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023 - LA MUJER DE UN SALVATORE


CAPÍTULO VEINTITRÉS

SORAYA AGUILAR


Estoy agusto en la cama abrazada por mi hermano, sintiéndome protegida del frío matutino mientras Boss descansa en nuestros pies. Hemos ampliado la familia y espero... No, no espero, sino que ansío que Derek haya podido solventar el desliz con la perrera.

Hugo se despierta y me regala una mirada soñolienta, acompañado de una nariz moratonada.

—¿Has dormido bien? —me pregunta.

—¿Qué le ha pasado a tú nariz?

—Me dí contra algo duro.

—¿Qué tan duro?

—Tan duro como la cabeza de Alessandro —entrecierro los ojos y suspira hondo y afligido —No peleamos, si es eso lo que te preocupa. Forcé una situación incómoda con alguien que dice no ser gay.

—¿Trataste de besarlo?

—Iré a preparar el desayuno.

Sale de la cama con la camiseta puesta. Al fin, duerme conmigo como una persona correcta y no siendo experto nudista.

—No huyas.

—Si, lo intente y recibí mi merecido. No hay porque tocar el tema.

Trágico, después de lo que hizo Laura, la primera persona con quien intenta tener algo lo rechaza de un cabezazo. Tiene un vicio improductivo de elegir a quienes le aportan problemas. No digo que Alessandro sea malo, adoro tenerlo cerca, aún así debe respetar sus complejos.

Quedo sola y busco esperanzada un mensaje de Derek, el cual diga que estamos a salvó de los traficantes de perros, sin embargo, a falta de una escrito, soy yo quien da pie a una conversación.


Hola


Ni un visto.

No entiendo su modo operandi, es un acosador, debería desvivirse recibiendo un mensaje mío. Pero no es así. Fijo está con putas. O su secretaria británica, tan puta como las que se dedican por profesión.

Aprovecho para ducharme.

Bajo el agua pienso en la cita de ayer. Quedamos por mi interés, aún así acabamos teniendo una agradable tarde de pareja, tomando café y sus labios, cada vez que proponía un beso al que no quise negarme. 

Nuestra relación parecía auténtica. Aún así, no puedo engañarme, cuando menos lo espere regresará el villano y viviré un tormento peor al conocido, después de todo, tras la calma siempre viene la tormenta. Es ley de vida.

Termino la ducha, pasando por el salón, distraída.

—¡Joder! ¡No sé que es más delicioso! —brama Alessandro, saboreándome en mirada al igual que come el croissant.

—Tú sigue así y te quedas sin cuello —Hugo, pasa el pulgar por su garganta.

—Es que...

—No hay que dudar. Es más sabrosa ella.

Ruedo los ojos y me voy a vestir con un jersey azul y pantalones ajustados. Estoy atándome el cabello cuando tocan la puerta dando. Doy la petición de la invasión, sabiendo que es Alessandro, Hugo jamás se corrige.

—Tenemos que hablar —sus ojos descienden por mi cuerpo.

—Mis ojos están arriba.

Quizás deba creer que es hetero, aunque su forme de negarse al opuesto no me genera tal sensación, aún habiendo rechazado a Hugo, mi hermano lo ha dicho, forzó la situación.

—Sigo en shock.

—Tengo novio —le recuerdo.

—No planeo acostarme contigo. Aunque eso no significa que no pueda decir lo buena que estás, más si eso le molesta a él. 

—¿De qué quieres hablar?

—De Boss. Han llamado de la perrera —se me estrecha el corazón imaginando el peor escenario —Tenía razón, había tráfico de perros. Ayer detuvieron a los implicados y reorganizaron plantilla. El nuevo director nos deja quedarnos el perro.

—¿Y eso?

El nombre de Derek resuena en mi cabeza mientras mi niña interior celebra haber enviado a un matón.

—Lo pidió el hombre que envió la policía.

—Vaya casualidad.

Si, si fue Derek.

—¿Casualidad? ¿Así llamas al capullo?

—No sé de qué hablas, lo siento.

—El ignorante sobre esto es Hugo, no yo —cruza los brazos y niega —Sigo creyendo que es un capullo, tampoco me alegra que hayas tenido que recurrir a él, no sin saber que te pidió por el favor.

—Nada.

—Tienes que mantenerte, Soraya. Hugo está mejor cuando te tiene cerca, por ese motivo, debes mantenerte y no irte cada vez que el otro te reclame. Él es tú hermano, él es tú familia y no otro. Tiene que ser agradable tener un hermano, así que se buena hermana.  

—¿Me riñes?

—No sé hacer eso —se gira con intención de salir, no sin antes añadir —Dale las gracias al capullo. Si es cierto que no pidió nada, lo mínimo que puedes hacer es darle las gracias por los perros salvados.

Salto a la cama y reprimo el grito de emoción, estoy eufórica porque la bestia ha ayudado. 

Escribo un segundo mensaje.


Gracias


Nada, que sigue sin estar.

Antes de reunirme con mis chicos llega una llamada y contesto apresurada.

—Hola, Bird.

Su voz agitada me da mala espina, es igual a como respiraba mientras el censurable y después. Ejercicio de alto voltaje. Sin mí, en las piernas de otra. De la secretaria o una de sus putas, tiene a donde elegir. 

—¿Qué hacías?

—En...

—¡Mentira!

—Pe...

—¡Mentiroso!

—¿Puedo hablar?

—¡No! —le cuelgo.

Me atraganto del aire cuando me envía la fotografía de él con la zorra de turno y una frase que me consume. Tengo algo húmedo, pero no diré que es el coño que no queda fino.

Derek en chándal y una toalla colgada al hombro. Su piel se ve exquisita con el sudor que empapa la camiseta, a su lado está la máquina de pesas y de fondo el gimnasio Salvatore.


¿Celosa de las pesas?


¡Maldito!

Devuelvo la llamada esperando lo peor, sin embargo, lo peor es para mi entrepierna inundada con la gravedad de su voz, la cual manifiesta:

—Solo contigo, Bird.

—¿De qué hablas? —me arden las mejillas.

—Por supuesto. Finjamos locura pasajera.

—Llamaba para agradecer lo de Boss —digo con voz regular.

—¿Nerviosa? Normal, tú hombre te enciende.

—No enciendes nada.

—Tengo tanto que enseñarte. Tantas palabras sucias, poses indecentes y castigos que te harán adorarme.

¡Joder!

Que alguien detenga a este hombre.

—Cuando tú hermano esté mejor te daré el honor de conocer el infierno, ya que el cielo sabe a poco y quiero consumirte de cuatro mil maneras.

—¡Calla!

Cada vez estoy peor. Necesito de una sesión, una pequeña, muy pequeña de la dosis que me dio. Involuntariamente, la mano va hacía abajo mientras que lo tengo en pantalla ofreciendo un espectáculo visual.

—Eso es mío.

—¿Quieres que lo toque para ti? —le propongo.

—No te diría que no, pero estoy mal ubicado y tú debes ir a comprar los regalos que prometiste —corrección, regalos que impuso.

—Aburrido —retiro la mano.

—Ve a comprar.

—No tengo dinero.

—Te guste o no, tienes la tarjeta. Además, lo estoy pidiendo bien, a malas podría corregir lo de la perrera y te quedarías sin el pulgoso. ¿No tienes pena por lo que le harían?

¡Hijo de puta!

—Con eso no se juega.

—¿Te recuerdo el número?

—Trece, once. Nuestro cumpleaños. Aún así no sé qué comprar. Si pudieras darme una pista...

—Ese no es mi problema.

Camino por el centro comercial. Alessandro y Hugo querían venir, aunque he logrado quitarles el deseo con la promesa de regalos. Curiosamente, Hugo ha tenido que explicar a Alessandro en qué consisten los regalos y las festividades en general. Lo de las fiestas ya se lo había contado con anterioridad, aún así hay detalles que se le escapan, es como si nunca hubiera escuchado la palabra Navidad.

Investigo por los escaparates decorados.

Entro en una tienda de ropa corriendo el riesgo de ser clásica, sin embargo, Hugo necesita un par de jerséis y un pantalón, ya que le queda poca cosa, considerando que lleva mucho sin comprarse nada decente.

—¿Te puedo ayudar en algo? —pregunta la dependiente.

Su mirada de superior me irrita, al igual que la sonrisa más falsa que la de mis antiguas compañeras de clase. Las del grupo popular, las que atraían las fantasías de los chicos y se ofrecían en privado. Tenían la costumbre de lucir lo más rompedor del momento, cargando uñas postizas y sonrisas de hienas, con un mal gusto por el maquillaje que ocasionalmente provocaban arcadas.

También tenían por costumbre burlarse de las que excluían, ayudados por los chicos que conquistaban en el lavabo, usando su boquita sucia, la misma que perfilaban con potentes rojos de puticlub. 

No sé qué fue de ellos.

—Estoy mirando.

—Por supuesto, querida —pega la mano en la prenda que iba a ver —No quiero ser grosera, pero no quiero que pierdas tú tiempo. Es evidente que no te puedes permitir ninguno de nuestros artículos.

—¿Perdona?

—¿Te has visto en el espejo?

Alzo la cabeza tratando de ubicarme y, para mi sorpresa, estaba tan en lo mío que accidentalmente he entrado a una tienda encargada de vender altas marcas francesas, de esas marcas que te hacen doler los dos riñones. Sin embargo, accidente o no, ahora no pienso irme porque lo diga una maleducada.

—Te acompañaré a la salida.

No, creo que no.

—¿Cuánto cuesta? —pregunto por el jersey.

—Cielos, no me hagas perder el tiempo.

—¿Cuánto cuesta? —repito, cruzando miradas.

—Inalcanzable para ti.

—Tengo dinero.

—Oh, querida. No seas ridícula —me crujen los nervios con su risita superficial.

—Hagamos una prueba.

—Ya te he dicho que no haga... —antes de que pueda terminar de sacar mi tarjeta, me la quita de las manos —¿A quién has robado?

—Es mía.

—No soy estúpida.

Tiene razón. Estúpida le queda corta. Tengo ganas de atizar su nariz operada, pero sin ánimos suficientes para que me echen, recurro al comodín realizando la llamada para quien será su terror.

—¿Ya tienes los regalos? —pregunta Derek.

—N... No... No... —balbuceo, me meto en el personaje de una chica indefensa mientras paso la manga por debajo del ojo quitando lágrimas invisibles —Derek... Derek... Y... yo... yo...

—¿Qué pasa? ¿Por qué llorás?

—M... me han quitado... Me han quitado la tarjeta. Yo quería comprar, pero me han llamado lad...ladrona y... y... Mi tarjeta —hipeo realista.

—Tranquila, Bird. Cuéntame todo —le doy los detalles, incluso exagero en el comportamiento nefasto de la dependienta —Pásame con esa puta cucaracha.

—Para ti, querida —digo imitando su falsa sonrisa y alargando el móvil.

—Sara, Señor —a pesar del cagante maquillaje, puedo ver como su piel palidece blanca como la tiza —Señor, yo... —sus lágrimas si son reales —Si, Señor.

Tengo el móvil de vuelta.

—Espalda recta, mentón alzado y mirada empoderada —obedezco sintiendo una corriente de poder —¿Sé siente bien?

—Si —joder, si. 

—Perfecto. Te dejo el castigo. Bird —me cuelga.

—Lo... lo lamento, Señora Salva...

—Salvatore. Señora Salvatore —no me gusta, pero aplicado a mi beneficio es interesante cargar el apellido.

—Lo envolveré y si...

—¿Acaso he dicho que quiero esa porquería? Por favor, no seas ridícula. Tengo mejor gusto.

Me desplazo por la tienda como si fuera la dueña, siendo perseguida por el estorbo lame culo, la cual suelta maravillas de las prendas a las que echo un vistazo y aborrezco tras el trato recibido. No soy de pisotear, en realidad, era la chica que recibía las burlas de sus compañeros, no obstante, ahora quiero dañar.

Sostengo un vestido de seda, miro como me queda por encima y la dependiente hace correr su lengua.

—Muy buen gusto, Señora. Si me lo permite, le queda...

—Vulgar.

Lo lanzo al suelo seguido de tres vestidos más. Definitivamente, el estilo francés no va conmigo. No obstante, le doy buen uso, lanzando y haciendo que la cucaracha se arrodille a recoger, pisoteando el orgullo con el que pisotea a pobres. 

—Querida —me mira desde el suelo mientras posicionó el pie sobre su mano —¿Acaso he dicho yo que lo recojas?

Piso con fuerza, hago presión y restriego, provocando el aullido de dolor que atrae a sus compañeras a socorrerla, a la vez que le rompo un par de dedos escuchados con placer a mis oídos. 

—¿Qué crees que haces? —cuestiona una don nadie.

—Pido amablemente que abandone nuestro establecimiento —dice la otra.

—Es la mujer de un Salvatore —les cuenta la patética Sara.

Se callan haciendo señas a los de seguridad para que se mantengan al margen y siga divirtiéndome. Me pongo unas gafas valoradas en quince mil escalofriantes euros y me admito en el espejo, son feísimas.

—¿Me quedan bien?

—Perfectas —responden sincronizadas.

—No queridas. Un poquito de honestidad, por favor —me las quito jugando con las varillas. Ahora ellas deberían mirarse a un espejo, lucen como si les estuviera apunto de dar un ataque de ansiedad —¿Cuál es el vestido más caro?

Soy guiada entre elogios hasta el maniquí vestido con la pieza más horrible que haya contemplado la sociedad. Insípida, sin gracia. Más que un vestido de gala, parece para ir a un funeral, teniendo el negro como su único protagonista, parecido la copia cara del hábito de una monja.

—Dior. Está de exposición, pero...

—Precio, querida.

—Setecientos mil euros —vergonzoso.

—Maravilloso. No me gustaría sonar grosera, pero es una pieza que jamás podéis adquirir. Aún reuniendo vuestros sueldos de una vida, de vuestras tres vidas —específico son una pequeña sonrisa vil y remato: —Sorpresa. Yo sí puedo. Uno, dos, tres, cuatro... Los que quiera, queridas.

—Disculpe, Señora. Solo tenemos este.

—Con este es suficiente. Vayamos a pagar.

Espero en un sillón que lo envuelvan, tomando un sorbo de café con leche de una taza de fina porcelana, la cual pienso hacer pedazos una vez que esté todo listo para la guinda del pastel.

Invito a Controladores a unirse a la diversión.


¿Cómo destruye un vestido de 700.000€?

Quemando / Cortando


Esperando la respuesta percibo un cambio en el nick. He pasado de ser Bird, a ser Anaideia, diosa griega de la crueldad. Primero me hackea la cuenta de Spotify, luego el móvil y ahora Control. Aparte del castigo a las dependientes, tendré que pensar en uno para el señor cambia alias.

Intento regresar al nick de Bird sin éxito al no estar disponible. No por usuario, ya que me aseguro de ello, sino por el gusto de Derek.

—Su vestido está listo —me comunican.

Mantengo la espalda recta y el mentón alzado al levantarme dejando caer la taza en las losas. Voy directamente al mostrador donde esperan las sonrisas ficticias, recibo el vestido en una caja y les presto la tarjeta para que cobren.

—Muchas gracias por la compra. Que tengas buen dia, Señora Salvatore.

Hacen una reverencia bastante cómica y creo estar soñando con un agradable sueño de empoderamiento. Uno en que soy diva y fabulosa, teniendo el poder de hacer lo que se me encapriche.

—No. Si todavía no me voy —aclaro.

Le pido a una de ellas que sostenga el móvil dando inicio el directo. Sonrío radiante y saludo agitando efusiva las manos.

—¡¿Me extrañaron, Controladores?! Yo no. Son cosas del amor no correspondido y la toxicidad que nos tenemos —el chat se llena de corazones rotos —No me lloréis, por favor. Si vosotros lloráis, yo también. Y vinimos a divertirnos.

Giro el dedo para que la dependienta haga un plano general de toda la tienda y termine enfocando la caja que guarda el vestido, la misma caja que agito como si fuera un huevo sorpresa.

—¿Os muestro el vestido?

Ahora, el chat se llena de sí.

—Antes que nada. Nuestras queridas acompañantes, hermosas y esperemos que agradecidas en voz,  nos cantarán un hermoso villancico.

Se ponen a cantar temerosas a las consecuencias.

Los Controladores me desean buenas fiestas, incluso alguno, como en el caso de Conquest, me proponen planes para Navidad. Aún así, si no voy aceptar los planes de Derek, mucho menos lo haré con desconocidos. Incluso Death lo manda a callar, asegurando que ya tengo planes y que no sea pesado.

—Hoy he sido humillada, juzgada y pisoteada por la empleada del mes. Un paso adelante, querida —se adelanta y llegan insultos escritos y caras enojadas para la dependienta que agacha la cabeza —Así que me he dado un capricho. He comprado el vestido más caro.

Desenvuelvo el paquete mientras por el hilo musical suena una canción familiar, aún así no soy capaz de poner el hombre, al menos por ahora.

—¿Qué canción es?

—Gangsta de Kehlani. Conocida por Escuadrón Suicida.

Ah, por eso la reconocía. Vi la película. Adoro a Harley.

—Me gusta.

Muestro el vestido en cámara. Continúa siendo igual de aburrido que cuando estaba expuesto y me han dicho el precio, una cantidad desorbitada, tristemente, cantidad que alimentaría mil familias que ahora mueren de hambre, en un mundo desequilibrado, donde las riquezas no son compartidas con los mejores desfavorecidos.  

—Un cigarro, por favor.

Recibo un paquete y un encendedor, enciendo un cigarro

—Controladores, Controladoras y queridas. ¡Qué se haga el fuego!

Uso el encendedor incendiando el vestido con una pequeña llama que se expande y desencaja las mandíbulas de las empleadas. Y, antes de quemarme, lo lanzo contra otras prendas.

El caos se desata y me despido:

—Nos vemos, queridas.

Me voy deteniendo el directo y con los seguratas corriendo para apagar el fuego.

Alejándome me cuestiono lo que he hecho, incluso me parece una fantasía de lo que me gustaría haber cometido cuando la arpía ha abierto su bocaza, aunque los cuatro mil euros logrados en Control verifican la realidad.

Voy a calmarme a una cafetería con mi delicioso café.

Estoy enloqueciendo a causa de Derek. Aunque no desmentiré el placer que tengo y lo que haría de tenerlo delante, brincando encima suya, disfrutando de los orgasmos que decepcionan por su ausencia.

Disfrutando del café y rompiendo la dieta con dos donuts de chispitas crujientes, centro los pensamientos en los regalos. Tengo que comprarlos ya. No obstante, el recuerdo traicionero de los embates me distraen y solo pienso en la necesidad urgente que tengo de ser empotrada por cierto semental.

Algo está muy mal.

Doy un sorbo al café y una calada profunda cuando entra la multitud desfila una pelirroja. Anda distraída con el móvil, vistiendo de calle y el cabello atado en dos trenzas. 

Es mi solución a los regalos. Aunque tengo un obstáculo de por medio, el silencio ordenan. Tiene que hablar. A buenas o malas, he de conseguir que la supuesta hija de Máximo me hable. Y, por una buena causa, recurro a Control.


¿Qué debería hacer con alguien que no puede hablarme?

Saludo / Susto


****

Se viene cierta pelirroja en el siguiente capítulo, me refiero que cierta roja estará narrando y nos contará cositas, muchas cositas, jijijijiji.

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