedor.
Alcanzo los tejados más altos. Solo necesita de un salto para cortarme el paso.
—Estoy indignado. Me parece horrible el trato que le das a nuestra amistad. Teníamos algo especial y tú lo has llevado al extremo. Mejor ni te pregunto con que intensidad piensas recibir a Hugo.
Corro en dirección contraria antes de que tenga la mala costumbre de morderme, sin embargo, otro salto y vuelve a estar delante. Con él no se puede huir. Es más ágil, fuerte y veloz.
Estúpidamente, levanto las manos creyendo que un poco de rendición puede cerrar su apetito. Cuando da un paso adelante, doy uno para atrás. Acechado por sus ojos. El cabrón se relame y babea en exceso, tras probarme puede que haya concluido que soy su presa más deliciosa. Atractivo para la vista, sabroso para el gusto, capaz que también sea orgásmico para su olfato.
¿Escuchará un canto celestial cuando hablo?
¿Cómo me percibirá su tacto?
Soy un gozo para sus cinco sentidos. No esperaba menos de mí, aunque la situación no da para estar orgulloso de mi excelencia.
Estoy casi al final de los tejados cuando el sonido natural del aire es interrumpido por las asas del helicóptero. Espero su acercamiento, a la vez que el rey hambriento se aproxima y estiro los brazos en formación de cruz.
—¡Ey, Alessandro! ¡Tú padre era un hijo de puta!
Salta hacía mí y me dejo caer el vacío de dos plantas, aterrizando en los cubos de basura. Ofrezco a Damián la oportunidad de disparar. Acierta. Sin embargo, no consideré que iba a caer sobre mí.
El grandullón ronca encima mía. Molesto a la criatura tocando uno de los colmillos cubiertos de sangre y carne. Aguanto las arcadas que causa su aliento. A huevo podrido, a banquete de mil mofetas, a mierda cagando mierda.
—Cepillos de dientes. Compraré muchos cepillos de dientes.
Han pasado cuatro días desde que casi me convertí en el plato más delicioso para Alessandro. Después de la captura, los zombies regresaron a su muerte, aún así ordene que se incineraran. Por otro lado, de las cucarachas que tenían la misión de capturar a Angelo no sobrevivió ninguna. Tampoco se ha encontrado rastro para perseguir a la familia. Aunque tengo la pista de La Orden.
No sé qué cabrones componen la puta organización que desconocía, pero voy a informarme y hacerlos desaparecer. No es cuestión de venganza, es el que mientras sigan existiendo no habrá paz. Vinieron una vez por nosotros, vendrán de nuevo y no estoy dispuesto a estar esperando. Además, hay el plan con Soraya. No dejaré que ellos los arruinen.
—¿Cómo está mi pájaro favorito? —pregunto, una vez que atiende.
Lo primero que hice, tras saber que Damián vino por orden de Soraya, fue llamarla e invitarme una noche loca, ya que a pesar de que sintiéramos la estancia eterna, apenas pasaron veinticuatro horas. Curiosamente, conversando con Damián, Soraya dio la orden de salvación cuando nos capturaron, no después. No es algo que sorprenda, siempre ha ido adelantada.
La excusa no sirvió. No necesito que diga que está cabreada para saber que lo está, claro que no lo manifiesta por el maldito miedo, aunque la vieja Soraya tampoco lo hubiera expresado con palabras. No obstante, no me miraría con ese enfermizo sentimiento negativo.
—Bien —responde seca.
—¿Sigues igual?
—¿Sigue sin estar disponible?
Hace referencia a Alessandro, el cual continúa durmiendo y no se lo puedo decir porque sería inexplicable sus cuatro días durmiendo, al igual que tampoco le puedo explicar la falta de cámara en nuestra llamada.
—Ocupado.
—¿Y Hugo? —la primera vez que pregunta por él en cuatro días, provocando que me dé cuenta de algo, algo por lo que puedo perder los huevos —Tardas mucho en contestar.
—Fantástico. Evoluciona bien.
—Perfecto. Adiós —corta y llamo sin ser atendido, así que la hackeo para retomar la conversación —Deja de hacer eso. Molesta.
—¿No preguntarás por mí? Tal vez tú hombre está mal y le urge un poco de tus mimos —solo pido un mínimo de preocupación. Si se preocupa por otros, más debería hacerlo conmigo —¿Me mimarías?
—Lo que necesitas es que te encierren en el manicomio.
—Que valiente al decir eso, pajarraca.
—Y que valiente tú al mentirme, niñato —me cuelga.
No use la mejor excusa. Tampoco quería que se preocupara de más. Trato de hacer las cosas bien, pero solo consigo truños más gigantescos que la Torre de Pisa. Aunque a la vieja Soraya ya se lo hubiera dicho, lo sabía absolutamente todo, pero la nueva no sabe ni que las heridas se me curan. No presta atención a los detalles que manifiestan la maldición.
Tengo que decírselo en algún punto. Si al final opta por alejarme, al menos quiero que se mantenga cerca de mis hermanos. Ellos no le dan miedo, soy yo. Además, nos hace bien. No se la puedo quitar.
—Trabajo realizado —Damián, entre sin aviso a mi habitación de la mansión italiana. Carga un espejo con el que compruebo mi cara —Al fin ya te regeneraste. No deberías arriesgar tanto, hermano. Tú alta resistencia no significa que seas inmortal.
—Lo sé.
—Pues no lo parece.
—Al menos alguien se preocupa por mí.
—Uy, uy, uy, uy. ¿Problemas en el paraíso? Para calmar la furia de una mujer no hay nada mejor que...
—Si, bueno. Me la chupan tus consejos. Hay una cosa que me gustaría tratar contigo.
—¿Qué cosa?
—Alessandro —no le doy ocasión para que se niegue a escuchar —No quiero que tus celos sigan siendo un problema. Ese chico tiene un pasado traumatizante, lo pude comprobar a primera fila, pude ver como sus primos hacían cosas horribles, cosas que lo destruyeron y con las que tú puedes empatizar. Tú más que ninguno sabe que es ser torturado, el buscar aprobación y encontrar rechazo. Enzo casi te mata y yo te rechazaba. Sois la misma historia, a excepción de que su primo abusaba sexualmente de él, su puto primo.
—Comprendo.
—No, no creo. Te pido ayuda con alguien que odias. Me gustaría que le dieras una oportunidad.
—Está bien para mí. Hice un acuerdo con Soraya, le cuido a mordisquitos y me proclama su mejor amigo.
—¿Te lo dijo así?
—No, pero es un comienzo. Además, si dices que vivimos la misma historia, yo aunque lo odie no lo puedo ignorar. Amigos o enemigos, si su encierro no es justificable me da igual.
—Me alegra que reflexiones aunque sea por interés.
—¿Escuchas todo lo que digo? Y aún te queda Máximo.
—Tengo planes muy distintos para él.
—¿Ahora es mi turno para hablar?
—No.
—Perfecto —me entrega una carta. Mejor dicho, una factura que me hace quedar de idiota —Yo la entrenaría gratuitamente, pero si puedo cobrarte no soy nadie para negarme al dinero.
—¿Y la otra?
—La despidió y me contrato a mí. Acuérdate de hacer el ingreso —indica el número de cuenta.
—¿Alguna cosa más que ignore?
—Ahora que lo mencionas. Si, si que hay. Pero las amigas nos guardamos los secretos —en otras palabras, me han estado maldiciendo —Adiós.
—Una última cosa. Si tú y yo estamos aquí. ¿A quién le has dado acceso a la celda de Hugo?
—A la chiquita.
—Pero ella también está aquí —palidece y le cuestiono con un grito: —¡¿Cuántos días lleva sin comer?!
Se va con prisa. Mentiría si dijera que me he acordado de Hugo, pero con lo poco creíble que se me hace que una celda lo retenga, solo lo he recordado cuando Soraya ha preguntado por él. Estará odiándonos desde lo más profundo de su corazón sádico. Estas cosas si que me las puede reclamar. Y, sus reclamos, aún cuando de traiciones no se tratan, tampoco son agradables.
Trabajo desde el portátil adelantado mientras espero que me informen del despertar de Alessandro. Hago de empresario e inversionista. Ordeno a cucarachas a averiguar sobre La Orden, motivando al personal con lo único que mueve el mundo en la actualidad, el dinero. No tengo miedo a una falsa información, ya que saben lo que les espera si tratan de jugar conmigo.
Contacto con El Ruso. Informó de la situación, de la existencia de la organización que él también ignoraba y amenaza a los suyos. Sin necesidad de mencionar que también pone en riesgo nuestro plan.
Aliados, tengo pocos. El Ruso es uno de ellos. Sé que estará conmigo en la guerra que se aproxima.
Hago videollamada con Máximo. Doy detalles de los últimos eventos y averiguaciones, omitiendo todo lo relacionado con Alessandro. Tampoco muestra interés por él. Y así es como me vale.
Opinamos lo mismo de La Orden. Coincidimos en la guerra, así que se centrará en nuevos diseños de armas y su fabricación. También buscará el dichoso material con el que estaban fabricadas las esposas. Por mi parte, he de buscar contactos, contactos malditos. Y, en ese punto, es cuando necesito de Hugo, él es quien puede facilitarme la información para encontrar a los que siempre he negado.
Sobrenaturales. El mundo del que no quería saber.
Me despido de Máximo. Tengo la tentación de llamar a mi mujer ofreciendo una llamada caliente, después de todo, se lo sugerí, sin embargo, considerando que antes que nada lo que quiere es castrarme, opto por salir de la habitación en búsqueda de un americano.
—Señor.
—Nombre.
—Francesca, señor.
—¿Qué quieres?
—Alessandro despertó.
La riño por tratarlo como uno más, ordeno un banquete y paso por mi habitación a recoger algo de sumo valor. Repaso los documentos sabiendo que hago lo correcto, sabiendo que le doy el lugar que siempre debió ocupar, lejos de los desgraciados con los que comparte la mitad de la sangre y cerca de la otra mitad, de aquellos que lo llegaran a querer.
—Tengo una duda —digo, entrando en la habitación de Alessandro —¿Qué parte de mi cuerpo es más sabroso? ¿El brazo? ¿La pierna? ¿O quizás sea la cara? —no responde —Alégrate. Nadie importante ha muerto.
—Capullo.
—Que bonito —le sonrió, recibiendo su descarado dedo.
—Solo tenías algo que hacer y era matarme.
—Veo lagunas en tú magistral plan. Si algo te pasaba mi mujer me rechazaría de por vida. No podía arruinar todo lo que he estado haciendo —las cucarachas sirvientas entran con la comida y se retiran sumisas —¿Qué tenemos aquí? Bollería industrial, embutidos, pizzas, pan y dulces, muchos odiosos dulces. Un gran aporte de calorías para un muerto de hambre.
—¿Fue por Soraya?
—No, claro que no. Hubiera superado tú muerte —arruga el entrecejo —Fue por mí. Yo no lo hubiera superado. Te he cogido el mismo precio que Boss. Tal vez un poco más. Me ayudaste. Te agradecería desde lo más oscuro de mi corazón, pero mis pelotas no quieren —no mejora la expresión de cabreo que se le marca cada vez más —Fue por todos. ¿Contento?
—¿Cuándo dejas de ser capullo?
—Nunca. Esa es la mejor parte —ante su falta de mordiscos, le meto un pedazo de pastel en la boca —Calladito, mucho mejor. Tenemos que hablar.
—¿De ellos?
—¿A quién le importa ellos? Si, de acuerdo. Yo cuando les mate les daré la importancia de cagarme en sus cadáveres. Ahora. Céntrate. Tengo un plan que discutir contigo.
Comparto el plan. Uno que solo él puede cumplir y al que no le acepto ni una sola queja, ni negativa. Es precioso que sea él. No hay otro mejor para ocupar el papel. Máximo ya lo odia. Y, no es un odio por cualquier gilipollez, es odio por celos.
Se lo repito en varias ocasiones con paciencia a nivel universo.
—Hoy estás más capullo.
—Se le llama felicidad.
—¿Por qué haría algo como eso?
—Creía que eras amante del riesgo letal. Con esto te aseguro una muerte efectiva del cien por cien. Ambos ganamos.
—Ahora sé porque no me mataste.
—Admito que fue por eso —suspira. Ya se ha rendido —Tema aparte. ¿Sabes lo qué eres?
—No quiero tocar ese tema.
—¿Quieres mejor hablar de Hugo? —niega de cabeza —Ya me parecía. Mira, necesito saber lo que eres para dar con tú padre, después de lo que pasó y sabiendo que heredaste su maldición, si me dices que eres será más fácil encontrarlo.
—Dijiste que era un hijo de puta. Eso es pasado.
—¿Así que lo recuerdas todo?
—Muy poco. Suficiente para saber que merezco morir.
—Tampoco exageremos. Tú no tuviste la culpa de transfórmate, los auténticos culpables fueron los cabrones que te dejaron sin comida —Angelo y los mellizos. Es cierto que Angelo le lanzó mis chocolatinas, aunque considero que fue para tener tiempo con el que joderme. Si su intención fuera otra hubiera dejado a la puta —Lo de tú padre era una expresión. Es que ya le doy por muerto. Así que, dime. ¿Qué eres?
—No estoy seguro
—Pero deduces algo.
—He investigado en películas de terror. Lo que soy tiene varios nombres, aunque popularmente se les conoce como zombie. No acaba de ser igual, pero es lo que creo que soy.
Tengo que aguantar la respiración. No puedo reír, aunque es complicado sabiendo que los parecidos zombies son sus súbditos y que él es algo superior, superior a cualquier entidad sobrenatural. Mi hermano, hambruna.
—Un zombie.
—Si.
—Nunca había conocido uno.
Le entrego el sobre que almacena su nueva identidad, así como le dije, he cumplido. Tiene una nueva tarjeta de identidad y he hackeado todos los lugares en que podría encontrar su datos. No lo he matado como bestia, pero sí he asesinado a sangre fría a Alessandro Santoro.
Observa la tarjeta.
—¿Qué es esto?
—Tú nueva identidad.
—¿Y el apellido?
—Tan malo soy con los nombres como lo soy en apellidos. Y considerando tú rechazó hacía el apellido de Hugo, no tenía muchas opciones —da la vuelta a la tarjeta, repasa los papeles a su ritmo, más lento que una tortuga —Sé un orgullo para este apellido.
—No esperaba esto.
—A no todos les va a gustar la idea.
—Complicas demasiado las cosas.
—Deja en paz a mis huevos y acéptalo. Me costó mucho esfuerzo contactar con tu banco y hacer el cambio, igual que me costó que aceptarán el apellido —ni cuatro minutos de hackeo. Como un poco de jamón dulce —¿Mi sabor es parecido a este?
—¿Te comparas con un cerdo?
—No niego ser un cerdo con mi mujer —le hago un bocata —Te dejo para que arrases con toda esta porquería, Volveré a joderte.
—No hace falta.
Pobre iluso, aún no sabe que de mi ya no se libra. No lo consiguió el peor asesino del mundo, menos lo conseguirá un hermano de sangre.
Me hago con otro trozo de jamón yendo hacía la puerta, giro el pomo y vuelvo hacía él. He deseado hacer esto desde que asesiné su anterior apellido. Sé enfadará y será mi satisfacción, ya que no hago esto por cabrón.
Soraya siempre tuvo razón.
Somos cinco.
—Bienvenido a casa, Alessandro Salvatore.
****
Solo diré. Espero que se unan a mí.
¡Bienvenido a casa, Alessandro Salvatore!
*hace una fiesta para recibir a su pequeño comilón a su verdadera familia*
¡TE QUEREMOS!
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