026 - NOCHEBUENA CON DEMENTES
CAPÍTULO VEINTISÉIS
SORAYA AGUILAR
El amor fluye a través de los cascos en forma de notas como si se trata de un intento de lavar el cerebro para amar al dichoso monstruo, el mismo que hackeo mi cuenta de Spotify para añadir una playlist. Desde el día en que anunció su fechoría no me había atrevido a abrir la lista musical. Y, ahora, mi cabeza está entre dos bandos. El malo y el bueno. De un lado, cometió ilegalidad invadiendo mi cuenta sin aviso, por el otro, lo hizo para dedicarme cuarenta y cuatro canciones románticas. Está mal, pero me gusta.
¿Estoy bien?
Claro que no. El hecho de que su lado siniestro esté de vacaciones me tiene atontada, ya que su amabilidad dándome lo que necesito, más sus sonrisas suaves, provocan malestar al corazón. Sin embargo, no puedo darme el lujo de enamorarme, no cuando el hombre que me lastimó y me aterra regresará. Además, no puedo olvidar que soy suplente de su amor perdido. Y, en caso de amar, nunca sería correspondida sanamente como merezco, pues su amor estaría con su mujer del pasado, produciendo un romance tóxico hasta que no pudiera más pensando en locuras contraproducentes.
¿A qué hora vendrás?
Leo el mensaje que acabo de recibir. Dejo caer el móvil en el pecho, cierro los ojos tumbada en la cama mientras disfruto de las canciones. El mundo es un paraíso rosa, de príncipes y princesas, de grandes amores, hasta que su grave voz interrumpe alzando el vello.
—Amore, no me dejes en visto.
—¿Acabas de hackearme para llamar y contestar?
—Es fácil y efectivo.
Alzo la pantalla para verlo. Durante estos días de ausencia, se ha dejado crecer la barba realzado su atractivo natural.
—Sé que debería tener miedo, pero no lo tengo.
—Eres valiente cuando estoy lejos —sonríe con labios cerrados y añade: —Claro que a mí no me apetece tener una relación a distancia.
—No soy tú novia.
—Somos algo mejor. Eres mi mujer y yo tú hombre —ruedo los ojos y niega sin perder la expresión feliz —Acéptalo a las buenas o las malas, no estaré eternamente de vacaciones.
—¿Con qué versión habló? ¿El ángel o el demonio?
—No existe el ángel, Bird. En todas mis versiones soy un criminal, en todas tengo las manos manchadas de sangre y en ninguna me arrepiento —trago grueso, sintiéndolo más profundo por los cascos —Aunque no debes asustarte. No te lastimaré.
—Quizás está versión no, pero... —llevo la mano al cuello incapaz de terminar la frase.
—No volverá a suceder.
—Deja de hacer falsas promesas.
—¿A qué hora vendrás? El enano quiere verte y yo tengo algo que darte, no nos puedes fastidiar.
—Ya dije que no iré.
—Hoy para tú hermano y mañana para mí. Es un buen negocio.
—No.
—Te mandaré la ubicación donde esperará el chófer, No importa la hora en que cambies de decisión, estará esperando.
—¿Escuchas algo de lo que digo?
—Otra cosa. ¿Cómo está él?
—Complicado.
—¿Estás segura de no compartirlo?
—Lo estoy.
—De acuerdo. Seguiré quieto —mira el reloj de muñeca y se despide: —Tengo que ir a subirle las pelotas a Máximo. Nos vemos mañana, Bird.
Me cuelga sin que tenga ocasión a darle otro no, lo intento llamar para dejárselo claro, sin embargo, creo que lee mis intenciones, ya que no responde.
A veces, me molesta su niño caprichoso, teniendo que darle lo que quiere sin que pueda decir que no. Sin importar que pase a los demás. Aún cuando insiste en la salud de Hugo, lo hace para engañarme con una ficticia bondad, para que crea que en caso de necesitarlo estará ahí para mi.
Alessandro está decorando el árbol que trajo, Hugo le observa con una cerveza sin intención de mover un dedo. Aunque más tarde será el encargado de hacer la cena mientras nos mantiene lejos de los fogones. A mi por provocar incendios, Alessandro porque no sabe ni encender uno de los fuegos.
Meto las manos en uno de los bolsillos de Hugo. Busco el tabaco.
—¿Qué buscas, jefa?
—Un cigarro.
—¿Desde cuándo fumas?
—Mi novio me ha enganchado. Así que culpale a él, yo soy santa.
—Sobrado de dinero y adicto a la nicotina, si no fuera porque lleváis días sin veros esta historia me resultaría familiar —va a la mesa recogiendo el tabaco, se enciende uno y me lo pasa —¿Segura que se llama Dietrich?
—¿Por qué no iba a estarlo?
—Todos los hombres mienten.
—¿Y de qué te suena la historia?
—Una telenovela barata. En ella el hombre engañaba a una mujer con un falso nombre, la conquistaba y le acaba destrozando el corazón. Él era adinerado con severos problemas para mantenerse alejado de la nicotina.
—Debería verla.
—Su final apesta. Pero bueno. Si quieres, puedes ir a celebrar las fiestas con él. Te deseo lo mejor, no me gustaría que se acabará por mi.
—Estoy donde quiero estar —digo, acariciando a Boss.
—Aún así...
—Es un capullo. Si rompen validará mis palabras —participa Alessandro, masticando uno de los adornos con forma de galleta —Solo los capullos se van sin un hasta luego después de romper a las chicas. Lo vi en la tele.
—Eso no es comida —le riñe Hugo.
—Tengo hambre.
—Siempre tienes hambre —le quita el adorno —Mejor cocino algo.
Hugo va a la cocina y Alessandro se arrastra por el suelo hasta llegar a mi altura. Masticando una nueva decoración. Lo que no muerde Boss, lo muerde él.
—También creo que deberías ir. Se está portando aceptable con lo de Hugo, y ayudó con Boss.
—Ya he dicho que...
—Estás donde quieres estar —repite mis anteriores palabras —Si te preocupa Hugo, me puedo encargar. No ha mostrado fuertes signos de abstinencia, así que puedes hacer una pequeña escapada.
—Me quedo.
—Si en algún momento cambias de decisión, cuenta conmigo.
La cena es un festín gracias a las elaboraciones de Hugo. A falta de drogas su presentaciones han mejorado, al igual que el gusto. Lo disfrutamos, aunque quien más lo hace es Alessandro repitiendo, afortunadamente, mi hermano es conocedor de su apetito incansable y ha hecho de más.
A la hora de regalos, sostengo los tres paquetes que he custodiado y peleado durante estos días para que ninguno lo robara. Ni Alessandro, ni Hugo, ni Boss, el cual estuvo apunto de destrozar el suyo a bocados.
—Entrégalos —pidan impacientes, Boss ladra.
—No. Habéis dado mucha guerra y no lo entregaré sin daros antes un castigo.
—¿Jugaremos de nuevo al maniquí? —pregunta Alessandro, pálido. Y niego —¿Qué será esta vez?
—Un beso.
—Te lo doy encantado.
—A mí no. Quiero un beso entre los dos —se le desencaja la mandíbula y Hugo moja los labios con la bebida —Una prueba de vuestro amor antes de abrir los regalos.
—¡No soy g...!
Hugo aplaca el grito con un beso robado, reteniéndolo desde la nunca y moviendo los labios tratando de sentirse correspondido. Aún así, sin resultado, le agarra de la barba y tira de sus labios con un mordisco, aprovechando la apertura para introducir la lengua hasta el fondo. Por otro lado, Alessandro lucha para escapar, sin embargo, la fuerza de mi hermano no lo permite. Empujándolo contra él, enganchando también su cabello corto convirtiéndose en dueño de cada rincón.
Hasta que no es liberado, Alessandro no corre al lavabo, dejando a Hugo con una sonrisa de satisfacción.
—Eres mala, jefa.
—No especifique el lugar.
—¿Ah, no? Creí haber escuchado en la boca —se encoge de hombros —Da igual. Quiero mi regalo.
Se lo lanzo y lo desenvuelve rápido, descubriendo un conjunto de ropa, más calcetines y calzoncillos. Sus ojos se iluminan, yendo a su habitación con prisa mientras Alessandro regresa con cara de fantasma. Eso le pasa por decir que la homosexualidad es una enfermedad.
—Alegra esa cara. Es Nochebuena.
—No me hagas esto, por favor —dice, parece como si quisiera llorar.
¿Quién es el culpable de su dolor?
—Solo fue un besito para reforzar vuestra amistad.
—Por favor.
—¿Quieres un besito mío?
—No —dice tajante, esperaba un sí. Es preocupante ver como le afecta un simple beso —¿Me das mi regalo?
—Nos conocemos poco. Así que perdón si no he acertado —se lo entrego y vuelven las grandes sonrisas.
—No me importa el contenido.
—Debería.
—Es mi primer regalo. Lo quiero experimentar todo. Desde sacudirlo como dijiste, abrirlo tranquilo y ser feliz con el obsequio.
A diferencia de mi hermano, Alessandro abre el regalo sin prisa, despegando poquito a poco la cinta, cuidando que el envoltorio no se rompa. Al terminar, lo dobla hasta que le entra en la cartera. Atesora el papel de estampado navideño como si fuera el auténtico regalo. Estoy expectante, y Hugo se une, somos un par de curiosos, más con la extraña forma en la que actúa nuestro vecino.
—¿Libros? —detecto su decepción.
—Son libros de repostería. Eres muy goloso.
—Gracias —abre uno de ellos. Ignorando las recetas señala la fotografía del cheesecake —¿Crees que el papel tiene el mismo sabor?
—Yo te los iré cocinado —Hugo, le arrebata los libros antes de que tenga ocasión de clavar los dientes al bordillo —Solo encárgate de pagar los ingredientes.
—¿Me haces uno ahora?
—Mañana.
Alessandro le hace un puchero. Aún así, Hugo se mantiene firme en su decisión cruzando los brazos.
—Pues dame mi regalo.
—Vuestro regalo es mi valiosa compañía.
Observo el duelo de miradas mientras Boss se sube al sofá reclamando su regalo y se lo entrego. Una costilla de plástico para que muerda otra cosa que no sean los muebles.
—Mi segundo regalo es una decepción.
—Acostúmbrate a mi pobreza —le dice y viene a besarme la mejilla —Intentaré conseguirte un regalo, jefa. Dame tiempo.
—A mi ya me gusta el regalo de tú compañía.
Alessandro se va a un momento para regresar con nuestros regalos que consisten en dos máscaras simples y un par de sudaderas. Nos miramos con mi hermano sin comprender hasta que el vecino nos muestra la aplicación de Control. Su usuario es Hungry. Uno de mis primeros Controladores.
¿Jughamos?
Si / No
—¿Jughamos? Jugamos va sin h.
—Depende de ellos —dice, ignorando mi corrección —Id poniéndoos las sudaderas y máscaras. Nadie va a salir en pantalla sin ellas. Nuestra identidad tiene que ser secreta.
—Será interesante —Hugo, se prepara mientras dudo —Vamos, jefa. Alessandro y yo te cuidaremos. Rompamos la monotonía.
¿Más?
Lo último que he tenido desde mi cumpleaños es monotonía. Despierto cada mañana sin saber como terminaré el día. Viva o muerte. Desde la aparición de los Salvatore, todo ha cambiado. Incluso robé a Boss con mis amigos presentes.
Evaluando los pros y contra, doy por sentado que lo más peligroso ya lo tengo, así que me equipo para la acción.
—Tenemos respuesta. Hora de jugar —indica Alessandro, equipado con su propia máscara y sudadera. Inicia el directo —¡Controladores! ¡Aclamad mi nombre! —el chat se llena de su apodo mientras el aura calmada que siempre tiene cambia por una determinante y poderosa. Metido en un rol que enloquece a los usuarios adinerados, expectantes al inicio del juego —¡Celebremos la Navidad! ¡Tengo un destino y dos invitados muy especiales! ¡No os desconectéis!
Envuelve el móvil en una tela negra y se saca la máscara.
—Vamos.
Guardamos las máscaras debajo de las sudaderas y salimos sin saber lo que la cabeza de Alessandro planea. Aunque considerando el material, tengo seguro que el sentido de la legalidad no estará muy presente.
El Uber nos deja en la zona portuaria. La alta humedad ambiental se infiltra en los huesos, aún así avanzamos hasta que Alessandro ordena que nos pongamos las máscaras y desenvuelve el móvil enfocando hacia el mar.
—¿Cómo ha ido el apagón? —ni un segundo ha dejado de retransmitir. Tampoco se molesta en leer el chat, aún cuando hay usuarios que le piden que lea algunos de sus comentarios —Estamos cerca de nuestro destino. Y sé lo que os preguntáis. ¿Cuál es?
Enfoca un importante edificio conocido últimamente por, supuestamente, emplear animales para la realización de experimentos no autorizados.
—Admito que me gustan los rumores, más cuando comprobar su veracidad se convierte en un desafío. Y hoy...
—Es imposible entrar —interrumpo.
—¿Lo has intentado?
—No. Pero...
—Sé que es una locura, pero precisamente es porque es una locura que lo vamos a disfrutar. No es la primera vez que hago esto, estuve apunto de hacerlo en la perrera, así que confía en mí. No te pondré en riesgo.
—Técnicamente, entrar ya es un riesgo —dice acertadamente Hugo antes de sumarse a la locura—Me apunto. Necesito adrenalina en sangre.
—Acabaremos en la cárcel —y Derek me castigara.
Dos contra uno. La votación está amañada. No tengo evidencias, pero tampoco dudas. Mi hermano habría votado a mi favor en otra época, sin embargo, he sido traicionado porque le gusta el culito del vecino.
Liderados por Alessandro, el cual muestra ser consciente de lo que hace, evitamos la entrada abarrotes de vigilantes que parece que nos están esperando, aunque podría ser al estar todo retransmitido en directo. Algún miembro de la junta nos puede estar observado camuflado como Controlador.
Nos refugiamos en la penumbra de la noche, esquivando las farolas y actuando como ninjas sin experiencia.
—Por aquí —susurra Alessandro, señalando una segunda entrada custodiada por dos.
—Aún nos podemos retirar.
—Tengo esto planeado.
Sale siendo iluminado, acercándose a los hombres y saludando amistoso, teniendo una breve conexión mientras que le entrega un fajo de billetes.
Accedemos a las instalaciones sin inconvenientes.
—Ahora sí, ahora ha llegado el auténtico momento de jugar. Si digo corred, corremos. Y nunca dejamos a nadie atrás. Entramos unidos, salimos unidos.
Asentimos. Saca un plano del lugar garabateo, demostrando que es cierto que lo tiene calculado. Señala varios puntos donde podrían estar los animales en caso de que los rumores se confirmen.
—¿Qué haremos si hay animales? —pregunto.
—Dependerá de los Controladores.
Nos movemos dando esquinazo a las cámaras de vigilancia, movidos como fantasmas que no pueden ser percibidos, teniendo solo el directo para observarnos, aunque Alessandro no se preocupa mucho de grabar bien. Está más centrado en la misión que en dar un espectáculo. No hace esto por los Controladores, lo hace por su convicción, le gustan los animales. Estoy segura que si hay animales y la encuesta sale mantenerlos en las jaulas, ignorara el resultado sin importar la multa.
A cada paso, florecen los nervios y las pulsaciones, alternándose más cuando se oyen voces cercanas que nos obligan a entrar en la primera puerta. Nos escondemos en el espacio reducido de debajo del escritorio. Tengo dos hombres en cada extremo, son las rebanadas de pan y yo el queso.
Un grupo pasa corriendo. Inspecciona las cercanías como si fueran perros adiestrados con la capacidad de olernos.
—Quizás...
Alessandro me cubre la boca antes de que continúe siendo una molestia parloteando y me indica que guarde silencio. Esperamos acalorados que en algún punto decidan ir a revisar otro lugar. Sin embargo, insisten en permanecer en la zona. Y, de pronto, uno de ellos entra en el despacho enloqueciendo mi respiración. Me ahogo visualizando las botas acercándose hasta que se detiene a escasos centímetros.
Sabe que estamos aquí, sabe que estamos aquí, sabe que estamos aquí, sabe que estamos aquí...
Seguramente, escucha mi corazón sonando como tambor. No es solo olor, también sonido.
Hugo nos observa a través de la máscara y mira los pies, hace un gesto que solo parece comprender Alessandro. Suelta mi boca y me cubre los ojos, lo siguiente que se escucha son golpes. El vigilante grita, apenas un segundo, antes de que el silencio regrese al entorno y vuelva a ver.
Mi hermano está revisando al vigilante inconsciente. Le saca una pistola eléctrica, una tarjeta de acceso y un walkie-talkie, entregando las dos últimas cosas a Alessandro.
—Nos tenemos que dividir —nos dice.
—He dicho unidos —le recuerda, Alessandro.
—No. Has dicho que entramos unidos y salimos unidos, y eso es lo que pasará. Conseguiré otro walkie. Usaremos la línea tres.
Se va antes de que podamos convencerlo de la locura que es separarnos, atrayendo a los vigilantes con gritos e iniciando una carrera que nos despeja el camino.
Vivo una película de terror. Más exactamente, Resident Evil. En algún momento se desatará el caos y aparecerá el primer zombie, así es como pinta la situación al estar dentro de un laboratorio. Seremos mordidos. Ñam, ñam, ñam.
Usamos la tarjeta para revisar cada uno de los puntos claves hasta que en el penúltimo localizamos a los animales enjaulados. No son simples ratas blancas de ojos rojos, hay una gran variedad de especies, algunos más atípicos y otros muy peligrosos. Cerdos, cobayas, conejos, hienas, hurones, osos... Incluso hay una pantera dando vueltas por la jaula sin quitarnos la atención.
—Los rumores eran ciertos —Alessandro, dice lo que pienso.
—¿Y ahora?
—A esperar.
¿Soltamos a los animales?
Si / No
—Soltarlos será peligroso.
—Más peligroso son los hombres que los tienen así.
Cuando la respuesta llega vamos a la sala de los controles. Alessandro investiga el tablero, luciendo como si enfrenta suya estuviera el peor acertijo al que se ha enfrentado y no le culpo. Botones y más botones. Y sin pistas. Voy tocando sin saber cual es el correcto. Entonces, alzo la cabeza mirando el monitor, leyendo el mensaje que parece dedicado a mi.
"¿Estás segura?"
—Si.
El siguiente escrito se hace esperar. Los nervios del principio se transforman en impaciencia. Cambian los conceptos. Visualizo el escenario como una partida de ajedrez deseando hacer jaque mate.
Se apagan las luces dentro la sala. Una pequeña bombilla señala el botón que dar, lo pulso con diversión.
Las jaulas se abren dejando que los inquilinos den sus primeros pasos de libertad, su liberación me bendice con paz, sabiendo que hemos hecho lo correcto, hasta que los carnívoros se lanzan sin piedad sobre los herbívoros. Violencia y mucha sangre, no hay piedad. Cuando los indefensos se acaban, los violentos se lanzan a atacarse como las auténticas bestias salvajes que son.
Un gruñido me hace girar hacia la puerta. Dos brillantes esferas doradas me han etiquetado como su próxima presa. Es grande, negra y de largos bigotes. Da un paso hacía adelante cuando doy uno atrás. Se prepara para saltar. No obstante, acaba golpeándose contra el metal de la puerta porque Alessandro se apresura a cerrar nuestra única salida.
—¿Cómo vais?
—De lujo —responde Alessandro y le avisa: —Ten cuidado, Hugo. Hemos soltado unos cuantos amigos hambrientos.
—¿Más que tú?
—Menos.
—¡Dejad de bromear, idiotas! —grito, antes de dar un salto por el susto que me da la pantera cuando trata de romper el cristal. Me engancho al brazo de Alessandro —¡Sabe que soy deseable! ¡Y no hay salida!
El chat se burla, algunos le piden a Alessandro que abra para que la bestia se coma a la puta, otros apuestan sobre mi vida. No obstante, todos callan cuando aparece Death, el mismo Death de mi chat, el que amenaza y revela información privada de cada usuario, dando nombres reales y direcciones.
—Voy de camino —avisa mi hermano.
—Es demasiado peligroso. Además, tenemos salida —señala la rejilla sobre nuestras cabezas y me calmo, ligeramente—Iremos por los conductos de ventilación.
Alessandro se desenvuelve con soltura. Alcanza la rejilla subiendo a una silla y usa las llaves para aflojar los tornillos, dejando el acceso abierto para cuando me ayuda a escalar dentro la estrechez. Voy primera, gateando. Tengo al sexy vecino pegado a mi trasero.
¿Cómo llegué aquí?
Se supone que las fiestas son para vivir en paz acogidos por el calor de la familia y amistades, no para huir de animales salvajes. Me han estafado. De haber sabido que acabaría la noche con una bestia, hubiera escogido a Derek y su potente amigo. Sus gruñidos causan el mismo impacto de sentirme presa, aún así los mordiscos de mi bestia son placenteros y los de la pantera darán una muerte muy dolorosa si me caza.
Si no fuera por Alessandro y sus conocimientos, los conductos del aire parecerían un laberinto diabólico. Vamos bien. Todo perfecto. Hasta que me detengo a causa de un grito desgarrador.
Disparos, maldiciones y más gritos. El pulso me falla, clavo las uñas en el frío metal que nos soporta encima de un extenso pasillo, el cual veo a través de una nueva rendija que no es el momento ideal para salir.
—Hugo —reclamo.
—¿Qué hay, jefa? Sigo en pie.
Dos hombres huyen de un oso grizzly, no lo suficientemente rápido, ya que de un zarpazo uno vuela contra la pared y el otro desesperado tratando de desenfundar la pistola acaba destripado. Aguanto el vómito enfrente del baño de sangre, sumando en la lista de bestias al oso sádico. Si nos pilla, si averigua que estamos arriba, se volverá en nuestra contra atacando el conducto.
¡Derek! ¡Derek! ¡Derek! ¡Derek!
Seamos amigos, Derek. Ven y sácame de aquí, prometo estar contigo hasta el fin del mundo si es necesario. Pretendo vivir. Tengo que vivir. A alguien le debo el vivir. Tuve que morir aquel día con mis padres. Hombres y mujeres uniformados en negro. Ellos querían matarme. Por alguna razón... Mi cabeza duele.
Cuervos, cientos de cuervos.
Profunda voz, botas militares y...
Duele, es muy doloroso. Tengo dagas atravesando el cerebro mientras olvido como se respira en un puto agujero de metal.
—Muévete —la petición de Alessandro me hace regresar, pero mi cuerpo se mantiene estático —Aunque no es mal lugar, no pretendas vivir aquí.
Intenta por varios minutos convencerme, aún así solo reúno el valor cuando Do I Wanna Know? suena por los altavoces. Se produce un cortocircuito en mis neuronas sabiendo que está conmigo, lo estuvo a través del monitor, ahora me lo recuerda usando una de las canciones de la playlist.
¿Estará cabreado?
Quizás si, quizás no. Sin respuesta definida me alegra ser cuatro y no tres, aún si el extra juega en la distancia, está aquí. Usa sus habilidades sobre el ordenador para protegerme de los cazadores, a pesar de ser quien me indicó el botón para liberarlos, vela por mi seguridad. Pretendo creer eso. Necesito que sea eso, no una venganza por negarme a ir con él.
Avanzo acompañada por más canciones.
Al rato, salimos en un pasillo desierto, siendo en la planta baja el lugar de donde proviene el el caos. Mantenemos un pactado estado de alerta mientras afuera suenan sirenas. El desenlace se encapricha de catastrófico para ellos, ya que no disponen de un Derek.
—¡Manos arriba! —nos apuntan dos agentes por la espalda. Volteamos alzando las manos y nos quedamos quietos —¿Vais armados?
Alessandro parece procesar la pregunta antes de que le brillen los ojos y suelte un comentario típico de Hugo, aunque son iguales:
—¿Cuenta la de abajo? Voy bien cargado.
Los agentes nos detallan agrios y sin mostrar simpatía por el pequeño toque de humor. Nos exigen quitarnos las máscaras, estoy por hacerlo, pero mi compañero no me deja mientras aumenta las provocaciones. Ellos cada vez están más nerviosos, Alessandro más relajado y yo rezo mentalmente a Derek, hasta que se hace el milagro de la bestia a través de un apagón generalizado.
—¡Corre! —grita Alessandro.
Otra persecución para la lista.
El primer minuto transcurre a oscuras, a partir del segundo el camino se ilumina por las luces parpadeantes del sistema de emergencia sin que se activen las alarmas que taladrarían mi cerebro.
Alessandro ha desaparecido.
Corro sola y sin persecutores, hasta caer recibiendo un contundente golpe contra el suelo después de que esté haya temblado. Tengo un periodo de inestabilidad. Sin enfocar, mareada en mitad de un segundo temblor al cual adjudicó como un terremoto a primera instancia, aunque nunca hay de esos en esta zona del país.
Gritos de auxilio, gritos de súplicas.
Hay disparos, explosiones.
Hugo está abajo, Hugo está abajo, Hugo está abajo, Hugo está...
El movimiento cercano me alza levantar mirada. A menos de un salto está la pantera fantaseando con mi bocado y babeando. Imitando la lentitud con la que se aproxima al acecho me voy arrastrando por el suelo manteniendo la distancia. Segundos sentidos como horas. Cuando estoy lista me levanto y corro.
No tengo ruta, únicamente huyo del cazador mientras que las puertas que dividen las secciones se cierran tras nosotros.
La pantera, finalmente, salta. Acabamos en el suelo luchando, gritando por cada zarpazo y conteniendo sus colmillos. Trato de mantener sus dientes lejos de la piel con una fuerza que no me reconozco, una fuerza que no pierdo y que va en aumento, siendo salvada en última instancia por Alessandro, el cual noquea la bestia con un extintor y me ofrece la mano.
Contengo las lágrimas, los gritos. Sangro de brazos, de piernas y de torso, aunque no son profundos. Estoy sangrando y quiero irme de la selva, quiero estar con Derek.
—¡¿Cómo saldremos?!
—¡Por arriba!
Le sigo cuando el rugido de la pantera me recuerda que soy su presa y que no quedaré en el olvido por un golpe, sino que pretende más de mi.
Invadida por la furia, corre velozmente y salta recibiendo su muerte inmediata al ser aplastada con el cierre de la última muerte. Somos salpicados con su sangre mientras la parte delantera cae a nuestros pies, revelando parte de sus intestinos y sin que pueda retener más el vómito. Por otra parte, Alessandro sin ascos, lo agarra por la cabeza abriendo su boca y arrancando los cuatro colmillos que guarda al bolsillo interno de su sudadera.
Subimos al tejado sin más percances.
—¿Y ahora?
—Nos queda lo más simple. Saltar.
—¡¿Estás loco?! ¡Ni respondas a la obviedad!
—Caeremos al mar —me mira las heridas —Dolerá, pero no tanto como ser devorados por los animales salvajes.
—Esperaré a Hugo. Él te dirá lo estúpido que eres.
—Yo estoy afuera, jefa —notifica por el walkie, habiendo sido oyente de cada brutalidad que he soportado —Apresuraros. Hay que irse, antes de que se acabe descontrolando.
—¡No saltaré!
—¿A qué le temes? ¿A la muerte? —Alessandro lanza el móvil al vacío, nos quita la máscara y saca una goma haciéndome una coleta desaliñada. Lo suyo no es peinar —Estúpido miedo. Temer a la muerte significa no vivir, significa imponer limitaciones y ser su esclava.
—La muerte es el final.
—Y el principio.
—Aún así...
—Salta. Demuestra que no vives doblegada y que posees el control de cada maravillosa locura, que tú vida es tuya —me roba un beso corto, un beso que demuestra su sentimiento de valentía enfrente la muerte y que me da impulso para que haga lo mismo —Arriésgate. Así como hago yo. ¿Estás conmigo?
—Mi novio nos observa —susurro.
—Sé que lo hace. Y puede venir que no le temo —dice, aflojando el volumen a mi nivel.
Vamos al borde unidos por las manos y observamos el mar.
—A la de cuatro —decimos en sintonía.
Saltamos al cuatro. Saltamos sin tiempo de pensar en la caída, en los pisos que bajamos de golpe y el aterrizaje al mar. Hundidos dentro del agua me quema la sal en las heridas, tragando agua al soltar el grito y siendo sacada antes de que corra el riesgo de ahogarme en el dolor. Mantenemos el silencio escuchando los disturbios de la entrada.
Animales salen destrozando a su paso, matando a agentes y personal de seguridad. Muy pronto el peligro se expandirá como un virus. Gritarán los ciudadanos, se pedirá que no se muevan de casa mientras la ciudad arde en llamas para detener la matanza de los experimentos carnívoros. Desconozco qué hacían con ellos, aún así sé que nada era limpió e ignorantes recibirán el castigo, todo porque unos cuantos trataron de usurpar el trono de los dioses.
Contengo el aliento con la cercanía de las luces azules tras nosotros.
—Cambiaros.
Volteo con la voz de Hugo. Viste de policía y nos entrega dos uniformes sacados del coche patrulla sin que me dé pena ofrecer un espectáculo de desnudez. Tengo frío y estoy mojada, quiero entrar en calor.
—¿Has robado un patrulla? —Alessandro es incapaz de contener la emoción.
—Un pequeño préstamo —Hugo, le sonríe con gusto.
Hugo atiende mis heridas nada más llegar a casa, sin quitarse el uniforme y con un Alessandro esquivo. Hugo va probando cositas, aún cuando la negación de Alessandro perdura, insinuaciones existen.
—¿Tengo que disculparme? —me pregunta.
—¿Por qué?
—Me excedí al besarte.
—Esto ya está —Hugo, cierra el botiquín y mira a Alessandro, endureciendo la mandíbula cuando le dice: —Son besos, Hund. Los besos pueden ser dados por amor, por amistad o por tocar las pelotas. Yo la he besado mil veces.
—¿Cuándo? —pregunto confusa.
—En mis mejores sueños.
Intento indagar sobre el asunto, arrepentida al segundo que confiesa un sueño erótico. No quiero saber las guarrerías que me hacía, aún así explica de que mi lengua se desenvolvió bien practicando una...
—¡Hasta aquí! ¡Me voy!
—¿Asustada, jefa?
—Acerca eso a mi boca y te quedas sin —le advierto. Voy a por las llaves y el móvil dando otro aviso —Me voy con mi novio. Habéis dejado tan alto el listón que me dará calma sin esfuerzo. Justo lo que necesito.
—No hay paz cuando una polla y un coño se implican, hay guerra puerca.
****
¡Booooom! ¡Como dije, rawwwwwwr! Si, obvio, llevó un par de capítulos escribiendo un mensaje al finalizar, como en los viejos tiempos. Nunca supe porque dejé de hacer eso, pero bueno, aquí estoy de regreso con mis locuras.
En fin, amo este capítulo. Sin embargo, yo soy la escritora, siempre amaré lo que hagan mis chikitos aunque esté mal. Soy mami protectora. Igual de red flag. Tal vez peor. Después de todos, los cree.
Hablemos del siguiente capítulo.
El siguiente capítulo.... Ufffffff, hay un momento de mucha tensión, pero mucha tensión y no del sucio que nos gusta. Narra Derek. Agárrense las calcetas antes de que se les caiga con su paso.
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