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Capítulo VI

Con ese beso marqué el inicio de algo hermoso; permití que mi corazón guiara mis pasos, lo cual durante mucho tiempo había evitado con ahínco. Pero ahí, bajo aquellos árboles, bajo aquella luna y entre sus fuertes brazos me ayudaron a disipar todo temor, inseguridad. Y fue ahí, justo con ese beso que mi alma comenzó a cantar de felicidad. Daniel tenía una facilidad de hacerme olvidar todo: la hora, mi nombre y que mi estancia ahí era por tiempo corto.

Los siguientes días fueron hermosos y mágicos, lo recuerdo muy bien. Nuestros días eran diferentes cada uno, viviendo experiencias únicas e inigualables. Pues pasábamos la mayoría del tiempo junto a ellos. Nos llevaron a conocer arroyos y al otro día íbamos a florestas. Por las tardes hacíamos picnics, o simplemente jugábamos algún juego de mesa. Por las noches íbamos a carnavales y fiestas, o a caminar bajo la luz de luna y las estrellas. Con él presencié cosas hermosas: milagros de la vida, como el nacimiento de un   ternero. A huir de alguna gallina molesta por quitarle los huevos, alimentar y cuidar de los caballos. Así como a cortar café, pese a las quejas de mi mejor amiga. Nunca iba a olvidar aquellos días, porque así como los viví con intensidad, me enamoré con profundidad, abandono y con la misma fugacidad con la cual el tiempo corrió, sin compasión.

Llevaba ya doce días en aquel lugar, dentro de tres tendría que marcharme y la simple idea implantaba un enorme nudo en mi garganta. Detestaba pensar en que pasaría mucho tiempo para poder volverlo a ver, para poder sentir su piel contra la mía, el calor que proyectaba, sus labios y sentir como mi corazón pasaba todo el día con los latidos disparados. Esa era la dura realidad a la cual en poco menos de sesenta y dos horas iba a sufrir.  

— ¿En qué piensas, dulzura? —Amaba que me dijera de aquella forma. Lograba que mi piel se erizara y mi corazón pegara brincos dentro de mi pecho. Suspiré y volví a verlo, estábamos sentados sobre unas rocas, cerca de un cañaveral. Él me tenía entre sus piernas y me abrazaba con fuerza, como si temiera me fuera en cualquier momento. Lo cual pronto pasaría. ¡Dios!

—En ti… en nosotros —confesé, sabiendo que mis mejillas ya estaban rojas. Sonrió con ternura y besó mi frente con premura. Regresé mi atención al magnífico espectáculo de la naturaleza que se estaba dando. El sol poco a poco estaba ocultándose, y los últimos rayos de luz pronto iban a ser capturados y reemplazados por destellos plateados.

—Siempre que veas a la luna recuérdame… porque yo al hacerlo estaré pensando en ti, en todo lo hermoso que me has hecho vivir… —susurró sobre mi oído. Mandando escalofríos por todo mi cuerpo. Asentí con la cabeza, pues nuevamente sentía mi garganta sellada. Acunó mi barbilla, girándola para enfrentarlo. Sus ojos enviaban infinidad de mensajes que mi cuerpo lograba descifrar pues pronto los míos se empañaron y lágrimas gruesas comenzaron a deslizarse por mis mejillas. Pasó sus pulgares por mi piel, su tacto quemaba y encandilaba mis sentidos—… no llores, nos veremos de nuevo, ¿cierto? —Sonreí a apenas y volví a asentir. ¡Claro que regresaría! Con Mar ya habíamos hecho planes para hacerlo pronto. Besó mis labios, acariciando primero uno y luego el otro. Me encantaba la sutileza y delicadeza que empleaba al tratarse de mí; me tocaba como si fuera vidrio y temiera romperme. Y aunque su tacto, su piel era dura gracias a tanto trabajo, eran la combinación perfecta. Al menos para mí lo era.

Al día siguiente Daniel descansaba por lo que estuvimos juntos todo el día. Mi amiga no estaba tan diferente que yo, ambas nos mirábamos tristes pero nos alentábamos haciendo planes de un retorno cercano. Pero yo no imaginaba ya mis días sin él, sin su sonrisa, caricias y besos. Esa mañana me llevó a conocer su casa, su familia era muy agradable, humilde y bondadosa. Conversamos y reímos mucho. Muchos podrían preguntar, ¿qué tendría en común una chica de ciudad y una familia que vive en el campo? Pues mucho, podíamos hablar de situaciones de la vida que eran más importantes qué saber cuánto dinero o bienes tienes, y eso me alegraba. Pues tenía miedo que nuestras diferencias no pudieran ser contrarrestadas, pero el amor tiene un poder increíble para unir mundos distintos, mundos que nunca alguien pudiera imaginar que iban a coincidir. Almorzamos una deliciosa sopa, con pollo asado, arroz y verduras. ¡Delicioso! Por la tarde Daniel me llevó a su lugar favorito, y la idea me hizo quererlo aún más. No nos lo habíamos dicho pero nos lo hacíamos saber con nuestras acciones, miradas y detalles. Aunque estaba segura que el día en que lo escuchara de su boca hiperventilaría.  

  Era la cima de una cascada, el agua caía con fuerza creando murmullos y tonadas junto a la naturaleza. El rio tenía un color plateado, y la luz del sol que pegaba iluminaba aún más, y este se dividía y la otra parte iba a dar a un arroyo. Nos tomamos de la mano y saltando de piedra en piedra llegamos al otro lado donde había una pequeña pedrera llena de flores y mariposas revoloteando sobre ellas. Daniel llevaba consigo una cesta que llenamos de fruta y bocadillos y traíamos una manta para reposar sobre ella. Nos sentamos bajo el inicio de un árbol, su sombra nos acogió y su ancho tronco nos propiciaba el escondite perfecto. Ahora entendía porque le encantaba ese sitio, tenía magia propia. Nos sentamos y comenzamos a conversar, a recordar todo lo que habíamos vivido los últimos días. Y ahí, en aquel lugar me confesó algo que cambiaría nuestro futuro de una forma increíble:

—Sabes… estaba hablando con el señor José, él siempre ha querido que yo estudie. Esta dispuesto a darme el apoyo que necesito… —Sonreí, se miraba ilusionado—… a mí me encanta trabajar en el campo, la tierra y los animales. Entonces, buscando opciones encontramos una escuela de agricultura y ganadería. Ahí me enseñarían más cosas, no sé… me gustaría intentarlo.

—Hazlo… —dije—… no desaproveches esta oportunidad. Yo… te esperaré. —Asintió con su cabeza, más decidido que nunca. Estudiaría por tres años, y luego regresaría para trabajar en la hacienda y encargarse del proceso de cultivo y producción que ahí se daban. Aunque me daba un poco de miedo, conocería otros sitios, a más personas y quizá podría enamorarse. Pero en ese momento no deseaba martirizarme con nada. Confiaba en él. Daniel tomó mi mano, llamando mi atención.

—Sabes… recuerdo la noche que las llevamos al carnaval… —Sonrió de lado, una muy sensual. Humedecí mis labios un poco nerviosa—… ibas vestida con esa blusa que se ajustaba y ese short que me dejo ver tus hermosas piernas —comentó. Rodé los ojos, no se cansaba de alagarme y decirme lo hermosa que era para él. Me encantas demasiado, Sughey . Era lo que solía decir.

—Estás loco… —dije, agachando la cabeza, tratando de esconderme de su penetrante mirada. Lo escuché suspirar. Volví a verlo, sus ojos se conectaron con los míos, ambos sabíamos que esa era nuestra despedida, a ambos nos dolía pensar que pronto nos separaríamos.

—Te quiero… —Su voz salió como un susurro del viento, casi inaudible, pero mi corazón brincó al escucharlo. Elevé las comisuras de mis labios en una sonrisa—… tenía que decírtelo, sino si me volvería loco —bromeó. Asentí con la cabeza, quería decirle que yo también lo quería, que lo doraba, pero las palabras se atoraban en mi garganta, impidiéndome el decirlas. Era frustrante. Lo notó—, no tienes que decirlo, sé que me quieres. Y que te vayas, el que yo estudie no cambiara lo que siento, ¿de acuerdo? —dijo, tratando de calmarme. Enlazamos nuestras manos y permanecimos así, juntos; jugando con nuestras bocas, perfilando nuestros rostros, tratando de memorizar nuestro sabor, nuestras facciones.

—Quiero nadar… —dije sobre sus labios. Haló mi labio inferior y lo succionó con fuerza, sabía que dejaría marcas pero no me importo   ese tenue dolor se sentía exquisito.

—Vamos. —Se levantó y me ayudó a hacer lo mismo. No llevaba ropa adecuada para bañarme, iba en jean y una playera de una banda que amaba. Daniel me observó curioso, pues me debatía en si nadar o no, pero el agua se miraba deliciosa y su tronar contra las rocas era como susurros que me invitaban a hacerlo.

—Tú… ¿cómo te bañaras? —pregunté.   Mordió su labio inferior y deslizó su camiseta por encima de su cabeza, dejando al descubierto su espectacular cuerpo. Su abdomen no estaba definido, pero si firme. Luego se deshizo de sus botas y de su pantalón quedándose ni más ni menos que en ropa interior. Un grito ahogado salió de mi boca. Mis mejillas se calentaron y me obligué a mirar a otro lado—, ¿es en serio? —pregunté. Lo escuché reír con descaro. ¡Lo estaba disfrutando! Volví a verlo un poco molesta de su osadía, ¿por qué los hombres podían semidesnudarse sin una pizca de pudor?, ¿o por qué yo era tan mojigata? Suspiré, intentando calmarme, verlo así en toda su gloria me estaba causando grandes estragos.

—Y tú… ¿cómo nadaras? —preguntó, mientras alzaba una ceja en forma retadora. Entorné los ojos, entonces con toda la valentía que poseía me saqué primero la blusa revelando mi sostén azul marino de Victoria’s Secret, luego mis botas negras y punteras, y por ultimo mi pantalón. Mis mejillas ardían, y ya estaba arrepintiéndome de mi “valentía”, pero qué más daba, eran mis últimas horas es ese paraíso escondido y junto a él. Alcé la cabeza para encontrarlo devorándome con sus ojos chocolate, me dejo la boca seca. Sonreí, un poco más segura de mi misma, y pase a su lado. Me acerqué hasta el arroyo, consiente que venía detrás de mí. Introduje la punta de mi pie en el agua y estaba riquísima. Entonces segura comencé a meterme al agua. Me acerqué al centro y volví a ver, busqué a Daniel y este en ese momento se lanzó al agua, y por debajo nadó hasta llegar a mí.

Nadamos y jugamos: lanzándonos agua, chapoteando como dos niños pequeños. El tiempo se detuvo y no fuimos consientes de nada más, de nada que no fuéramos nosotros.   Daniel me aferró de la cintura y yo enrosqué mis piernas tornó a su cintura y así anduvo conmigo flotando. Reímos, y nos besamos como si no hubiera un mañana. Él acarició mis piernas con una mano, mientras con la otra me sostenía por la espalda. Yo tenía mis manos alrededor de su cuello y me encantaba despeinar su cabello, los risos estaban pegados en su frente, al igual que mi corta melena estaba regada en mis hombros y a los lados de mi cara. El agua nos mecía con decadencia, haciendo que nuestros cuerpos se rosaran, sintiendo la calidez del otro. Al fondo podíamos escuchar el cantar de los pájaros y del agua pegar contra las rocas, aunado a los sonidos de nuestra inconstante respiración.   Pues de nuestra boca brotaban jadeos, que intentaban robar oxígeno y llenar nuestros pulmones, pues ninguno tenía la disposición de alejar nuestros labios para hacer algo tan sencillo e importante como respirar, pues no nos interesaba. Nuestras bocas se movían con urgencia, su lengua invadió y saboreó las comisuras de mi boca. Probó mis labios, primero uno y luego el otro, halando con sus dientes, succionando y mordiendo. Podía sentir el sabor a hierro, mis labios dolían, pero se sentía jodidamente bien.

Salimos del agua, pues está cada vez estaba más helada. Llegamos hasta donde estaban nuestras cosas y nos envolvimos en la manta, intentando entrar en calor. Daniel se puso su camisa, por pedido mío, pues no sabía si mi autocontrol pronto iba a ceder. Y no me encontraba lista para un paso tan grande. Moría de ganas, el deseo poco a poco me consumía como leña al fuego.

—Tranquila, ven… debemos entrar en calor —dijo, envolviéndome   en sus brazos. Besaba cada minuto mi cabeza, y pasaba sus manos por mi espalda y brazos buscando que mi temperatura corporal se normalizara.

Nos pusimos nuestra ropa, esperando no enfermarnos por llevar puesta la ropa interior mojada. Y regresamos a la hacienda, el sol estaba por ocultarse y debíamos volver para no pescar una hipotermia. Cuando estábamos sobre el camino principal, me detuve y Daniel hizo igual, lo tomé de la mano y nos escondimos entre unos maizales. Me miró con ojos curiosos y un poco divertidos, por mi comportamiento extraño. Me acerqué a él y le pedí que dejara la cesta sobre la tierra, cuando lo hizo acerqué una mano a su cara y la acaricié. No quería despedirme de él, pero debía hacerlo. Tenía que comenzar a empacar, así mañana no estaba con ese pendiente. Al sentir mi tacto cerró los ojos y posó su mano sobre la mía, sus ojos brillaban y me miraban con adoración, la sangre comenzó a correr frenética por todas mis venas, y ese nudo ya tan común regresó; no quería irme. Deseaba regresar el tiempo y vivir todo de nuevo.

Me acerqué a él, hasta que nuestros alientos se mezclaban, hasta que podía sentir su calor corporal a través de su ropa. Me elevé con las puntas de mis pies y cerní nuestras bocas, era la primera vez que tomaba la iniciativa y me alegre de haberlo hecho, pues Daniel se abandonó al instante y me permitió llevar el rumbo, el control de ese beso. Nuestros labios se movían al compás de nuestros corazones y nuestras lenguas se enlazaban con soltura, con vehemencia. Pronto sentí como lagrimas brotaban de mis ojos y se perdían en nuestras bocas, ambos llorábamos. Y eso solo hizo que aquel beso fuera aún más especial. Mi chico de mirada dulce, envolvió sus brazos tornó a mi cintura y yo me aferré a sus hombros, era un beso lento, sin apuros, pero cargado de deseo, de ansiedad y sobre todo de promesa: que algún día volveríamos a estar juntos.  

—Te quiero… —susurré sobre sus labios. Porque Daniel no solo había sido mi amor de verano … era el amor de mi vida.

FIN

N/A: Muchas gracias por acompañarme es está historia, que me gustó tanto escribir. Y fue tan facil, todo fluyó sin presiones y me encantó el resultado. Besos y nos leemos en el epílogo ;)

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