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12 ;; Cautivadora sonrisa


La cocina del hotel estaba inundada de aromas tentadores: mantequilla derritiéndose en la sartén, café recién hecho y un toque de especias dulces que se mezclaban con el sonido del batidor de Alastor trabajando con ritmo constante. El demonio tarareaba una melodía animada mientras terminaba de preparar la mezcla para panqueques. Su sonrisa era más amplia de lo habitual, y el brillo en sus ojos tenía un matiz que rayaba entre lo encantador y lo inquietante. Cada movimiento suyo parecía impregnado de una energía más viva, más luminosa... pero también más inquietante, un detalle que no escapó a la atención de Charlie cuando entró con su energía habitual.
—¡Buenos días, Alastor! —saludó con efusividad, levantando una mano para llamar su atención.
Alastor se giró hacia ella, aún sosteniendo el batidor.
—¡Oh, buenos días, Charlie! —Alastor se detuvo un momento para devolverle el saludo con una inclinación teatral. —Qué alegría verte tan animada tan temprano. ¿Dormiste bien? —preguntó mientras volvía a concentrarse en la mezcla que trabajaba con esmero.

Charlie se acercó, apoyándose ligeramente con ambas manos en la encimera mientras miraba con una mezcla de curiosidad y buen humor.

—Sí, dormí de maravilla, gracias por preguntar. Aunque parece que tú tuviste una noche aún mejor. Te ves... no sé, diferente.

Alastor, sin dejar de verter la mezcla en la sartén caliente, ladeó la cabeza con una expresión de ligera intriga.

— ¿Diferente? Mi querida, siempre soy magnífico. ¿Qué podría haber cambiado?

Charlie frunció el ceño, con una mirada curiosa, como si intentara descifrarlo.

—No sé, pero hay algo en ti esta mañana... algo distinto. Como si algo, o alguien, te hubiera puesto de muy buen humor.

La carcajada de Alastor llenó la cocina mientras volteaba con destreza un panqueque perfectamente dorado. Mientras sacudía su cabeza en negación.

—¡Oh, Charlie, querida! Tu imaginación no deja de sorprenderme. Pero lamento decepcionarte; no hay nada ni nadie que pueda influir en mi humor.

Ella rodó los ojos, cruzándose de brazos mientras lo miraba con una sonrisa divertida.

—¡Oh, vamos Al! Algo te tiene así. Soy buena notando estas cosas, y esto es nuevo. Lo sé porque no es lo normal en ti. Déjame adivinar: ¿Conseguiste algún chisme especialmente jugoso? ¿O tal vez Husk finalmente dejó de gruñir por cinco minutos? ¿Eh? ¡No me digas que fue Niffty! —dijo, riendo mientras enumeraba nombres.

La carcajada de Alastor llenó la cocina mientras volteaba con destreza un panqueque perfectamente dorado, negando con la cabeza suavemente respondió:
—Ah, Charlie, mi vida privada no es de tu incumbencia. Aunque debo admitir que es fascinante lo mucho que te gusta hurgar en los asuntos de los demás. —Levantó un panqueque dorado y lo colocó en un plato.

—Tu capacidad para elaborar teorías descabelladas es admirable, querida —respondió él, riendo suavemente mientras colocaba los panqueques terminados en un plato— Pero no, me temo que esta vez no hay misterio que resolver.

Charlie chasqueó la lengua, visiblemente frustrada, pero con una chispa juguetona en sus ojos.

—¡Eso no es justo! Tú siempre andas metiéndote en los asuntos de los demás, pero cuando se trata de ti, ¡eres un libro cerrado!

Alastor se inclinó ligeramente hacia ella, con una sonrisa que rozaba lo malévolo.
—Touché, querida. Pero recuerda, siempre lo hago con clase. —Dijo mientras terminaba de organizar el desayuno— Pero los secretos son el alma del espectáculo. ¿Qué sentido tendría revelarlo todo tan fácilmente? Mantener a la audiencia intrigada, siempre queriendo más, es parte de un buen show.

Ella soltó un suspiro exagerado, aunque no podía ocultar su diversión.

—De acuerdo, lo dejaré pasar por ahora. Pero dime al menos una cosa: ¿es algo bueno lo que te tiene tan animado?

Alastor se detuvo, sus ojos se posaron en el plato frente a él por un instante antes de responder con una sonrisa más amplia que antes.

—Podría considerarse algo bueno, sí. Aunque, como todo en mi vida, tiene un toque de dramatismo.

Charlie se inclinó ligeramente hacia él, ahora genuinamente interesada.

—¿Dramatismo? Eso suena como algo digno de una historia.

Alastor soltó una risa baja, mirando por encima del hombro con un destello de diversión en los ojos.

—Todas mis historias tienen dramatismo, querida. Pero esta... esta prefiero desarrollarla con paciencia. La paciencia es una virtud, ¿no lo crees?

Ella se cruzó de brazos, claramente insatisfecha con la evasiva, pero sonriendo.

—Está bien, no insistiré... todavía. Pero me aseguraré de averiguar qué es

Alastor se inclinó ligeramente, con una sonrisa afilada que no dejaba claro si bromeaba o hablaba en serio.

—Suerte con eso, mi tenaz anfitriona.

Tras terminar de servir los platos y dejarlos bien alineados en la mesa.

— ¿Vas a quedarte a desayunar con nosotros?

Alastor negó con a cabeza mientras limpiaba meticulosamente el área de trabajo.

Ahora, si me disculpas, mi programa de radio me espera.
—Ah, no, querida. Mi programa de radio requiere mi atención. Pero les he dejado un festín digno de reyes.

Charlie suspiró, colocándose las manos en la cadera.

—¿Sabes? Deberías quedarte a comer con nosotros más a menudo. Te hace bien socializar, ¿o es que el gran demonio de a radio teme perder su aire de misterio entre tanto chismorreo matutino?

Alastor se giró hacia ella, inclinándose ligeramente con una sonrisa afilada.

—Ah, Charlie, siempre tan perspicaz. Pero temo que esta vez debo declinar tu amable invitación. Mi trabajo no espera. —Hizo una ligera reverencia y se dirigió hacia la puerta—. ¡Nos veremos luego, querida! —Y con eso, Alastor desapareció del pasillo, dejando atrás el sonido de su silbido alegre.

Charlie lo vio salir, aún con esa energía inusual que la hacía sospechar.

—Hmm... —murmuró para sí misma— Definitivamente hay algo raro aquí —murmuró para sí misma, con una chispa de determinación en la mirada—. Y no me rendiré hasta descubrirlo.

Con eso, regresó a la mesa donde otros residentes comenzaban a llegar para disfrutar el desayuno, mientras la melodía alegre que Alastor había estado tarareando aún resonaba en la cocina.

Ya arriba en el ala más alta del hotel, Alastor tomó asiento frente al micrófono con su acostumbrada gracia, colocando con meticulosidad un vinilo cuidadosamente seleccionado para el programa. Su voz resonó a través de las ondas, profunda y envolvente, como un caramelo oscuro envuelto en terciopelo.

—¡Buenos días, queridísimos oyentes! ¡Espero que todos hayan despertado con ánimos renovados, porque hoy tenemos un programa... delicioso! ¡Una receta que los hará olvidar, aunque sea por un momento, la miseria de sus eternidades!

Su risa característica, vibrante y escalofriante, llenó el aire antes de que comenzara a desgranar, con precisión casi obsesiva, los pasos para preparar un pastel de caramelo y especias. Las palabras fluían como notas musicales, cada frase impregnada de un extraño magnetismo que hacía imposible ignorarlo, incluso para los oyentes más apáticos.

Mientras narraba la receta del pastel de caramelo y especias, cada palabra se deslizaba como seda sobre las ondas. Había algo en su tono, un deleite calculado que sugería que no hablaba solo de comida, sino de algo—o alguien—que ocupaba su mente.

Cuando la receta concluyó, colocó un clásico del jazz de los años 80, una melodía suave que llenó la estación con un aire melancólico. Mientras la música envolvía el espacio, Alastor se levantó de su asiento y caminó hacia una cafetera vintage al fondo del estudio. Sirviéndose una taza de café oscuro, no tardó en notar algo peculiar: su sombra, que hasta ese momento había estado quieta y obediente como correspondía, comenzó a moverse frenéticamente.

Primero, se estiró como un gato recién despierto, luego empezó a hacer ademanes extraños, señalando hacia abajo y simulando el toque de un violín con movimientos torpes. Alastor alzó una ceja, su interés visiblemente capturado.

—¿Qué sucede ahora? —preguntó con tono casual, sin dirigirse a nadie en particular.

La sombra se detuvo un instante, como si evaluara cómo responder. Finalmente, señaló hacia abajo nuevamente, tocó un "violín" imaginario y realizó un intento desgarbado de bailar.

—¿Emily está bailando? —dijo Alastor con una mezcla de incredulidad y diversión, soltando una carcajada que resonó en el estudio como un eco burlón.

La sombra, que parecía estar cada vez más impaciente, asintió con entusiasmo, sus movimientos volviéndose más exagerados y dramáticos.

—Interesante... —murmuró Alastor, tomando un sorbo de su café mientras una sonrisa juguetona curvaba sus labios— No sabía que tenía inclinaciones musicales.

La sombra asintió con entusiasmo, sus movimientos volviéndose cada vez más expresivos. Alastor la observó con un interés creciente, como si estuviera decodificando un mensaje oculto.

—Aunque... —Hizo una pausa, su mirada vagando hacia su reflejo en la ventana frente a él— Tampoco sé qué clase de música le gusta. Quizás debería preguntarle...

Ante esto, la sombra se detuvo de golpe. Luego, como si lo desafiara, comenzó a alargarse y a cambiar de forma, adquiriendo una presencia que parecía más grande que la de su dueño. La habitación pareció oscurecerse ligeramente mientras su figura se alzaba sobre él.

—¿Te inquieta mi curiosidad? —preguntó Alastor, con una sonrisa que no ocultaba su burla. Dio un paso hacia adelante, desafiando a la que debería ser su "sombra"— Tranquilo, mi estimado acompañante. Mis intenciones son, como siempre, impecables.

La sombra se encogió un poco, como evaluando la sinceridad de sus palabras. Pero cuando Alastor añadió:

—No tengo intención de tocar a la angelita... aún, claro está.

El ser sombrío se agitó de forma amenazante, pareció agitarse más ante esas palabras. Se retorció y cambió de forma, alargándose como si quisiera alzarse por encima de él, su presencia cargada de una energía que no se podía ignorar. Si bien Alastor no mostró alarma, estaba claro que percibía algo más allá de la simple comunicación: la sombra no solo era independiente, sino que poseía una intensidad y astucia propias.

Alastor rió entre dientes, agitando una mano en un gesto despreocupado.

—Si tanto te interesa, ve a ver qué está haciendo ahora mismo.

Con esa orden, la sombra se deslizó bajo la puerta, deslizándose como un charco de tinta viva. Pero solo unos segundos después, volvió a aparecer, esta vez con movimientos deliberados y teatrales, simulando cantar y dirigir una orquesta.

—¿Cree que canta? —murmuró Alastor, divertido—. O tal vez es su forma de sugerirme algo. Qué creativo eres.

Con una reverencia exagerada, la sombra regresó a su posición habitual en el suelo, encogiéndose hasta volverse una presencia casi imperceptible. Pero Alastor sabía que no había desaparecido del todo. Estaba allí, observando, siempre alerta.

Volvió a sentarse frente al micrófono, ajustando los controles mientras tarareaba la melodía que aún resonaba en la estación. Aunque su atención parecía centrada en el programa, su mente regresaba una y otra vez a Emily.

Ella lo intrigaba, de una manera que lo desconcertaba. ¿Era un simple juego, o algo más profundo? No lo sabía del todo, pero sabía que quería explorarla.

Y tal vez su sombra había captado algo que él mismo aún no estaba listo para admitir o... Estaba intentando ignorar.

—Paciencia... —murmuró para sí mismo, dejando que su sonrisa se ensanchara mientras veía escrito en los papeles lo que les diría a sus oyentes— Después de todo, el misterio es la esencia de un buen espectáculo.

Emily giraba suavemente sobre sí misma, dejando que la música la guiara, sus pasos ligeros sincronizándose con el ritmo del jazz. Una sonrisa brillaba en su rostro mientras cerraba los ojos, permitiendo que la melodía la transportara a un lugar más alegre, lejos de las pesadillas que a menudo la acechaban (pesadillas que dejaron de ser frecuentes).

Sin embargo, la música se desvaneció y, con ello, el encanto del momento. El jazz dio paso al habitual programa de Alastor, su voz resonando con ese carisma inconfundible. Emily, todavía conmovida por la música, pensó en cambiar la estación, pero una parte de ella no quería apagarlo.

—Tal vez debería escucharlo... —murmuró, jugando con un mechón de su cabello mientras se sentaba al borde de la cama.

Las palabras de Alastor cambiaron de tono. Su voz, antes seductora y juguetona, adoptó un matiz más oscuro, describiendo con detalle las atrocidades que se encontraban tan entretenidas. Emily sintió que su estómago se revolvía.

Pero el solo sentimiento de quererlo escuchar no era lo demasiado fuerte como para tener que pasarse las asesinatos y torturas que cometía el demonio.

—No, no puedo con esto... —dijo en voz baja, su mano temblando ligeramente mientras apagaba la radio—. Ya es suficiente sufrimiento.

El silencio llenó la habitación, interrumpido solo por el eco en su mente de la melodía que había estado sonando minutos antes. Con un suspiro, Emily comenzó a tararear la melodía por sí misma, tratando de llenar el vacío.

Caminó hacia una pequeña mesilla junto a la ventana y tomó un libro: "Alicia en el País de las Maravillas". Lo sostuvo por un momento, mirando la portada con una mezcla de nostalgia y melancolía.

—Alicia... —susurró mientras abría el libro— Una niña que cae en un mundo extraño, llena de criaturas que la desafiaban y de reglas que no tienen ningún sentido.

Sus dedos acariciaron las páginas, deteniéndose en una ilustración del Conejo Blanco corriendo con su reloj de bolsillo.

—Me siento como ella —admitió en voz alta, apoyando su barbilla en una mano mientras leía— Perdida en un lugar que no entiendo, rodeada de seres que... no sé si quieren ayudarme o tal vez... devorarme.

Leyó un pasaje en el que Alicia se encuentra con el Gato de Cheshire. Sus labios se curvaron en una ligera sonrisa al recordar la famosa frase del gato:

"Estamos todos locos aquí".

Esa frase le recordaba a alguien más, a alguien en específico.

—Tal vez no estoy tan sola, después de todo. —Se abrazó las piernas, balanceándose ligeramente en su asiento— Quizás este lugar es como el País de las Maravillas. Confuso, aterrador... pero también lleno de ese toque especial que da la vida.

El sonido de sus propios pensamientos era su única compañía, así que, como solía hacer, comenzó a hablar consigo misma para mantener la cordura, claro si es que aún la tenía.

—¿Qué haría Alicia? —se preguntó, alzando la vista hacia el techo— Ella no se rendiría, ¿verdad? Seguiría adelante, incluso si todo parecía estar en su contra.

Una pausa. Luego, en un susurro apenas audible, añadió:

—¿Y si el País de las Maravillas no es el problema? ¿Y si el problema es que Alicia simplemente no pertenece allí?

El pensamiento la dejó inquieta. Cerró el libro, apretándolo contra su pecho mientras miraba hacia la puerta de la habitación, como si esperara que algo—o alguien—entrara.

—Tal vez estoy esperando demasiado —dijo con una risa nerviosa— ¿Qué importa si no pertenezco aquí? Nadie lo hace, ¿verdad? Ni siquiera él...

El nombre de Alastor no pasó por sus labios, pero estaba presente en sus pensamientos. La melancolía de la música que había elegido resonaba todavía en su cabeza, grabándole que incluso los monstruos pueden tener momentos de humanidad.

Volvió a abrir el libro y leyó un poco más, dejándose absorber por las aventuras de Alicia. Emily giraba la página de Alicia en el País de las Maravillas, perdiéndose en las palabras que relataban la caída de Alicia por la madriguera del Conejo Blanco era una de sus partes favoritas del libro... Aún no sabía cómo es que un autor tan increíble no había llegado al cielo. Pero eso no importaba... Por que ni ella misma estaba en el cielo.

Volvió su concentración a la lectura, las imágenes se formaban en su mente como si estuviera observando la escena desde el mismo borde de aquel pozo profundo e interminable. Se detuvo un momento, reflexionando sobre cómo esa caída metafórica se parecía tanto a la suya.

Había seguido las enseñanzas de su hermana, Sera, como si fuera la luz que la guiaba, con la misma confianza ciega con la que Alicia había perseguido al Conejo Blanco. En aquel entonces, Emily era la imagen de la inocencia; un serafín dedicado a esparcir felicidad y armonía en el cielo. Pero esa pureza, como una flor frágil, no había resistido el peso de las verdades que Sera no había compartido. Verdades sobre el cielo, sobre los altos mandos, sobre la humanidad que tanto veneraban desde lo alto.

—Tal vez... siempre fui como Alicia —murmuró, acariciando la esquina de una página mientras su mirada se perdía en la ilustración de la niña cayendo por el túnel— Curiosa, inocente... demasiado confiada en un mundo que creí entender.

Recordó su propia caída, no tan literal como la de Alicia, pero igualmente devastadora. Había sentido que el cielo se desmoronaba bajo sus pies, que las promesas de pureza y justicia no eran más que una farsa, pero lo eran, eran mentiras.

Y así, su destino había cambiado. Fue arrojada, no al País de las Maravillas, sino al abismo del Infierno, un lugar que ahora parecía tan similar al mundo extraño que Alicia exploraba.

Volvió a la página donde el Gato de Cheshire hacia acto de presencia

Pasó a un capítulo donde Alicia se encontraba con el Gato de Cheshire. Sus ojos se detuvieron en las palabras del gato: "Estamos todos locos aquí". Esa frase le arrancó una sonrisa amarga.

—Supongo que es cierto... —musitó, apoyando la barbilla en una mano mientras reflexionaba— Aquí, en este lugar, todos parecen estar atrapados en su propia locura. Incluso yo... quizás más de lo que quiero admitir.

El Gato, con su enigmática sonrisa y sus respuestas ambiguas, le recordaba a alguien. La manera en que aparecía y desaparecía, dejando a Alicia más confundida que antes... ¿no era así Alastor? Él también tenía esa habilidad de dejarla con más preguntas que respuestas, siempre un paso adelante, siempre envuelto en un aura de misterio y diversión retorcida.

—Alastor... —su voz apenas fue un susurro, pero el nombre resonó en su mente con una intensidad inquietante— Él podría ser mi Cheshire, ¿no? Siempre sonriendo, siempre jugando... siempre desafiándome... O bueno lo moral

Pasó al siguiente capítulo, donde Alicia se encontraba con el Sombrerero Loco y la Liebre de Marzo en una inusual fiesta del té. A pesar de su excentricidad, el Sombrerero se convertía en un aliado peculiar, un amigo inesperado. Emily no pudo evitar pensar nuevamente en Alastor. Él también era extraño, peligroso ya veces incomprensible, pero había algo en él que hacía que su presencia fuera... tolerable. Más que eso, tal vez incluso reconfortante.

—Y si Alicia... no quisiera volver a su mundo —dijo en voz baja, mordiéndose ligeramente el labio mientras sus pensamientos se regresaban más profundos— Si ella encontrara que el País de las Maravillas, con toda su locura, es más sincero que el lugar del que vino.

El pensamiento la dejó inquieta. Cerró el libro, abrazándolo contra su pecho mientras miraba hacia la ventana.

—Quizá eso es lo que me pasa a mí... —continuó, dejando que sus pensamientos fluyeran en voz alta, un hábito que había desarrollado en su soledad—. Tal vez no quiero regresar al cielo, a ese lugar donde todo es perfecto en apariencia, pero tan vacío por dentro.

Suspiré, apoyando la frente contra el borde del libro.

—Aquí... las cosas son difíciles, pero al menos son reales. Aquí, incluso en medio del caos que se supone que es el inferno, puedo sentir algo...

Se permitió una pequeña sonrisa, recordando cómo la música del jazz había iluminado brevemente su día. Quizás no todo en el Infierno era sufrimiento. Quizás, como Alicia, podía encontrar algo que valiera la pena en este extraño mundo, especialmente si tenía a alguien que la acompañara, por más peculiar que fuera ese alguien.

Determinada a seguir leyendo. La historia de Alicia la hacía reflexionar, pero también le daba esperanza. Si Alicia podía enfrentarse a su mundo de maravillas y locura, ella quizás también podía encontrar su camino en este caliente infierno.

—Al menos... puedo intentarlo —dijo para sí misma, su voz firme aunque aún susurrante— Aunque sea por mí misma.

Y como ella lo supuso, Alastor no se apareció en todo el día...

Las horas sin ver a aquella serafín para su alma parecieron hacerse eternas, cuando entro a la habitación estaba en completo silencio cuando Alastor cruzó el umbral, dejando que la penumbra del lugar le envolviera.

La tenue luz de la luna se filtraba por una pequeña abertura en la ventana entreabierta, dibujando sombras alargadas sobre el rostro dormido de Emily. Ella yacía sobre la cama, tranquila, su respiración marcando un ritmo pausado.

Alastor se detuvo en el marco de la puerta por un momento, observándola en silencio. Había algo en esa calma que lo inquietaba. No era una emoción a la que estuviera acostumbrado, mucho menos en alguien como él, un demonio que se regodeaba en el dolor y sufrimiento de los demás. Pero Emily... Ella era diferente.

Sin hacer ruido, se acercó a la cama. Su andar era silencioso, como si incluso el suelo evitara traicionarlo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, se agachó un poco, dejando que sus ojos escanearan el rostro de la serafín. La luz plateada de la luna acentuaba sus rasgos, y él no pudo evitar detenerse en cada detalle.

—Tan frágil —murmuró para sí mismo, sus ojos recorriendo las líneas suaves de su rostro.

Sus dedos, largos y delgados, se extendieron con cautela, casi temiendo tocarla. Pero no se contuvo. Con una lentitud inusual para él, dejó que sus yemas rozaran el cabello blanco de Emily. Era suave, como si su textura fuera un recordatorio de todo lo que alguna vez había sido puro.

Deslizó su mano hacia su mejilla, donde las pecas blancas parecían brillar con la misma intensidad que las estrellas en un cielo oscuro. Contó tres en esa mejilla, luego otras tres en la otra, y finalmente las que adornaban el puente de su nariz. Era como si estuviera memorizando un mapa de su rostro, uno que solo él tendría el privilegio de conocer en esa proximidad.

—Es curioso —dijo en un susurro, inclinándose un poco más hacia ella— ¿Cómo puede alguien que proviene del cielo ser tan imperfectamente perfecto?

Emily se movió ligeramente en su sueño, pero no se despertó. Sus labios se curvaron en una sonrisa apenas perceptible, como si estuviera soñando con algo agradable. Alastor no pudo evitar pensar en lo que la sombra le había contado antes. Aquella sonrisa, esa expresión radiante que ni siquiera su sombra había podido describir adecuadamente, parecía haber sido destinada a alguien como él, aunque supiera que no era digno de ella.

—Puede mi infierno ser mucho más fiel que tu cielo, y mis demonios mucho más tiernos que tus ángeles —susurró, sus palabras deslizándose entre el aire como un secreto que nadie más debía escuchar.

Por un momento, se quedó ahí, contemplándola. Sentía algo que no lograba identificar, una mezcla de ¿fascinación?, ¿desconcierto? Tal vez lo sabía, que era algo que se negaba a nombrar.

La sombra de Alastor, que permanecía en silencio en una esquina de la habitación, lo observaba con atención. Sus movimientos, sus expresiones, incluso la forma en que sus dedos acariciaban el rostro de Emily... todo era diferente de lo que estaba acostumbrado a ver por parte de Alastor.

Alastor se inclinó un poco más. Su rostro estaba tan cerca de Emily que podía sentir la calidez de su respiración. Sus ojos, usualmente llenos de burla y malicia, se suavizaron mientras la miraba dormir. Entonces, en un acto que ni él mismo comprendió, dejó un beso en su frente.

El gesto fue breve, casi como si temiera que alguien pudiera verlo, pero estuvo cargado de una ternura que lo desconcertó incluso a él. Alastor se incorporó rápidamente, pasando una mano por su cabello mientras intentaba recomponerse.

—Esto es ridículo —murmuró, aunque su voz carecía de la convicción habitual.

La sombra lo miraba fijamente, como si estuviera esperando una explicación. Alastor le devolvió la mirada, alzando una ceja.

—¿Qué? ¿Te sorprende? —preguntó con una sonrisa que intentaba recuperar su tono burlón, pero que no alcanzó la fuerza habitual.

La sombra no respondió, como era costumbre, pero su postura hablaba por sí sola. Alastor suspiró, llevándose las manos a los bolsillos mientras le dirigía una última mirada a Emily.

—Tal vez solo estoy aburrido, ¿eh? —continuó, como si intentara justificar su acción, aunque sabía que no había nadie a quien convencer— O tal vez...

Dejó la frase inconclusa, incapaz de encontrar las palabras adecuadas. Alastor no estaba acostumbrado a cuestionarse, y mucho menos a dudar de sí mismo. Pero en ese momento, frente a Emily, todo parecía diferente.

Se inclinó una vez más, acomodando la manta sobre ella para asegurarse de que no tuviera frío. Sus dedos rozaron nuevamente su cabello antes de apartarse. La sombra seguía allí, inmóvil, observando cada movimiento.

—No te emociones demasiado —dijo Alastor, dirigiéndose tanto a la sombra como a sí mismo— Esto no cambia nada.

Sin embargo, mientras se dirigía hacia la puerta, no pudo evitar detenerse un momento más. Sus ojos se posaron en Emily por última vez antes de salir, cerrando la puerta con un movimiento suave.

La sombra se quedó sola en la habitación, mirando el lugar donde su dueño había estado. Aunque no podía hablar, sus pensamientos eran claros: algo había cambiado, aunque Alastor se negara a admitirlo. Y todo había comenzado con esa sonrisa, la más hermosa de todas, que Emily había regalado sin saberlo.

Pero Alastor desde afuera, apoyado en la puerta solamente dijo.

—Igual la devoraré

Dijo cerrando los ojos, volviendo a la estación de radio, no era buena idea dormir esa noche en su propia habitación.

Lo iba a publicar hace como... 10 horas, peeeeero, quería hacerlo más largo :3

Merece algún comentario? Pasaba a avisar que el próximo capítulo tendra dibujito y tal vez el siguiente a ese tenga como 3 dibujos jsjs 

-VIL--  MUCHAS GRACIAS POR COMENTAR! :'D

Uno de tus comentarios lo usare para un par de capítulos, así que gracias ;3


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