029 - CORAZÓN NEGRO
CAPÍTULO VEINTINUEVE
DEREK SALVATORE
Los focos alumbran la entrada tras media hora de espera en la que he estado impaciente ennegreciendo los pulmones. Las dudas terminaron, está aquí al igual que hace tres años con una sútil diferencia, ya no es mi amiga, es mi mujer.
Baja del Alfa Romero tras que el chófer le abre la puerta.
Si no me mata el pecho, matará la polla al conservar el traje de policía con el que huyó de su acto vandálico.
—¿Viene a detenerme, agente? —me regala sus ojos.
—No tengo esposas.
—Yo sí.
Agacha la cabeza acercándose y trato de comprender que puta barbaridad he dicho para que se asuste, cuestión que queda en el olvido cuando se para delante y vuelvo a tener su azul de regreso. Introduce las manos en mis bolsillos buscando quien sabe, consiguiendo un cepillo de dientes y el dentífrico. Los analiza como si fueran novedad en su vida.
—¿Qué haces con esto?
—Son tus aliados, Bird. No comeré las babas de otros —sigue reparando en los dos objetos —Es esto o mi polla en tú boca, no sería la primera vez.
—No lo mates, por favor —esas son palabras incorrectas, las buenas dirían algo al estilo; tócale un pelo y te arranco las pelotas —No está bien.
—Tú hermano no está bien, el vecino no está bien. ¿Alguien está cuerdo cerca de ti?
—Atraigo problemáticos.
—Y yo soy el peor —la falta de respuesta me cabrea, ya que está omitiendo un claro sí que agradecería manoseando sus buenas nalgas —Lavate esa repugnante boca que tengo hambre. Ya conoces la habitación.
—Si —susurra muy flojo.
Me quedo afuera para seguir pudriendo mis pulmones para que estén a la altura del cerebro cuando no encuentro mi tabaco. Busco en todos los bolsillos y nada, estaba fumando un segundo. No puede ser. Maldita manipuladora, que ganas de chuparme los huevos tiene.
Voy a por ella al cuarto de baño de la habitación. Fuma, olvidado de su misión con los dientes.
Este comportamiento es tan suyo.
—Dame una calada.
Fumo mientras sostiene el cigarro, lo sigo haciendo encargándome del cepillado de sus dientes y la posterior aplicación del labial, antes de decantarme por una chupada en su dedo índice. Salada. Ni se ha duchado y viste de agente, apresurada por un encuentro o de una huida. Es Navidad, quiero quedarme con la primer opción, pecar de idiota y soñar con su enamoramiento.
—Aún no me ha leído los cargos, agente.
Escupe la espuma en la pica.
—¿Para qué? Tienes comprados a todos esos payasos. Si te detengo, te soltaran al par de minutos.
Cierto. Pero estoy jugando. Mi fantasía es ella, aunque he leído y se muchas que los hombres esperarían. Quizás los roles no vayan con nosotros, pero experimentar es la clave para averiguar. Y, si ella no quiere detenerme, estoy dispuesto a ser un atractivo oficial con esposas.
Considerando que no se ha duchado abro los grifos y la arrastro bajo el agua contemplando como la tela empapada se engancha a su piel, indistintamente a lo que lleva puesto, me la pone dura.
Ansioso le como la boca recibido por el mismo nivel de necesidad y nos batimos en duelo de lengua. Quiere dominar, pero este es el único lugar en que se me antoja no darle el control.
—¿Qué putos besos idólatras, agente?
—Los tuyos.
El apetito es insaciable. Nos tocamos por encima de la ropa aferrados al impulso de nuestros labios, hasta que se le agota el oxígeno y atacó a mordiscos su cuello para que otros se abstengan de un acercamiento. Mía, joder. Es mía, y quien no lo entienda se lo explicaré al abismo de su muerte.
—Dile que si vuelve a besarte lo mataré.
—No se lo diré.
—Hablo en serio —hago espacio entre los dos. Sospecho cosas, aún así hace mucho que supe que no importaban los motivos, siempre que alguien toca lo que se me dio me consumo —Mía, Bird. Me encargaré de que cada trazo de tú piel tenga el sello que te identifica como mía.
—Tiene pensamientos suicidas. Si le digo, me besará.
—Entonces no le digas. No estoy para cumplir los sueños de un idiota.
Desabrocho los primeros botones saboreando sus increíbles tetas, chupando y sellando, generando fanatismo. Adoro a este par. Se merecen un altar aparte al que ya tengo de Soraya, de tamaño equivalente a su generosidad, para que pueda rezar incluso mientras duerme mi mujer, defendiendo que el que las cargue no significa que dejen de ser mías.
Me detengo al quitar el último botón. Ahora que está expuesta veo las vendas que cubren las heridas de la pantera y sin permiso la chaqueo, destapando herida por herida, analizando la gravedad. Uno de los dos amigos la ha intentado sin mucho éxito, ya que algunas conservan suciedad y podría infectarse.
—Estuve jugando con un gatito.
—¿Un gatito?
—Si, ya sabes. Tú tienes un águila, mi hermano un perro y yo estaba practicando para adoptar un gatito. Pero quiero uno de rayas, no le caigo bien a los negros.
Salgo de la ducha pensativo.
—¿Derek?
—Te espero en la cama.
Estoy estudiando medicina cuando sale mi mujer duchada y no le presto atención, evitando calenturas aseguradas.
—¿Me dejas una camiseta?
—Usa una de botones y un bóxer. Cuando acabes te sientas en la cama y me avisas.
Espero el aviso y voy. Desabrocho los botones inferiores para que las tetas se mantengan tapadas, aunque su vientre plano resulta ser otra tentación, puedo mantenerme firme y proceder con las curas. Mayoritariamente, y por fortuna, son superficiales, menos un par que dejó para el final. Tras quitar el riesgo de infección con una limpieza profunda aprendida hace segundos. También ha aprendido para las graves. Y sé que le dolerá.
—¿Quieres emborracharte? —le pregunto.
—¿Y ser facilona?
Optó por un whisky de gran reserva. Doy un trago y le ofrezco:
—Bebe.
Preparo hilo aguja a la vez que da un generoso trago. Acto seguido, echo parte del whisky sobre la herida que la pone a gritar y coso. Son minutos sufridos. Detesto tener que estar implicado en está situación, detesto que le duela y detesto la pantera que le puso las zarpas encima generando una marca permanente, un recordatorio de que una puta bestia la podría haber matado.
—Esto ya está —corto el hilo sobrante.
—Me impresionas, Derek. Entre tantas cualidades no esperaba que tuvieras conocimientos médicos.
—Algunas veces tengo que coserme heridas.
Sirvo un vaso de agua acompañado de cuatro calmantes que no tengo que llegar a pedir que ingiera. Espero que mañana se encuentre en condiciones. Conmigo le espera otro día acción, sin peligro, aún así requiere cierta destreza por el monte y esto no debe ser un atraso.
—Vamos a dormir.
—¿Sin fechorías?
—Te quiero agotar, Bird. Pero no será hoy.
Tumbado la llevo contra mí, disfrutando del roce de las pieles y agradecido de que no dé batalla. Duerme complaciente. Y me dedico a disfrutar del tacto de su piel a través de las yemas durante lo que queda de noche.
A la luz de un nuevo día contemplo la belleza dormida en el lugar que más le favorece del puto universo, entre mis brazos. Lamentablemente, me salgo porque tengo que garantizar que hoy no existan contratiempos.
Hablo con varias cucarachas. A una le ordenó que vaya a mi mansión a por un par de cosas que necesitaré más tarde.
Antes de volver a ver a mi mujer, me desvió al salón a causa de las risas de mi sobrino que está desayunado con el águila y su padre, este último ocupado con la tablet como si fuera un día común.
—No engordes al pájaro —aviso a Pietro.
—¿Cuándo llega la tía? —pregunta, dando un exagerado trozo de carne a Odas.
—¿Ni los buenos días? Que falta de disciplina.
—Voy a lo que me interesa.
—Culpa tuya —le defiende mi hermano.
—Como queráis. Seré directo —mi sobrino me mira esperanzado y me encargo de ser el tío cabrón —No vendrá.
—Pero... pero... —se le aguan los ojos.
—Hablé con ella. Está demasiado ocupada como para desperdiciar el tiempo con un maldito enano, mejor suerte el año que viene, mocoso.
—¡No soy mocoso!
Esquivo el cuchillo que me lanza sin complicaciones cuando abre los ojos con su máxima expresividad, perdiendo el color de la piel y señalándome como cosa mala.
—¡Ha sido él!
Mi mujer y cuñada no dicen nada. Soraya viste con ropa de Darley y no le queda, no por estilo, es porque la única ropa que puede usar sin que sea suya es la mía y lo demás le sobra. Alguna excepción puedo hacer, como el traje de policía, aunque pensado en frío, tampoco me gusta. A saber que puta cucaracha con sus gérmenes lo usaba antes que ella.
Soraya recoge el cuchillo y se lo devuelve a Pietro, diciendo:
—Apunta mejor la próxima.
—¡Tía Soraya!
La abraza y se deja abrazar. Más le conviene no ocuparla tanto tiempo como la última vez que pasó las fiestas con nosotros, puedo tolerar un par de horas, pero no que se la pase de baboso sobre su regazo.
—Feliz Navidad, peque. ¿Cómo se ha portado Santa contigo?
—Aún no lo cazo.
—¿Iba en serio lo de la cacería!
—¡Si! ¡Es la única forma de quedarme con los regalos! —forma una pistola con los dedos y presume: —¡Él corre, corre y corre! ¡Y mi tío y yo lo perseguimos para hacernos con el deseado botín! ¡Piu, piu, piu! ¡Aaaaaah! ¡Tcha! ¡Entrega los regalos, puto gordo! ¡Piu, piu, piu! ¡Ahora! ¡No! ¡Si! ¡Golpe! ¡Piu, piu, piu! ¡Regalos! ¡Victoria!
Soraya me da una mirada incomprensible, de las que el significado no cobra valor al estar manchado con miedo. Hoy no. No quiero pensar en cuanto me odia, en cuando me teme.
—Te unirás a la cacería —le informo.
—¿Es opcional?
—No —Pietro, le contesta.
—Yo esperaba tener tranquilidad.
—Soy peor que el gato negro. Y mi sobrino va por mi mismo camino. Así que lo último que tendrás es tranquilidad.
—Mejor desayuno. ¿Te unes, Darley?
—No nos mezclamos con la servidumbre —la congelantes mirada de mi hermano golpea al fuego de Darley, amenazante en extinguirlo —Retírate, Darley. Si tienes tiempo de molestar, lo tienes para trabajar. Tus estudios no se pagan solos.
—Si, Se...
—Desayunará con nosotros. Mi mujer así lo quiere.
—Mi casa, mis normas —se enfoca en Soraya —Lo lamento, pequeña. No puedo hacer excepciones. Si les ofrezco un poco, creerán cosas que no son y debo hacer respetar mi posición. Más aún estando apunto de casarme.
—¿Invitaste a la cucaracha rusa?
—Si. Y se llama Ivanna. Aprende su nombre porque está a punto de convertirse en parte de esta familia —el día pintaba de perfecto, ahora será una bola de mierda formada por la rusa y sus vory —¿Por qué sigues aquí, Darley? Lárgate.
Ausentes de Darley nos sentamos dentro de un ambiente cargado. Máximo se esconde en la tableta y su café, el único que consume algo porque los demás no probamos bocado.
—Eres grosero con mi amiga —le dice Soraya.
—Seré muy claro. Antes de que sea tú amiga es mi empleada, debe comportarse como lo que es.
—Bien.
—Todo resuelto, entonces.
Soraya se levanta cargando el plato y se va. Hago una mirada con mi sobrino por tener sembrada la semilla de la duda, ya que está entre dos, pero aquí tienes que ser consciente de lo cretino que es su padre y posicionarse. Y lo hace, junto a Odas siguen los pasos de mi mujer.
—¿Cuándo viene la rusa?
—No la invite.
—Excelente. Sigues así, Máximo. Quedarás solo.
—Tendrías que mirarte los zapatos antes de hablar, hermano. No eres precisamente un ejemplo.
—A diferencia de ti, yo estoy dispuesto a quedarme solo.
Tras haber abandonado a Máximo y esperar a que las mujeres y el enano desayunen en una sala aparte, estoy comprobando que las heridas de Soraya están cerrando correctamente.
—¿Segura que no te duele? —le pregunto por cuarta vez.
—Estoy bien.
—Si en algún momento de la cacería te encuentras mal, me avisas y la suspendemos.
Nos reunimos en la parte trasera del jardín con Pietro, Odas y los perros que asaltan a mi mujer al verla, tantos a la vez que la acaban derribando al suelo baboseando y me tengo que poner firme. Todos se sientan con la orden y la pongo de pie quitando parte del polvo.
—No hemos venido a jugar, Bird —la riño.
—Creí... Esperaba que lo de Santa lo fuera, como lo del muerto. Me lo enseñó, Pietro. Yo... —balbucea cabizbaja.
—¡Háblame a la puta cara! —Pietro, me patea en el punto más doloroso de la espinilla —¡Hijo de puta, maldito enano! ¡No te metas con los adultos!
—¡Con tía Soraya, no! ¡O te la quito! —se le engancha como garrapata.
—¡Buscate a otra!
—¡Nunca!
Máximo se une a nosotros acompañado por el mano derecha y alguno de sus cucarachas, disfraces del viejo gordo y sus esclavos verdes de orejas puntiagudas. Como cada año las reglas se repiten, sin embargo, es la primera vez que se las explico a Soraya ya que en nuestras primeras navidades no hubo cacería, al creer que era una chica demasiado desubicada de nuestro mundo para tanta violencia, a pesar de aquí no muere nadie.
Las reglas son simples. Las cucarachas disponen de un cuarto de hora para esconderse en el perímetro establecido dentro del bosque, pasado el tiempo iniciamos con la cacería navideña, ayudados por los perros y armados con pistolas eléctricas diseñadas por Máximo y que permite que su hijo use. La actividad dura cuatro horas, los que se salvan consiguen una retribución extra, así se mantienen motivados, ya que hablamos de un millón para quien lo logre.
—Si alguno toca a mi hijo os mato.
No pueden defenderse del enano y conmigo nunca tienen cojones, así que siempre les ha tocado correr. Sin embargo, está vez podría ser distinto, ya que tienen la oportunidad de atacar a través de mi mujer. Bueno, yo no lo haría. Es un juego, pero como la toquen también estoy dispuesto a matar como mi hermano.
Recibimos las armas, Soraya mira la suya y le explico el simple funcionamiento. Apuntar y disparar, no hay más.
Máximo da la señal de los quince minutos y las cucarachas salen corriendo a buscar el mejor punto para vencer. El brillo de emoción en mi sobrino no tiene desperdicio mientras repite las reglas para Soraya.
—Disfrutad del juego —dice mi hermano.
—¿No juegas? —le pregunta Soraya.
—Sería parecido hacer trampas y os quitaría la diversión, pero os presto a Gaspar. Mi mano derecha.
—¿Tampas? ¿Sabes dónde se esconden?
—No. Es que tengo ventaja en todos los juegos que se pueden ganar por estrategia.
Ventaja no, más bien es prácticamente imposible que pierda cuando es guerra y uno de sus dotes es el análisis instantáneo. Antes de que se produzca el ataque del enemigo, ya tiene cuatro formas de contraatacar. Y, si cambia el ataque enemigo, él vuelve a tener disponibles nuevas variables para que al finalizar el asalto sea el que salga victorioso.
Tiene razón. Esto sería aburrido con él.
Se agota el tiempo de espera y salimos a por las presas. Odas alza el vuelo y nos adentramos en el bosque sin prisas, siguiendo a Pietro que es quien se encarga de decidir el camino ayudado por los perros. El primer elfo no se hace esperar recibiendo el proyectil eléctrico por parte del enano.
—¡¿Dónde están los regalos?! —le grita sin bajar el arma.
—Santa Claus los tiene —lo vuelve a disparar dejándolo inconsciente.
—¡A por el gordo!
—¡A por el gordo! —me uno al grito y nos quedamos esperando a por el tercer grito proveniente de mi mujer.
—Es peligroso.
—¡A por el gordo! —le gritamos y salimos corriendo, dejándola con el derecha de Máximo.
Vamos a la zona de máxima dificultad. Pietro tiene buenas cualidades en las montañas y aguanta bien, a pesar de su corta edad. Los Salvatore somos entrenados para cualquier circunstancia. Y, para lo que mis hermanos y yo, fue un infierno, hago lo posible para que se transforme en juegos para mi sobrino, ya que no le quiero una crianza de sangre, Máximo menos. Tendrá tiempo para ser adulto llegado el momento, ahora le conviene una sana niñez. Además, si no puede, tendrá de nosotros, tendrá a su familia.
Algo que nos diferencia de las anteriores generaciones es que estamos unidos por el vínculo que generó Soraya.
El chillido del águila nos alerta de la cercanía de una nueva presa.
Nos deslizamos por una pendiente localizando el elfo tras unos matorrales y empezamos a disparar. Fallo aposta, dejando que los proyectiles de mi sobrino sean los que impactan. Cae inconsciente.
—¡¿Dónde está el gordo?! —me exije la respuesta Pietro.
—Disponemos de la misma información.
Seguimos abatiendo más cucarachas élficas consumiendo tres de las cuatro horas. Descansamos en un afluente. Saco la cantimplora para que beba y la relleno conociendo la potabilidad del agua de nuestro valle, también aprovecho para refrescarme sin tener que preocuparme por las bajas temperaturas.
—El de este año sabe esconderse. Nos quedaremos sin regalos, había pedido mucho para Soraya y Darley —patea el suelo molesto.
—Tendréis vuestros regalos.
—¿Palabra de Salvatore?
—Palabra de Salvatore.
Los minutos se vuelven en nuestra contra. Contabilizo los elfos que nos quedan en el móvil y el resultado es cero, solo falta el gordo. También localizo a Soraya, a través del móvil del consejero. La única razón porque la he dejado con ese sujeto es porque sé que dispone de la valentía necesaria para enfrentar a la muerta. Sé que llegados al punto sería capaz de entregar la vida, nada que ver con el resto de las cucarachas que forman el personal de seguridad.
—¡Quedan cuatro minutos!
—Tiempo suficiente.
Ostia puta. Nunca habíamos apurado tanto.
Escuchamos los ladridos de los perros. Última oportunidad. Subo a Pietro en la espalda. Sorteo cada obstáculo, corro lo que no está escrito, sabiendo que las reglas están para cumplirlas y que si fallamos, nos jodimos.
Esquivo árboles, salto un tronco tumbado. Llegamos a la zona donde se encuentran los perros. Tres, dos y... Lo localizamos al último minuto contado por Pietro, el cual me entrega su pistola provocando que dispares con dos, sin embargo, al cabrón este año lo han cogido más veloz. Afortunadamente, por la dirección que huye, se asoma mi mujer sujetando el arma con dos manos.
—¡Entrega los regalos! ¡Ahora! —demanda.
—¡Dispara! —le gritamos.
¡No es una negociación! ¡Santa lo sabe, nosotros lo sabemos, ella tiene que ser consciente también!
El gordo se tira hacia ella con intención de desarmar, pero como si se tratara de la vieja Soraya, teniendo los antiguos conocimientos de combate, lo derriba con una llave de piernas y se posiciona encima. Se dibuja una de las sonrisas que la caracterizan tanto, las que engañaban vendiendo el mal cuento del ángel cuando en realidad su espíritu está forjado con el fuego del inframundo.
Dispara una, dos... Y hasta cuatro veces.
El bosque se funde en silencio.
Algo va mal.
El consejero me hace un gesto para que vaya, suelto el Pietro y voy a refugiarla en mis brazos. Tiemblan sus dedos, respira irregular y necesita que la acaricie la mejilla para captar su atención. Las lágrimas salen descontroladas cuando se aferra la cabeza y la acuno.
No la puedo perder, tiene que estar bien. Esto no puede ser motivo de una restauración de su sistema. Sabía disparar, pero nunca ha derribado a nadie, no le debería aportar una confusión que acabe en quiebra.
—Bird.
—¡¿Quién grita?!
—Tú padre —creo que habla del accidente. No tiene sentido, en ese lugar no había indicios de disparos. Miro al consejero y le digo: —Llévate a Pietro. Iremos en un rato.
Ruego que se quede, que no identifique al verdadero autor de los gritos mientras actúan sus lágrimas. Vivir condicionados no es vivir. Si tan solo hubiera solución a su amnesia, pero los médicos dejaron muy claro que nunca iba a recordar a la vez que hablaban de la complejidad del cerebro humano. Me costó aceptar nuestra tragedia.
Es arriesgado que haya regresado a ella. Aunque no la puedo dejar ir. Todavía no.
—Non piangere, amore. Il mondo no merita le tue lacrime.
(No llores, amor. El mundo no merece tus lágrimas)
Busco consuelo en sus labios recibiendo rechazo, bajando el rostro, aún así no quiero actuar. No soy acosador, no estoy loco, no hay distintas versiones sobre mi, solo soy un hombre tratando de recuperar a su mujer. Sin embargo, ante la prolongación de su sufrimiento, no me queda otra alternativa de ser quien no soy, de ser la bestia que se cree.
—Ya basta, pajarraco. Aburren tus lágrimas. Tus padres están muertos y el que te estanques me arruina el día —la suelto mirando a otra parte.
—Tú vives estancado al recuerdo de tú mujer —balbucea.
No está muerta, es ella, pero no lo recuerda porque unas asquerosas cucarachas se encargaron de incendiar el mundo que estábamos creando. Las muertes que le pesan, también son mías. Adrián, era más que un suegro, fue el padre que nunca supe que necesitaba hasta que ella cambió las reglas de mi existencia.
—Ordenaré a Odas que te picoteé los ojos como no pares.
La levanto y arrastro de regreso, con cierta complicaciones cuando trata de soltarse, aún así llegamos. Le quito las hierba, le limpio las lágrimas y organizo su cabello para que se vea decente.
—No hagas preocupar a nadie. Es Navidad. Sonríe para que se crean el mal cuento de que estamos bien. Eres mi mujer, actúa como tal.
—Tú mujer está muerta —dice con más claridad.
La llevo contra la pared y subo la mano a su cuello, retirando los mechones con la otra. Me aseguro que vea mis ojos.
—Yo te veo bien viva para estar muerta.
—No soy...
—Si, eres parecida a ella físicamente, pero tú personalidad es tuya y de nadie más. Y tienes a un condenado a tú merced, el cual vive y muere por ti. Así que, dime. ¿Quién eres?
—Tú mujer.
—¿Y quién soy yo?
—El acosador, barra maníaco, barra criminal de mi hombre —sonríe con dulzura y le doy un toquecito en la nariz, la cual cubre con ambas manos —Se me olvida. Y barra infantil.
Llega la cuchara que mande a mi mansión y pido a Soraya que se adelante, recibiendo y guardando lo que solicite.
Pietro, rodeado de regalos, le pregunta a Soraya si está mejor y está le ofrece un si. Excusándose que tuvo una noche complicada con un par de locos, cosa que es cierta.
Inicia el reparto de regalos, la mayoría de los de Pietro son juguetes que acabarán siendo destruidos, Máximo recibe una colección de libros belicos y Soraya perfume, su labial y ropa, en un intento de que renovar su vestuario dado que en su actual fondo aún conserva mucha cosa vieja. Por mi parte, tengo nuevos componentes electrónicos con los que entretenerme.
—Ahora vengo —Soraya desaparece y regresa con tres regalos —Antes de que Santa fuera capturado, pasó por caza y me dejó unas cosillas.
Máximo recibe otro libro de armas y Pietro un estuche de pinturas de alta calidad. Evidentemente, Darley aportó sugerencias.
—Darley me habló de Damián y le compré un regalo —me mira sujetando el paquete que pensaba que era mío —Creía que estaría.
—Está ocupado.
—¿Se lo puedes hacer llegar?
—Sin problemas.
—¿Y tío Derek? ¿No hay regalo para él? —eso mismo me estoy preguntando yo.
—No. Se ha portado muy bien. Y aquí los niños buenos no reciben regalos.
—¡Se porta muy mal!
—No te preocupes, enano. Yo sólo quería que ella estuviera aquí, no hay mejor regalo que eso.
Vamos a comer. Pietro se acapara a Soraya, se unen para provocarme y remarcan que soy muy celoso. Cosa que no soy. Solo quiero que me preste atención. Y un puñetero regalo.
A la tarde nos quedamos solos enfrente de la chimenea donde me prometió que jamás me abandonaría, promesa que se rompió a causa de terceros, porque de ser ella sé que me seguiría soportando.
—Vamos a la habitación —le propongo.
—¿Quieres follarme?
—Siempre quiero, Bird —me pego a su oreja —Más después de la sequía y sumando las ganas que tengo de enseñarte, de las ganas que tengo de que mi semén sea tú bebida favorita.
Nada más entrar la arrincono contra la pared. Tomo sus labios y el control, imaginando cuántas posturas existen y cual de ellas sería la mejor para iniciar, pero antes hay otra cosa:
—Tengo algo para ti.
—Yo también. Tengo que ir a por él.
Joder, mis huevos me van a detestar, pero la dejo ir mientras me preparo dejando los objetos que pedí bajo la almohada. Hay un tercero que he estado cargado desde el día que se completó el encargo pensado con frialdad y con el corazón caliente, consiguiendo lo imposible. Este lo mantengo conmigo.
—Derek —volteo hacía ella. Soy afortunado de no sufrir ataques cardíacos, porque de ser así habría muerto en el acto —Yo... Verás... Es...
Me posiciono delante presionando sus labios con el pulgar, negando de cabeza y chasqueando la lengua. No necesito que hable, solo quiero detallar la obra de arte cubierta por un batín transparente que deja ver la escasa y fogosa lencería azul.
—Perché hai scelto me?
(¿Por qué me elegiste?)
—¿Qué significa?
—No eras la perfección, eres su hija y eso te hace superior. Aunque no lo veas, las cucarachas se doblegan a tú llegada, ya que eres ama y señora del mundo —le hablo despacio, sin prisas y honesto.
—Soy humana.
—No jodas. Si queda repulsivamente cursi, te callas y te sonrojas.
Le hago entrega del regalo, a la vez que espero nervioso a que lo abra acomodo la roca de mi entrepierna entre sus nalgas y apoyo el mentón en su hombro, tengo ganas de abrir el mío, pero primero el suyo.
—¿Qué esperas para abrirlo?
Quita el papel descubriendo un estuche de terciopelo, en su interior, el colgante de un corazón negro sujeto a una cadena de plata. De similitudes parecidas el anillo que guarda en la caja fuerte a quien sueño despierto como mi prometida, esposa y madre de mis cuatro hijos.
—¿Un corazón negro?
—No sé si tengo o me lo arrancaron al nacer, pero en caso de que hubiera algo enterrado en mi pecho siempre lo he visualizado así —recojo su melena a un lado y me entrega la exclusiva y misteriosa joya, se lo coloco besando su cuello —No me preguntes por la piedra que no sé cual es. Lo vi en el escaparate y lo compré, aunque el joyero dijo que no podía mojarse. Ridículo, aunque no lo mojes, vaya a ser que me hayan timado y se deshaga el pedrusco. Salió caro.
—¿Quieres que lo moje?
—No, bruta. Cuida de mi corazón.
Voy a sentarme al final de la cama y con el dedo la hago acercarse, agarrandola cuando está lo suficientemente cerca para subirla a mi regazo. Juego con una de las delgadas mangas del batín.
—¿Puedo abrir mi regalo?
—Haz lo que quieras. Es tuyo.
No me ando con rodeos para quitar el molesto batín, conservando la lencería subiendo el sujetador y atacado sin discriminar sus tetas, enchufado a ellas a la par que manoseo su generoso trasero antes de azotar.
Soy adicto a su cuerpo, a sus fragancias y a sus sonidos.
La tumbo en la cama antes de perder frente la tentación que ya me causa clavarla en está posición.
Ágilmente saco las esposas de debajo de la almohada y la detengo en el cabecero de la cama. Anonada mira la sujeción y la atrapo de la barbilla para que sea a mi a quien preste tanta atención.
—Te dije que tenía esposas —maltrato su clítoris sin romper la conexión visual y le recuerdo: —Soy el bueno. El malo sigue de vacaciones.
—¿Y si no me gusta?
—Estarás en problema. Gobierna donde quieras, pero nunca te lo permitiré en la cama.
—¿He de decir amo? ¿Señor? —jadea.
—Derek. Soy Derek.
Desciendo por su asombrosa piel ignorando cada puto vendaje que no van a frenarme el insitinro primitivo. Quiero que grite de placer, que jadeé y gima mi puñetero nombre en cada embestida.
Voy a por su coño. Aparto la tela, lamo el matojo, y pierdo el juicio entre sus pliegues antes incluso de hundir la lengua.
No sé que tengo. La quiero follar tanto, que doy gracias de no tener que usar condones porque me volvería pobre. Y necesito riquezas, poder. Ser quien lo poseé todo para dárselo.
Arranco la camiseta ahogado de la temperatura, literalmente, me la cargo habiendo olvidado que se sacaba por encima. Otro motivo para que se burle. Joder, ni para una acierto a no cagarla. Y no miento al decir que se reirá, contiene la risa, pero la oigo a kilómetros.
—¡Pajarraca!
—¡Niñato!
—¡Te follaré la boca como lo digas de nuevo!
—¡Mejor comeme el coño que en eso estabas!
Exacto. Su coño. Mordisqueo el botón, defino caminos de uso exclusivos mientras sus piernas se impacientan y las levanto, generando un mayor acceso.
Tira de las esposas dedicándome un par de maldiciones que solo me animan a devorar su estrechez con mayor frenesí. Quiero hacerla correr y frustrarla, ante el impedimento de no tocarme. Está a mi merced, mostrándome vistas que solo yo tengo derecho de contemplar.
—¡Oh, joder. Te odio, Derek! —brama en el primer orgasmo.
—¿A quién le pertenece el puto orgasmo?
—A ti.
Subo a darle un beso como premio a la respuesta correcta.
Acabo de desnudarme y me sacudo la polla teniendo su atención. Jadeo, aumentando las sacudidas, yendo a peor cuando se muerde provocativamente y sé que la anhela.
—¿Quieres tocarla?
—Si.
—Lástima, no puedes. Un cabrón te ha atado.
Suelto el miembro desgarrando la lencería, el envoltorio de mi regalo ya no está y lo puedo disfrutar. La penetro sin el cuidado de una primera vez, capturado en su trampa perversa, la cual me empuja a ser un desalmado hijo de la gran puta en cada embestida.
Se queja por falta de costumbre, aunque pronto son placer que invocan un huracán de lujuria.
Encajo su cuello sin llegar a asfixiarla, comprendiendo que no soy de roles, más bien soy duro y violento. Y a ella me parece que le fascina, sacando la lengua como una actriz porno mientras la embisto bravo.
La muevo ligeramente a un lado, lo que permiten las esposas, dejando desarrapado la nalga que procedo azotar, agarrar, sacudir y magrear cumpliendo nuestros sucios caprichos.
Somos perfectos.
Vuelvo a penetrarla y azotarla, ya van cuatro. Es injusto que no viva conmigo, de ser así nada nos sacaría de la cama, adictos a lo carnal mañana, tarde y noche.
—¡Más, joder! ¡Más!
Regreso a la posición inicial sin dar cuartel y la beso.
El segundo orgamo llega. Tira de nuevo de las esposas, irracional cedo a liberarla antes de que las heridas se abran y acabemos siendo médico y paciente. Ya habrán más ocasiones de esposarla.
Envuelve mi cuello dedicándome una mirada de las que no tienen perdón, nata pecadora. Amnésica o no, es mi única. Combinamos bien, estamos destinados a estar juntos.
Las horas son insuficientes. Aprovecho cualquier mueble cuando la cama se convierte en monótona. La hago mía en la pared, en el escritorio, en el sillón, en el lavamanos, en la ducha... Terminamos de nuevo en el colchón. No tengo botón de pausa, donde la teoría dice que pararía, en la práctica, y seguramente, a causa de mi maldición no necesito hacerlo. Aún así, un poco más, me abstengo de continuar porque mi mujer sí tiene limitaciones.
Descansa sobre mí, apoyando la oreja en el pecho, manteniendo los ojos cerrados y apretando los labios.
—Si hay corazón. O algo que late —roza el corazón del colgante, se levanta y va a por su ropa —Tengo que irme.
—Me gustaría que vinieras en fin de año. Iremos a la mansión donde me crié, te presentaré a mis otros dos hermanos y seré aceptable. Di que sí.
—Tengo que cuidar a Hugo.
—Aún no me dices que enfermedad tiene —voy detrás suya, la retengo atrapando su cintura y oliendo su cabello. Huele a mi —Déjame ayudar, Bird. Estoy en una condición privilegiada donde puedo disponer del médico más especializado en cada una de las enfermedades existentes.
—No te necesito.
Obstinada. Se muere, joder. Y no lo puedo hacer desaparecer. Tiene que haber una manera de ir sin que ella esté. O mejor aún, encontrar la fórmula que él venga a mí sin alterar a Soraya.
—¡Dime que tiene! —se asusta y la suelto, continúa vistiéndose a la vez que me despeino desquiciando. Cuento hasta cuatro, pienso en que ella no sabe que tan grave es realmente y digo con calma: —Sé que te he amenazado, que lo he amenazado a él, pero estúpida tú por creer mi palabrería. Confía en mí.
—Te enfadarás —ya hace rato que lo estoy, pero no con ella.
—¿Por mentir? —se detiene y me mira a medio atarse el pantalón —Si me dices que no está enfermo, que es otra cosa, trataré de hacerme el sorprendido porque anoche os estuve observando a los tres y sé lo que vi.
—Yo me encargo de él.
—Déjame ayudar.
—¡No quiero tú maldita ayuda! —abordan sus lágrimas, quiero frenarlas, aún así no me deja acercarme —¡Es tú culpa, imbécil! ¡De todas estás putas organizaciones que piensan en dinero fácil! ¡Te odio!
Estoy en el salón leyendo los informes que he recopilado tras que Soraya haya ido llorando y odiándome.
—Creía que no la ibas a dejar ir.
—Nunca he frenado su vuelo, no lo haré ahora.
Se abstiene de preguntas fijándose en los papeles que le doy, dispongo de todo el tiempo que necesite, antes de preguntar:
—¿Y esto?
—Me importa una mierda como lo hagas, lo que cueste. A partir de hoy esta familia deja el negocio del narcotráfico.
—¿Sabes las pérdidas que supondrá? Y da igual, bien. Tenemos otros negocios. Pero lo que dejemos lo ocuparan otros.
—¿Y?
—Trato de entenderte.
—Solo hazlo.
****
Si, si, si... Acortare el tiempo de actualizaciones por una breve temporada, en vez de ser cada siete días, serán cada cuatro días, pero, no se emocionen, que esto no es para siempre.
Por otro lado, me alegra de comunicarles que... Tchan, chan, chan... ¡Oh, yes. Daddy! ¡El próximo capítulo es de Damián!
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