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011 - DOS HOMBRES Y UN CASTIGO


CAPÍTULO ONCE

SORAYA AGUILAR


Estoy plantada frente a mi apartamento. Una vez que pase la llave y ponga un pie adentro, tengo que actuar. He estado pensando en el papel durante el trayecto, acorde a las mentiras que he contado a Hugo. A sus oídos Derek es un caballero, de palabras idílicas y gestos nobles. Supuestamente, he pasado las mejores dos semanas de mi vida a su lado, en un sueño de princesa. Tengo que verme como tal.

Hombros relajados, suspiros afinados y sonrisa estúpida.

El personaje cae en el olvido cuando abro.

¡Mataré a Hugo!

Al propietario del infierno le vendría bien pasarse antes de hacer reformas a su calurosa tierra, también para conocer un nuevo nivel de caos. Sería bueno que lo hiciera en compañía de los siete príncipes, ya que aquí se les podría dar clases avanzadas de cada uno de sus pecados.

Botellas por doquier, algunas rotas y otras tantas culpables de un charco en mitad del salón. Cajas vacías de pizzas, de comida china, turca, mexicana... Entre los envoltorios son altísimas las posibilidades de encontrar una colonia de ratas. Y no voy a empezar a enumerar las cosas rotas: almohadas, cuadros, cojines... De lo poco que teníamos ya no queda nada, aunque hay algo en sustitución, chicas sin filtros y dormidas, como si estuvieran en un casting para la versión madura de la bella durmiente, una que sustituye el palacio por el basurero.

Mi cuñado es imbécil creyendo olvidar a través de orgías, más lo es por haber celebrado la fiesta en nuestro apartamento.

—¡Hugo de León! —un par de chicas despiertan asustadas.

Voy a dejar las maletas al único lugar limpió, mi habitación. Acto seguido, voy a la de Hugo entrando con su estilo, sin avisar. Gravísimo error, ni el agua del Vaticano me salva la inocencia.

¡Adiós, cordura! ¡Te quise lo poco que estuviste!

Hugo y su desnudez son el privilegio, disfrutado en manos de dos lagartas que duermen sobre él. Al suelo, quien debía cuidarlo, el vecino. O mejor dicho, el vecino que todas quisieran tener al desnudo, al igual que lo tengo yo, sin que la comida pegada logre quitarle encanto.

Dejar a dos descerebrados solos jamás fue opcional. Sin embargo, los castigos por inmadurez han llegado, puntuales y con público.

Hoy nos divertimos con los Controladores.


¿Castigo a mis hombres?

Si / No


Agarro un cinturón de Hugo y azoto el pulgar de su pie.

—Hurensohn!

Despierta endemoniado y maldiciendo, con un carácter tosco, aunque se le disipa cuando me localiza al frente y con brazos cruzados. Niego de cabeza, fuerzo una sonrisa de labios cerrados y digo:

—Mi dulce y queridísimo cuñadito, he llegado. O quizás no. Quizás estoy pérdida. Depende de la respuesta. ¿Se ha convertido mi hogar en un prostíbulo? ¿O tal vez un basurero?

—Te lo puedo explicar —se incorpora precipitadamente hacía mí, pero retrocedo señalando al sujeto entre piernas y se frena —Verdammt! —se viste con el pantalón y patea a Alessandro, el cuál su única ayuda es un gruñido —Mira, jefa. Mis neuronas son de carácter flojo. Necesitan más tiempo para una buena excusa, así que es muy poco considerado de tú parte la falta de aviso. La mierda seguiría estando, pero también habría una mentira razonable.

—No quiero una excusa.

—Es mi casa.

—Y yo vivo contigo. A no ser que esta sea una ingeniosa forma de echarme a la calle.

—Ni de broma. Eres mi familia —me suplica con la mirada —Si, la cago. Contigo. Pero no abandones a este ser amado tuyo.

—Soluciónalo.

Everything I Wanted de Billie Eilish suena en Spotify.

Mientras Alessandro y Hugo se encargan del desastre, hago limpieza en el armario para dar sitio a la nueva ropa. No tengo mucho, aún así no deja de ser una labor entretenida. Voy a donar lo que sobre.

En el fondo encuentro una caja negra, una pequeña y suficiente para el contenido que aguarda. No había vuelto a saber de él, desde el día en que decidí lanzarlo al fondo del armario.

Un Rolex Daytona, la excelencia de los relojes suizos. Su precio solo es apto para gente de poder. Tener uno podría resolver los problemas de cualquier familia de economía estándar, mucho más para una baja. Sin embargo, desgracia mía, es falso. Aunque aquí no importa su autenticidad, sino su particularidad y su propietario.

A través del cristal agrietado, marca las diez y cuatro minutos, la hora en que recibió el impacto en el accidente. Su propietario, mi padre, aunque aquella noche lo llevaba yo.

Ahora que lo pienso...

Siempre estaba en mi muñeca.

No era importante para él, lo era para mí. Continúa siendo así.

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Porque es...

La cabeza se convierte en mi peor enemigo, ofreciendo los pinchazos que interrumpen el razonamiento y me ahogan en la tragedia. No debían morir, no de aquella manera tan... Recuerdo el golpe, el que nos empujo fuera de la carretera. Lo siguiente es la habitación del hospital en que desperté, semanas más tarde, y con algo... No, sin algo. Me quitaron...

Vivo un dolor profundo, envuelta de escalofríos y torturas mentales, como si alguien me estuviera cortando la carne de la cabeza. Quiere quitarme lo de adentro. Sin ser suficiente, el corazón se une, roto por lo arrebatado.

Lluvia de cuervos.

Grito histérica.

—¡Ayúdame!

Antes de extinguirme en la oscuridad, Hugo aparece y me acuna entre sus brazos. Intenta negociar conmigo y la paz, sin palabras, a través de toques rebosantes de un amor sin igual.

—Estoy aquí, siempre estaré —me susurra.

—Nos destruyó —balbuceo, entre lágrimas —Perdimos demasiado. A mis padres y... Ahora, Laura. La hemos abandonado, dejado a su suerte...

—Ella nos abandonó primero.

—Sufre.

—Si necesitas que vaya a por ella, pídelo. Aunque sería mejor aceptar que no nos quiere, sino ya estaría aquí —dice con pesar y añade —Nosotros dos somos suficiente para seguir. Bueno, y el perro.

—¿Qué perro?

—Escuché que la tila es buena para los nervios, prepare una —entra Alessandro con una taza.

Hugo lo observa con malicia y capto sus palabras, dando un codazo a las costillas de mi cuñado.

—Gracias, Alessandro —acepto la infusión —Y perdón por haberte dejado con el desastre de Hugo. Sé que la idea censurable fue cosa suya. Eres demasiado reservado para que sea tuya.

—Las amigas eran suyas —puntualiza Hugo.

—A callar, cuñado.

El dúo me entretiene por poco tiempo, hasta calmar mi angustia, ya que deben regresar a la limpieza. No perdonó su atrevimiento, tampoco les ayudo. Cada uno con sus consecuencias. Además, tengo que terminar el armario. Al menos, lo intento, hasta que la vida se esfuerza en cambiar los planes, recordando que tengo a los Controladores a la espera de la diversión.

—¡Hora del castigo! —digo iniciando el directo y saliendo a por los culpables.

—¿Castigo? —cuestiona Alessandro.

—¿Creías que iba a ser tan simple? Claro que es culpa de Hugo, pero tú no dijiste que no.

—Tengo que irme.

—No, tú pagas igual que yo —le dice Hugo, agarrando su brazo y sonriendo.

—Está muy buena, pero no quiero azotes.

—¿Quién habla de azotes? —le preguntamos Hugo y yo.

—Tímido y pervertido —me froto con Alessandro, le dirijo el objetivo y gira la cara —¿Jugando al escondite? Ah, no creas. Dije hora del castigo, no hora de esconderse de nuestra enfadada chica.

Invito a mis chicos, por buenas, a colocarse en mitad del salón, mientras saco la lengua a los Controladores impacientes. Entre estos, teniendo la ausencia de Death, hoy destaca Conquest. Se suscribió cuando jugaba con Pietro, dejando mensajes de amor y empoderamiento femenino. Seguramente, sea mujer. Mejor dicho, confirmo. Primero por sus mensajes de apoyo al matriarcado; y segundo, escribe dirigiéndose a Hugo con términos subidos de tono.

—El castigo para el día de hoy es el maniquí —y empiezan las quejas en el chat. Esperaban algo más caliente, más tóxico. Desconsiderados, no saben que lo peor suele venir en formato inofensivo. Entre los pocos que discrepan de la opinión general está Conquest y su pulgar arriba —Anoto vuestras quejas y las deshecho por la taza del váter. ¿Estáis listos, chicos?

—No —responde Alessandro.

—Excelente si —aplaudo con brevedad, posiciono el móvil en un ángulo fijo y froto las manos energética.

La primera pose es de calentamiento. Hugo con los brazos apoyados en la cadera, Alessandro en brazos horizontales, y las piernas levemente separadas para los dos. Es cómico y parece infantil, aún así es complicado. Quedarse quieto por un tiempo prolongado, aún si fuera una buena postura, favorece el entumecimiento muscular, con el cual deben luchar para mantener la posición. Insufrible, mentalmente y físicamente.

La segunda pose es un abrazo entre ellos. Muy cercanos y amistosos, así como imagino que deben haber estado.

—¿De dónde salió ese móvil? —cuestiona Hugo, muy cómodo en el castigo.

—Regalo de mi perfecto novio.

—Aún no he dado el aprobado.

—Tiene el importante, el mío —responde con una mueca —Soy yo quien me como sus babas, no tú.

—Cuéntame más.

—No —en la tercera posición, le obligo a pellizcarse la lengua para que aprenda a mantenerse callado. No quiero que toque el tema, es muy peligroso, cosa que me gustaría decir y que no puedo —Así me gusta. Cuñadito calladito no se mete en problemas.

A lo que refiere la pose de Alessandro, hago que meta el dedo índice y medio por los agujeros de la nariz. Ambos merecen la foto conmemorativa que les hago, la imprimiré y colgaré en la nevera, así recordarán que pasa cuando me molestan.

Una acción, una reacción.

—¿Cómo pagasteis la fiesta?

Ambos responden y no les entiendo, más bien me río con el ruido que emiten al tratar de hablar. Solo es el principio. Apenas empezaré con lo más interesante, morboso y vergonzoso.

Los enfrento como en el abrazo, más pegados y con la respiraciones sueltas sobre los cuerpos del contrario. Coloco las manos de Hugo sobre el trasero de Alessandro. Intento hacer lo mismo con las suyas pero su cuerpo se vuelve rígido. Suda frío, a su vez pierde el color de la piel. Su expresión parece enterrada en una pesadilla.

—¿Ales...?

No hay tiempo para pronunciar su nombre, ya que apenas entono la vocal, se va del apartamento.

—¿Qué pasa con él? —pregunto a Hugo.

—Estás castigando a un introvertido. Es normal que no aguante —quiero creer en la respuesta de Hugo, aunque su semblante serio lo imposibilita, al menos los segundos que permanece, antes de sonreír radiante —Ey, jefa. Creí que nunca te lo tendría que decir. No es castigo si se disfruta.

—No lo estaba disfrutando —digo, por Alessandro.

—Pero yo sí.

A la noche, tras completar las restantes decisiones, las cuales no aportan demasiada ganancia, aprovecho lo acumulado para pagarnos la cena. Además, es una disculpa para Alessandro.

No he considerado lo suficiente su carácter tímido, aún cuando participó en una orgía, fue por borracho. El alcohol siempre sonsaca el gen primitivo y oscuro, gen que todos tenemos y debemos reprimir. Así que, después de todo, me he dejado llevar y he tenido un mal momento. Y por ello pido perdón.

Alessandro es amigable y bondadoso.

Ante la ida de Laura, ha llegado algo increíble.

Al terminar de cenar, viendo el interés de los chicos por ver películas de terror, decido dejarlos. Suficiente tengo con Derek.

Una vez en la cama me entretengo con Tik Tok. Admito estar cansada, fue un día largo y caótico. Sin embargo, no lo suficiente como para perderme el chisme. No me cansaré de repetir que siempre tiene que haber tiempo para el chisme, ya que sin él la vida pierde cierta gracia.

El mundo se pausa cuando recibo un correo.


Hola, Bird.

Tras el último informe médico y tú puesta en libertad, iniciaremos lo acordado con tú nueva vida.

Adjunto horario de mañana.

El incumplimiento conlleva castigo.

¿Cuál?

Desafíame y lo conoceremos. Mientras tanto, a la espera de mi regreso, sé una mala chica.

Atten. Tú hombre.


Asustada con lo que su maquiavélica cabeza ha planeado, abro el archivo adjunto. Leo su contenido, lo vuelvo a repasar y doy gracias de no tener un espejo a mano, ya que mi rostro debe verse estúpido. Estoy confundida. Esperaba. No sé. Esperaba algo, pero no algo como esto. 


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