13 ;; En la mente de la serafín
Habían pasado cinco días desde la última vez que Emily había visto a Alastor.
La ausencia del demonio, aunque desconcertante, no era del todo inesperada. Emily supuso que estaría trabajando o quizás ayudando a Charlie con lo del hotel. Ese pensamiento, aunque lógico, le provocó un pequeño malestar.
No podía evitar sentirse celosa al imaginarlo cerca de otras personas, compartiendo tiempo y atenciones que antes parecían reservadas únicamente para ella. Sin embargo, sabía que no tenía derecho a sentirse así, y ese pensamiento solo incrementaba su frustración.
Quería salir afuera.
Mientras permanecía en su confinamiento "autoimpuesto", Emily comenzó a notar algo curioso: los almuerzos que antes compartía con Alastor ya no existían (solo pasaron dos días, pero eran eternos). En su lugar, quien aparecía era la sombra de Alastor. Al principio, ese cambio la había inquietado; después de todo, la sombra no era más que una extensión de él, un reflejo silencioso que parecía carecer de la presencia dominante de su dueño. Pero con el tiempo, Emily comenzó a encontrar consuelo en la presencia de aquella figura.
La sombra, aunque silenciosa, poseía una peculiaridad que le resultaba intrigante. No hablaba, pero sus gestos decían mucho más de lo que las palabras podían expresar. Se movía con una gracia que Emily no había notado en Alastor, y parecía prestarle una atención que, aunque inexplicable, la hacía sentir menos sola.
Cuando la sombra apareció ese día con su almuerzo, Emily dejó escapar un suspiro de alivio.
—Gracias por venir —murmuró, sonriendo mientras tomaba la bandeja— Al menos tú te dignas a visitarme.
La sombra se inclinó ligeramente, como si estuviera aceptando el agradecimiento. Emily no pudo evitar soltar una pequeña risa.
—Eres más educado que tu dueño, ¿sabes? —comentó mientras tomaba un bocado de la jambalaya.
La sombra no respondió, pero se movió hacia la esquina de la habitación, cruzando los brazos en un gesto que, de alguna manera, parecía indicar que estaba escuchándola. Emily lo observó con interés, encontrando algo extrañamente reconfortante en su presencia.
—A veces me pregunto por qué él no viene —continuó, su voz bajando un poco— Quizás se aburrió de mí. O quizás piensa que no soy lo suficientemente interesante... ¿No dijo que "Todo en este mundo tiene un precio" ¿Y algún día, el cobrara el suyo??
La sombra giró ligeramente la cabeza, como si la estuviera mirando.
—¿Qué? ¿Crees que estoy equivocada? —preguntó, sintiéndose un poco tonta al esperar una respuesta de algo que no podía hablar. Sin embargo, la sombra negó con un leve movimiento de la cabeza, y eso fue suficiente para arrancarle una sonrisa.
—Sabes, creo que me gusta más tu compañía que la de él —admitió, riéndose suavemente— Al menos no tienes esa manía de intentar controlarlo todo.
La sombra pareció encogerse de hombros, un gesto tan inesperadamente humano que Emily no pudo evitar reír un poco más. Por primera vez en días, no se sentía completamente sola.
Pasaron los minutos, y Emily continuó hablando, compartiendo pensamientos y anécdotas que llevaba tiempo guardando. La sombra permanecía allí, escuchándola, sus gestos transmitiendo una calidez inexplicable. Por un momento, Emily se preguntó si, de alguna manera, Alastor estaba consciente de todo lo que ella decía, observando a través de su sombra.
—Si él pudiera ser un poco más como tú... —murmuró finalmente, sus palabras casi un susurro.
Cuando terminó su comida, la sombra recogió la bandeja con la misma gracia con la que había llegado. Antes de marcharse, se detuvo en la puerta, girándose una última vez hacia Emily. Su silueta proyectaba una sensación de melancolía que ella no logró entender del todo.
—Gracias —dijo Emily, sonriendo suavemente— Por quedarte conmigo.
La sombra asintió con un leve movimiento antes de desaparecer por el umbral.
Cuando se quedó sola, Emily dejó escapar un suspiro, sintiendo una mezcla de alivio y tristeza. Aunque la sombra había llenado un vacío, no podía evitar extrañar al verdadero Alastor. Había algo en su presencia que, por más frustrante que fuera, la hacía sentir viva de una manera que no lograba explicar.
Quizás, pensó, debía confrontarlo cuando lo viera nuevamente. Tal vez era hora de preguntarle directamente por qué la evitaba. Pero por ahora, solo podía esperar. Y mientras lo hacía, encontró un extraño consuelo en la compañía de la sombra, un reflejo de Alastor que, en muchos aspectos, parecía ser más humano que el propio demonio.
El día se deslizaba lentamente hacia su final, y Emily, con un suspiro, dejó otro libro en la estantería. Había perdido la cuenta de cuántas veces había hecho esto en los últimos días. Sin los almuerzos compartidos con Alastor, las horas parecían arrastrarse, envolviendo la habitación en una monotonía casi insoportable.
Se quedó frente a los estantes por un momento, dejando que sus dedos rozaran las cubiertas de los libros mientras su mirada se desviaba hacia la puerta. Una pequeña chispa de esperanza brilló en su interior.
Quizás hoy sí venga... pensó, con un nudo en el estómago que no quiso analizar demasiado.
Sin embargo, pasaron varios minutos, y la puerta permaneció cerrada. Emily dejó escapar un suspiro y negó con la cabeza, como si regañarse a sí misma pudiera borrar ese sentimiento de decepción.
—¿Qué estoy esperando? —murmuró, volviendo su atención a los libros— Él no va a venir. Ya no creo que lo haga.
Tomó un par de volúmenes desordenados y los acomodó meticulosamente, tratando de distraerse. Finalmente, se giró hacia la cama, decidida a dejar de pensar en él.
—Solo es otro día más —se dijo, como si esas palabras pudieran calmarla— Mañana será diferente.
Pero mientras se recostaba, no pudo evitar echar una última mirada hacia la puerta.
Emily cerró los ojos con la intención de sumergirse en el sueño, pero la tranquilidad que buscaba no llegó. Su mente seguía inquieta, demasiado agitada para descansar. Después de varios minutos, los volvieron a abrir con frustración, fijando la mirada en el techo. Fue entonces cuando sintió algo... una presencia.
Instintivamente giró la cabeza hacia el final de la cama, y su corazón dio un vuelco. Allí estaba él, de pie, con su característica sonrisa amplia y esa mirada penetrante.
—¡Alastor! —exclamó, llevándose una mano al pecho mientras se sentaba rápidamente en la cama— ¿Qué estás haciendo? ¿Quiere matarme de un susto?
Él inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera disfrutando de su reacción.
—Oh, ¿asustarte? —respondió, su tono burlón y melodioso llenando el aire—. Qué idea tan... encantadora. Pero no, querida Emily, no era mi intención.
Ella lo observó, su respiración aún un poco agitada. El modo en que la miraba, con esa intensidad tan característica, la ponía nerviosa y la desarmaba al mismo tiempo.
— ¿Qué hace aquí? —preguntó finalmente, intentando sonar firme, aunque su voz salió más débil de lo que esperaba— Pensé que estaba ocupado con sus asuntos del hotel.
Alastor dio un par de pasos hacia adelante, quedando más cerca de la cama.
—Oh, eso aún es cierto —dijo con una ligera reverencia, sus manos detrás de la espalda— Pero pensé que una pequeña visita nocturna no sería de más. Parecías... algo solitaria.
Emily apretó los labios, sin saber si sentirse agradecida o molesta.
—Pues podrías haber tocado la puerta, al menos —murmuró, apartando la mirada para no encontrarse con esos ojos que siempre parecían jugar con su mente.
—Y perderme la diversión de verte saltar como si hubieras visto un fantasma. —Alastor rio suavemente, inclinándose un poco más hacia ella—. No, querida. Eso sería muy aburrido.
Emily suspiró, dándose cuenta de que discutir con él era inútil.
—¿Y qué quiere ahora? —preguntó, cruzando los brazos mientras lo miraba con cautela— Si es otro de tus juegos, no estoy de humor...
Alastor no respondió de inmediato. En lugar de eso, la observar en silencio por unos segundos, su sonrisa perdiendo un poco de esa burla habitual.
—Nada, realmente. —Su voz sonó más tranquila, casi sincera— Solo... quería verte.
El comentario la tomó por sorpresa, y por un instante, no supo cómo responder. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo, él volvió a sonreír de esa manera que tanto la confundía.
—Bueno, eso, y quizás disfrutar un poco más de tu adorable reacción.
Emily bufó, lanzándole una almohada que él esquivó con facilidad.
—¡Eres imposible! —gruñó, aunque una pequeña sonrisa se formó en sus labios a pesar de sí misma.
Por alguna razón, sus labios querían curvarse en una sonrisa también, pero se obligó a mantenerlos firmes. No iba a ceder, no después de los días en los que él no se había molestado siquiera en aparecer.
Emily sintió cómo su corazón tamborileaba en el pecho al ver a Alastor frente a ella. A pesar de su reacción inicial de sorpresa, una parte de ella luchaba con un sentimiento de alegría inesperada al verlo nuevamente. Era absurdo, casi ridículo... Después de todo, ¿qué derecho tenía él a aparecer así después de ignorarla por días?
¿Por qué debería sonreírle? Después de todo, Alastor la había dejado completamente sola tras ese desayuno, como si nada. La contradicción de sus sentimientos la consumía: quería gritarle, quejarse de su ausencia, pero al mismo tiempo sentía una alegría casi infantil por verlo de nuevo.
—No puedo creerlo... —murmuró para sí misma, casi como si tratara de convencerse de que él estaba realmente allí.
Alastor arqueó una ceja, su sonrisa ensanchándose con un dejo de malicia.
—¿Creer qué, querida? ¿Que finalmente decidí bendecirte con mi presencia? —Su tono era juguetón, incluso curioso me atrevo a decir, como si supiera exactamente lo que ella estaba pensando.
Emily frunció el ceño, tratando de ignorar el calor que subía a sus mejillas.
—Bendecirme, dice... —respondió con un bufido, cruzando los brazos sobre su pecho— Lo que no puedo creer es que tengas la audacia de aparecer aquí como si nada después de ignorarme por días.
Alastor levantó una ceja, como si no entendiera la indignación en sus palabras.
—Oh, ¿te molestó mi ausencia? Qué halagador.
Ella apretó los labios, tratando de no alzar la voz.
—¡No te halagues! —exclamó, su rostro enrojeciendo levemente—. Solo digo que... después de aquel desayuno, pensé que al menos tendrías la cortesía de pasar a saludar. ¿Es mucho pedir?
Él rio, un sonido que hizo eco en la habitación, ligero pero cargado de ese matiz burlón que siempre la exasperaba.
—Emily, querida, ¿por qué asumes que mi ausencia significa descortesía? Tal vez estuve... ocupado.
—¿Ocupado? —repitió, su tono ahora más agudo— Claro, ocupado con tus cosas, mientras yo me quedo aquí sin nada más que libros y tu sombra para entretenerme.
La sonrisa de Alastor se mantuvo, pero su mirada cambió, volviéndose un poco más penetrante. Dio un par de pasos hacia ella, reduciendo la distancia entre ambos.
—Ah, mi sombra. ¿Te mantuvo entretenida, acaso? —preguntó con un ligero toque de burla— No sabía que podía ser tan encantadora.
Emily bufó, desviando la mirada hacia un rincón de la habitación para evitar encontrarse con sus ojos.
—Al menos tu sombra se apareció. Es más, de lo que puedo decir de ti.
Alastor rió de nuevo, inclinándose ligeramente hacia ella, lo suficiente como para que sintiera su presencia más cercana.
—Oh, pero aquí estoy ahora, querida. ¿No es eso lo que querías?
—No sé lo que quiero —respondió ella de golpe, su tono frustrado y vulnerable al mismo tiempo.
La confesión sorprendió a ambos. Emily no quiso admitirlo, pero esa mezcla de emociones que sentía en ese momento la confundía más de lo que estaba dispuesta a aceptar. Lo miró con los labios apretados, como si no supiera si gritarle o agradecerle por aparecerse.
—Lo que sí sé —continuó, su voz más baja— es que no entiendo por qué te molestas en venir ahora. Si no te importa, ¿por qué sigues apareciendo?
Por un instante, la sonrisa de Alastor se suavizó, pero no desapareció. Se enderezó, manteniendo las manos en los bolsillos de su abrigo.
—Oh, Emily —dijo con un tono casi juguetón, pero con un trasfondo más serio—. Crees que soy tan predecible, ¿verdad? Pero te daré un consejo: no intentes entenderme.
Emily se cruzó de brazos, su mirada fija en él, desafiándolo.
—¿Por qué no? —preguntó— Tal vez así podría entender por qué me ignoraste, apareces y desapareces como si nada.
Alastor rio suavemente, inclinándose un poco hacia ella como si estuviera disfrutando cada palabra que salía de sus labios.
—Oh, ¿te he ignorado? No lo diría así. Más bien, diría que... te he dado un poco de tiempo para reflexionar.
Emily abrió la boca, claramente lista para disparar una respuesta mordaz, pero cerró los labios de golpe. No quería darle la satisfacción de verla enfadada, aunque por dentro su corazón bullía con una mezcla confusa de emociones.
—¿Reflexionar sobre qué, exactamente? —preguntó con sarcasmo, sus ojos centelleando de frustración— ¿Sobre lo maravilloso que eres por desaparecer justo cuando empezaba a acostumbrarme a hablar contigo?
Alastor se enderezó, llevando una mano al pecho en un gesto dramático.
—Oh, querida Emily, ¡qué cruel eres conmigo! —exclamó con fingida tristeza— Pensé que quizás, en mi ausencia, valorarías aún más esos pequeños momentos que compartimos.
—¿Valorar más? —Emily lo miró incrédula, sin poder evitar que su voz subiera un poco de tono— ¡Me diste un desayuno increíble y luego te desvaneciste como si no importara! ¿Qué clase de lógica es esa, Alastor?
Él la observó en silencio por un instante, su sonrisa suavizándose, aunque sus ojos aún mantenían esa chispa burlona.
—Tal vez... no quería ser demasiado predecible —respondió con un tono más bajo, casi como si estuviera hablando consigo mismo.
Emily parpadeó, sorprendida por la respuesta. Pero rápidamente sacudió la cabeza, sintiendo cómo su frustración empezaba a desbordarse.
—¿Predecible? —repitió, acercándose un poco más a él—. ¿Y eso justifica dejarme sola por días? ¿Ni siquiera un "buenos días, Emily", o un "espero que no te aburras demasiado"? Nada.
Por un instante, Alastor no respondió. Sus ojos se encontraron con los de ella, y algo indescifrable pareció pasar por su mirada.
—No pensé que lo notarías tanto —dijo finalmente, su voz suave, aunque aún teñida de su tono característico.
—¿No lo notaría? —Emily rió sin humor, llevándose una mano a la frente como si intentara calmarse— Por supuesto que lo noté. ¿Cómo no hacerlo? Aquí encerrada, sin nadie más con quien hablar aparte de ti y que tu sombra...
—Mi sombra es una excelente compañía, debo decir —Alastor intentó desviar la conversación, pero Emily lo interrumpió rápidamente.
—¡No es suficiente! —exclamó, su frustración finalmente rompiendo la barrera de contención que había mantenido— No sé qué intentas, Alastor, pero si vas a tratarme como si fuera importante un día y luego olvidarme el siguiente, al menos ten la decencia de explicarte.
El silencio que siguió a sus palabras fue casi ensordecedor. Emily respiraba profundamente, tratando de calmar el temblor en su voz, mientras Alastor la miraba fijamente, su expresión difícil de leer.
—Tienes razón —dijo él finalmente, con un tono sorprendentemente tranquilo—. Quizás no debería haber desaparecido sin decir nada.
Emily lo observó, desconfiada. Era raro que admitiera algo así, y la sinceridad en su voz la desarmó por completo.
—¿Eso es todo? —preguntó después de unos segundos, con un dejo de incredulidad—. ¿Una simple disculpa envuelta en tu extraña manera de hablar?
Alastor rio suavemente, aunque la calidez en sus ojos desmentía su habitual tono burlón.
—No soy bueno para las disculpas, querida. Pero estoy aquí ahora, ¿no?
Emily bufó, apartando la mirada.
—Eso no cambia nada.
—Tal vez no —Alastor inclinó la cabeza, estudiándola como si ella fuera el enigma más fascinante que había encontrado— Pero dime, ¿de verdad no estás un poco contenta de verme?
Emily abrió la boca para negar de inmediato, pero las palabras murieron en sus labios. Su corazón la traicionó, latiendo con fuerza al recordar lo que había sentido al verlo frente a ella.
—No voy a darte el gusto de responder eso —murmuró finalmente, dándose la vuelta para ocultar su rostro.
—O tal vez... porque sé que no puedes evitar querer verme, aunque te niegues a admitirlo.
—¡Eso no es cierto! —protestó rápidamente encarándolo, aunque su rubor la traicionó, estaba demasiado cerca.
—¿No es cierto? —repitió él, dando un paso más hacia ella. Ahora estaba tan cerca que Emily podía sentir el aire cambiar a su alrededor— Entonces, ¿por qué estás tan molesta, pequeña serafín?
Emily apretó los puños, sintiendo que la frustración y la confusión volvían a apoderarse de ella.
—Porque... —empezó, pero se detuvo, incapaz de encontrar las palabras adecuadas.
Alastor rio suavemente, inclinándose un poco más hacia ella.
—Porque no sabes qué hacer conmigo, ¿verdad?
Emily lo miró fijamente, sintiendo que sus emociones estaban al borde de estallar. No sabía si quería gritarle, empujarlo lejos o simplemente dejarse caer y rendirse a esa extraña sensación que él provocaba en ella.
—No voy a darte el gusto de responder eso —murmuró finalmente, dándose la vuelta otra vez para ocultar su rostro.
Alastor rio con suavidad, esa risa melodiosa que tanto la confundía.
—Sabes que ya tengo mi respuesta.
Ella cerró los ojos, reprimiendo el impulso de decir algo más. Sabía que él tenía razón, y odiaba que lo supiera. Pero no estaba dispuesta a dárselo todo tan fácil.
—Quédate o vete —dijo en voz baja— Pero no vuelvas a desaparecer así.
—Como desees, querida Emily.
Aunque su tono seguía siendo juguetón, había algo en sus palabras que la hizo sentir que, por primera vez, él estaba siendo genuino. Y con ese pensamiento, dejó que el silencio se instalara nuevamente entre ellos.
Estando de espaldas a él, Emily no pudo ver lo que hacía, pero cuando sintió un peso extra en el colchón, supo que Alastor no se había ido. Se giró abruptamente, avergonzada y algo alarmada.
—¿Qué haces? —preguntó, sus mejillas teñidas de un amarillo intenso mientras sus ojos lo miraban con desconcierto.
Alastor, recostado cómodamente en el colchón, la observaba con una sonrisa traviesa que no dejaba lugar a dudas sobre cuánto estaba disfrutando de la situación.
—¿Qué parece que hago, querida? Estoy descansando en mi cama.
Emily parpadeó rápidamente, completamente desconcertada.
—¡Pero yo estoy durmiendo aquí! —exclamó mientras tanteaba nerviosamente el espacio a su alrededor, como si buscar algún tipo de barrera invisible que la separara de él.
—Exactamente, querida. Tú estás aquí, en mi cama, en mi habitación y, en esencia, en mi hotel —Su tono adquirió un matiz burlón mientras apoyaba su rostro en una mano y la señalaba con la otra— Si hablamos de intrusos, tú eres el ratón descarado que se ha colado en el nido del gato.
Alastor terminó su frase tocando ligeramente la nariz de Emily con su dedo índice. Su cercanía la dejó completamente inmóvil, mientras su rostro adquiría un color más intenso, casi como si estuviera ardiendo.
—P-pero yo... —balbuceó, desviando la mirada hacia el colchón, demasiado avergonzada para sostener su mirada.
Alastor, por supuesto, no dejó pasar la oportunidad de presionar un poco más.
—Oh, vamos, angelita. —Se inclinó ligeramente hacia ella, estudiándola con evidente diversión— ¿Qué ocurre? ¿Por qué estás tan callada? ¿Te comió la lengua el gato?
Emily negó con la cabeza con rapidez, respiró hondo y, tras un breve silencio, murmuró casi en un susurro:
—¿No es obvio?
La respuesta lo dejó momentáneamente perplejo. Inclinó ligeramente la cabeza, esperando que ella elaborara.
—Un caballero y una dama no deberían estar en la misma cama —dijo finalmente, su tono cargado de timidez— Es... inadecuado.
Por un momento, el rostro de Alastor permaneció inmutable. Luego, su risa resonó en la habitación, vibrante y burlona, como si hubiera escuchado el mejor chiste de su vida.
—Oh, querida Emily, parece que el cielo no te enseñó del todo bien esas reglas —Sus ojos brillaron con una chispa maliciosa mientras apoyaba una mano en la barbilla— Esa norma se refiere a algo un poco más... picante, por así decirlo
Emily lo miró con confusión, pero su rostro se encendió aún más al captar parcialmente la insinuación en sus palabras. Alastor aprovechó su desconcierto para acercarse aún más, su rostro ahora a apenas unos centímetros del suyo.
—Pero no te preocupes, angelita —continuó, su tono juguetón, aunque con un matiz más bajo, casi seductor— Como dijiste, soy un caballero. Y un caballero jamás tocaría a una dama sin su consentimiento.
Mientras hablaba, su mano se deslizó suavemente hasta la mejilla de Emily, acariciándola con una ternura inesperada. La sensación cálida de su toque envió un escalofrío por su columna, pero no se apartó.
—P-pero... —intentó decir algo, pero las palabras se le atoraron en la garganta.
Alastor tragó saliva, sus ojos estudiando su rostro como si buscara algo. Algo más profundo que las palabras, algo que él mismo no estaba seguro de querer encontrar.
—Pero un monstruo como yo —susurró finalmente, su voz apenas audible, aunque cargada de una intensidad que hizo que el corazón de Emily tamborileara en su pecho—Un monstruo no tiene reparos en devorar a su presa.
Emily lo miró fijamente, sintiendo un nudo formarse en su estómago. No sabía si debía asustarse por el tono de su voz o por lo que su mirada parecía prometer.
—A-Alastor... —dijo finalmente, con la voz apenas un susurro.
—Sí, querida —Sus ojos estaban fijos en los de ella, su sonrisa más contenida pero no menos peligrosa— ¿Qué ocurre?
Emily apartó la mirada rápidamente, incapaz de sostener su intensidad.
—No lo sé... —murmuró— Todo esto me confunde. Tú me confundes.
Alastor levantó una ceja, su sonrisa regresando lentamente.
—¿Te confundo, dices? Qué halagador.
—¡No es un cumplido! —exclamó, encontrando de nuevo su voz, aunque el rubor no abandonaba sus mejillas— Es... frustrante.
Alastor se inclinó hacia atrás ligeramente, apoyándose en el cabecero de la cama, pero sin apartar la vista de ella.
—Ah, pero esa es la clave, ¿no lo ves? —dijo, su tono volviendo a ser juguetón— La confusión es el primer paso hacia la fascinación.
Emily frunció el ceño, pero no pudo encontrar una respuesta adecuada. En cambio, bajó la mirada, jugueteando nerviosamente con los pliegues de la manta.
—No entiendo por qué haces esto —murmuró después de un momento— Un día pareces interesado en mí, y al siguiente desapareces como si no te importara en absoluto.
Alastor rio suavemente, aunque había algo más suave en su tono esta vez.
—Oh, querida Emily, ¿qué clase de misterio sería si siempre fuera predecible?
—No quiero misterios —replicó ella con más fuerza de lo que esperaba—. Quiero...
Se detuvo, sus palabras quedando en el aire.
—¿Quieres qué? —preguntó Alastor, inclinándose ligeramente hacia adelante de nuevo.
Emily lo miró, sus labios temblando mientras intentaba formar una respuesta. Finalmente, negó con la cabeza y volvió a girarse, dándole la espalda.
—No lo sé...
Alastor permaneció en silencio por unos segundos, observándola con una expresión que mezclaba diversión, curiosidad y algo más profundo. Luego, se recostó completamente en la cama, dejando escapar un largo suspiro.
—Tal vez, querida —dijo finalmente, con un tono más bajo— ni siquiera necesitas saberlo todavía.
Emily cerró los ojos, sintiendo cómo el peso de sus palabras se asentaba en la habitación. Aunque seguía sintiéndose confusa, una extraña calma empezó a invadirla. No sabía si confiar en él o en lo que sentía, pero por alguna razón, tampoco quería que se fuera.
—Tienes razón no sé del todo lo que quiero...
La habitación quedó en silencio, excepto por el suave sonido de sus respiraciones. Ninguno de los dos habló más, pero ambos sabían que algo había cambiado entre ellos, aunque ninguno se atreviera a nombrarlo.
Emily permaneció en silencio tras las palabras de Alastor. Sabía que tenía razón: no estaba segura de lo que quería. Su mente estaba enredada en una maraña de emociones contradictorias, y cada vez que intentaba desenredarlas, solo parecía complicarlo más. Pero antes de que pudiera decir algo, Alastor rompió el silencio.
—Yo, en cambio, sí sé lo que quiero.
Su voz sonó firme, pero algo en su tono era diferente esta vez. Emily lo miró de reojo mientras él se acomodaba contra el cabecero de la cama, con una distancia deliberada que marcaba los límites entre ellos.
—Sé que quiero comerte, angelita —continuó, su mirada perdida en el vacío, como si hablara más consigo mismo que con ella— Quiero tu sangre, cada fragmento de tu cuerpo... satisfacer mi hambre con cada parte de tu ser.
No la estaba mirando, pero su voz, tan calmada y llena de determinación, la hizo estremecerse.
Emily bajó la vista, apretando las manos sobre la manta. Una parte de ella ya lo había supuesto desde el principio, pero otra parte había elegido ignorarlo, aferrándose a una esperanza que tal vez siempre había sido vana. Quería creer que, detrás de esa máscara burlona, había algo más. Algo... humano.
Tras unos segundos de silencio, respondió en un susurro:
—Ya lo sabía.
Alastor ladeó la cabeza ligeramente, aunque seguía sin mirarla. Sus labios formaron una sonrisa que no alcanzó sus ojos.
—Ah, ¿sí? —dijo con un tono burlón, aunque algo en su voz parecía inseguro— Entonces dime, ¿por qué no huyes?
Emily levantó la vista hacia él, sus ojos encontrándose con los de Alastor por primera vez desde que había pronunciado esas palabras.
—Porque no puedo hacerlo.
La respuesta lo tomó por sorpresa. Su sonrisa desapareció por un instante, reemplazada por una expresión que casi parecía... desconcierto.
—¿No puedes? —repitió, su tono incrédulo.
Emily asintió lentamente, aunque sus manos seguían temblando.
—No puedo. Ya no tengo alas, ni poder. Desde que caí, todo lo que era quedó atrás. No sé a dónde ir, no tengo fuerzas para escapar... ni siquiera sé si hay un lugar al que pueda llamar hogar.
Alastor la miró con una mezcla de curiosidad y algo que podría haber sido lástima, aunque rápidamente lo enterró bajo su sonrisa habitual.
—Qué trágico. Un ángel sin alas, atrapado en el lugar donde menos debería estar. —Se inclinó ligeramente hacia ella, aunque todavía mantenía una distancia respetable—. Pero, querida, si no tienes un lugar al que ir, ¿por qué no aceptar que esta es tu última parada?
Emily sostuvo su mirada, sus ojos brillando con una mezcla de tristeza y determinación.
—Tal vez porque quiero creer que hay algo más.
Alastor arqueó una ceja, divertido pero intrigado.
—¿Algo más? ¿Como qué?
—Como tú.
La declaración lo hizo retroceder ligeramente, su sonrisa tambaleándose por un instante.
—¿Yo? —repitió, intentando recuperar su tono burlón— Angelita, espero que no estés sugiriendo que soy tu esperanza.
—Tal vez no tu esperanza, pero sí mi razón para quedarme.
El silencio que siguió fue pesado, casi sofocante. Alastor no estaba seguro de cómo responder a eso.
—Déjame ser claro, querida. —Se inclinó más cerca, sus ojos brillando con un peligro que no podía ocultar—. Si te dejo vivir, no es porque me importe. Es porque quiero. Porque es mi elección, no la tuya.
Emily no apartó la vista, aunque su corazón latía con fuerza.
—Y, sin embargo, sigues sin hacerlo.
—¿Y qué te hace pensar que no lo haré? —replicó él, su voz en un susurro bajo y tenso.
—Porque no puedes —respondió ella con suavidad— No porque no tengas la capacidad, sino porque no sabes lo que quieres.
—Oh, querida, te aseguro que lo sé perfectamente —Se inclinó ligeramente hacia ella, aunque todavía mantenía una distancia respetable— Sé lo que soy. Soy un monstruo, un depredador. Mi naturaleza no tiene cabida para dudas ni para... —Hizo una pausa, como si la palabra que buscaba lo incomodara— ...para remordimientos.
Emily lo miró fijamente, sus ojos brillando con una mezcla de tristeza y determinación.
—Eso no es verdad —dijo, su voz más firme esta vez—. Si fuera cierto, ya lo habrías hecho. Me habrías devorado hace mucho.
Alastor apretó los labios, su sonrisa completamente borrada. No sabía cómo responder a eso, porque, en el fondo, sabía que tenía razón. Había tenido oportunidades. Múltiples, de hecho. Pero algo en ella lo detenía, algo que él no entendía del todo.
—Tal vez estoy esperando el momento adecuado —dijo finalmente, aunque incluso para él sonó poco convincente.
Emily negó con la cabeza.
—O tal vez no quieres hacerlo. Tal vez... —Tragó saliva, dudando si debía continuar—. Tal vez hay algo más en ti que ni siquiera tú quieres admitir. Tal vez, es que te agrado
—¡Ja! —exclamó él, volviendo a apoyarse contra el cabecero con los brazos cruzados—. Qué tierna esperanza la tuya, angelita. Pero permíteme recordarte algo: el lobo no deja de ser un lobo solo porque decide no atacar al primer cordero que ve.
—No eres un lobo.
La declaración lo hizo arquear una ceja.
—Oh, ¿y qué soy, entonces?
Emily lo miró directamente a los ojos, su mirada firme a pesar del temor que sentía.
—Eres un hombre. Uno que ha elegido convertirse en un monstruo.
Por un instante, el silencio llenó la habitación. Alastor la observó con una mezcla de incredulidad y algo más profundo, algo que ni siquiera él mismo podía identificar.
—Eso es lo que quieres creer, ¿no? —dijo finalmente, su voz más baja, casi como un murmullo—. Que hay algo de humanidad en mí.
—Porque lo hay —respondió Emily sin dudar—. Lo veo en tus ojos, en la forma en que dudas, incluso ahora.
—¿Dudar? —repitió Alastor, con una risa seca—. Qué palabra tan curiosa para describir lo que siento.
Se inclinó hacia adelante, sus ojos brillando con una intensidad peligrosa.
—Déjame ser claro, querida. Si te dejo vivir, no es porque me importe. Es porque quiero. Porque es mi elección, no la tuya.
Emily sostuvo su mirada, su corazón latiendo con fuerza.
—Y, sin embargo, sigues sin hacerlo.
—Oh, querida, no confundas mi paciencia con debilidad.
—No lo hago. Lo que veo es duda.
Alastor apretó los labios, su sonrisa completamente borrada. No quería admitirlo, ni siquiera para sí mismo, pero la verdad era que ella tenía razón. Había algo en ella que lo detenía, algo que no lograba comprender.
No dijo nada. El silencio se alargó entre ellos, pero esta vez no era incómodo. Era un campo de batalla invisible, donde ambos luchaban con sus propios sentimientos y contradicciones.
Finalmente, Alastor se recostó de nuevo, dejando escapar un suspiro largo y cansado.
—Eres exasperante, angelita —murmuró finalmente, recostándose contra el cabecero con un suspiro largo y cansado.
Emily esbozó una pequeña sonrisa, aunque sus ojos seguían reflejando tristeza.
—Y tú eres más humano de lo que quieres admitir.
Alastor cerró los ojos, su sonrisa reapareciendo, aunque esta vez era más suave, menos afilada.
—No apuestes por ello, querida. Los monstruos no cambian.
Emily lo observó durante unos segundos antes de responder:
—Eso no significa que no puedan intentarlo —murmuró Emily, cerrando los ojos también.
Aunque ninguno de los dos lo dijo en voz alta, ambos sabían que esa conversación había dejado algo en ellos. Alastor, por primera vez en mucho tiempo, se sentía incapaz de definir lo que deseaba. Emily, por su parte, comprendió que, aunque no podía huir, no estaba completamente desamparada.
Tal vez no necesitaba alas para intentar volar.
—Tal vez —Su voz salió más baja de lo que esperaba, casi como un susurro.
Alastor se enderezó, levantándose de la cama, listo con una respuesta.
—Entonces, querida, tendré que dejarme llevar. No siempre necesitas tener todas las respuestas.
Sus pasos resonaban Enel suelo, mientras se dirigía a la puerta.
Antes de irse se giro a verla, la cual solo lo miraba con sus grandes ojos.
—¿Alguna canción que te guste querida? —pregunto viéndola a los ojos, notando en parte su angustia, la situación había cambiado demasiado rápido en tan poco tiempo.
—C-cualquier concierto clásico de violín... esos son mis favoritos —respondió ella sin sabes a que quería llegar Alastor.
Pero antes de que ella pudiera responder o preguntar otra cosa más, él se giró hacia la puerta, como si ya hubiera terminado la conversación.
—Buenas noches, Emily —dijo con su tono habitual, antes de desaparecer de la habitación.
Emily se quedó allí, mirando la puerta que se cerraba tras él, su corazón latiendo con fuerza.
—Es imposible —murmuró para sí misma, dejando escapar un suspiro. Pero, a pesar de su frustración, no pudo evitar sonreír, aunque fuera solo un poco.
Pero ni ella misma sabía ahora si la sonrisa era de terror o de comodidad.
Hasta ahora este es el capítulo más largo que he escrito para este libro y sinceramente me gusto mucho :3
Tiene casi 5200 palabras jsjs
Si tienen la duda de que si esto va a terminar en final abierto, la respuesta es que no, esto va a terminar bien... Más o menos
Este capítulo va dedicado a LordLovecraft1987
Siguiente capítulo: Un jazz clásico
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