1O ;; Justicia celestial
Observaba a su hermana Sera en la distancia, discutiendo con la arcángel Zadquiel.
Las palabras eran un torrente de reproches y posturas inquebrantables, aunque Emily no alcanzaba a discernir del todo su contenido. Sin embargo, recordaba con claridad la expresión de ambas: firmes y desafiantes.
Por aquel entonces, no tenía ninguna razón para intervenir. Creía, sin cuestionarse nada, que su hermana mayor hacía todo por el bien del Cielo y de las almas. Ella había sido su guía, la figura en la que más confiaba, el pilar que sostenía su fe y le daba dirección.
Emily nunca había cuestionado sus decisiones, ni se había aventurado a explorar los misterios en los que Sera se sumía con frecuencia. Sabía que Sera era el Serafín Principal, el faro de justicia en el reino celestial, y su corazón confiaba plenamente en ella.
Sin embargo, aquel recuerdo traía consigo otro fragmento inquietante, uno que hasta ahora no había comprendido del todo. Azrael, su tío de una manera cariñosa, aparecía en la escena con una risa burlona que reverberaba en su mente.
Azrael, un guardián que siempre le había resultado intimidante, no era solo un guardián. Era el portador de las almas caídas, el emisario de la muerte. Y Sera, su hermana amada, había mantenido en silencio las decisiones que él ejecutaba.
Emily recordaba el impacto de aquella revelación. Era como si un velo se hubiese rasgado ante sus ojos. Su hermana, su mentora y modelo, había estado involucrada en algo sombrío y callado. Y lo más doloroso no era solo el acto en sí, sino el hecho de que Sera jamás había buscado redimir o ayudar a las almas en pena del averno.
En cambio, enviaba cada año ejércitos de ángeles exterminadores, liderados por Adam, el primer humano. Aquel ejército no tenía misericordia ni ofrecía oportunidades de enmienda. Su único propósito era exterminar sin juicio ni perdón.
Sintió cómo la traición se apretaba en su pecho, sofocando los cimientos de su inocencia. Aquello iba en contra de todo lo que ella había aprendido, de todo lo que había creído que era su rol como serafín: ser una guía, brindar esperanza, tender una mano, aún a los caídos. ¿Cómo alguien tan cercano a ella podía avalar semejante crueldad? ¿Cómo la Serafín Principal podía mostrarse tan implacable?
Su mente seguía revolviéndose en estos pensamientos mientras la imagen de su hermana se difuminaba en un eco distante, dejando a Zadquiel y Azrael como sombras en su memoria. La sensación de impotencia la embargaba, como un vacío profundo. Todo aquello que hasta entonces había sido símbolo de bondad y paz se teñía de oscuridad y ambición.
Y al intentar levantar la voz, al rebelarse contra una orden que iba en contra de sus creencias, solo encontró castigo. Sera y el resto de los altos mandos silenciaron su disidencia, con una fría advertencia: no debía entrometerse en asuntos que no le correspondían.
Había llegado a una resolución en el fondo de su ser, no perdonaría a Sera, ni a los demás que permitían el exterminio del infierno en nombre de una pureza que no existía.
Sin embargo, su castigo no llego de una manera rápida, solamente debía de esperar su castigo en las jaulas de Dios.
Recostada en el oscuro rincón, sus pensamientos la transportaban a aquel lugar luminoso que, paradójicamente, contenía la mayor oscuridad que había conocido: la jaula dorada en los cielos.
Encerrada, había pasado días y noches bajo una vigilancia inquebrantable, con las paredes doradas de barrotes relucientes y perfectos. Era una belleza opresiva, una celda que irradiaba pureza pero ocultaba crueles intenciones.
Aquella reclusión no era más que un castigo impuesto por haberse atrevido a cuestionar las acciones de su hermana, Sera, y la injusticia que los altos mandos ejecutaban en nombre de un "orden divino". Emily no había deseado nada más que el bien para los habitantes del Cielo y, aunque le costara admitirlo, también para aquellos que sufrían en el infierno.
Los pecadores eran castigados, pero eso no significaba que debieran ser aniquilados sin redención.
Sin embargo, sus ideales fueron tildados de peligrosos. "Demasiado peligrosos", le dijeron los guardias. "El bien del Cielo depende de nuestra unidad, de seguir la voluntad divina", repetían con una frialdad desgarradora.
Aquellos días en la jaula se deslizaban como una serie de horas eternas, donde el tiempo y el espacio se diluían en su aislamiento. No podía volar, pues la celda apenas le permitía extender las alas. Y, aunque quisiera, no podía cerrar los ojos sin ser asaltada por la visión de su hermana dándole la espalda, con la frialdad impenetrable de alguien que estaba convencida de que actuaba correctamente, aun cuando su "justicia" derramaba sangre sin piedad.
Fue en el último día de su castigo que Michael apareció. La figura imponente del arcángel se acercó a la celda con pasos solemnes, la armadura brillando con el resplandor cegador de la autoridad divina. Era el guerrero celestial más fuerte, hermano de Lucifer, el primer ángel caído, y el encargado de mantener el orden y el respeto absoluto en el Cielo. Su expresión era pétrea, sin atisbo de compasión o remordimiento, como si hubiese apagado cualquier rastro de empatía en sus ojos azules.
—Si no te hubieras opuesto a la justicia divina, no estaríamos aquí hoy —dijo, su voz resonando como un eco entre las paredes doradas.
Emily alzó la vista, intentando comprender el significado de aquellas palabras, pero antes de que pudiera responder, Michael desenvainó su espada. La hoja resplandecía con una energía celestial inusitada, y en el mismo instante, el aire en la celda se volvió espeso, opresivo. Sin previo aviso, Michael lanzó un ataque directo hacia sus alas. Emily reaccionó por puro instinto, esquivando el filo de la espada, pero la hoja logró rozarla, rasgando la base de una de sus alas. El dolor fue fulminante, una agonía que parecía prender fuego en cada fibra de su ser.
La pequeña celda fue testigo de la lucha desesperada que siguió. Emily intentaba escapar, aleteando y esquivando a Michael, quien se movía con una precisión letal. Cada golpe que fallaba desgarraba su entorno, marcando las paredes con chispas de luz dorada y polvo celeste. Pero, aunque ella intentaba mantenerse a salvo, el arcángel era implacable. Finalmente, en un movimiento que parecía imposible de eludir, Michael creó un escudo en forma de esfera que la atrapó. La esfera era densa y asfixiante, un capullo de energía que la mantenía prisionera sin salida.
Una vez estuvo completamente inmovilizada, Michael deshizo el escudo, y en lugar de su espada, usó sus propias manos para continuar el castigo. Con brutalidad inesperada, sujetó las alas de Emily y comenzó a jalarlas, ejerciendo fuerza con una frialdad tan aterradora que ella apenas podía respirar. El sonido de los huesos rompiéndose fue brutal, un crujido seco que resonaba en el aire. Intentó gritar, pero el dolor la había dejado muda, reducida a una figura temblorosa y rota que luchaba por mantenerse consciente.
Sintió cómo la sangre empapaba su espalda, resbalando por sus hombros mientras Michael seguía ejerciendo presión sobre sus alas, quebrando cada articulación, cada pluma que alguna vez había usado para volar en libertad. Aquel dolor físico no se comparaba con la destrucción emocional que estaba experimentando; era como si arrancaran de su cuerpo la esencia misma de quien ella era, la conexión con su propósito y su lugar en el cielo.
En un último movimiento despiadado, Michael golpeó las alas con su rodilla, provocando que los huesos se rompieran por completo, colapsando en una amalgama de dolor y sangre. El mundo se volvió borroso, y Emily se sintió débil, desmoronándose en el suelo dorado de la celda, mientras la conciencia se desvanecía en el sopor del dolor.
Su último pensamiento antes de perder el sentido fue una mezcla de incredulidad y desilusión. ¿Era eso el Cielo? ¿Aquella crueldad era la justicia que tanto pregonaban? ¿Eran esos los altos mandos en quienes ella había depositado su fe?
Emily abrió los ojos con un dolor persistente en la espalda, aunque todavía parecía estar atrapada en el tormento de sus sueños. A través de su visión borrosa, reconoció los barrotes dorados de su jaula celestial. El portal frente a ella se abrió, y en medio de una bruma de confusión, trató de arrastrarse hacia la salida, sintiendo el eco del sufrimiento reciente. Su esperanza, aunque apenas una chispa, le instaba a escapar; sin embargo, antes de que pudiera alejarse, una bota fuerte y pesada se clavó en su espalda, un peso aplastante que la detuvo antes de que lograra avanzar más de unos centímetros.
Pero un peso aplastante la detuvo antes de que lograra avanzar más de unos centímetros, presionando sobre sus alas quebradas con una intensidad que trajo un dolor renovado y despiadado, si es que no estaban rotas antes, definitivamente lo estaban ahora.
Azrael, la miraba con una mezcla de burla y desdén. Sus labios se curvaron en una sonrisa sarcástica mientras presionaba más su bota sobre las alas rotas de Emily, disfrutando de su sufrimiento.
—Ah... Lady Emily —murmuró con voz gélida y sarcástica— Todos decían que eras un alma tan prometedora que, al ascender al cielo, alcanzaste el rango de serafín... —Sin disminuir en absoluto la presión sobre ella— Bueno, parece que la pureza es tan frágil como un par de alas rotas.
Emily reprimió un gemido mientras las palabras de Azrael se hundían en su mente. Recordaba la admiración con la que había subido en los rangos celestiales, la dedicación a la que siempre había sido fiel, la lealtad que había dado al cielo. Pero ahora, aquel ángel, su tío en la jerarquía celestial, no solo ignoraba su devoción, sino que la trataba como si fuera menos que nada.
El pelinegro se llevó los dedos a la boca y silbó con una frialdad que perforaba su alma como un eco de sentencia. Al instante, el serafín Joel apareció junto a él, con su expresión habitual de solemnidad.
Llevaba su libreta de anotaciones donde anotaba cada detalle de lo que ocurría en aquel sagrado recinto y sin mirarla a los ojos, al revisar las páginas, leyó algo en voz baja y levantó la mirada hacia Azrael, comenzó a leer en voz alta la sentencia, mientras sus palabras caían como un veneno frío.
—Ameline Phine, tu castigo por intentar alterar el orden celestial y por sostener ideales incompatibles con la voluntad del cielo, pese a haber ganado tu lugar como serafín... —Se detuvo por un momento, desviando la mirada antes de finalizar— Ha resultado en tu destierro al infierno.
Joel desvió la mirada al terminar, sus palabras impregnadas de una pesadez que solo alguien consciente de la injusticia podría entender. Emily, aún aturdida, escuchó como es que la llamo en aquel frío discurso. No entendía del todo, pero algo en su interior se quebró al escuchar ese nombre.
Era un nombre que apenas reconocía.
Y la sensación de pérdida se apoderó de ella en el instante en que entendió la magnitud de esas palabras: el lugar que había sido su hogar y refugio la rechazaba. Ella, que había amado el Cielo más que a sí misma, era ahora arrojada hacia la condenación.
La presencia de un nuevo arcángel se hizo evidente en la cámara: Uriel, de imponente figura y semblante imperturbable. Sin una palabra, Uriel con un movimiento preciso, extendió una mano hacia Emily, y de sus dedos conjuró una esfera de energía luminosa alrededor de Emily, elevándola en un manto de magia que neutralizó sus poderes y la mantuvo inmovilizada. Ella intentó gritar, pero la voz se ahogó en su garganta.
Todo lo que sentía era la impotencia de ser arrastrada a una sentencia inapelable.
Atrapada en ese halo de luz, Emily sintió que el peso de la traición y la pérdida era tan aplastante como la magia que ahora la mantenía suspendida en el aire.
Azrael, aún mirando desde arriba, hizo una mueca, complacido con la escena.
—Ve, Emily —dijo en un susurro malicioso— Tal vez el averno te enseñe lo que el cielo no pudo e... Incluso podremos vernos allá en el próximo exterminio
Con una expresión impasible, Uriel comenzó a elevarla, dirigiéndose hacia las salas donde la Corte Celestial se reuniría para dictar formalmente la sentencia.
Emily apenas podía creerlo. Había oído hablar de la justicia de Galim, el juez, del valor de Michael, de la bondad de Uriel.
Pero aquí estaban, estos mismos ángeles que se suponían defendían la rectitud, colaborando en un acto de crueldad y traición.
Sabía que su única falta había sido pensar diferente, intentar ver más allá de la rígida estructura de bien y mal que el cielo imponía.
Aquellos que en el pasado juraron velar por las almas de terrenales y del averno iban a enviarla a él. Su cuerpo pesaba mientras se dirigían al lugar y en su mente no había nada más que el sentimiento de traición... ¿En serio Sera permitió eso?
Con una expresión impasible, Uriel comenzó a elevarla, dirigiéndose hacia las salas donde la Corte Celestial se reuniría para dictar formalmente la sentencia y no negará que el lugar brillaba en un resplandor inquebrantable, un espacio vasto de mármol y oro donde los altos cargos se reunían.
El silencio solemne y expectante llenaba el aire mientras los más poderosos se alzaban en sus puestos. Entre ellos estaban los arcángeles y serafines de alto rango, así como los Goetia, la nobleza celestial de menor influencia, pero gran respeto.
Galim, el juez celestial y mano derecha de Dios, se encontraba en el centro de la corte. Su presencia imponente emanaba una energía tan densa y solemne como la misma justicia que representaba.
Su rostro permanecía neutral, pero en su ojo danzaba una chispa de firmeza. Levantó una mano para captar la atención de los presentes, y con voz profunda y resonante, se dirigió a la asamblea.
—Hoy nos reunimos —comenzó, su voz proyectándose con fuerza— para juzgar la conducta impropia de uno de los nuestros. La serafín Emily, ha transgredido la rectitud y el orden divino con sus acciones y pensamientos, promoviendo ideas que desafían los principios establecidos por el Altísimo.
La mención del nombre de Emily suscitó un leve murmullo entre los asistentes. Era conocido que ella, quien había ascendido en pureza y alcanzado la posición de serafín, había defendido con vehemencia la redención de las almas y cuestionado, en su inocencia, el severo juicio de las almas caídas. Pero pocos se atrevían a manifestar su desacuerdo, o pocos entendieron lo que en realidad significaba, incluso puede que hayan confundido el significado de aquellas palabras.
—Su desafío a la autoridad y a los ideales que sostienen la armonía celestial es, sin duda, una falta grave. Como bien sabéis, sus palabras y acciones han sido en beneficio de ideales incompatibles con los principios del cielo. A raíz de esto, la única decisión justa es su destierro al infierno, donde hallará la consecuencia de su transgresión.
Sin un contexto claro aquello se podían interpretar e otra manera... Cómo que Emily intento atentar contra el cielo.
Los arcángeles y los príncipes se miraron entre ellos, algunos asintiendo en señal de acuerdo. Sera, la serafín mayor y hermana de Emily, se encontraba entre ellos, su expresión inmutable mientras sus ojos oscuros observaban a su hermana con una mezcla de dolor y deber.
La decisión le pesaba en el alma, pro era algo que deba de hacer, encomendada directamente por Dios, era para ella una carga sagrada.
(Aunque Dios nunca expreso de que manera era en la que debían de proteger el cielo.)
En el momento de silencio, Michael, el guerrero celestial, se giró hacia Sera, esperando su orden final. Su expresión severa escondía la duda que, aunque no mostraba abiertamente, parecía resplandecer en la dureza de sus ojos. La relación entre Emily y Sera era bien conocida por todos; un lazo que había sobrevivido incluso a las exigencias más altas de sus deberes.
Sera mantuvo su mirada fija en su hermana, como si tratara de grabarse sus facciones antes del destierro, antes de que el cielo y sus caminos las separaran para siempre. Sabía que debía tomar una decisión, y aunque el peso de la misma se le hacía insoportable, no podía permitir que Emily siguiera incitando la duda en otros ángeles.
Finalmente, con voz fría y distante, Sera rompió el silencio en la corte celestial. Su mirada se clavó en Emily, su hermana, que yacía destrozada en el centro de la sala, rodeada de los ángeles y altos mandos que dictarían su destino.
—Michael —dijo, con un tono que ocultaba su desconsuelo—. Abre el portal... Un ser tan despreciable y descarriado como tú no merece la paz que ofrece el cielo.
La dureza de su voz retumbó en la sala, un tono autoritario y frívolo que se imponía a los demás, trazando una línea irrevocable entre ambas serafines, la mayor y la menor. El silencio se extendió como un manto de sombras, y el eco de sus palabras dejó clara su postura.
Nadie se atrevió a cuestionarla.
Ni siquiera Michael, quien, aunque conocía la cercanía entre ambas, asintió y dio un paso al frente, no titubeó y empuñó su espada una vez más, con un movimiento poderoso, trazó un arco en el aire, y de inmediato, un portal oscuro comenzó a formarse bajo los pies de Emily.
El portal hacia las profundidades del infierno.
Emily, apenas consciente y malherida, levantó la vista hacia Sera. Su mirada reflejaba un dolor indescriptible, más allá de lo físico. Ella había esperado, en lo profundo de su ser, que su hermana le extendiera una última muestra de piedad, o que al menos su mirada contuviera algo de compasión. Pero Sera mantuvo su mirada dura, inquebrantable. No había lugar para dudas ni para el amor fraternal en aquel juicio; solo para el deber y la devoción hacia la voluntad del Altísimo.
Rafael, quien hasta ahora había permanecido en silencio, se acercó entonces a Emily con un semblante sombrío. De sus manos surgió una luz opaca que parecía despojada de toda benevolencia.
Sin una palabra, alargó una mano y tomó el halo de Emily, el símbolo de su estatus celestial. Ella apenas pudo procesar lo que sucedía antes de sentir el tirón en su cabeza cuando Rafael quebró el halo, partiéndolo en dos.
Un frío terrible atravesó el corazón de Emily. La ruptura del halo no solo era un castigo simbólico, sino un acto de profunda desolación. La sensación de perder su vínculo con todo lo que alguna vez había amado y defendido fue como una grieta que atravesó su alma.
Emily sintió cómo la esperanza, la poca que le quedaba, se fragmentaba en miles de pedazos junto a aquel emblema.
Rafael, sin más palabras, dejó caer los pedazos al suelo. El crujido de los fragmentos resonó como una sentencia en el silencio de la sala. Las miradas de los presentes se tornaron hacia Michael, quien aguardaba la señal final de Sera, como si con ella diera un punto final a la vida de Emily tal como la había conocido.
Sera, aún firme, sostuvo la mirada de Michael por un segundo antes de hacer un pequeño movimiento de asentimiento.
Michael activo el portal que ya había invocado.
Por un instante, Emily solo pudo mirar a su hermana, tratando de buscar una chispa de arrepentimiento, algún rastro de duda. Pero Sera permaneció inmutable, sin la más mínima muestra de pena o retracto.
La última visión de Emily antes de caer fue el rostro de su hermana, pétreo e implacable. Sin la más mínima compasión, Michael soltó su agarre, y el suelo desapareció bajo sus pies, hundiéndola en un descenso sin retorno.
En aquel abismo, sin alas para sostenerla y sin halo que la iluminara, descendió a la profundidad del séptimo círculo, el anillo del orgullo. Con cada segundo de caída, la imagen de Sera, firme y distante, se desvanecía, dejándola sola en su castigo eterno.
La sensación de vacío parecía infinita, mientras el viento quemaba su piel y los ecos de su destierro reverberaban en su mente, cada vez más débiles.
Pero, justo en el momento en que el portal comenzó a cerrarse sobre ella, una voz poderosa y estridente rompió la quietud de la corte celestial.
—¡El exterminio ha llegado! —gritó Lute.
Y el portal empezó a abrirse otra vez.
—¡Vamos a destrozar los traseros de esos pecadores! —vociferó Adam, y su voz pareció alimentar la furia de los soldados celestiales que lo acompañaban.
Un rugido colectivo se alzó cuando el ejército comenzó su descenso, su luz inundando el portal ya cerrado. Miles de ángeles se lanzaron con el único propósito de purgar las almas condenadas del infierno en la purga anual, una tarea que el cielo consideraba como una prueba de fuerza, de supremacía, y de devoción a su causa.
Para mantener seguros a su gente.
Mientras tanto, Emily no era consciente del inminente ejército que descendía a las profundidades junto a ella. Su cuerpo, exhausto y debilitado, fue arrojado sin piedad, golpeado por el aire, hasta que finalmente atravesó el velo que separaba el séptimo círculo del infierno. El cielo rojo, cubierto de nubes sombrías y bruma densa, era lo último que logró ver antes de perder el control completamente.
El impacto fue brutal. Emily cayó en uno de los callejones del lugar, sus huesos crujiendo y sus alas, ahora destrozadas y sin vida, chocando contra el suelo polvoriento. Su cabeza golpeó el suelo, y un profundo dolor se instaló en su cuerpo. La energía de su cuerpo celestial se extinguía, el brillo de sus ojos se opacaba, y su respiración se hacía cada vez más débil.
Lo último que percibió antes de que la inconsciencia la envolviera fue el eco distante de los gritos del ejército celestial y el retumbar de las voces de sus antiguos compañeros. El retumbar de los tambores de guerra de los ángeles resonaba, como un eco en el fondo de su mente, anunciando la destrucción inminente que se cernía sobre los condenados.
Emily quedó ahí, sola y vulnerable, en las profundidades del infierno, sin fuerzas y despojada de toda esperanza, mientras el caos del exterminio celestial comenzaba a devastar aquel mundo infernal. Cerró los ojos y perdió el conocimiento... hasta que escuchó aquella voz.
Una voz que se le hacía extrañamente familiar, una que algo en ella nunca pudo olvidar. Pero, ¿de quién era?
Al regresar a la realidad, la opresión y el dolor aún persistían en su pecho, pero no estaba en una jaula dorada. Se encontraba en la habitación de Alastor, su prisión actual. Sí, seguía siendo un encierro, pero era diferente; uno que, en parte, había elegido, y donde, de algún modo, sentía que aún le quedaba una chispa de esperanza.
Aunque aquella esperanza no era para ella misma, sino una esperanza para el cielo.
El peso de la traición se le hizo insoportable, y una furia sorda se instaló en el pecho de Emily al recordar lo que el cielo le había hecho. La idea de que los seres divinos, aquellos que debían velar por el bien y la justicia, fueran quienes orquestaban tan crueles actos, encendió en ella una rabia profunda y ardiente.
La indignación la hizo levantarse de la cama de Alastor con una fuerza inesperada, desbordando toda la impotencia que llevaba acumulada en el alma. Apenas consciente de la mirada inquisitiva de la sombra de Alastor, quien la observaba con una expresión que parecía entre la curiosidad y el reconocimiento, Emily avanzó con pasos temblorosos hasta el balcón. Las puertas estaban cerradas, pero podía ver más allá, percibiendo el retorcido cielo del infierno y, en algún lugar allá arriba, el reino de donde había sido desterrada.
Observó aquel horizonte, buscando sin éxito alguna paz que apaciguara su alma; pero todo cuanto encontró fue el odio. Los verdaderos monstruos no estaban en el infierno, no en las almas que castigaban. No... aquellos seres viles y despiadados se escondían tras los muros del cielo, disfrazados de justicia y luz.
Y el recuerdo de Sera... el momento en que su hermana dio la orden para que cayera al abismo sin un ápice de remordimiento, la atormentaba. Emily se llevó la mano al pecho, donde aún sentía el vacío y el dolor de aquella caída. Apretó el puño, tratando de aferrarse a algo de consuelo, pero todo cuanto halló fue una desesperación helada.
Su respiración se volvió más pesada, y en un acto reflejo llevó las manos a su cabello, acariciándolo suavemente. Era un movimiento que creyó le brindaría alguna especie de consuelo. Pero no fue así.
Las lágrimas comenzaron a agolparse en sus ojos, y por más que trató de contenerlas, no pudo evitar que escaparan, deslizándose silenciosas por sus mejillas.
Sintió cómo su pecho se liberaba en parte de una presión abrumadora, pero también sintió el agotamiento que dejaba su rabia y dolor. Su cuerpo parecía ceder a la debilidad, y cuando sus rodillas comenzaron a temblar, un súbito mareo la hizo tambalear. Antes de que pudiera caer al suelo, unas manos firmes la sostuvieron, impidiéndole desplomarse por completo.
Aquel que la mantenía cautiva la había atrapado, con esa expresión de curiosidad insondable en su rostro. Había pasado toda la noche sin dormir, observándola desde la penumbra mientras ella se agitaba en su sueño, atrapada en una pesadilla que parecía interminable.
Desde su posición, había sido testigo de la lucha interna que la consumía. Sin embargo, lo que no había previsto era verla derrumbarse así, dejando escapar el peso de un dolor tan visceral. Aún más sorprendente era la forma en que ella, sin dudar, se aferró a él, buscando algún tipo de consuelo en su presencia.
Por un momento, Alastor sintió el impulso de alejarse, incómodo ante aquella cercanía tan inusitada. Pero cuando miró su rostro pálido, vio el rastro de las lágrimas que aún marcaban sus mejillas y, quizás por primera vez, se permitió permanecer a su lado un poco más de lo necesario, soportando aquel peso que ella había depositado en él.
Emily se aferró con más fuerza al hombro de Alastor, sus palabras entrecortadas por la mezcla de miedo y dolor que aún anidaban en su pecho.
—No quiero estar sola —repitió en voz baja, sus lágrimas cayendo en silencio— No otra vez... No quiero sentir ese vacío... que me dejó Sera... que me dejó el cielo... Todo eso... ellos eran mi hogar, y ahora solo siento... siento que no me queda nada... Solamente quería hacer lo correcto y ellos... —murmuró, apenas audible, mientras su cuerpo temblaba levemente.
La dureza habitual de Alastor flaqueó un instante al escuchar esas palabras, y algo en su pecho pareció titubear. Emily, tan frágil en ese momento, se aferraba a él como una presa al cazador rogándole por su vida. Sintió el pulso de sus latidos, y aunque lo tentaba la idea de apartarse y dejarla afrontar lo que sea que este afrontando por sí sola, no lo hizo.
Simplemente, permaneció en silencio, ofreciéndole la única cosa que podía en aquel instante: su presencia.
Respiró profundo, dejando escapar un leve suspiro.
—La soledad es un peso que, en el infierno, todos cargamos, querida mía —dijo Alastor finalmente, con un tono más suave del que él mismo esperaba— No encontrarás consuelo aquí, Emily, y mucho menos en aquellos que despreciaron tu espíritu si... Aquellos de arriba decidieron que llegaras al infierno, es porque descubriste algo que movería el orden del cielo y del infierno... Recuérdalo.
Emily cerró los ojos un momento, sintiendo cómo esas palabras reavivaban su rabia y su dolor al recordar la traición de los suyos. Ella inspiró temblorosamente, procesando lo que él decía mientras la dejaba sostenerse en él un poco más.
—Lo sé... —dijo al cabo de unos segundos, su voz temblando aún— Pero incluso en este lugar... no quiero enfrentar todo esto sola quiero borrar lo que sucedió...
Alastor la observó en silencio, con una expresión grave. Con una mano, le apartó una mecha de cabello de la cara mientras formulaba su respuesta, mirándola a los ojos con intensidad.
—Entonces, mientras te acostumbras a esta oscuridad, considérame... un recordatorio de que, en el infierno, siempre tendrás compañía —murmuró con un tono mezcla de consuelo y advertencia— Pero no me malinterpretes, Emily, no soy tu amigo ni tu guardián. Estoy aquí porque, al final, la soledad es un lujo que pocos pueden permitirse. Ni tú ni yo somos una excepción.
Con suavidad, Alastor la ayudó a retroceder, guiándola hacia la cama sin romper el contacto visual. Emily lo miró unos instantes, sus ojos aún húmedos, pero con algo de la tensión liberada. Agradecida, se dejó llevar y permitió que él la acomodara de nuevo en la cama. La calidez en su pecho se mezclaba con un dolor residual, las palabras de Alastor resonaban en su mente.
Él se quedó en pie, mirándola mientras ella volvía a cerrar los ojos.
—Descansa, angelita... El infierno estará aquí, incluso cuando despiertes —añadió en un tono apenas susurrado, dejando que Emily se sumergiera nuevamente en un sueño inquieto, pero esta vez, con la sombra de Alastor velando en la oscuridad.
O así lo veía ella, pero ese mismo pensamiento fue lo que le dio paz al dormir.
Bueeeno, ahora sí me quede sin más dibujos, y gracias a nullkXD por comentar y decirme en que mejorar, eso me ayuda mucho :3
Oh cierto, una chica me dijo que queria hacer spam de su historia, pero no es spam si a mi tambien me empezo a gustar su libro asi que aqui les dejo
"La caída del ángel" // ReinaLuna05
Sofiel, para su fortuna o mala suerte, el demonio de la radio la encuentra y la refugia en Hazbin Hotel "temporalmente ", convirtiéndose así en su nuevo guardián. Y el ángel puro empieza a experimentar emociones miedoque nunca antes había vivido: , ira, decepción, deseo y amor.
Pero ella no quiere quedarse con sus nuevos amigos, su destino es regresar al cielo. Y hará lo que sea para recordar porqué un correcto ángel pudo caer a un lugar tan terrible.
Un poco de sinopsis haber si les gusta ;3
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