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Contracorrientes

Por las vías ferroviarias pasaba sin cesar dejando atrás mi amada tierra correntina, de la cual me alejaba por un buen avenir. Las bolsas de harina tapaban mi existencia cada vez que venían a contar la mercadería, aunque un padrino mío se encargó de que un trabajador se ocupara de que aquello no pasara muy seguido.

Entraba a territorio de puertobueno para cuando mis masitas se acabaron y mi cuerpo chocó con el suelo dejándome la vista de un largo pasar del ferrocarril. Sacudí mis trapos antes de encaminarme por las calles de tierra a preguntar por trabajo.

- ¿Nombre? -

- Rafael Alfredo Ibáñez. -

- ¿Qué con ese tono? -

- Vengo del corriente, señor. -

Así me fui presentando en uno, dos, tres y más puestos. Todos ocupados por quienes se resisten al milico. Encontré refugio con una doña cocinera que hacía de madre putativa debido a sus años, a cambio me pidió que como buen hijo de gaucho le arreglara las edificaciones de la casa dónde muchos vivían.

Le hice más cuartos bastante estables he de decir, repare su baño y con maderas de sobra le hice una sencilla mesa de vela a mamá Sandra, comíamos bien, pues sus comidas no dejaban nada que desear, hacíamos juntas de ganancias para hacer meriendas a los niños en un pequeño comedor que terminé de construir para la doña, también araba las tierras de las vecinas por trapos nuevos cocidos con lana santa para mí y para ellos, de paso varias me bendijeron para cuidarme del diablo y las brujas, cuando les conté que nadie me bautizó aparte de mamá Rosa, que en paz descanse, se alteraron y temieron por mi rumbo.

Un día por caída de sol, recogí las papas para el guiso de la madrina cuando de repente escuché golpes fuertes y presentaciones imponentes y sofisticadas en la puerta, los hombres comenzaron a registrar la casa esperando encontrar a alguien sin libreta de conchabo.
Toda persona con trabajo se encontraban en la sala bajo el mando de Mamá Sandra, los que no teníamos tal cosa estábamos en la huerta siendo ayudados por los militares obligados, y el vecino de atrás Don Alfredo, quienes nos ponían su rodilla para escondernos en el piso externo.

Una vez los cuatro acostados en el techo, pegados como familia de fábrica, la incertidumbre no nos dejaba respirar por el miedo de hacer ruido y ser descubiertos.
Pero sí, nos quisieron encontrar, los demás eran gente joven o ya sabia, qué vergüenza sería si yo, un buen nacido de fecha, dejara que alguno de ellos tome el puesto que forzosamente nos imponen.
No están para eso.

Salté del techo antes de que los garrotes subieran, corrí para alejarlos como si fueran perros y yo el hueso que se lanza. Eran varios, por lo que efectivamente me atraparon, pero yo era rápido por lo cual, la casa y las personas que estaban con mamá Sandra, ya se encontraban muy lejos.

Y ahí andaba yo, de gaucho mal honrado, ayudando a los "candidatos" a escapar cuando los demás no miraban. Visité algunas veces más a mamá Sandra y a las vecinas para que entre toda su sabiduría me consiguieran buen augurio. Un día de tal, en el que me olvidé de colocar mi madera sagrada, entró la llegada de un barco con armas y un ferrocarril que las repartió por el terreno.

- ¿Nombre? -

- Rafael Alfredo Ibáñez. -

- En posición..., ¡Siguiente! -

La guerra.

No tenía idea del porqué, solo sabía que íbamos a pasarla mal ante un ejército portado como lo era el de Paraguay. En el vagón decían "Tenemos las bombas, cabo, que los soldados no teman". Nuestro al mando se reía de los soldados y sus cuerpos temblantes, yo solo recordaba mi madera santa en la mesa de la madrina y doña Felicitas cuando estas tomaban el mate y yo reparaba el baño.

Y pensar que buscando unión y prosperidad formamos la guerra, que chiste me da, Señor mío, que mal chiste se me hace. Pues no hay quién no haya oído al mayor diciendo "Los ingleses nos dieron las armas, y digo gracias por eso, pero nuestro deber es devolverlas manchadas de sangre paraguaya y ninguna nuestra", Solano López no sabía dar discursos emotivos.

Pobre de mi suerte que ahora no está en manos de Dios, sino en la de estos buitres y el diablo que me acecha por insulso no bien bautizado. Los disparos eran fuertes, aunque las incontables maniobras para disparar me cansaron el brazo, Solano gritaba sin cesar mientras varios hacían tirada de bombas.

Los hombres gritaban, perdían parte de sus cuerpos si es que tenían suerte, pues lo peor era morir y que sus mujeres tuvieran que tomar el mando dejando a la deriva a muchos hijos.

No fue hasta que se equivocaron de bando que un cuerpo conocido me tiró al suelo salvándome de una bomba. Al verle me sorprendí y al verlos a ellos me sorprendí aún más, varios fingieron tomarme de rehén a mi y a uno de los primeros gauchos obligados que se ganó un mínimo respeto al mantener las apariencias que los líderes querían.

La guerra cesó dos días, en espera de ver que pasaría con los "rehenes". Quién les avisara que en posición enemiga yo me abrazaba con hermanos del pueblo correntino, saber que peleaban en contra del mal manejo me llenó de orgullo por mi tierra, los paraguayos me recibieron y bien alimentaron, pues al ser en su mayoría mujeres, qué se podría esperar de su mano en cucharón milagrosa.

El gaucho ido junto a mí comenzó a relatar estrategias y posiciones que un soldado cercano al cabo de Solano le había informado. Yo solo le mostré nuestro empleo de armada, las órdenes más comunes de guerra y puntos por dónde un buen correntino en los peores momentos sabe escapar cuál chorro de pueblo. Al día siguiente emboscaron el puesto "arginto", o como sea que se llamase, y mataron a diez de sus soldados originales, los gauchos renegados se arrancaban una manga antes de que los atacaran, así los paraguayos y correntinos los identificaban como de su "bando".

Lamentablemente no duró mucho, porque no fue sino hasta que llegaron a sacarles la vida a mi conocidos de pueblo que se dieron cuenta de mi traición, y es que euise acabar con ellos, por mi hermano y mí gente, llegando a matar a unos cuantos soldados originales, pero a fin de cuentas el cabo lo informó inmediatamente al Solano ese que rápidamente tomó cartas en el asunto.

Pocos segundos bastaron para ver la batalla fingida que sucedía antes sus ojos, y unos pocos más para darse cuenta de las mangas rasgadas de aquellos que fueron sometidos. Acabaron con todo.
Las mujeres se fueron escondiendo mediante los contables hombres luchaban para que no las encontrasen, el capitán azotaba a todo aquello que por su mirada pasaba, desde el enemigo más corajudo hasta los gauchos renegados que trataban de salirse con la suya.

Para cuando la mañana tocó el suelo y calentó la sangre seca, la hora de partir se anunció para el día siguiente mientras unos soldados iban a buscar posibles víctimas escondidas, aunque dudo que estén vivas a esta altura. Muchos edificios estaban destruidos o achacados y en uno de ellos, donde solo quedaban cuatros paredes que llegaban a la rodilla, fue que plantaron el lecho de muerte de aquel gaucho traidor que había ganado un poco de respeto europeo.
Con una espada en alto y su cabeza agachada, la sangre de lo que él fue se derramó en "la tierra por la que decidió luchar" según el cabo.

Montados al viaje recordé el hecho de que pasariamos por mi tierra y no evité llorar.

- Lo siento vieja, -reproché- no pude honrar la tierra mía. -

Al entrar en Argentina, según dijo el cabo, escuché discutir a los soldados con el señor Solano, quise acercarme, pero nadie me dejó, tampoco pude recibir algún apoyo para hacerlo, pues estos se encontraban desinfectando sus heridas de látigo..., el intento fallido de montanera les costó a todos un poco de cuerpo y alma.
Sequé mis lágrimas antes de que me vieran, no quería que me mataran por maricón y traicionero, solo me senté en el borde de un vagón con los pies colgando fuera del ferrocarril y miré el paisaje pasar armonioso, la brisa que entraba me era reconfortante para mi corazón y sin duda no había hombre más ansioso como yo que esperaba pasar por mis suelos tan conocidos.

Recordé a mamá Sandra, que ojalá tenga mi madera santa en mano, a mi vieja tan querida y a cada vecina que se encargó de que mi madrina tenga buen pan en mesa para alimentar todas las bocas que bajo sus alas vivían, y que todos estuviéramos bien vestidos y hechos unos buenos mozos.

Entrábamos a mi amada correntina, veía puestos dónde yo antes mendigaba pan y creí ver a lo lejos a don Franco entrando a su casa con una carretilla en las manos, ojalá le siga yendo bien en su carnicería. Pasamos por los pastizales donde creció mi ser aventurero, allí mi padre nos llevaba a los niños y a mí de campamento, nos enseñaba a cazar, prender fuego y a hacer una parrilla en plena tierra, y como olvidar la mansa voz que tenía al tocar su guitarra vieja, pero reluciente.

Oh, ojalá que todos estén bien y en algún momento recen por mí como yo ahora rezo por ellos... quise rezar por mí, pues quién me encamina a Dios no es este mismo sino las personas mas ancianas y sabias de los lugares en los que he vivido, pero no fue hasta que solo saludé a mi señor cuando pronunciaron mi nombre. Me dirigí hacia el capitán mientras cada soldado amigo tocaba mi hombro en una escalofriante señal...

Lucharon para que al menos yo muera en mi plena tierra.

Llevaron mi cuerpo condenado a la cabeza del ferro, salimos de esta mientras el viento chocaba directamente en mi rostro, oh Dios santo, ¿Qué será de mí luego de que treinta y cinco vagones me pasen por encima? ¿Tanto la vida ha de odiarme?

Ojalá mamá Sandra tenga mi madera sagrada en mano y pida que mi alma no vaya al infierno, ojalá mi madre se entere de que su hijo eligió luchar con su pueblo y aliados y no por un pedazo grande de terreno hambriento de sangre y poder.

Ojalá perder la conciencia para acabar con el dolor de mis huesos rotos.

Ojalá algún día la Argentina que tanto me lastima llegue a declararse como noble en honor al pueblo.

Ojalá... ojalá que...

duele, duele mucho.

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