19 ;; Salir ilesa
Al día siguiente, Emily se despertó con una sensación inusual. Desde temprano, los ecos del bullicio llenaban el hotel. Era un contraste con la tranquilidad habitual, y Emily no tardó en notar que todos parecían estar ocupados con algún tipo de preparación. Demonios y trabajadores del hotel corrían de un lado a otro, cargando decoraciones, ajustando detalles, e incluso practicando lo que parecían ser discursos o actuaciones.
Se asomó por la ventana, observando cómo varios demonios iban de un lado a otro, cargando decoraciones extravagantes y algunos instrumentos musicales. La atmósfera tenía un aire festivo, pero también cargado de tensión.
Alastor, como siempre, apareció con su usual porte tranquilo, aunque en su sonrisa había un toque de burla. Se apoyó en el marco de la puerta, observándola mientras ella miraba la actividad desde su ventana.
—Parece que estás intrigada, querida —comentó con su tono juguetón, aunque con un dejo de sarcasmo—. ¿Disfrutando de las vistas?
Emily lo miró por encima del hombro, arqueando una ceja.
—¿Qué está pasando? Parece que están preparando una fiesta.
—Oh, no es una fiesta cualquiera —respondió Alastor mientras entraba en la habitación, sus pasos resonando suavemente en el suelo de madera—. Nuestra querida princesa del averno, Charlie, ha decidido hacer una pequeña visita al cielo. Su gran plan de redención necesita ser presentado, ¿sabes? Qué mejor manera de hacerlo que con una demostración ridículamente optimista ante las mismísimas puertas del paraíso.
Emily frunció el ceño, girándose para enfrentarlo.
—¿Una visita al cielo? —preguntó, algo sorprendida.
—Exacto —dijo Alastor, exagerando su tono como si contara un gran chiste—. Planea mostrar a los ángeles cómo podemos "cambiar" y "ser mejores". Es... encantadoramente ingenuo.
Emily cruzó los brazos.
—No me parece ridículo... Además, ¿Por qué lo llamas patético? —preguntó, mirando a Alastor con cierta seriedad—. Tal vez... tal vez su idea podría funcionar.
Alastor soltó una carcajada, el sonido resonando en la sala como un eco burlón.
—¡Funcionará! —exclamó teatralmente, agitando una mano en el aire como si estuviera actuando en un escenario—. Claro, porque el cielo está ansioso por abrir sus puertas a los pecadores que han pasado milenios destruyendo todo a su paso. ¿Realmente crees que escucharían a alguien como Charlie?
Emily lo observó, con los labios apretados y los ojos brillando con determinación.
—No creo que sea justo que hables así de algo que ni siquiera se ha intentado antes. A veces, las segundas oportunidades pueden marcar la diferencia.
—Mi querida Emily, tú hablas desde un lugar que ellos no entienden. Este plan es un sueño absurdo, porque nadie en este lugar quiere cambiar de verdad. ¿Redención? —Dijo la palabra como si fuera venenosa—. No es más que una palabra vacía para quienes ya han caído.
Emily lo miró con una mezcla de tristeza y desafío.
—Tal vez sea cierto para ti, Alastor, pero eso no significa que todos piensen igual.
Él se quedó en silencio por un momento, estudiándola. Había algo en su mirada, una chispa de esperanza que lo irritaba tanto como lo desconcertaba. Emily no encajaba en el infierno, y eso le fascinaba.
Finalmente, Alastor rompió el silencio con una sonrisa, aunque su tono seguía cargado de sarcasmo.
—Querida, el cielo no otorga segundas oportunidades. No a nosotros, no a nadie que haya caído. —Su tono era más frío ahora, casi severo—. Solo estás siendo ingenua.
Emily sintió un pequeño nudo en el pecho, pero no estaba dispuesta a retroceder.
—Tal vez soy ingenua —admitió con calma—. Pero prefiero eso a no tener esperanza en absoluto. Quizá Charlie tenga razón en intentarlo. Y si el cielo rechaza su propuesta, al menos sabremos que alguien lo intentó.
Por un momento, Alastor no respondió. Su sonrisa se suavizó apenas, pero sus ojos permanecieron afilados, como si estuviera evaluando a Emily.
—Eres un caso especial, angelita —dijo finalmente, con un suspiro teatral—. Pero no te preocupes, no dejaré que la decepción te rompa el corazón. Siempre tendrás el infierno para refugiarte cuando el cielo cierre sus puertas.
Su tono volvía a ser burlón, pero algo en su mirada lo traicionaba: una mezcla de curiosidad y respeto hacia la terquedad de Emily.
Emily desvió la mirada, perdiéndose en sus pensamientos. Aunque sus creencias diferían, no podía evitar preguntarse si, en el fondo, Alastor también deseaba, aunque fuera un poco, que Charlie tuviera éxito. Pero sabía que jamás lo admitiría.
—Bueno, querida, tal vez deberías hablar con nuestra querida princesa. Seguro que encontrarías interesante su... visión. Aunque dudo que puedas salir de tu cómoda burbuja.
Emily le sostuvo la mirada, decidida.
—Tal vez lo haga. Pero primero, quiero entender por qué tú piensas así.
Alastor dejó escapar una leve risa, su sonrisa volviendo a ser más cortante.
—Oh, Emily, mis razones no son importantes. Pero si realmente quieres respuestas, te sugiero que abras los ojos y mires más allá de las palabras bonitas. Porque aquí abajo, el verdadero rostro de los demonios es mucho más... entretenido de lo que podrías imaginar.
Ella no respondió de inmediato, pero en sus ojos seguía brillando esa determinación que tanto descolocaba a Alastor. No necesitaba salir aún de esa habitación para saber que algún día, la confrontación entre sus creencias y el mundo que la rodeaba sería inevitable.
Y Alastor, aunque lo negara con cada fibra de su ser, no podía evitar sentirse intrigado por el resultado.
Emily soltó un largo suspiro y luego se sentó en el borde de la cama, con un libro en las manos que Alastor le había traído días atrás. Decidida a seguir con su lectura y lo hubiera hecho, sino fuera por él... Se encontraba frente a ella.
Pasaron dos horas, Alastor, con su porte relajado, estaba sentado en una butaca. No hacía nada en particular; solo estaba ahí, observándola con esa eterna sonrisa que a veces le resultaba tranquilizadora y, otras, profundamente desconcertante.
Después de un rato, Emily cerró el libro, dejando que descansara en su regazo. Miró a Alastor con curiosidad, inclinando ligeramente la cabeza.
—¿No deberías estar ayudando con lo que están preparando allá afuera? —preguntó, rompiendo el silencio con suavidad.
Alastor giró su cabeza hacia ella, como si apenas hubiera notado su pregunta, aunque estaba claro que la había estado escuchando todo el tiempo. Su sonrisa se ensanchó un poco más, esa expresión tan característica suya que parecía encerrar un secreto que nadie más podía comprender.
—¿Ayudando? —repitió, casi como si la idea le resultara absurda—. Oh, querida, no es necesario. Confío plenamente en que nuestros... amables compañeros pueden encargarse de todo sin mi intervención.
Emily frunció el ceño, apoyando el codo en su rodilla mientras lo miraba.
—Pero eres parte del hotel, ¿no? Aunque no creas en su causa, pensé que te interesaría colaborar, al menos un poco.
Alastor soltó una risa baja, casi como si estuviera disfrutando de un chiste privado. Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas, su mirada fija en ella.
—¿Por qué habría de hacerlo? —respondió con un tono que mezclaba despreocupación y burla—. Mi querida Emily, este espectáculo no es más que un juego. Ellos tienen sus roles, y yo tengo los míos. No hay necesidad de que me involucre en algo tan... mundano.
Emily suspiró, sabiendo que discutir con él era como intentar mover una montaña.
—A veces pienso que solo te gusta evitar el esfuerzo —dijo, medio en broma.
Alastor alzó una ceja, su sonrisa permaneciendo intacta.
—¿Evitar el esfuerzo? —repitió con fingida ofensa—. Te aseguro que, cuando algo realmente requiere de mi atención, no escatimo en esfuerzo, querida. Simplemente, esto no es digno de mi tiempo.
Ella negó con la cabeza, una sonrisa ligera apareciendo en sus labios. Aunque sabía que Alastor podía ser egoísta, había algo en su actitud que siempre la hacía cuestionarse sus verdaderas intenciones.
Un pensamiento fugaz cruzó su mente. Si no estaba ayudando con los preparativos, ¿por qué estaba ahí con ella? Podía haber ido a cualquier otra parte del hotel, o incluso desaparecer por completo, como solía hacerlo cuando no quería ser encontrado. Pero no. Allí estaba, sentado frente a ella, sin hacer nada en particular mientras ella leía.
Emily volvió a abrir el libro, aunque sus ojos no se fijaron en las palabras. La presencia de Alastor, tranquila pero intensa, llenaba la habitación de una manera que hacía imposible concentrarse del todo.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó de repente, sin apartar la mirada del libro.
Alastor no respondió de inmediato. Por un momento, el único sonido en la habitación fue el distante murmullo de las actividades en el hotel. Cuando finalmente habló, su tono fue más suave, pero no menos enigmático.
—¿Acaso no te gusta mi compañía?
Emily levantó la vista, encontrándose con sus ojos rojos que brillaban como brasas. Había algo desarmante en esa mirada, algo que la hacía sentir vulnerable, pero también curiosamente segura.
—No he dicho eso —respondió, con un tono más tímido de lo que habría querido, sintiendo sus mejillas colorearse de dorado.
—Entonces no veo el problema —dijo él con ligereza, recostándose en la butaca con una actitud despreocupada—. Después de todo, no hay mejor lugar en este hotel que aquí, contigo.
Emily sintió un calor subir a sus mejillas, pero intentó disimularlo volviendo a centrarse en el libro. Sin embargo, las palabras seguían escapándose de su mente.
—Solo me parece curioso —insistió, sin mirarlo esta vez—. Podrías estar en cualquier otro lugar, haciendo cualquier otra cosa, y sin embargo, aquí estás.
Alastor soltó una risa suave, su tono burlón regresando.
—Oh, querida Emily, ¿tan extraño te resulta que alguien disfrute de tu compañía?
Ella no respondió de inmediato, pero una pequeña sonrisa apareció en su rostro. Tal vez no entendía del todo por qué Alastor estaba ahí, pero no podía negar que le fascinaba su mera presencia. Era como si, de alguna manera, su mundo se sintiera menos solitario cuando él estaba cerca, incluso si la mayoría del tiempo la volvía loca con su actitud impredecible.
Alastor la observó en silencio, su sonrisa suavizándose apenas. Aunque no lo admitiría, había algo en Emily que lo mantenía anclado a esa habitación. Algo que lo hacía querer quedarse, incluso cuando su instinto le decía que debía alejarse.
La habitación volvió a llenarse de un cómodo silencio, mientras Emily retomaba su lectura y Alastor permanecía en su lugar, inmóvil pero presente. Afuera, el bullicio del hotel continuaba, pero dentro de esas cuatro paredes, el tiempo parecía detenerse, atrapándolos en un momento de quietud que ambos, de alguna manera, deseaban prolongar.
Se quedaron juntos allí durante algunas horas, disfrutando de su compañía sin hacer ningún ruido, en algún punto Alastor tomo un libro de la estantería...
Esa noche, la habitación estaba sumida en un agradable silencio. La única luz provenía de una pequeña lámpara en la mesita de noche, iluminando suavemente los rostros de Emily y Alastor. Ella estaba sentada en la cama, con las piernas cruzadas, mientras Alastor ocupaba su ya habitual lugar en la butaca. Sin embargo, esta vez no había un libro entre las manos de Emily, ni alguna conversación en marcha. Había algo que llevaba rondándole la mente desde hacía horas, algo que finalmente decidió expresar.
—Alastor —lo llamó con suavidad, atrayendo su atención.
Él levantó la vista, con esa sonrisa que parecía no abandonar nunca su rostro.
—¿Sí, querida?
Emily se tomó un momento, juntando las manos sobre su regazo.
—Quería decirte... Me encantó salir contigo la última vez.
La sonrisa de Alastor no se movió, pero sus ojos brillaron con un destello de interés.
—¿Ah, sí? —respondió, con un tono de ligera burla—. ¿A pesar de las peculiaridades de nuestros... compañeros de hotel?
Emily dejó escapar una risa ligera.
—Sí, incluso con eso. Fue emocionante estar fuera de esta habitación, ver algo más allá de estas cuatro paredes.
Alastor no respondió de inmediato, pero su sonrisa se mantuvo. Había algo en su mirada que parecía calcular cada palabra que ella decía, buscando el ángulo adecuado para responder.
—Me alegra que lo disfrutaras —dijo finalmente, inclinándose un poco hacia adelante—. Aunque debo admitir que no esperaba que esa experiencia fuera tan memorable para ti.
Emily se encogió de hombros, mirándolo con una mezcla de determinación y timidez.
—Bueno, lo fue. Y... me gustaría volver a hacerlo.
La petición era directa, pero su tono era suave, casi como si temiera que su deseo pudiera ser demasiado. Alastor la miró en silencio por un instante, su sonrisa aún presente, pero su mirada se volvió un poco más profunda, más difícil de leer.
—Emily —comenzó, su voz baja pero firme—, me temo que no será posible... por ahora.
El brillo en los ojos de Emily se desvaneció un poco, aunque intentó ocultar su decepción.
—Oh...
Pero antes de que pudiera continuar, Alastor se inclinó un poco más, su tono adquiriendo un matiz más amable, casi persuasivo.
—No me malinterpretes, querida. Me encantaría llevarte de nuevo fuera de esta habitación. Sin embargo, las circunstancias ahora son... menos que ideales.
Emily lo miró con curiosidad, dejando de lado su decepción por un momento.
—¿A qué te refieres?
Alastor hizo un gesto con la mano, como si abarcara el bullicio que aún se escuchaba a través de las paredes.
—Con todo lo que está ocurriendo, los preparativos de Charlie para su viaje al cielo, el ambiente en el hotel es... un tanto caótico. No quiero exponerte innecesariamente a eso.
Emily inclinó ligeramente la cabeza, dudando.
—¿Y cuándo no será caótico?
Alastor rió suavemente, un sonido bajo y retumbante que llenó la habitación.
—Oh, querida, el caos nunca desaparece del todo. Pero te prometo esto: cuando Charlie finalmente parta hacia el cielo con su ridículo plan de redención, las cosas se calmarán un poco. Tal vez entonces podamos considerar salir nuevamente. Quizás incluso más días seguidos.
Emily sintió cómo su decepción inicial se transformaba en algo completamente diferente: emoción.
—¿De verdad?
—Por supuesto —respondió Alastor, su tono tan ligero como siempre—. No soy un hombre que rompa sus promesas... al menos, no sin una buena razón.
Ella sonrió, sintiendo un calor reconfortante en su pecho. Aunque la espera no era exactamente lo que quería, la promesa de salir de nuevo con Alastor era suficiente para mantener su entusiasmo.
—Gracias, Alastor. Eso significa mucho para mí.
Él la miró durante un largo momento, su sonrisa suavizándose apenas.
—No tienes que agradecerme, querida.
El silencio volvió a instalarse en la habitación, pero esta vez no era incómodo. Emily retomó su libro, mientras Alastor permanecía en la butaca, observándola con una mezcla de fascinación y algo más profundo que no podía permitirse nombrar.
Aunque no lo admitiera en voz alta, sabía que no era solo el caos del hotel lo que lo mantenía reacio a sacarla más seguido. No era una simple cuestión de logística. Era algo más. Algo que él no estaba listo para enfrentar.
Y mientras Emily seguía leyendo, soñando con el día en que pudiera volver a salir, Alastor se permitió un breve momento de duda, preguntándose si realmente era tan buena idea como su sonrisa le hacía creer.
En otro rincón del hotel, Vaggie observaba a Charlie mientras esta preparaba frenéticamente su equipaje. Aunque normalmente adoraba la energía de su novia, esta vez algo la distraía. No podía dejar de pensar en el comportamiento reciente de Alastor.
—Charlie, ¿no crees que Alastor se está comportando... no sé, extraño? —comentó Vaggie, cruzándose de brazos mientras seguía a Charlie con la mirada.
Charlie, ocupada doblando un chaleco ligero, levantó la vista apenas, con una expresión de desconcierto.
—¿Alastor? —preguntó—. Creo que está ocupado, ya sabes, es un Overlord y eso... —dijo con un gesto vago, mientras guardaba otra prenda en su maleta.
Vaggie alzó una ceja, claramente no satisfecha con esa respuesta, pero Charlie siguió hablando, sin notar su incomodidad.
—No hay que pensar en eso... —dijo distraídamente, señalando un pequeño grupo de ropa sobre la cama—. Llevo ropa de verano y de invierno por si acaso. Un chaleco ligero, antibalas, impermeable, y... espera... ¿crees que llueva en el cielo? —preguntó emocionada, volviendo la mirada hacia su pareja.
Vaggie dejó escapar un suspiro, sacudiendo la cabeza con una sonrisa cansada.
—Charlie, solo vas a estar en el cielo un par de horas.
—¡Vaggie! —exclamó Charlie, poniéndose de pie de golpe y mirando a la contraria con una mezcla de entusiasmo y dramatismo—. ¡Vamos a estar de visita por todo un día! Y quiero estar preparada. Es nuestra última oportunidad de convencer al cielo de que un alma puede redimirse.
Vaggie parpadeó, sorprendida por la determinación en la voz de Charlie. Aunque apoyaba su causa, seguía pensando que el plan era tan optimista como complicado.
—Sí, sí... Ojalá pudiera acompañarte, amorcito, pero tengo que hacer... —Vaggie se detuvo, buscando desesperadamente una excusa que sonara convincente—. Tengo que hacer esa cosa...
Charlie ladeó la cabeza, con una mirada de sospecha.
—¿Hacer qué? —preguntó rápidamente, avanzando un paso hacia ella.
Vaggie abrió la boca, pero nada coherente salió. Después de unos segundos, dejó escapar un suspiro de derrota.
—Esa cosa... ya sabes... —intentó, antes de rendirse por completo—. Ah, mierda, soy pésima mintiendo.
Charlie soltó una risita, avanzando hacia Vaggie con una mirada que era a la vez dulce y persuasiva. Tomó las manos de su pareja entre las suyas y la miró fijamente a los ojos.
—Vaggie, tú eres mi pareja. Te necesito ahí conmigo.
Vaggie suspiró otra vez, pero esta vez su resolución comenzó a desmoronarse.
—Ah... bien... —dijo finalmente, aunque su tono denotaba una mezcla de resignación y preocupación.
Charlie, sin embargo, no dejó espacio para dudas. Su rostro se iluminó con una sonrisa radiante, y antes de que Vaggie pudiera añadir algo más, la abrazó con fuerza.
—¡Sí! ¡Jajaja! —exclamó emocionada, plantando un beso en la mejilla de Vaggie antes de volver a revolver sus cosas—. ¡Esto será increíble!
Vaggie la observó en silencio, apoyándose nuevamente en el marco de la puerta. Aunque le preocupaba la posibilidad de que el plan de Charlie no funcionara, había algo en su entusiasmo que siempre lograba contagiarle un poco de optimismo.
—Espero que tengas razón, Charlie... —murmuró para sí misma, mientras su novia seguía planeando el viaje como si estuvieran a punto de embarcarse en la aventura de sus vidas.
El día había comenzado con una calma inusual en el hotel. Emily abrió los ojos lentamente, acostumbrándose a la penumbra de la habitación. Giró la cabeza y ahí estaba él, Alastor, profundamente dormido en una de las sillas cercanas. Su semblante relajado era una rareza que Emily no había visto en mucho tiempo. Por lo general, él estaba lleno de energía, inquieto y siempre preparado para cualquier eventualidad. Verlo así, tan tranquilo y vulnerable, la hizo detenerse.
"Incluso él necesita descansar...", pensó Emily con una leve sonrisa.
No sabía por qué, pero algo la impulsaba a mantenerse en silencio, como si romper esa paz fuera un crimen. Sin embargo, el creciente bullicio afuera le llamaba la atención. Voces, pasos apresurados, risas... Una inquietud se despertó en ella, una mezcla de curiosidad y un deseo reprimido de explorar más allá de los límites impuestos por Alastor.
Emily se levantó con cuidado, asegurándose de no hacer ningún ruido. Miró una última vez a Alastor antes de abrir la puerta de la habitación. "Seguirá dormido por un rato...", se dijo a sí misma mientras se deslizaba fuera.
El largo pasillo rojo del hotel la recibió con su habitual opulencia y decadencia. Las paredes estaban decoradas con detalles dorados, pero había algo frío en aquel lugar. Emily pasó su mano por la pared, sintiendo su textura, tratando de grabar cada detalle en su mente. Era como si temiera que esta fuera la última vez que estuviera allí.
A medida que avanzaba, recordó la última vez que había salido de la habitación, siempre bajo la supervisión de Alastor. Aquella vez, él había estado a su lado, guiándola y asegurándose de que nadie se acercara demasiado. Pero ahora estaba sola. Era una sensación extraña, tanto emocionante como aterradora.
Al llegar al final del pasillo, Emily se detuvo. Desde su posición, pudo ver el vestíbulo principal del hotel. Un grupo de pecadores estaba reunido allí, conversando animadamente. Sus risas y voces llenaban el espacio con una energía caótica que contrastaba con el orden de la decoración. Emily se mantuvo escondida tras una pared, observándolos con atención. No conocía a ninguno de ellos, y aunque sentía curiosidad, también temía acercarse.
Fue entonces cuando algo llamó su atención. Una luz brillante comenzó a formarse en el centro del vestíbulo. Los pecadores se apartaron, dejando espacio para lo que parecía ser un portal. La luz se intensificó, y Emily supo de inmediato lo que era.
—El portal al cielo... —susurró con asombro, sus palabras apenas audibles.
Era imposible no reconocerlo. A pesar de todo lo que había pasado desde que cayó al infierno, el cielo seguía siendo un recuerdo imborrable en su mente. La pureza de aquella luz contrastaba de forma abrumadora con la oscuridad del infierno. Por un instante, Emily se sintió transportada a otro tiempo, otro lugar, uno donde no había dolor ni desesperación.
Entre los pecadores reunidos, una figura destacó: una joven rubia con una presencia radiante y mirada resuelta. Observaba el portal con una mezcla de emoción y esperanza, y Emily supo de inmediato quién era.
"La princesa del infierno...", pensó. Las palabras de Alastor resonaron en su mente: "Irá al cielo para que vean que la redención es posible."
Emily se mordió el labio, sintiendo cómo su corazón comenzaba a latir con fuerza. Miró el portal, luego volvió a mirar hacia el pasillo que conducía de regreso a la habitación.
"¿Debería ir?", pensó. Sus pensamientos eran un torbellino de emociones. Si cruzaba el portal, significaba dejar atrás a Alastor, a todo lo que había comenzado a construir allí, por poco que fuera. Pero quedarse significaba renunciar, tal vez para siempre, a la posibilidad de regresar a lo que una vez fue.
"No quiero dejarlo... pero..."
El sonido del portal pulsando llenaba el aire. La tentación era abrumadora, y Emily sintió cómo sus pies se movían un paso hacia adelante casi sin darse cuenta. La luz del portal parecía llamarla, envolviéndola en su calidez.
Sin embargo, algo la detenía. La imagen de Alastor, todavía dormido, seguía presente en su mente. "Él me ha cuidado... me ha protegido, incluso cuando no tenía por qué hacerlo." La confusión la paralizaba.
Emily cerró los ojos, tratando de calmar los latidos frenéticos de su corazón. Las voces a su alrededor se desvanecieron mientras se sumía en sus propios pensamientos.
"Si cruzo... ¿podré volver? Pero si no lo hago... ¿me arrepentiré?"
La duda era como un peso que la mantenía inmóvil, atrapada entre dos mundos. Finalmente, abrió los ojos, mirando de nuevo el portal. Sus piernas temblaban, pero no podía moverse ni hacia adelante ni hacia atrás.
La decisión estaba en sus manos.
Y, por primera vez, no sabía qué elegir.
Emily miraba el portal al cielo con el corazón dividido. Si cruzaba, sabía que saldría herida. Había comenzado a sentir algo hacia Alastor, un vínculo que jamás creyó posible en el infierno. Pero aquello que crecía dentro de ella era frágil, y entrar al cielo significaba enfrentarse a su pasado, a todo lo que alguna vez fue. Significaba dejar atrás a Alastor, quizás para siempre.
"Si me voy, lo perderé...", pensó con un nudo en la garganta.
Por otro lado, quedarse la mantenía a salvo. Aquí, en esta caótica prisión, comenzaba a sentirse extrañamente protegida. Aunque no podía explicarlo del todo, la presencia de Alastor había creado un refugio inesperado. Sin embargo, sabía que no podía ignorar el llamado del cielo. Aún tenía algo importante que hacer allí, algo que debía enfrentar por más que le costara.
"¿Y si nunca vuelvo? ¿Si todo cambia?"
El portal seguía pulsando con su brillo celestial, atrayéndola con promesas de redención y respuestas. Emily respiró hondo, el peso de su decisión apretándole el pecho.
Si cruzaba, debía estar dispuesta a perderlo. Si se quedaba, debía aceptar que podría traicionar su propósito.
Y aún así, no podía moverse.
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