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7.

❝ mitómana caprichosa ❞


Podría decir que la experiencia de hablar con Arim fue desagradable, que no conectamos, que no hablamos en absoluto por la incomodidad, que ella es una grosera.

Pero estaría mintiendo descaradamente.

La chica tenía facilidad para hablar, para sacar temas de la nada y mantenerlos vivos. El té de tila, al parecer, hizo su trabajo, porque comenzó a soltarse más, dejando de lado esa actitud altanera que siempre llevaba como un escudo. Me sorprendió lo rápido que fluía la conversación entre nosotros.

Desde cómo amaba a las aves, hasta que se había tatuado algunas en su espalda.

—Siempre me han fascinado —dijo, mientras daba vueltas al borde de la taza con sus dedos—. Porque las aves son libres, y eso es algo que yo también quiero experimentar.

Sus palabras se quedaron grabadas en mi mente. Había algo en su voz, una mezcla de anhelo y resignación que no pude ignorar. No quise presionarla, ni preguntar más de lo que ella misma estaba dispuesta a compartir, pero esa pequeña revelación fue suficiente para que entendiera que Park Arim era mucho más de lo que mostraba a simple vista.

Quizás, era una caja de sorpresas.

Pero de lo que sí estaba seguro, es que su actitud distante y altanera no era más que una coraza. Una manera de protegerse de cualquier cosa o persona que pudiera hacerle daño. Y, aunque no lo dijera en voz alta, algo en mí entendía que esa barrera no era tan impenetrable como ella quería aparentar.

Por primera vez, verla desde esa perspectiva me hizo comprenderla solo un poco más. Y, para mi sorpresa, no me molestó. Al contrario, me dejó con ganas de saber más.

—¿Quieres ser libre?

—Ya sabes, hacer lo que se plazca, poder hacer lo que yo quiera hacer, no por obligaciones...

Vaya. Dio en el clavo.

Porque exactamente así me sentía también. Yo no era libre, estaba condenado a una vida de mierda y no podía detenerme. No podía bajar los brazos.

—Es una mierda, ¿verdad? — suspiré de manera pesada.

—¿Qué?

—No poder hacer lo que quieras. — respondí, escogiendo los hombros con resignación.

—Por lo menos trabajas y puedes tener tu dinero. Yo quedé sin nada y aún así tengo que fingir en 7la universidad más prestigiosa que aún soy hija de personas con influencias — arrugó su nariz, para terminar soltando una risa — que divertido, ¿no? Fingir para que tus padres no queden en ridículo.

—Eso suena... agotador —dije, aunque la palabra no le hacía justicia a lo que describía.

Fingir para mantener una imagen no debía ser solo agotador, debía ser sofocante. Una prisión diferente, pero igual de asfixiante que la mía.

—Lo es. Aunque supongo que tú lo entiendes a tu manera, ¿no? —sus ojos buscaron los míos, y sentí que me leía como si supiera más de lo que dejaba entrever.

Asentí con una pequeña sonrisa amarga.

—Sí, lo entiendo. Pero en mi caso, no hay pretensiones que mantener, solo responsabilidades. Y muchas.

—Eso también suena agotador.

—Lo es. —Levanté la taza, como si brindara, antes de tomar un sorbo del té que aún quedaba. Ella hizo lo mismo, imitando mi gesto con una media sonrisa.

Un silencio cómodo se instaló entre nosotros, algo que no hubiera imaginado posible semanas atrás. Ella miraba la taza, perdida en sus pensamientos, mientras yo la observaba de reojo.

—¿Y qué harías si fueras libre? —pregunté de repente, rompiendo el silencio.

Ella levantó la vista, un poco sorprendida por la pregunta. Pero se tomó su tiempo para responder.

—Viviría en un lugar pequeño, pero bonito. Algo mío, sin pretensiones. Quizás lejos de aquí, tal vez en el extranjero. Quiero trabajar en algo que realmente me guste, aunque no me haga rica. Solo… vivir a mi manera. —Su mirada se iluminó un poco al hablar, como si pudiera ver ese futuro ideal frente a ella. Luego suspiró, volviendo a la realidad—. Pero bueno, soñar no cuesta nada, ¿verdad?

—No, no cuesta nada. Y a veces es lo único que nos queda.

Ella asintió lentamente y volvió a sonreír, esta vez de una forma que me pareció más genuina, menos cargada de sarcasmo.

No dije nada más, pero me quedé pensando en sus palabras. Arim soñaba con libertad, al igual que yo, y aunque nuestras circunstancias eran diferentes, había algo en común en ese anhelo. Tal vez, y solo tal vez, no éramos tan distintos como había creído.

—Tus padres, son... algo... — comencé a decir de manera torpe.

—¿Estúpidos? Oh, sí, créeme que lo sé a la perfección.

—Iba a decir peculiares — jugué con mis dedos sin mirarla —. Nunca me ha gustado la gente que mira en menos, ¿sabes? A todos aquí nos ha costado ganarnos la vida y hacemos lo que podemos, con los recursos que tenemos y a pesar de toda la mierda, somos felices. ¿Ellos pueden decir lo mismo?

—Absolutamente no — tomó la taza para beber el último sorbo que le quedaba. — aprovecharé la oportunidad para hacer una tregua. No soy mala persona, solo que había salido de mi zona de confort y eso me hizo estar en alerta. Tu casa es...

—No es necesario que mientas — la interrumpí en seco, sonriendo —. Sé que mi casa no es la mas linda.

—Iba a decir humilde — miró a su alrededor y luego a mí, para reír —. No, puede que no sea la mejor casa. Pero es un hogar, ¿no?

—A pesar de todos los problemas, si, es un hogar.

—Es lo único que debe importar. — se levantó y fue a dejar la taza a la cocina.

—¿Qué haces? —pregunté al verla tomar la esponja con intención de lavar la taza.

—Lavar esto, así después no te quejas de que soy una inútil o algo parecido —respondió con un tono ligeramente burlón, mientras abría la llave del agua.

—No iba a decir eso —negué, acercándome para quitársela de las manos.

—Permíteme dudar.

Ahogué una risa y tomé la taza antes de que empezara a lavar.

—No es necesario, de verdad. Ve a descansar, luces... terrible.

—Gracias, lo que más espera escuchar una chica: que luce terrible —replicó con sarcasmo, aunque sin rastro de malicia.

—La sinceridad ante todo —repliqué con una sonrisa, y esta vez ella también sonrió, pero con más suavidad.

Arim empezó a caminar hacia la puerta, pero antes de salir, giró para mirarme.

—Gracias —dijo, con un tono que parecía más personal, más sincero—. El té y la conversación me ayudaron bastante. Es mejor tener a alguien con quien desahogarse que seguir acumulando cosas, ¿no? Total, ya andabas de chismoso y ya sabias cosas de mí.

Ahí estaba, su tono burlesco. La Arim que ya estaba acostumbrado.

—Mentir es malo, ¿no te lo han dicho? — me refería a como intentaba hacer parecer que nada malo sucedía en su vida. Y ella lo comprendió de inmediato.

—A veces, es necesario — se encogió de hombros —. Buenas noches, alien entrometido.

—Buenas noches, mitómana caprichosa.

Levantó su mano en un gesto de despedida y finalmente salió de la casa. Me quedé mirando la puerta cerrada, procesando lo que acababa de pasar. Era como si una capa de Arim se hubiera desmoronado frente a mí, dejando entrever algo más genuino, más humano.

Quizás, después de todo, no era la chica insoportable que había creído.


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