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036 - ACUERDOS INNEGOCIABLES


CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

SORAYA AGUILAR


Hace tres días que es imposible contactar con Hugo, hace tres días que las llamadas a Derek y Máximo son enviadas al buzón de voz, hace un día pude hablar con la novia de Damián y deje un mensaje contundente. Tendría que estar aquí. Prometió que iba estar conmigo, ayudando.

Las lágrimas siguen bajando a medio construir, pronto serán invisibles dado a la siguiente sequía por derroche, claro que eso no impedirá que mis ojos sigan hinchados, me quemé la nariz por exceso de mocos, las pupas del labio por deshidratación y la cara general de mapache.

Ya estoy odiando el año y lo acabamos de estrenar. 

—Mierda —se queja Alessandro.

Aparto las lágrimas buscando a mi chico pequeño enfrente de la nevera. Yo no digo nada, pero sus heridas sanaron mágicamente, así como las anteriores veces en que ha resultado herido. Somos buenos fingiendo ser necios.

—Tengo hambre —digo, adelantada a su siguiente protesta —Iré a comprar. Necesito salir antes de ser asfixiada por las paredes. Y tú. A ti te necesito aquí por si aparece alguno de los cretinos.

—Acabaremos en malos términos.

—Son unos salvajes. Pero si te ponen la mano encima, ordeno que los meten en la mazmorra y rellenen las cuencas de sus ojos con alfileres. Cosas más macabras han pasado en ese lugar.

—¿Cómo?

—Voy a comprar.

—¿Qué mazmorra? —luce pálido y confuso, aunque yo tampoco lo entiendo.

—¿Quién habla de una mazmorra? —está por decir algo, pero sella los labios sin ser productivo —No tardaré. Te pediría que te comportes, pero ya aprendí que esa petición no funciona con mis chicos.

—Perdóname.

—Eres el último que debería disculparse. 

Acudo a la sección de bollería industrial favorita de Alessandro y de su apetito eterno, lleno el carro en su mayoría de chocolate, aunque trato de buscar variedad, quedando estancada en la elección de los donuts.

Hugo tiene que regresar y aceptar ser internado en un centro, ya que yo no puedo con su rehabilitación. Quedé en evidencia. Creía que iba por el buen camino, sin embargo, él se aprovechó de mi inocencia.

Tonta, tonta, ton...

—Bu.

Salto con el susurro dado a mi oreja, apunto de aterrizar sobre la estantería soy sujetada y embriagada por un olor varonil. Su pecho queda pegado a mi espalda. Acomodo la bufanda ocultando mis labios dañados antes de voltear y decepcionarme.

Luce perfecto. Demasiado. Sin arrugas en la gabardina, usando gafas de sol y habiendo derrochado una tonelada de perfume, a tal punto que me pica en la nariz y lo odia junto a los mocos. Sé de donde viene con tanta perfección. Tras tres días de sufrimiento, aseguro que se ha estado riendo de mi causa mientras disfrutaba de las buenas piernas de sus empleadas.

—¿Qué es tanta mierda procesada? —se quita las gafas estúpidamente. Creo que intenta seducirme o algo así, aunque queda de retrasado —¿Está es tú alimentación cuando no te cuido?

—Aún falta la comida preparada.

—¿El vecino no sabe cocinar?

—¿Qué haces aquí?

—Mi mujer me llamó y vine.

—Ya no te necesito. Así que, hazme un favor, regresa con la puta que desgastaste hasta el aburrimiento y no regreses.

Me centro nuevamente en la compra. Considerando que odia el estilo del producto, me aseguro de multiplicar la cantidad por cuatro, hasta que me agarra de los brazos, usando las mismas manos sucias que empleo con la guarra. Capaz ni se limpió. Ni sus manos, ni los labios con los que se atreve a besarme la coronilla, provocando la ira que se traduce con un pisotón en la punta de su zapato. A continuación, trato de zafarme, pero acabo siendo presa de su abrazo y usada de apoyo para su barbilla. Tiro ofendida de su barba arrancando unos cuantos pelos.

—Bonitos celos.

—No estoy celosa, estoy...

—¿Estás?

—Decepcionada —me suelta y me gira hacía él, vuelvo a llorar mientras intenta apaciguar el dolor con su toque en mi mejilla —¡Estoy esperando desde hace tres putos días! ¡Tres! ¡Si digo que vengas, no cuestionas, vienes!

—Surgió un imprevisto.

—¡Me importa una mierda! ¡Mi hermano desapareció! ¡Y sé que te resulta indiferente, pero es mi todo! ¡Lo que tengo! ¡Mi familia!

—¿Te olvidas quién soy?

—¡Soy tú mujer! ¡Cuídame!

—Joder, tengo ganas de correrme en tus tetas.

—¡Te odio! —le giro la cara de una cachetada, sus ojos se oscurecen y me escondo en su pectoral —Lo sie... siento... No quería... Estoy alterada.... Mi hermano...Yo... No me pegues, po... por favor...

—No es mi problema —me agarra bruto de la mandíbula, se me cae la bufanda y repara su atención en mi boca. Silencio, hasta que ruge —¿Quién cojones eres para pegarme, pajarraca? A mi me respetas.

Me suelta y masajeo la zona afectada por la presión, después vuelvo a poner la bufanda en su lugar.

—Derek...

—Tenemos una conversación pendiente. Deshazte de la mierda procesada y ve a por ingredientes saludables, cocinaré.

—Es para Alessandro.

—¿Y ese es? —pone mala cara.

—Mi vecino —es increíble que siga sin acordarse.

—Tú no debes desperdiciar el tiempo comprando cosas a ese inepto, si quiere comer que venga él. Suficiente hago tolerando el beso q... —lo dejo hablando solo empujando el carro hacía caja —¿Qué haces?

—Usar tú tarjeta.

—¿Lo que digo te es indiferente? —asiento y se despeina, detienen el carro y me destapa la boca curando las pupas con el bálsamo que nunca se olvida de llevar. El bueno regreso, mi bonito niño —Compremos algo productivo también. Dudo que hayas comido algo aceptable, eres pésima en cocina.

—Mi comida es extraordinaria. Entiendo que como acosador la habrás visualizando en algún momento a lo lejos, aún así su apariencia engaña.

Horrible, es horrible.

—Antes de probar alguna de tus elaboraciones, doy un trago a la gasolina y me prendo fuego la boca. Y, aún habiendo abrasado mis papilas, seguiría sin comer tú bazofia porque no me apetece un lavado de estómago, gracias.

—De nada.

Empuja el carro por los pasillos que se vacían de compradores mientras baraja, en voz alta y concentrado, los distintos platos que puede realizar,  sin gastar mucho tiempo. 

Adoro tenerlo así, a pesar de que me desorientan sus orígenes mafiosos, se comporta como alguien normal, acostumbrado a ir al supermercado. Además, se vuelve más evidente al pasar por caja, jugando con las bolsas al Tetris sin que haya modificación en el proceso. Acaba pagando, incluyendo lo de Alessandro, y carga sin esfuerzo.

—¿Sueles comprar?

—Solía.

—¿Con tú mujer?

—Más bien con mi suegro. Los sábados solíamos preparar los domingos de pesca y barbacoa.

—¿Y qué ha sido de él? ¿Está orgullosa de ti? ¿Qué le parece que me acoses por parecerme a su hija?

—No puede opinar mucho —expresa con amargura.

—¿Por qué?

—Hazme un favor.

—¿Cuál?

—Cierra el puto pico.

El camino de vuelta es silencioso y con la rutina de los transeúntes cambiando de acera. Algunos cruzan sin mirar, prefiriendo el riesgo de un atropello antes que respirar el mismo aire que mi bestia.

—¿Crees poder darme la mano? —rozo la tela de su guante.

Agrupa todas las bolsas en una misma mano, atrapa la mía y besa los nudillos siguiendo nuestro trayecto. Me resguarda del frío metiendo la unión en su amplió bolsillo y escondo la libre en el mío, así no tiene que preocuparse, ya que a veces parece que lo hace con exageración. Extremista.

Subimos las escaleras, él detrás de mí, a la vez que me pongo nerviosa considerando que es la primera vez que estará en mi apartamento e intuyo que no tendrá palabras bonitas.

—No insultes mi hogar —abro la puerta.

—¿Vienes a por más bragas, bozzolo? —ruedo los ojos, ya empezamos.

Derek se dirige a la ventana de la cocina y saca la mano sosteniendo únicamente las bolsas que contienen la bollería industrial.

—¿Quieres tú comida? ¿O la tiro?

—¡Con la comida no se juega!

—Con mi mujer menos.

—Negociemos.

—No hay nada que negociar. Cada vez que sueltas mierda acerca de mi mujer, ya sea para atacarme o no, le faltas al respeto —habla el experto en pisotearme.

—A mi no me ofende —aclaro.

—No la ofendo, jodete. Dame mi comida —le tira las bolsas a sus pies. 

—Deberías apoyar a tú hombre —recupera los ingredientes sanos dejándolos encima de la encimera —¿Dónde supuestamente tengo que cocinar? Joder, es muy estrecha. Ni siquiera entro.

—¡Esa boca sucia! —le riño.

—Hablo de la cocina, pájaro sucio —me sonrojo —Es más mierda de lo que imaginaba. El departamento entero es una porquería, óstia puta. No eres una cucaracha para estar viviendo en una caja de cartón que se cae a trozos, incluso hay hongos —señala una de las esquinas mohosas —Eso explica que te ahogues.

—No estoy acostumbrada al ejercicio.

—Hongos, tienes honguitos enganchados en los pulmones. A la larga provocarán graves problemas respiratorios —saca el móvil, enumera cada enfermedad que según su criterio podría padecer en un futuro cercano —Irás al médico.

—Me ofendes.

—La ofendes. Yo no, pero tú sí —pincha Alessandro.

Nos atraviesa con su mirada intensa, huyo a la comodidad del sofá, Alessandro se mantiene al sitio desenvolviendo una dona y Derek se remanga antes de lucir sus habilidades sobre los fogones.

Espaguetis con pesto. El apetito se despierta con el olor, me pongo a comer antes que lo ordene y lo disfruto. Mientras él, saca bolígrafo y papel doblado, escribe desde un ángulo que no puedo espiar.

—He sido paciente por semanas sin tenerte como me gustaría, lo he sido porque sabía que vendrías a mí y me aprovecharía. Si quieres mi ayuda, acepta las condiciones porque de otra forma no la ofreceré.

—¿Cómo?

—Tienes derecho a leer, quejarte y patalear cuanto quieras, pero sin firma no muevo ni un dedo —me entrega la hoja —Imagina a tú hermano, desorientado y drogado en alguna parte de la ciudad. Seguramente, apunto de cometer una locura que lo llevará a prisión.

—¿Cómo la puedes chantajear cuando...?

Abandono la silla cuando Derek encuella a Alessandro contra la pared. Susurra algo para él, comparten mirada y mi chico hace un gesto para que me abstenga de saltar encima de la bestia.

—¿De acuerdo? —le pregunta Derek.

—Si —es liberado.

—Verás, Bird —apaga la voz hostil —Comprendo tú confusión con las dos personalidades, el bueno y el malo, sinceramente, nunca existió el bueno. Y ya me cansé de fingir. Madura y acepta que lo mejor que puedes hacer es firmar.

—¿Era una actuación?

—Es fácil cuando hay motivación. Aunque no siempre he podido ser agradable, de ahí mis explosiones negativas. Soy el villano. La bestia de tus pesadillas.

—Ajá. Dices eso porque estás en modo malo, porque eso diría un malo, pero el lado bueno sigue existiendo —acepto la hoja dándole la espalda —Leeré y meditaré la respuesta.

—Haz lo que quieras. Pero firma —resopla.

El contrato está redactado en ordenador. El primer punto está techado de tal forma que no se puede leer, algo que no sucede en los siguientes nueve puntos, más los extras escritos a mano.


2. Mi hombre tiene la obligación de devorar mi estrecha y húmeda vagina antes de proceder a cualquier penetración. La señorita roja no es excusa. Si la quiere meter, hay que comer.

3. Mi hombre tiene la obligación de enseñarme las posiciones del kamasutra sin que el desconocimiento sea excusa. Arriba, abajo, de lado, de pie... Cualquier postura. Si no sabe, podrá usar cualquier recurso para informarse, aunque no podrá masturbarse mirando cochinadas. ¡Puerco!

4. Mi hombre tiene la obligación de convertirme en la sucia caprichosa que ruega por su polla las veinticuatro horas. También debe emplear un lenguaje pervertido, y tener una disponibilidad permanente sin importar circunstancias. Ni hora, ni lugar. Él tendrá que correr a mi encuentro si lo solicito a las cuatro de la madrugada, también si me apetece follar bajo la Torre Eiffel o el imposible que invente. Está obligado. OBLIGADO.

5. Mi hombre podrá escoger la parte de mi cuerpo que deseé manchar con su semen, siempre y cuando lo limpie con su lengua. Nada de toallas, ni similares. Si mancha mi pequeñito y puro cuerpo con sus fluidos, se tiene que responsabilizar.

6. Mi hombre podrá solicitar que se la chupe y ser rudo, pero si no me apetece deberá ser feliz sin mis labios.

7. Mi hombre podrá experimentar. Usar técnicas de bondage, emplear cualquier objeto y ser muy imaginativo. Es un viejo verde, se le tiene que dejar un poco.

8. Mi hombre no se puede masturbar sin mi presencia, a no ser que le dé permiso y siempre por escrito.

9. Mi hombre tiene la obligación de otorgarme un mínimo de cuatro orgasmos en todos los encuentros cochinos. Si tiene que usar bebidas o cualquier sustancias para aguantar, no será mi culpa. Tiene que cumplir.

10. Tengo derecho de cambiar las normas y añadir las que quiera a mi antojo. Mi hombre no podrá quejarse.


Las perversas oraciones escritas en ordenador se terminan y leo las que ha estado añadiendo en los últimos minutos. Su caligrafía es atractiva. De acabados masculinos.


11. Mi mujer tiene la obligación de retomar los horarios y cumplirlos.

12. Mi mujer tiene la obligación de mudarse.

13. Mi mujer tiene la obligación de sacarse el carnet de coche.

14. El incumplimiento de sus obligaciones será castigado por mi, su atractivo y semental hombre.


—¿Cuántos años tenía tú mujer cuando escribió esto?

—Quince. Si te sirve de consuelo, nunca quise firmar, pero contigo hay muchas variables que aceptó—apoya el dedo encima de su escrito —Incluso puse mis normas.

—No quiero mudarme, ni sacarme el carnet. Creía haber aclarado eso.

—¿Cómo que mudarte? —Alessandro, me quita la hoja —Déjame leer. Quiero estar en está conversación.

—No intervengas —le dice Derek.

—Necesito apoyo.

—Su opinión no cambiará nada.

Alessandro sostiene la hoja por más de diez minutos. Concentrado, moviendo muy lentamente los labios sin emitir sonido. Aunque puedo leerle una a, luego una e, tal vez una s.

—¿Va para mucho? —pregunta Derek.

—Estoy al final del tercer punto.

—¡¿Me estás vacilando?!

—Yo no he dicho que supiera leer. ¿Qué pone aquí? —le señala la palabra puerco.

—¡¿Y una mierda no sabes leer?!

—Oh, perdón. Míster capullo, no todos somos genios. Apenas hace dos años que estoy tratando de aprender.

Derek me mira y encojo los hombros. Eso explica que ignore el chat, aunque no se como decirle a la bestia que ni sabía de la Navidad, ni siquiera de los regalos. También está que sus muebles eran nuevos, la regeneración, el apetito eterno.... Tiene veintidós, creo. De alguna forma él logró documentos de identidad y bancarios, se los hizo por el tema de la aplicación, Alessandro Santoro.

—¿Y antes no podías?

—Esto... —le regresa el contrato —Os dejaré para que podáis debatir vuestras movidas y eso... —literalmente, huye.

—¿Quién es tú vecino?

—Tú hermano.

—¿Cómo?

—¿Qué?

—¿Quieres que lo investigue?

—No. Ya hablará cuando quiera.

—Hazme saber si cambias de opinión —firma el contrato y me entrega el bolígrafo —Si quieres tú hermano, firma —escribo un garabato y le devuelvo el papel doblado junto el boli —Te entregaré una copia. Tienes cuatro horas para preparar la mudanza. Apresúrate.

—¿Y mi hermano?

—Voy a mover cielo y tierra para encontrarlo —me da un beso en la frente —Será fácil. Soy hacker. De algo tenían que servir mis habilidades.

—Creía que ya te servían para acosarme.

A solas trato de mover los engranajes de la cabeza para crear una estrategia que me ayude a organizar la mudanza. Tampoco será muy complicado. Han sido dos años viviendo aquí, pero no hay mucho. Lo que realmente me preocupa, ocasionando mi migraña, es el hecho que viviré con la bestia. Si me pega, no tendré dónde ir, si su personalidad trastocada aparece, las posibilidades que resulte gravemente herida, serán altísimas. Sin embargo, si me trae a Hugo, cumpliré.

—¿Se ha ido? —Alessandro, está de regreso.

—Si. Lo está buscando —trato de sonreír con una lágrima amarga. No quiero alejarme de los míos —Hemos negociado. Mejor dicho, he firmado. Me voy a ir.

—No es justo.

—Él puede ayudarme con Hugo. Y siempre lo supo. Así que fue paciente consiguiendo lo que quería, a mí —me abraza como un peluche amoroso —Me gustaría que vivieras con mi hermano. Sé que no ha sido el mejor, que te ha pegado, pero no estaré bien si está solo.

—Viviré con él.

—Lo odio. De verdad, lo odio. No quiero vivir con esa bestia.

—Algo pensaremos —me presiona más contra él.

El timbre interrumpe nuestro abrazo, Alessandro va y me limpio la cara para lucir aceptable. Si me amará, no sería así, pensaría en mis sentimientos sin pedir nada a cambio. Odio el contrato, maldigo a su difunta por haber fallecido dejándome está carga tan asfixiante.

—Abrí a una chica.

—¿Qué chica?

—No sé. Dice que te conoce, aunque no era la voz de Laura. A ella no le abriría para que subiera, bajaría yo.

—No puedes dejar pasar extraños.

—A mi no me digas extraña —Darley, arrastra las manos en la cadera. A sus espaldas, cuatro chicas de diversas etnias —Te presento a Daniela, Kora, Liang y Samiya. La novia y las tres esposas de Damián.

—¡¿Él tiene cuatro mujeres?!

—Nuestro esposo es especial —Samiya, la que parece más formal,  me ofrece la mano cordialmente —Un gusto conocerte, Soraya. Tenemos muy buen concepto de la gobernanta de dioses.

—¿Gobernanta de dioses? ¿Qué les haces a esos hermanos? —me acusa Alessandro —Están obsesionados contigo.

—De ti no habla bien.

—¿Qué he hecho yo?

—Si le caes mal a nuestro esposo, nos cae mal a nosotras —Kora marca distancia entre Alessandro y yo, a través de un abrazo —Uhum. Hueles deliciosa. ¿Qué perfume usas?

—No uso.

—Natural. Como debe ser —interviene Liang.

—Un poco no mata, ni maquillaje. Si me dejarás usar las brochas verías que tengo razón, miss amante de la naturaleza.

—Lamento ofenderte, miss química. Antes de tener tus productos, deberías ser consciente de los conejitos que sufren para que te veas glamurosa. Si tan solo vieras esos grandes ojitos.

—La belleza es sacrificio.

—Se puede ser bella y natural.

Kora y Liang continúan discutiendo, a la vez que Samiya intenta poner algo de paz y Daniela besa la mejilla de Alessandro.

—A mi no me caes mal.

—¡Traidora, chiquita! —le riñen, Kora y Liang.

—Al fin te conozco. Tenía ganas desde que compramos tus regalos —Darley, abraza a Alessandro.

—¡Darley!

—Si vuestro esposo está celoso, no es culpa suya —le defiende —Así que mover el trasero, hemos venido a ayudar con la mudanza por orden Salvatore y no a escuchar las tonterías de dos tontitas enamoradas. 

—¿Hablamos de Máximo? —le cuestiona Kora.

—¡No! —huye a mi cuarto tapándose las orejas.

—¿Os lleváis mal?

—Adoramos a Darley, pero no su cabezonería. La suya y la de Máximo, merecen azotes —responde Liang —Normalmente, se dejan que los ríos fluyan a través del camino dibujado por la madre naturaleza, sin embargo, si este amenaza en desbordarse hay que actuar.

—Es una larga historia —resume Samiya.

—¡Hora de las palomitas! —exclama Daniela, energética.

—Hay trabajo, chiquita —le recuerda la grande a la pequeña y se gana un hinchazón de mejillas —Empecemos con el descanso, ¿si?

—¡Palomitas!

Samiya narra la novela liada por Darley y Máximo. Desde el inicio su amor ha sido correspondido, no obstante, no se efectúa. Hay varios problemas: el primero, son padre e hija por papeles; el segundo, Máximo congela sus sentimientos y Darley le falta coraje para declarase; el tercero, son muy tercos; el cuarto, Máximo está prometido con una tal Ivanna, hija de la mafia roja. El objetivo es crear una alianza que convierta ambas familias en intocables para los enemigos. Resumiendo, son idiotas.

—¿Y no podemos hacer nada? —les pregunto.

—Estamos en proceso.

—¿Qué me decís de Derek?

—El descanso terminó.

—Tóxico —responde Kora.

—Egoísta, narcisista y superficial. Es un maltratador, desprecia a su familia y nos llama cucarachas —añade Liang.

—¡El mejor cuñado del mundo! —exclama Daniela.

—¡Chiquita! —le protestan las tres esposas.

—¿Y su difunta?

—Ahora si. Hay que trabajar, hermanas.

Samiya es seguida por Kora y Liang, debaten por donde empezar olvidadas de Daniela, la cual me mantiene expectante a la respuesta que sé que me ofrecerá. Su rebeldía es obvia. 

—No la conocimos. Dicen que era la mejor, que nuestro cuñado se volvió un masoquista por su amor y unió la familia —acepta una palomita ofrecida por Alessandro y le sonríe —Es normal que la extrañen. Yo también lo haría, pero como no la conocí, no lo hago.

—¡Mueve el culo, chiquita! —le ordena Samiya.

—Tenemos que trabajar —se ríe risueña.

Alessandro deja que una palomita se deshaga en su boca, algo anormal en él, ya que es devorador, no degustador.

—¿En qué piensas?

—Él me dijo algo. También dijo que no te dijera. Y, tenía mis reservas, pero está vez creo que callare.

—¿Qué te dijo? —me llena la boca con un puñado de palomitas.

—Respeta mis decisiones.

Las chicas se encargan de todo, mis supuestas cuñadas, así que aprovecho para ir a la habitación. Darley ha doblado la mitad del vestuario y llenado cajas, sus manos se mueven super rápidas acostumbrada a las labores del hogar. 

Antes de que nadie tenga la osadía de llegar al fondo del armario, recupero el estuche del reloj y me siento, a la vez que alguien toca el timbre y Alessandro anuncia que se encarga.

Abro el estuche contemplando el reloj quebrado y, la aguja detenida a las diez, hace que duela. Mi corazón llora las pérdidas de aquel día. Y, si no fuera suficiente, empiezo a sentir como si me hubieran quitado más que mis padres, más con los recuerdos extraños que tuve en fin de año. Dos voces distintas. El hombre de los cuervos y el que llegó después, sin que él que grité sea mi padre.

Boss me golpea las piernas. Reacciono con la mano pegada al corazón negro del colgante.

—Lárgate, pequitas —Darley sale sin cuestionar —Listo. El pulgoso es prueba de que he cumplido. Sin embargo, tú no. El maldito departamento está sumergido en el caos y tú... —deslizo el dedo por el cristal roto —¿Escuchas lo que te digo? —se agacha quitándome el cabello de la cara —¿Qué tiene ese reloj? Está roto. Si lo que pretendes es que lo arregle, aceptó.

—¡No! ¡No se puede! —no se lo permito coger.

—¿De qué sirve un reloj roto?

—Era de papá.

—¿Y?

—Es la hora en que me rompí. Aquel día yo me detuve, al igual que las agujaa sin que podamos ser arreglados, aún no —estoy llorando, otra vez derramó lágrimas por lo perdido —Estoy rota, yo estoy rota. Pero yo lo recuerdo. Es confuso, pero sé que no era mi padre el que gritaba.

—Ya lo hablamos. Era tú padre.

—Eras tú.

Un fuerte golpe azota mi cabeza, agarro mi cuerpo con fuerza mientras todo se derrumba a mi alrededor. Hay fragmentos. Son recuerdos, aún así yo no rec... Derek me besa rabioso lastimando mi boca, cuela la lengua tumbándome en la cama en una unión salvaje. Es como un luchador, hay un contrincante, aunque yo no sé quién es su rival por el que se aplica tanto, a la vez que se continúan destruyendo mis conceptos tratando de alcanzar uno de los fragmentos que me corta.

—Un coche se detuvo y era yo. Yo te conocí en ese puto día. Ni el parque, ni otro lugar, fue en la carretera de las pesadillas —aleja el reloj de mí —El trece de noviembre de hace dos años, a las diez de la noche, nos conocimos.

—Más. Dime más —le suplico, recuperando estabilidad.

—Estaba regresando a casa cuando encontré un coche volcado en aquel maldito lugar. Normalmente, no me detendría. Pero te vi. Y te parecías tanto a mi mujer que no pude evitar ir a por ti. Yo gritaba.

—Más.

—Te llevé al hospital, dijeron que morirías y no me importó cuando me di cuenta que no eras ella. Te abandoné. No obstante, un año más tarde te encontré en el parque y me obsesione. Averigüe todo de ti. Y aquí estamos —se aparta.

—¿Por qué no lo dijiste antes? Estaría menos confundida.

—Quizás te quiero así. Tú misma dices que estoy loco, así que expandiré mi locura por tú alma hasta que nos encierren —alcanza el reloj guardándolo en la caja y se lo mete en el bolsillo —Seamos rotos. Pero juntos.

Acaricio a Boss ansioso de caricias.

—¿Mi hermano?

—Si, hablemos de ese mierdecillas. 

—¿Dónde está?

—En el lugar que debería haber estado desde el principio. Un centro de desintoxicación —se coloca detrás de mí haciéndome una trenza —He gestionado el papeleo y pagado. Al pulgoso te lo he traído como prueba.

—Quizás lo has matado.

—Es un recurso valioso, Bird. Con él puedo chantajear.

—Gracias.

—Nada de gracias, be...

Volteo a besarlo antes de que termine la oración y me corresponde, rodamos por la cama hasta que queda encima. Clava la rodilla en mi entrepierna, jadeo por el masaje y se le dilatan las pupilas. Es una animal salvaje listo para devorar su presa. 

—Salvatore —interrumpe Darley.

—¿Sabes que es una puerta?

—¿Y tú la sabes cerrar?

—Joder, suelta lo que necesites y cierra la puerta. Soy un hombre apunto de enloquecer en el coño de su mujer.

—Enloquece más tarde, por favor. Hemos recogido todo, nos falta la habitación y tú, ser primitivo, nos sobra. Gracias.

Las cuñadas acaban de cargar las cajas en uno de los cinco coches estacionados- Alessandro se sube en uno con Darley y yo voy con Derek, en el Ferrari negro. Nos sumamos al tráfico. En vez de ir hacía el exterior, nos dirigimos hacía el centro, al paseo de Gracia, una de las calles más caras y emblemáticas.  

Entramos en un garaje vigilado por varios hombres, aparca al lado del Ferrari azul. Los demás usan las primeras plazas.

—Baja —sale y se pone a ordenar —Descargad. Usad a las cucarachas si es necesario, pero la pent-house ni la pisen. No quiero su peste.

—¿Pent-house?

—Vamos.

No me despego de su lado subiendo en el ascensor controlado por los cuatro dígitos que corresponden a nuestro cumpleaños. Vamos a la última planta. Amplio pasillo, iluminado y con plantas.

Ignora la primera puerta usando una tarjeta en la segunda, la última. Es un inmenso lienzo en blanco, con algunas gotas de marrón y gris por el mobiliario, el cual es para ser portada en una revista de muebles. No hay negro, ni azul.

—¿Qué es este lugar?

—Tú nueva casa. A esto si le puedes llamar casa y no la caja cartón en la que vivías.

—¿Mía? ¿Nada de nuestra?

—Es tuya. Aunque tengo una tarjeta de acceso. Decórala a tú gusto y carga todo en la tarjeta que te di. Lo hiciste bien con los regalos, pero puedes mejorar.

—Creí que viviríamos juntos.

—No estás lista para ese paso. Además, tú hermano algún día se recuperara y le convienes. Dicho de otra manera, os dejo vivir juntos.

—¿Y Alessandro?

—¿Quién es ese? —y dale.

—Mi vecino —espero que pronto se acuerde.

—¿Qué pasa con esa cosa?

—¿Puede vivir aquí? La casa es...

—No —sentencia —Suficiente con tú hermano y las cucarachas encargadas de la limpieza.

—Alessandro y yo podemos limpiar.

—Si quisiera una ama de casa, me follaría a las empleadas y me ahorraría el drama.

—Pero...

—No.

—Le falta corazón —entra Alessandro y las cuñadas, descargando —Es el rey de los capullos. Además, vendré cuando quiera.

—Ya quiero ver como lo intentas. El edificio es una fortaleza ocupada de más de un centenar de nuestras cucarachas dirigidas por Kora, Liang y Samiya. Alta seguridad, cabrón.

—Yo no estoy porque estudió. Seremos compañeras —anuncia Daniela.

—Espera, ¿qué? ¿Es cierto? —miro a Derek.

—Fue tú petición —responde.

No da detalles optando por guiarme por mi nueva casa, nada que envidiar al apartamento, hay de todo y es inmensa, aunque no como las mansiones, pero igual puedo desaparecer si me cabreo con Alessandro o Hugo. Ambos deben estar. No acepto la negativa de Derek.

—Quiero que viva conmigo.

—Ni siquiera sabes quien es. Y el enemigo en casa no me apetece que lo tengas.

—Tú eres mi enemigo y estás aquí.

—Es innegociable.

—Hoy no follas.

—¿Qué? —aguanto la respiración, cruzo los brazos y le giro la cara —¿Cómo que no? Hace días que no. Y antes... No puedes hacer esto. Te acabo de regalar una pent-house. Oh, vamos. Mi hermosa mujer, mi bello pájaro, la diosa a la que quiero adorar en la cama...

—Entrégame tú tarjeta de acceso —me la da —Adiós, amorcito. Disfrutaré de la maravillosa soledad que me has ofrecido. Tal vez por horas, por días, por semanas. Quizás por un año. Depende de ti.

—Pero...

—Si tanto necesitas saciar tus deseos sexuales puedes acudir a esas empleadas tuyas de las que hablaste antes.

—Me voy porque tengo cosas de las que ocuparme.

—Eso ve...

El miserable me roba un beso a traición y le muerdo. Estoy muy molesta, así que tengo que ser fuerte y no caer en la tentación, porque si le doy un poco, se cogerá todo follándose hasta la palabra censurable.

—Adiós, Bird —me mordisquea la mejilla antes de irse.

Estúpido. Es un estúpido e inmaduro hombre, el cual me ha dejado la cara babosa con sus agresivos dientes. Froto quitando su rastro. Una vez limpia, voy a la cama haciendo lo propio de un estreno, saltar y aterrizar en una cómoda nube que no me dará ocasión para extrañar la cama de tornillos oxidados.

—¿Disfrutando de la cama? —pregunta Alessandro y lo reto con la mirada por no haber llamado a la puerta, y él lo sabe —El capullo la dejo abierta, su majestad. Y yo estoy en el pasillo.

—¿Cómo qué su majestad?

—Te mudaste a un palacio.

—Si, muy grande. Y no te quiere aquí. El muy...

—Estaré bien. Será emocionante venir, pondré a prueba la alta seguridad —se burla haciendo comillas.

—Tanto peligro es improductivo.

—Será divertido. Es lo que importa —me guiña y sonríe triunfante. Insisto, tiene que vivir aquí. Necesito su frescura —Mañana descubriremos si lo consigo. Por ahora, me voy.

—¿Tan pronto?

—Si. Tengo una cita. 


****

Cita... Cita... ¡¿Cómo qué cita?! ¡Bebé sanguinario está encerrado! ¡Él no puede tener una cita! ¡Infiel!

Punto aparte.

Yo también quiero firmar un contrato.

*guiño, guiño*

Aunque no les pienso decir con quien. Pero. En vuestro caso particular, suelten chisme y díganme. ¿Con quiñen firmarían el contrato?

¡DELICIOSO!

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