016 - TERRITORIOS PELIGROSOS
CAPÍTULO DIECISÉIS
SORAYA AGUILAR
Existe un sentimiento profundo, uno que siento y experimento cada día que me veo implicada con los Salvatore.. Un sentir con mayúsculas, subrayado y enmarcado para que destaque. Al máximo esplendor.
ODIO
Odio a Derek Salvatore.
Cuando el lunes empecé a cumplir los horarios de un maníaco acosador estaba molesta, pero hoy estoy furiosa. El entrenamiento ha sido reemplazado por una cita sobre un asunto privado, un asunto en que se cree que puede mandar, pero ni por asomo dejaré que se mete en este terreno.
¡¿Quién se cree para meterse en zona de mujeres?!
¡¿Quién?!
¡Nadie!
Más le conviene no ponerse delante. No sabe que ha provocado la peor tormenta que existe, la tormenta de una mujer. Sonarán los truenos, le caerán relámpagos.
Bebo zumo de naranja y envío el resto de la comida a la basura. Mejor dicho, casi acaba en el cubo. Considerando en el último segundo, guardo el desayuno en la nevera y dejo una nota para Hugo. Toda suya.
¡A la mierda la dieta!
Al salir sigo furiosa. Maldigo al empresario del mal, al acosador, al esquizofrénico, al psicópata... Tengo un amplío catálogo de maldiciones. Cada una diseñada para el hombre que me arruina la vida.
—Buenos días —saluda Alessandro, alza el puño para un choque que queda ignorado —¿Soraya? ¿Todo bien?
—¡¿Tengo cara de tener un buen día?!
—Ya sé que pasa aquí. Despertaste con la izquierda.
—No. Me desperté teniendo un novio capullo, enfermo, pesado... —pulso el botón del ascensor.
—Se rompió.
—¡¿Algo más para matar el día?!
—Considerando que acaba de empezar es muy probable que sigan pasando cosas que no te gusten —se queda mirando los escalones y se agacha —Si quieres te cargo.
Alessandro es el ser con mayor encanto que existe. Considerando la alta posibilidad que hay de caernos por la escaleras me subo a su espalda, preparada para matarnos. Si estoy muerta no hay cita. Es un plan genial. Seguramente, esta no se la espera Derek.
—¡Adelante!
Acabamos en la calle sin ningún accidente. Estoy por pedir una repetición, pero el mundo se detiene mientras me mantengo sobra Alessandro.
Un Ferrari negro. Un mellizo del azul de la mansión. Su piloto es un ser sin sentimientos, sin remordimientos. Mantiene la vista en Alessandro y me apresuro a regresar los pies al suelo. Irradia peligro.
—¿Tú novio? —Alessandro pregunta.
—No conozco a este sujeto.
—Soy su hombre —se aproxima el demonio, atento a la conversación y provocando los nervios que hacen que le desvíe la mirada —Y recuerdo lo que dijiste acerca de las bragas de mi mujer. Mantente alejado de ella.
Ambos hombres se aguantan la mirada. Ignorando que estamos formando un sandwich, siendo aplastada por sus duros cuerpos, como si fueran dos grandes muros que no paran de presionar hasta que sea puré.
—Soraya tiene razón.
—¿En qué?
Rezo para que no diga ninguna estupidez.
—Eres un capullo.
Se te quiso vecino.
—¿Perdona? —Derek, alza una ceja incrédulo.
—¿Te lo repito? —sus miradas continúan en duelo mientras el puré de Soraya esta apunto de cumplirse —Eres un capullo. No importa si eres su novio, su prometido o lo que quieras imaginar. No puedes aparecer y ponerte amenazar con tus celos.
—¿Te pesan los huevos? —pregunta Derek, tratando de disimular su sonrisa retorcida.
—Más que los tuyos.
Tensión. Hay mucha tensión entre estos dos. Un descuido por mi parte provocará un capítulo de violencia.
—Nombre.
—Alessandro.
—¿Italiano?
—Bozzolo —Alessandro, le escupe.
(Capullo)
—Ti guardo —le responde el ser potencialmente más peligroso limpiándose el escupitajo con la manga de la chaqueta.
(Te vigilo)
—Anche io. Se le fai di nuovo del male, ti troverò.
(También yo. Si la lastimas de nuevo, te encontraré)
Ni idea de lo que hablan, así que no puedo deducir que tan positivo es la aplicación de la sonrisa de Derek. Quizás es bueno, quizás malo. Tal vez me he precipitado al encargar la lápida de Alessandro. Sin embargo, por si las dudas, dejaré el ataúd en reserva.
—Tengo que irme —retrocede, dándome el ansiado aire y me pregunta: —¿Vendrás está noche?
—S...
—No —se precipita Derek.
—Tiene voz —Alessandro, me defiende.
—Si, vendré. Noche de pizzas —levanto los pulgares.
—Llámame si el capullo se pasa.
Una vez a solas con el señor maligno, este procede a sujetar mi cadera y alza el mentón. Soy incapaz de huir de su beso demandante. Toma el control de mí. Cuela lengua hasta la campanilla. Y yo, simplemente, correspondo con la torpeza de una novata que se derrite al toque.
—¿Me has extrañado? —pregunta a mis labios.
—No.
—Pero. Es tu obligación como mi mujer.
Crea una fisura con un mordisco y lame la sangre, más que enojarme empeora la calentura que cargo. Maldita tentación, maldigo a quien lo creo con cuerpo de deseo y actitud de asco.
—Sube al coche —ordena entre dientes y regreso a la realidad.
La cita, la maldita cita. Solo recordar su atrevimiento se me pasa el calor y me entran ganas de degollarlo. Tengo que ser dura. Más que sus bien acomodados músculos debajo de la ropa.
¡Soraya Aguilar!
Nada de deseo, puro cabreo.
—No pienso ir, menos contigo.
—Harás lo que yo diga.
—¡No! —me sacude del pelo,, por segunda vez, regreso al mundo crudo, al mundo en que soy dominada bajo la oscuridad —No me hagas daño, por favor.
—Sube.
Soy esclava cumpliendo sus caprichos, teniendo los ojos picantes y amenazantes en desbordar lágrimas. En mi anterior vida tuve que se despreciable, haber matado a cientos, incluso a miles. Con semejante castigo que estoy sufriendo es imposible que no fuera así.
Derek me abrocha el cinturón y yo cruzo las piernas, conteniendo las ganas urgentes de orinar.
La bestia desliza el pulgar recogiendo la primera lágrima y la chupa, se queda quieto devorándome con la mirada. Silencio. Uno palpable en el ambiente que se carga en cada gesto suyo. Su toque me hace daño. Una caricia y caigo. Una mínima atención positiva es suficiente para que lo perdone, aún cuando es lo peor que puedo hacer ante muestra de cariño me relajo.
—No llores.
Sollozo profundamente.
Derek conduce mientras trato de frenar el llanto. Si sigo a este ritmo volverá a aparecer su agresividad. Y, por un segundo, creo tener razón, cuando libera una de las manos del volante, aunque lo que hace es atender el móvil activando la música a un volumen moderado.
Dusk Till Dawn de Zayn y Sia.
La canción me relaja. Las lágrimas se apagan y apenas soy hipo, uno que soluciona Derek al ofrecerme una botella de agua.
—Hackea tú cuenta de Spotify y añadí una play. Espero que la escuches en esos momentos donde creas que no puedo ser más monstruo.
—¿Dejarás algún rincón libre de ti?
—No —aprieto los puños sobre los muslos con sus contestación tajante —Recibes lo que me das.
Vuelvo a estar cabreada. Observando las puertas de cristal de la clínica privada no puedo estar de otra manera. Venir aquí, más con él, es un añadido a las humillaciones que sufro por Derek. A este ritmo conocerá mejor mi regla que yo.
—Me voy —anuncio, doy media vuelta y Derek me sujeta del brazo.
—Es por tú salud —hincho las mejillas —No me hagas esto, caprichosa. Con tu edad es bueno una primera revisión, más considerando que estás apunto de aventurarte al reventamiento de tú coño.
—¡Derek! —incorregible.
—Hazlo por mí.
—Menos lo haré por ti —se me para el latido cuando realiza un puchero infantil. Así no, así si que no. Maldito —Esperaras afuera.
—Tengo que vigilar que no se propase contigo.
—Solo...
—No me contradigas —más que un hombre parece un niño suplicante, aún cuando no hace la petición directa —Muévete. Antes de que me agoten tus berrinches.
Él es el berrinchudo.
Entro a la clínica sabiendo que no hay manera de cambiar la situación. La recepcionista nos saluda con un leve "Buenos días" sin ser capaz de despegar la mirada de la mesa, incluso se le agarrotan los dedos sobre el teclado del ordenador.
—Nombre.
—Sheila, Señor —dice con sumisión. Es como verme a mí cumpliendo las órdenes de Derek. Temerosa de lo que pueda pasar, temblando en voz —El doctor os atenderá enseguida.
Vamos a la sala de espera. Ante nuestra aparición los que esperan callan y agachan la cabeza, algunos van más allá desocupando las sillas mientras que ocupamos las nuestras. Derek no habla. Ignora el ambiente de sumisión pasando las páginas de una revista. Pero yo, yo no puedo ignorar, menos cuando hay quienes deciden huir incomprensiblemente.
Sé que de poder escaparía, aún así tengo la excusa de tratar con él y los malos ratos que me hace vivir. Sin embargo, ellos no tienen nada, ni siquiera les habla, no tienen ni su voz para temblar.
Apoyo la mano en su muslo y susurro en exclusiva:
—Estoy aquí.
Separa los labios sin llegar a decir nada. Acompaña mi mano con la suya dibujando pequeños círculos. Antes de que lleguen las cosquillas contraataco. Nos adentramos en un juego infantil que no esperaría de él. Es divertido, refrescante y me gusta. Este es mi Derek.
—Señora Salvatore —nos interrumpen.
—Soraya Aguilar —rectifico ganándome un pellizco —Señorita. Señorita Salvatore.
En la consulta nos recibe un doctor de avanzada edad y con la misma inclinación sumisa que el mundo. Estoy hartándome.
—Nombre.
—Doctor Velázquez, Señor —levanta los ojos precavidos hacía mi —Soy el ginecólogo de la familia Salvatore por más de dos décadas. Se encuentra en manos confiables. Sabiendo que es su primera vez procederemos a una preguntas básicas para llenar su formulario —asiento nerviosa por culpa de Derek. No debería estar aquí. Cosa de mujeres. Alguien se lo tiene que explicar —¿Cuándo tuvo su primer período?
—A los quince. A mi mujer le gusta crecer a su ritmo —se adelante a responder Derek.
—¿Algún dolor durante el período?
—Ligera molestia en la rodilla derecha —no, tanto no debería saber —Y tiene antojos de chocolate. A preferencia helado de chocolate para evitar que se desate el infierno.
—Exageras —protesto, cruzando los brazos y llenando las mejillas —No necesito helado para sobrevivir al período.
—¿Segura?
—Si.
—Lástima. Estaba planeando encargar un cubo de cinco kilos con oreo y esas mierdas dulces que idolatras.
—Yo sobrevivo, pero los demás no. Así que ten cuidado con las cosas que dejas de hacer —sonrío con gentileza.
—Tendrás tu helado.
—Perfecto. ¿Por dónde íbamos?
—Los dolores menstruales —recuerda el doctor.
—Derek tiene razón. Sufro dolores en la rodilla. Mamá decía que era algo normal por la lesión que sufrí en... —ladeo la mirada hacía Derek —¿Cuándo me lesioné, señor acosador?
—Esquiando a los doce años.
Es el maestro de los acosadores.
—¿Cómo averiguaste eso?
—Con tú historial médico. Tienes tus obligaciones como mujer, yo las tengo como tú hombre. Cuidar tu salud es una de ellas.
—Continúe doctor. Mi amorcito se está preocupando.
Seguimos con el interrogatorio. Mayoritariamente responde Derek presumiendo de su dotes de acoso. Por otro lado, si había algo que no sabía, ahora lo sabe.
—¿Ha mantenido relaciones sexuales?
—Es virgen. Ya empieza a molestarme tantas preguntas estúpidas —se incorpora sobre el asiento, engulle al médico a través de una mirada que hace temblar los mundos y endurece la expresión. El niño se fue, el sádico volvió —Estoy aquí para follarme a mi mujer sin correr el riesgo de un embarazo.
—Procederemos a vaciar.
—¿Qué? ¿Cómo qué...
—¡¿Vaciar a mi mujer?! —ruge Derek. El doctor no sabe donde esconderse tras provocar a la bestia —¡¿Cómo te atreves?! ¡¿Cómo te atreves a ofender a la futura madre de mis cuatro hijos?!
—¡¿Cuatro?!
—¡Ni uno más, ni uno menos!
—¿Y puedo opinar?
—¡Indiscutible! Tengo sus cuatro nombres.
Si existe un Dios, un algo, por favor, que se canse de mí antes de dar a luz el primero de los cuatro.
—Te... Tenemos otros métodos —el doctor se estira el cuello de la camisa —Inyecciones anticonceptivas.
—Cuéntame más —se relaja Derek.
Nos informa al detalle y la programación. No puedo olvidarme de ninguna cita si no pretendo convencer al hijo de un monstruo. Mientras anoto rigurosamente cada fecha, Derek insiste en los efectos secundarios, sin quedarse satisfecho después de que se lo hayan repetido cuatro veces y lo acepte. Con mi opinión no se cuenta aunque estoy indudablemente a favor.
—Pediré a la enfermera que prepare la primer inyección.
—Otra pregunta. Se follar y eso, pero nunca he estado antes con una virgen. —ay, Dios mío, Este hombre es muy bruto —Acepto un par de consejos para reducir el dolor.
—¿Te preocupa en serio? —le pregunto.
—Solo pretendo que duela más.
Me quedo con la enfermera mientras Derek sale con el doctor y sus consejos. Seguramente pretende que duela tanto que no tendré ni la mínima posibilidad de escapar al día siguiente.
Salgo tras unas últimas indicaciones y una inyección.
Sin rastro de la bestia decido pasar el resto de la mañana sin su compañía, ya que no hay nada más programado. Querrá pasarlo conmigo, pero yo no quiero. Suficiente habiendo venido a la clínica.
Abandono el edificio apurada, sin embargo, aquí está la bestia, fumando mientras mantiene los ojos cerrados. Intento seguir con el objetivo de irme moviéndome con el mayor de los sigilos. .
—¿Cómo van los entrenamientos? —maldita oreja la suya.
—Divertidos.
—¿Y la autoescuela?
—También. Aunque algo lento —tan lento que ni he empezado. Y el parece que no está al corriente —Seré la típica repetidora. Aunque considerando que eres quien paga da igual. Es tú fortuna, no la mía.
—Te puedo ayudar.
—Tampoco me va tan mal.
Definitivamente, no sabe de mis faltas. Claro que puede ser una trampa. No puedo bajar la guardia. Quizás. Tal vez. Existe la posibilidad de que si lo sepa. Solo está alargando esto para un castigo elevado. Mi pobre trasero. Mi dulce y pequeño traserito sufrirá las consecuencias de mis fechorías.
—Insisto.
—Compláceme y vete.
—¿Quieres que sea complaciente? —me palpita la entrepierna con su sonrisa genuina —Iré a trabajar. Tienes la mañana libre para hacer lo que quieras, pero no descuides la comida y la autoescuela. Sabes que pasará si incumples.
—Castigo.
Apenas rozan nuestros labios en su despido. Me deja tentada de un beso que pierdo.
Libre, voy al parque de siempre, en el mismo banco, abriendo la libreta y continuando la historia. Aunque no estoy inspirada. Pienso en él, en nuestro año de miradas en este lugar. Yo escribía, él fotografiaba. Era el mejor momento.
Todo era perfecto en la lejanía.
Hay misterios por descubrir, otros mejor dejar.
Al mediodía cumplo comiendo el menú seleccionado por Derek. A las tres estoy llegando a la autoescuela. Un nuevo intento. Estoy frustrada por ser incapaz de cruzar las puertas. Siempre escuchando su lamento.
Empiezo a perder el aire. Son apenas cuatro metros.
Cuatro.
Tres.
Dos.
Uno.
Soy agarrada de la muñeca. Mi acosador ha llegado antes del cero. Me gustan su sonrisa, pero también me gusta su línea recta. Está serio mientras me inspecciona apartando dos mechones traviesos.
Veo en él un héroe, uno oscuro. Lo hago mientras que me guía alejándonos del conflicto.
—¿A dónde vamos? —pregunto.
—A casa.
Esperaba no regresar a la mansión de Derek, al igual que esperaba que él se cansará rápido de mí. Esperaba demasiado.
Ubicada en el jardín, el chillido del Odas anuncia su aterrizaje en mi hombro. Ambos nos miramos antes de que alatea brusco, despeinándome.
—Tú pajarraco me odia.
—A los que odia les picotea los ojos.
Derek flexiona el brazo sobre su pectoral y Odas salta a él. El amo acaricia el pájaro mientras este se limpia las alas con el pico afilado.
—Yo soy más peligroso —estira el brazo y el águila regresa a los bosques con un chillido de despedida —Entremos.
—Quiero quedarme aquí.
—Haz lo que quieras —dice brusco, entrando en solitario.
A solas la melodía de la madre naturaleza me cautiva a través de cada nota natural. Un coro de pájaros, la brisa, el crujir de las ramas, un río cercano... Hechizada me siento en el suelo y cierro los ojos. Vacío la mente de malos pensamientos. Placer. Dulce placer.
Unos pasos profundos se unen a la actuación.
Derek se sienta al suelo, subiéndome en su regazo y cubriéndome con una manta en mitad de un abrazo. Apoyo la oreja sobre su pecho. Su corazón late a un ritmo especial. Único. Encapricha el mío para que siga la pauta. No es malo, solo complicado.
—Bambino —traga con fuerza, contra los músculos —Derek —rectifico bajando su tensión.
—No soy un niño para que uses ese término conmigo.
¿Quién le dice?
Regreso al silencio refugiándose en el sonido, principalmente, en el abrazo de Derek y su corazón.
He estado sufriendo toda la semana con el tema de la autoescuela, angustiándome y vomitando. Ahora el asunto parece lejano. De otra época.
Si él no hubiera aparecido experimentaría una nueva tortura. Es como si fuera consciente de mi sufrimiento, que estuviera ahí para protegerme de la desolación que quedó en la muerte de mis padres. Sabe todo de mí. Tiene lógica.
—Gracias por salvarme.
—¿Salvarte? ¿Qué mierda hablas? —me agarra suave del cuello y hace que nos miremos.
—Viniste a ayudarme. Eres mi acosador. Sabes lo que me pasa. Así que has aparecido para...
—Deja de decir tonterías.
—Pero...
—Soy tú hombre, no un puto héroe —trato de desviar la mirada pero me retiene por la barbilla —He ido a buscar a mi mujer para pasar juntos la tarde. Así que no entiendo que dices de salvar.
—Fantaseo despierta.
—¿Segura?
—Si.
No voy a adentrarme en la complicación de su mente. Estoy segura que sabe lo que pasa. Es mi acosador. Sin embargo, parece como si estuviera dándome la oportunidad para explicarme. Sé que mi verdad es la buena. Aunque diga que fue para estar juntos es evidente que fue a ayudarme. Espera mi confesión. Tienes ganas de castigarme después de ello. Advirtió de antemano.
—¿Me castigarás? —juego inquieta con el pelo.
—¿Debería?
—Sabemos que no he asistido a la autoescuela ningún día.
—Explícamelo.
—No es simple.
—Cierra los ojos —me ordena susurrante a mi oído, cumplo y baja más el tono: —Inspira —cumplo —Expira —continúo —Inspira...
Respiro siguiendo cada orden. Mi relajación se vuelve profunda.
—Habla. Sin ritmo, ni orden. Yo te comprenderé.
—Cada vez que lo intento... —me pican los ojos —Bloqueo. Me bloqueo. Duele mi cabeza... Recuerdo el día. Ese día —es muy complicado hablar de esto. Las lágrimas se pronuncian, las manos tambalean, aunque él se hace presente y reconfortante, acariciando superficialmente —Alguien súplica. Un hombre. Ruega para que no me vaya, para que no lo abandone... Intento darle significado. Yo...
—Hace dos años sufriste un accidente con tus padres —dicho por él las lágrimas pesan y corren más —Según los informes médicos tuviste una recuperación muy lenta, más de lo esperado. Tú cabeza se dañó. Aunque solo es un pequeño trauma que te impide recordar lo que pasó con exactitud aquella noche.
—Recuerdo el impacto.
—No el después.
—Los cuervos, los gritos...
—Muy probablemente fuera tú padre.
—Reconocería la voz de papá.
—Depende. Los sucesos traumáticos suelen sorprendernos con la forma que tiene el cuerpo de protegernos —le miro expectante de su astucia —Muy probablemente cambiaste la voz para que sea más soportable —tengo ciertas dudas y las ve, diciendo: —Al encontrarte y reclamarte como mi mujer, estudie hasta lo más insignificante que había en ti. Eras antisocial. Sufrías acoso en el colegio. Nunca hiciste un amigo. Así que no puede ser otro que tú padre.
—Hugo es mi amigo.
—Era tú cuñado. Ni siquiera lo hubieras conocido a no ser porque se follaba a Laura.
—Sigue conmigo —trato de separarme inútilmente —Suéltame.
—Estamos hablando.
—No tengo nada más que decir.
—Yo si. Tendrías que haberme informado antes de la situación —frena las caricias haciendo una presión profunda con dos dedos —Tienes mi número y obligaciones como mujer. Bueno o malo tiene que decirlo.
—Eres mi acosador. Tú obligación es saberlo quien que yo lo diga.
—¿Te gusta ser acosada por tú hombre? —sonríe arrogante y niego, me limpia el rastro de lágrimas con las mangas. Me gusta mucho tenerlo así —Acostúmbrate a contarme las cosas. A no ser que quieres que me convierta en tú sombra. Estaré tan encima que te ahogarás por escasez de oxígeno.
Asiento y trato de bajar la cabeza, aunque no me deja. A él no le gusta ese gesto feo.
—Entremos. Ya has pasado demasiado tiempo afuera y tú cara se ve más repugnante que el atropello de un animal —sujetando la manta me levanto —Quiero que conozcas nuestro hogar.
La primera parada es el lavabo.
Derek me da espacio para que me lave la cara. Tal y como ha dicho, estoy del asco. Irritación ocular, lágrimas secas y labios inflamados, necesitados con urgencia del labial que negué de la bestia.
El jabón huele a silvestre. Un recordatorio de que estamos rodeados de bosques y montañas pertenecientes a los Salvatore. Cientos de hectáreas forman la cordillera que les pertenece, al igual que la mitad de la ciudad. También lo que tengan por el mundo.
Librándome del exceso de pensamientos enjabono el rostro y aclaro con agua templada. Utilizo la toalla... ¡Oh, sorpresa! ¡Negra! Nótese el sarcasmo. Utilizo la toalla negra para secarme. Antes de salir ordeno el cabello.
Apta para regresar con el peligro.
Exploro la mansión en solitario. En está ocasión lo hago con la calma de no tener que escapar. Además, en la planta baja, no hay cuadros de mi persona, así que puedo mantener la cordura.
A mitad de pasillo hay una estantería empotrada. Hay cualquier tipo de libro; biografías, científicos, ensayos, novelas, poéticos... Acaricio el lomo de uno cuando me aplasta el recuerdo de la cabaña.
El miedo invade, el corazón se acobarda. Un susurro grande y profundo llega pegado a mi oreja:
—¿Qué haces?
¡¿Cuándo ha llegado?!
¡Maldito modo ninja!
Salto alejándome. Doy la cara a la bestia acabando de retroceder hasta chocar contra la estantería, provocando la caída de un par de libros, quedando de inútil cuando apoya las manos en el estante, formando barrotes a mis laterales que imposibilitan escapatoria alguna. Aunque podría agacharme. Sin embargo, su mirada oscura genera un efecto narcótico en mí.
El corazón grita auxilio cuando su pecho aplasta el mío.
Se inclina y vuelve a susurrar en la oreja:
—Podrá nublarse el sol eternamente, podrá secarse en un instante el mar, podrá romperse el eje de la Tierra como un débil cristal —recita Bécquer con majestuosidad. Desliza la mano por mi cintura y entreabro los labios, sorprendida —¡Todo sucederá! Podrá la muerte cubrirme con su fúnebre crespón, pero jamás en mi podrá apagarse la llama de tu amor.
Agradezco que su boca ataque violentamente la mía. No hay tiempo para hablar, ni para pensar, solo para dejarme llevar por el magnetismo que tenemos, estallando en besos que empiezo a añorar cuando no están.
Escalo su cuerpo hasta posicionar las manos detrás de la nuca.
Jugando con las lenguas bailo con la muerte.
Disfruto.
¿Quién soy?
Complicada respuesta. Con Derek presente pierdo la identidad sin ser capaz de responder.
—Cada día besas mejor. Claro que eso es porque quien te besa soy yo —dice al separarnos.
—Engreído.
Una sonrisa se perfila en sus labios antes de agacharse a recoger los libros caídos, entre estos una primera edición del poemario de Gustavo Adolfo Bécquer, el escritor del poema que Derek ha recitado de memoria.
—No maltrates a los libros.
—Mantendré la distancia con ellos —escondo las manos en la espalda cuando termina de colocar los libros y se posiciona delante —Recuerdo lo que dij...
—Separa los labios —cumplo y saca el bálsamo que esparce con cuidado antes de volver a guardarlo en el bolsillo del pantalón —Haz lo que quieras con estos. A lo que a mi me representa son tuyos. Referente a los de la cabaña no pienso quitar la amenaza que te di. Toca, roza o simplemente mira y pasarás una larga temporada sin poder escribir.
—Si, señor.
—¡Derek! —brama.
Tira de mi brazo con cierta brusquedad para que camine. Entramos en un salón elegante y natural. De tonos grises en su mayoría, los cuales hacen destacar las plantas repartidas con equilibrio.
Hay un sofá en L y de gris oscuro, con la manta de antes. A sus pies una alfombra centrada con la mesa baja. Cada detalle está bien pensado. Claro que por encima de todo destaca la pared situada detrás del sofá.
Cientos de pájaros vuelvan siendo siluetas blancas sobre la única pared negra de la estancia, al igual que el tatuaje de Derek. Unos veintipocos deformes, otros más aceptables, más mejores y perfectos. Sin patrón, ni diseño.
Soltándome de Derek acaricio una con las alas abiertas.
—Contigo me pierdo. Ya no sé si estás obsesionado con los pájaros o conmigo.
—Siempre contigo, los pájaros son un añadido —me entrega una tiza y propone, más que ordenar: —Dibuja uno.
—¿Por qué?
—Ella no llegó a estar para disfrutar de la mansión completada, aún así desde que terminaron este salón y veníamos a revisar el avance de la construcción siempre dibujaba un único pájaro —esta confesión no me está gustando —Una vez creí haberla perdido como mi mujer. Era juguetona. El punto es que me di cuenta que estaba jugando porque cada día se presentaba sin que lo supiera y dibujaba. Hacía mucho drama, me enloquecía, pero aprendí que cada pájaro que nacía era un sigo aquí.
Esto es muy triste. Quiero llorar las lágrimas que él no muestra cuando hace mención de ella.
—Derek...
—Cosas del pasado mejor miremos por el presente. Eres mi mujer. Estás obligada a dibujar un pájaro, a decirme que sigues aquí.
Odio esto. Aunque más odio ser un reemplazo. Son tres que me miran queriendo un cadáver, aún cuando Máximo presume de no verme como tal, los tres esperan cosas que le daría un muerto.
Tengo que quedarme un largo rato perdida en mis pensamientos porque el carácter de Derek cambia.
—¿Quieres que suplique? No, Bird. Yo no suplico —presiona la tiza en mi palma haciéndome daño. A continuación, me arrastra a la pared cogida de la muñeca y sin permitir que le vea —Si ordeno que dibujes un puto pájaro, callas y obedeces —me agarra del cuello por detrás y añade: —O te ahorco.
Dibujo una deformación que ni puede considerarse pájaro con los dedos temblorosos y soy liberada. Hago un intento para mejorar la espantosa creación. A cada línea me voy frustrando hasta que intento borrarlo y Derek me lo impide retirándome de mi pared favorita.
—¡Suéltame! ¡Es horrible! —le piso el pie sin que se inmute.
—Una vez dibujado no se puede borrar.
—¡Dibujaré otro! —grito, busco otro espacio pero me mantiene en sus brazos. Así que trato de luchar. Golpeo una y otra vez —¡Suelta! ¡Qué sueltes!
—¡No!
—¡¿Por qué?! —subo la voz por encima de él.
—¡Porque es mi puta excusa! —insiste en usar el mismo volumen que yo —¡Joder, pajarraco! ¡Qué te lo he dicho! ¡Sé que sí mañana me odias y no quieres venir, vendrás para dibujar un pájaro! ¡Conmigo o sin mí!
—¡Vendré todos los días hasta llenar la mansión de pájaros! —consigo zafarme y le lanzo la tiza en la frente —¡Imbécil!
Conservamos la postura en silencio y desafiando la mirada. Me da igual lo que venga que esta vez no me acobardaré, no ahora. Estoy cabreada. Es hora de que valore mis sentimientos.
Soy tirada al sofá y se sitúa encima. Aplacamos nuestras malas vibraciones uniendo nuestros labios llenos de agresividad.
—¿Crees que puedes tratarme como mierda? —pregunta, con la voz ronca y entre besos rabiosos —No, no puedes. No voy a tolerar este comportamiento contra mi, si con los demás, pero nunca conmigo.
Se quita el cinturón y afloja el pantalón, el bulto palpitante se marca en el tejido del bóxer.
Sin poder recuperar el aliento nuestros labios continúan fundiéndose mientras sitúa mis brazos sobre mi cabeza. Amarra las muñecas con el cinturón y recibo un último beso antes de que siente y me tumbe sobre su regazo.
Me baja el pantalón y rasga la fina lencería que me compró su hermano. Masajea la nalga izquierda, aprieta la carne y la manipula a su antojo provocándome un saboreado jadeo en mi boca.
—No seré ningún santo.
Estalla su mano sin medir la fuerza y chillo por el primer azote que asegura no ser el último.
—¿Quién es el imbécil?
—Tú —me falla el subconsciente. Recibo un segundo azote más picante —Na... Nadie...
Otro azote. El quemazón en el culo genera corrientes eléctricas que me invaden con delicia y me ponen a desear.
—Bird. Rectificar no te salvará de los azotes —hunde los dedos en mis pliegues —Ni de la humedad. Estás tan mojada, amore.
Veo atentamente como saborea los dedos. Despacio, a un ritmo propio de las torturas más lentas y sufridas. Aunque no me deja ver por mucho, ya que a través de un tirón por el cinturón me pone a mirar la alfombra.
El cuatro azote llega por sorpresa, en el quinto caen un par de lágrimas, en el sexto se me entumecen las piernas, en el séptimo el cosquilleo de la entrepierna se vuelven agresivas y en el octavo solo hay placer.
Encaja la mano en mitad del monte, se entretiene en el matojo y me masajea robando suspiros.
—Mírate y grábate lo mojada que estás. Hazlo para recordarlo la próxima vez que tengas el valor de decir que no me deseas o etiquetarme de abusador y esas porquerías que no soy para ti.
Intercambia su regazo por la superficie de la mesa baja, me acaba de quitar el pantalón y se arrodilla al suelo. Abre mis piernas perdiéndose con la boca saboreando el fruto del Edén.
—¡Derek! ¡Oh, joder. Derek! —gimo al compás de su lengua.
Veo el cielo, rozo las nubes con las yemas y me santificando ardiendo por la sucia boca del demonio. Su existencia le queda grande al mundo.
—Por favor. Un poco más, por favor...
Derek se ríe.
—Me desconcentras, Bird. Deja las formalidades que no combinan bien con mis guarrerías.
—Lo siento.
Niega, frotándose el puente de la nariz.
—Dime cosas sucias —trata de volver al tono picante y más serio, aunque le cuesta contener la risa —Inténtalo.
—Cerdo. Eres un cerdo —trato de señalar con las manos atadas y vuelve a reírse. Me gusta verlo así, que esté así. Sería muy distinto si pudiera tener esta versión siempre presente. Quizás me enamoraría —Te ríes como un cerdito. Oink, oink.
—No es cierto.
Claro que no. Sin embargo, escuchando su risa jovial vale la pena mentir. Es mi fotógrafo misterioso, el del parque.
—Si lo digo yo es cierto.
—Eres una criaja. Inexperta y que me enloquece —se despeina y me sienta en el borde de la mesa. Mi trasero caliente se queja de dolor —Asusta. Tengo miedo de no poder contigo. Siempre lo tuve. Eres capaz de despertar mis inseguridades, pero también eres quien las fortalece.
—¿Hablas de...?
—Ah, quedé sin apetito —me acaricia con suavidad. No, a mi no, lo hace al recuerdo de su mujer —Miento. Pero si sigo así querré follarte y eso no me conviene, así que voy a desaparecer un rato.
—No toques lo mío.
—¿Tengo cara de sumiso?
Dos horas y una televisión dan para mucho. He descubierto un sinfín de canales, de aquí y de allá. Gran parte de ellos en distintos idiomas, aunque existen los subtítulos en inglés y yo soy buena con eso.
Derek llega. Mojado y apestando a colonia cara. Tengo la teoría que se ha ido a aliviar con la primera puta de paso, así que apesta, aún cuando el perfume es el amargo y varón que acostumbra a usar.
Activo el modo gusano de seda con la manta mientras miro fijamente al oscuro microondas. Se atreve a tocar mi cabello. A la próxima que me caliente le amputo el pene que no usa conmigo.
—Quédate a cenar.
—Tengo pizza con mis chicos.
—Olvídalos por hoy.
—¿Y la amenaza? —sin ella es inadecuado para el corazón. Y no sé a quién odiar más, a él por molestar o a mi por caer —Tiene que haber amenaza.
—Será chantaje. Si me eliges voy a cocinar la comida más rica que hayas probado en mucho tiempo, en caso contrario, va a pasar el doble de tiempo para que vuelva a ofrecerte mis extraordinarias cualidades.
¡Dimito!
—Se preocuparán si no voy.
—Tienes móvil.
—Únete a nuestro plan —me arrepiento al segundo, él también, ya que juro que por un segundo ha estado apunto de aceptar, sin embargo, ha creado una especie de barrera absurda. Creo que quiere hacer amigos —Perdón. Es lo más estúpido que he dicho hoy.
—Más adelante. Ahora quiero estar contigo.
—Seguirás est...
—Aceptaré el resultado —dice, quitándome el móvil para escribir la decisión en Control.
¿A quién elijo esta noche?
Hugo y el vecino / Mi hombre
Varios minutos más tarde, Derek pregunta arrogante y victorioso:
—¿Qué quiere cenar la perdedora de mi mujer?
—Tendré que estar grabando toda la noche —cruzo los brazos y su aires de grandeza desaparecen —¿No lo pensaste?
—No comparto. Esta noche es mía y tú con ella, sin ninguna puta cucaracha que nos observe.
—No ofendas a mis controladores.
—¡Que los jodan! —hace añicos el móvil contra el suelo —Resuelto. Solos tú y yo.
Soporto su mirada penetrante un segundo antes de mirar indignada a cualquier esquina donde no esté. Claro que él tiene sus propios planes. Porque es él y sus putos caprichos de enfermo esquizofrénico. Un momento es perfecto, el otro me clava los dedos con dolor.
—¡Me haces daño! ¡Basta, por favor!
—Solos tú y yo.
—Solos tú, yo y tus trastornos.
Afloja la presión dejando un insistente molestia que trato de rebajar con un ligero masaje.
—¿Qué quiere cenar la perdedora de mi mujer? —reinicia la conversación. Me asusta equivocarme de respuesta y vuelva a atacar —¿Y bien? ¿Nada? En ese caso te sorprenderé.
Al irse me agacho a recuperar los trozos del móvil. No era suficiente con tener que quedarme, sino que también se tenía que añadir la imposibilidad de comunicarme con Hugo. Tengo que hablar con la bestia malhumorada. Quizás razona y me presta su móvil para una llamada de cuatro minutos.
Suspiro y voy a su encuentro.
Desde el umbral de la puerta observo al gran animal absorbido con la elaboración del plato. Con las mangas arremangadas y un delantal negro. Se le marcan los bíceps mientras amasa. Tengo una idea de la cena. Pasta. Auténtica pasta preparada en manos de un italiano.
Sigo perdida en sus músculos. Perdón. Soy mujer. Sería pecado si desperdiciará la ocasión.
Esparce la harina por la superficie, sé de otro lugar en donde también lo podría hacer y manosear. Con esas grandes manos, abriendo y cerrando. Considerando el mismo tacto que usa en la masa para ello.
Golpeo la fantasía y capto su atención:
—Derek.
—¿Si?
Tengo que evitar su mirada para que no se aflojen las piernas. Maldita sea, ni siquiera se esfuerza para que lo deseé. Cosa que debería hacer. Esforzarse, corrigiendo su toxicidad y disculpándose. Aunque pedir perdón suena a imposible.
—Nada.
—Si necesitas algo solo tienes que pedir.
—Tengo que avisar a Hugo —balbuceo.
—Hugo. Aún tienes que contarme que pasó entre tú hermana y él.
—No —digo tajante, a lo que él ensucia mi mentón con la harina —Antes que nada ya lo sabes por acosador, después de ello, no me apetece ser una lora repitiendo lo que ya sabes.
—Quiero escucharlo de ti. Que confíes. Quiero que nuestra relación lo sea todo, pero sin confianza es nada.
—Necesito tiempo.
—Y yo te lo ofrezco —me limpio la harina —Vamos al presente. Si quieres contactar con Hugo deberás ofrecerme algo, no volveré a pedir información, pero si un beso —le doy uno en la mejilla —Así no, así.
Agarrada de la cabeza me devora la boca, dominante y provocativo, presumiendo de ser una droga potencial. Soy adicta a besos desalmados, de esos exigentes por su origen indomable y que dejan con abstinencia.
Me engancho a su cuello dejando caer los pedazos del móvil, despegando los pies del suelo cuando me sube y me enredo a su cintura. Soy llevada a la isla y se ubica entre mis piernas sin interrumpir la candente reunión, la que acaba cuando ya no tengo oxígeno y debemos separarnos.
Del cajón saca la caja de un nuevo móvil con las mismas características del destruido.
—¿Tenías planeado destruir mi móvil desde el principio?
—No, pero suele pasar. Con la misma frecuencia que hay rompiéndote las bragas.
—¿Significa que también tienes bragas?
—Tal vez sí, tal vez no —se muerde el labio y me presiona el monte por encima del pantalón —A mi me resulta más apetecible que no lleves nada, aunque también lo haría que usarás mi bóxer. Sinceramente, te arrancaría toda esa inutilidad que llevas puesta y te haría llevar la mía. Me gusta eso, hace que seas más mía y que el mundo lo detecte antes de molestarte.
—Eres muy posesivo.
—Lo soy —me da un beso injusto. Quiero más, pero es cruel dándome migajas y dejándome hambrienta —Lárgate, pajarraco. Tengo que cocinar y estás distrayendo.
Voy a los restos del móvil con el único objetivo de recuperar el móvil y dejo a la bestia cocinar, aunque me frena su voz:
—No toques...
—Lo tuyo.
De regreso al salón de los pájaros espero que Hugo atienda. Observo el mural con cierto malestar, conociendo su significado, no él que dio Derek, sino el que existe contra mi existencia. Dejaré de ser yo. Desapareceré. El proceso de transformación ya ha iniciado por la influencia de Derek y lo que me genera, sabiendo que siendo yo nunca estaría en este lugar. Hubiera escapado, no sé cómo, pero ya lo hubiera hecho y él no podría hacer nada para localizarme.
—¿Cómo está mi jefa favorita? —saluda Hugo.
—Secuestrada.
—¿qué?
—Mi galán me ha secuestrado para pasar un maravilloso fin de semana romántico en pareja. Solos él y yo —como siempre hago en estos fingidos momentos de enamorada, llevo la mano sobre el pecho y abuso del pestañeo —Estoy emocionada. No es como los demás —es peor —Incluso cocina para mí. Casi parece ficticio.
—No me des estos sustos, jefa —me riñe y río —¿Qué haría si secuestran a la loca? Sé que haría, aunque dudo que alguien quisiera alguno de mis riñones.
—¿Venderías un riñón por mí?
—Mataría a quien se cruzara.
—Que romántico.
No, no lo es. Si, si que lo es. Solo que es cuestionable para los que no tienen tanta suerte. Por otra parte, bromea.
—No lo digas mucho que tú novio se pondrá celoso. Y donde yo estoy no dejaré que otro esté.
—¿Sugieres que te ame más que a él?
—Soy el amor de tu vida —se ríe por un chiste que solo conoce él, así que me lo explica: —Imaginaba que estabas con él y escuchaba con cara de pocos amigos, en plan perro rabioso.
Hugo no sabe lo afortunado que es. Tiene razón al decir que tendría cara de amargado, pero lo que no sabe es que sería capaz de atragantarlo con cada palabra que no le gustará.
—Tienes que presentarme al hombre de nombre feito.
—Próximamente.
¡Jamás!
—Te recuerdo que necesitas mi aprobación.
Evado el tema y conversamos de otras trivialidades, entre bromas hasta que Derek llega aún con delantal. Se coloca detrás sin interrumpir, recogiéndome el pelo y elaborando una trenza de raíz. Asegura que este cómoda en sus brazos antes de darme un beso en la mejilla.
Este. Quiero este Derek.
—Tengo que colgar —comunico a Hugo —Pórtate bien, no presiones al pequeño y nada de orgías. Si vuelve a pasar te quedas sin descendencia.
—A sus órdenes, jefa. Alcohol y drogas, sin sexo.
Nos despedimos y cuelgo.
—¿Qué sabe de mí? —pregunta con cautela Derek.
—Que eres rico.
—¿Qué más?
—Amable, atento, cariñoso y romántico —encojo los hombres —Miento porque él es capaz de venir con la verdad, porque es capaz de desafiarte y acabar todo en una pelea donde lo matarías.
—¿Sabe mi nombre?
—Otra mentira más.
—Tiene que seguir siendo así.
—Lo sé.
Me hace el flequillo a un lado, pase el pulgar sutilmente por la frente y desciende por el puente dando un toquecito en la nariz, antes de perfilar los labios sin que llegue a darme mi maldito beso.
—Hora de cenar.
El comedor está ambientado con la iluminación de inmensas lámparas circulares encima de la alargada mesa, decorada con tres centros compuestos de flores negras y azules en perfecciones condiciones. Es tan idílico que es imposible que los haya hecho él, al igual que es imposible que cuide todas las plantas de dentro y de afuera. Además, él no debe preocuparse de estos detalles. Claro que las dos veces que he estado aquí nunca he visto a nadie.
—¿Tienes empleados de hogar?
—¿Qué clase de pregunta es esa?
—Es la segunda vez que estoy y no hay nadie más.
—Ni lo harás. Me repugnan las cucarachas, así que tienen prohibido estar cuando estoy.
—Son personas no cucarachas.
—Si se dejan pisotear son cucarachas —va a la silla del final de mesa y la retira —Siéntate.
Cumplidora pego el culo en la silla y admiro el plato que irradia con aires italianos. Su presentación es elogiable, digna de un chef y su restaurante Michelín, aunque este restaurante solo abre para mí.
—Vino.
—Si —aunque preferiría agua.
El alcohol y un acosador son una bomba de contrarreloj.
—No esperaba menos —muestra una botella que... Ni idea de vinos, pero seguro que es carísima. Además, no lo quiero decepcionar, ya que parece feliz llenando la copa con elegancia —Elegida con minuciosidad para hoy.
—Nadie me cuida tanto como tú —a excepción de Hugo, también podría añadir a Máximo aquí —Soy afortunada.
Derek se sienta al otro extremo de la mesa. Soy observada con insana obsesión mientras pienso en nuestra ridícula lejanía, ya me parece absurdo en las películas, peor en la realidad.
—Buon appetito —bajo la vista al plato y lo miro a él —¿Ocurre algo?
—No —miento.
—Come
Enredo los tagliatelle con tenedor de plata y acerco la comida mientras soy acechada en la distancia. Incómoda, opto por lo más sensato, regresar la comida al plato aún cuando tiene que ser delicioso.
—Come —insiste provocando que me levante, él hace lo mío —Regresa el culo a su lugar.
—¡No!
—¡Ahora!
El corazón se acelera por el grito, pero paso de consentir que se cumplan sus creencias y no las mías. Tengo límites. Si mi acosador actúa con inteligencia reducida voy a aprovecharme.
Camino hacía su dirección con el plato. Trato de mantenerme tranquila, ignorando sus miradas y ocultando el ligero miedo. Avanzo hasta dejar el plato a su lado y voy a por la copa, teniendo un nuevo sitio.
—Mejor. Mucho mejor —digo, provocando una de sus bonitas sonrisas —Siéntate, Derek. No quieras que la dedicación le ha puesto el chef se eche a perder porque se enfríe.
—Estás loca —se sienta.
—Aprendo de ti —me defiendo. Sin la absurda distancia hago un nuevo intento para comer sin conseguirlo —Deja de mirarme.
—¿Y privarme del placer de verte comer?
—Exacto.
—No me gustan tus contestaciones —bebe de mi copa y se frota los labios humedecidos —No sigas por este camino o experimentaras la peor noche mientras me clavo aquí —cuela la mano en mi pantalón tras desabrochar el botón y pellizca el clítoris —Depende de ti lo animal que pueda ser.
—Seré buena.
—Come —exige por tercera vez y lo complazco. En el primer bocado encaja la mano entera entre piernas, disfruto de la comisa y su masajeo —¿Te gusta?
—Si... Si... —jadeo.
—Sigue.
Continuo comiendo mientras su mando se mueve inquieta. Tengo que beber para no ahogarme por los jadeos que se interponen entre la comida y yo.
—Abre las piernas.
Obedezco y entierra un dedo, el tenedor se me cae a la vez que gimo con profundidad. Cierro los ojos disfrutando, tragando con el segundo, reteniendo el aullido de dolor y placer.
—De... deberías co...comer... —le digo, frenándolo de la muñeca.
—El plato que quiero comer eres tú —saca la mano y saborea los dedos ansioso —Entera. A bocados, marcando para que otros semana que no pueden tocar aquello que es mío.
—Derek...
—Dime que quieres, que me deseas, que estás igual de impaciente para que te robe todos los gemidos —doy un largo trago al vino. No hay forma de apaciguar el calor interno que provoca —Dilo.
—Fóllame.
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