020 - HERMANO
CAPÍTULO VEINTE
SORAYA AGUILAR
La primera vez bajando las escaleras a la espalda de Alessandro no tuvimos suerte de caernos, subiendo tenemos la misma. Lo agradezco, en está ocasión no estoy con el modo destruir activado.
Quiero llegar a la comodidad de la cama de tornillos oxidados y dormir como si no hubiera un mañana.
—¿Qué haces con ese? —pregunta despectivo.
—¿Qué haces herido?
Silencio. Hay silencio en la subida de varios pisos hasta que vuelve a hablar con una obviedad.
—He preguntado primero.
—Y yo segunda.
Blanquea los ojos llegando al último escalón y le respondo con una mueca infantil, provocando la sutileza de su sonrisa herida. Me preocupa. He conocido en él un gran chico alocado, inmaduro y bocazas.
"Chúpame la polla" —le dijo a mi acosador.
Dado que no practico el italiano, no sé qué más han hablado, pero estoy seguro que no ha sido nada positivo. Si continúan estos encuentros, está muerto, Derek lo matará como el asesino que es.
Alessandro avanza ignorando mi puerta.
—¿Olvidas dónde vivo?
—Voy a secuestrarte un rato para que no se diga que solo el capullo puede hacerlo.
Se detiene en su entrada, me ayuda a bajar y me retiene para que no caiga como un ciervo recién nacido.
Los primeros pasos me matan, aunque pronto me quedo quieta dando un vistazo al apartamento de Alessandro.
Vivimos en el mismo bloque antiguo. Sin embargo, comparando las viviendas, son la noche y el día. Nuestros muebles lloran desconsolados para que les adelanten la jubilación, los suyos muestran un aspecto fresco, como si recién los hubieran comprado. Además, huelen a caro, mezclado con pintura fresca en las paredes. Claro que también se le ha olvidado quitar el precio a uno de los objetos, el cual decido ignorar por el dolor que causa a mis bolsillos vacíos.
—Tienes buen gusto.
—Supongo —se pasa la mano bajando el cabello —El tener dinero ayuda. Es gracias a Control y mi nivel de popularidad dentro del juego.
—¿Hay ranking?
—Si, soy el primero —la noticia me pilla por sorpresa, aunque no he de preocuparme de que me entre alguna mosca, ya que aparte de haber renovado el mobiliario, hay una limpieza profunda. Capaz tenga asistente —¿Tienes hambre? Tengo toda la comida chatarra del mundo con cantidades indecentes de azúcares, grasas y sal —se cambia el jersey por una camiseta corta, tarda el tiempo suficiente para que pueda enumerar los puntos morados. No es únicamente la cara, es que un hijo de puta se ha aplicado a gusto con su cuerpo ——¿Se te antoja mi cuerpo?
—¿Te has peleado por Control?
—No sería la primera vez, aunque no ha sido eso —me pican las manos con ganas de golpear a Alessandro. Estúpido, no puede hacer esas cosas —Supongo que pasas de la comida, pero yo muerto de hambre y no me concentro si tengo el estómago vacío.
Regresa con un regimiento de comida basura, la suelta a un lado y se sienta. Se relame mientras desenvuelve la dona bañada de chocolate, me la ofrece y ante mi declinación se la come. Sus ojos atigrados se llenan de una extraordinaria felicidad gozando en cada bocado. Alessandro es fánatico de la comida y no tengo ni idea de donde termina el exceso de calorías. Indignante cuerpo de dios.
—¿Quieres batido? —se limpia los restos del chocolate con el pulgar.
—No, gracias —digo, queriendo un poco.
—Aburrida.
—Cuido mi línea.
Tras iniciar el viernes mi mundo por el sexo, he estado manteniendo el contacto por más de cuarenta ocho horas. Sexo, dormir, sexo, comer, sexo dormir, sexo... He gastado mucho y estoy hambrienta, aún así la comida que ofrece es prohibida, aunque el deseo que provoca es enorme.
—Entre el gimnasio y el sexo intenso que debes recibir, estoy seguro que te puedes consentir —llena un vaso con el bastido y me lo entrega, sin que pueda resistirme al largo trago —Gran marca, aunque no tanto como lo que debe ofrecerte el capullo que dice ser tú novio.
No lo discuto, recibo cada día los desayunos de la cafetería más cara de todas la ciudad. Sin embargo, no hay batido. Tanto y tan poco.
—¿Qué tienes contra mi novio?
Tengo que convencerlo, que crea nuestra relación y que no es un demonio disfrazado de treintañero candente.
—que no es tú novio.
—Lo es.
—Si de verdad lo fuera, no tendrías miedo y tampoco tendrías que correr por las montañas huyendo de él —él me ha visto, es indeciso, pero también controlador —No seas su juguete.
—¿Hugo lo sabe? —me tiembla la voz.
—No se lo he dicho y no lo haré, suficiente tiene con lo suyo como para que ser tú niñera y encargarse de tus problemas —arrastro las manos al pecho dolida —Mierda, soy horrible. Lo que pretendo decir es que no necesita que seas su carga.
—¿Soy una carga para él? ¿Es lo que ha dicho? —se me mojan los ojos.
—No, joder. Es que soy horrible socializando —dice, se apura a cogerme las manos.
—Montaste una orgia en mi casa con tus amígdalas.
—Eran menos amigas, más putas —lo que faltaba, la sesión que destrozó el apartamiento ni siquiera fue gratuita —¿Lo estoy estropeando? —pregunta entristecido.
—Eres muy simpático para no ser sociable.
—Solo contigo. Es algo natural sin ser artificial —va perdiendo la voz —Estuve meses ensayando con mi reflejo, trataba de acercarme y no poderme, sin embargo, cuando lo hice fue como si estuviéramos conectados desde muchos antes de que nuestras vidas se cruzarán —suelta mis manos y se presiona los lagrimales —No miento al decir que llevaba veinticuatro años solo antes de conocerte.
—Eso es mucho tiempo.
—Una vida entera —aún cuando intenta retener las lágrimas, una se escapa corriendo por la mejilla izquierda —Nací para ser rechazado, sin que me dieran una oportunidad. Culpable de existir, nunca me lo merecí.
—Nosotros te aceptamos.
—Eres especial, Soraya. No dejes que te destruya.
—Ahora si estoy hambrienta —me adueño de una tableta de chocolate, una excusa para ocupar la boca y no dar explicaciones —Deliciosa.
—¿Qué escondes?
¡Un gran peligro!
—Nada —miento por seguridad.
—Tiene que ser simple esconder un cadáver.
—¡No mates a mi novio!
¡Moriremos ante el mal personificado!
—Estoy bromeando.
—¿Seguro?
—Si, al final hablo mucho y hago poco. Aún así quiero que te cuides de ese capullo.
—Yo me cuido de él y tú dejas las peleas.
—No es lo que crees.
—¿Y qué es?
—Te lo explicaré, pero quiero que sepas que no es tú culpa.
—¿Mi culpa? ¿Qué es mi culpa?
—He dicho que no es tú culpa.
—Tus palabras huelen a eres cómplice de cada una de mis heridas, maldita perra mal follada. Aunque estoy bien follada.
—Sigue así y no lo cuento.
—Vamos, Mordisquitos. No te hagas de rogar —le digo dando un golpecito en su hombro.
Muestra una grabación que me eriza la piel durante su corta duración. Hugo es el protagonista, aunque no es mi Hugo, su estado alterado no se lo reconozco, ni siquiera de cuando descubrimos a Laura en el club. Desatado, destroza una propiedad pública del parque de la Ciutadella, mi parque. Es una bestia salvaje.
—No, no es real —me niego a creer.
—Intente detenerlo por las buenas —explica Alessandro pausando el vídeo que se repetía en bucle —No lo conseguí. La primera vez que tuvo uno de estos ataques pude controlarlo con putas, pero me prohibiste las putas y no supe como hacerlo.
—No es real, no es real, no es real...
—Abstinencia. Se le acabaron las drogas y en algún punto fuí víctima de su agresión —miro una vez más sus heridas. La ceja cortada, el labio partido, los moratones que he visto en su piel —No estoy orgulloso, pero tuve que comprarle drogas para que se calmara.
—¿Por qué no me lo explicaste la otra vez? ¿Por qué no me avisaste? —le reclamo.
—No fue así.
—¿Qué estoy haciendo conmigo? Él siempre ha sabido estar conmigo, pero yo lo he abandonado cuando más me necesita.
—Lo solucionaremos —limpia mis lágrimas.
—¿Cómo?
—Encontraremos la manera, pero tienes que estar con él. Sé que contigo se controla mejor —vuelve a agarrar mis manos y aprieta —Tienes que pasar del capullo, Hugo te necesita.
Estamos horas investigando métodos que ayuden con la adicción. La opción más simple sería internarlo en un centro de intoxicación, pero la pobreza es un gasto y, a pesar de que Alessandro ofrece su dinero, es imposible que Hugo quiera. Tenemos que ir despacio hasta que acepte la idea de hacer lo correcto.
Me despido al rato.
Entro en casa leyendo el horario de mañana y que pienso incumplir. Hasta aquí ha llegado el dominio de la bestia. Conozco las consecuencias, aún así impondré a Hugo a cualquier precio.
El límite ha llegado.
Aquí y ahora.
Mi mejor aliado no está en el salón, así que voy a su habitación, avisando antes de entrar, aunque acabo entrando sin permiso. Descubro su figura tumbada en la cama a través de las luces de afuera.
—¿Cuñado? —susurro, subo a la cama sigilosamente e inspeccionó su rostro cansado —¿Estás durmiendo, cuñado?
Apunto de rendirme, soy sorprendida por el agarre con el que me arrastra contra su pecho descubierto. Vivo con un nudista, a medias, ya que al menos lleva calzoncillos o eso espero.
Se entretiene con mi cabello dejándolo caer lentamente.
—Necesito que me hagas un favor—susurra, haciendo que busque en sus iris el gris perfecto del blanco y el negro —Deja de llamamre cuñado, jefa.
—¿Qué? —pregunto lastimada.
—Esa conexión se rompió cuando dejé ir a tú hermana —me duele, sé que es cierto, pero no puedo con el significado. Estoy perdiendo la última familia que me queda —¿Crees qué puedas?
—Te daré lo que quieras —sollozo abandonada.
—Ey, no llores —se incorpora acunando mis mejillas —Es algo lógico.
—Pero, pero, pero...
—Ni siquiera es mi favor.
—Acaba con esta tortura —suplico.
—Quiero permanecer en tú familia —retira mis lágrimas —No como cuñado sino como hermano mayor.
—¿Estás pidiendo ser mi hermano mayor?
—Si. No quiero una cuña, quiero a una hermana pequeña —sonríe dulcemente y yo planeo como vengarme, por dar vueltas sin haber sido directo desde el principio —No conocí la familia hasta llegar a ti, así que no haber dejado a tú hermano no significa alejarme. Haría todo por ti.
—¡Te odio! —lo golpeo con la almohada —¡Me has asustado, idiota! ¡Casi tengo un infarto creyendo que te perdía!
—¿Quién cuidaría de ti si me perdiera? Ah, cierto. El vampiro de nombre feo que te has conseguido como novio —toca uno de los chupetones del cuello —¿Cómo ha sido? ¿Duro o suavecito?
—¡A ti no te importa! —lo vuelvo a golpear.
—El sexo es importante para mi aprobado —si se conocieran le daría un suspenso como una catedral —Nunca dejaría que mi inofensiva jefecita se la follará un imbécil que te dejará insatisfecha.
—¡Cállate!
—Serás mandona.
Estreno hermano con un ataque de cosquillas dirigido en mi contra. A pesar del dolor que experimento por el desgaste, no puedo evitar reír mientras trato de contraatacar a base de almohadazos. Escapamos de los problemas, por los momentos, aquellos que tienen fecha de caducidad si no le ponemos solución.
Al dormir comparto cama con Hugo. Chupo su calor como sanguijuela debido al frío que entra por la vieja ventana, la misma que cierra mal.
—Hermanito —canturreo.
—Duérmete.
—Estoy pensando en las drogas.
—Las he de... —deja la mentira a medio construir —¿Qué te ha dicho nuestro querido vecino? Voy a romperle la nariz.
—Está preocupado. Igual que yo. Hemos hablado y creemos que necesitas unirte a un grupo de apoyo.
—No soy como ellos. Te tengo a ti y al perro.
—Deja de llamarlo así.
—Me gustan los perros.
El despertador me taladra la cabeza y hundo la cabeza en la almohada. No sirve para nada. Quiero dormir.
Doy palmadas buscando el aparato creado por el demonio hasta dar con él. A ciegas deslizo los dedos consiguiendo paz, al menos unos segundos antes de que me llamen. Contesto rabiosa:
—Vete a la mierda.
—Gracias —caigo de la cama sorprendida por la voz de la muerte —¿Soraya?
—Sigo viva —anuncio moribunda del sueño.
—¿Segura?
—¿Preocupado?
—Sabes qué si.
—A ti lo que te preocupa es el recuerdo de tú difunta mujer.
—No seas valiente al teléfono porque me voy a recordar... —le cuelgo.
Bendita paz.
—¿Te gusta el suelo? —entra Hugo fresco y radiante.
—¿Cuándo aprenderás a avisar?
—Ante respuestas obvias, innecesarias las preguntas. Además, es mi habitación —me ayuda a levantarme y maldigo las agujetas, quiero cama, bonita y viejuna cama durante lo que me queda de año —¿Te dañaste? La caída se ha escuchado horrible desde afuera.
—¿Sigo intacto?
—Al menos conservas algo intacto —dice, dando un vistazo abajo.
—¡Hugo! —le pellizco el brazo.
—No te enfades, jefa. Estoy feliz de que hayas encontrado un hombre decente —decente queda muy alejado de la realidad. Aún si no fuera un criminal, es un puerco en la cama —O eso espero.
—Te tengo dicho que es encantador.
—¿Y por qué no lo conozco aún?
Otro candidato potencial a morir.
—¿Irás hoy con él? Sería una buena ocasión para presentarme.
—Se fue de viaje. Viene y va, es que es un magnate muy importante del mundo de las finanzas —me suena el móvil en la mano.
—Seguro que es él. Haré el desayuno para que puedas tener una conversación cursi y esas porquerías.
Algo he de defender en Laura y la relación que mantuvo con Hugo. Él nunca fue de detalles románticos.
—¡¿Me has colgado?! —es lo primero que grita al contestar.
—Al teléfono que llamas está apagado o fuera de cobertura.
—¡No me cuelgas!
Al colgar bloqueo su número, aunque de nada sirve cuando el mensaje de llamada entrante de contacto "MI HOMBRE" vuelve a aparecer en pantalla.
—¿Has hackeado mi móvil?
—¿Me has bloqueado? —pregunta tranquilizado.
—Si te bloqueo es porque no quiero saber de ti, no para que me hacker. Es ilegal. Claro que es tú especialidad.
—Se me da igual de bien que abrirte de piernas.
—¿Qué quieres?
—Tengo dos avisos. El primero es que no has aceptado el desayuno, el otro es que no estás en el gimnasio.
—¿Me castigarás?
—A la mierda los castigos. Estoy loco, pero soy consciente que me cedí.
—Estoy bien?
—¿Entonces?
—Tengo mi propio horario para ignorarte. Y he de comunicarte que todas las horas están ocupados hasta nuevo aviso.
Silencio. Sé que es mi sentencia, pero si le explico la situación sé que no lo comprenderá. Hugo y lo que venga de él no le interesa, es demasiado egoísta para ver más allá de él.
Una mujer de acento británico le habla. Algo de una reunión, seguramente es la zorra con la que se entretiene en mi ausencia, combinando los trabajos de secretarias con los de chupar su rabo. La odio, no la conozco y ya la odio, seguro que es el clásico prototipo rubia y de ojos azules. Seguro existe una fábrica de zorras, salen en fila y moldeadas para ser el deseo de hombres traicioneros.
—He de colgar. Nos vemos por la tarde.
—¿Me pesará la cornamenta?
—Soy fiel a mi mujer.
El día es estupendo. Sin obligaciones, disfrutando de la compañía de Alessandro y Hugo, después de que mi hermano lo haya invitado para desayunar, demostrando que no está furioso y lo comprende.
Hay algo en Alessandro que debería recordar y preguntar, aunque siento que no estoy en posición de cuestionar la desaparición de sus heridas. Me recuerda a la desaparición de las marcas de Derek. Sé que lo marque por días, pero al rato se esborraban como por magia.
La magia no existe, ni la mitología y tampoco las maldiciones. Existe una explicación científica, solo que no la conozco, tampoco tengo interés de buscarla como lo haría mi acosador.
Al punto, agradable mañana. No hablamos de drogas y hacemos zapping hasta que veo la empresa en la que trabajaba papá. Hugo, en un movimiento ágil, cambia de canal tras robar el mando.
Papá trabajaba de contable para una compañía informática especializada con la creación de aplicaciones. Tanto para ordenador como móviles.
Iba a visitarlo cada día debido a los complicados horarios que imponía en ocasiones el dictador de su jefe, aunque el suelo era más que aceptable. Tirano, pero generoso con abundancia. No obstante, estoy segura que, si alguna vez hubiera sido descubierta por el jefe, mi padre hubiera sido despedido. Claro que tenía al personal a mi favor. Era la niña consentida.
Tiempos buenos, tiempos que no regresan.
Los muertos no reviven.
Entrada la tarde seguimos reunidos en el sofá. Después de comer y que Alessandro haya repetido tres veces la elaboración de Hugo, negociando con que él hará la compra siempre y cuando se alimentado.
—Hay que comprar una consola. Yo lo hago —declara Alessandro con los brazos extendido a lo largo del respaldo —La caja tonta me agua y da apetito.
—¿Cómo no estás gordo? —pregunta Hugo,
—Setenta y cinco por ciento genética, veinticinco problemas —se incorpora subiendo parcialmente la camiseta, teniendo los mismos principios nudistas que Hugo y un gran amor para presumir del físico —Mirona.
—No estoy mirando.
Lo hago, y no soy la única.
—Admirar mi cuerpo es un privilegio. No lo subestimes.
—Engreído —se ríe del comentario.
—La jefa tiene razón. Eres un engreído —dice el segundo miron —No deberías presumir estando yo aquí. Opaco a cualquiera.
Inician una disputa verbal para quedarse con el título del más idiota, quitándose los jerseys y haciendo comparativa de músculos. Agradezco la pelea, no solo por las increíbles vistas, sino también por inspirar mi novela. Así resulta fácil crear sementales con cuerpos de Adonis.
—Te faltan tatuajes —Hugo, presume de los suyos.
—No necesito tinta para ser guapo.
—¿Cuál de los dos está más bueno? —me preguntan a la vez, la sincronización parece preparada.
El móvil me libra de la contestación. Huyo a la tranquilidad de la habitación donde no hay espacio para las guerras de penes y contesto a la llamada:
—Salvada por el villano —me burlo.
—Estoy esperando por ti. Te mando la ubicación.
—¿No estás abajo?
—Te espero a una calle.
—Ahora voy.
Cuelgo recibiendo el mensaje y me apresuro a arreglarme, aunque no me esfuerzo usando lo básico.
—¿Dónde vas? —me interroga Hugo.
—Con mi novio. Su avión ha tenido un imprevisto y quiere reunirse brevemente antes de despegar.
—Voy contigo.
Salgo a la velocidad de la luz, bajando las escaleras en dos y esquivo a la señora del primero que me maldice. Apenas me detengo cuando mis chicos silban desde el balcón, reclamando que aún no he declarado el vencedor e insinuando que soy cruel por dejarlos con la incógnita.
—¡Mi novio está más bueno! —les grito y me abuchean.
Prosigo la carrera alejándome de las protestas hasta que dejo de escucharlos y me reúno con Derek. Trajeado y con una sonrisa de labios sellados. El traje le queda bien, pero prefiero la versión informal. Tiene un gran gusto con la moda.
—¿Bird?
Me agarro a su chaqueta mientras trato de recobrarme del ahogamiento. Ha sido mala idea la maratón, pero tenía que proteger a Hugo, si le llegaba a dar espacio para que se vistiera tendríamos un problema.
Al principio me cuesta recuperar, no es hasta que Derek me guía la respiración que consigo normalizar.
—Añadiré ejercicios de respiración.
—Sobre eso...
Me besa dulce y me mima con el pulgar.
—No lo arruines.
Enlaza nuestros dedos e inicia una caminata donde el idioma del lenguaje sobra y me doy cuenta de la actitud de la gente. La que viene de frente intercambia de acera agachando la cabeza.
No hay explicación para el fenómeno. Y, cuanto más son los que repiten, más se tensa Derek.
—Estoy aquí —le recuerdo y fortalece nuestra unión —Vayamos a la Ciutadella, a mi banco.
—¿Segura qué lo quieres compartir?
—Si.
El parque de la Ciutadella es famoso y siempre está lleno de turistas y residentes. Compartiendo cultura, descubriendo monumentos, tumbados en la hierba, practicando deporte, festejando... Nadie se movería tras ocupar su espacio, sin embargo, a nuestro llegada se crea un vacío en las cercanías. A todo el mundo le entran imprevistos y deben irse.
—¿Por qué?
—Ignoralos. Son cucarachas.
—Pero...
—Hablemos de cosas importantes —me busca la mira y se la doy, conquistando su sonrisa —Voy hacer que hoy no existió. Pero mañana no. Tienes que ser aplicada con los horarios, Bird.
Ha llegado el momento de proteger mi decisión.
—No.
—¿No? —desaparece la sonrisa —No provoques. Tienes obligaciones y debes cumplirlas, sé lo que te conviene.
—No.
—¿Crees qué puedes decidir?
—Lo estoy haciendo. Si esto es todo, me voy —me levanto con determinación y doy un par de pasos, hasta que soy retenida por la sujeción de Derek. Me lleva contra él bruto y ojos amenazadores. Intento aguantar, pero los golpes me pesan y no puedo enfrentarlo como me gustaría —N... no pu... puedo...
—Tú voluntad me pertenece. Harás lo que te diga, sumisa.
—S... Si...
Soy derrotada. Se suponía que estaba lista para ganar, pero no. Siempre igual. Él ordena y yo cumplo las exigencias del guión. Sin embargo, si tan solo... Es por Hugo. Vine a ganar por Hugo.
—¡Si no quiero cumplir el horario, no lo cumplo! ¡Yo decido por mi!
—¡¿Quién te crees para gritar?!
—¡Soraya Aguilar! ¡Única e irrepetible! ¡Ni soy tú mujer, ni su sustituta!
—¡¿Qué pretendes decir con esa mierda?!
—¡Nunca me doblegarás! ¡Menos cuando mi hermano me necesita!
Doy un paso hacía él y retrocede. Estoy ganando terreno.
—¡No tienes hermanos, solo a una zorra!
—¡Hugo de León es mi hermano! ¡Actualízate acosador de mercadillo!
—¡Cuñado! ¡Hermano! ¡¿Qué será lo siguiente?! ¡¿Tu amante?!
—Señorita —interrumpen dos polis sumisos. Repugnante, incluso la policía la aterra el hombre que me acosa a mi, no a ellos —Nosotros nos encargamos.
—¡Déjanos en paz! —gritamos, Derek y yo.
—No tiene que aguantar su actitud. Estamos aquí para protegerla.
¿Qué me protegerán?
Por favor, tengo más cojones que los dos y eso que soy hembra.
—No aguantaré esto —les digo.
—Estoy contigo.
Le doy la mano a Derek y nos vamos del parque, no estoy para aguantar héroes de aires cobardes.
Vamos a una cafetería escondida dentro un callejón poco transitado. Sentados en la terraza, acompañados de nuestros correspondientes cafés y una agradable brisa.
—¿Quieres? —me ofrece tabaco.
—No quiero morir por un cáncer de pulmón —respondo moviendo las capas del café.
—Olvida el futuro y disfruta del presente, porque puedes morir hoy —enciende dos cigarros y recibo uno —Acostúmbrate al sabor de la muerte.
La lengua me quema y se intoxica en las primeras caladas, atrapado en un gusto agrio al que rechazaría. Sin embargo, acompañado de café, camuflo el sabor mientras hago mejores caladas.
—Si me engancho será culpa tuya.
—Acepto responsabilidades —dice, dando pausadas caladas —¿Dónde nos habíamos quedado? Ah, si. Las cancelación de los horarios por tú hermano.
—Dudo que lo comprendas.
—Haz la prueba.
—Ya sabes que pasa.
—Soy tu acosador, no el de tú hermano.
—El buen acosador también obtiene la información de las personas que rodean su obsesión.
—Soy una mierda de acosador —bebe del americano.
—Pues yo no te contaré.
—Así seguro que no lo entiendo.
—Solicito un acto de fe. Si dejas de organizarme la vida por una temporada, prometo retomarlo más adelante. Y, si no quieres, te jodes porque está vez no pienso dejarme convencer por tus argumentos agresivos.
—Si necesitas mi ayuda, llama.
—¿Y ya está? ¿Aceptarás tan fácil?
—No puedo negarme a mi mujer cuando pide bien las cosas.
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