024 - FUEGO
CAPÍTULO VEINTICUATRO
DARLEY CRAIG
El viento de la montaña trastea con mi cabello alborotado mientras trato de ganar la batalla a las hojas caídas de la entrada, las mismas que Máximo dice que no barra y las deje ensuciar. Entendería que lo hiciera en la civilización, pero no que lo haga en un lugar donde nos rodean miles de árboles.
Según él pierdo el tiempo, según yo no.
Me gusta el orden. Al igual que me gusta vivir en la montaña, a pesar de que de lunes a viernes voy a la ciudad por estudios, aún cuando podría estudiar a distancia, al señor de la casa le disgusta que no me relacione y deje de hacer las cosas que se consideran normales para una chica de veinte.
Las chicas de ciudad están bien para un rato, pero no comparten mis intereses con el mundo campestre. Lo suyo son las fiestas. Y de fiesta yo nunca he ido, aún cuando invitaciones no me faltan, siempre me excuso con que papá no me deja, a tal punto lo uso que se ha ganado el título del padre más aburrido. Claro que si tuvieran la ocasión de conocerlo sería el de mojabragas. No les culparía, es imposible no encharcarse con su helada supervisión.
A mi desgracia supervisar es su tercera cosa favorita. La primera es Pietro, la segunda es diseñar armas. Y, la tercera, la está practicando ahora mismo desde la distancia.
Ya puedo escuchar su riña.
Ilusa de mí, creía que estaría más rato en su despacho diseñando armas mientras aparenta ser el líder. No es que no lo sea, es que a espaldas de su hermano no está muy puesto con los negocios. Nadie aquí quiere ser el líder, porque todos consideran que el puesto debería ser de Soraya, no obstante, no la quieran ensuciándose con los negocios ilícitos que heredaron con la muerte de Enzo.
Aprovecho que está supervisando para darle repasos a cada segundo.
Eclipsa con sus rasgos italianos, trajes a medida y gesticulaciones frías como el hielo. Es tan frío que, en ocasiones, aguantando nuestras miradas experimento lo que sería estar metida en una ventisca.
Frío, muy frío.
Los dientes me chirrían y me froto las manos, tratando de entrar en calor intencionada a seguir las funciones.
—Darley —se acerca y lo espero —¿Tú y yo no hemos hablado? —mucho, hablar es lo único que se nos da bien —Tus rebeliones con las hojas tiene que acabar, por favor. Hace frío.
Siempre hace frío. Menos cuando me sostiene las manos para comprobar la temperatura y las friega, entonces no solo mis manos entran en calor, si no que ardo con un deseo inadecuado.
—Están heladas —dice, sin soltar.
Me gustaría que fuera más allá, que tuviera la caballerosidad de dejar caer algo servido como excusa para agacharse y subir las manos desde mis tobillos, en un ritual lento mientras se pierde por mi falda.
Extrañamente, me toca con el inverso de la palma en la mejilla. Tanta osadía me altera el corazón, haciendo que vuelva a sostener la escoba a la vez que suplico piedad en silencio.
Esto mata.
—Papá —pronuncio.
—¿Si, hija? —cuestiona alargando la caricia.
—Nada.
Cierro los ojos disfrutando. Aún cuando todo él grita hielo, cuando me toca genera fuego dentro de mí, enciende las fantasías que empleo para otorgarme placer en las noches. Ya van varios cojines que rompo a mordiscos, al ahogar los gemidos que pronuncian su nombre.
El pulgar hace fricción con el labio inferior y abro los ojos de golpe, sin recuperarme del toque soy besada. Ardo en su boca, lo hago a la vez que separo los labios por el bien de mi lengua ansiosa de recibir la suya.
Me aprieta contra él encadenando nuestras lenguas. Soy privada del oxígeno y no me importa, después de tanto, tras años de deseos prohibidos, no me importa que mal me venga sí así lo tengo. Aunque dure un instante, las consecuencias serán algo a lo que no pediré clemencia.
—¿Quieres saber porque detesto que las recojas? —pregunta sin abandonar el beso.
—Si —respondo sofocada.
Soy tumbada encima de las hojas con la gentileza de un caballero que no deja de adorar mis labios con los suyos. Que se atreve a ir a por más, subiendo por las piernas hasta descubrir el charco, el cual deja de importar cuando aparta la tela y pulsa el botón del éxtasis.
—Cada vez que te veo barrer hojas, tan diminuta y limpia, tengo ganas de ensuciarte sobre ellas.
—Eso no es de caballeros.
—Contigo pierdo las formas.
Saca los dedos para escupirlos y prueba el terreno con un primer dedo. Estoy dispuesta para él, solo para él. A sus besos, a sus comprobaciones, a sus penetraciones. Aún jugando con los dedos, no puede dejarme sin conocer el gusto de su bulto entre mis piernas.
—Olvida los preliminares. No te hagas rogar —le suplico.
—¿Segura?
Voy al cierre de su pantalón liberando su delicioso pene. Grande y majestuosa, apenas puedo encajar bien la mano a su alrededor, tratando de complacer al hombre que sirve de mi jefe, de mi padre y de mi amor culposo.
—Darley —jadea.
Me presento a su dureza refregando mi rostro por su largura, sacudiendo y dando un beso en la punta antes de la lamida. Su supervisión me hace mal, me da más gusto cuando lo saboreo hasta alcanzar los testículos. Chupo uno, chupo el otro, los meto a la vez toda babosa sin parar de masturbarlo.
Se le dilatan las pupilas, al fin demuestra ser algo más que un hombre esculpido en hielo.
—¿No dijiste que olvidará los preliminares?
Ya no sé que dije.
Sin ofrecer respuesta engullo el poder y vuelvo a notar sus dedos quemando bajo el uniforme. Activamente, no dejo de tratar con su pene, hasta que me aparato sacando la lengua y acabando el trabajo con la mano. Mayor parte de su semen se derrama sobre la lengua, la otra en mi rostro, el cual queda pegajoso sintiéndome bien. Mejor que el maquillaje.
—Hermosa visión, Darley. Tendrías que hacerlo más a menudo, siempre serás bien recibida en mi cama.
¿Una invitación a la lujuria mientras todos duermen?
Nadie se negaría.
Encandilada por la invitación, pierde una vez más los modelos cuando la introduce de una estocada. Soy follada. Tras una eternidad, finalmente, me toma como un animal sobre las hojas anaranjadas.
¡Aleluya!
—¡Santo Dios! —exclamo.
Y puff...
—No te quiero afuera con este frío.
Se evaporó mi fantasía, regresando a la realidad donde Máximo se preocupa por mis manos congeladas cumpliendo funciones de padre adoptivo, mirándome como su hija y no como un deseo culposo. Maldito papi sexy.
—Pero hay que limpiar.
—Adentro —ordena.
Tengo mucho que discutir con él, pero cuando activa el modo autoritario es mejor cumplir, ya que lo siguiente... Lo siguiente siempre es su riña severa, no un buen polvo de castigo por rebelión.
Doy un par de pasos con las piernas debilitadas y me caigo.
Tengo que dejar de fantasear. Me hace estúpida y torpe, ocasionando más problemas que soluciones. Sin embargo, cuando él me levanta en brazos a causa de los rasguños que me acabo de hacer, sé que si por mi fuera viviría en una constante de torpeza.
—Tienes que mejorar el equilibrio —dice cargándome.
—Lo siento.
Me deja en el sofá, regresa con el botiquín y se arrodilla al suelo para atenderme los pequeñas heridas. Tengo muchas fantasías desbloqueada con estos momentos que no se han dejado de repetir desde que mis hormonas entraron en la adolescencia y me convertí en una patosa. En ellas, frecuentemente, Máximo deja caer el algodón para subir por encima de las rodillas con la boca.
—Tus rodillas tienen que odiarte —más lo odian a él, por no sujetarlas abriéndome de piernas —Apenas te quito las viejas tiritas, ya tengo que ponerte de nuevas. Aprende a caminar, por favor.
—Sé caminar.
También gatear para un día poder subir encima suya a cuatro.
¡Tranquila, Darley!
Nunca existirá un nosotros. Ni por sexo, ni por amor. Estoy condenada a ser su hija desde que me adoptó.
—Demuéstralo.
—¿Caminar o gatear? —me pico la boca y él arquea una ceja muy sexy —Quiero decir. Si me arrastro por el suelo no habrá riesgo de que caiga, así que quizás debería empezar a gatear.
—Las chicas decentes no gatean.
No quiero ser decente.
—Señor —interrumpe Gaspar.
Gaspar es el consejero de Máximo. Un hombre de cincuenta y calvorota de hace años que subió de rango cuando Máximo fue nombrado líder, cargando con los negocios que ignora papá, aún así siempre llega con papeles de autorización. La última palabra siempre pertenece al líder Salvatore.
—¿En qué se me necesita? —pregunta Máximo.
—Tiene una llamada pendiente.
Esta parte no me interesa, así que hago de oídos sordos mientras se suman motivos por el cual mi amor jamás triunfará. Máximo, aún sin haberme puesto las tiritas, me las entrega a mano para que lo haga yo.
Sale y quedo con Gaspar.
—Ya no eres una niña, Darley. Y él es nuestro líder —me recuerda la misma canción de siempre y lo ignoro, poniéndome las titiritas —Lo digo por ti.
—Estoy bien.
—Acaba los estudios, busca un empleo y encuentra la felicidad fuera de aquí —confieso que es el peor plan —Tienes que alejarte. Si él te deja de ver como una niña, acabarás siendo la puta de papá, otra vez.
El golpe cae sobre el pasado. Aguanto las lágrimas, suplico para que no le den a gusto a Gaspar. Detesto al consejero. Seguramente, diga esto por mi bien, aún así le falta mucho para tener los modales de Máximo. Él lo diría de otra manera. O mejor dicho, él nunca sería capaz de mencionar palabra alguna sobre lo que pasó, sobre lo que viví, sobre el motivo por el cuál llegué a esta casa.
—Mereces algo mejor.
—¿A ti?
—Considerando tus gustos hacía los mayores no soy mala opción.
Harta de escuchar palabrería absurda, voy a la paz de mi habitación encontrando un mensaje en el móvil. Lo leo y escribo a Máximo, sin garantías de que responda de inmediato por su llamada, aún así lo hace.
Saldré a comprar los regalos.
Abrígate bien, por favor. Y no vengas tarde. Necesito que cenes con Pietro, ya que debo salir.
Sé lo que significa. Y podría excusarme con una cena de amigas, aún así nunca dejaría que mi hermano pequeño comiera solo, menos cuando va a estar enojado por lo que hace nuestro padre.
Veremos una película sin ti.
Intentaré venir lo antes posible.
Avanzo por el centro comercial seguida a los metros por varios guardaespaldas como si fuera una famosa. Al principio, las primeras veces que salía sola de la mansión, me negaba a ser custodiada, aunque Máximo supo convencerme, asegurando que mi cabeza tenía precio por ser su hija. Sin embargo, era uno, después del trágico suceso de Soraya pasaron a ser cuatro. Vigilando norte, sur, este y oeste.
De pronto, tengo la boca de una pistola en mi cabeza, un brazo femenino envolviéndome y una demanda:
—Ordena a tus perros que se retiren —intenta simular voz de hombre que no le sale para nada bien.
La cuota de sustos con Soraya acabaron el día en que casi muero. Además, reconocería su voz en cualquier sitio.
Siguiendo la película que ha montado, tenso los músculos y relajo la respiración como si estuviera en un secuestro real.
—¡Hazlo! —se impacienta.
Seguramente, crea que se puede ganar un disparo, pero los que van conmigo la reconocerían en cualquier lugar, aún si lleva puesta una máscara de La Casa de Papel. Sus ojos únicos son su mayor traición.
—No es un buen negocio —contengo la risa.
—No pido consejos, solo que se larguen —vuelve a exigir —No juegues conmigo, pelirroja. Acabo de incendiar un vestido.
Tendría que haber llegado antes. Las funciones de mi amiga loca siempre han destacado por su lado cómico y por ser gratuitas.
—De acuerdo —hago un gesto y se alejan —¿Y ahora?
—Sujeta.
Me pasa el móvil en mitad de un directo para Control. En el chat reconozco a dos de los cuatro hermanos, los cuáles deben estar observando con un bol de palomitas entre las piernas, al menos uno de ellos, el otro, como diría Soraya, sucio.
Tengo que instalarlo. Últimamente, he escuchado de la aplicación por los compañeros de uni, pero no fue hasta el otro día que me interesé, cuando Damián presumió de estar disfrutando de las diablillas de Soraya. Claro que no lo hizo desde el principio, ya que en ese caso, habría habido pelea familiar.
—¿Control?
—Camina.
Sigo las instrucciones que va dando mientras que los escoltas nos siguen cuidando la distancia.
—¿Cómo te llamas? —duele su pregunta.
—Darley.
Nos vamos acercando a la salida mientras parece que tiene ciertas lagunas respecto a su plan. De la vieja Soraya esperaría lo peor, pero esta versión la necesito conocer antes de juzgar e intuir su peligro.
—¿Quieres un café? Conozco un buen sitio.
—Te estoy secuestrando.
Leo algo en el chat que me hace detenerme, volteo hacía ella, la hago distraerse señalando su pistola de juguete y le saco la máscara. Luce decepcionada.
—No puedo creer que crea que no sé diferenciar la voz de la mujer del señor Salvatore —le hablo de usted, le doy lo que espera, el trato que le dan todos por las órdenes del segundo hermano.
—Cambie de voz —hace un mohín típico de la vieja Soraya.
—No quiero desilusionarla, pero la actuación no es lo suyo —le devuelve el móvil y cierra el juego —No se preocupe. Seguramente, tenga otras maravillosas cualidades, señora Salvatore. ¿Ha probado la cocina?
Solo Derek comería algo suyo.
—Soy Soraya. Y no me trates de usted.
—Soraya de Salvatore —me burlo a lo que reniega por lo bajo —Eres divertida, Soraya. Tú actuación fue genial, aunque la mía no sé queda atrás, ya que una vieja amiga me enseñó a no ser santa.
—Deja que adivine. La antigua mujer de Derek —alguien necesita urgentemente de las bofetadas de Damián. No lo digo por ella, sino por su hombre —Perdón. Comprendo lo que es perder un ser querido, perdí a mis padres.
A los padres, a los hermanos, al sobrino y su historia, lo perdió absolutamente todo. Afortunadamente, de las cenizas, aún hubo la suerte que quedó Hugo.
—Todos nos pesan las pérdidas. Pero no hablemos de ella.
—¿Órdenes de Derek? —algo así. La orden específicamente es mantened la puta boca callada, el insulto es suyo, mi papá me lavaría la boca si empleará un vocabulario tan grotesco. Al final, le confirmo de cabeza —También ha ordenado no hablarme o eso suponía.
—Te habla mi parte no santa.
—Eres rara —no es la más indicada para hablar —No me extraña que trabajes para ellos.
—No juzgues y vayamos a por el café.
Abrazo su brazo rebosante de energía y felicidad por tenerla de vuelta dirigiéndome al mirador de la última planta. Ocupamos una mesa en la sombra, los escoltas deben conformarse por una más retirada ofreciendo agradables vistas para chicas y mujeres.
Soraya se pone a fumar.
—Fumar es malo, da cáncer.
—Para cáncer ya tengo a Derek.
Vaya. Eso también lo diría la vieja Soraya, aunque se lo diría en la cara, porque su pasatiempo era molestar a Derek. Y él vivía feliz. Eran una pareja pintoresca. Muchos creerían que discutían con sus conversaciones normales, a pesar de ello, eran dos críos compitiendo para decir la peor tontería, antes de pasar a ser dos hambrientos por los besos y el sexo. Ella lo quería, él no. Sigo hablando del sexo, ya que de amor iban servidos los dos.
El camarero nos sirve. Sigue siendo una adicta al latte macchiato, yo al capuchino. También conserva su forma de beberlo, comiendo primero la nata y luego mezclando las capas. Muchas diferencias tampoco hay.
—¿De dónde eres? —gata chismosa, nunca cambia. Y que no lo haga.
—De aquí y de allá. Mamá era americana y pa... Él era escocés. Y nací en Sicilia, aunque luego nos mudamos a Roma. Él trabajaba en la primera mansión de los Salvatore, ubicada en Italia y que siguen usando. Aún así yo sirvo aquí.
—¿Conoces a Máximo de siempre?
—Algo así. Los cuatro hermanos y sus difunto padre vivían aquí, mientras que sus tres tíos y primos lo hacían en Italia. Sobra decir que de esa rama familiar ya no vive ninguno.
—La vida mafiosa es peligrosa.
—Ellos no se consideran como tal. Aún cuando tienen negocios ilegales por todo el globo, no piensan así. Son maravillosos —explico orgullosa.
—No deberías admirar criminales.
—Entiendo el porque lo dices, pero apenas los estás conociendo. Ellos cuidan de la familia. Si a alguno de sus miembros les ocurre algo, lo cortan de raíz, aún si con ello provocan incendios, terremotos y tsunamis.
—¿Algún ejemplo?
—Máximo. Él me salvó cuando era niña, mató a mi padre.
Hundo la cuchara en el capuchino y lo remuevo. Mi pasado es la espina que con el paso del tiempo he aprendido a ignorar, a saber que siempre estará ahí clavada, pero que no dolerá si no lo permito.
—Tenía catorce años.
—¿Cambiamos de tema?
—No, está bien. Si se ignora es peor. Máximo me enseñó a fortalecerme usando el dolor.
Une nuestras manos por encima de la mesa y nos batimos en duelo de pulgares, antes de dar paso a una historia de terror. De esas historias que solo deberían quedar prestadas para libros y pesadillas.
—Sin presión.
—Hace siete años conocí a Máximo y Pietro en una de sus visitas en la mansión de Roma. El monstruo que me engendró estaba trabajando mientras permanecía oculta en los arbustos del jardín. Socializar no se me daba bien. Además, presentaba dificultades a la hora de hablar y rompía a llorar.
>>Aquel día no esperaba ser descubierta. Pero fui pillada por Máximo y entre en pánico. Si ahora crees que da miedo con su porte frío, antes era peor. La cuestión es que tuve tanto miedo que lo primero que hice fue abrirle la cabeza, le tira una piedra sin considerar que lo iba a lastimar. Afortunadamente, no se cabreó.
>>Estaba tan avergonzada que cuando quiso hablar conmigo no me salía palabra y creyó que era muda. Así que me llevó con su hijo de tres años para jugar, aunque yo no estaba para juegos. Cuando Máximo dejó de prestar atención, regrese al escondite y para cuando el monstruo vino a por mi, ellos ya se habían ido. Y seguí con mi estilo de vida aislado sin saber que lo volvería a ver cuatro meses más tarde.
>>La segunda vez estuvo una semana. Ordenó a los hombres que me buscarán, y al estar frente suya, con esa mirada fría, me exigió que me quedará con su hijo y solo podía irme cuando el monstruo venía. Si lo hacía antes, ordenaba de nuevo que me buscaran y me reñía por escapar.
>>La tercera vez que vino a visitarnos, se sentó a hablar conmigo, cuestionando porque siempre huía. No dije nada. Sin embargo, Máximo es inteligente, y sabía que tras mi aislamiento se escondía algo más. Preferí callar, así que mantuvo una conversación con el monstruo. Aunque obviamente él no aportó nada. No le contó que tenía problemas con el alcohol, que en ocasiones, se emborrachaba tanto que olvidaba que era su hija y me golpeaba hasta perder el conocimiento. Ese comportamiento tan inhumano inició cuando mi madre falleció.
>>Antes de irse insistió en que fuera con él, pero estúpidamente me negué, creyendo que mi lugar era al lado del monstruo, el cual fue advertido que si yo caía, él lo haría. Aquella noche...
Me atacan las lágrimas que decido ignorar para seguir. Es mi pasado, está ahí, pero ya no volverá. El monstruo está muerto. Se terminó mi infierno hace siete años y no regresará.
>>Cuando me llevó a casa, al igual que todas las noches, bebió, me empezó a insultar y vinieron los golpes, más fuerte que nunca, cuestionando porque el hijo mayor de Enzo había puesto los ojos en mi. Intentando descubrir el porqué, él abusó de mí en términos físicos y sexuales. La primera vez de muchas. Dejó de llevarme a la mansión, atándome cada mañana antes de partir, asegurándose que no pudiera escapar y pedir ayuda.
>>Era repugnante. Siendo niña sabía que tan malo era, que era algo para no olvidar y me inculpable de ello, por no hablar cuando se me dio la oportunidad. Si tan solo hubiera dicho que me golpeaba, me hubiera salvado antes de...
Soraya me acuna entre sus brazos mientras libero en lágrimas la pesada carga. Está ahí, siempre estará ahí, soy más fuerte que ello, pero cuando habló es imposible no llorar por el pasado.
—Cuando alguien abusa de ti continuamente, llega un punto en que no deseas seguir respirando. Rezas e imploras el fin.
—¿Y qué pasó?
>>Máximo regresó. Sin avisar y sin Pietro. Era incapaz de dejar de pensar en mí y que me estuviera pasando algo malo. Exigió una y otra vez por mi presencia, pero nadie era capaz de contestarle. El monstruo huyó antes de que le diera caza.
>>Llegó y me metió en el maletero, tratando de escapar lo antes posible. Sin embargo, Máximo recurrió a su segundo hermano y sus cualidades de hacker. Nos encontró en un motel de carretera con el monstruo subido encima mía, subido sobre una niña de catorce años, indefensa y aterrorizada. No dudo en lanzarse a por el monstruo, no falló ninguno de los golpes mientras sus hombres se encargaban de mi para que los médicos de la familia me pudieran atender.
>>Tras eso me adoptó. Me trajo a España haciéndose cargo de mi educación, asignándome psicólogos y ofreciéndome el refugio de sus brazos en las noches en que el terror no me permitía dormir.
>>Tengo una gran deuda y jamás la podré pagar, pero trato de mantener la casa limpió junto al personal y cocinar. Disfruta de mi comida.
—A los hombres les gusta comer y cocinar es complicado. Te lo digo yo que soy experta en quemar sartenes.
Solo Soraya tiene la capacidad de hacerme reír tras explicar mi trágica historia. Lo hizo la primera vez, y ahora lo vuelve a conseguir.
—Algunos prefieren cocinar ellos —me limpió las lágrimas y sonrió, pensando en lo dispuesto que está Derek por cocinar, todo con tal que ella no lo haga —Máximo le gusta mi comida, pero también sabe cocinar. Él le dio las primeras clases de cocina a su hermano, porque conmigo se rehusó.
Aquel entonces tenía pánico de él. Sin embargo, la solucionará de problemas aquí presente, lo logró. Desapareció el miedo. Aunque el método que empleó, siempre será un secreto a oídos de Máximo. Así nos los hizo jurar Derek.
—¿Por qué?
—Información clasificada.
Cambiamos el tema y lo agradezco, disfrutamos del café poniéndome el día sobre sus dos años de ausencia. Aunque habla poco de Hugo, como si lo estuviera ocultando con miedo que llegué a oídos de Derek. Si tan solo supiera que ellos dos son los mejores amigos, si tan solo recordará, no habría secretos.
—¿Te puedo pedir un favor?
—Lo que sea.
—Derek me pidió comprar regalos, pero no conozco sus gustos y creo que tú podrías aportarme algo de luz —une la manos en una plegaria.
Sé lo que le gusta él, le gusta ella.
—¿Así que por eso el secuestro?
—Yo quería saludarte, fueron los Controladores que votaron por el susto .
Se de dos que lo habrán hecho y, uno de ellos, de poder habría votado todo lo que hubiera permitido el pulgar. Damián adora su sadismo. Han sido incontables las noches que han realizado diabluras por la ciudad a espaldas de Derek.
—Excusas. De haber querido saludar no hubieras recurrido al juego, pero tú parte malvada lo quería.
—Quizás un poquitín.
—Te ayudaré. También vine a por regalos y tenemos cuatro hombres dispuestos a cargar los regalos —los guardaespaldas nos miran sintiéndose observados —Aunque yo también tengo algo que pedir. Juguemos a Control.
El resto del día lo pasamos de tiendas y compartiendo decisiones con los Controladores. Algunas cosas son sobre las compras, otras de fechoría que brillan por ausencia de peligro y que como mucho nos aportan una riña de un segurata por escribir en un banco.
—¿Y qué le gusta a Derek?
—A él le gustas tú.
—Digo de regalo.
—La respuesta sigue siendo tú.
La arrastro a una tienda de lencería femenina, localizando la zona más candente y con el color predilecto. Lleno sus manos con varios modelos y la envío de una nalgada al vestidor. Improvisamos un desfile donde todas mueren de envidia.
Soraya es belleza. La palabra fue escrita para ella, los genios saben que tengo razón y los tontos también por cómo se les mueve la colita enfrente de algo que parece haber sido arrancado del cielo. Y digo que parece, porque su verdadero origen es el de las catacumbas del infierno.
—Presume Soraya. A ti no te dieron atributos para esconderlos —digo agarrando sus tetas redondas y manejables. Cierto ex virgen habrá disfrutado mucho al desvirgarse con esta preciosidad —Son para exhibir.
—¿La impertinencia de los Salvatore es contagiosa, pequitas?
Quiero brincar de alegría. Acaba de decir el apodo que me dio, el mismo por el cual me llama Derek y que él aprendió antes de poder retener mi nombre.
—El único impertinente es tú hombre.
La empujo de nuevo al vestidor y asoma la cabeza.
—¿Por qué no lo llamas por su nombre?
—A él no le gusta. Nadie usa su nombre para referirse a él, menos tú. Eres su consentida.
—¿Siempre es tan raro?
—Es especial.
Cuarenta y cuatro prendas después, finalmente logramos encontrar el adecuado para que Derek se le caiga la baba, aunque también lo hubiera hecho con las otras, pero buscaba el envoltorio perfecto para la perfección.
—Ya lo tengo todo —anuncia, pasando la tarjeta —¿Me puedes hablar de los hermanos que desconozco? Sé que sonará absurdo, pero tengo la necesidad de comprarles algo.
Nada de absurdo, es normal. Quizás su mente los ha olvidado, pero el corazón no, y ellos ocupaban un alto porcentaje.
—A Damián le gustan los kimonos.
—Damián es...
—El tercer hermano —su mejor amigo varón, el título de mejor amiga me lo guardo para mi.
—¿Y el cuarto?
—¡Vayamos a por el kimono!
Me la llevo antes de que siga preguntando, ya que no sé qué responder considerando que no conozco a Giovanni. Si alguna de sus personalidad, pero no nada del verdadero. Y, dudo mucho que se lo pueda explicar, sería muy caótico, tanto que el caos lo prefiero dejar en manos de Derek.
Con todas las compras listas y con dos bebidas energizantes, nos disponemos a salir hasta que las noticias en televisión captan nuestra atención.
—Antonio Díaz. Presunto narcotraficante ha sido encontrado está madrugada colgado de la ventana de su piso, presentaba más de setenta puñaladas en su cuello y fuentes policiales apuntan que fue un ajuste de cuentas.
Antonio Díaz, Antonio Díaz, Antonio... Muestran una imagen típica del carnet de conducir. Era uno de los camellos de los Salvatore.
—Ojalá se pudran todos.
Un guardaespaldas hace un gesto para que me acerque a ver el mensaje que a escrito en el móvil.
GUNTHER
A continuación, hace otro gesto para que mire mi móvil, tengo un mensaje para que regresé antes. Esto no puede ser cosa de Gunther, él no apuñala cuellos, ni los cuelga, corta cabezas y encarga que otros limpien los restos.
Vuelvo con Soraya.
—Tengo que irme. Se hace tarde y reclaman la cena —miento, lo hago por su bien.
—Gracias por todo. No sé qué habría hecho sin ti.
—Para algo están las amigas —me abraza con fuerza y no la quiero soltar, aunque lo hago —Me llevaré los regalos de los Salvatore. Así no debes preocuparte cuando vengas en Navidad.
—No he dicho que vaya a ir.
—Romperás el corazón de un niño.
—¿Es alguna clase de chantaje emocional?
—Puedes dar fe que sí.
—Hugo, mi hermano, está enfermo y debo estar con él.
¿Enfermo? ¿Hugo? ¿Habla del hombre que goza de salud de hierro y qué puede haber matado a un trabajador?
—Seguro que encuentras un espacio —le doy dos besos y ordeno a uno de los escoltas que la lleve a casa —Te lo presto. Lo quiero de regreso de una pieza.
A solas contesto el mensaje que he recibido teniendo una leve sospecha de lo que está ocurriendo. Informo que Hugo, muy posiblemente, haya caído involuntariamente en las drogas por culpa de Laura.
Ella nunca me gustó. Soraya tampoco le gustaba y me lo compartió, en una de esas tardes en que compartimos chismes alejados de los Salvatore. Ella soñaba con una vida de lujos. Y lo logró a través de una tragedia. De alguna forma, llegó envenenar a Hugo, dejándolo listo para la muerte.
Son sospechas. Pero. Creo en mi intuición.
Hugo, más conocido como Gunther, se está muriendo y hay que ponerle solución inmediatamente. Aún creo en su salvación. Existe Derek.
****
*insertar música de suspense aquí*
*c va a mirar quien narra el siguiente capítulo.
¡OMG! ¡Glaciar!
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