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030 - EL CLUB DE LOS KIMONOS


CAPÍTULO TREINTA

DAMIÁN SALVATORE


TRES AÑOS ATRÁS

ENERO


Silencio. La vida siempre ha estado compuesta por silencio, aún cuando el tráfico de la aburrida ciudad, de un mundo aburrido es ruidoso, yo oigo silencio. Anclado en un sentimiento de vacío desde que tengo uso de razón. 

No fuí un niño feliz, ni un adolescente, menos un adulto.

Nacer en mi familia por sí solo ya es una maldición, aún así es peor cuando los que nacemos del cabeza lo hacemos con sangre corrompida.

Mitos y leyendas, son reales. Y la nuestra es muy oscura.

¿Merece la pena vivir así?

No. Pero albergo una efímera esperanza de ser más que la nada, así que tengo miedo de morir sin saber si estoy acertado.

Repaso la agenda desmotivado. Las reuniones de negocios pertenecientes a mi familia son lo único que puedo hacer, aunque no quiera, claro que no es opcional. Conozco mi situación. Esclavo de Enzo Salvatore. Nací doblegado a los pies de mi padre sin más alternativa que obedecer. Si no fuera suficiente, desde la partida de Derek, vive furioso y soy víctima de las consecuencias. A mis veintitrés años, vivo aterrado con la idea de dormir, de bajar la guardia y que aparezca mi padre en mitad de la noche. Cualquier hora es idílica para sufrir las torturas que iniciaron cuando mi hermano se fue.

Los golpes me tienen parte del cuerpo insensibilizado, las quemaduras de cigarro me arden la espalda a cada segundo, y sé que, si sobrevivo, la mayoría de las heridas quedarán conmigo hasta no soportarlo. 

Odio a Derek. Nunca lo hice, pero lo odio desde que abandonó la casa. Sin embargo, desde la noche que fuí obligado a acompañar a mi padre a la mansión de Máximo, la descubrí a ella y lo entendí. No puedo tener rencor a su drástica decisión.

He logrado lo imposible. Alguien que no le teme a él, ni tampoco a nuestro padre, me quedó claro cuando lo enfrentó. Si ya no quería ser como papá, definitivamente, con ella será quien quiera ser. La herencia de la muerte ha cambiado. Si tan solo hubiera la posibilidad de no ser un cobarde ante él, le contaría mi situación, quizás así lograría salvarme del sufrimiento. Tiene corazón, soy su hermano, tal vez ofreciendo valentía estaría dispuesto a protegerme, pero no puedo.

El coche se detiene precipitadamente. Alzo la vista mientras el chófer maldice a los estudiantes que ignoran el paso de cebra con su salida del instituto. Adolescentes, me hubiera gustado ser uno como ellos.

Froto el pesado entrecejo, tratando de buscar algún pensamiento positivo cuando visualizo un par de ojos relámpagos. Su azul no es el típico claro, ni oscuro, es un inusual eléctrico propio de tormentas eléctricas.

Bajo del Alfa como si el mundo hubiera perdido su coherencia, las reuniones ya no importan, al igual que las torturas. La persigo en la distancia, prudente y haciéndome amigo del silencio para que no huya.

Se dirige a los callejones, acelero para no perderla de vista, aunque al meterme por el mismo lugar ha desaparecido como si fuera producto de imaginación. Doy varios pasos. Busco alguna puerta en movimiento, algo que me indique por dónde ha continuado hasta que tengo una pistola clavada en la espalda.

—Manos arriba —las levanto al acto.

Camina, lentamente posicionándose al frente y sin bajar el arma, apuntando en la frente con pulso firme. Considerando que es la pareja de mi hermano estoy seguro que no tendrá problemas a disparar si incumplo alguna de sus órdenes.

—Soy hermano de tú novio.

—Respuesta incorrecta. ¡Bang!

Dispara, lo hace disparando un líquido espeso y rojizo que mancha mi frente y parte del traje. Es similar a la sangre, sabe a frambuesa.

—¿Qué ha sido eso? —pregunto perplejo.

—No soy su novia, soy su mujer. Claro que él ignora eso —lame la boca de su pistola de juguete, aunque parece muy real —Mmmmh. Rico.

—¿Cómo?

—Es un niño descubriendo el amplio mundo de los sentimientos, así que no se lo puedo exigir todo de golpe —de niño tiene poco, pero lo de los sentimientos es cierto considerando su aislamiento —¿Qué quieres? No respondas, ya lo sé. Soy adivina. Aunque tú cara de amargado ayuda.

—No estoy a...

—Si estás —guarda el arma en su mochila infantil, se acerca deshaciendo el nudo de mi corbata y la tira a la basura —Correa fuera, perrito. Ahora solucionamos lo de tú espantoso traje. ¿Qué manía tiene tú familia con ellos? Tanto uniformito os quita estilo, no hay glamour.

—Estilo...

¿Soy yo o es qué habla muy deprisa?

—¡Vamos de compras! —se adueña de mi brazo y tira de mi.

—Espera. No tengo dinero y no estoy seguro de...

—Bla, bla, bla. Mi, mi, mi. Bua, bua, bua —saca de la mochila una cartera masculina —Yo si tengo. Antes le he robado la cartera a mi bambino.

—¿Le has robado a mi...?

—Algo tenía que hacer para que esté todo el día maldiciendo y pensando en su hermoso pájaro —Soraya es muy ruidosa, tanto que rompe mi silencio permitiendo que escuche —En fin. Adiós excusitas. ¡A gastar!

Al entrar en la tienda de ropa me siento desubicado. Siempre he usado trajes a medida confeccionados por el personal sastre. Conceptos como; vaqueros, sudaderas, chándales y demás, quedan fuera de mis conocimientos.

—¿Os ayudo en algo? —pregunta la dependienta.

—Estoy buscando estilo para mi amigo —¿Amigo? Nunca ha tenido algo similar a eso —Los trajes le ponen cara de estreñido, así que buscamos algo que le permita defecar cómodamente —comparte las impertinencia con mi hermano —Necesitaremos la máxima ayuda. Y tú —me señala —Al vestidor.

Me empuja a una zona de pequeños cubículos con cortinas, convirtiendo la situación más surrealista cuando me indica que aquí es donde las personas normales se prueban las prendas antes de comprar. Las trabajadoras, por su parte, van trayendo cosas sin parar mientras soy obligada a probar cada una, teniendo un generoso público femenino al que sus miradas me intimidan. No sé qué tanto miran, pero ante la incertidumbre voy experimentando las sensaciones de los distintos tejidos.

Salgo espectacular, Soraya me mira desde el sillón negativamente y me manda de nuevo adentro, amenazado con patearme el trasero.

—Horrible.

—Soraya...

—Quejica. A mi no me vengas con quejas —soy golpeado en la cara por una prenda que sostengo antes que caiga al suelo, un kimono —Si la ropa normal no te favorece, probemos algo más original.

—La última.

—Yo diré cuando es la última.

Regreso a cambiarme, quitándome las prendas con cierta dificultad, viendo las heridas a través del espejo. Sé que no debería estar aquí, que debería estar en una reunión, que las consecuencias de mi ausencia serán nefastas, sin embargo, algo me ancla.

Si Derek se entera que estoy con su chica, me despellejara. Si Enzo averigua que me ausenté de mis obligaciones, triturara mis huesos. Si le digo a Soraya que debo irme... No estoy dispuesto a saber qué hará.

—¡Entraré! —grita desde afuera.

—¡No!

—¡Si!

—¡Entrando!

—¡Un segundo! —me hago un lío.

—¡Ya metí una mano! —veo la mano a través del reflejo del espejo, me volteo para que no pueda abrir la cortina demasiado tarde. Estoy frente ella con el kimono abierto y su mirada bajada, mueve sucesivamente las cejas y dice: —¡Potente! ¡A las chicas las debes tener contentas!

—Soy virgen.

—Yo también. Bienvenido al club.

Agarra mi muñeca y provoca el choque de nuestras manos. A continuación, atrevida, me ajusta el kimono. Antes de atarlo da un vistazo a los llamativos moratones.

—Me caí.

—¿Y no lo grabaste? Que egoísta de tú parte.

—Lo siento —desvío la mirada.

—Da igual. A la próxima lo grabas.

Sale y compruebo como me queda el kimono en el espejo. Me gusta la comodidad que ofrece, sin que me sienta preso, sensación que aporta los trajes que nunca me gustaron.

Voy a por Soraya. No está en el sillón, así que debo buscarla sin éxito, acercándome a preguntar a una de las dependientas. Vivo la experiencia de la soledad, aunque cambia cuando me responde que se está probando algo y me entrega un papel esperando un mensaje. Un enigma basado en números.

Intento descifrar el código sin éxito. Cualquiera diría que es un número de teléfono, pero no sé, tiene que ser más.

—¿Cómo me queda?

Soraya da un giro sobre sus pies, luciendo un kimono a juego con el mío. Es hermosa. De todas las bellezas que he visto, destaca por encima de todo, incluso de una rosa abriéndose en día de lluvia.

—Increíble.

—Ya lo sabía —me quita el papel, lo mira y mira a la dependienta haciendo el mismo movimiento repetitivo de las cejas como en el vestidor —Si, lo sé. Es un prototipo de hombre macizo, pero mio. Así que esto me lo quedo yo.

—Perdón. Es que... —la dependienta se sonroja.

—Es bromi —me entrega el papel —Intentaré que te llame, preciosa. Solo asegurame que serás buena que es virgen.

—¡Soraya!

—Si tú no conquistas, lo hago yo —le guiña a la chica. Y hace señas con las manos —Virgen, pero así de grande. Una joyita.

Tapo su boca y me muerde, va dando saltos por la tienda como si fuera cosa normal dejándome con la chica. Me disculpo, le entrego al papel diciendo que es complicado mientras experimento la incomodidad. No hay momentos en que esté con una chica a solas, menos tras lo que ha hecho Soraya. No se me puede dar bien una cosa que jamás he practicado.

Ruego que Soraya regrese a pagar, entretenida con un par de chicas que acaban de entrar, por como me mira, creo que habla de mi. Confirmo cuando voltean hacía mi y se sonrojan.

—¡Soraya!

Estoy nervioso. Tantas miradas, risitas y sonrojez, estoy que huyo.

Al final, viene a pagar, después de haber informado a todas las trabajadoras y clientas del tamaño de mi pene. Consiguiendo una colección de números de teléfono que lanzo nada más salir, aunque rectifico de cubo por ella, tras decirme que el papel va en el azul.

Atiende una llamada mientras aún soy acosado por las miradas de las chicas desde dentro de la tienda.

—El móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura, deja tú mensaje después de la señal. Piiii. Si, te he robado.

Loca. A mi hermano le gusta eso. Habla feliz provocando a quienes todos tememos. Simplemente, asombrosa.

Espero que terminen y le pregunto:

—¿Cómo lo haces?

—¿El qué?

—No sentir el miedo que todos procesamos cuando estamos en su presencia.

—Primero, no soy todos, soy única. Segundo, no tengo miedo a nada. Y tercero, Glaciar y Pietro tampoco le temen.

—Me gustaría no tener miedo —digo entristecido —Es mi hermano y nunca hemos tenido una buena conversación. Le temo, me odia. Soy un cobarde.

—Solucionaremos eso.

—¿Crees que se puede?

—No digo cosas de las que no esté segura. Sin embargo, no buscaremos la solución hoy, ya que hoy es día de chicas. Seremos divas, empoderadas.

—Soy chico.

—Divas y empoderadas. ¿Qué quieres hacer?

¿Qué quiero hacer?

Es la primera vez que alguien me pregunta eso. Lo mio es obedecer, callar y seguir cumpliendo. Agachar la cabeza a mi padre, a mi amo.

—Responde.

—No sé.

—¿No te gusta nada?

¿Tengo derecho a que me guste algo?

Pienso en las últimas semanas. Entre torturas me he aficionado a algo:

—Insectos.

—¡Ya sé a dónde ir!

Soy arrastrado con su locura al metro. Nunca había estado rodeado de tanta gente ignorándome, sumergido en las entrañas de la ciudad, en un concepto público. Desde nuestro encuentro todo es una novedad, ha agrietado mi cascarón y estoy descubriendo el mundo a través de la pequeña fisura. Mil cosas son buenas, aunque no todas.

El metro es agobiante, sin espacio para sentarse y un miserable que sorprende a la supuesta amiga de mi hermano tocándole el culo. Mi puño aterriza en su cara antes de que me dé cuenta de lo que hago. No mido la fuerza, me paso, lo sé porque el rata palidece y huye desesperado abriéndose paso desquiciado entre los pasajeros.

—Odio los metros —mascullo.

—Ya tenemos algo que odias —sonríe, ignorando lo que acaba de pasar.

Acabamos en el zoológico. Soraya estudia el mapa dando direcciones que provocan que demos giros sin sentido, repitiendo los animales, una y otra vez, en bucle.

—Seguro que es por ahí —señala un camino sin salida.

—No, por ahí no.

—¿Dices que no soy genial?

—Digo que no es por ahí —le quito el mapa buscando el área de insectos —Tú orientación es pésima, estamos en la otra punta.

—¡Dimito! —ahora la arrastro yo, la llevo al lugar acertado y dice: —¡Idolatrame! ¡Sin mi seguiriamos perdidos!

—Admite que eres pésima.

—Antes muerta.

Entramos a la instalación que aguarda la mayor colección de insectos que haya contemplando, claro que mi relación con los bichos se encuentra últimamente en platos, no en exposiciones. 

A partir de que Enzo empezará a cruzar los límites y llegaran las agresiones físicas, también empezó a encerrarme sin comida por días tras una paliza que me dejaba débil. La primera vez, creí que no sobreviviría, más cuando el estómago reclamaba sin cesar. Entonces, se cruzó una cucaracha, no dude a la hora de ingerir la asquerosidad. El primero es malo, el segundo te hace vomitar, el tercero te hace creer que eres asqueroso y en el cuatro te conviertes en un superviviente. Lo que está mal visto se convierte en salvación.

Soraya da tumbos a un lado y otro, se detiene pegando las manos en la vitrina de una araña bananera.

—Phoneutria nigriventer, la araña más venenosa. Suele encontrarse en Brasil y norte de Argentina. Capaz de alcanzar los cuarenta kilómetros hora son temidas en plantaciones bananeras. Su veneno puede causar pérdida de control muscular, dolor insufrible y dificultades respiratorias. Sin antídoto, la muerte.

—Sabes mucho —sonrio a gusto —¡Alá! ¡Sonríes! A Máximo le cuesta, pero estamos trabajando en ello —me explica como lo obliga a sonreír, tirando de sus mejillas y causando muecas. Solo de imaginarlo me rio —¡También ries!

—Culpa tuya. Eres muy interesante.

—Háblame de ellos —señala un hormiguero.

—Hormiga bala. Paraponera clavata. No se sabe mucho acerca del componente de su toxina, pero no es letal, a no ser que tengas alergia.

Me pregunta acerca de todos los insectos y voy respondiendo, aportando datos que la fascinan. Soraya es todo lo bueno. Me hace sentir a gusto conmigo, sin que sea un inútil aportando información, sacándome de mi naturaleza esclava convirtiéndome temporalmente en un hombre libre

—¿Cómo sabes tanto?

—Recientemente me he convertido en entomógafo. Significa que mi dieta se centra principalmente en insectos. Cigarras, cucarachas, escorpiones, hormigas, langostas, grillos, gusanos, hormigas, tarántulas... En nuestra cultura se considera mayormente tabú, pero cada vez hay más adeptos. Además, se considera el alimento del futuro, aparte que aportan grandes nutrientes. Si salimos de Europa la situación está más normalizada, principalmente, en África y Asia.

—¿A qué sabe?

—Depende del insecto y la elaboración, deberías probar para saber.

—Vale.

—¿Vale?

—Vamos a aprobar —sorprende, no esperaba tanto interés, menos que busque en su móvil un restaurante —He encontrado uno. Está un poco lejos, pero valdrá la pena.

—Al metro no vuelvo. Y no tenemos coche.

—También lo soluciono.

—No llames a Derek —le ruego cuando inicia la llamada.

—Tranquilo, Bichito. No llamo al bambino, sino al glaciar —los ojos de Máximo caen en mi cuando me visualiza a través de la videollamada —¡Glaciar, sonríe! ¡Necesitamos un coche!

—¿Qué significa esto, Damián?

—Con mi super amigo, no. Vamos a cenar bichos, así que necesitamos un coche porque odia los metros. Ha subido antes, pero ahora lo acojonan.

—Te tocaron el trasero.

—Y tú lo golpeaste.

—Es que no pueden tocarte. Eres de mi hermano.

—Más bien tú hermano es mío.

—Antes de cumplir con tu petición me gustaría hablar con Damián.

—Habla —le dice Soraya.

—Sin ti, por favor.

Soraya me entrega el móvil y las manos ya me sudan, no le temo a mi hermano mayor, pero sí lo que puede provocar si tiene la ocurrencia de decirle a Derek que estoy compartiendo la tarde con su chica.

Me alejo mentalmente pidiendo clemencia.

—¿Estás en el zoo?

—Ella me ha traído. Es cierto lo del coche y la cena, ella quiere comer y yo no puedo solicitar un chófer sin que papá no se vaya a enterar de nuestra ubicación. Yo, he faltado a todas las reuniones, porque yo he sido arrastrado por...

—Por tu amiga. Tranquilo, Damián. No estás haciendo nada malo.

—Derek...

—No uses su nombre, a él no le gusta. Mira, nosotros no hemos tenido está conversación —me voy tranquilizando —Solo quiero decirte. Cuídala. Nuestro hermano ama a esa chica. Es su oportunidad- Y puede que la tuya.

—¿Por qué no le teme?

—No lo sé. Ni siquiera sé porque a mi hijo y a mi no nos afecta, y a ti sí —me explica que debo mantener en silencio los negocios de la familia, también nuestra maldición porque lo desconoce todo y no hay porque asustarla. Derek elegirá el momento de compartir —El kimono te favorece.

—Ella lo eligió.

—Si surge algún inconveniente contacta conmigo. Y Damián. Espero que algún día puedas conocer a Pietro. Eres su tío.

Soraya lee por cuarta vez el menú sin decantarse por ningún plato, lo suelta encima la mesa apoyando el mentón en esta.

—No sé qué pedir.

—Me puedo encargar.

—Si no me gusta, te lo tiro en la cabeza.

Ordeno dos brochetas de saltamontes con romero y aceite de cacahuete, escorpiones arrebozados, barritas de larvas de bambú, fideos con grillos, pan de gusanos y, de postre, hormigas de chocolate. Cuando el pedido llega, Soraya inspecciona curiosa, pinchando con el tenedor y arrancando una de las patas de los escorpiones.

—Si te arrepientes, pagamos y nos vamos.

—Yo puedo. Déjame estudiar cual me parece menos asqueroso.

Se decanta por la brocheta, se da un segundo más y lo lleva a la boca, masticando con lentitud. Arquea una ceja, me mira, mira a la brocheta y me vuelve a mirar.

—Crujiente. Me gusta.

Se atreve con todo mientras le explicó los beneficios de cada uno. Tener a alguien compartiendo mis gustos me hace feliz. Veintitrés años padeciendo, y hoy, he descubierto el significado de la felicidad, Soraya Aguilar.

A la noche nos dedicamos a destrozar canciones en un karaoke. Definamos, bebiendo sake. Nos emborrachamos perdidos en el tiempo. Soraya desaparece y vuelve con un grupo de desconocidos, los cuales se unen en nuestro objetivo de destrozar temas. Nuevas botellas de sake. Comparte la dimensiones de mi polla con las chicas. Ellas me miran, yo me abstengo. Fumamos. Brindamos. Las luces parpadea. Alguien grita:

¡Fuego!

Salimos corriendo. No sé qué ocurre, solo sé que estamos corriendo en mitad de la noche y me siento libre.

Entramos en un supermercado veinticuatro horas, compramos unas birras usando mi carnet de identificación porque Soraya es menor. No cuestionó lo incorrecto, solo me dejo arrastrar por el momento. 

Estamos bebiendo en el parque de la Ciutadella.

—Juguemos.

—¿A qué?

—A un juego mio, decisiones. Uno de los dos formula una situación y da dos posibles soluciones, el otro debe escoger. Por ejemplo. ¿Ves a ese grupo de ahí? —miro hacía el grupo de motoristas que está incordiando a dos chicas —Yo formulo. ¿Debería ayudar a las chicas que acosan? Mis opciones. Si, el matriarcado puede con todo. No, acabarás siendo otra víctima.

Votaría que sí, pero estamos hablando de poner en riesgo a Soraya cuando se supone que he de cuidarla, no meternos en líos.

—No, acabarás siendo otra víctima.

—Lo entendiste. Solo que es más divertido escoger la opción más arriesgada.

Va hacía los morositas reclamando su atención, los insulta y los deja de mierdecillas a la vez que las chicas aprovechan para huir. El que identificó como el alfa, va hacía ella con una mirada y palabrería que no me gusta:

—Alguien debería enseñarte a usar productivamente esa boquita.

—Ya la uso productivamente, cabrón.

—Hay mejores maneras.

—¡Ey! ¡Déjala en paz! —me acerco recibiendo las burlas del grupito por mi atuendo. Opiniones sin gusto —Quizás soy friki o como sea, pero yo no necesito aparentar ser machito para conquistar.

—La tiene así. Y te destrozará el ojete —Soraya, específica con las manos.

—Yo si que te lo destrozaré, nena.

Se acabo. Lo embisto contra el suelo, le hago tragar la mierda que dice con importantes puñetazos. Estoy cualificado en combate, soy víctima de mi padre, aún así tiempo atrás se aseguró, no de las mejores formas, que aprendiera a pelear a través de maestros que destacaban por sadismo, los mismos que se encargaban de adiestrar a aquellos que se aventuraban a trabajar para la familia. Obviamente, no porque le preocupemos nosotros, sino para que si alguna reunión se descontrola podamos hacer valer el apellido.

Recibo la patada de uno de sus amigos. Caigo a un lado, hay más patadas, sostengo una de las piernas partiendo el hueso de un golpe seco. Consigo zafarme de los demás y me incorporo, preparando los puños esperando el siguiente ataque.

—¡Súbete!

Miran a Soraya que ha tomado prestada una de sus motos y voy, subo sin cascos. Da al acelerador. Conduce como si hubiera aprendido en las calles del infierno, ignorando las reglas establecidas por los humanos y teniendo tiempo para hacer una peineta al líder ensangrentado.

Estoy muerto. Mi hermano se entera y estoy muerto.

—¡Hijos de puta! —gritan los motoristas.

Atravesamos toda la ciudad en dirección a la costa. Uno de los motoristas logra ponerse a la par con nosotros y pateo su moto, haciendo temblar la nuestra a la vez que el imbécil se estampa con un coche aparcado.

Soraya conduce por la pasarela del puerto. A pesar de las altas horas, aún queda gente subiendo y bajando de un yate festejando, la cual se enteran de nuestra presencia a causa de mis gritos para que se aparten.

Nos empezamos a quedar sin camino.

—¡No hay salida, nena! —joder, que pesadilla.

—¡Agarrate, Damián!

—¡Maldita loca!

Un último acelerón, la moto pierde el contacto con el suelo y acabamos sumergidos en el agua. Busco a Soraya nadando hacía arriba y la sigo, asomando cabeza podemos ver a los infelices detenidos al borde.

—¡Sal de ahí, perra!

Ya no es nena, es perra. Alguien le debería informar que esta perra tiene un perro más grande ignorando la situación, pero que si llega a enterarse, aparte de matarme a mí, al primero que mata es a él.

Soraya le lanza un besito.

—¿No quieres probar el agua? Está deliciosa.

—¿Tú no conoces límites? —le pregunto.

—Oh, vamos. Cámbiame la cara. Es divertido.

—Divertido no será cuando mi hermano se entere y me corte la polla.

Las sirenas de patrullas se acercan. Los motoristas callan sin huevos a saltar, aunque si lo intentan, los ahogaré. Comparten opiniones y deciden largarse, no sin antes hacerse los machitos una vez más, prometiendo venganza, una venganza que les va a costar muy cara.

—¿Y ahora qué? —vuelvo a preguntar.

—¿Hay una fiesta en un yate? Nos unimos a la fiesta o nos vamos a casa.

—Nos largamos a casa.

—Ya te he dicho que hay que elegir la de más riesgo.

Sale del mar usando una escalera amarrada al muelle, cuando lo hago yo, al alcanzar la cima, está acompañada de una morena glamurosa.

—Lorena. Este es mi hermano, Damián. Bichito, la propietaria del yate —por como me mira intuyo que tuvo tiempo de hablarle de mi polla y que soy el acceso a la fiesta —Nos deja subir.

—Un placer —me da dos besos formales.

Soraya corre arriba mientras quedo con la morena. Ella y sus planes.

—Lamento que mi hermana sea tan intrusiva. No tiene botón de stop.

—Nada de disculpas. Nos habéis ofrecido un gran espectáculo, y si lo que dice es la mitad de cierto nos vamos a divertir mucho —trago saliva, es espectacular, aún así dudo estar capacitado para complacer —Tengo ropa seca.

—Prefiero quedarme así.

—A mi vista no le disgustas.

—Gracias. Lo que sí te pediré es un móvil, no creo que los nuestros funcionen después del chapuzón.

Marco el número de Máximo. Está vez sin cámaras, porque estoy para que salgan muchas preguntas y no sé ni cómo responder. Se supone que debo cuidarla, no dejarme llevar por la corriente de su locura.

—¿Quién es?

—Damián. Oye. Sé que dijiste que te llamará si había un pequeño, diminuto, sin importancia contratiempo. No hay que exagerar.

—Al grano, Damián.

—Estábamos en un parque inofensivamente —se le escapa un ja —Unos motoristas empezaron a molestar, la cosa se fue accidentalmente de las manos, al final se fueron, pero dijeron que volverían y... Es que ella es bonita. Y, bueno. Se la quieren beneficiar.

—¿Cómo qué se la quieren beneficiar?

—Al estilo perrito y por detrás.

—¿Dónde estáis ahora?

—Eso no tiene relevancia.

Sigo a Lorena al yate esperando que Soraya se esté comportando cuando en realidad hace todo lo contrario. Rodeada de universitarios, enchufada a una manguera que sale de un bidón de cerveza y bebiendo como si no hubiera fin. Ya estoy preparando mi funeral.

—¡Traga! ¡Traga! ¡Traga! ¡Traga!

—¿Qué es todo ese ruido?

—Olvida todo lo que te dije. Estamos de puta madre.

—Me estoy arrepintiendo de ayudarte.

—¿A quién estás ayudando? —la voz más temible nos calla por igual. Ojalá no haya escuchado nada, ojalá. Tengo que aprender a rezar. Tal vez con ayuda de dios haya una oportunidad de librarme de la muerte —¿Con quién hablas? Responde.

—¿Desde cuándo te debo alguna explicación? —le pregunta, Máximo.

—Desde que ocultas cosas.

—Yo no oculto nada.

—¿Hablamos de la cucaracha roja?

Uy, esto se pone interesante. Acepto el cubata de Lorena pendiente de la conversación de mis hermanos, Máximo dice que no es una cucaracha, pero eso no es lo que espera que le responda, yo tampoco. Soraya pulsa el manos libres, así nos enteramos mejor, a pesar del ruido de la fiesta, nuestra concentración es máxima.

—Chisme, chisme, chisme, chisme —susurra.

Aún parece racional después de los tragos, tampoco creo que notará mucho si está ebria debido a que su alocada personalidad no lo permite.

—Te digo que es una empleada.

—Mentira —decimos, los tres y a pesar de la distancia.

No sé quién será la chica, pero hay una chica. Al menos es lo que se intuye con las acusaciones de Derek.

—¿Hablamos de Soraya?

—¿Qué tiene ella? Dejala en paz, estará durmiendo —pobre engañado —Hablemos de la cucaracha roja y tú. Tus movimientos sobre ella y la exagerada protección dan para hablar.

—¿Cuándo le dirás que la amas?

—¡Yo no amo a esa pajarraca insolente!

Soraya cuelga la llamada y la quedo mirando, eso que ha dicho a sus espaldas es muy insolente. Aparte de que ha sido un contundente rechazo escuchado por la persona que ama, aún si no es verdad y vive enamorado, duele.

—Soraya, yo... Lamento...

—¿Te disculpas por una tontería?

—Es que no es una tontería.

—Somos así de intensos. En la cara y en la espalda, decimos lo mismo. Ya te he dicho que está procesando lo que siente, que necesita su ritmo y que yo lo estaré esperando porque antes de caminar hay que levantarse del suelo y caer.

—Eso no lo diría alguien con quince.

—Suelen decirme eso. Que soy rara, que proceso distinto y que así nunca seré capaz de relacionarme con los de mi edad. Me da igual. Al menos yo sé lo que quiero.

—¿Y qué quieres?

—Poder —se da un golpecito en la frente, sacando infantilmente la lengua —Es bromi, Damián. La respuesta es a Derek. Pero no hablemos de él. Estamos en una fiesta, hay que divertirse.

Limpian una larga mesa, colocan vaso de chupitos en fila y los llenan, en medio esperan dos cubatas cargados. Soraya me mira de un extremo, le correspondo el gesto. Dan la señal. Contagiados por el ambiente fiestero y la música al máximo, empezamos a absorber alcohol como esponjas. Uno, dos, tres. Mierda, Soraya va por el quinto y... llega antes a su cubata. Celebran su victoria.

—¡Soy la reina! —grita eufórica.

Bailamos en la pista sin que el ritmo de los tragos afloje. Me susurra, pero no la oigo. Sube a una mesa moviendo las caderas. Reclamando que griten su nombre, sin duda, es la reina. No hay quien no la ame.

—¿Seguro que es tú hermana? Después de la llamada tengo cierta confusión —dice Lorena.

—Le gusta a mi hermano, eso la hace mi hermana.

—¿Y a ti te gusta?

—¿Y joder a mi hermano? Nunca.

Sujeto su cintura para que baile conmigo. Sus movimientos son sensuales, sucios cuando se gira pegando su trasero excitando mi polla. Oh, Dios, joder. Esto es lo más ardiente que he vivido.

A la pausa de entre canciones, soy llevado a un lugar apartado después de birlar un cubata a medio acabar en una de las mesas. Aunque se me escapa antes de que beba porque soy empujado contra la pared.

Deliro con su boca hambrienta sobre la mía. Es furtiva, para nada delicada. No desperdicia la oportunidad de colar la mano por el kimono. Jadeo, atendido por su mano en mi polla. Y, cuando se agacha, conozco muchas cosas cuando se agacha con una boca concebida para pecar.

Disfruto de la buena mamada. Pego una mano en la pared y la otra en su cabeza, empujando hacía mi miembro a la vez que alzo la mirada a las estrellas, aunque para estrella ella tragando el semen al correrme.

—No mintió ni un poco —dice, limpiándose el sobrante que ha quedado en sus labios con el labial corrido.

—¿Te dijo que soy virgen?

—Tranquilo, Damián. Es innecesario que mientas.

—No lo digo para que te sientas especial, cariño. Ya lo eres. Lo digo porque es verdad —se le dibuja una sonrisa burlona —Es complicado.

—Entonces tendré que cuidarte.

Entramos en un camarote comiéndonos la boca, la siento encima de una mesa y aprovecho su corto vestido para abrirla de piernas. Aunque antes de que logre entrar, me detiene pegando el dedo en los labios y riendo.

—Al menos déjame quitar el tanga y ponte condón —doy espacio viendo como el hilo se desliza por sus largas piernas, señala el cajón donde guarda una colección de preservativos y me ayuda a colocarlo —Ahora sí. Ven aquí.

Afortunadamente, tiene experiencia. Me tumba a la cama sentándose encima, se mete sola la polla y halaga el tamaño, dice que no suele haber de estás, aunque no sabría decir qué tan cierto sea eso. Cabalga como una jineta. Conozco un nuevo gusto a lo que me podría aficionar, las mujeres y el secreto de sus piernas.

—¡Bichito! —grita Soraya, de vuelta a la fiesta.

—¡Bruja! —nos fundimos en un abrazo.

Alcohol, baile y sexo, la formula se repite. Una rubia, otra morena. Latinas, europeas, africanas... De una en una, de dos en dos, hasta cuatro a la vez deciden aventurarse con mi polla.

Un bucle. El mejor bucle de la historia. Tengo tiempo de beber, bailar con mi cuñada y follar como un desalmado, cada vez más rápido, perdiendo el norte.

Abro los ojos teniendo una jaqueca infernal. El sol me abraza a pesar de las bajas temperaturas y la humedad de la playa. Levanto la cabeza, Soraya me observa y entierro la cara en la arena, la misma que se ha filtrado por el kimono haciendo que me pique el cuerpo.

Me siento desterrado del mundo. Ni siquiera recuerdo la mitad.

—Matame. Un tiro en la cabeza sería acertado.

—Quejica.

—¿Qué pasó?

—Me traicionaste. Ya no eres del club de los vírgenes, tendremos que buscar un nuevo nombre —alzo el pulgar, ni siquiera recuerdo haber follado —Seremos el club de los kimonos. ¿Cuándo repetimos?

—Nunca.


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Amo a Damián. Se podría considerar uno de mis personajes favoritos, luego recuerdo que diría lo mismo de todos y salgo corriendo a esconderme.  Es que... Entenderlo. Soy su mami, no puedo elegir.

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