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 CAPÍTULO CUARENTA Y UNO

DEREK SALVATORE


TRES AÑOS ATRÁS

14 DE FEBRERO


Estúpido Máximo. Sus tonterías provocan pensamientos innecesarios que me hacen perder el tiempo.

Catorce de febrero. Una fecha especial para el amor, manifestado en cada repulsiva esquina con decoraciones, flores y parejas diciendo; te quiero. Diabético. Es el único día que agradezco la maldición, ya que se les arruine el momento a mi paso, huyendo avergonzando sus pastelosos sentimientos.

Iba a ser un día de oficina. Aunque tengo un hermano pesado.

Máximo dice que la fiesta no es solo para enamorados, sino también para tener un detalle con las amistades femeninas. Honestamente, no le prestaba atención hasta que ha mencionado a Soraya. Es mi amiga. Si no le doy algo digno a su altura, es decir, algo insignificante, llorará. O peor aún, se ofenderá. Es capaz de cerrar el pico, dejar de molestar con su irritante aleteo. Visitaría a su papá, no a mí.

¡Odio San Valentín!

Insuficiente, no sirve cualquier cosa. Tiene que ser chocolate.

Entro en el establecimiento. El ajetreo de hace un segundo desaparece. Llegan las inclinaciones, el cese del amor y el silencio.

Hubo una época en que ser rechazado era el peor veneno, una época en la que me esforzaba para ser aceptado. Buscaba un lugar para mi. Encontré algo. Una ilusión enloquecedora. El orfanato ardió. No hay remordimientos de los gritos y muertes que cause aquella noche. Aprendí la lección. Nunca tuve que bajar a buscar, tendría que haber estado en mi superioridad sin pretender. Es en ese estatus llegó Hugo. Y es en ese mismo en el que ha llegado Soraya.

—Largo de mi vista —salen como si hubieran estado esperando la orden desde que he entrado. A la única que no dejo irse es a la dependiente —Ocupa tú lugar, cucaracha.

Analizo el local nauseabundo. Abusando de una amplia gama de colores pastel, yo lo reduciría a cuatro. Entre el color de la pared y el mobiliario. De los cuatro uno debería ser azul. Y, si algún lugar debe pecar de colorido, ese sería la vitrina que ofrece un amplió catalogo con gusto al romanticismo. Cosa de hoy.

—Nombre.

—No...Noemi, Señor...

—¿Eres la propietaria? —sacude la cabeza —Necesito al jefe de este lugar.

—Están adentro.

—¿A qué esperas para ir a por ellos? —no voy a disculparme por mi tono y exigencias, menos cuando lloriquea —Espabila o voy yo. A nadie le gusta cuando voy yo.

Regresa acompañada al par de minutos. Los jefes son un matrimonio mayor unido a pesar del miedo. No me miran, no huyen. Enlazados con la unión de las manos.

Saco el contrato que han de firmar.

¿Por qué?

Porque no hay otras opciones.

—Nombre.

—Enrique y Olga, señor —responde el hombre, ocultando a su esposa tras de él.

—No es negociable. Pero os dejo leer.

Al igual que en las reuniones de oficina, genero distancia dirigiéndome al ventanal y cogiendo las manos tras la espalda.

—Señor. Esto...

—Es un contrato de compra. De todo —respondo, viendo a parejas pasar —Las condiciones son claras e invariables. De ahí los millones que pagaré. Mantendré el personal, cuadruplicará su sueldo. Cambiaré la decoración, resulta desagradable a mis ojos tanta fantasía. Ah, y cuando ella venga, que espero que lo haga, os vais a desvivir como si fuera la misma realeza. Aunque no exageramos. Una sonrisa y no más.

—¿Podemos negarnos? —volteo enseñando el arma.

—Os mataré a vosotros y vuestros familiares.

—¿Y si incumplimos?

—Os mataré a vosotros y vuestros familiares.

—¿Y si alguien muere?

—Vuestra descendencia ocupará la vacante.

—¿Y si...?

—Oh, vamos. Estoy siendo aceptable. Las condiciones os favorecen, cualquier estaría encantado. No jodas mi paciencia.

Firman. El traspaso es inmediato. El dinero les llega y el notario recibe las fotografías de las firmas y documentación necesaria. He estado toda la mañana pendiente de esto. Muestro una foto de Soraya. Asegurándome que les quede grabado su rostro imposible de olvidar, abro la galería y voy enseñando más fotografías. Es tan dulce. Más que el chocolate. Y sin ser vomitiva. 

Salgo del ascensor cargado con una caja de bombones, directo al despacho, desgraciadamente, me veo forzado a parar por culpa de mi secretaria. Insoportablemente llorosa. Al único que le aguanto las lágrimas es a Pietro. Y quizás a Soraya. 

—Se... Señor —lloriquea, y no es por mí.

—Nombre.

—Eleonora, señor.

—Haz que cada segundo valga la pena.

—Verá... Ne...Necesito este trabajo... Mi padre está ingresado, mi madre no trabaja... Además.... Tengo tres hermanos pequeños hambrientos. Mi sueldo al completo se destina a los gastos...

—Ajá.

—Pero su amiga me ha despedido. Ya le he dicho que no puede, que la autoridad aquí es usted, aún así ella perdura. No quiere verme. ¿Podría dejarle las cosas claras?

—Y yo creyendo que ibas a pedir un aumento. Lástima, estás despedida.

—¿Cómo?

—¿Qué no entiendes de tú despido? Soraya te ha despedido, así que recoge tus cosas y vete a tomar por culo —trata de calmarse, limpiar el rímel corrido, sin embargo, no cesa el agotador drama —Si sigues aquí cuando salga será peor.

—¿Po... por... por qué?

—¿Acaso te han atropellado el cerebro? Esa maldita loca es la ley.

Entro al despacho. Finalmente, estoy con quien me interesa, la puta pajarraca. Tan inofensiva y bonita. Su belleza inocentes no se puede replicar. Los labios brillantes se le mueven, lentamente, bocado a bocado, comiendo lo que le he cocinado. Estoy hipnotizado en un acto básico. Incapaz de retirar la mirada, tampoco sin poder cabrearme porque no me haya esperado para comer.

—Antes de tú existencias me duraban más las secretarías.

Aleja la comida, limpia las manos y la boca con la servilleta. Saca una cinta métrica a la vez que se levanta. Marca veinte centímetros.

—Su ropa era muy corta —siempre inventa alguna excusa.

—¿Y?

—Haré un manual de vestimenta. Son muy zorras.

—Haz lo que quieras —suelto los bombones en la mesa. Su mirada se vuelve curiosa olvidando la cinta —Ni te lo creas. Me han regalado la caja tras cerrar un importante negocio con una chocolatería. Ya sabes que no puedo con el dulce

—¿Me has comprado una chocolatería en San Valentín? —sonríe atrevida.

—Es por trabajo.

Me despojo de la gabardina y me siento al otro extremo del sofá, todo para que sea ella quien tenga que venir. Capturado por la corbata recibo cuatro besos en las mejillas que disparan la frecuencia cardiaca. Solo pasa con ella sin poder entenderlo, a no ser que haga caso a las estupideces que predican Gunther, Máximo y Pietro. Amor. Entiendo aún menos de eso. Por entender, solo entiendo una cosa, y eso es el querer estar a su lado eternamente por su aceptación.

Trabajo en el ordenador. Desde el escritorio puedo contemplar a Soraya realizando unas tareas del instituto, en su portátil anticuado, el cual tengo un cierto desprecio que provoca el planteamiento de comprarle uno nuevo. Es trabajadora. De las que se centran olvidando el mundo. Algún día será lo que deseé ser, yo mismo le facilitaré el camino para que logre cualquier aspiración.

Me desoriento en sus largos y finos dedos cuando desenvuelve el primer bombón. Sueño despierto con sus yemas acariciándome las cejas, las mejillas, la barba, la nariz... Sobre los labios.

Soy embrujado por su boca manchada de chocolate. Ignorando lo asqueroso que resulta el dulce, mi mente juega conmigo, imagina la cercanía de sus labios y los míos, cada vez más próximos, sediento de ellos... Alboroto el cabello.

Capaz los míos tengan razón, pero no sé cómo llevar la teoría a la práctica sin riesgo a perder lo que tenemos.

Abro San Google y busco:


¿Qué es el amor?

"El amor es el sentimiento del ser humano que necesita ser proyectado no solo hacía uno mismo sino hacía otra persona. En pocas palabras, es la fuerza que nos impulsa a hacer el bien."


No va conmigo.

Entro al diccionario.


"Sentimiento de vivo afecto e inclinación hacía una persona o cosa a la que se le desea todo lo bueno."


Va más conmigo. Soraya es una persona, una ave y una cosa, y le deseo todo lo bueno.

Hago otra búsqueda


¿Cómo saber si estoy enamorado de mi mejor amiga?


Entro a un test.


¿Piensas en tú amiga sin querer?

Siempre.


¿Sueñas con hacer planes con tú amiga todo el tiempo?

Siempre.


¿Te pones nervioso al lado de tú amiga?

Siempre.


¿Puedes hablar horas con tú amiga y siempre te interesa lo que dice?

Siempre.


¿Te imaginas más feliz con otra persona?

Nunca.


¿Te sorprendes a ti mismo viento a tú amiga más veces de lo que te gustaría admitir?

Siempre.


¿Tienes planes a largo plazo con tú amiga?

Siempre.


—¡Bu!

Sorprendido, estampo la pantalla en el suelo.

—¡¿Estás loca?! ¡Si, obvio! ¡Ni preguntar me hace falta! —llevo la mano encima del corazón atormentado —¡Libera a los putos pájaros que hay en tú cabeza! ¡Deja que vuelen!

Detiene los gritos posicionando el índice delante de mis labios.

—Estaba hablándote —hace una mueca.

—Estaba distraído con algo importante.

—Malvado. Yo preocupada y tú ignorando mi hermosa existencia. Eso debería estar penado con la perpetúa.

—No eres el centro de mi mundo.

—Ni tú del mío.

Sube sobre mi regazo jugando con la corbata, tan lento que mata, tan lento que me urge que baje. Antes de que me ahogue la respiración, antes de que el corazón exploté y no quedé de mí. Moriré en sus pequeñas manos.

—Dime que te ocupa tanto o me voy.

Cabeza fría, manos al reposabrazos e intento frustrante por encontrar la paz en el caos que genera. Es un Troyano saltando el cortafuegos. Imposible de parar con el antivirus.

—El... el... el... —pienso más lento de lo normal —El coche...

—Ya teníamos resuelto ese asunto —saca el móvil mostrando el modelo de Ferrari, azul eléctrico. Hace días que tengo demasiada vista esa foto. Desde que lo use de excusa —Lo compras, lo custodias y a mis dieciocho me lo entregas.

—Trabaja si quieres un puto coche que yo no te mantengo.

—Seré camarera.

—No.

—Seré dependienta.

—No.

—Canguro.

—Menos.

Joder. Aún cuando en las dos primeras hay más babosos, en la tercera es peor aún estando encerrada en la casa de uno de ellos. Enferma solo rozar el pensamiento de lo que podría pasar Sin escapatoria. Enloquecería por ella. Mi mejor amiga no puede vivir una situación de semejante magnitud. Es mi mejor amiga, tengo que cuidarla.

—¿Por qué no?

—Tú inteligencia da para más. Yo te mantengo, tú estudias hasta conseguir unos estudios dignos de ti.

—Lo que yo decía. Me regalas el Ferrari para la uni.

—Te regalaré uno de tercera categoría y segunda mano.

—¿Con un pájaro en el llavero?

—Y una calavera.

—Comprada, bambino. Soy tuya —definitivamente, ha sido creada para matarme.

Ayudo en su trabajo escolar- Únicamente, para que se desocupe antes de regresar a clase. No por ella, sino por mí. Así tiene tiempo para dedicarme.

—¡Hora del chisme! —dice pulsando la última tecla. Sirvo un capuchino y un americano —Tengo noticias frescas. Muy frescas, bambino. Laura tiene un lío. Creo recordar que se llama Hugo. Aún no lo conozco.

—¿Quién era Laura?

—Mi hermana. Laura es mi hermana mayor.

Mierda, joder. El plan. Vamos a perder el plan.

Mensajeo a Gunther.


Estamos en problemas.

¿En plural?

Un imbécil se te adelantó.

Soraya me lo acaba de decir.

Su hermana está con otro.

Menos mal que me diste tú el nombre.

Soy Hugo, el novio de esa perra.

¡PUTOS NOMBRES!

Aún no conozco a tú perra.

No es perra, es mi amiga.

Ajá. Pídele una cita a tú muy muy muy muy amiga.

¿Por qué haría eso?

San Valentín.

Es normal que en esta fecha tengas una cita con tú muy muy muy muy amiga.

¿Hablaste con Máximo?

Saca los huevos y pídeselo, Death. De la contrario. Las cosas se podrían poner demasiado duras contra ti.

Tú querida amiga se enojará, te abandonará y acudirá a los brazos de otro para ser su muy muy muy muy amiga. Harán cositas de muy muy muy muy amigos.

Nadie quiere eso. ¿Cierto?


Clavo el visto.

—Tendremos una cita —no pregunto, afirmo.

—¿Cómo dices?

—El día de hoy es para amigos. Nosotros somos amigos. Yo estoy obligado a darte bombones y tú una cita. Te he comprado una chocolatería, dame mi cita o devuelvo el regalo.

—Sabía que me la habías comprado —sonríe dulcemente.

—¿Y mi cita? —insisto.

—¿Quién te llena la cabeza de pájaros?

—Máximo, Pietro, Gunther y tú. ¿Y mi cita?

—Tengo que ir a clase.

—¿Y mi cita?

Corre a guardar el portátil y va hacía la puerta, aunque conociéndola la acabo acorralando entre la pared y yo. No se va sin aceptar. Si no tenemos esta cita se enojará. Además, lo quiero. Los amigos tienen derecho a citas. Quiero ese derecho. Quiero volver a estar fuera de la empresa con ella. Al igual que pasó en nuestro cumpleaños y en los días navideños.

—Entrégame mi cita, Bird.

—No te la mereces, Bambino.

—¿Y cómo me la merezco?

—Aprendiendo el nombre de mi papá.

—Imposible. Sería un milagro que pasará.

—Hagamos milagros —se escabulle por debajo del brazo y sale tras despedirse, repitiendo la costumbre de cuatro veces, donde el cuatro siempre es un beso en a mejilla —Dispones de cuatro horas.

—No te prometo conseguirlo.

—Pues no habrá cita.

Apoyo la espalda contra la pared una vez que el huracán se ha ido. Deshago el nudo de la corbata, desabrochó un par de botones.

Estás cosas no pasaban, pero el pasado era una porquería. Tengo un desafío. Un maldito desafío imposible. Conociéndola será insuficiente un; lo intente.  Pero si exprimo las cuatro horas, aún si fracaso, tal vez se apiade.

Voy al área de contabilidad directo al hombre que debe sacarme del apuro que me he metido accidentalmente. A diferencia de su hija, él sí inclina la cabeza. Continuo sin saber porque es diferente.

—Nombre.

—Adrián, señor.

Doy media vuelta dispuesto a regresar al despacho.

Adrián, Adrián, Adrián...

¿Cuál era su estúpido nombre?

Vuelvo a él.

—Nombre.

—Adrián, señor.

Ahora si puedo regresar.

Adrián, Adrián, Adrián...

¡Mierda!

Otra vez.

—Nombre.

—Adrián, señor.

Adrián, Adrián, Adrián...

Y se fue.

En la cuarta no puedo fallar. Es el número familiar.

—Nombre.

—Adrián, señor.

Adrián, Adrián, Adrián...

—¡Joder! ¡¿No te enseñaron a tener un nombre más simple?! —maldita pérdida de tiempo. Tiene que existir alguna forma para que lo pueda retener —Levanta. Vamos a mi despacho.

Lo engancho de su brazo sin tiempo a protestas. No voy a tolerar que el padre me salga igual de impertinente que la hija. Lo arrastro al puto asiento del otro lado de mi escritorio. Un nuevo huésped. Los otros son Máximo, Gunther, Pietro y Soraya. Cosas de privilegiados.

—Repite tú nombre hasta que me agotes.

—Tengo que trabajar.

—Soy tú jefe. Yo digo lo que debes hacer.

Sumiso cumple la orden iniciando la sesión. Tan cercano lo puedo comparar con su hija, tanto en personalidad como en físico, en nada se le parece. No existe ningún rasgo en el que se parezcan. Ni siquiera en el color de los ojos. Para ella, el exclusivo azul. Y, para él, un vulgar marrón.

—Adrián, Adrián, Adrián, Adrián... —repite en bucle.

—Adrián —lo tengo.

—Si, Señor.

—Al fin, joder, Casi me enloqueces. Esta cosa de retener los nombres nunca ha sido lo mío.

—¿Cuál es mi nombre, señor?

Soy incapaz de responder.

—Es imposible aprenderse un nombre tan vulgar. Tienes que poner más de tú parte, no te rías de mí.

—No es mi intención, señor.

Reiniciamos la sesión por más de dos horas.

—Adrián.

—Adrián, Adrián, Adrián... —no llego al cuarto que siempre lo pierdo.

—Adrián, por favor. No es tan difícil —genial, ahora encima me riñe.

Doy un cabezazo contra el escritorio. Quiero mi cita, pero es evidente que mi pájaro no me la quiere dar. Es por esa razón que desde el principio me ha dado un reto que no iba a poder cumplir. Aún cuando me quedan dos horas, ya huelo el fracaso.

—¿A qué se debe tanta insistencia, señor?

—Soraya me ha prometido una cita si me aprendo tú asqueroso nombre.

—No permitiré que salga contigo.

¿Qué? ¿Cómo qué no?

Despego la frente de la mesa. A mi sorpresa, tiene la cabeza levantada con ausencia del miedo en la mirada, más bien hay hostilidad. Declarado enemigo silencioso sin argumentos. Estoy sin crédito. Uno no puede ser mi enemigo por querer saber su nombre. Es ridículo.

—Pero ella me dijo...

—Soy su padre y te digo que no —corta con brusquedad. Ni siquiera hay trato de usted en lo que dice —¿Crees que no conozco a los tipejos como tú? Te crees dueño del mundo. Sin límite. Crees que nada se te puede negar a ti, pero cuando pasa, no lo puedes soportar necesitado de un sí constante. Además, esta el tema de las mujeres. Tienes a miles dispuestas a estar contigo, aunque tú solo buscas divertirte momentáneamente con tú entrepierna. Mi hija no formará parte...

—Cuidado con tus palabras. Tú hija no es puta —advierto y añado: —Es mi mejor amiga. Y, me importa una mierda si eres su viejo, a ella me la tratas con respeto que por algo nació siendo especial y no una más.

—¿Quieres que crea que tus intenciones no son perversas? Date cuenta que aún es una niña. Por todos los santos.

—Deja de juzgarme.

—No te juzgo, es la realidad. Y digo que no —retiro el que no se parece a su hija, está loco.

—Nunca me ha interesado el sexo, ni con tú hija, ni con ninguna. Soy virgen. Y, de no ser así, no arruinaría la amistad que tengo con su hija por sexo, no cuando me da placer su mera presencia. Cuando aparece cada día, tengo placer porque ella me acepta, porque nos desafiamos, nos insultamos y nos reímos. Ella me ofrece poder vivir. Ese es el mayor placer de todos —no me callo diciendo la verdad, impidiendo que puedan seguir ideas estúpidas —No espero que lo entiendas. Siempre he vivido rechazado y ahogado en estiércol. Hasta que ella apreció. Creo que después de haber sufrido tanto merezco algo de paz. Quiero esa paz para siempre.

—Amas a mi hija —parece sorprendido, no más que yo con esa afirmación.

—Viejo de Soraya. No sé si amo a tú hija. Estoy tratando de lidiar con toda está nueva mierda que ella me causa. Sin embargo, si he de prometer que no mantendré sexo con ella, lo prometo. Y de promesas no incumplo.

—No me considero una mala persona.

—Quiero seguir como ahora con tú hija.

—Es suficiente si me prometes que no te acostarás con ella hasta que cumpla los dieciocho. Te repito que es una niña.

—Te doy mi palabra.

—Y ya que estamos, Derek.

—No, Derek no. Rechazo mi nombre.

—¿Y cómo te llamo? ¿Jefe? ¿Señor? Tras la confesión es raro. Ni siquiera intimidas.

—Llámame como quieras.

—Hijo —levanto una ceja —Acabarás siendo mi hijo político. Y, de no ser así, va bastante con tú personalidad infantil. Resulta extraño. Dabas tanto miedo y ahora solo puedo ver a un niño desatendido.

Si, es muy extraño. De golpe ya no me teme. Es un sin sentido. No ha cambiado nada desde que le he ido a buscar, a excepción de su enfrentamiento por pensamientos que no per tocan. Ha superado el miedo por proteger a su hija de quien creía monstruo.

—A lo que iba —prosigue —Vas a devolvernos los domingos de de festivos. Se acabo lo de usarme de excusa para que ella venga.

—Ella empezó. Y yo no lo acabaré.

—Hagamos un trato, hijo. Quedamos los domingos para pescar y luego comes con la familia.

Este hombre no deja de sorprender. Quiere hacer planes conmigo y quiero. Joder, si quiero.

—No sé pescar.

—Te enseño.

—Siempre y cuando no se lo digas a tú hija. Eso mancharía mi reputación de hombre perfecto.

Las siguientes dos horas las empleamos conversando sobre pesca, conceptos básicos y anécdotas. A veces aparece Soraya. Sabe pescar. O mejor dicho, debemos decir que sabe pescar. Son muchos anzuelos los que se le enganchan en las rocas, también pilla rabietas montando las cañas. Tal es así que grita el palo como si la culpa fuera de una herramienta desanimada. Y, cuando pican, hay dos opciones: la primera, se escapa; la segunda, es pequeñísimo. Sin embargo, su padre se burla con el hecho de que hace relativamente poco pescó un gran pez sin cañas. No sé encontrar la gracia al chiste. A mi me alegra que lo hiciera. Demostró, a pesar de ser una causa perdida, que no hay que rendirse por más que uno tenga todo en su contra. Quizás la risa del padre provenga de la expresión que hizo cuando lo sacó del mar.

—Tengo que comprar material de pescar —tengo que investigar lo mejor.

—Podemos ir juntos. Seré tu guía, te daré los mejores consejos, consejos que no llegaron a Soraya. Y seguiremos sin decirle.

—Y compraremos un barco.

—¿Por qué?

—Pequeño pájaro. Ese será su nombre —estoy entusiasmado.

—No necesitamos un barco.

—Ya dije que quiero un barco.

—Se puede...

—Barco. Mi barco. Mi pequeño pájaro.

No es que lo quiero, sino que es una necesidad básica, así como el respirar. Todo para disfrutar al completo la experiencia. Necesito destacar como pescador, aunque el padre insiste que tener un barco no me hace mejor. Insisto que está equivocado, pero es muy terco. La hija salió a él.

Soraya llega en mitad del debate. Saluda a su padre con dos besos y me deja huérfano de ellos, sustituido con un sutil movimiento de mano.

¿Cómo se atreve?

—¿Qué hacéis?

—Hablamos de mi barco —le respondo seco.

—¿Tienes un barco?

—Si, pero a ti no te lo enseñaré.

—Sobreviviré.

—No deberías poder. Mi barco es genial. Diseño personalizado por el mejor constructor de navíos. Tiene una zona perfecta para tomar el sol veraniego, sé que estamos en invierno, pero llegará el verano y te arrepentirás.

Padre e hija me miran.

—Y soporte para cañas —añado.

—¿Cómo se llama mi padre? —proceso la pregunta y me acusa: —¿Te has olvidado del objetivo? Eres un imposible, bambino. Al final resulta que no te interesaba tanto esa cita conmigo.

—Claro que me interesa. Lo que pasa es que Adrián es un nombre muy complejo, así que lo llamaré papá. Como haces tú —sus miradas se vuelven acusatorias —Dejad de mirarme. Es más simple.

—¿Cómo me llamo?

—Adrián —repite varias veces con la misma respuesta, hasta que doy un golpe seco al escritorio y grito: —¡Oh, joder. Adrián! ¡Me debes una cita, pájaro de mierda! ¡Dámela!

—A las ocho me recoges en casa.

Recorro todo el salón incapacitado de hacer el nudo de corbata en perfectísimas condiciones. Tras escuchar los consejos de Gunther y Máximo, haciendo más caso a mi hermano, he reservado mesa en uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad. Nunca he ido, pero Máximo sí. Se convirtió en el lugar favorito de él y su difunta esposa.

—¡Que alguien lo pare! —exclama Gunther, apalancado en el sofá.

Pietro lo mira con un muñeco a medio decapitar.

—¿A ti qué cojones te pasa?

—Me mareas con tantas putas vueltas. Solo es una puñetera primera cita, estúpido enamorado.

—No estoy enamorado. Y tú no deberías estar aquí. Máximo dejó claro que este día es para amigos y parejas. Tienes novia. Cumple con tus obligaciones.

—Tendría una cita si al final supiera que follaré. Esa zorra es mojigata, joder. 

—Muérdete la lengua con mi hijo delante —Máximo, intercede.

—Ni te preocupes. Todos sabemos que el pequeño demonio no empezará a insultar, no habla —se gana la mala atención de los presentes —Todavía. Aunque ahora que estoy aquí lo conseguirá. Soy el favorito.

—Esta mierda no me sale —mi hermano me ayuda.

—Repasamos. La recibes fuera del coche dando dos cuidadosos besos en la mejilla, le dices lo hermosa que está y le abres le puerta del copiloto. A continuación, al llegar al restaurante, caballeroso le ayudas bajar, aguantando su mano mientras sus pies entran en contacto en el suelo. A la mesa retiras su silla para que se pueda sentar. Escúchala durante toda la noche, no pierdas atención en nada de lo que habla y habrás logrado mucho trabajo. Además, cada tanto, le debes recordar que está especialmente hermosa. Como es la primera cita no puede durar mucho. Y, cuando la regreses, antes de abrir la puerta, la besas. Elegantemente en la mejilla.

—Así es como tú papá conquistó a tú mamá —dice Gunther a Pietro —Siendo un anticuado romántico del siglo pasado. Aburrido.

—¿Olvidáis que lo mío no es amor? —les cuestiono a los tres.

—Amiga —se sincronizan, Pietro con signos.

A cuatro minutos de las ocho, espero delante de la casa, apoyado de brazos cruzados sobre el morro del nuevo coche. Hace dos días, Máximo lo fue a buscar a la fábrica de Italia. Obviamente, yo no iba a ir, no con el riesgo de perderme un día al lado de Soraya.

Soraya tarda en salir tras las campanas. Aunque, cuando sale, cada minuto de espera es insignificante. Ha recogido la parte izquierda de su cabello en cuatro pequeñas trenzas, lo suelto lo ha ondulado, otorgándole un estilo vikingo. Sin maquillaje, más allá del cacao de siempre. Me gusta así. Natural. Corromper su rostro con colores sería delito, como hacer un grafiti en la fachada de la Sagrada Familia.

Referente al vestuario. Somos contraste. Mientras yo voy con uno de mis trajes, ella va casual. No hay vestido, aunque sí una falda corta. Exageradamente corta. Enseñando los muslos cubiertos. Afortunadamente, cubiertos por una medias semi transparentes negras. Agradezco la falta de escote... Agradezco el uso de un jersey azul. También la chaqueta. Y, como no podía ser de otra manera, lleva abrochado el Rolex en la muñeca izquierda. Sigo sin saber porque se lo cedí, aunque me gusta que esté ahí, marcando. Mia. Mi amiga.

—¡Bebé!

Corre, salta y aterriza sobre el morro del Ferrari azul. La falda se le sube mostrando las bragas. Negras con estampado de calaveras. Miro a los lados y le bajo la falda, ocultando la tentación de chicos pubertos y viejos repugnantes que mirarían sin duda la vista privilegiada. Soraya es una mocosa. Se tiene que cuidar. Mimar y respetar.

—¿Has tocado mi culo? —provoca mi humor.

—He ajustado la falda.

—¡¿Dices que has mirado mi culo?!

—No es...

—¡Mirón! ¡Sucio! ¡Tú pito se ha levantado! —no caeré en su trampa de comprobar mi polla. Sé que está tranquila. Soy asexual —¡No se nota! ¡No se perciba! ¡Está chiquita!

—Sube al maldito coche —aprieto los dientes.

—Ah, no. Tienes que decir. Tus sueños son cumplidos, Bird. Sube a tú hermoso y maravilloso coche.

—Es mío, no tuyo.

Me estoy arrepintiendo de la cita y solo es el inicio.

Entramos en uno de los restaurantes más codiciados en la boca de las cucarachas de la alta esfera. Somos recibido por un rubio que ignora mi presencia, dando un desagradable repaso a mi amiga, de arriba a abajo. Nos lleva al privado. Aleja la silla para Soraya, dedicándole una sonrisa que desaprobó en todos los sentidos. Es una niña. Mi niña. Maldito baboso.

—Nombre.

—Álvaro.

—¿Qué más?

—Álvaro, señor.

—No la miras, no la tocas y menos le hablas. De lo que soy capaz no te gustará ser conocedor —le advierto en un susurro.

—Me limito a trabajar.

—Sonreír a mi pájaro no entra dentro tus funciones. 

El camarero se retira dejando la obsesión de tocarme los testículos con ambas manos. Mientras, Soraya juega con un mechón. Estudia el amplio repertorio de cubiertos posicionados a cada lado del plato.

Ocupo mi lugar.

Aún no he cumplido ninguno de los consejos de Máximo. Ni le he abierto la puerta del coche, ni la he ayudado a bajar, tampoco he retirado la silla y menos le he dicho lo preciosa que está.

Arruga adorable el entrecejo, aumente su ternura cuando cruza los brazos y llena las mejillas de aire. Indignada con cucharas, cuchillos y tenedores.

—Usa el que quieras.

—Es lo que iba hacer —lanza todos al suelo dejando uno de cada —Mucho mejor. Pidamos. ¿Dónde está la carta?

—Es menú degustación.

—¿No tengo que elegir?

—No.

Asiente  y acaricia el cuchillo. Se distrae sin ofrecer conversación, tampoco responde cuando yo hablo, aunque no lo hago mucho, ocupado con la vista.

En el primer plato, el camarero ha cambiado, el nuevo explica la elaboración tartamudeando. Casi prefiero al impertinente, pero es casi porque no lo aguantaría ni un minuto más con las sonrisitas a mi pájaro. Acabaríamos mal, y no quiero que Soraya conozca el lado oscuro.

—¿Qué es esto? —me pregunta a solas.

—Comida.

—Esto no puede ser comida.

—¿Cómo qué no?

—No hay ni medio bocado.

—Considerando que eres un pequeño pájaro hay más de un bocado —aguanta la respiración, entrecierra los ojos y agarra el cuchillo y tenedor con fuerza —Soy considerado, Bird. No quiero que la cena te supere.

—¡No soy un pájaro! —golpea la mesa con los cubiertos.

—Ni yo un mocoso. Sin embargo, aquí estoy. Con una cría de mierda incapaz de verme como lo que soy —bebo un poco de vino disfrutando de su expresión —Soy un hombre. De los imponentes, de los que construyen imperios de la nada y protegen.

—¡Yo soy mujer!

—No, pollito. Tú eres un pájaro. De los que no se enjaulan, de los que hay que dejar volar y no estorbar —doy otro trago sin perder su atención furiosa —Jamás impediré tu vuelo. Me gustas así.

—Sigues siendo mi niño.

—Y tú mi pájaro.

Come el primero, espera ansiosa el segundo, aunque se decepciona por el pequeño tamaño. Aunque eso no lo hace menos. Es la viva expresión de que lo mejor está embotellado en frascos pequeños.

Ordeno más vino y agua para Soraya. Espero un nuevo asalto que se hace de rogar. Está siendo anormalmente callada. Como si a través del silencio estuviera diciendo que estoy fallando en algo, sin que yo pueda detectar el error. Comida y bebida excelente, compañía majestuoso y un ambiente íntimo para dos. Es perfecto.

Empieza la función en el sexto plato.

Al fin, ya tardaba.

Sin probar, atrapa el plato y lo estalla contra el suelo.

—¡Suficiente! —se va sin chaqueta y bolso.

No me disgusta que sea caprichosa. No obstante, resultaría más agradable si dijera lo que quiere.

Atrapo sus cosas y salgo creyendo que estará esperando en la calle, más debo confirmar su salida a los camareros al no verla. Se ha ido corriendo. Indicando la dirección voy irritado. Sin señales llamo sonando su móvil en el bolso. Estúpida mocosa. Es de noche, hiela y está incomunicada. Apresuro la marcha imaginando lo peor. Corro gritando su nombre. Dejo la voz en la causa. Retrocedo, voy a por otra dirección.

Llego a Ciutadella. A pesar de la noche fría, el parque está rebosante, cultura y espectáculo. Algunos paran a mi paso. Aprovecho para pedir ayuda mostrando la foto, pero huyen de mí.

Estoy solo en una ciudad viviente.

Siempre solo.

Muy solo.

Solo.

Sentado en un banco saco el tabaco. Mi cabeza quiere engañarme, que piense que Soraya es una ilusión, así como lo fue Mío hace once años atrás. No, no, no y no. Soraya es real. Existe su familia. Los demás la ven. Hay conexiones que la hacen tangible.

Condenada pesadilla.

Tocan pausadamente mi hombro, leves toques dados por detrás y que ignoro fumando. Insiste, de un hombro pasa al otro. Continúa escalando por el cuello. Se detiene para sentarse en mis piernas y prosigue por los laterales. Da un ligero masaje en la barba con las palmas abiertas.

—Rasca.

La abrigo con su chaqueta, tiro del cuello cortando las distancia entre nuestras caras y miro fijamente a sus iris.

—No vuelvas a hacer algo como esto.

—Ni viilvis i hicir ilgi cimi isti.

—Tú inmadurez me mata el juicio. No son horas para que una cría ande sola por la calle, joder. Te podría pasar algo.

—No creo que el loco que perseguía lo permitiera. Y como loco me refiero a ti.

—No te he visto seguirme.

—Soy muy buena —me da un único beso en la mejilla antes de sentarse al lado centrándose en la madera. Esta noche todo le resulta más interesante que yo —En plan acosadora. Si yo quiero no me verás a venir, claro que eso ya ha pasado en más de una ocasión.

Enciendo otro cigarro. Mientras, ella raya el banco con las llaves.

—¿Y si apareciera un hombre malo?

—Ya apareciste.

—Hablo de un asesino, un violador. Alguien que te pueda dañar, Soraya. A estás horas hay más purria de esa.

—Si alguna vez alguien hace eso, le pegas un tiro, le dices que tus cosas no se tocan y lo matas con tres más. Aunque tú no eres asesino. Mmmm. Pégale duro —continúa garabateando hablando con una imaginación muy real —Ah. Sí llega a ensuciarme alguna parte de mi cuerpecito, tú la limpias.

—No te bañare.

—¿Quién habla de un baño?

—¿De qué hablas?

—¡Ya estoy! —se aparta descubriendo el garabato de una calavera, un pájaro y nuestras iniciales —Tengo hambre. Sé un buen bambino y aliméntame.

—Ya estaba alimentándote.

—Mejor elijo yo.

Detenido, observo las intenciones de Soraya por entrar al primer McDonald's que hemos encontrado. Incrédulo a sus preferencias, lo barato antes que un menú carísimo y envuelta de lujos. Ni punto de comparación. Además, no hay reservado, así que si cedo tendré que compartir el espacio con cucarachas.

—Si no entras voy sola.

—Aquí te espero —digo iluso, creyendo que empatizará conmigo. Entra y voy detrás provocando las primeras bajadas de cabeza —Que sea rápido.

Va a la máquina de pedido. Afortunadamente, hemos avanzado tanto que no tengo que aguantar a nadie anotando el pedido. Aunque si me lo tienen que servir. Sin embargo, me gusta más que la extensa presentación del camarero. Tampoco hay mucho que explicar. Un menú grande para mí. Y, para ella, cuatro Happy Meal.

—No te acabarás eso —le aviso.

—Es por los juguetes.

—Absurdo. Para eso te llevo mañana a la juguetería.

—En la juguetería no hay estos juguetes —selecciona los postres y añade: —Además, tengo que alimentarme. Estoy creciendo. Y tú quieres que crezca.

—Estás a la altura perfecta para usarte de apoyo.

—No hablo de altura.

—¿De qué hablas?

Por segunda vez, no hay respuesta. Si no es altura, no tengo ni idea, más si considero que es algo que yo quiero que crezca.

Paga usando mi tarjeta sacada de su bolsa. La habilidad en robarme la cartera ya no es novedosa, pero sí lo es que sepa el número. Experta ladrona. A este paso le depara un futuro criminal, aunque considerando que soy la única víctima de sus fechorías, estoy convencido que un juez la declararía inocente. Tendría que ser yo quien aplicará mano dura. Una pena que me guste cocinar.

Algo encontraré. Algo que no sean azotes. Solo imaginar mi mano estampada en su trasero me provoca nauseas, considerando las malas prácticas de cierto padre, me niego a ser él.

Soraya me manda a sentar y se encarga de traer la comida. Ante mi pasividad para coger la hamburguesa, abre la caja y la acerca a mi nariz.

—Come —niego —Come, bambino. Come o te la tragas. Sobreviviste a mi comida, puedes con esto.

—Tenía aguardiente.

—Aquí tienes cola —agita el refresco.

Vuelvo a ceder tan sometido como siempre. Mastico la grasienta hamburguesa, a la vez que analizo al pájaro, el cual abre la cajita sacando el juguete con el que se pone a jugar. Si el mundo pretendiera ser justo, no me hubiera enviado una niña, me hubiera enviado una mujer que...

¿Qué haría con una mujer?

¡¿En qué pienso?!

Ella y yo. No, joder. Ni la asexualidad me salva. Nunca... Yo... Veamos... Es una niña. Una niña muy infantil jugando con un juguete. Mejor jugando con su boca...

Sacudo la cabeza.

Baña las patatas fritas en ketchup. Come, lo hace muy lentamente y mirándome con una intensidad perversa. No, no puede ser perversa. Yo imagino la lentitud, lo inadecuado.

Atrapo una patata y se la tiro con puntería perfecta en la nariz. Nos contemplamos en duelo, cruzamos los brazos a la par y, de repente, estallan nuestras risas cuando no puedo soportar la tensión y le giro la cara.

Salimos prometiendo que entregaré todos los juguetes a Pietro para que les dé un digno final de cuento de terror. Antes mi ignorancia, cuando en vacaciones estuvieron a solas, resulta que descuartizaron y derritieron muñecos.

Paseamos por calles abandonadas. En algún punto, nuestras manos quedan unidas sin que lo comentemos. Soy sujetado y soy feliz. Atesoro el instante. La cita fue la mejor idea, aunque está fuera de Gunther, no sabía que tenía la necesidad. Tanta necesidad tengo que ya estoy pensando en la siguiente sin terminar esta.

¿Amor?

Tal vez. Si es así, me gusta amar.

El paseo nos conduce a las instalaciones de la pista de hielo cerrada a estás horas. Recientemente he estado acudiendo tras el cierre. Una hora de práctica.

¿Por qué?

Porque soy el hombre que presume de habilidades no adquiridas.

—Está cerrado —dice decepcionada.

—Son casi las once.

—Quería verte patinar —deshace la unión llevando las manos al bolsillo de su molesta chaqueta. Conmigo estaba más caliente. Estúpida chaqueta —Apenas tenemos oportunidades de vernos fuera de la empresa. Me hacía ilusión. Así podrías enseñarme un poco. Maestro y alumna, una muy patosa, aunque pondría mi mayor esfuerzo. Y, tal vez, caería encima tuya. Accidentes torpes.

—Entremos.

—Está cerrado.

—Yo puedo entrar cuando quiera.

—¿Cómo?

—Soy el dueño —separa los labios —¿Qué te sorprende, Bird? Mi afición al patinaje viene desde hace muchos años. Era inevitable no comprar un centro de patinaje para practicar y sacar beneficios —tengo que comprarlo —¿Quieres aprender? —asiente con timidez.

—Caeré mucho encima tuya —vuelve a advertir.

—Recientemente un pájaro lo llamó accidentes torpes —recupero su mano.

Vamos a la parte de atrás. Le pido que espere alejada para que no pueda ver como rompo el cerrojo. Soy el supuesto dueño, sería extraño que tuviera que usar la fuerza bruta para entrar a mi propiedad. No me cazará en mitad de la mentira, aunque será verdad con tiempo.

—¡Bird!

—¡Bambino! ¿Ya está abierto? —se asoma sonriente.

—Pregunta menos y muevas más el culo. No deberías alejarte tanto de mí.

Antes de entrar, blanquea la mirada y balbucea un par de maldiciones que no me dejan en buena posición.

La llevo donde alquilan los patones. Me mentalizo que deberé poner los pies en donde antes han estado pies de cucarachas, rozando los límites que puedo soportar por una cría. Busco de su talla y la mía. Acabo arrodillado ayudando con los cordones mientras mira desde arriba. Sonríe triunfante.

—¿Patinaras con traje? —cuestiona cuando pongo mis patines.

—¿Tienes algo en contra de mis trajes? Últimamente te quejas mucho.

—No, nada.

Se levanta con espíritu salvaje fallando de sus piernas y siendo capturada antes de que se vaya al suelo. Una mano en la cintura, otra en su trasero. Erróneamente, por debajo de la falda. Las alarmas se activan, los códigos se estropean. Inminente caída del sistema. Habrá grandes pérdidas en mi empresa personal. Si dura más de cuatro minutos significará la quiebra.

Colapso. Al cien por cien.

Se cae cuando al soltarla. Me insulta mientras muevo los dedos apreciando las suavidad de la nalga en mi palma. Voy a aclarar la mente a la otra punta de pista, a una distancia prudente de su enojo y su dedo ofensivo.

—¡Estás muerto!

—¿Quién me matará?

—¡Yo!

—Quiero ver eso. Antes de matarme debes atraparme y no te veo muy capacitada a llegar aquí —mira el suelo de hielo y luego a mi —Seguiré viviendo por muchos años, pajarraca.

Consigo la mala mirada del año. Salta a pista, trata de venir inútilmente resbalando y haciendo drama. Insulta histérica. Patalea. Se transforma en una niña improductiva de cuatro años. Voy con ella. Empeoro su furia dando vuelta a su alrededor. Gatea hacía mi. Alargo la mano para retirarla cuando está apunto de cogerse.

—Casi, Bird. Casi.

—¡Te odio!

—No más que yo —me detengo a su frente y me escala, enganchándose peor que una garrapata a un perro —¿Empezamos la clase?

Instruyo sus primero deslices sin ser liberado, obligado a patinar hacía atrás para que ella vaya para adelante. Nunca viví esto. Cada segundo lo vale, cada mentira convertida en real. Soraya me saca lo bueno. Fui engendrado para ser el malo, pero soy bueno. Lo fui de niño cuando buscaba aceptación, me desvíe ligeramente del camino al conocer a Hugo y lo vuelvo a ser por Soraya.

Tropieza con sus patinetes y caemos en efecto dominó. Su cara queda pegada en mi pecho. Aprovecho para ordenar su cabello. Nos contemplamos. Empiezo a perder el pulso. Más aún cuando la vista cae en sus labios. Delgados, brillosos. Suaves al tacto del pulgar con el que los perfilo mientras humedezco los míos con la lengua.

—¿Qué haces?

—Yo... —no estoy seguro.

—¡Vosotros dos! ¡No podéis estar aquí! —salvado por la cucaracha segurata.

—¿No podemos estar aquí? —pregunta mi amiga, mi mejor amiga, lo que sea. No saber me causa jaqueca —¿Bambino? ¿Derek?

—Será nuevo. Yo me encargo.

La ayudo a salir de pista, me quito los patines y voy a por el segurata, el cual pierde valentía cuando me acerco. Vigilo que Soraya no mire cuando lo agarro de la nuca ejerciendo presión, llevándolo  hacia los vestuario. Lo estampo contra las taquillas.

—Nombre.

—Sa... Santiago...

—¿Y el señor? ¿Dónde está el señor?

—Santiago, señor. No pueden estar aquí. Si no se va...

—Eres afortunado. No puedo mancharme de sangre, aún así te conviene desaparecer si no pretendes conseguir un billete al más allá —abusando de su terror, continúo susurrante a su oreja —Odio ser interrumpido. Compórtate si no quieres conocer mi yo más sádico.

Vuelvo con Soraya.

—¿Solucionado?

—Si. Pero quiero ir a otro lugar.

—¿Por ejemplo?

—Elije tú.

Miramos la ciudad nocturna desde el mirador más alto. Con los edificios minimizados el ego crece, un afán de adueñarse y gobernar el mundo como si fuera vital. Convertidos en superiores. Una pisada y podría pulverizar la mitad de Barcelona, con dos sería al completo, con tres el país y con cuatro el planeta. Pero el deseo de destrucción que adjudico a la maldición se esfuma, ya que sería incapaz de destruir el jardín de Soraya.

—Son hormigas.

—Cucarachas —le corrijo.

—Hormigas. Trabajan como hormigas sirviendo a una entidad superior que los mantiene esclavizados a través de un gobierno corrupto.

—Cucarachas. Cobardes como las cucarachas huyendo en presencia de una amenaza mayor. Temiendo ser aplastados.

—A las hormigas también se las puede pisar. También ahogar con agua o incinerar con una lupa —se gira buscando contacto visual —Me consta que algunos encuentran placer torturando a seres insignificantes.

—¿Torturas hormigas?

—¿Yo? —pestañea —¿De que se me acusa? Soy un ser inofensivo y vulnerable, muy vulnerable.

—¿Así qué no?

—Quizás he pisado alguna por accidente. Nunca lo sabremos. Desde aquí les damos cuatro segundos de silencio por si acaso —une la mano en plegaria.

—Seguro que murieron a gusto a tus pies. Yo lo haría.

—¿Es una declaración de intenciones?

—No. Es una verdad —el móvil interrumpe y lo ignoro —Existen ocasiones que no me conozco contigo. No es negativo. Y, por eso mismo, estoy dispuesto a cualquier sacrificio. Quizás... Tiene que existir una forma de etiquetar nuestro nivel de amistad, más que mejores amigos.

—¿Ultra mega super mejores amigos?

—¿Existe algo así? —se ríe de mi desconocimiento —¿Acaso sabes lo que me pasa? Hay una especie de conspiración en contra mía. No estoy seguro. Simplemente, no quiero arruinar esto.

—Derek —se vuelve seria.

—No digas que ya lo arruine —niego despacio.

—Ese horrible tono de llamada me taladra la cabeza. Atiende.

Muy inoportuno Gunther.

—Cuatro minutos —me alejo lo suficiente y respondo: —Maldito desgraciado, me jodes la noche.

—¿Interrumpo el segundo intento de beso?

—¿Qué segundo?

—Vi las grabaciones.

—¿Por qué miras mierda? —lo quiero estrangular, no debería estar metiendo la nariz en mi privacidad con Soraya.

—El segurata llamó a la policía. Y nuestro querido jefe de policía contacto con cara de hielo. A ti no te aguanta. Vimos la grabación con palomitas. Fueron muchas veces —cuando llegue cumpliré el estrangulamiento. Asfixiaré a los cabrones mirones —Estoy aburrido. Déjame salir a jugar.

—¿Desde cuándo pides permiso?

—Era para joder. No todos los días se ve a la muerte usando patines sobre hielo. Te me ablandas, mierdecilla rosita —apago el móvil.

Estoy cansándome de tantas idas y venidas. Harto de que me roben tiempo cuando estoy con Soraya.

La encuentro tumbada sobre el capo. Contempla las estrellas. Y, la falda... En fin, espero que sea la última vez usa algo así. Inadecuada, al menos para su edad. Me invita a tumbarme a su lado. Antes de aceptar me quito la americana tapando sus piernas.

—A la naturaleza le gusta jugar con nosotros —expresa.

—¿A qué te refieres?

—Las estrellas son rocas de fuego que se apagaron hace muchísimos años, aún así existen en nuestro ahora. Un mensaje de que el pasado no se puede olvidar.

—¿Te arrepientas de algo?

—Nunca. Buenas o malas, cada una de mis decisiones fueron dibujando el camino que me ha llevado a estar hoy aquí —busca el refugio de mis brazos. Sus ojos están para mi —No te conocía, aunque escuchaba de ti. Quejas de papá por el tirano de su jefe. Creí que exageraba. Sin embargo, por unas horas, creí que era cierto cuando casi arruinas mi cumpleaños con tus exigencias. Te fui a enfrentar. Y aquí estamos. Ahora sé que no eres un tirano. Solo un...

—Creo que me he enamorado de ti.

Lo único que queda es el sonido de las hojas movidas por el levantamiento de un viento húmedo. El clima cambia y el cielo se cubre.

—¿Me llevas a casa? Es tarde.

No debería haber dicho esas malditas palabras.

El viaje a su casa es incómodo. Nadia habla. Lo último ha sido su: Es tarde. He arruinado lo que teníamos. A partir de este punto ya no habrá visitas diarias. No habrá motivo para cocinar. Sin sonrisas, ni juegos. Adiós. Me despido de nuestra amistad tras lo irreparable.

Estúpido. Es lo que soy.

—Gracias por traerme.

—Soraya...

—Buenas noches.

Se baja y entra a casa.

¿Así se termina lo bueno que tenía?

No. No puede ser. Me niego a que este sea el final.

Bajo fumando. Trato de procesar más rápido que el procesador más potente del mercado.

—Si tengo que valorar nuestra cita lo dejo con un casi aprobado —vuelve con su segunda despedida.

—Soraya...

—Estuvo bien. Menos el restaurante. Esa idea parece más cosa de Máximo. Me gustaría pensar que acudiste a él por falta de experiencia.

—Es mi primera ci...

—Adiós.

Esperanzado, me acomodo a la espera de la tercera despedida. Si ella sigue con está porquería significa que seguirá conmigo. Tampoco me he equivocado tanto. Quizás ni lo ha considerado. He dicho creo, no lo he afirmado. Seguramente eso ha sido mi salvación.

—Es increíble que haya sido tú primer cita. Me llevas doce años de ventaja y, a diferencia de ti, yo he tenido muchas citas.

—Ni siquiera tienes amigos.

—Ni te atrevas —me levanta el índice.

—¿A decir que está también fue tu primera cita? Está también fue tu primer cita.

—¡Atrevido!

Da un portazo. Al par de minutos, se enciende la luz de su habitación. Conozco perfectamente cual es porque estuve en ella.

Espero paciente la cuarta despedida. Si yo soy atrevido, ella es peor. Cruzado de brazos voy revisando el reloj, contando minutos y segundos. Al cuarto de hora cae una gota en el cristal, y otra. Se apaga la luz en el inicio del diluvio. Tiene que estar bajando.

Dos horas y nada. A ratos la lluvia afloja.

Estoy empapado.

A las tres horas cuestiono porque no llega la cuarta despedida. Si es por confesar sentimientos confusos o por haberla ofendido diciendo que esta también era su primera cita. No encuentro lo malo. A mi me gusta que haya sido así. Significa que estábamos en las mismas condiciones, significa que he sido el primero.

Necesito un manual para entenderla. Su título sería; el pájaro toca cojones.

Las siete y media. Adrián sale para el trabajo. Me saluda y pregunta:

—¿Qué haces aquí?

—Tengo un pendientes con tú hija.

—¿Quieres un paraguas?

—Estoy bien así. Nos vemos en la oficina.

A las ocho se produce el milagro. Cargando la mochila, vestida con pantalón y sujetando el paragua se detiene.

—¿Has olvidado algo?

—Yo no soy quien se olvida de las cosas —respondo malhumorado.

—¿Tienes pulgas en la cama? Pareces molesto.

—¡¿Por qué me haces esto?! ¡Me entrego a ti y recibo desprecio! ¡No lo merezco! —no he cometido un crimen, no con ella —¡Siempre intento darte lo mejor! ¡¿Y tú qué me das?! ¡¿Por qué?!

—Tengo que ir al insti!

—¡Estamos hablando!

—No. Tú gritas y yo tengo clase. Así que me llevas o me llevas —invade el asiento del copiloto y baja ligeramente la ventanillas —No me hagas llegar tarde.

Maldigo. Al padre que la engendró, a la madre que la parió y a ella, principalmente, la maldigo a ella. Estoy decepcionado.

No hay sentido en lo que me ha hecho. Es una niñata. Inmadura. Hubiera preferido un rechazo a que me humillará por horas bajo la lluvia, seguramente, haya pasado la noche burlándose. Soy imbécil por permitirlo.

—El Ferrari es mío —dice una vez estaciono en la entrada del instituto.

—No. Eres egoísta.

—Cuando cumpla los dieciocho me ayudarás con el carnet y me lo regalaras. Con nuestro llavero. La calavera y el pájaro.

—Quedan casi tres años para eso.

—Muchos días que atormentarte.

Mierda. Ya soy feliz.

—¿Qué me dices de lo que dije en el mirador?

—Medita.

—¿Y mi cuarta des...?

Nuestras bocas chocan con brusquedad formando un beso que causa paralizis. Insiste para que le corresponda, más no hay reacción. El sistema ha caído. Nada responde.

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—¡Qué fuerte!

Huye escandalosa del vehículo consiguiendo la atención de varios. Un par de chicas comentan la jugada, otras tanto también. En la lejanía me convierto en el centro del cotilleo del día.

No es mi culpa. Amo una maniaca. 


****

¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah! ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!

No es culpa de mi bebé, es que él está chiquito. 

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