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***

—Woozi. —le dijo Jimin.

—Papá ya no soy aquel niño al cual le decías que tus golpes eran porque te caías. —mencionó Woozi.

Jimin sintió un nudo en la garganta. Las palabras de Woozi eran como cuchillas, desgarrando las capas de mentiras y excusas que había tejido a lo largo de los años.

—Yo… —Jimin intentó hablar, pero su voz se quebró.

Miró a su hijo, a sus ojos tan llenos de dolor y verdad, y supo que ya no había forma de escapar. 

—¿Cuánto tiempo más vas a esconderte? —preguntó Woozi, su tono era duro, pero en el fondo se podía sentir la desesperación. —Yoongi no es el problema, ¿Verdad? Tú lo eres. 

Jimin retrocedió un paso, como si las palabras de Woozi lo hubieran golpeado físicamente. Negó con la cabeza, sus labios temblando mientras intentaba defenderse.

—No lo entiendes, Woozi. —se revolvió el cabello. —Yoongi… él no es lo que tú piensas. 

—¿Y tú sí? —interrumpió Woozi, alzando la voz. —Siempre he intentado comprenderte, papá, siempre he tratado de justificar por qué te callabas, por qué nunca decías la verdad, pero ya no puedo seguir haciéndolo. 

Jimin dejó caer la cabeza, su mirada fija en el suelo. Sabía que Woozi tenía razón. Había permitido que el miedo y la culpa lo consumieran, lo moldearán en alguien irreconocible incluso para sí mismo. 

—Tienes razón. —murmuró finalmente, su voz apenas audible. —He fallado, Woozi, te he fallado a ti, y a mí mismo. 

Woozi observó a su padre, esperando algo más, un indicio de que esas palabras significaban algo, de que no eran solo otra disculpa vacía. 

—Si de verdad quieres arreglar esto. —dijo finalmente. —Empieza siendo honesto conmigo, contigo mismo. 

Jimin alzó la mirada, sus ojos llenos de lágrimas. Sabía que Woozi merecía la verdad, pero temía que, al revelarla, perdería lo único que le quedaba: el amor de su hijo. Sin embargo, ya no podía permitirse callar. No si quería salvar lo que quedaba de su familia. 

—Está bien. —susurró, tomando aire profundamente. —Te lo diré todo.

Woozi asintió y sacó a su padre del baño y lo llevó a la habitación.

—¿Qué ocurre? —le pregunto.

—Voy a tener otro bebé. —contestó mientras se ponía a llorar.

El silencio que siguió fue como un golpe seco, cargado de incredulidad y tensión. Woozi lo miró, sus ojos abiertos de par en par, como si intentara procesar las palabras que acababa de escuchar. 

—¿Otro… bebé? —repitió, su voz baja, casi un susurro. 

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