
002 - EL JUEGO
CAPÍTULO DOS
SORAYA AGUILAR
A la tarde, con el estómago vacío, llego al viejo departamento, encontrando a Hugo tumbado en el sofá. Sin camiseta, exponiendo los innumerables tatuajes y con los ojos cerrados. Se le escapa un jadeo, le prosigue un gemido mientras mueve la mano con la que sujeta su pene. Soy convertida en estatua ante la escena de mi cuñado masturbándose sin pudor, dándose el placer que mi hermana prefiere dar a otros en vez del hombre que se ha sacrificado siempre por nosotras.
Abre los ojos irritados encontrándose bruscamente con los míos y detiene todo movimiento. Sin soltarla. Por unos segundos, nos observamos en un silencio incómodo hasta que reacciona ocultando la erección bajo el cojín.
—Omitiré eso de mi cabeza.
—No era mi intención... —responde apenado —Si te volteas un segundo lo solucionaré.
—Mejor me voy a paso lento —retrocedo chocando con la pared y cae una fotografía. El cristal que lo enmarca se rompe —Yo.... Perdón.... No era mi intención —me adueño de sus palabras.
—Scheiise —se acomoda el pantalón y se me eleva el pulso cuando viene hacía mí —¿Estás bien?
—¡¿Cómo puedes preguntar si estoy bien?! —pierdo los nervios, complicándose la respiración cuando está demasiado cerca —¡Acabo de ver mi primer pene! ¡El pene de mi cuñado! ¡Degenerado!
—Siempre vienes más tarde.
—¡No hagas estás cosas!
—Estoy algo pasado —de pronto, inclina la cabeza oliendo mi cuello hasta descansar la frente en mi hombro —Tú hermana se ha vuelto a ir sin dar explicaciones. Estoy cansado de los engaños. Soy malvado, pero no tanto.
—Es mi culpa —me encaja las manos en las mejillas.
—No digas estupideces. Suficiente con las suyas cada vez que menciona que nosotros follamos —escala por los laterales de la cara perdiéndose por el cabello y me hace dos coletas sonriente —Que tú tienes mucho morbo y no lo niego, pero a quien me follo es a esa puta asquerosa que tienes como hermana mayor.
—No te merece. Laura es quien te convirtió en un drogata.
—No digas eso —me tira de las coletas y le pisó el pie, consiguiendo que me suelte —La decisión de acompañarla en el duelo fue mía. El que hayamos acabado enterrados en las drogas es culpa de los dos. Más mía porque era el más cuerdo y falle. Me deje llevar y aquí estamos.
Bajo la cabeza ante tanto pesar cuando visualizo la erección haciendo presión en su pantalón y regreso a su cara, gritando:
—¡Soluciona tú problema de pantalón!
—A la orden, jefa —hace el saludo militar antes de retirarse.
A solas observo el cojín y el cristal. Teniendo en cuenta el estado alterado de Hugo, lo primero que hago es barrer para evitar posibles accidentes que conlleven terminar el día en el hospital. Acto seguido, retomo el propósito por el que estoy aquí, yendo a la cocina a buscar algo de comida con los armarios en las últimas. Tuesto dos trozos de pan que casi se reducen en cenizas con lo negro que quedan.
Derek tiene razón al decir que no estoy en buena posición económica. Incluso estoy convencida de que Hugo se ha gastado lo poco que nos quedaba para preparar el desayuno que he desperdiciado en la mañana. Después de dos años las cosas no dejan ir a peor. Laura es infiel, Hugo drogadicto y yo inútil, sin un plan para un futuro próximo.
Doy un mordisco al sin sabor cuando todo queda a oscuras.
—Serán los fusibles —se asoma Hugo en la penumbra, enciendo la linterna del móvil y vamos a revisar la caja. Hace tres intentos y seguimos en la oscuridad —Son unos cabrones. Me prometieron un plazo.
—Algo podemos hacer —accedo a la cuenta bancaria de Hugo usando el móvil. Son puros números rojos —Seguro que hay solución —no pierdo la esperanza enfrente de las deudas ahogándonos.
—Como no vayamos a la esquina a prostituirnos será complicado—expresa con mal espíritu y enciende un cigarro.
—Di no a la negatividad.
Doy vueltas en búsqueda de posibles soluciones cuando el móvil queda en negro, perdiendo nuestra luz. Sin embargo, en mitad de la pérdida, aparece un rayo de esperanza. Un relámpago azul. El anuncio de Control. Seguramente, le he dado sin querer a uno de sus anuncios spam. Recuerdo todo lo que sé y, ante la falta de liquidez, me parece adecuado entrar. Serán cinco decisiones en veinticuatro horas. Lo obligatorio. Nada malo pasará.
—Jugare a Control —le enseño el anuncio.
—Es una tontería que creas que te van a pagar.
—¿Tienes otra solución?
—No, pero...
—Nada de peros. Repite conmigo. No, a la negatividad.
—Supongo que es más conveniente que la prostitución.
Introduzco todos los datos necesarios, Lista para dar comienzo a mi primer y último día jugando a esto. Una pregunta, dos decisiones. Y después cuatro veces más. Suficiente.
—No se me ocurre nada —digo tras un rato pensando.
—¿Y si empezamos por algo básico?
—¿Por ejemplo?
—Solemos estar en casa. Así que por una vez podríamos plantearnos la idea de salir y que los buitres elijan.
—Salir con mi cuñado huele a peligro.
—Juraría que tú eres la peligrosa.
Nos reímos antes de adentrarnos en las mecánicas de Control. Pase lo que pase, tenemos que mantener la cordura, sin cometer ninguna estupidez. Nuestras acciones no nos pueden arrastrar a la prisión. O, peor aún. No nos pueden llevar ante la muerte.
¿Qué debo hacer con mi cuñado?
Quedarnos en casa / Salir
Esperamos la finalización de las votaciones. Hugo da la última calada y apaga el cigarro en el cenicero. Nuestra absoluta concentración va a parar al juego.
—¿Y bien? —pregunta Hugo.
—Salir —leo la respuesta ganadora y añado: —Es nuestro turno. Tenemos que realizar un directo mientras lo hacemos.
—Tú eres la cara, yo grabo. Es tu cuenta —me quita el móvil.
—Salimos juntos —le recuerdo.
—Saldré tres segundos en pantalla.
—Tramposo.
—Hazte responsable de tus minis ocurrencias alocadas y prepárate —enciende la linterna del móvil para iluminar la grabación. Un seguido de inseguridades aparecen, provocando los nervios que trato de suavizar mordiendo el interior de mi mejilla —Grabando.
—Ho... Hola...
—Sin nervios. Apenas tienes tres Controladores.
—Tres son multitud —batallo con mi cabello buscando paz, recordando que esto lo hago por las deudas —Bueno... Esto... Vamos... Yo... ¡Ah! —Hugo se ríe con el grito ahogado —¡No estás ayudando!
—Damos pena.
—¡Silencio! —agarro una gran bocanada de aire cerrando los ojos, cuatro segundos de paz, y los vuelvo abrir más segura —Hola, tres Controladores.
—Ya son diez —anuncia y los nervios vuelven a atacar.
—¡Qué te calles, descerebrado!
—Sí, jefa.
—Considérate bloqueado de mi perfil de Control —cruzo de brazos y Hugo es incapaz de callar su risa, producto de las drogas persistentes en la sangre —Los cuñados están sobrevalorados —voy a por la chaqueta sin saber qué decir ante el objetivo que no para de acosarme —¿Debería disculparme por la escasa iluminación por el corte de luz?
—Mejor no des información personal. Con estas cosas nunca puedes estar segura de quién te está observando.
—Yo te digo quien me observa. Una panda de enfermos mentales que no tienen nada mejor que hacer con sus miserables existencias.
—Sigo grabando.
—Mierda —protesto en voz baja. Voy a por el bolso metiendo nuestros cargadores, atrapo el abrigo de Hugo y se lo pongo haciendo malabares sin que suelte ninguno de los móviles —Acabemos con esto. Salgamos de aquí.
—Salgamos de aquí —participa repetitivo con los hoyuelos marcados formados por su sonrisa. El primero que se ha mostrado en contra es quien más disfruta con mi desastrosa actuación.
—Abro la puerta, saco un pie, medio cuerpo y.... ¡Magia! Ya estoy fuera.
—No los aburras con tanta explicación.
—Con un poco de suerte se cansan y nos dejan en paz.
—Sin audiencia no hay fuente de ingresos.
—En ese caso los voy a mimar un poco —les saco los dos dedos del medio.
—Naciste para maltratar a tu amado público —lo atrapo de la chaqueta y lo estiro fuera del departamento, cerrando de un portazo —Y listo. Ya nos tenéis fuera.
—Y yo soy el muy atractivo cuñado —se enfoca un miserable segundo, apaga la linterna de su móvil antes de guardarlo y sigue adueñado del mío —Decisión completada.
—¿Cuánto hemos ganado?
—Céntimos —se rasca la barba rubia.
—¡Malditos cabrones! —alzo los puños ofendida.
—Supongo que la recompensa será mayor si les damos algo más arriesgado. La siguiente decisión deberá implicar más emoción que salir de casa.
—Pues piensa que no estoy para pensar después de los nervios sufridos.
—Mi cabeza está demasiado drogada como para que piense.
—¡Pues desdrogate!
—Queridas neuronas, espero que me estéis recibiendo. Estoy convencido de que habéis escuchado a la mandona de nuestra jefa, la fiesta ha terminado —se masajea ambas sienes con un ruido de meditación —Que dicen que están en huelga. Pero daré lo mejor para detener su acto de rebeldía y que aporten una brillante idea.
Entrada la noche seguimos caminando sin que a las huelguistas neuronas se les ocurra algo productivo para escapar del agujero sin fondo. Aunque se esfuerzan, mas sus ideas no llegan a ser mejores que la de salir del departamento. No obstante, eso no nos da para rendirnos. No tenemos nada que nos detenga, nada exceptuando el gruñido de nuestros estómagos dando la bienvenida al hambre.
—¿Cenamos? —pregunta Hugo.
—¿Con qué dinero?
—Mmmm... —da ligeros golpes al mentón cuando una respuesta, que por poco más creo que no llega, aparece —Reserve una pequeña cantidad para hacerte un regalo en condiciones.
Me pego en la frente. Ya no tiene solución.
—¿Qué pasa contigo? Podríamos pagar la factura con ese dinero.
—Son veinte euros —me desespero, la cantidad es ridícula para enfrentar la factura, pero sirve para saciar nuestros apetitos —¿Comemos o morimos de hambre?
—Vamos a comer. Necesitamos nutrientes para pensar.
Debatimos para ponernos de acuerdo que lo mejor es ir a una pizzería famosa entre adolescentes. Esperando en la mesa nuestra simple orden a compartir, escucho la conversación de un grupo, liderado por un chico dos años mayor que yo, contando sus ocurrencias para Control. Locuras que deberían sacarse de la cabeza por poner en riesgo su propia seguridad; conducir una moto con los ojos vendados mientras son guiados por el acompañante de atrás, caminar desnudos por el borde de un edificio de más de treinta plantas, prender fuego a una casa abandonada y escapar entre llamas... Ideas. Cada una más temeraria que la anterior. Sin embargo, ideas que pueden aportar una suma interesante de dinero junto a una espectacular audiencia. De mí ya se pueden olvidar. Es por un día, no pondré mi vida en juego.
—Jefa —susurra Hugo al terminar el último cacho de pizza.
—¿Por qué susurras? —imito su nivel de voz.
—No te enfades, por favor —une las manos en una plegaria. Nada bueno se avecina —Soy un poco travieso. Te he mentido con lo del dinero.
—¡¿Qué?! —me gano la atención de varios clientes. Hugo hace un gesto para que vuelva a reducir el volumen, antes de que alerte a los trabajadores —¿Cómo me has podido mentir?
—Teníamos hambre y tuve una idea.
—¿Qué idea?
—Préstame un momento el móvil —se lo entrego dudosa y lo tomo de regreso leyendo la decisión —¿Qué te parece?
—Tienes suerte de que te quiera un montón o serías hombre muerto.
—Yo también te quiero.
¿Qué hacemos con la cuenta de la pizza que no podemos pagar?
Nos damos a la fuga / Explicamos la situación
—¿Por qué me dejo arrastrar a estas cosas?
—Tenemos un objetivo. Y con un poco de suerte nos sobrará algo de dinero.
Suspiro rendida mirando el resultado. "Nos damos a la fuga". Los Controladores son personas malvadas que les encanta vernos en situaciones extremas, cometiendo una ilegalidad que puede resultar cara si nos pillan.
—¿Preparada? —asiento, iniciando la grabación y me señala el lugar donde se ven el número de Controladores que tengo —Hemos aumentado a cien. Alguien está disfrutando de verte hacer locuras con tú ardiente cuñado.
—No es por eso. Es que ellos no tienen cosas más interesantes que hacer —visualizo a mi alrededor. Los trabajadores están ocupados y los clientes mayoritariamente distraídos, a excepción de uno que no nos quita el ojo. Quizás sea un Controlador a la espera de nuestra actuación —¿Cómo lo hacemos?
—Nos aprovecharemos de la multitud.
—¿Cómo? —insisto.
—Actuando —saca el tabaco y el mechero, los desliza por la mesa hasta que quedan frente a mi —Haz como si salieras a fumar. Sales y caminas recto, sin mirar atrás.
—No voy a dejarte.
—Saldré en menos de tres minutos. Solo te doy ventaja.
—Que no te atrapen.
Tras aceptar los objetos de la excusa me dirijo hacía la salida, tratando de aparentar normalidad mientras se me comen los nervios y mi cuñado graba disimuladamente. Después de esto exijo una buena suma de dinero, considerando las consecuencias negativas por ser descubiertos, añadiendo una noche de cárcel a nuestra problemática lista de problemas.
—¡Se van sin pagar! —alerta el chico que nos observaba.
—¡Scheisse! —brama Hugo y acude a mí, estirándome de la muñeca ante mi paralización momentánea —¡Por tu vida! ¡Corre!
Salimos de la pizzería con los trabajadores detrás, siendo obligada a correr a un nivel sin costumbre, ya que Hugo no me suelta y ni intención tiene. Corremos bajo la iluminación de las farolas, las bajas temperaturas y el desgaste de los pulmones. Nuestros perseguidores no van a dejarnos en paz y nosotros no podemos detenernos. A medida que avanzamos la lengua se hace pastosa, en la garganta siento agujas incrustadas y nace una necesidad importante de sacar la pizza por la boca.
—¡No puedo más! —lamento en grandes lágrimas.
—¡Confía en ti!
Los gemelos se endurecen como si cargara puras rocas de veinte kilos en cada uno y una vocecilla súplica para que nos dejemos cazar, pero eso no entra en los planes de Hugo que cruza la avenida sin dar uso al paso de cebra.
El ronroneo de un gran felino interrumpe ante la aparición de un negro Lamborghini Huracán. Saltándose las normas más básicas de la conducción, realiza una maniobra de ciento ochenta grados, interponiéndose entre los perseguidores y nosotros. No soy capaz de ver al autor del acto por los cristales tintados, aunque tampoco podría de caso contrario, ya que no nos detenemos.
Estamos por un tiempo más alejándonos de la situación hasta que finalmente Hugo opta por echar el freno. Inclinándome y apoyando las manos en los muslos, lloro por todo el dolor aplastante. No tengo un cuerpo diseñado para maratones. Ni similares. Suspendí educación física en la escuela.
—Lo siento, jefa. Yo no...
—No necesito tus disculpas —digo con dificultades técnicas en la voz, faltada del aliento que intento recuperar a marcha forzada —Siempre juntos, idiota. Dilo —no dice nada —¿Hugo?
Levanto la cabeza para un contacto visual que no logro. Está estático contemplado hacía una única dirección, cosa que me hace querer averiguar. Si la carrera no ha podido con la pizza, esto si lo hace. Solo requiero una palabra para definir. Repugnante. Mientras que Hugo y yo estamos centrados en poner soluciones al desastre, Laura acaba de bajar de un coche de alta gama, ayudada de un hombre calvo, el cual podría ser nuestro padre y más.
Deja que le envuelva la cintura, se besan y enlazan las lenguas. Arcadas. Grandes arcadas. Esto es lo más bajo en qué podía caer. Laura siempre ha sido hermosa, podría aspirar a hombres de portada, sin embargo, sus aspiraciones están más concentradas en los generosos bolsillos.
Hugo cierra los puños con una expresión mezclada con todos los sentimientos malos que existen. No es para menos, aún si sabía que se la estaba jugando con otros, una cosa es saber y otra ver.
Todo tiene un límite. Un punto de no retroceso. Y este es uno.
Antes de que tengamos alguna clase de reacción, Laura y el vejestorio entran al club más exclusivo de la ciudad, posiblemente, también del país.
APOCALYPSE
—Hugo...
—Quédate aquí.
Va directo a la entrada custodiada por cuatro impresionantes estatuas de los Jinetes del Apocalipsis; Conquista, Guerra, Hambruna y Muerte. Cada una mimada con detalles singulares, como si hubieran sido esculpidas por las manos de los ángeles, desprendiendo una belleza y poder sin igual. De todas las características que podría llegar a apreciar, la que más llama mi atención es el cuervo que descansa en el hombro izquierdo del jinete de la muerte. Su plumaje está definido con asombro.
—¡Esa zorra está ahí dentro! —Hugo grita a los de seguridad tras que le niegan la entrada.
—Vámonos. No vale la pena, por favor —le atrapo dos dedos y se suelta con cierta brusquedad —Mereces a alguien mejor.
—No me voy sin ella.
—Entrad —comunica el segurata más alejado tras revisar el móvil.
Intento descifrar el código que les ha hecho cambiar de parecer sin dar con el resultado y perdiendo a Hugo, el cual ha entrado sin esperarme. El segurata con gesto de cabeza insiste para que entre, cosa que hago por mi cuñado, no obstante, no deja de ser extraño. Hoy es una noche loca. Cien por cien.
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