21 ;; El cielo esta loco
El salón principal del Hazbin Hotel estaba más animado que nunca, con un aire de caos desenfadado que solo podía provenir de la combinación de Cherri Bomb, Angel Dust, Husk, Sir Pentious y Niffty. Cada uno de ellos había estado en lo suyo cuando aquella extraña figura cruzó el portal en el último segundo. La energía residual aún flotaba en el aire, provocando que algunos demonios menos notables en el fondo cuchichearan entre sí.
Cherri se apoyó en la barandilla, girándose hacia Angel Dust con un brillo de intriga en los ojos.
—¿Qué fue eso? —preguntó con una mezcla de desdén y curiosidad—. Angie, tú siempre estás en todo el chisme, ¿sabes qué pasó?
Angel Dust levantó las manos, claramente tan confundido como los demás.
—Noup, ni idea, muñeca. Husk, ¿tienes tú alguna pista? —preguntó, dirigiendo su mirada al felino demoniaco, que sostenía su vaso medio vacío con una expresión seria.
Husk frunció el ceño, pero antes de que pudiera decir algo, Niffty apareció de repente, casi flotando hacia ellos con su típica sonrisa maniática.
—¡Yujujuju! ¿De qué están hablando? —preguntó con un tono demasiado entusiasta para la creciente tensión en el ambiente.
—No importa, Niffty. Lo que importa es que aquí estamos para divertirnos, así que... ¡vamos a hacer que algo explote! —exclamó Cherri de pronto, levantando los brazos en un gesto teatral.
Pero entonces, como si el mismísimo infierno hubiese decidido tragarse el lugar, una sombra densa y helada cubrió el salón. La música estridente que sonaba en el fondo se apagó, y un escalofrío recorrió a todos los presentes.
—¿Qué mierda está sucediendo? —gritó Angel, con los ojos bien abiertos mientras se aferraba a Husk, sus manos temblorosas buscando un punto de apoyo.
Sir Pentious, que hasta ese momento había estado ensimismado con sus propios pensamientos, dio un paso al frente, colocando un brazo protector frente a Cherri.
—Señorita Cherri, manténgase detrás de mí —dijo, adoptando una pose defensiva. Aunque su intento de ser heroico era evidente, la ansiedad en su voz lo traicionaba.
—¿Y qué te hace pensar que necesito protección, serpiente? —replicó Cherri, aunque no apartó los ojos de las sombras que comenzaban a moverse como si tuvieran vida propia.
—Mierda... estamos jodidos... —susurró Husk, su mirada fija en la figura que emergía de la penumbra.
—Ah, ¿a qué te refieres, Husky? —preguntó Angel, su tono nervioso mientras se escondía detrás del gato demoníaco.
Fue Niffty quien respondió, con una calma inquietante que contrastaba con la tensión de los demás.
—Es Alastor —dijo simplemente, observando con una especie de fascinación mientras la figura de un wendigo enorme y amenazante se materializaba frente a ellos. La sombra serpenteaba alrededor de su figura, y sus ojos rojos brillaban como brasas infernales.
—¡¿DÓNDE ESTÁ?! —rugió Alastor con una voz que parecía resonar en los huesos de todos los presentes. Su transformación en wendigo era completa, y la intensidad de su furia parecía hacer temblar las paredes del salón.
Cherri dio un paso atrás, por primera vez sintiendo un atisbo de nerviosismo.
—¿A quién se refiere? —susurró, mirando a Angel, que solo se encogió de hombros mientras trataba de mantener la calma.
—No lo sé, pero no pienso averiguarlo —murmuró Angel, su voz temblorosa mientras retrocedía junto a Husk.
Sir Pentious, aunque asustado, intentó mantenerse firme. Sin embargo, sus instintos le decían que sería más prudente guardar silencio.
Niffty, por su parte, permanecía inmóvil, observando a Alastor como si estuviera viendo una obra de arte en movimiento. No había ni un rastro de miedo en su rostro; más bien, parecía fascinada por la transformación del demonio.
—¡HABLEN! —exigió Alastor, su voz un rugido que resonó en todo el salón. Nadie se atrevía a responder. La amenaza palpable en el aire era suficiente para mantenerlos callados.
Los segundos se alargaron como si fueran horas, y la tensión era casi insoportable. Alastor avanzó un paso, su figura imponente proyectando una sombra que parecía devorar todo a su alrededor. Nadie sabía exactamente a qué o a quién se refería, pero todos tenían claro que su furia no era algo que quisieran enfrentar directamente.
—¿Nadie tiene algo que decir? —preguntó con una sonrisa macabra que solo hacía que su presencia fuera más aterradora.
Cherri tragó saliva, intentando mantener su usual actitud desafiante, pero incluso ella sabía que era mejor guardar silencio por ahora. Lo mismo pensaron Angel, Husk y Pentious, quienes intercambiaron miradas nerviosas pero decidieron permanecer quietos.
La sombra de Alastor se extendió una vez más, cubriendo por completo el salón. El silencio reinaba, roto únicamente por el sonido de su respiración pesada. Nadie sabía cuánto tiempo más podrían resistir esa presión, pero una cosa era segura: Alastor no se iría hasta obtener una respuesta.
Sin decir una palabra, Cherri metió la mano en su bolsa y sacó una de sus bombas en forma de cereza. Una sonrisa nerviosa apareció en su rostro mientras fijaba la mirada en la imponente figura frente a ella.
—¡Que te den, grandulón! —gritó, lanzando la bomba directamente hacia Alastor.
El explosivo estalló con un estruendo ensordecedor, llenando el salón de humo y escombros. La explosión hizo temblar las paredes y creó una distracción perfecta.
—¡Es nuestra oportunidad! ¡Muévanse! —exclamó Cherri, aprovechando el caos para correr hacia el enorme agujero en la pared que ella misma había creado al llegar al hotel.
Angel Dust, Husk, Sir Pentious y hasta Niffty reaccionaron casi al unísono. Angel fue el primero en seguir a Cherri, agarrando a Husk del brazo mientras gritaba:
—¡Vamos, Husky, mueve ese trasero flojo!
Husk gruñó, pero no ofreció resistencia, corriendo detrás de Angel. Sir Pentious se apresuró a seguirlos, aunque sus movimientos eran más torpes debido a su complexión serpentina.
Niffty, sin embargo, se quedó unos segundos más, observando con interés cómo Alastor se recuperaba del impacto de la explosión. La sombra a su alrededor parecía moverse con una vida propia, como si se alimentara del caos. Finalmente, con un brillo curioso en los ojos, Niffty giró sobre sus talones y corrió tras los demás.
—¡A la ciudad Pentagrama! ¡Es nuestro único chance! —gritó Cherri mientras corría por las calles del Infierno, esquivando a los demonios curiosos que se detenían a observar el caos que habían dejado a su paso.
Detrás de ellos, un rugido profundo resonó, haciendo eco por todo el vecindario. Alastor no estaba dispuesto a dejarlos ir tan fácilmente.
—¡¿Qué demonios fue eso?! —preguntó Angel Dust mientras corrían, su voz entrecortada por el esfuerzo—. ¿Quién es ese lunático?
—No tengo ni idea, pero lo que sea, no quiero averiguarlo —respondió Cherri, sin voltear la vista atrás.
—Ese tipo... es peligroso —murmuró Husk, intentando mantener el ritmo con los demás.
—¡Oh, gracias, capitán obvio! —respondió Angel con sarcasmo.
Sir Pentious no pudo evitar lanzar una mirada protectora hacia Cherri mientras corrían. Aunque era evidente que ella no necesitaba su ayuda, algo en su interior le decía que debía protegerla, incluso si eso significaba enfrentarse a un demonio como Alastor.
Cuando finalmente llegaron a una de las calles principales de la ciudad Pentagrama, se detuvieron para tomar aire. Cherri se apoyó contra una pared, su respiración agitada pero su mirada aún desafiante.
—Bueno, eso fue... interesante —dijo, mirando al grupo—. Pero ¿alguien me puede explicar qué demonios le picó a ese tipo?
Nadie respondió. Solo se miraron entre sí, todavía asimilando lo que acababa de suceder.
—Eso... era su forma demoníaca.
Angel lo miró de reojo, confundido.
—¿De qué diablos estás hablando?
—Alastor —continuó Husk, con un escalofrío recorriéndole la espalda—. Es un wendigo. Solo lo vi así una vez, y eso fue hace décadas. Pero te juro que nunca creí que volvería a verlo en esa forma.
—¿Y por qué no lo mencionaste antes? —gritó Cherri desde adelante, claramente irritada.
—Porque pensé que no volvería a pasar. ¡No es algo que se vea todos los días! —Husk encendió un cigarrillo, aunque sus manos temblaban visiblemente—. Pero esta vez... verlo así de cerca... Mierda, ni siquiera sabía que podía ser tan... tan...
—¿Tan qué? —insistió Angel, nervioso.
—Tan aterrador —admitió Husk, mirando al suelo.
—Bueno, gracias por la charla inspiradora, Husky —dijo Angel con sarcasmo—. Realmente me haces sentir mucho mejor.
—Creí que no volvería a verlo transformado, y menos tan... desquiciado.
—Que venga si quiere. La próxima vez, le haré volar la cara —dijo Cherri, aunque su tono denotaba más obstinación que confianza.
Niffty, que hasta entonces había permanecido en silencio, dejó escapar una risita mientras se subía a un barril cercano y observaba a su alrededor.
—Eso fue divertido. Espero que vuelva pronto —dijo con una sonrisa sádica que heló a los demás.
Cherri levantó una ceja, mirando a Niffty como si estuviera loca.
—Definitivamente, a ti te falta un tornillo, niña.
El grupo, aunque sacudido, sabía que esto no había terminado. Alastor no era alguien que olvidara fácilmente, y tarde o temprano, las sombras volverían a acecharlos. Por ahora, solo podían esperar que la ciudad Pentagrama les ofreciera un poco de refugio.
El rugido de Alastor resonó por los pasillos del hotel, una mezcla de furia y desesperación que hizo vibrar las paredes. La explosión de la bomba cereza había sido ruidosa y efímera, pero el humo que dejó no era suficiente para ocultar su presencia. Por un instante, sus ojos inyectados en sangre escudriñaron cada rincón, buscando a los responsables. Su forma demoniaca, un wendigo de huesos retorcidos y extremidades desproporcionadas, estaba lista para dar caza.
Sin embargo, algo detuvo su instinto de seguirlos. Entre las sombras, justo al pie de las escaleras, pequeños destellos rojizos brillaron débilmente. Alastor parpadeó y bajó la cabeza, notando que el suelo no estaba vacío. Pétalos de rosa.
Su respiración agitada comenzó a calmarse mientras su mente conectaba las piezas. Pétalos de rosa... las flores que le regalo la otra vez a Emily.
Un escalofrío recorrió su columna mientras regresaba lentamente a su forma humana, la criatura monstruosa hundiéndose dentro de él con un retorcimiento de huesos que crujían y músculos que se tensaban. El aire a su alrededor cambió, volviéndose menos denso, aunque no menos inquietante. Se inclinó, recogiendo un pétalo entre sus dedos. Lo examinó con detenimiento, su sonrisa habitual ausente, reemplazada por una mueca tensa.
—Emily... —susurró, su voz apenas audible, pero cargada de un tono oscuro y frío.
Se enderezó y comenzó a caminar hacia las escaleras, siguiendo el rastro de pétalos que se deslizaba como un sendero serpenteante. Cada paso que daba hacía eco en el vacío del pasillo. Su mente, por lo general calculadora y sádica, ahora estaba nublada por algo extraño: incertidumbre. ¿Por qué estaban ahí esos pétalos? ¿Cómo era posible?
Al llegar al final del rastro, lo encontró interrumpido abruptamente. No había más señales, como si los pétalos hubieran desaparecido junto con cualquier rastro de Emily. Su mandíbula se tensó, y sus manos temblaron ligeramente antes de cerrarse en puños. Emily había huido. No había duda de ello.
Horas antes, Alastor había despertado de un sueño inquietante. Las imágenes de fuego y sombras persistían en su mente como cicatrices imborrables. Lo primero que hizo fue mirar hacia el rincón del pantano en el cuarto donde Emily solía refugiarse. Su manta estaba ahí, arrugada y abandonada. Pero ella no.
Se levantó de un salto, sus ojos escaneando cada rincón de la habitación.
—¿Emily? —llamó, su voz enérgica y burlona ahora teñida de algo que nunca permitía mostrar: preocupación.
No hubo respuesta. El silencio era opresivo, más de lo habitual. Buscó en cada rincón del cuarto, detrás de muebles, en las sombras donde su presencia solía mezclarse con la oscuridad. No estaba.
El aire se volvió más pesado mientras su sonrisa habitual se torcía en algo más siniestro. Su mente comenzó a llenarse de posibilidades, cada una más perturbadora que la anterior. ¿Había escapado? ¿La habían tomado? La idea de que alguien más pudiera ponerle las manos encima lo enfureció más de lo que esperaba.
Sin más demora, salió del cuarto y bajó rápidamente las escaleras. A medida que avanzaba, su mente estaba envuelta en una tormenta de pensamientos confusos. Fue entonces cuando encontró a los demás, a ese grupo de insensatos que siempre rondaban el hotel, y su furia se desató. No pensó, no razonó. Solo actuó, dejando que el wendigo tomara el control, buscando respuestas que nunca llegaron.
Ahora, de pie frente al último pétalo, sus pensamientos eran un caos.
—¿Cómo te escapaste...? —murmuró, sus palabras llenas de una mezcla de fascinación y rabia contenida. Se inclinó para recoger el pétalo final, sus dedos acariciándolo como si fuera un fragmento de algo perdido.
El silencio se extendió como un manto alrededor de él. Sus ojos rojos recorrieron el vacío, buscando algún indicio más, pero no encontró nada. La habitación parecía reírse de su impotencia, las sombras bailando a su alrededor con un movimiento casi burlón.
Finalmente, se enderezó y dio media vuelta, sus pasos resonando con un eco hueco mientras regresaba al cuarto. Había algo en ese rastro de pétalos que lo inquietaba profundamente, un misterio que no podía permitirse ignorar.
Mientras entraba de nuevo en su habitación, la luz tenue del pantano parecía más apagada que antes. Se sentó en su sillón, sus dedos tamborileando contra el reposabrazos mientras sus ojos permanecían fijos en la manta abandonada.
—Emily... —dijo en voz baja, como si ella pudiera oírlo desde dondequiera que estuviera—. No puedes escapar de mí. No por mucho tiempo.
Alastor subió las escaleras con pasos lentos, su mente ahora más tranquila, aunque seguía anclada en pensamientos inquietantes. Había dejado atrás el frenesí de su transformación, y el wendigo, que alguna vez había tomado el control, ahora estaba enterrado bajo su fachada habitual. Sin embargo, no había ni rastro de su sonrisa o bueno, no con el mismo toque. Al abrir la puerta de la habitación, lo recibió el familiar olor familiar de Emily, aunque ella no estaba allí.
Su mirada recorrió el cuarto, deteniéndose en la pequeña pila de libros que había acumulado para ella. No eran libros comunes, no para él. La mayoría eran relatos con finales dulces y reconfortantes, las mismas historias que él detestaba con una pasión casi visceral. Pero los había conseguido porque Emily se lo había pedido, porque algo en su voz cuando mencionaba esas historias le hizo querer cumplir ese pequeño capricho.
Se acercó a la mesita donde estaban apilados. Títulos como La dama y el vagabundo y La princesa y el sapo parecían burlarse de él con su cursilería. Alastor pasó los dedos por las cubiertas, y su expresión se endureció.
—Libros con finales dulces... —murmuró, su tono cargado de desdén, aunque había algo más bajo la superficie. Algo que no iba a admitir.
Con un movimiento brusco, uno de sus tentáculos surgió de la nada y golpeó la mesita. Los libros cayeron al suelo con un estruendo seco, esparciéndose por toda la habitación. Algunos quedaron abiertos, revelando páginas llenas de palabras que Emily había leído con tanto entusiasmo.
Alastor se quedó mirando el desastre por un momento, su rostro una máscara de indiferencia, pero sus ojos traicionaban una tormenta interna.
—¿Finales dulces? —se burló en voz baja, agachándose para recoger uno de los libros. Lo sostuvo entre sus manos, abriéndolo al azar. Su mirada recorrió las palabras, y durante un instante, parecía como si realmente estuviera leyendo. Pero su paciencia no duró. Cerró el libro de golpe, el sonido resonando en el espacio vacío. Lo dejó caer al suelo junto al resto, como si aquello no valiera nada.
Caminó hacia el rincón donde Emily solía sentarse, sus pasos resonando suavemente en el silencio. Allí, donde su ausencia se sentía como un vacío palpable, se quedó quieto. Miró hacia el pantano, hacia la manta arrugada que aún quedaba como testigo de su presencia.
—Haces esto tan difícil... —susurró, y aunque su tono seguía siendo tranquilo, había una nota de frustración contenida que no podía ocultar.
Se giró, sus ojos rojos recorriendo la habitación una vez más. Sabía que no podía quedarse en ese estado por mucho tiempo. Había cosas que debía hacer, planes que debían seguir su curso. Pero por ahora, la habitación parecía pesarle como un recordatorio de algo que no podía controlar.
Con un suspiro profundo, se sentó en el borde de la cama, mirando hacia el suelo donde los libros seguían esparcidos. Por un breve instante, dejó caer la cabeza entre las manos, permitiéndose sentir una emoción que nunca admitiría: vacío.
—Emily... —dijo una vez más, casi como un lamento. Luego, alzó la cabeza, y su sonrisa regresó, aunque esta vez era una máscara fría y calculadora.
Si Emily había decidido desaparecer, no importaba. La encontraría. Porque todo lo que Alastor deseaba, eventualmente, siempre volvía a sus manos ¿No?
Cerró los ojos un momento, intentando desterrar el eco de sus propios pensamientos, pero los recuerdos llegaban sin permiso, envolviéndolo con una intensidad que lo desarmaba.
Recordó la primera vez que Emily, con su voz suave pero decidida, había pronunciado esas palabras.
"Te dejaré devorarme, Alastor, pero quiero verlo todo. Quiero ver cómo cambias, cómo te liberas de esa máscara. No voy a huir de ti."
Las palabras resonaban en su mente como un susurro fantasmal, tan vívidas que casi podía sentir su aliento cerca.
Apretó los puños, las garras de su mano temblando levemente. Esas palabras, lejos de brindarle consuelo, dejaban un mal sabor en su boca, una mezcla de frustración y algo más oscuro. No podía decidir si odiaba a Emily por habérselas dicho o si odiaba cómo lo hacían sentir.
Otro recuerdo se deslizó en su mente, una escena tan clara como si acabara de suceder. Estaban en esta misma habitación. Emily, con el traje rojo que él mismo había mandado confeccionar, lo había mirado con una calidez que él no comprendía, que ni siquiera creía merecer.
"No volverás a estar solo, Alastor. No mientras yo esté aquí. Te lo prometo."
Su sonrisa torcida se desvaneció lentamente, sustituida por una expresión de angustia que luchaba por mantenerse oculta tras su rostro impasible. En su pecho, algo empezó a dolerle, un peso opresivo que no lograba comprender. ¿Soledad? ¿Ira? ¿Miedo? Era como si las palabras de Emily hubieran clavado una espina invisible en su corazón, una que se hundía más profundo cada vez que pensaba en ella.
Alastor se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en sus rodillas mientras sus manos se cubrían el rostro. Un temblor recorrió sus hombros, y su usual compostura, esa que lo hacía intocable, parecía estar desmoronándose en la soledad de la habitación.
—No puedes hacerme esto... —murmuró entre dientes, su voz apenas un susurro, pero cargada de una furia contenida. No estaba seguro de a quién dirigía esas palabras, si a Emily, a sí mismo o al destino cruel que parecía jugar con él.
El dolor en su pecho se intensificó, y por un momento quiso pensar que era solo frustración, el malestar habitual que lo invadía cuando las cosas no salían como las planeaba. Pero sabía que no era así. Esto era diferente. Era un vacío, una sensación de pérdida que lo carcomía desde dentro, una herida que no podía ignorar por más que intentara fingir que todo estaba bajo control.
—¿Por qué tuviste que decir eso? —murmuró de nuevo, con una mezcla de enojo y algo que casi parecía desesperación.
Levantó la mirada observando meticulosamente cada detalle de la habitación, ahora vacía de la presencia de ella, y sintió que el silencio del lugar lo devoraba poco a poco.
Las palabras de Emily seguían clavadas en su mente, y con ellas, el eco de su risa, de su mirada. Había algo profundamente inquietante en el hecho de que, por primera vez en décadas, alguien había logrado llegar tan lejos dentro de él. No importaba cuánto intentara negarlo, Emily lo había tocado de una manera que nadie más lo había hecho. Y ahora, con su ausencia, sentía que parte de sí mismo había sido arrancada sin su consentimiento.
Alastor se levantó abruptamente, como si el mero acto de quedarse quieto fuera insoportable. Su mirada recorrió la habitación una vez más, buscando algún rastro, alguna señal de que Emily seguía cerca, de que no lo había dejado. Pero todo lo que encontró fue el eco de su promesa y el vacío que ella había dejado atrás.
—Si crees que esto ha terminado, Emily... —murmuró, su voz volviendo a adquirir esa tonalidad fría y calculadora que tanto temían quienes lo conocían—. Te equivocas. Porque lo prometiste. Dijiste que estarías conmigo, y yo no permito que las promesas se rompan.
Pero en el fondo, mientras sus palabras resonaban en la habitación vacía, el dolor en su pecho seguía creciendo, negándose a desaparecer. Porque aunque él fuera el temido Alastor, el temible Demonio de la Radio, sabía que había algo que nunca admitiría ni ante sí mismo: tenía miedo de que Emily realmente no volviera.
Charlie suspiró, rindiéndose ante la verdad.
—No, no lo soy.
Abel cruzó los brazos, mirándola con cautela.
—Entonces, ¿de dónde vienes realmente?
—Soy del infierno... —admitió Charlie en voz baja.
Los ojos de Abel se abrieron de par en par, pero su expresión no era de horror, sino de sorpresa.
—¿Del infierno? ¡Eso explica por qué sabes de los exterminios! Pero... ¿qué haces aquí? ¿Cómo llegaste?
Charlie respiró hondo, decidiendo ser honesta.
—Estoy aquí porque quiero entender este lugar. Quiero ver si hay una forma de cambiar las cosas en el infierno, de ofrecerles una oportunidad a los que están atrapados allá.
Abel la miró durante un largo momento antes de suspirar.
—Eso es... una tarea enorme. Y peligrosa. ¿Sabes cuánto riesgo corres al estar aquí?
Charlie asintió.
—Lo sé. Pero no puedo quedarme quieta mientras tantos sufren. Tú entiendes, ¿no? ¿No te gustaría que se detuvieran esos exterminios?
Abel bajó la mirada, su expresión conflictuada.
—Charlie... Yo soy alguien que sigue las reglas. Aquí arriba, cuestionar demasiado puede llevar a problemas serios. Los altos mandos tienen sus razones, incluso si no las comparto del todo. No soy capaz de alzarme en contra de ellos... No como Emily. —susurró lo último.
—Espera, ¿qué quieres decir con que está mal cuestionar demasiado? —inquirió Charlie, frunciendo ligeramente el ceño.
Abel bajó la mirada, como si lo que iba a decir fuese un secreto que temía compartir. Dio un paso más cerca de Charlie y, con voz casi inaudible, susurró:
—Emily... Ella era la serafín menor. Una de las más puras y valientes que haya conocido. Cuando descubrió los exterminios, intentó detenerlos... pero luego desapareció. Nadie sabe nada de ella desde entonces.
Charlie parpadeó, sorprendida. Había algo en el tono de Abel que transmitía más que simple admiración; era un afecto genuino.
—¿Y su familia? —preguntó Charlie con cautela, sin dejar de observarlo.
Abel suspiró, levantando ligeramente los hombros.
—Sera, su hermana mayor, aún está aquí. Pero nunca he tenido el valor de preguntarle qué pasó. Es como si fuera un tema prohibido. Y... bueno, Emily era especial —su voz se quebró un poco al pronunciar el nombre—. Nunca conocí a nadie como ella.
Charlie vio la tristeza en los ojos miel de Abel, una mezcla de nostalgia y pérdida que le hizo apretar los labios.
—Emily... —murmuró Charlie, reflexionando. En su mente, la historia comenzaba a formarse. ¿Podía ser que esa serafín se hubiese rebelado contra las normas estrictas del cielo? ¿Y si los rumores sobre los castigos divinos para los desobedientes eran ciertos? No pudo evitar pensar en las similitudes entre esa historia y su propia lucha por la redención de las almas del infierno.
Abel levantó la mirada hacia ella, y Charlie notó algo más allá del dolor: había esperanza, aunque tenue.
—Te prometo que averiguaré qué le sucedió —dijo Charlie con firmeza, colocando una mano en el hombro de Abel.
Los ojos de Abel se agrandaron por un instante, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando.
—¿Lo harás? —preguntó con voz queda, pero claramente afectada.
—Lo haré —afirmó Charlie con una leve sonrisa, llena de determinación—. No puedo prometer que sea fácil, pero si hay algo que pueda descubrir, lo haré.
Abel asintió lentamente. Su expresión era agradecida, aunque su cuerpo aún denotaba cierta tensión.
—Gracias —murmuró, desviando la mirada hacia el suelo. Luego, como si de repente recordara algo, agregó—. No te pongas en peligro. No quiero que termines como ella... o peor.
Charlie no respondió de inmediato, pero su sonrisa se amplió un poco, reflejando un aire de confianza. Se inclinó hacia Abel y lo abrazó, sorprendiéndolo.
—Tú solo cuídate en tu misión —le dijo al separarse—. Yo me encargaré del resto.
Abel pareció quedarse sin palabras por un momento, pero finalmente asintió, su semblante aún marcado por la preocupación.
—Tú también cuídate, Charlie —respondió con sinceridad.
Charlie le dedicó una última sonrisa antes de dar media vuelta y empezar a caminar en dirección a su habitación. Aunque sus pasos eran ligeros, su mente estaba llena de preguntas. Tenía un nuevo objetivo, uno que ahora sentía como una responsabilidad personal: descubrir la verdad detrás de Emily, la serafín que había desaparecido al tratar de salvar las almas que el cielo creía perdidas.
Mientras se alejaba, sintió la mirada de Abel siguiéndola hasta que desapareció de su vista. Ella sabía que había algo más detrás de su historia, algo que el cielo había ocultado, y no descansaría hasta encontrar las respuestas.
Charlie caminó con pasos decididos hacia la habitación que compartía con Vaggie. A pesar de la conversación con Abel y las emociones que le había despertado la historia de Emily, sabía que tenía que concentrarse en su misión principal. La audiencia con los altos mandos del cielo era un evento crucial, y si quería convencerlos de que las almas del infierno podían redimirse, necesitaba estar completamente preparada.
Al entrar en la habitación, encontró a Vaggie sentada en el borde de la cama, con los brazos cruzados y una expresión de preocupación.
—¿Dónde estabas? —preguntó Vaggie en tono bajo, aunque su preocupación era evidente—. Sabes que no podemos arriesgarnos a andar por aquí sin cuidado.
Charlie suspiró, intentando calmarla.
—Solo estaba explorando un poco, conociendo mejor este lugar —respondió, aunque decidió no mencionar todavía a Abel ni la historia de Emily. Sabía que Vaggie no estaría de acuerdo con desviar su atención.
—Espero que valga la pena —respondió Vaggie, relajándose un poco. Luego, con un gesto serio, añadió—. ¿Has pensado ya en lo que vas a decir en la audiencia?
Charlie asintió, moviéndose por la habitación mientras organizaba sus pensamientos.
—Voy a hablarles desde el corazón. Quiero que entiendan que el infierno no es solo un lugar de condena eterna. Hay almas allí que merecen una segunda oportunidad. Lo que hice con el hotel Hazbin fue solo un comienzo, y puedo probarles que funciona.
Vaggie la observó en silencio por un momento y luego asintió.
—Entonces, más vale que estemos listas. Esto no será fácil, Charlie, pero sé que puedes hacerlo.
Charlie le sonrió. Aunque sentía la presión, también sabía que esta era su oportunidad de cambiar la perspectiva del cielo sobre el infierno.
Mientras tanto en otros lugares muy cercanos a ellas en el cielo...
La biblioteca celestial era imponente. Altos estantes se alzaban hacia un techo que parecía perderse entre las nubes, llenos de volúmenes que brillaban con una tenue luz dorada. Emily, con el corazón latiendo con fuerza, caminaba por los pasillos en silencio, sus pasos apenas resonando en el mármol pulido del suelo. Había llegado hasta allí con una mezcla de esperanza y desconfianza, impulsada por las palabras de Alastor. "Tus alas volverán a crecer," le había dicho con esa voz suya, cargada de intenciones ocultas. Pero ella no estaba segura de si creerle.
—Un ángel que pierde las alas...—Emily murmuró para sí misma, repasando con los dedos los lomos de los libros que se alineaban en los estantes.
Nunca había escuchado de algo así. Los ángeles, y mucho menos los serafines, eran criaturas perfectas en su forma, inviolables en su pureza celestial. ¿Cómo era posible que alguien como ella las hubiera perdido? Era una afrenta contra el orden divino, un misterio que no podía dejar sin resolver.
Abrió un grueso tomo titulado "El diseño divino: formas y estructuras celestiales". Sus ojos escanearon rápidamente las páginas, buscando algo, cualquier cosa que explicara su condición. Pero no había nada. Solo diagramas complejos de anatomía angelical y textos que hablaban de las alas como símbolos de la voluntad divina, imposibles de dañar salvo por el juicio del mismo Dios.
"¿Entonces por qué yo?" pensó, sintiendo una punzada en su pecho.
Siguió buscando, pasando de un estante a otro, hojeando libros y pergaminos, pero la frustración empezaba a instalarse en su mente. Cerró de golpe un volumen con más fuerza de la necesaria, el eco resonando en el vacío de la biblioteca. "Esto no tiene sentido," pensó, llevándose una mano al rostro. Las respuestas que buscaba parecían enterradas en un silencio incómodo, como si el cielo mismo hubiera decidido ocultarle la verdad.
Resignada, soltó un suspiro y dejó el libro sobre una mesa cercana. Su mirada se perdió en los estantes, como si esperara que de alguna manera, por intervención divina, apareciera lo que necesitaba. Pero nada ocurrió.
Decidió cambiar de enfoque. Si no podía entender qué le había pasado a sus alas, quizás podría investigar sobre los pecadores redimidos. Después de todo, ese era otro de los misterios que la atormentaban. Si Charlie realmente creía que era posible redimir a los condenados, tenía que haber algún registro de ello, ¿no?
Emily caminó hacia la sección dedicada a los pecadores y el juicio. Los títulos eran numerosos, pero a medida que hojeaba uno tras otro, su frustración solo crecía. "La condena eterna," "La justicia divina," "El peso del pecado..." Pero no había nada que hablara de redención. Ningún ejemplo de un pecador que hubiera regresado al cielo, ninguna mención de una segunda oportunidad. Todo parecía girar en torno al castigo, al cierre definitivo de las puertas celestiales para aquellos que habían caído.
Pasó los dedos por las páginas de otro libro, con la esperanza de encontrar aunque fuera una línea, una historia que indicara que Charlie no estaba equivocada, que había una posibilidad. Pero de nuevo, se encontró con el vacío. Cerró el tomo y apoyó la frente contra él, dejando escapar otro suspiro.
"¿Es que todo esto es una mentira?" pensó, sintiendo cómo la incertidumbre la envolvía.
Emily se recargó en la mesa, mirando las hojas apiladas frente a ella.
"Nada sobre ángeles sin alas, nada sobre pecadores redimidos... ¿Qué estoy buscando realmente?" Se frotó los ojos, intentando ahuyentar la creciente sensación de impotencia. Había venido al cielo con una misión, pero parecía que las respuestas estaban más fuera de su alcance de lo que había imaginado.
De repente, una idea cruzó su mente. "¿Y si la verdad no está aquí porque no quieren que esté aquí?" Era un pensamiento peligroso, pero uno que no podía ignorar. Si los altos mandos celestiales habían estado ocultando la verdad sobre los exterminios, ¿por qué no ocultar también otros aspectos que pudieran cuestionar el orden divino?
Emily se enderezó, con los ojos brillando de determinación. "Si no hay respuestas aquí, las buscaré donde sea necesario. No voy a detenerme."
Con ese pensamiento, Emily salió de la biblioteca, su mente trabajando febrilmente en los próximos pasos. Aunque no había encontrado lo que buscaba, ahora tenía más motivos para seguir adelante. A pesar de su frustración en la biblioteca, su convicción había crecido. No podía quedarse al margen mientras los altos mandos del cielo seguían con sus crueles exterminios. No después de lo que había escuchado durante su cautiverio. Charlie, la princesa del infierno, tenía razón. Las almas condenadas no merecían ser destruidas indiscriminadamente; muchas de ellas todavía tenían luz en su interior, una posibilidad de redención. Emily también creía en esa causa. Era su deber alzar la voz por los inocentes.
El aire era fresco, cargado de un aroma dulce que debería haberle brindado consuelo, pero su corazón palpitaba con fuerza. Cada paso la acercaba al lugar donde Charlie daría su discurso.
"Si ella va a arriesgarlo todo, yo también lo haré," pensó. "No permitiré que más almas sean silenciadas por un sistema que dice ser justo."
Mientras cruzaba uno de los largos corredores que conducían al gran salón de juicio, un escalofrío recorrió su espalda. Era una sensación oscura, pesada, algo que no encajaba en el ambiente celestial. Se detuvo en seco, su mirada recorriendo el corredor vacío. Entonces lo vio.
Azrael, el ángel de la muerte, emergió de entre las sombras con una sonrisa torcida. Su figura era alta y etérea, envuelta en un aura sombría que parecía devorar la luz a su alrededor. Su guadaña, negra y reluciente como obsidiana, descansaba en su mano, y sus ojos, afilados y penetrantes, parecían perforarla con una mirada burlona.
Emily retrocedió instintivamente, su cuerpo reaccionando antes de que su mente pudiera procesar el peligro que tenía frente a ella. La guadaña de Azrael dejó un leve rastro en el aire mientras él la balanceaba con lentitud, un gesto más amenazante que cualquier ataque directo.
—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —dijo Azrael, con su voz impregnada de un tono sardónico que retumbó en los pasillos. Dio un paso hacia ella, ladeando la cabeza como un depredador jugando con su presa.
Emily no respondió, incapaz de mover los labios mientras su respiración se aceleraba.
—¿Cómo llegaste aquí, palomita? —continuó Azrael, inclinando un poco su cabeza, como si realmente estuviera intrigado. Entonces, levantó su guadaña con un movimiento pausado, apuntándola directamente—. ¿Qué haces en un lugar como este... Serafín de la felicidad?
Su sonrisa se ensanchó, sus dientes destellando con una mezcla de diversión y amenaza.
Emily dio un paso atrás, tratando de ocultar el temblor en sus manos. Sin embargo, su rabia y su frustración eran más fuertes que su miedo. Alzó una mano temblorosa y lo señaló con decisión, su voz rompiendo el tenso silencio.
—¿Y qué hace un asesino como tú aquí?
Sus palabras resonaron en el pasillo, cargadas de una valentía que incluso a ella misma le sorprendió. Azrael parpadeó ante la acusación, su expresión cambiando por un instante, como si evaluara el peso de sus palabras. Pero la seriedad duró poco. De repente, su rostro se iluminó con una carcajada baja y gutural que reverberó en las paredes.
—Asesino, ¿eh? —dijo, con un tono de voz que mezclaba diversión y desdén—. Sabes, no muchos se atreven a llamarme eso a la cara, palomita. Eres más valiente de lo que recordaba. O quizá más tonta.
Con un movimiento fluido, giró su guadaña en el aire antes de apoyarla con elegancia sobre su propio hombro, adoptando una pose de descanso que, paradójicamente, no hacía más que resaltar la amenaza latente en su figura. Su sonrisa permanecía intacta, afilada como el filo de su arma.
—Me dirijo a una misión, preciosa, —continuó, su voz ahora más baja, casi un susurro que contenía un matiz de burla—. Pero creo que ahora, tal vez, pueda quedarme.
Dio un pequeño paso hacia adelante, reduciendo la distancia entre ambos. Sin embargo, no intentó acercarse más, manteniéndose lo suficientemente lejos como para que Emily no pudiera decidir si su intención era amenazarla o simplemente divertirse con su miedo.
Emily apretó los puños, forzándose a mantener la compostura. No podía dejar que Azrael viera cuánto le afectaba su presencia. "No es invencible," se dijo a sí misma, aunque sabía que enfrentarlo no sería sensato.
Azrael la observaba con detenimiento, como un gato acechando a un ratón. Su sonrisa se amplió un poco más mientras inclinaba la cabeza, estudiándola.
—Me pregunto... ¿qué crees que lograrás aquí? —preguntó con calma, aunque había un filo cortante en su tono—. Es raro ver a un alma caída caminando tan libremente por estos pasillos. ¿Será que alguien te dejó pasar, o simplemente tienes más vidas de las que debería tener un serafín?
Emily tragó saliva, pero no respondió de inmediato. Sabía que cualquier palabra equivocada podría agravar la situación, y aunque sus piernas le pedían correr, su voluntad le ordenaba quedarse y enfrentarlo. "No puedo demostrarle que tengo miedo," pensó. "No después de todo lo que me hizo."
—No debería importarte, hazte a un lado. —Su voz sonó firme, aunque por dentro estaba temblando.
Sentía los ojos de Azrael clavados en su espalda, pero no se detuvo. La determinación de ayudar a Charlie y exponer la verdad sobre los exterminios era más fuerte que el miedo que aquel ángel de la muerte le provocaba.
Azrael observó cómo pasaba junto a él con aquella valentía que no le encajaba en absoluto con alguien que había caído tan bajo como Emily. Sus ojos se entrecerraron, su sonrisa burlona desvaneciéndose lentamente mientras su expresión se transformaba en una mueca de desagrado.
—Maldita perra... —murmuró entre dientes, sus palabras impregnadas de veneno.
Se quedó quieto unos instantes, observando cómo Emily se alejaba por el pasillo. Luego, con un movimiento lento pero decidido, giró sobre sus talones y dirigió su mirada hacia la puerta de la biblioteca celestial. "Salió de aquí," pensó, conectando las piezas en su mente.
Emily había estado buscando algo. Si iba al juicio de Charlie, aquella princesa del Infierno que había estado haciendo tanto ruido con sus ideales, eso significaba que tenía un plan. Y si Azrael tenía razón, podía adelantarse a ella.
Empujó las grandes puertas de la biblioteca celestial, sus pasos resonando en el vasto y silencioso espacio. El lugar estaba impregnado de un aura serena, casi sagrada, pero para Azrael no era más que otro escenario para sus maquinaciones. Su mirada se desplazó por las mesas, los estantes repletos de libros, y las lámparas que iluminaban tenuemente el lugar.
—¿Qué estabas buscando, Emily? —murmuró para sí mismo, mientras sus dedos rozaban el lomo de un libro al azar. Luego, una idea comenzó a formarse en su mente, y su expresión volvió a transformarse, esta vez en una sonrisa torcida.
"Si vas al juicio, pequeña ex serafina, tal vez pueda llevarte un regalo. Algo que te recuerde lo que realmente eres."
Azrael comenzó a buscar entre los estantes, sus movimientos precisos pero metódicos, como un depredador acechando a su presa. Lo que sea que Emily estuviera planeando, él no iba a permitir que las cosas fueran tan sencillas para ella. "Después de todo, alguien tiene que recordarte tu lugar."
WOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOA ESTAMOS POTENTES! (eso creo)
La "i" de mi teclado no fallo hoy , por ende , aqui traje el capitulo :D
Espero les haya gustado, si quieren spoiler pues , la cancion del siguiente capitulo ya esta publicada en mi cuenta personal , tengo un libro , donde solo estan las canciones de este fic , tal vez tambien agregue solo las imagenes a ese libro para llenarlo con algo más y que sirva de galeria :3
Chapter 22 : La reina blanca
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