14 ;; Un jazz clásico
A la mañana siguiente, el sol filtraba su tenue luz a través de las cortinas, bañando la habitación con un cálido resplandor. Emily salió del baño, ya vestida con el traje que Alastor le había dado. Secándose el cabello aún húmedo con una toalla, miró hacia la vieja radio en la esquina de la habitación.
Algo en ella la atraía, como si aquella caja antigua guardara un secreto esperando ser descubierto. Se acercó lentamente, con la intención de escuchar el programa matutino de Alastor. Colocó la mano sobre el botón, pero antes de girarlo, titubeó.
—¿De verdad quiero escucharlo? —murmuró en voz baja, alejando la mano con un suspiro.
Se giró, como para alejarse de la tentación, pero un movimiento repentino llamó su atención. De las sombras que se arremolinaban en el rincón más oscuro de la habitación, surgió una figura etérea, la sombra de Alastor.
Se desplazó con rapidez, como un remolino de tinta negra que se esparcía con precisión. Antes de que Emily pudiera reaccionar del todo, la sombra se materializó frente a la radio y, con un gesto ágil, giró el botón de encendido.
Emily dio un paso hacia atrás, sorprendida, pero sus ojos permanecieron fijos en la radio. Tras un breve zumbido, el aparato cobró vida, llenando la habitación con los primeros acordes de una sonata.
Era la "Sonata para violín en sol menor" de Tartini, una pieza que resonó con una profundidad que le erizó la piel. Los vibrantes sonidos del violín inundaron el aire, envolviéndola en una atmósfera tan inquietante como hermosa.
Emily se quedó inmóvil por unos segundos, procesando lo que acababa de ocurrir. La sombra, que aún se encontraba cerca de la radio, parecía observarla de alguna manera, aunque careciera de ojos.
—¿Esto es... para mí? —preguntó en voz baja, sin esperar respuesta.
La sombra no hizo más que moverse ligeramente hacia un lado, como si cediera el espacio frente a la radio.
Emily tragó saliva y dio un paso hacia adelante, acercándose con cautela. Con una mano temblorosa, giró un poco más el dial del volumen, dejando que la melodía inundara por completo la habitación.
El violín parecía hablarle, contarle una historia de anhelos, conflictos internos y a su vez desesperación por seguir de pie. Cerró los ojos por un momento, dejando que la música la envolviera.
—Es hermosa... —susurró, casi para sí misma, mientras una pequeña sonrisa se formaba en sus labios.
La sombra se desvaneció lentamente, deslizándose de regreso a las esquinas oscuras de la habitación, como si su única misión hubiera sido encender la radio.
Emily abrió los ojos y miró hacia donde antes estaba la sombra.
—Gracias... —dijo, aunque sabía que probablemente nadie la escucharía.
La música continuó llenando el aire, y por un breve instante, Emily sintió una extraña calma, como si aquella pieza hubiese sido un puente entre ellos, un mensaje que no necesitaba palabras.
La melodía continuaba fluyendo desde la radio, llenando la habitación con una mezcla de melancolía y belleza. Emily estaba inmersa en los acordes del violín cuando algo inesperado ocurrió: la sombra de Alastor, que había permanecido inmóvil en la esquina tras encender la radio, se acercó nuevamente. Extendió una mano, etérea y difusa, como si le estuviera haciendo una invitación.
Emily parpadeó, sorprendida.
—¿Quieres... bailar? —preguntó, entre incrédula y divertida.
La sombra no respondió, pero permaneció con la mano extendida, expectante. Dudó un momento, pero, intrigada, alzó su mano y la "tomó". Aunque no sentía una textura física, algo cálido y ligero rozó sus dedos, como una brisa.
—Esto es... raro —murmuró, dejando escapar una pequeña risa nerviosa.
La sombra la guio hacia el centro de la habitación, y al compás de la sonata, comenzaron a bailar. Emily sintió una fuerza delicada y firme que dirigía sus movimientos. Era sorprendente cómo, a pesar de que la sombra carecía de forma sólida, la guiaba con precisión y gracia.
Dieron un par de giros, y la sombra colocó una mano intangible en su cintura, inclinándola hacia atrás con suavidad. Emily jadeó, sorprendida por la fluidez del movimiento.
—Esto... —su voz tembló mientras se enderezaba— Esto es increíble.
Giraron de nuevo, y Emily sintió como si estuviera flotando. Aunque sabía que aquello no era normal, no podía evitar disfrutarlo. Una sonrisa ligera apareció en sus labios, y la sombra pareció reflejar su entusiasmo en los movimientos.
—¿Por qué tú... —comenzó a decir mientras lo miraba— no puedes hablar?
La sombra no respondió, pero hizo un pequeño movimiento, como si se encogiera de hombros. Emily rió suavemente y se permitió seguir el ritmo del vals que marcaba la melodía.
—Eres más amable que tu amo —comentó, sus ojos llenos de curiosidad— ¿Por qué él no puede ser igual?
La sombra, una vez más, no dio respuesta, pero su forma pareció titilar por un momento, como si aquello hubiese tocado algún tipo de fibra oculta. Emily lo miró con atención mientras continuaban moviéndose.
—No me malinterpretes —añadió, mirando hacia el lugar donde suponía que estarían sus ojos— Alastor tiene algo... especial. Es impredecible, inquietante y... aterrador, pero creo que dentro de él hay algo bueno.
Mientras pronunciaba esas palabras, su voz se volvió más suave, casi melancólica. La sombra continuó guiándola, pero los movimientos se volvieron más pausados, como si estuvieran reflexionando sobre lo que ella había dicho.
—Sé que él bloqueó la puerta —murmuró Emily, con una sonrisa ligera y resignada—. Sé que no puedo irme. Pero no creo que sea maldad lo que lo hace actuar así. Creo que... simplemente tiene miedo.
La sombra pareció detenerse por un breve instante antes de dar un giro más amplio. Emily, sorprendida por la intensidad del movimiento, dejó escapar una risita.
—Tal vez solo estoy siendo ingenua, como siempre —dijo, bajando la mirada.
Pero al alzarla de nuevo, encontró algo reconfortante en la presencia de aquella sombra. Aunque no podía hablar ni expresarse con palabras, su lenguaje estaba en los movimientos, en la forma en que la sostenía y la hacía sentir liviana, casi libre.
La melodía alcanzaba su clímax, y la sombra la inclinó de nuevo, esta vez con mayor suavidad, dejando que Emily sintiera la fuerza invisible que la sostenía. Al incorporarse, una pequeña sonrisa apareció en sus labios.
—Gracias... —dijo en un susurro, sin esperar respuesta.
El violín comenzó a bajar de intensidad, marcando el final de la pieza. Emily y la sombra se detuvieron en el centro de la habitación. Ella dio un paso atrás, liberando la tenue conexión entre ambas manos.
—Alastor debería aprender de ti —comentó con una sonrisa ligera, sabiendo que aquella sombra no tenía forma de responder, pero sintiendo que había transmitido su mensaje de alguna manera.
La sombra se desvaneció lentamente, como si su trabajo estuviera hecho. Emily quedó sola en la habitación, la melodía aún resonando en sus oídos.
Acarició con suavidad la superficie de la radio y miró hacia la ventana.
—Tal vez hay algo bueno en él —murmuró para sí misma— Algo que vale la pena descubrir.
Y por primera vez en días, se sintió un poco más ligera, como si el vals con la sombra hubiese abierto una pequeña ventana de alivio.
Por otro lado, en la recepción del hotel, Alastor estaba de pie, observando a través de la ventana mientras su sombra regresaba. La figura etérea llegó rápidamente, entrando en la estancia sin emitir sonido alguno. El demonio de la radio entrecerró los ojos, escuchando en su cabeza las palabras de Emily:
"Tu sombra es más amable que tú."
Un tic se manifestó en su ojo derecho.
—¿Más amable que yo? —murmuró, dejando escapar una risa que parecía un chirrido de radio descompuesta— ¡Ja! Obviamente no. ¡Qué absurdo!
Sin embargo, la idea no dejaba de incomodarlo. Se giró hacia la sombra, que se mantenía inmóvil como un reflejo obediente.
—Tú, querido asistente... —dijo en un tono sardónico, acercándose a la figura negra— Ayudarás a Charlie y a Vaggie en sus emocionantes compras de hoy. Me temo que hay asuntos más importantes que requieren mi atención.
En ese momento, Charlie apareció en la recepción, con su habitual entusiasmo.
—¡Alastor! ¿Vas a venir con nosotras? —preguntó con una gran sonrisa.
Él levantó una mano en un gesto teatral de negación.
—Vamos, Alastor, será divertido. Podrías ayudarnos a elegir cosas para decorar el hotel —había dicho Charlie, moviendo sus manos como si intentara venderle la idea.
—Oh, querida princesa, lamento decepcionarte, pero el día de hoy tengo otros planes.
—¿Otros planes? —Charlie frunció ligeramente el ceño, pero antes de insistir, Vaggie intervino.
—Charlie, no importa. No necesitamos al demonio de la radio siguiéndonos.
Charlie ignoró el comentario, girándose de nuevo hacia Alastor.
—Vamos, Alastor. Será divertido. Podrías relajarte un poco.
Él dejó escapar una carcajada, sus ojos brillando con ese peculiar destello rojo.
—¿Relajarme? Querida, mi vida entera es un ejercicio de relajación. Querida, ¿qué sería de este lugar sin mí? Alguien tiene que quedarse y vigilar que no se convierta en un desastre en mi ausencia.
—Podríamos cerrar el hotel por unas horas —insistió Charlie con una risita nerviosa, mirando a Vaggie, quien no parecía compartir su entusiasmo.
—Claro, brillante idea —interrumpió Vaggie, cruzándose de brazos y mirando a Alastor con desconfianza— Dejemos a nuestro invitado estrella solo en el hotel. Seguro no hará nada raro, ¿verdad?
El tono sarcástico de Vaggie arrancó una carcajada a Alastor.
—¡Exacto, mi querida Vaggie! Confía en mí, soy todo menos aburrido. Aunque... quizá sea mejor idea enviar mi sombra con ustedes. Es obediente, silenciosa, y no tiene opiniones molestas que puedan arruinar su día.
La mirada de Vaggie fue un cuchillo dirigido directamente a su sonrisa, pero Charlie intercedió antes de que las cosas escalaran.
—Está bien, está bien. No quiero pelear —suspiró, tomando la mano de Vaggie—. Si tu sombra nos acompaña, será suficiente.
A pesar de ello Vaggie miro mal, a la sombra de Alastor.
—¡Oh, Vaggie! ¿Acaso no confías en mi sombra? Es tan amable, según ciertos testimonios recientes.
El sarcasmo en su voz era evidente, y Vaggie apretó los dientes, pero Charlie intercedió antes de que la discusión escalara.
—Está bien, Vaggie. La sombra puede venir con nosotras.
—Perfecto —dijo Alastor, enderezándose.
—Pero cuida el hotel, ¿sí?
—Por supuesto, querida. Lo cuidaré como si fuera mi propio hogar.
Charlie le dirigió una sonrisa.
—¡Gracias, Alastor! Nos vemos luego.
Cuando ambas se marcharon con la sombra siguiéndolas, Alastor esperó hasta asegurarse de que estuvieran lo suficientemente lejos antes de girarse hacia las escaleras, con una mezcla de curiosidad y molestia que no quería admitir, empezó a subir las escaleras hacia su habitación.
—Hora de atender asuntos más... personales —murmuró, empezando a subir.
Alastor se detuvo frente a la puerta de su habitación. A pesar de su habitual seguridad, algo en su interior se sentía extraño, incluso nervioso.
El demonio de la radio aún estaba procesando las palabras de Emily a su sombra. ¿Cómo se atrevía a pensar que esa burda extensión de su ser era mejor que él? Alastor frunció el ceño, su tic ocular reapareciendo con intensidad.
—Ridículo... completamente absurdo —murmuró, ajustándose su abrigo con un gesto automático.
La puerta estaba cerrada. Su sonrisa habitual flaqueó ligeramente mientras colocaba la mano en el pomo.
—Qué curioso... —murmuró para sí mismo, sintiendo un extraño nudo en el estómago— Nervios, ¿yo? Qué gracioso.
—Vamos, Alastor, eres tú quien manda aquí.
Tomó aire, giró el pomo y empujó la puerta, entrando con la misma teatralidad de siempre, aunque esta vez su entrada no estuvo acompañada de su risa habitual.
Emily estaba sentada en una esquina de la cama, aparentemente inmersa en sus pensamientos. Al escuchar la puerta, levantó la mirada, sorprendida.
—Oh... eres tú —dijo con un tono de sorpresa moderada, aunque había algo de incomodidad en su voz.
—En persona, querida —respondió él con su habitual tono teatral, entrando con pasos firmes y cerrando la puerta tras de sí, apoyándose contra ella mientras cruzaba los brazos.
Emily lo observó con cierta curiosidad. Había algo diferente en su expresión, aunque no podía precisar qué era.
—¿Pasa algo? —preguntó, inclinando ligeramente la cabeza.
Él la miró, evaluándola por un momento antes de responder.
—¿Esperabas a alguien más, querida? ¿Tal vez a mi sombra?
Emily parpadeó, desconcertada.
—¿Qué? No... solo me sorprendió que vinieras tan pronto.
—¿Tan pronto? —repitió él, inclinando ligeramente la cabeza como si estuviera evaluando sus palabras—. ¿Es eso una invitación para quedarme más tiempo?
—¡No! —exclamó rápidamente, su rostro enrojeciendo.
Alastor rió, esa risa aguda que parecía rebotar en las paredes de la habitación.
—Relájate, angelita. Solo estoy aquí para discutir algo que me resulta... intrigante —la miro fijamente desde cierta distancia— He venido a resolver un pequeño malentendido —dijo, cruzándose de brazos mientras se apoyaba contra la pared— Escuché ciertos comentarios... interesantes, dirigidos a mi sombra.
—Escuché lo que le dijiste a mi sombra —comentó, enderezándose y caminando hacia el centro de la habitación— Fue... interesante, por decirlo de alguna manera.
Ella frunció el ceño, sin saber exactamente a qué se refería.
—¿Qué dije?
—Oh, no te hagas la inocente. Dijiste que mi sombra es amable. Más amable que yo.
Emily parpadeó, confundida al principio, pero luego recordó sus palabras de más temprano.
—Oh... ¿Eso? —Se sonrojó ligeramente— Solo estaba hablando. No pretendía...
Emily iba a seguir hablando, pero Alastor levantó una mano para detenerla.
—¡Oh, pero lo hiciste! —interrumpió él, con una sonrisa que no alcanzaba a disimular su incomodidad— "Más amable que yo", dijiste. ¡Qué idea tan absurda!
Emily no pudo evitar una pequeña risa.
—Bueno, es la verdad. Tu sombra fue muy gentil conmigo.
Alastor levantó una ceja, acercándose lentamente.
—Querida, mi sombra no es más que una extensión de mí. Si es gentil, es porque yo lo soy.
—¿De verdad? —Emily lo miró con una mezcla de desafío y diversión— Porque tú no me has tratado de esa manera.
Eso lo detuvo por un momento. La sonrisa en su rostro se volvió más rígida.
—Quizás porque tú y yo no estamos aquí para intercambiar gentilezas.
Emily inclinó la cabeza, estudiándolo.
—¿Y entonces qué estamos haciendo aquí, Alastor?
El demonio se quedó en silencio por un momento. La pregunta parecía sencilla, pero le resultaba extrañamente difícil de responder. Finalmente, se encogió de hombros.
—Estamos... explorando los límites de nuestra extraña convivencia.
Emily no pudo evitar sonreír ante la respuesta vaga.
—Eso suena como algo que diría alguien que no tiene idea de lo que está haciendo.
—¡Ja! —Él soltó una carcajada, pero había algo tenso en su tono— Tal vez tienes razón, angelita. Tal vez no lo sé.
El silencio que siguió fue pesado, aunque no incómodo. Emily lo observó por un momento antes de levantarse de la cama y caminar hacia él.
—¿Por qué no simplemente admites que a veces no tienes todas las respuestas? —preguntó suavemente.
Alastor la miró, su sonrisa habitual desvaneciéndose por un instante.
—Porque eso no es lo que hago, querida —respondió finalmente, en un tono más bajo— Pero no te preocupes. A diferencia de mi sombra, yo nunca dejaré que olvides quién soy realmente.
Emily lo miró fijamente, sin apartarse.
—Lo sé. Pero creo que tú también puedes ser más de lo que muestras.
La risa de Alastor volvió, aunque esta vez fue más suave, menos burlona.
—Eres una optimista, Emily. Eso es algo peligroso en un lugar como este.
—Tal vez —admitió ella— Pero creo que todos tienen algo bueno dentro. Incluso tú.
La miró con más intensidad, recordando otro "pequeño" detalle.
—Hablando de eso... Insinuaste que tengo una buena alma, escondida en algún lugar de este encantador y mortal cuerpo.
—Bueno, lo creo —respondió finalmente, cruzando los brazos— Lo dije en serio.
Alastor la observó por un momento, sus ojos rojos brillando intensamente. Luego, dejó escapar un largo suspiro teatral. No respondió de inmediato. En lugar de eso, se giró hacia la ventana, mirando la ciudad oscura y llena de neón que se extendía frente a ellos.
—Ah, querida, no sabes lo halagador que es escuchar eso. Pero me temo que estás terriblemente equivocada.
—¿Por qué estás tan seguro de eso? —preguntó Emily, su tono desafiante—. He visto cómo tratas a Charlie. A pesar de todo, la ayudas.
—Por diversión, nada más —respondió él con una sonrisa cortante—. Pero no confundas mi entretenimiento con bondad, querida. No somos lo mismo.
Emily se levantó de la silla, acortando la distancia entre ellos.
—Quizá no lo eres ahora, pero creo que podrías serlo.
Alastor ladeó la cabeza, sorprendido por su audacia.
—Eres fascinante, lo admito. Aunque también... muy ingenua.
Ella frunció el ceño, sin retroceder.
—Tal vez lo soy, pero eso no significa que esté equivocada.
Por un momento, Alastor no respondió. La intensidad en los ojos de Emily lo desarmó de una manera que no esperaba. Finalmente, rompió el silencio con una risa breve y amarga.
—Sabes, Emily... podría encerrarte en esta habitación para siempre. Podría devorarte ahora mismo y nadie me detendría. Y, aun así, aquí estás, hablándome de bondad y humanidad.
—Porque sé que no lo harías.
—¿Cómo puedes estar tan segura?
—No lo estoy —admitió ella, bajando la mirada por un momento antes de volver a encontrarse con sus ojos—. Pero prefiero confiar en que hay algo bueno en ti, en lugar de vivir con miedo todo el tiempo.
Esa respuesta lo dejó sin palabras, aunque no lo mostró.
—Eres todo un enigma, angelita —murmuró finalmente, con una sonrisa que parecía más auténtica de lo habitual—. Quizá por eso aún no he decidido qué hacer contigo.
Emily suspiró, relajando los hombros.
—Quizá tampoco necesitas decidirlo ahora.
Alastor se quedó en silencio unos segundos antes de dar un paso hacia la puerta.
—Tienes razón, querida. Aún no es momento o... Quizás deberías dejar de creer tanto en mí, querida. Podrías terminar decepcionada.
Emily no apartó la mirada de él.
—O podrías terminar sorprendiéndome.
Él rió suavemente, sin volverse hacia ella.
—Veremos cuánto dura esa fe tuya, angelita. Veremos.
Ella solo lo miró con tranquilidad.
—O tal vez te sorprenda cuánto puede durar.
Y con eso, el silencio volvió a llenar la habitación, pero esta vez no era del todo incómodo.
Emily se levantó de la cama, con movimientos lentos pero decididos, lo que hizo que Alastor entrecerrara los ojos, intentando anticipar su siguiente acción. Sin embargo, para su sorpresa, en lugar de dirigirse hacia él como había pensado, se desvió hacia la radio que descansaba sobre una pequeña mesa en la habitación.
El suave clic del interruptor resonó en el aire mientras Emily encendía el aparato. Giró el dial con cuidado, hasta que la misma melodía que la sombra había sintonizado esa mañana llenó la habitación. Una melodía suave, con un aire nostálgico que parecía no encajar del todo.
Emily se giró lentamente, cruzando los brazos mientras dirigía una mirada curiosa, aunque indirecta, hacia Alastor.
—¿No es esta la misma melodía que usaste en tu emisión matutina, Alastor? —preguntó con un tono sereno, aunque la curiosidad detrás de sus palabras era evidente.
Alastor, aún apoyado contra la puerta, parecía atrapado en una lucha interna. Sus manos jugaban con dedos detrás de su abrigo, por detrás de su espalda, como si buscara una distracción. Sentía el aroma de Emily intensificarse, una fragancia suave pero envolvente que se colaba en sus sentidos de una manera incómodamente persistente. Salió de sus pensamientos al escuchar su voz, notando cómo ella lo observaba desde su posición, con esa mirada que no llegaba a desafiarlo del todo, pero tampoco se apartaba de él.
Finalmente, su sonrisa reapareció, aunque con un filo más burlón que auténtico.
—Qué observadora eres, querida. Sí, efectivamente es la misma melodía. Aunque no creí que alguien como tú prestara atención a algo tan... mundano como una emisión de radio.
Emily arqueó una ceja, sus labios curvándose en una ligera sonrisa.
—Supongo que tienes razón. No suelo hacerlo. Pero tu sombra parece tener un gusto interesante para la música. —Su tono era calmado, aunque había un leve matiz de burla en él.
Alastor soltó una risa seca, aunque no se movió de la puerta.
—Mi sombra no tiene gusto propio. Cómo ya te dije querida, todo lo que hace o "dice" es un reflejo de mí. ¿Acaso estás sugiriendo que mi elección de música es... interesante?
—Quizá lo sea —respondió ella, ladeando ligeramente la cabeza— O quizá solo estoy intentando entenderte mejor.
Eso lo hizo fruncir el ceño, aunque rápidamente lo ocultó con otra sonrisa amplia y teatral. Dio un paso hacia el centro de la habitación, sus ojos rojos brillando con una intensidad inquietante.
—¿Entenderme? Ah, angelita, qué ambición tan curiosa. ¿Y qué crees haber descubierto hasta ahora? —Su tono era ligero, casi juguetón, pero sus ojos la desafiaban a responder.
Emily se quedó pensativa por un momento, su mirada deslizándose hacia la radio, donde la melodía seguía llenando el ambiente.
—Creo que hay más en ti de lo que dejas ver —dijo finalmente, levantando la vista para encontrarse con sus ojos— Pero también creo que te esfuerzas mucho en ocultarlo.
Alastor soltó una carcajada, aunque esta vez sonó algo forzada. Dio un par de pasos más hacia ella, cerrando parte de la distancia que los separaba.
—Ocultarme, dices. Qué interesante teoría. Y dime, ¿qué crees que estoy ocultando, querida?
Ella lo observó detenidamente, estudiándolo como si intentara encontrar las piezas de un rompecabezas.
—Quizá algo bueno. O quizá algo que temes admitir.
Eso lo detuvo por un momento, aunque rápidamente recuperó su compostura. Inclinó la cabeza, mirándola desde su altura. Desde esa posición, la forma en que ella lo observaba, con esa mezcla de curiosidad y desafío, resultaba... tierna. Una ternura que le resultaba profundamente molesta. El pensamiento le provocó un escalofrío de disgusto, aunque no dejó que eso se reflejara en su expresión.
—Querida, te daré un consejo... —Su tono se volvió más bajo, casi un susurro, mientras inclinaba su rostro hacia ella a punto de decir algo, pero las palabras se le quedaron colgadas en la garganta.
Emily no retrocedió. Al contrario, sostuvo su mirada con una firmeza que lo desconcertó. Alastor se enderezó, soltando un largo suspiro teatral mientras volvía a su sonrisa habitual. Emily sonrió levemente, volviendo su atención a la radio.
—Entonces no hay consejo... Cómo tú dices, haces las cosas por diversión ¿No?
Él la observó en silencio por unos segundos antes de girarse hacia la puerta, su sonrisa volviendo a endurecerse.
—Haz lo que quieras, querida. Pero no olvides quién manda aquí.
Con eso, se quedó estático en la habitación, dejando atrás la melodía que seguía resonando, envolviendo a Emily en una calma extraña.
Alastor permaneció inmóvil en la habitación, apoyado contra la puerta, mientras observaba a Emily con una mezcla de desconcierto y frustración. No podía apartar los ojos de ella, y eso lo irritaba profundamente. Sus manos, que antes jugaban distraídamente con sus propios dedos, ahora se cerraban en puños detrás de su espalda. Sentía como si algo en su interior se tambaleara, una sensación de que le era tan ajena como molesta.
El aroma de Emily continuaba invadiendo sus sentidos, envolviéndolo con una calidez que no debería estar ahí. Había algo en ella, algo que trastocaba el orden natural de las cosas en su mente. Era una serafina, su presa. Una criatura que debería provocar en él un hambre voraz, un deseo incontenible de consumir su luz, de arrancarle todo rastro de pureza hasta que no quedará nada más que cenizas. Sin embargo, ese deseo, que antes era tan claro y ardiente, se desvanecería poco a poco.
¿Por qué?
Sus pensamientos eran un caos, un torrente de preguntas sin respuesta. ¿Qué era lo que hacía que su presencia le resultara tan incómodamente... intrigante? ¿Por qué, en lugar de imaginarse devorándola, se encontraba analizando cada uno de sus gestos, sus palabras, incluso la forma en que ladeaba la cabeza mientras escuchaba la melodía en la radio?
Alastor chasqueó la lengua, cerrando los ojos como si intentara bloquear esos pensamientos intrusivos. Pero la imagen de Emily permanecía grabada en su mente, junto con esa extraña ternura que le provocaba mirarla desde arriba. Esa palabra le provocaba un asco profundo, una repulsión que no podía evitar. Él, el temido Alastor, no tenía espacio para la ternura. Y, sin embargo, ahí estaba, en algún rincón oculto de su ser, retorciéndose como un parásito.
Un susurro interno, casi inaudible, le decía que estaba perdiendo el control. Y esa idea lo aterraba más que cualquier otra cosa.
Alastor salió abruptamente de sus pensamientos al notar que el aroma de Emily se había intensificado. Abrió los ojos, solo para encontrarse con ella frente a él, más cerca de lo que habría esperado. Su rostro, con esa mezcla de serenidad y travesura, lo desarmó momentáneamente. Antes de que pudiera retroceder o decir algo sarcástico, Emily inclinó un poco la cabeza y, con un tono que casi sonaba a un susurro juguetón, le preguntó:
—¿Desea bailar, gran señor de la radio?
Alastor parpadeó, sorprendido por la inesperada propuesta. Su primera reacción fue negar. Bailar no era algo que él considerara apropiado para un momento como ese, y mucho menos con ella. Pero antes de que pudiera dar una excusa o una burla para evitarlo, Emily dio un pequeño paso hacia adelante, acortando aún más la distancia entre ambos.
—Dijiste que tu sombra es un reflejo de ti, ¿verdad? —continuó con esa calma desconcertante— Por lo tanto, debe gustarte bailar.
El comentario lo hizo fruncir el ceño por un breve instante, aunque rápidamente recuperó su máscara, esbozando una sonrisa nerviosa. Algo en su interior lo incomodaba profundamente, pero no lograba identificar qué era.
—¿Por qué supones que me gusta bailar, querida? —replicó, con un tono burlón y juguetón que no lograba ocultar del todo su desconcierto— ¿Acaso mi sombra bailó contigo?
La pregunta era más un intento de desviar la conversación que de obtener una respuesta. Sin embargo, lo que siguió lo tomó completamente desprevenido. Emily lo miró con una leve expresión de sorpresa, como si hubiera revelado un pequeño secreto que no debía salir a la luz.
—Pensé que lo sabías...
El impacto de esas palabras fue inmediato. Alastor sintió cómo una chispa de algo desconocido, pero innegablemente molesto, se encendía en su interior. ¿Su sombra había bailado con Emily? ¿Esa simple extensión de sí mismo había tenido el descaro de compartir algo tan íntimo con ella?
—Oh... —dijo finalmente, con una sonrisa que parecía más un intento de mantener la compostura que un reflejo genuino— ¿Así que mi sombra se permitió ese lujo, eh?
Emily notó el cambio en su tono. Aunque su sonrisa permanecía intacta, había algo diferente en él, algo tenso y casi incómodo. Decidió aprovechar la oportunidad para jugar un poco con eso.
—Sí, fue muy amable —Emily sonrió suavemente, inclinando un poco la cabeza mientras lo observaba con atención— ¿Sabes? Incluso diría que fue encantador.
Alastor soltó una breve risa, aunque no había humor en ella. Se giró ligeramente, como si buscara algo en la habitación que lo distrajera, pero sus pensamientos seguían girando en torno a la revelación... A ella.
—Encantador, ¿eh? —repitió, entrecerrando los ojos mientras la miraba de reojo— Qué interesante elección de palabras, querida.
Emily, divertida por su reacción, decidió dar otro paso hacia él, acortando aún más la distancia. Ahora estaba lo suficientemente cerca como para que él pudiera sentir el calor de su presencia.
—¿Te molesta? —preguntó con aparente inocencia, aunque había un destello de travesura en su mirada— ¿Qué tu sombra bailara conmigo?
Alastor se enderezó, ajustándose el abrigo con un gesto automático mientras forzaba una risa.
—¿Molestarme? ¡Por supuesto que no! —exclamó, aunque su tono era demasiado enfático como para ser convincente— ¿Por qué habría de molestarme algo tan insignificante?
Emily levantó una ceja, estudiándolo con detenimiento. Había algo fascinante en la forma en que intentaba mantener su fachada de despreocupación, a pesar de que estaba claro que algo le incomodaba.
—No parece tan insignificante para ti —comentó, inclinando un poco la cabeza— Parece que te afecta más de lo que quieres admitir.
Alastor se giró hacia ella, su sonrisa volviéndose más rígida.
—Querida, creo que estás imaginando cosas. Yo...
—¿Es eso lo que sientes ahora? —lo interrumpió Emily, dando un paso hacia atrás, solo para tomar la falda de su vestido y hacer una pequeña reverencia— ¿Quizá te gustaría bailar conmigo ahora? Para compensar.
Esa oferta lo dejó sin palabras por un instante. ¿Por qué demonios Emily insistía en algo tan absurdo? Y, peor aún, ¿por qué esa chispa de rabia seguía ardiendo en su interior? Era como si algo dentro de él estuviera herido de una manera que no lograba comprender.
—No estoy seguro de que sea necesario —respondió finalmente, tratando de recuperar el control de la conversación— Mi sombra ya te brindó ese placer, ¿no es así?
Emily sonrió, divertida por su respuesta evasiva.
—Sí, pero no fue lo mismo. —Lo miró directamente a los ojos, su tono suave pero firme— Quiero bailar contigo, Alastor. No con una sombra, no con un reflejo... contigo.
Las palabras lo golpearon como una ráfaga de viento inesperada. Algo en su tono, en su insistencia, hizo que esa chispa de rabia se mezclara con algo más. Algo que no podía identificar.
—¿Y por qué yo? —preguntó finalmente, inclinando ligeramente la cabeza mientras la miraba fijamente—. ¿Por qué no simplemente... te contentas con lo que ya tuviste?
Emily dio un pequeño paso hacia él, su expresión suavizándose.
—Porque tú no eres tú sombra, Alastor. —Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran—. Y creo que hay algo en ti que vale la pena descubrir.
El demonio de la radio permaneció en silencio, evaluándola. Esa sensación desconocida seguía creciendo en su interior, mezclándose con su frustración y su confusión. Finalmente, dejó escapar un suspiro teatral, extendiendo una mano hacia ella.
—Muy bien, querida. Si tanto insistes... un baile no hará daño.
Emily sonrió, tomando su mano con cuidado mientras lo guiaba hacia el centro de la habitación. La música seguía sonando en la radio, una melodía suave y envolvente que parecía perfecta para el momento.
Alastor tomó la posición adecuada, colocando una mano en la cintura de Emily mientras la otra permanecía unida a la de ella.
—Espero que no te arrepientas de esto, angelita —dijo, con una sonrisa que intentaba recuperar su confianza habitual.
Emily simplemente negó con la cabeza, su mirada fija en la de él.
—No lo haré.
Y mientras daban el primer paso juntos, Alastor sintió cómo esa chispa de rabia comenzaba a desvanecerse, reemplazada por algo mucho más desconcertante. Algo que, aunque no quería admitirlo, lo mantenía completamente cautivado.
El suave vaivén de los pies de ambos llenaba el silencio del cuarto, acompañando la melodía que resonaba desde la radio. La tenue luz hacía que las sombras de los bailarines danzaran también en las paredes, casi como si tuvieran vida propia. Alastor mantenía su sonrisa habitual, pero una ceja ligeramente arqueada delataba su creciente curiosidad.
—¿Por qué estás tan segura de que no te arrepentirás, querida? —preguntó con un tono despreocupado, aunque sus ojos brillaban con una intensidad que no podía ocultar.
Emily no respondió de inmediato. Su mirada nerviosa se desvió hacia un lado, pero sus pies no detuvieron su movimiento, siguiendo el ritmo del baile. Parecía que cada paso la ayudaba a ganar algo de valor, aunque no el suficiente como para enfrentar su pregunta de inmediato.
La sombra los observaba mientras estaba adherida a la pared y Alastor notó el cambio en el semblante y la ligera tensión que ahora se sentía en el aire. Era fascinante, esa mezcla de incomodidad y determinación que parecía estar formándose dentro de ella.
—¿Es que acaso guardas un secreto que no me has contado? —añadió, inclinándose un poco hacia adelante, lo suficiente como para que sus ojos rojos se fijaran directamente en los de Emily.
La serafina levantó la mirada con timidez, sus mejillas comenzando a tomar un color amarillo intenso que contrastaba con su oscura piel. La reacción no pasó desapercibida para Alastor, quien sonrió con más amplitud, claramente intrigado.
—¿Qué es esto, querida? —inquirió con un deje de burla, aunque su tono estaba más cargado de curiosidad que de malicia— ¿Acaso me ocultas algo?
Emily negó lentamente, pero su sonrisa nerviosa y el creciente rubor en sus mejillas la traicionaron. Finalmente, dejó escapar un suspiro tembloroso, reuniendo el coraje necesario para responder.
—No me arrepentiré —comenzó, con una voz apenas audible al principio— porque estoy...
Alastor ladeó la cabeza, inclinándose un poco más para escucharla mejor.
—¿Porque estás qué? —la instó, su tono una mezcla de impaciencia y diversión.
Emily tragó saliva, apartando la mirada por un momento antes de obligarse a continuar.
—Porque estoy dispuesta a que me comas.
La confesión cayó como una bomba en el aire. Por un instante, Alastor se quedó inmóvil, casi como si el tiempo se hubiera detenido. Su sonrisa permaneció en su rostro, pero ahora era más rígida, como si intentara procesar lo que acababa de escuchar.
—¿Dispuesta... a que te coma? —repitió lentamente, como si quisiera asegurarse de que no había escuchado mal.
Emily asintió, aunque su expresión reflejaba una mezcla de nerviosismo y una determinación que no esperaba tener.
—Sí... Te daré mi sangre si así lo deseas.
El demonio soltó una breve risa, una mezcla de incredulidad y diversión.
—Bueno, querida, eso es ciertamente... inesperado —Se detuvo, observándola con atención, buscando alguna señal de que esto era una broma. Pero no encontró nada más que sinceridad en sus ojos azulinos.
Emily apartó la mirada, como si temiera enfrentarse a su juicio, y continuó hablando, tratando de explicar lo que ni ella misma entendía del todo.
—Al principio... me aterraba la forma en que me mirabas. —Su voz era baja, pero sus palabras eran claras—. Sabía que querías mi carne, mi sangre, solo porque soy un ángel... porque querías probar algo que nunca antes habías tenido.
Alastor no dijo nada, aunque su sonrisa comenzó a desvanecerse ligeramente.
—Pero con el tiempo... —Emily hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Algo cambió en ti. O al menos eso creo.
Él arqueó una ceja, claramente intrigado.
—¿Algo cambió en mí? —preguntó, su tono ligeramente burlón pero con un matiz de genuina curiosidad.
Emily finalmente lo miró, su rostro todavía teñido de ese rubor amarillo que parecía brillar bajo la luz tenue.
—Porque dejaste de aterrarme. —Sus palabras eran simples, pero cargadas de significado—. No sé qué fue, pero ya no siento el mismo miedo cuando estoy contigo.
El silencio que siguió fue casi ensordecedor. Alastor la miró fijamente, su mente trabajando a toda velocidad para procesar lo que ella acababa de decir. ¿Qué había cambiado realmente? ¿Había hecho algo distinto? No podía recordar ningún momento en el que hubiera sido menos... él mismo.
Emily bajó la mirada nuevamente, jugando nerviosamente con un mechón de su cabello.
—No sé si estoy equivocada, pero... siento que ahora hay algo más en ti. Algo que no está allí solo para asustarme o destruirme.
—¿Y eso es suficiente para que estés dispuesta a entregarte así? —preguntó Alastor, su voz más suave de lo habitual, aunque todavía cargada de incredulidad.
Ella asintió lentamente, su determinación creciendo con cada palabra.
—No se trata solo de ti. —Lo miró directamente a los ojos, su voz más firme ahora—. Es algo que decidí por mí misma. Si esto significa que puedo entenderte mejor... entonces estoy dispuesta a hacerlo.
Alastor la miró en silencio durante un largo momento. Había algo en sus palabras, algo en la forma en que lo miraba, que lo dejó desconcertado. No estaba acostumbrado a que alguien hablara de esa manera sobre él, y mucho menos a que alguien mostrara ese nivel de disposición hacia algo tan... sombrío.
Finalmente, dejó escapar una risa suave, aunque esta vez no era burlona.
—Querida, eres una criatura verdaderamente fascinante. —Dio un paso hacia atrás, liberándose de su posición de baile, aunque sin apartar su mirada de la de ella—. No sé si debería elogiar tu valentía... o tu locura.
Emily simplemente sonrió, un gesto pequeño pero lleno de sinceridad.
—Tal vez sean ambas cosas.
Por primera vez en mucho tiempo, Alastor no supo qué decir. Había algo profundamente desconcertante en la forma en que ella lo desafiaba, en cómo veía algo en él que él mismo no podía comprender.
Y, por extraño que fuera, no podía negar que quería saber más.
El cuarto parecía haberse vuelto más pequeño, como si las paredes se cerraran en torno a los dos, atrapándolos en ese instante peculiar y cargado de significado. La música, que hasta hace poco los había guiado en su baile, disminuía su ritmo, acercándose a su fin. Sin embargo, Emily no apartaba su mirada de los ojos rojos de Alastor, que parecían arder con una intensidad casi hipnótica.
Sus propios ojos azulinos reflejaban una mezcla de emociones: nerviosismo, determinación y algo más, algo que Alastor no lograba identificar por completo. El sonrojo amarillo que teñía las mejillas de la serafina hacía que su expresión se viera aún más extraña, casi celestial.
Emily dio un paso más cerca, reduciendo la distancia entre ambos hasta que Alastor pudo sentir el calor que emanaba de ella.
—Jugamos con fuego —comenzó, su voz tranquila pero cargada de emoción, como si cada palabra estuviera cuidadosamente medida—. Y yo me quemé.
La frase resonó en el aire, y por un momento, Alastor permaneció inmóvil, analizándola. No era difícil entender lo que quería decir: había caído en el infierno, en su mundo, y se había dejado consumir por él. Sin embargo, su tono no era de pesar ni de lamento. Había algo más allí, algo que él no podía ignorar.
Emily se detuvo en su baile, sus pies permaneciendo firmes sobre el suelo mientras la última nota de la melodía se desvanecía. Sus ojos nunca se apartaron de los de Alastor, y una sonrisa pequeña pero intensa apareció en su rostro.
—Pero te cuento un secreto... —continuó, inclinándose ligeramente hacia él, como si compartiera algo prohibido.
Alastor sintió cómo su respiración se aceleraba, un reflejo involuntario que lo tomó por sorpresa. La proximidad de Emily era desconcertante, y por primera vez en mucho tiempo, no sabía cómo reaccionar.
—¿Un secreto, querida? —murmuró, intentando mantener su tono despreocupado, aunque no pudo evitar que sonara un tanto forzado.
Emily asintió lentamente, y su voz bajó aún más, casi hasta convertirse en un susurro.
—Me gustó arder.
Esas palabras cayeron como un impacto inesperado. La sonrisa que le ofreció entonces no era como las demás. Esta era diferente: más cálida, más viva. Era una sonrisa genuina, libre de cualquier máscara o juego, y eso lo inquietaba. No porque fuera desagradable, sino porque era... especial.
Alastor frunció levemente el ceño, tratando de entender lo que acababa de escuchar. ¿Le había gustado caer? ¿Le había gustado perder todo lo que era para terminar en el abismo de su mundo? Era absurdo... ¿o no?
—¿Te gustó arder? —repitió, más para sí mismo que para ella, su voz apenas un murmullo.
Emily asintió una vez más, inclinándose un poco más cerca, lo suficiente como para que Alastor sintiera su aliento cálido contra su piel.
—O tal vez... —añadió, su tono volviéndose más suave, más íntimo— Es que ya no sé cómo verte y no sentir.
La última palabra salió de sus labios como un murmullo, pero el impacto fue tan fuerte que resonó en los oídos de Alastor como si la hubiera gritado. "Sentir". Esa palabra, simple y cargada de significado, parecía contener todo lo que Emily estaba tratando de expresar, pero no sabía cómo articular.
Alastor, por su parte, permaneció inmóvil. Su sonrisa habitual, que siempre parecía tan segura y controlada, vaciló por un momento. ¿Qué significaba todo esto? ¿Por qué las palabras de Emily lo afectaban de esa manera?
La serafina no se apartó, sus ojos todavía fijos en él, como si buscara una respuesta, o tal vez solo una reacción. Pero lo que encontró fue algo distinto: una quietud tensa, un momento de vulnerabilidad en el gran demonio de la Radio, que parecía estar luchando consigo mismo para entender lo que estaba sucediendo.
—Emily... —murmuró, casi sin darse cuenta, su voz más baja de lo habitual.
Ella no respondió, pero su sonrisa no se desvaneció. Al contrario, parecía fortalecerse, como si ese instante, esa proximidad, le diera el valor que necesitaba para mantenerse firme.
Ambos permanecieron así, inmóviles, atrapados en un momento que ninguno de los dos sabía cómo romper. Y, aunque las palabras se desvanecían en el aire, el significado de lo que acababa de suceder era claro: algo había cambiado entre ellos.
Algo que ni Alastor ni Emily podían ignorar.
Espero que les haya gustado, perdón por tardar tanto, tuve problemas en las U's y... bueno, ahora ya me gradue de una carrera! YEEI (ahora falta la otra, se mata*)
Gracias a @nullkXD por el apoyo constante a la obra ;3
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