Un adios forzado y un comienzo con cicatrices
La próxima semana ya se iban a mudar por lo que prepare una pequeña sorpresa para Gissell en nuestro lugar favorito. No era la gran cosa, puso unas cuantas luces para darle ambiente al lugar, limpie un poco la maleza en donde iba a ir el mantel y me encargue de cocinar lo que íbamos a comer. Nada podía salir mal, le pedí permiso a sus padres y cuando llego la noche me lleve a Gissell conmigo.
Una pequeña lágrima escapo de sus ojos pero la limpio rápidamente -Dios mio Elias, es bellísimo.
-Vamos sientate -la ayude -Comamos, lo hice todo pensando en ti.
¿Era mucho pedir estar el resto de tu vida con la persona que amas?, pues eso me repetí incansablemente y nunca obtuve respuesta. Después de haber terminado de comer, estuvimos abrazados mirando las estrellas. Pero, sí, siempre tiene que haber un maldito pero, Gissell saco dos cartas de su bolso.
-Una es tuya y la otra es para mis padres -dijo mirando el cielo -No pienso salir de aquí, por lo menos no con vida.
Saque de mi bolsillo dos cosas, una cajita de color rojo y mi navaja. Ambos nos miramos, y sin decir nada cada uno le puso el anillo al otro, no había necesidad de hablar después de todo las palabras no importaban.
-Sabes que nunca me voy a perdonar, lo sabes, ¿verdad? -recosté mi espalda a la vieja cerca mientras Gissell se arrecostaba en mi.
-Si volvemos a renacer, prometo buscarte hasta el fin del mundo -cogió mi navaja y la puso en mi mano.
-¿Por que tiene que ser de esta forma? -dije vacío -Hay tantas maneras de morir.
-Porque esto -dijo señalando mi mano -Es lo que te identifica, moriré por tus manos y eso me hace feliz.
Cerré mi mano sobre la empuñadura y ella hizo lo mismo sobre la mía, era un asesinato pero también un suicidio. Llevo mi mano hasta su abdomen, cogió aire y asintió, fue una sola estocada y el acero atravesó su piel como si nada. No hubo ninguna queja por parte de ella y su mano se dejo caer lentamente a un costado.
La abrace con fuerza y mis lágrimas salían sin control.
-Te amo -dijo con la voz entrecortada y luego todo fue silencio.
Fue la última vez que escuche su voz, vi su sonrisa y sobre todo, mi felicidad se la llevo ella también. Nadie me culpo de ello, ya que en la carta que le dejo a sus padres les explico como se sentía realmente y quedo todo como un suicidio. Muchas personas me miraban con lástima y a mi me dejo de importar la vida en general. La familia de Gissell se fue de nuestro pueblo y cuando sentí que el aire de aquí se había vuelto demasiado espeso, decidí que era hora de que yo también me fuera.
Cuando Gissell murió sus padres se llevaron el cuerpo a la ciudad a donde iban a mudarse, me dieron la dirección antes de irse pero me vi indigno de ir a su funeral. Todos los días tenía que recordar que ya no estaba a mi lado y eso me hizo cometer errores que podía evitar. Estuve en muchos lugares diferentes, huí de la policía varias veces y me convertí en una máquina de matar, lo veía injusto, gente que desperdiciaba su vida mientras que mi Gissell, mi bella pelirroja luchaba constantemente contra la vida y la muerte, contra un reloj que nunca se detenía, para mí esas vidas eran tan indignas que cuando me vine a dar cuenta ya había matado a miles, tanto hombres como mujeres.
Mi vida paso a hacer de un libro con principio y final a una hoja llena de garabatos y cosas sin sentido. Cuando cumplió un año de fallecida decidí que era hora de visitarla, no quería que viera en lo que me había convertido pero debía ir. Al llegar al cementerio, su lápida era la única que estaba debajo de un árbol y eso me conmovió, porque a ella siempre le gustaba leer bajo el árbol que estaba al lado de su casa. Retuve las lágrimas y me senté a su lado, le conté como eran mis días sin ella y le dije lo mucho que le extrañaba. Creo que pasaron apróximadamente tres horas hasta que me fui, pero no planeaba irme a mi casa todo lo contrario mi plan era ir a su lado, por fin.
Cerca de ese lugar había un río lo suficiente profundo para lo que yo quería hacer, me quite los zapatos y empecé a adentrarme en sus aguas. Deje que la profundidad me consumiera, muchas cosas del pasado vinieron a mi mente y cuando pensé que ya mi vida había llegado a su fin, sentí mi cuerpo siendo arrastrado de nuevo hasta la orilla.
-¿Esta bien?, ¡ayuda! -podía oír una voz lejana.
Al abrir mis ojos, el rostro de mi pelirroja fue lo que vi -¿Gissell? -pero la realidad era que estaba muerta y que no logre mi propósito.
Trate de sentarme y expulsar toda el agua que tenía en mis pulmones. La chica que me había salvado, estaba visitando la tumba de su novio y al ver mis intenciones fue a rescatarme. Con el tiempo nos fuimos uniendo, supongo que el dolor de haber perdido a la persona que amabamos nos unió de alguna manera.
Pasaron dos años, hasta que por fin leí la carta que me dejo Gissell, comencé una nueva etapa de mi vida y me case con la bella mujer que me salvo ese día en el cementerio. Hoy se cumplen 20 años desde ese fatídico día en que la perdí, solo era un joven de 23 años y Gissell de 19.
Siempre había querido escribir su historia y ahora que tengo el tiempo para hacerlo, lo hago con mucho amor y con muchos recuerdos en mi mente y corazón. Como todos los años, le compró un ramo de rosas que eran sus favoritas y se las llevo para luego charlar un poco con ella.
-Mi Gissell, mi pequeña pelirroja.
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