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Capítulo I

Cierta vez escuché que los amores de verano eran los más hermosos que se pueden vivir; te invitan a experimentar con intensidad, a probar cosas nuevas sin temor. Pero solo son eso: un amor que dura un verano. Y era divertido escuchar como mis amistades narraban sobre sus idilios, sobre lo guapo y encantador que era el chico con que salieron solo ese corto par de semanas, pero... ¿podrías encontrar el amor, enamorarte en tan corto tiempo? Yo no lo creía así. Opinaba que el amor debía ser cultivado en la cotidianidad, que con el tiempo este iría tomando la fuerza necesaria para sobrevivir, para florecer y convertirse en una hermosa e inagotable experiencia. Lo cual en quince, dieciséis o veinte días era casi imposible.

Comúnmente mis vacaciones de verano las pasaba con mi familia, no éramos la más unida, la más divertida que hacia parrilladas los fines de semana o que salían de excursión a otros lugares. Sino que tachábamos en lo común: salidas al supermercado, una tarde o noche en el cine, visitas a los abuelos y peleas cada dos por tres. En fin, nada para poder envidiar. Pero ese año fue la excepción: decidí darme un respiro y mi mejor amiga y compañera de cuarto me brindó la oportunidad exacta. Ella era todo lo contrario a mí: bajita, piel blanca casi papel, cabello dorado y brillante como los rayos del sol en primavera, ojos grises y con un cuerpo un poco más proporcionado que el mío, era robusta pero sus curvas la ayudaban a verse como una abeja reina. Y yo... Más alta que el promedio lo cual dificulta el encontrar pareja que sobrepase mi porte, delgada, con ciertas curvas y protuberancias que ¡gracias al cielo!, hacían ver que era una chica, cabello a la altura de los hombros negro y laceo, piel color canela, sí, canela. Ojos grandes y amielados, una boca delineada y bien proporcionada. No era toda una beldad, pero estaba en cierta manera conforme con mi físico.

—Es increíble que hayas aceptado ir conmigo... —Rodé los ojos, no era tan aburrida pero si introvertida y pues Mariana Sandoval contrarrestaba esa parte de mi—... ¡Nos iremos de vacaciones! —canturreó feliz. Sonreí, estaba tan emocionada y yo igual, pero no lo demostraba con tanto ahínco como ella.

—Solo iremos tres semanas a la hacienda de tus tíos... —dije, tratando de ahogar su euforia. Esa era yo en acción. Soltó un bufido, y me miró con el ceño fruncido. Mordí mi labio inferior frenando una sonrisa—... es broma, a mí también me entusiasma la idea...

—Pues no parece —contratacó. Me encogí de hombros en respuesta—, solo sonríe más —dijo, señalando mi rostro. Hice una mueca, provocando que volcara los ojos—. Solo es un consejo, Sughey. No te caería mal hacerlo un poco, alguien podría enamorarse de ti por tu sonrisa... —Ahogué una risa. Me lanzó una almohada divertida, por mi falta de interés en conseguir pareja.

—Okay, lo intentaré —mascullé, moviendo mis pestañas.

El viaje fue por demás agotador, sin comentar que pasamos toda la noche del trayecto viendo películas en mi Tablet. Que al bajar del avión los ojos de ambas ardían y parecían haber sido inyectados con sangre. Los familiares de Mar —así le decía, era perezosa para pronunciar todo su nombre—, ya nos esperaban en las afueras del aeropuerto de Darstone, una pequeña provincia que estaba en el norte del país.

— ¡Bienvenidas a Darstone! —saludó un hombre con acento sureño, e iba vestido con botas, chaleco y sombrero. Abrazó a mi amiga con felicidad, luego hizo lo mismo conmigo. No era muy dada a las demostraciones de cariño, pero ahí estaba yo intentando. Los demás familiares se acercaron, todos a la vez, saludando con la misma emoción. Me agradaron de inmediato.

—Ella es mi mejor amiga Sughey... —Al escuchar mi nombre se miraron entre sí, no me sorprendió esa era la reacción de las personas al conocerlo. Y eso era una de las razones por las cuales me encantaba mi nombre—... pueden decirle Su. —Aferró mi brazo, posicionándome a su lado y comenzó a hacer las presentaciones: el señor que nos saludó al principio era su tío José, la verdad no esperaba otro nombre, estaba su esposa Matilde, sus primos Marcos de unos dieciséis años y Ruth de quince años. Toda la familia era muy parecida, sus acentos, su piel aunque era blanca ya estaba un poco curtida por el sol, pero los rasgos se asemejaban un poco a los de Mar.

Nos subimos a una enorme camioneta negra, casi me sentía toda una narcotraficante. Así, al estilo Pablo Escobar y todo. José, condujo por varias horas; estábamos muy lejos de la hacienda "La amada", nombre que me resulto divertido. Darstone era tal cual lo imaginé: llanura interminable, hombres a caballo por doquier, mujeres con jeans, botas y a caballo, niños con sombreros pequeños y niñas con trenzas o coletas, jugando. Todo era bosque o sembradíos de caña de azúcar, café o maíz. Nos internamos en una calle subalterna, la cual tal parecía estar techada por aquellos inmensos árboles, el clima era caluroso y las calles adoquinadas no ayudaban mucho a que la temperatura disminuyera. Gracias al cielo la camioneta contaba con un buen aparato de aire acondicionado. Pues de lo contrario estoy segura hubiese sacado la cabeza por la ventana, igual que lo hacía mi perro Bu que en paz descanse. ¡Ah mi Bu!

—Ya estamos por llegar —anunció el padre de familia, con su característica sonrisa. Asentí con la cabeza, ocultando el alivio que sus apalabras habían generado. Codeé a Mar, que iba sumergida en su móvil. Quitó un auricular y me alzó una ceja esperando a que hablara.

— ¿Con quién hablas? —cuestioné. Mordió su labio inferior, y echó su flequillo sobre su rostro, intentando ocultar, sin éxito, su cara sonrojada. Volví a codearla, y sin poner más resistencia me mostró la pantalla. Leí silenciosamente el nombre del contacto: Danny. Alcé una ceja de forma interrogatoria. Se encogió de hombros al tiempo que daba una mirada rápida a sus primos, que nos observaban interactuar sin ocultar su interés. ¡Claro! Los típicos primos que se inmiscuyen en todo. Guiñé un ojo, para avivar más la curiosidad de los chiquillos.

Pronto a lo lejos se divisó un enorme portón de barandales gruesos. Un hombre que portaba una escopeta se encontraba a un lado, quien rápidamente alertó para que abrieran aquella compuerta. Sobre esta había un rotulo hecho de alambre color dorado que decía: "Bienvenida/o a La Amada". Nos internamos y todo era más hermoso. Habían sembradillos de maíz, caña y más allá sobre una colina habían de café según la señora Matilde contaba. Y me pareció un excelente sitio para pasar escondida del mundo durante esas tres semanas. Bajamos de la camioneta y unos peones entraron nuestro equipaje. Yo solo contaba con una maleta mediana pero Mar tal parecía se había traído todas sus pertenecías. ¡Que bárbara! Anduvimos por un sendero hecho de piedras de rio, hasta llegar a la enorme casa situada al fondo. Entramos y de inmediato nos ofrecieron limonada fría, y vaya que era lo que más necesitaba. Sentía que me deshidrataba con cada segundo que pasaba en aquel sitio.

—Bueno, ¿qué piensan hacer primero? Seguro querrán descansar... —Matilde decía. Mi amiga y yo nos miramos. Deseaba ir y recorrer aquella hacienda, perderme entre la maleza, ir a conocer la clase de animales que tenían, tomar fotografías, pero necesitaba un baño antes que todo.

—Iremos a desempacar y bajamos, verdad Su... —Asentí con la cabeza. Ruth, o como le decía Mar: Ruthie. Nos llevó hasta la que sería nuestra habitación, unos jóvenes entraron nuestras maletas y pronto nos dejaron solas. La habitación era grande y espaciosa, contaba con una cama matrimonial lo suficientemente enorme para dormir juntas (pedido mío), ventanas al fondo de piso a techo, un armario de madera color caoba tallado con detalles decorativos y amplió para que colgáramos la ropa. Y un baño.

—Tomaré un baño en lo que desempacas la ropa... —dije. Mar asintió con la cabeza y se dispuso a hacer lo que antes había dicho. Saque una mudada y me introduje en el baño. Me desvestí y me di una buena ducha, no tan larga como hubiese deseado pues mi amiga me amenazó. Me enfundé un jean ajustado, una blusa blanca un poco holgada y unas botas marrones. Salí secando mi cabello con una toalla y afuera ya estaba Mar observándome de pies a cabeza. La ropa que traía, toda , había sido elegida por ella, ¿qué les digo? Ella conocía el sitio y yo seguramente hubiese traído ropa de algodón muy caliente y zapatillas deportivas.

—Te ves preciosa —comentó, guiñándome un ojo. Rodé los ojos y sonreí negando con la cabeza—, seguro dejaras a más de alguno de por aquí prendidísimo contigo... —dijo. La fulminé con los ojos y se introdujo al baño intentando huir. Cepille mi cabello, era una suerte que fuera tan laceo y dócil.

Me acosté sobre la mullida cama, ¡Jesús!, de pronto me dio unas enormes ganas de dormir, sentía los ojos pesados y cada dos segundos de mí boca brotaba uno que otro bostezo. Cerré los ojos diciéndome a mí misma: solo cinco minutos. Cuando sentí unas gotas de agua helada caer sobre mi rostro. Abrí los ojos de golpe y jadeé de asombro, Mar tenía su cabello sobre mi cara, exprimiéndolo. ¡Argh!

—Deja de boba... —espeté, sentándome sobre la cama y limpiando con el dorso de la mano mi cara. La escuché reír sin remordimientos.

—Ya es hora de bajar, mi tía vino... —Uní mis delgadas y oscuras cejas, ¿en qué momento?—... a decirnos que hizo unos tacos por si tenemos hambre. —Mis ojos se abrieron y mi estómago rugió emocionado. La observé abotonar su blusa a cuadros azul que revelaba las peligrosas curvas de su cintura, las cuales por medio de su cadera se unían a las de sus gruesas piernas—, mueve tu trasero y bajemos.

Hice lo que mandó, sin quejas. Moría por comer. Mar se acercó a mí y sonrió, señalándose, quería mi aprobación. Era muy guapa, pero estaba inconforme con su peso, ¡pero Dios!, tenía un cuerpo de muerte, por lo que con el tiempo la ayudé a que lo aceptara. Aunque bueno, siempre pasaba pendiente de bajar y no subir de peso.

—Hermosa como para tener un amor de verano... —dije bromista. Rodó los ojos y abrió la puerta de la habitación. Salimos bromeando sobre no recuerdo qué cosa, pero siempre éramos así, al menos entre ella y yo. Muchos no comprendían cómo podíamos ser amigas, pero tenía una buena explicación: ella era fuego y yo la dinamita. Solo cuando ella estaba conmigo yo lograba emerger un poco, explotar en otras palabras. Aunque controlando las llamaradas, ella le daba un poco de diversión, color y vida a mi existencia. Y yo, la ayuda a buhir su energía.

Bajamos las gradas y un delicioso aroma vagaba por la estancia, la saliva se me hizo agua y mi estómago rugía con exigencia. Ya en el último escalón, una voz masculina se escuchó. Mar volvió a ver con un brillo en sus ojos. No entendí nada. Movió su cabeza indicándome que la siguiera y conforme nos acercábamos a la estancia, las voces era más claras.

—Si hace un rato que Mariana y su amiga llegaron a la hacienda, Daniel. Por favor haz que tengan listos las yeguas para que ellas puedan dar una vuelta por los terrenos. —José decía.

—Claro, señor. Lo haré ya mismo —respondió con el mismo tono sureño, pero su voz era tan gruesa, varonil que me pareció llamativa.

Entramos a la habitación y de espaldas estaba un joven, el cual al percatarse de nuestra presencia giró su cuerpo y entonces lo vi.

N/A: ¡Bienvenida/os a Contra el tiempo!, espero que a lo largo que se vaya desarrollando la historia encuentren un escape de la realidad y sobre todo, vivan un hermoso amor de verano.

Con amor, Katherinne

Este es un formato borrador. ♥️

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