16 ;; Pétalos de rosas
La mañana en el Hotel Hazbin comenzó de manera inusualmente tranquila, y eso ya era suficiente para inquietar a los residentes. El aroma del café recién hecho no inundaba los pasillos, ni se escuchaban los típicos pasos animados de Alastor preparando el desayuno mientras tarareaba alguna melodía vintage.
Charlie, la optimista y enérgica princesa del Infierno, se asomó a la cocina, con una leve preocupación en su rostro.
—Qué extraño... Al no ha hecho el desayuno —comentó, revisando la encimera impecablemente limpia.
Angel Dust, el extravagante demonio araña, estaba sentado en una silla, balanceando una de sus largas piernas mientras se arreglaba el cabello.
—Tal vez Sonrisas se quedó dormido —dijo con una sonrisa burlona, usando el apodo que había inventado para Alastor.
Charlie negó con la cabeza, aunque su preocupación no desapareció.
—No lo creo, Angel. Él no es del tipo que duerme. Parece que ni siquiera lo necesita.
Desde una esquina, Husk, el demonio gato con su inseparable botella de licor, lanzó un bufido.
—Aunque, pensándolo bien, desquiciado o no, el tipo siempre está despierto —Bebió un sorbo antes de agregar con sarcasmo— Quizás finalmente le llegó el cansancio de ser insoportablemente entusiasta.
Angel Dust giró los ojos y, con una sonrisa provocativa, miró a Husk.
—Oww, ¿y tú sí duermes, gatito? Porque cuando te escucho roncar, me pregunto si estás moribundo o si solo es tu manera de recordarnos que sigues aquí.
Husk frunció el ceño, pero no mordió el anzuelo.
—No empieces ahora, Angel.
Antes de que la conversación se calentara más, Vaggie, la estricta y sensata pareja de Charlie, entró en la cocina, cortando el aire con su mirada severa.
—Angel, déjalo en paz. Husk, no le sigas el juego. Ya tenemos suficiente drama sin que ustedes dos lo aumenten.
Angel hizo un puchero exagerado.
—Vamos, Vaggie, solo me estaba divirtiendo un poco. Además, es temprano; aún no he alcanzado mi cuota del "calentón" matutino.
Charlie se acercó a Vaggie, asintiendo lentamente.
—Es raro. Alastor siempre está aquí con su energía. Tal vez... —Charlie se detuvo, intentando encontrar una explicación lógica, pero antes de que pudiera continuar, una voz aguda irrumpió en la conversación.
—¡Oh, tal vez el chico malo se quedó oliendo rosas! —exclamó Niffty, la hiperactiva y pequeña cíclope, apareciendo de la nada como solía hacerlo.
Vaggie arqueó una ceja mientras todos se giraban para mirarla.
—¿Oliendo rosas? —repitió Vaggie, confusa.
Niffty, quien ya estaba trepando sobre la encimera debido a su diminuta estatura, rió con un tono ligeramente inquietante.
—¡Sí, oliendo rosas! Hay pétalos por todo el hotel. Está un desastre. ¡Demasiado sucio! ¡Hay que limpiarlo ya! —Dicho esto, saltó de la encimera y salió corriendo hacia el pasillo con un trapo en mano, lista para "restaurar el orden".
Husk la siguió con la mirada, algo incrédulo, y luego se giró hacia Vaggie.
—¿De qué diablos está hablando? ¿Rosas?
Angel Dust soltó una carcajada.
—¡Tal vez son flores de alguno de mis admiradores secretos! Ya sabes, soy irresistible. —Hizo un movimiento coqueto, parpadeando hacia Vaggie.
La cual suspiró con exasperación, cruzando los brazos.
—Claro, Angel, porque lo que necesitamos en este hotel es más drama.
Charlie intentó suavizar el ambiente con una sonrisa nerviosa.
—Bueno, sea lo que sea, seguro que tiene una explicación. Alastor debe estar ocupado con algo... aunque definitivamente es raro que no esté aquí.
Angel Dust hizo una mueca, claramente aburrido.
—¡Bah! Seguro que está tramando algo. Ese tipo siempre tiene un plan bajo la manga. Lo que sea, al menos nos dio un respiro de su voz de locutor de los años treinta.
En ese momento, Niffty regresó corriendo, cargando un pequeño montón de pétalos de rosas oscuras en sus manos, con una sonrisa ansiosa en su único ojo.
—¡Miren esto! ¡Lo encontré en el pasillo cerca de las escaleras! —Exclamó, extendiendo los pétalos hacia el grupo.
Husk los miró con desgano.
—¿Y eso qué significa? ¿Que Alastor está jugando a ser romántico ahora? Por favor, ese tipo no tiene ni una pizca de romance en su cuerpo.
Angel Dust tomó uno de los pétalos, examinándolo con curiosidad.
—Hmm... tal vez Sonrisas se consiguió una cita. Aunque con ese humor suyo, dudo que alguien lo aguante por más de cinco minutos.
Vaggie rodó los ojos y se giró hacia Charlie.
—¿Crees que deberíamos buscarlo?
Charlie parecía dudar, pero finalmente negó con la cabeza.
—No creo que sea necesario. Alastor sabe cuidarse. Además, si realmente necesita algo, estoy segura de que nos lo hará saber... de alguna forma.
Angel Dust se encogió de hombros y volvió a su asiento, claramente perdiendo el interés en el tema.
Mientras tanto, en una esquina del hotel, un conjunto de pétalos oscuros continuaba formando un rastro hacia las escaleras, donde Alastor y Emily habían pasado una noche completamente ajenos al caos que sus simples actos habían desatado entre los demás.
Pero Charlie, con una mano en el mentón y la mirada fija en la encimera limpia, mientras los comentarios de Angel Dust, Husk y Niffty revoloteaban en su mente. Había algo que no cuadraba.
—No tiene lógica que Alastor tenga "una cita" —comentó finalmente Charlie, rompiendo el silencio que se había formado tras el último comentario de Angel.
Vaggie, a su lado, asintió, aunque parecía más preocupada que convencida.
—Estoy de acuerdo. Alastor no es exactamente el tipo que se interesa en... ya sabes, conexiones románticas. Es más, él siempre parece estar a kilómetros de ese tipo de cosas.
Husk, quien estaba recostado contra la encimera con su botella de licor a medio vaciar, suspiró profundamente antes de intervenir.
—Miren, conozco al jefe desde hace décadas, y déjenme decirles algo: él no es del tipo que hace nada sin razón. Si hay flores en el hotel, especialmente si son flores frescas, tiene que ser cosa suya.
Charlie lo miró con curiosidad.
—¿Cómo puedes estar tan seguro, Husk?
Husk bufó.
—Porque las flores no tienen nada que ver con Angel, por ejemplo. Ayer, el regresó temprano de su trabajo, y, como siempre, lo esperé en la barra hasta que llegó. En cuanto apareció... —rodó los ojos— me fui a descansar. Si Angel llega, yo descanso. Si no, lo espero. Nadie vigila el lobby mientras duermo.
Angel Dust, quien había estado distraído acariciando a Fat Nuggets, levantó la vista y sonrió con suficiencia.
—Aw, Husky~, ¿me cuidas? Sabía que te importaba.
Husk lo miró de reojo y resopló.
—No empieces, Angel. Solo hago lo que el jefe me dijo. Asegurarme de que llegues entero a este lugar.
Angel Dust rió, sin molestarse en ocultar su diversión, pero Charlie lo interrumpió antes de que la conversación se desviara.
—Entonces, ¿las flores aparecieron después de que todos ya estaban descansando?
Husk asintió.
—Exacto. Nadie estaba en el lobby cuando me fui.
Angel Dust, aún juguetón, hizo un gesto dramático con una mano.
—Bueno, bueno, tal vez Sonrisas dejó las flores para decorar. Tal vez por fin se cansó de tanto rojo y decidió agregar un toque floral.
Niffty, que seguía moviéndose de un lado a otro limpiando los pétalos restantes, soltó una risita macabra.
—¡Oh, sí! Seguro lo hizo por el arte. Aunque, si me preguntan, esto sigue siendo demasiado sucio.
Angel Dust se inclinó hacia ella con una ceja arqueada.
—¿Y si fueron de Sir Pentious? Ese viejo serpiente tiene algo con los gestos exagerados, ¿no? Quizás dejó las flores para impresionar a alguien.
Charlie negó rápidamente, recordando algo.
—No creo que haya sido Pentious. Anoche me dijo que estaría fuera por unos días para cerrar tratos con la familia Carmine. Está intentando mejorar su vida y cortar esos lazos.
Vaggie resopló, casi incrédula.
—Eso suena increíblemente fuera de lugar para él, pero si tú lo dices...
Charlie asintió y volvió su atención al resto.
—Entonces no puede ser Pentious.
Husk dejó su botella sobre la encimera, el ruido resonando en la cocina silenciosa.
—Lo que significa que solo queda una opción razonable: Alastor.
El grupo se quedó en silencio, procesando esa posibilidad. Finalmente, Vaggie fue quien habló, cruzando los brazos con expresión escéptica.
—Eso sería... raro. Muy raro.
Angel Dust, que parecía disfrutar la confusión colectiva, apoyó un codo en la mesa y puso una mano en su barbilla con teatralidad.
—¿Raro? Vamos, muñeca, todo sobre Alastor es raro. Pero tienes razón. Rosas, frescas, en este hotel... ¿cómo demonios las mantuvo vivas? ¿No se supone que todo lo que él toca se marchita?
Charlie frunció el ceño, asintiendo lentamente.
—Exacto. Es algo que ni siquiera tiene sentido.
Niffty, mientras recogía otro puñado de pétalos del suelo, añadió alegremente:
—¡Oh, tal vez usó su magia para mantenerlas frescas! Aunque eso sería muy lindo de su parte.
Angel Dust se rió con fuerza, golpeando la mesa.
—¿Lindo? Ja. Si eso es cierto, entonces Sonrisas está escondiendo un lado muy, muy interesante.
Husk se cruzó de brazos, mirando a Charlie con una expresión de cansancio.
—Bueno, princesa, ¿qué hacemos? ¿Esperamos a que aparezca o vamos a buscarlo?
Charlie dudó, mirando a Vaggie.
—¿Qué piensas?
Vaggie suspiró, frotándose el puente de la nariz.
—Creo que, si Alastor está tramando algo, lo último que necesitamos es meter nuestras narices donde no nos llaman. Pero al mismo tiempo... —miró los pétalos esparcidos por el suelo—, esto es extraño incluso para él.
Angel Dust levantó una mano, sonriendo con diversión.
—¡Yo digo que esperemos! Seguro que cuando Sonrisas regrese, vendrá con alguna historia alocada que no tendrá ni pies ni cabeza.
Charlie finalmente cedió, dejando escapar un suspiro.
—De acuerdo, lo esperaremos. Aunque... sigo sin poder sacarme de la cabeza la imagen de Alastor con un ramo de rosas.
El grupo compartió una mirada, cada uno perdido en sus propias teorías sobre lo que podría estar pasando.
Niffty irrumpió nuevamente en la cocina como un pequeño torbellino, cargando una bolsa rebosante de pétalos entre oscuros y rojos.
Sus ojos brillaban con emoción y un toque de su habitual locura mientras alzaba la bolsa en alto como si fuera un trofeo.
—¡Miren esto! —exclamó, casi gritando, mientras sacudía la bolsa para que todos la vieran— ¡Están por todas partes! Por las escaleras, por el salón... ¡Incluso cerca de la puerta de Alastor!
La cocina quedó en silencio por un momento, pero Niffty, como siempre, continuó hablando sin detenerse ni un segundo.
—¡Es raro, ¿verdad?! Es decir, ¿cuándo fue la última vez que vimos flores aquí? ¡Y tantas! ¡Es un desastre! Necesito limpiar más rápido o nunca terminaré. ¡Oh! Husk, ¡dime que esto es raro! ¡Dime que no soy la única que piensa que esto es raro!
Husk, que apenas levantó la mirada de su botella, gruñó con cansancio.
—Sí, Niffty, es raro. Pero no más raro que tú hablando sin parar.
Ella rió con nerviosismo, ignorando el comentario.
—¡Lo sabía! ¡Sabía que era raro! —y salió corriendo otra vez, dejando caer algunos pétalos detrás de ella, mientras el resto del grupo intercambiaba miradas de confusión.
—Ya lo dijiste, Niffty —respondió Husk, llevándose una mano al puente de la nariz.
—¡Pero nunca está de más repetirlo! —añadió ella rápidamente, dejando caer algunos pétalos mientras agitaba la bolsa—. ¡Esto nunca pasa! ¡Jamás!
Charlie suspiró profundamente, pasándose una mano por el cabello.
—Bueno, quizá deberíamos preguntarle a Alastor más tarde. Algo me dice que tiene una explicación... por extraña que sea.
El suave resplandor rojizo del cielo infernal se colaba a través de las cortinas de su habitación, tiñendo la penumbra con una calidez engañosa. Alastor abrió los ojos lentamente, su mirada enfocándose en el techo por unos momentos mientras su mente aún permanecía en ese espacio ambiguo entre el sueño y la vigilia.
Era extraño estar en su cama, sentir la comodidad que ofrecía. Había pasado meses desde que realmente se había permitido algo tan básico como dormir ahí.
Un suspiro escapó de sus labios mientras giraba la cabeza hacia un lado, buscando inconscientemente algo en ese instante de calma. Su mirada se detuvo. Allí estaba ella.
Emily.
Estaba recostada a su lado, su respiración suave y pausada llenando el espacio entre ellos. No estaban cerca, había una distancia palpable entre ambos, pero el simple hecho de compartir el mismo espacio resultaba desconcertante para Alastor.
Se quedó observándola en silencio, sus ojos escarlata recorriendo el rostro de la serafina como si fuera la primera vez que la veía. Había algo en su expresión dormida que lo desarmaba por completo. Su rostro irradiaba una paz inmensurable, tan ajena al caos constante del infierno que lo envolvía. ¿Cómo era posible que alguien como ella existiera en un lugar como este?
Inclinó la cabeza ligeramente hacia adelante, acortando la distancia entre ellos. Podía ver con claridad las pecas blancas que decoraban su piel, delicadas como motas de nieve esparcidas por el puente de su nariz y sus mejillas. Había tres a cada lado, y las mismas tres en el puente de la nariz. No podía evitar contarlas, una y otra vez.
Sus pestañas negras eran largas, curvas, y temblaban ligeramente con cada exhalación. Su cabello blanco caía como un manto de luz, un contraste casi violento contra la penumbra de la habitación. Cada detalle de su rostro parecía haber sido diseñado para encantar a cualquiera que la vea. No pertenecía al infierno, eso estaba claro. Pero tampoco podía imaginarla en el cielo. ¿Dónde encajaba realmente?
La última vez que había permitido que su mirada descansara en ella de esta forma, había llegado a la misma conclusión: Emily era un enigma. Pero esta vez, su mente estaba más nublada. No podía apartar los ojos. Cada curva de su rostro, cada pestaña, cada peca lo atraía como un imán.
Se sintió abrumado.
Alastor nunca había sido alguien que buscara respuestas en la contemplación, y mucho menos en alguien más. Pero en ese momento, mientras su mirada seguía explorando su rostro, no podía evitar pensar que Emily era como un mundo completamente diferente. Uno al que él no tenía acceso, pero al que, de alguna manera, deseaba comprender. Era como observar algo que no pertenecía al infierno, algo que no estaba contaminado por el hedor de la desesperación y el caos. Era... puro.
Esa palabra lo golpeó como una bofetada.
Puro.
El concepto en sí mismo era un insulto en el infierno, algo que debía ser destrozado, corrompido, devorado. Pero con Emily, ese pensamiento no surgía. En su lugar, había algo más. Una extraña fascinación. ¿Era eso lo que lo mantenía aquí, tan cerca de ella? ¿Era la necesidad de descubrir cómo algo tan inconcebible podía coexistir en su mundo?
Su mente se perdió en un torbellino de preguntas que no estaba preparado para responder. Emily no era simplemente alguien con quien compartía momentos. Era un recordatorio constante de todo lo que el infierno no era, y de lo que él mismo había dejado de ser hace mucho tiempo.
Y, sin embargo, estaba allí, inclinado hacia ella, memorizando cada línea de su rostro como si fuera un mapa hacia un lugar que no sabía si quería encontrar.
Pero entonces, como un balde de agua fría, la realidad lo golpeó.
El desayuno.
Sus pensamientos se detuvieron de golpe, y su cuerpo se tensó ligeramente. Se suponía que debía estar en la cocina, preparando el desayuno para los residentes del hotel, como hacía cada mañana. Era su rutina, su papel autoimpuesto. Y no estaba allí.
La idea lo sacó de su ensimismamiento, pero no pudo apartar la mirada de Emily de inmediato. Era como si una parte de él quisiera prolongar este momento un poco más, como si supiera que en cuanto se levantara, volvería a ser el Alastor de siempre: el anfitrión sonriente, el pecador impredecible, un overlord intachable, el demonio de la radio.
Finalmente, se apartó lentamente, recostándose nuevamente en la almohada.
—Ridículo —murmuró para sí mismo, su voz apenas un susurro.
Ridículo, pero cierto. Había algo en ella que lo desafiaba de maneras que no podía explicar. Y aunque nunca lo admitiría, la idea de permanecer un poco más en esta calma le resultaba tentadora.
Pero el deber llamaba, y Alastor no era alguien que ignorara sus responsabilidades. O, al menos, no lo había sido hasta ahora.
Alastor permaneció unos instantes más en la cama, observando a Emily con una mezcla de fascinación y exasperación que no había sentido antes. Sus pensamientos eran un caos, una maraña de emociones y análisis que chocaban entre sí. Había algo indiscutiblemente irónico en la situación: él, el temido demonio, el inflexible Cazador, atrapado en este momento de aparente fragilidad junto a ella.
—¿Qué diablos le has hecho a mis acciones, angelita? —murmuró en un tono bajo, con una leve sonrisa que apenas podía contener.
La pregunta no era para que ella la escuchara, pues seguía profundamente dormida. Pero decirlo en voz alta era su forma de enfrentar el absurdo que sentía. Emily no solo había trastornado su rutina, sino que había logrado algo que nadie más había conseguido: desarmarlo, aunque fuera por momentos.
Con un suspiro, Alastor se sentó al borde de la cama, su postura erguida como siempre, incluso en su propia habitación. Alargó el brazo hacia el respaldo de una silla cercana, donde había dejado su característico abrigo la noche anterior. Se lo colocó con movimientos calculados, ajustándolo hasta que estuvo perfectamente alineado. La familiaridad de esa prenda era un recordatorio de quién era, una pequeña ancla que lo devolvía a su realidad.
Sin embargo, cuando giró la cabeza para mirarla una vez más, todo ese control se tambaleó.
Emily estaba ahí, envuelta en el traje rojo que él mismo había mandado a confeccionar para ella. La tela se amoldaba a su figura con elegancia, destacando su naturaleza celestial incluso en este lugar corrupto. Había algo profundamente irónico en verla vestir un regalo suyo, un regalo que, aunque cargado de intenciones y significados ocultos, ahora parecía casi... protector.
Sonrió, pero esta vez su sonrisa tenía un matiz diferente. No era la usual, aquella llena de arrogancia o satisfacción sádica. Era algo más íntimo, una expresión que rara vez, si es que alguna vez, permitía salir a la superficie.
—Todavía estás bajo mi poder, querida presa —dijo en un susurro, sus palabras cargadas de autocomplacencia.
Y era cierto, en parte. Ella era su presa, un trofeo que había capturado con paciencia y astucia. Pero había algo más que no podía negar. En ciertos momentos, especialmente cuando bajaba la guardia, parecía que los roles se invertían. Era como si Emily tuviera una influencia sobre él que ni siquiera ella entendía.
El gran Cazador, el temido Alastor, el manipulador de destinos, empezaba a sentir que había una dinámica diferente entre ellos. Emily, con su pureza y su resistencia inesperada, no era solo una víctima. Había algo en su carácter que empezaba a dominar aspectos del suyo.
La presa comenzaba a transformarse en algo más: una fuerza silenciosa que podía someter incluso a la bestia más feroz.
—Una bella que tal vez pronto domine a la bestia —murmuró, divertido por sus propios pensamientos.
Se puso de pie, acomodándose el cuello del abrigo mientras se aseguraba de no hacer ruido que pudiera despertarla. Había algo que disfrutar en estos momentos de calma, una rareza en su caótica existencia. Pero la sensación de control lo llamaba, y sabía que no podía permitirse perder completamente el equilibrio que tanto se esforzaba por mantener.
Aun así, mientras se dirigía hacia la puerta de su habitación, no pudo evitar echarle una última mirada.
Emily seguía profundamente dormida, con el rostro sereno y los mechones de su cabello blanco cayendo en cascada sobre la almohada. Alastor no pudo evitar sonreír una vez más, esta vez con un dejo de genuina curiosidad.
¿Qué era ella realmente? ¿Una presa, un desafío, o algo más que aún no lograba comprender?
Lo único que sabía con certeza era que, por mucho que intentara racionalizarlo, su presencia había cambiado algo en él. Y aunque eso le resultaba desconcertante, no estaba dispuesto a detenerse ahora. Al contrario, estaba ansioso por ver hasta dónde llegaría este peculiar juego de poder entre ambos.
Con una última mirada cargada de vacilación, Alastor dejó que sus ojos recorrieran una vez más la figura dormida de Emily. Sus facciones serenas contrastaban con todo lo que él representaba: caos, manipulación, oscuridad. Había algo terriblemente fascinante en eso. Pero no podía permitirse perder más tiempo en cavilaciones innecesarias.
Extendió la mano hacia una mesilla cercana, donde descansaba su inseparable micrófono. Alastor lo tomó con la misma precisión con la que un artista recoge su herramienta más preciada. Lo giró entre sus dedos un par de veces, un gesto automático que lo ayudaba a reconectar con su propósito.
—Es suficiente por ahora, angelita —murmuró en voz baja, aunque no esperaba respuesta alguna.
El demonio se dirigió hacia la puerta con pasos ligeros, asegurándose de no hacer ruido. Justo antes de salir, detuvo su avance y echó una última mirada por encima del hombro. Algo en él vaciló por un breve instante. El Alastor de siempre habría ignorado esa sensación, habría continuado con su rutina sin cuestionarse. Pero esta vez, permitió que su mente se detuviera un segundo más en la imagen de Emily, envuelta en el contraste perfecto de su esencia celestial y el infierno que la rodeaba.
—Lo suficientemente tarde para el desayuno, supongo —dijo para sí mismo, como si así pudiera disipar cualquier duda persistente.
Con un movimiento rápido, abrió la puerta y salió, cerrándola detrás de él con cuidado. Su sonrisa, esa que tanto aterrorizaba y desconcertaba a quienes lo rodeaban, volvió a adornar su rostro. El juego debía continuar, y él no iba a dejar que nadie sospechara del cambio que se estaba gestando en su interior.
Mientras caminaba por los pasillos del hotel, sosteniendo su micrófono como si fuera un cetro, Alastor se recordó que él siempre había sido el maestro de cada situación. Pero en el fondo, una pequeña chispa de incertidumbre seguía ardiendo, desafiándolo a comprender lo que realmente significaba tener a Emily en su vida.
Cuando Alastor descendió a la planta principal, fue recibido por el sonido característico de la voz optimista de Charlie, la princesa del infierno, quien al parecer había ideado una nueva actividad. Desde su posición en las escaleras, Alastor observó cómo los pecadores se congregaban en el lobby, rodeando a Charlie mientras ella gesticulaba con entusiasmo.
—¡Esta actividad ayudará a fortalecer la confianza entre nosotros! —anunció Charlie, casi cantando, mientras sostenía una lista y repartía pequeños papeles a los demás.
Alastor detuvo su paso un momento, ladeando la cabeza con curiosidad. Las actividades de Charlie siempre tenían una mezcla de ingenuidad y esperanza que, aunque divertidas de observar, solían resultar inútiles en su opinión. Sin embargo, aquello no significaba que no pudiera aprovechar la situación para divertirse.
—¿Confianza? —murmuró con su característica sonrisa, ajustando su abrigo y micro. Bajó los últimos escalones, sus zapatos resonando contra el suelo de mármol—. Oh, querida Charlie, ¿acaso estás intentando domar a esta jauría de almas perdidas con algo tan frágil como la confianza?
Charlie giró hacia él, una sonrisa amplia iluminando su rostro al verlo.
—¡Alastor! Justo a tiempo. —Le señaló un espacio en el círculo improvisado—. Vamos, únete. Estoy segura de que incluso tú puedes beneficiarte de esto.
La risa de Alastor resonó como un eco vibrante por todo el lobby.
—¡Ja, ja, ja! ¿Beneficiarme yo? Qué idea tan encantadora, mi querida anfitriona. —Avanzó con calma, posicionándose junto a Husk, quien sostenía su botella con aire de desinterés.
—Esto será un desastre —murmuró Husk, rodando los ojos.
—¡Oh, Husker, no seas tan pesimista! —replicó Alastor, dándole un golpecito amistoso en el hombro—. ¿No es emocionante ver cómo la princesa del infierno intenta domar lo indomable?
Charlie, ignorando los comentarios sarcásticos, continuó explicando la actividad.
—La idea es simple —dijo, levantando un papel que contenía una palabra escrita—. Cada uno sacará un papel y tendrá que compartir algo personal sobre sí mismo, algo que los demás no sepan. Es una forma de abrirnos y, bueno, construir confianza.
Angel Dust, apoyado contra un sofá con Fat Nuggets en brazos, arqueó una ceja.
—¿Algo personal? ¿De verdad quieres saber cosas de nosotros, princesa? Porque puedo compartir muchas cosas... —Dibujó una sonrisa sugerente, causando que Vaggie le lanzara una mirada de advertencia.
—¡Nada inapropiado, Angel! —interrumpió Charlie rápidamente, sonrojándose—. Solo cosas que sean... constructivas.
Alastor cruzó los brazos, su sonrisa tan amplia como siempre.
—Bueno, bueno, esto promete ser interesante. Pero dime, Charlie, ¿cómo planeas evitar que alguien mienta? Estamos en el infierno, después de todo.
Charlie se quedó en silencio un momento, claramente sin una respuesta inmediata.
—Pues... confiaré en ustedes —respondió finalmente con firmeza, aunque su tono denotaba un poco de incertidumbre.
Husk soltó una carcajada seca.
—Eso suena como una mala idea.
—No seas aguafiestas, Husk. —Angel Dust le lanzó un guiño juguetón—. Yo creo que esto será entretenido, al menos.
Alastor dio un paso hacia el centro del círculo.
—Muy bien, querida princesa, si tanto insistes, participaré. —Hizo una teatral inclinación de cabeza—. Aunque advierto que mis secretos pueden no ser aptos para este público tan... impresionable.
Charlie sonrió, agradecida, y comenzó a repartir los papeles. Alastor tomó el suyo, sus ojos brillando con curiosidad maliciosa mientras leía la palabra escrita. Confianza. Por supuesto.
La actividad continuó con cada miembro del hotel compartiendo pequeños detalles de su vida. Angel Dust habló de su pasión por el baile antes de involucrarse en su vida actual; Husk admitió que, en algún momento, había sido un jugador profesional de póker, aunque lo había arruinado todo.
Finalmente, llegó el turno de Alastor. Todos los ojos se posaron en él, expectantes.
—Ah, mi turno —dijo, ajustando su corbata y mirando a cada uno con su característica sonrisa—. Bueno, si hablamos de confianza, tal vez debería compartir que... —Hizo una pausa deliberada, saboreando la tensión en el aire—. He decidido, recientemente, dejar que alguien entre un poco más en mi vida.
Los presentes lo miraron, incrédulos.
—¿Qué? —soltó Husk, claramente sorprendido—. ¿Tú?
—¡Eso es maravilloso, Alastor! —exclamó Charlie, sus ojos brillando con emoción.
Angel Dust, por su parte, miró a Alastor con desconfianza.
—¿Quién sería tan tonto como para confiar en ti?
Alastor rió, llevándose una mano al pecho.
—¡Oh, mi afeminado amigo! No te preocupes por los detalles. Basta con decir que, incluso en el infierno, hay espacio para lo inesperado.
Alastor se posicionaba en el centro del círculo de pecadores, disfrutando cada segundo de la atención que recibía. Los murmullos y las miradas expectantes lo deleitaban, pero lo que realmente capturó su interés fue la expresión curiosa de Charlie.
Sabía que no dejaría pasar lo que acababa de insinuar. La princesa del infierno tenía un talento natural para querer entender y ayudar a todos, incluso a él.
Charlie dio un paso al frente, mirando a Alastor con una mezcla de confusión y determinación.
—Eso es genial, Alastor, de verdad. Pero... —titubeó por un momento— ¿esto tiene algo que ver con las rosas? ¿tuviste una cita?
El silencio llenó el lobby mientras todos esperaban su respuesta. Incluso Husk, que usualmente estaba desinteresado, levantó la vista de su botella, intrigado.
Alastor ladeó la cabeza hacia Charlie, su sonrisa fija y brillante.
—¿Las rosas? —repitió, alargando las palabras con su tono melodioso.
—Sí. —Charlie cruzó los brazos, inclinándose ligeramente hacia él—. Los pétalos estaban por todo el hotel, y... parecían llevar directamente a la puerta de tu habitación.
Por primera vez en mucho tiempo, Alastor se quedó en silencio unos segundos más de lo habitual, evaluando la situación. Su mente retrocedió al día anterior, recordando cómo había llevado a Emily por el hotel. Había pensado que los ramos de rosas que le había ofrecido eran un detalle inofensivo, pero no había anticipado que dejarían tal rastro.
Al darse cuenta de que todos lo observaban con expectación, Alastor soltó una carcajada profunda que resonó en todo el lobby, una mezcla de diversión y estrategia.
—¡Ja, ja, ja! Oh, querida Charlie, qué imaginación tan encantadora tienes. —Dio un paso hacia Charlie, inclinándose ligeramente hacia ella mientras la miraba directamente a los ojos—. ¿Yo, una cita? —Negó con la cabeza y extendió los brazos teatralmente— Ese tipo de frivolidades no están ni remotamente cerca de mi itinerario.
Charlie lo miró con una ceja levantada, claramente desconcertada.
—Entonces... ¿por qué dijiste que dejaste que alguien entrara más en tu vida? —preguntó, intentando conectar las piezas.
Alastor mantuvo su sonrisa mientras se enderezaba y ajustaba su abrigo.
—Ah, eso es diferente. Dejar entrar a alguien en mi vida no significa, ni por asomo, que le haya dado permiso para adueñarse de ella. —Sus ojos brillaban con un toque de travesura mientras hablaba— ¿no te parece?
—Pero... —Charlie frunció el ceño, claramente aún más confundida—. Los pétalos estaban cerca de tu cuarto.
El comentario de Charlie provocó una pequeña reacción en el resto del grupo. Husk chasqueó la lengua, y Angel Dust soltó un suave silbido burlón.
—Oh, ¿qué escondes? —dijo Angel, apoyándose contra la barra con una sonrisa astuta— ¿Acaso tu itinerario cambió de repente? O... ¿Estabas recolectando flores para algún otro ritual extraño?
—Si estuviera recolectando flores, te aseguro que no dejaría un desastre a mi paso.
Charlie, sin embargo, no estaba dispuesta a dejar el tema.
Alastor ignoró a Angel Dust, pero por dentro, su mente trabajaba rápido. Recordaba claramente cómo, durante el tour que le dio a Emily la noche anterior, los pétalos de los ramos habían ido cayendo sin que ninguno de los dos lo notara. Fue un descuido poco habitual en él, pero la situación había sido tan peculiar que no le había dado importancia en ese momento.
Charlie insistió:
—¿Entonces no sabes nada de las rosas? Porque Niffty encontró pétalos hasta en el salón principal.
Alastor se giró ligeramente, ocultando momentáneamente sus pensamientos tras su sonrisa. Decidió que una verdad a medias sería más útil en ese momento.
—Digamos que tengo una ligera idea de dónde pudieron venir. —Volvió a mirarla y le dirigió una sonrisa más relajada, casi tranquilizadora— Pero no te preocupes, querida. No hay nada que deba alarmarte.
Charlie frunció el ceño, claramente no satisfecha con la respuesta, pero no insistió más. Vaggie, por su parte, observaba a Alastor con desconfianza, como si intentara descifrar algo en su lenguaje corporal.
—Es raro, eso es todo —comentó Husk, bebiendo de su botella—. Las flores no son lo tuyo, jefe.
—¡Oh, pero hay tantas cosas que no sabes de mí, Husker! —respondió Alastor con una risa melodiosa—. Quizás deberías tomar nota.
Angel Dust soltó una risita burlona.
—Oye, Fresita, ¿seguro que no andas en algo romántico? No me sorprendería que estuvieras ocultando un lado sensible. —Guiñó un ojo—. Aunque claro, lo que sea que llames romance seguro es más raro que lo que yo hago.
—¡Ja, ja, ja! —La risa de Alastor llenó el aire nuevamente—. Oh, Angel, tus comentarios son siempre tan encantadores. Pero temo decepcionarte. —Hizo una pausa y miró a Charlie—. Como dije antes, simplemente dejé que alguien entrara un poco más en mi vida. Eso no significa que algo tan... vulgar como el romance sea parte de la ecuación.
Charlie suspiró, aún algo confundida.
Los ramos que le había entregado parecían ser interminables, y claramente habían dejado un rastro a su paso. ¡Qué descuido!, pensó, aunque no pudo evitar sentir una chispa de orgullo al recordar cómo Emily había sonreído al recibir las flores.
—Ah, querida, tal vez un admirador secreto decidió esparcir pétalos como tributo —dijo finalmente, llevándose una mano al mentón con una expresión pensativa—. Aunque debo admitir que es una estrategia bastante poco sutil.
—¿Un admirador secreto? —repitió Charlie, claramente aún más confundida—. Eso no tiene mucho sentido...
—¡Puedo confirmarlo! —gritó Niffty desde algún rincón del lobby, mientras cargaba un pequeño recogedor lleno de pétalos—. ¡Eran demasiados pétalos! ¡Y estaban frescos, no marchitos!
La mención de que los pétalos estaban frescos hizo que Husk levantara una ceja.
—Eso sí que es raro. —Miró a Alastor con un tono de sospecha—. Todo el mundo sabe que cualquier cosa que tocas, jefe, tiende a marchitarse.
Alastor simplemente sonrió, ignorando la implicación.
—Oh, Husker, no todo lo que toco se convierte en cenizas. Tal vez, esta vez, el universo decidió hacer una excepción.
Charlie suspiró, claramente derrotada por la evasividad de Alastor.
—De acuerdo, Alastor. Pero si las rosas tienen algo que ver contigo, por favor, no las dejes regadas por todo el hotel. Es un desastre para Niffty.
—¡Claro, querida! Tomaré nota para la próxima vez. —Se inclinó en una reverencia teatral antes de volver a enderezarse con su sonrisa inmutable.
Mientras los demás retomaban la actividad propuesta por Charlie, Alastor aprovechó para alejarse un poco del grupo, su mente aún ocupada con los eventos de la noche anterior. Sabía que tarde o temprano alguien haría más preguntas, pero mientras tanto, estaba seguro de que su habilidad para despistar a los demás lo mantendría fuera de problemas.
Con un movimiento elegante, ajustó su micrófono y se dirigió hacia la cocina, listo para preparar el almuerzo. Sin embargo, no pudo evitar mirar hacia las escaleras una última vez, recordando el rostro dormido de Emily.
"Demonios, angelita. ¿Qué clase de enigma me has convertido en tu cómplice?", pensó con una última sonrisa satisfecha antes de desaparecer en la cocina, que dejaba entrever un secreto que nadie más en el hotel podía siquiera imaginar, dejando a los demás con más preguntas que respuestas.
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