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Capítulo II

*Heartbeat - The fray

Era guapísimo. Mar se aproximó a él y lo saludó con mucha familiaridad, se abrazaron. Miré mis botas, esperando a que el encuentro terminara. Escuché que alguien se aclaraba la garganta y alcé la cabeza. Él me observaba de una forma muy intensa, demasiado. Y guapísimo le quedaba corto, era atractivo y demasiado, todo un ser sacado de una película de fantasía. Era moreno, media cabeza más alta que yo, su cabello era negro como la noche, y con rulos que caían a los lados de su rostro con sensualidad. Acomodé un mechón rebelde detrás mi oreja, claramente turbada, asombrada. Mi amiga me indicó que me acercara. Hice así, caminé tratando de hacerlo normal. Se preguntaran ¿qué nunca había estado cerca de chicos, hombres? Pues sí, y bastante. Pero nunca uno como él que tenía enfrente, no con uno que me observara de aquella forma. Comúnmente estaba rodeada de chicos, pero ni una pizca de parecido a él.

—Daniel o como yo le digo Danny... —Fruncí el ceño, al recordad que él era el chico por el cual mi amiga pasaba pegada al móvil y se había sonrojado. Pase saliva con dificultad—... ella es mi mejor amiga, Sughey. —Asentí con la cabeza y extendí mi mano, él inmediatamente pasó la suya por su jean y la estrechó con la mía. Lo cual me pareció gracioso, no lo demostré. Su tacto era duro, manos de un hombre que ha trabajado duro. Y sobre eso, mi palma cosquilleaba. Las separamos después de un corto tiempo y nos sonreímos. Tenía una sonrisa de comercial, como chico de calendario, de esos no aptos para todo público.

—Un placer, Daniel... —dije. El aludido sonrió con mayor amplitud al escucharme decir su nombre. ¿Qué ocurría?

—El mío señorita... Sughey. —De su boca se escuchaba más que perfecto. Asentí con la cabeza y retrocedí un paso, comprendiendo el rumbo por donde iban mis pensamientos. Volví a ver a mi amiga, que nos observaba con confusión, le sonreí para que relajara su expresión, lo logré—. Con su permiso, iré a hacer lo que el patrón me encomendó —dijo, le sonrió con confianza a mi amiga y luego me propició una dulce a mí. Me hice a un lado para que pasara y su aroma bailó cerca de mi cuando lo hizo. Olía a colonia, madera y... campo.

La comida estaba deliciosa, y pronto mi apetito quedo satisfecho. La familia de Mar era agradable, igual que sus padres. Sin duda mi amiga contaba con una gran bendición, familias así eran pocas las que existían. Luego de conversar sobre trivialidades, salimos. Nos darían un tour por toda la hacienda. Pues Mar, como su familia quería que conociera cada rincón de aquel magnifico y hermoso sitio.

Llegamos hasta un establo repleto de caballos, yeguas y al final se encontraba Daniel, conversando con un hombre ya mayor. Mariana comenzó a arreglar su cabello y me causó diversión, me recriminó con su mirada. Pase mi mano por encima de su hombro y la atraje hacia mí, lo hacía con tanta facilidad debido a nuestras estaturas tan disparejas. El hombre lo alertó sobre nuestra presencia. Se acercaron y nos saludaron, y ahí me entere que era su padre y capataz mayor de la hacienda.

— ¿Listas para el tour? —preguntó Daniel, cuando su padre se fue.

—Claro, ¿verdad amiga? —cuestionó Mar, enredando su brazo con el mío. Ambos fijaron sus ojos en mí. Ladeé la cabeza, tratando de ignorar lo nerviosa que su mirada chocolate provocaba en mí.

—Por supuesto —respondí, aferrando con mayor fuerza el brazo de mi amiga.

Salimos por una puerta trasera, pues ahí nos estaban esperando las yeguas destinadas a darnos aquel tour. Mar era una experta, tantos años yendo a aquel lugar que no necesitaba ayuda para subir a aquellos enormes e intimidantes animales. Le di una mirada suplicante y brevemente me explicó como subir. Y ahí iba yo. Posé una mano sobre la silla de montar e intenté subir: fracaso. Bufé e intenté hacerlo de nuevo, cuando unas fuertes manos se posaron sobre el animal, giré mi rostro en busca del dueño.

— ¿Le ayudo? —cuestionó, pidiéndome permiso para tocarme. Es decir, para ayudarme a subir. Asentí, ocultando mi rostro, pues sentía que me ruborizaba, no sucedía con normalidad pero temía que pasara. Intenté prestar toda mi atención en el animal y no en el hecho de las manos de aquel joven sobre mi cadera, impulsándome a subir. Y suspiré mentalmente cuando me encontré arriba. ¡Uf!

—No fue tan difícil, ¿verdad? —cuestionó Mar. Ladeé la cabeza y le sonreí para tranquilizarla.

— ¿Todo bien? —preguntó Daniel, mirando esporádicamente a Mar y luego centrando su atención en mí. Asentí con la cabeza, pestañando un par de veces, mientras bajaba la cabeza y acariciaba la enorme cabeza de la yegua su color era como la miel, y aunado a los rayos del sol se apreciaba más a un color dorado—, bien entonces comencemos... —Retrocedió y se montó a un caballo imponente. No hizo un ademán para que lo siguiéramos y sin demora hicimos así.

Era un tipo agradable, gracioso, respetuoso y caballeroso. Y ni hablar de todo lo que sabía de las tierras de aquel lugar. Cualquier duda que podíamos poseer —sobre todo yo—, era aclarada de inmediato y con datos extras. Y no me aburría de escucharlo. Me fascinaba la naturaleza, la fauna y que él supiera tanto me dejaba pasmada, asombrada. Pero no era la única; mi mejor amiga estaba coladísima por él, se notaba mucho. Y aunque a mí me resultaba atractivo, no demostraba interés alguno. Además, había ido a aquel lugar para relajarme, para alejarme de mis problemas, preocupaciones y no en busca de: un amor de verano. Como decía en un comienzo: eso se le daba mejor a Mar y pues a mí... como que no. Hubo un momento en el que Daniel se alejó, pues quería saber si podíamos ir a los cafetales. Estaban en época de corte, por lo que posiblemente podíamos ir a echar un vistazo y quien quitaba experimentar cosas nuevas. Por lo que, esperábamos que llegará nos quedamos cerca de aprisco con una maravillosa vista; el sol pegaba con fuerza y perlaba nuestras frentes, y por más que nos abanicáramos con nuestras manos el calor era potente. Saqué mi cámara, como durante toda la excursión había hecho y tome una fotografía a aquella magistral vista, captando a lo lejos: las montañas iluminadas a un costado por la luz, develando los sembradíos de caña de azúcar, lo verde y brillante que se podría apreciar la vegetación, teniendo de fondo el horizonte un cielo claro y despejado.

—Su... —Mar se acercó a mí. Separé de mí la cámara y le presté toda mi atención—... ¿qué te parece Daniel? —cuestionó. Fruncí el ceño no comprendiendo a qué venia su pregunta. Pero su sonrisa tímida y sonrojo me alertó. Le devolví ese último gesto y pensé.

—Se ve un muchacho agradable, no sé... ¿te gusta? —cuestioné. Ladeó la cabeza, sabía que estaba en lo correcto, pero mis oídos necesitaban escucharlo.

—Si, ¿quién no? —Tragué grueso, estaba en lo correcto: ¿Quién no?—, pero ya sabes... —Negué con la cabeza, no sabía. Bufó—..., nunca lo vería, nuestros mundos son distintos... —Entrecerré los ojos con lo último. Si, la distancia podía afectar pero ¿mundos distintos?

— ¿A qué te refieres con mundos distintos? —La vi rodar los ojos. Claramente él era distinto a los muchachos que ella solía frecuentar. Pero se notaba que Daniel era mucho mejor que esos brutos barbajanes que mi amiga solía tener alrededor suyo.

—Pues este es ya nuestro último semestre y yo quiero viajar, mi carrera me da para eso... —Estudiaba Hostelería y Turismo. Una carrera muy demandada—..., no veo mi vida acá, aquí. —Señalo con su dedo índice a su alrededor. Reí. No entendía qué le veía de mal vivir en ese hermoso sitio; sin duda estaba divagando demás, pero la comprendía. Ella era más de fiestas, de ciudad, de lujos. Aunque su familia no vivía nada mal, he de admitir.

No pude decir nada pues Daniel apareció en nuestro campo de visión. Y nos informó que si podríamos ir a los cafetales. Me entusiasmo la idea; siempre me había gustado indagar sobre cosas que conocía, saberlo todo eso era algo me fascinaba. Además, capturar esos momentos me motivaba más. Llegamos hasta el lugar, habían muchas personas: mujeres y niños en su mayoría. Los cuales cargaban con costales llenos de aquel fruto que al ser transformado se convertía en una de las adicciones más preferibles del mundo. Bajamos de nuestros caballos y caminamos sobre la tierra fértil, húmeda y blanda. Y no me importaba que la suela de mis zapatos se embarrara.

— ¿En serio tenemos que ir hasta ahí? —dijo Mar, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no embarrar, más, su calzado. Sonreí mientras asentía con la cabeza. Suspiró y miró al cielo, murmurando sabe Dios qué cosas.

—Si quieres puedes quedarte aquí —dijo Daniel, sonriéndole. Mi amiga lo miró embelesada, entorné los ojos ¿Quién la entendía?

—Yo solo iré a tomar unas fotos y regreso, ¿si? —dije, mirando a mi amiga.

—Está bien solo ten cuidado... —pidió, mirando con terror el sendero formado por aquellas plantas de café. Me causó gracias su preocupación, ni que fuera a introducirme al Bosque Prohibido de Harry Potter. Asentí con la cabeza y deje mi pequeño bolso con ella y solo con la cámara en mis manos me dispuse a caminar.

—Iré con usted... —dijo Daniel, deteniéndome. Sonreí lo más amable que pude. Mi amiga no quería quedarse sola, su mirada la delataba. Y yo, no se la quitaría.

—No iré lejos... —respondí, evitando que me acompañara. Llámenme loca pero mi interior suplicaba que me alejara lo más que pudiera de ese chico de risos color azabache. Y yo no era ninguna insulsa para no escuchar la voz de mi interior. Asintió con la cabeza no muy seguro, pero me importo poco. La poca luz estaba por desaparecer, y sabía que difícilmente lograría volver a ese sitio. No con las quejas de mi amiga.

Me interné entre medio de las plantas, moviendo con cuidado las ramas para no dañar ninguna de estas. Mientras iba sacando fotos de cualquier cosa que llamara mi atención, pronto me encontré con un claro, perfecto para sacar más. Y para mi suerte había un par de cotorras, picándose entre ellas, jugueteando sobre una rama de un árbol de limón. Sigilosamente me acerqué y comencé a tomar foto tras foto, buscando la luz más adecuada. Y estaba a punto de tomar otra cuando un ruido, una voz, me sobresaltó:

— ¡Sughey! —Su voz gruesa hacía eco entre medio de toda la flora, los pájaros que hasta momentos antes eran mis modelos salieron disparados alejándose en segundos. Giré sobre mis pies y a unos metros estaba Daniel con cara de alivio al verme—, Mariana... estábamos preocupados porque no aparecía —dijo, un poco apenado. Fruncí el ceño, ¿cuánto tiempo había pasado? Sin duda que no me había percatado que la luz ya estaba siendo dominada por la oscuridad.

—Lo siento. No me di cuenta de nada... —murmuré. Acercándome hasta donde Daniel estaba. Me sonrió de vuelta y asintió con la cabeza.

— Me suele pasar... —comentó—... ¿Puedo ver las fotos? —preguntó, observando la última que había tomado por medio de la pantalla.

—Ouh, claro. —Alcé el aparato y le mostré las que había tomado. Se acercó hasta que nuestros hombros se rozaban. Sintiendo como una chispa recorría desde la planta de mis pies hasta la espalda. Volví a verlo, así de cerca se miraba aún más atractivo. Él hizo lo mismo y nuestras narices estaban a escasos centímetros de unirse, nuestros alientos se mezclaban y un extraño calor se estaba colando en mis mejillas. Nuestros ojos se encontraron y una sonrisa ladeada se dibujó en su duro rostro. Pestañeé un par de veces, bajé la cabeza y seguí mostrándole las fotos, solo que poco a poco ponía distancia. ¿Qué demonios me pasaba?

—Son hermosas... —murmuró, y su aliento chocó contra mi mejilla. Era como una brisa cálida y refrescante. Mi corazón comenzó a incrementar su ritmo, y eso me descolocó. Asentí con la cabeza y di un paso hacia adelante.

—Vamos... creo que Mar ha de estar a punto de llamar a la policía... —bromeé. Y su risa me provocó un escalofrío. Era como escuchar el tronar del océano contra las rocas y a la vez la suavidad del murmullo del viento.

N/A: No se vayan a perder el próximo capítulo que va estar de infarto 😍

¡Nos leemos pronto!

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