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019 - ARROZ LETAL


 CAPÍTULO DIECINUEVE

DEREK SALVATORE


TRES AÑOS ATRÁS

PRINCIPIOS DE DICIEMBRE


Admiro las vistas que ofrece la sala de reunión hacía una ciudad repleta de cucarachas mientras escucho discutir las que hay a mis espaldas. Supuestamente la venta sobre una de nuestras aplicaciones estaba garantizada, pero ahora se queja de que el valor es demasiado elevado. Sinceramente, me importa una mierda si compran o no, así que no pienso dar mi brazo a torcer. No nací para complacer.

—Estamos solicitando una rebaja de veinte millones —blanqueo los ojos.

No me gustan que desperdicien mi tiempo, tampoco la paciencia.

—Nuestros trabajadores han estado trabajando durante meses según el acorde inicial —defiende una de mis cucarachas.

Siguen discutiendo sin que interceda. Sé que al hacerlo se terminará la reunión por el miedo que les provocaré. Sin que hablen, agachando y atendiendo como aburridos sumisos del terror.

Tras diez eternos minutos se acerca mi director financiero.

—Nombre.

—Julio, Señor —me entrega escrito en papel un humillante número —No es una mala oferta.

—¿Tengo cara de puta barata? —hago una bola con el papel y la pisoteo en sustitución de la cabeza del director —No toques mis pelotas. Aquí no me vale la fama de cada quien. Se respetará mi precio-

—Si, señor.

Continúa el absurdo espectáculo. Cada quien defiende su idea, pero todo se acaba cuando se abre la puerta y la invasora roba la atención de los presentes.

La observo por el reflejo del cristal mientras saluda con su discurso habitual.

—Empleados y gente que no conozco. Ya está aquí la chica por la que lloraban con su ausencia —su gran energía no cambia. Y brilla, más cuando se acerca contemplando el mismo paisaje que yo hace unos segundos, el cual seguiría mirando si no fuera por su interrupción —Hola, Bambino.

—Te tengo dicho que no vengas.

—Mi mimi mimi mii mi mimi —se burla.

—Estoy reunido, pájaro de mierda.

—¿Perdemos o ganamos?

—Vamos a ganar.

—Eso significa que estamos perdiendo —se aplasta las mejillas y grita escandalizada —¡Oh, Díos mío! ¡El gran bambino nos está haciendo perder!

—He dicho que ganaremos.

—¡Pobrecito, bambino! ¡Está perdido sin mi fabulosa ayuda! —sigue inundando la sala con sus chillidos dramáticos.

—¿Alguien la puede callar? —escucho a un inepto entre los chillidos, ignorante de mi buen huído.

—¡Voy a participar! —corre a ocupar mi asiento, dejando la mochila a un lado, cruzando las piernas y apoyando los codos en la gran mesa —Buenos días. Soy Soraya Aguilar y hoy os haré los hombres más felices del mundo con mi adorable y entrañable existencia.

Sé que lo más lógico sería detenerla para que siguieran las negociaciones, pero tengo curiosidad por lo que tenga que decir con su mentalidad de cría insolente y desvergonzada.

—Decisiones. Decisiones y más decisiones. La vida está compuesta por decisiones. Y, a veces, necesitamos que alguien decida por nosotros. Incluso en lo más simple —buen principio —Por ello. Yo, Soraya Aguilar, hoy voy a tomar la decisión más sabía de los presentes. Compren por el precio inicial. Sabemos que nuestra empresa es joven, que aún nos queda años para madurar como el buen vino, pero a pesar de que aún somos niños hemos demostrado ya nuestra valía. Somos envidiados en muchos campos. Estar con nosotros ahora os garantiza la oportunidad de seguir trabajando en el futuro con la empresa que dominará el mundo, pero pasad de la ocasión y no queremos saber de futuras negociaciones —su tono es neutro y seguro, calla boca con quince años —Además, si no lo querés pagar vosotros, lo harán vuestros competidores. Ofertas tenemos, solo os estamos dando la oportunidad —enumera toda la competencia de memoria. Es muy inteligente —Y ya está. Aceptar mi decisión es lo más acertado que haréis en este fabuloso siglo.

Mis trabajadores aplauden mientras los compradores se han ahogado con las palabras.

Soraya recoge la mochila y se acerca.

—Aceptable discurso.

—Lo sé. No me des las gracias —sonríe victoriosa. Necesito a más empleados como ella. Sin importar el qué dirán, actuando por convicción sobre los trabajos realizados —He traído la comida.

—Guárdate tus dulces de mierda.

—Nada de dulces. Tienes cuatro segundos para venir o te quedarás sin nada porque se lo llevaré a papá.

—Desaparece.

Soraya se despide agitando la mano y me acerco a la mesa, provocando su sumisión.

—Doy por finalizada la reunión. como ha mencionado mi asesora, tenemos otras empresas dispuestas a pagar —rodeo la mesa deteniéndome detrás del miserable que ha osado pedir el silencio de Soraya. Atrapo su cuello inclinándome y lo presiono contra el cuero, amenazando: —La próxima vez que pidas callar a mi mejor amiga, te mato. A ti y a tus seres queridos.

Salgo al encuentro del pájaro, la localizo a varios metros dando pequeños brincos para adelante y para atrás.

Atrapo su mano y empiezo a avanzar hacía la zona ejecutiva cuando la voz del director financiero me detiene, acompañado del portavoz de la empresa compradora.

—Aceptan la oferta, Señor.

—La oferta caducó cuando salí —digo, reteniendo la mano de Soraya.

—Queremos trabajar con ustedes. Creemos que nuestros unión puede ser beneficiosa para los dos —dice el portavoz.

—Nombre.

—John.

—¿Y el señor?

—John, Señor.

—Si vuestra patética empresa quiere trabajar con la mía deberá añadir cuarenta millones más respecto a la oferta inicial.

—Pero...

—Aceptaís o me dejaís en paz.

—Un segundo, por favor.

—Tienes cuatro.

El inepto regresa a la sala mientras observo de refilón a la pesadilla. Soraya encuentra mis dedos divertidos, los analiza detalladamente, mide en largura y grosor y se le forma una sonrisa codificada. Estoy seguro que prepara un nuevo ataque verbal, es cuestión de tiempo que suelte la bomba, la que romperá mis nervios y me hará quedar como payaso por culpa de una quinceañera.

—Aceptamos —dice, de regreso el portavoz.

—Haced el contrato y entregadlo a mi secretaria. Estoy ocupada como para seguir aguantando cucarachas, menos cuando pierden mi tiempo.

Retomo el camino al despacho, dejando atrás las cucarachas y disfrutando del pájaro que vuela a su antojo.

—Maravillosa y triunfadora, Soraya. Cuatro mil gracias por hacerme ganar cuarenta millones más —dice Soraya.

Se lanza al sofá, se quita los zapatos y los deja caer al suelo como si estuviera en el salón de su casa. Entiendo la confusión. Entra en mi empresa las veces que le salen del coño y seguridad no sabe como lo hace, a pesar que en las cámaras se ve perfectamente como pasa por su lado y los saluda. Y, no importa las veces que cambie el personal, sigue pasando lo mismo.

—Estaba ganado antes de que llegarás.

—¿Quieres ver como no comes mi super hiper mega ultra comida pensada especialmente para ti?

—Gracias, pajarraco.

Me entrega el táper y unos cubiertos de bambú. Ansioso por describir lo que me espera, abro la tapa quedando atónito por una masa extraña creada para matar las cucarachas más resistentes. Cucarachas sobrevivientes de Chernobyl, pero jamás de esta bomba culinaria.

—¿Quieres intoxicarme?

—Desagradecido. He estado toda la mañana cocinado para traerte lo más decente que he podido —no imagina las otras elaboraciones. Soraya realiza un puchero de ojos anunciantes de próximo diluvio en su rostro —Tengo el día libre y lo ocupé preocupada de la alimentación de mi mejor amigo.

—Lo voy a comer —dejo las cosas en la mesa baja y voy al minibar. Necesito lo más potente para sobrevivir. Aguardiente, no soy fan, pero esto es una emergencia a nivel universal —El número de emergencias es el ciento doce.

—Ciento cuatro.

—Ciento doce.

Doy el primer bocado a la cosa más repulsiva que he comido a lo largo de mi existencia. Amargo y dulce, exagerado. Soy incapaz de decir que ingredientes componen el mejunje mortal. Puede conmigo, al nivel que me resbalan las lágrimas mientras fulmino la mitad del aguardiente.

—¿Te gusta? —pregunta expectante.

—Intento buscar la mejor forma de expresarlo. Si en un hipotético caso tuviera que comer estiércol de hipopótamo, después de haber estado flotando por un buen rato en agua estancada y putrefacta, creo que sería más feliz que comiendo esta cosa tuya —el segundo bocado es difícil de matar, en el tercero termino el aguardiente y en el cuarto me quiero morir —¿Quién te enseñó el método de tortura? Un sádico sin alma pagaría una fortuna para que compartieras la receta.

—Solo es arroz.

—Sé como luce el arroz y esto es una porquería.

—Está bien. Era arroz —contrae los hombres y aclara: —Se quemó. El arroz se quemó y añadí todo lo que encontré en la cocina para que no se notará el sabor repugnante del quemado. Arroz con muchas cosas. Estoy convencida que tiene muchos valores nutricionales necesarios para aguantar el exceso de trabajo.

—Hubiera preferido arroz quemado sin nada.

Continúo batallando con la comida y vaciando las aguas que he pedido después de comprender que el alcohol no ayuda, ya que no mata el sabor. Sin embargo, Soraya mira las botellas como si fuera su peor enemigo.

—Tengo algo para tí —anuncia, buscando en la mochila.

—No quiero postre —me adelanto.

—Aún soy pequeña para el postre.

¿Aún soy pequeña? ¿Qué significa eso?

¿Cuándo la edad se ha convertido en un factor para el postre?

Me entrega un plan de reciclaje que nadie pidió, pero que ella ha hecho para la empresa y subrayando en fluorescente. A su edad cualquiera esperaría un plan medianamente aceptable, pero el suyo está cuidado minuciosamente, con pasos diversos para cada zona y un listado de proveedores, lo más competentes y cuidadosos con el medio ambiente. También hizo varios presupuestos y diseños de cartel para concienciar al personal, más bien para amenazar.

—¿Prometes despidos si no reciclan?

—¿Me excedí? —estoy por reclamar, pero me aplaca cualquier protesta con su mirada inofensiva —No era mi intención. Sé que es tú empresa y eso, pero lo deberías considerar.

—Incluiste planes para que lo hagan en casa.

—Intento ayudar.

—¿Es algún trabajo de clase?

—No, es para mantener limpió mi jardín.

—¿Qué jardín?

—Considero mi jardín todo lo que rodea mi casa. El mundo es mi jardín —es tan inofensiva pensando así que me eclipsa —¿Me ayudas a cuidarlo?

—No soy jardinero —tiro el trabajo a la basura —Además, si tanto te preocupa el medioambiente no uses papel. Existe el correo electrónico.

—No sé si sabes encender un ordenador. Eres viejo.

¡Soy informático! ¡Y no soy viejo! ¡Maldita toca cojones! ¡Estoy agotado que siempre venga a joder!

La quiero enviar a la mierda más lejana, pero por suerte el telefonillo siena avisando de la llegada de Máximo. Otro que hace lo que quiere. Ya me podría haber avisado de su visita para quitarme la cría de encima y no inicie un interrogatorio, sin embargo, lo dejo pasar.

Será una jornada repugnante.

—Hola, her... —guarda silencio al ver a Soraya —La pequeña ha regresado —ambos estábamos presentes en la presentación de la endemoniada, en caso contrario hubiera supuesto que era producto de la imaginación —Soraya, ¿cierto?

—Presente, Glaciar —Máximo, contiene las ganas que tiene de señalizarla como alienígena. Su caballerosidad no se lo permite —¿No te han enseñado a sonreír en casa?

—No te metas conmigo, por favor —educado, pero frío.

Soraya va a por él mientras regreso a comer.

—Verás, no es complicado —le clava los dedos y estira desde sus mejillas, creando una nefasta sonrisa. La mejor en años —Así se sonríe, Glaciar. Ahora tú. Inténtalo sin miedo al éxito.

—Tienes una falta importante de educación.

—Tinis ini filti impirtinti di idicicin.

—¿De dónde la has sacado? —me pregunta.

—Es hija de un trabajador de contabilidad —golpeo el pecho para que baje la comida —Hace lo que quiere, cuando quiere, donde quiere y como quiere. Insolente, muy insolente. Es estúpido gastar tiempo en educarla, es peor que yo, y conmigo ya te rendiste hace mucho.

—Esa soy yo —confirma orgullosa y presumiendo del reloj, el reloj que no debería tener y llama la atención de Máximo —Tic, tac. Tengo que irme. He quedado con mamá y voy tarde.

—Al fin mueves el culo fuera de mi empresa.

—Mañana regreso. Traeré más comida.

Se ha propuesto matarme.

—Mañana vienes, pero traigo yo la comida.

—¿Cocinada por ti?

—Cocinada por mí —aseguro.

—Adiós, Bambino. Adiós Glaciar —se va sin haber perdido energía.

—¿Qué hace el...? —le muestro la mano para que espere callado.

—Uno.

Soraya regresa traviesa.

—¡Conseguiste la venta por mí!

—¡Esa mierda estaba vendida antes de que llegarás!

—¡Adiós, perdedor! —vuelve a salir.

—Dos.

—¡¿Qué se siente ser salvado por una mente brillante?!

—¡¿Qué se siente al ser consentida puta cría?!

—¡Tú eres el consentido! ¡Adiós! —sale.

—Tres.

Aparto la comida y espero a que se abra la puerta. Lo hace lentamente, espiando mi posición antes de entrar ruidosa y corriendo antes de asaltar mi cuello. Soy abrazado con dulzura y recibo el beso, el esperado beso, el que ofrece a mi mejilla cada vez que llega la cuarta despedida.

—¿Seguro que cocinarás?

—En mi familia hay un código. Siempre cumplimos nuestras promesas, y esto es una —retiro su cabello tras la oreja —Tendrás comida hecha por mi.

—Estoy ansiosa por mañana.

—Yo lo estoy por verte.

—Adiós, Bambino.

—Adiós, Bird —le devuelvo el beso de mejilla y se despide de Máximo. Ahora si que no regresara —Cuatro despedidas. Siempre cuatro. ¿Qué ibas a preguntar?

—Iba a preguntar porque tien tú reloj, pero me ha quedado bastante claro —sigo comiendo, ya casi estoy —Morirás con eso.

—Existe una indiscutible e insignificante posibilidad, aunque lo que seguro muere es mi paladar.

—Te gusta.

—A excepción de Gunther, tú y el enano es la única que me mira sin miedo. Así que si, me gusta. Me gusta poder pasar el tiempo con alguien más, sobretodo cuando la sociedad nunca me ha dado una oportunidad —termino la comida y recupero el plan de reciclaje —¿Está mal que disfrute de ella?

—No, me alegro por ti.

—Tienes que aplicar un plan de reciclaje en tú casa —digo, revisando de nuevo el trabajo.

Haré llegar el plan a todos los trabajadores, también se lo presentaré a Nana, pero en formato digital. Si se hace, se hace al completo.

—Ya tengo uno.

—Mejoralo. El mundo es su jardín y hay que cuidarlo.

—Antes de apasionarte por la jardinería, tienes que encargarte de un pequeño detalle que has olvidado.

—¿Cuál?

—No sabes cocinar —cierto, no había caído en ese pequeñisimo detalle, aunque es muy poco probable que cocine peor que Soraya —Encargaré a las cocineras que cocinen.

—¿Estás sordo? Prometí cocinar y no fallaré a la palabra Salvatore —voy a por la americana mientras telefoneo al director financiero —Abre una cuenta aparte con mi nombre y Soraya Aguilar. Los cuarenta millones los quiero ahí, y que se repliquen mis inversiones de la principal en esa. Te enviaré los datos por email.

Cuelgo sin esperar confirmación.

Soraya ha conseguido la venta que daba por perdida, así que darle los cuarenta millones extra es lo justo. Además, si se mueve al igual que mi cuenta principal muy pronto se cuadriplicará. Solo tengo que buscar la manera de decírselo, decirle que por un gran discurso ha pasado a ser millonaria.

—¿Dónde vas?

—Alguna de tus cucarachas me enseñará a cocinar.

—Primero, respeta mi personal. Segundo, no me lo voy a perder.

Entro a la cocina de Máximo encontrando una posible candidata para que me comparta sus conocimientos. Una cucaracha pelirroja y asustadiza.

—Nombre.

—Darley, Señor.

—Enseñame a cocinar —ordeno.

—No. Así no se piden las cosas en mi casa. Si quieres que te ayude deberás pedirlo con educación —malditas broncas de hermano mayor —Te dejo vivir aquí, a cambio espero un mínimo por el bien de mi hijo.

—Seré educado cuando me dé la cara.

—Darley, por favor.

La sirvienta trata de complacer a su jefe, sin embargo, al encontrarse con mis ojos vuelve a bajar la cabeza teniendo una insana obsesión con el suelo. Enefermizo. Estoy harto. Me rompe los huevos y no tengo paciencia para tonterías de cucarachas.

—Lo siento —se disculpa la pelirroja.

—¿No hay nadie más valiente?

—Ella es la más valiente —ofrezco una mueca de disgusto.

—Lo intentaré —no tengo más opción. Ordeno las palabras y digo: —Asquerosa y puta cucaracha, levanta la cabeza y seré educado dentro de mis limitaciones. Continúo con este comportamiento de mierda y te aplastaré —lo vuelva a probar con los párpados bajados —Abre los ojos —se esfuerza, aún así la mirada vuelve a aterrizar nuevamente en las baldosas —¿Sabes cocinar, Máximo?

—Si.

—¡¿A qué esperabas para decirlo?!

—Espero un por favor.

—¡A la mierda, joder! ¡Te lo pido por ella!

Máximo suspira y dice a la pelirroja:

—Me disculpo por mi hermano. Retírate, por favor.

Máximo empieza a instruirme con la gastronomía italiana. Aprendo a amasar para hacer pasta fresca, ensuciándose el traje con la harina, después de que haya rechazado el delantal. No pretendo ser cher. Además, solo lo haré una vez. Soraya será felix con el resultado, pasaremos página y daremos por finalizado el capítulo de la comida.

Me distraigo al escuchar pequeños pasos, despegando los ojos de la masa y observando a Pietro. Escala el taburete, observa mi trabajo y me saluda a través de signos para sordomudos.

"Hola, tío" —habla con las manos.

—Hola, enano.

"¿Qué hacéis?"

Mi sobrino nunca ha hablado. Los profesionales atribuyen el conflicto al trauma ocasionado por la muerte de su madre, a pesar de que era un bebé. Es por eso que, Máximo y yo, nos aliamos en su día para enseñarle un lenguaje que nos facilitará la comunicación, hasta que duré. Aunque, después de años, no ha habido un avance que nos dé esperanzas.

—Tú padre me enseña a cocinar —abre los ojos como si viera a un extraño.

"¿Por qué?"

—El tío quiere impresionar a una chica —Máximo, responde.

—No trato de impresionar a nadie —me quejo.

"¿El tío tiene pareja?"

—Somos amigos —aclaro.

—Se están conociendo —incordia mi hermano.

—¿Te escuchas? Tiene quince.

Una cosa es el gusto de su compañía, otra que vaya a pasar a ser un asunto mayor. Nos separan doce años, es menor y tengo argumentos suficientes para no acabar enterrando mi polla en su agujero. Por otro lado, considerando el miedo que causo por la maldición, acepté hace mucho la nula posibilidad de amar y ser correspondido. Soy un maldito, jamás tendré una vida normal.

—Algún día crecerá —lo reto con la mirada —De acuerdo. Guardaré mis pensamientos. ¿Sabes qué le cocinarás?

—Tagliatelle con verduras. 


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