Capítulo 3
Después del juicio en contra de aquel sujeto, decidimos celebrar. Pues teníamos muchos motivos para hacerlo; Brandon tenía ya a Camille junto a él, y ella ya había cerrado por fin un capítulo de su vida, ¡ese hijo de perra estaba en la cárcel!, y yo había sido aceptado en la constructora del señor Beaumont. ¡Mi cuerpo pedía rumba! Pero al parecer mi amigo necesitaba de otra rumba. Observé como se iban en su nueva camioneta, prácticamente salieron corriendo después del juicio buscando estar solos. Negué con la cabeza y enfoqué a Antonio.
— ¿Crees que regresen pronto? —preguntó, sonreí un poco divertido. Me agradaba ese viejo.
—Lo dudo —respondí, él asintió con la cabeza de acuerdo conmigo—, ¿nos vamos a preparar la fiesta?
—Claro.
— ¡Yo me voy adelante con Charles! —gritó Lucy. La tomé de la mano y la llevé hasta mi camioneta, la ayude a subir en el asiento del copiloto y abroché bien su cinturón de seguridad—, flor que da fulgor, con su brillo fiel, trae lo que perdí... —cantaba, mientras cepillaba el cabello de su muñeca. Sonreí, era tan dulce. Mishelle y Antonio se subieron en la parte de atrás. Prendí el motor y antes de arrancar le hice cosquillas a Lu, y con los gritos de alegría y risas de su familia llenando mis oídos emprendí camino. Pasamos por una pastelería y ahí compré un pastel, donas y unos cupcakes para Lucy. Estaban decorados con figuras de la Bella durmiente y de Ariel, no podía negarme a comprárselo, no después de ver sus ojos llenos de añoranza.
—Tú eres la bestia y yo Bella... —dijo, volví a verla y le mostré mis dientes, gruñéndole un poco.
—Te voy a comer... —gruñí. Giré el volante, estábamos entrando a la calle de la casa de Antonio.
Bajamos minutos después de Mishelle y Antonio, y entre Lu y yo entramos la comida que traía. Bueno... en realidad Lucy solo traía sus pastelillos, creo que le gustaban tanto que no querría comérselos jamás. Pasamos el umbral y se escuchaban cacerolas, el sonido de la estufa, de la batidora y otras cosas más que ni idea, ¿qué estaba preparando, Mishelle?
Las horas pasaron y ya todo estaba listo para celebrar, entonces comencé a marcarle a Brandon, esperaba no interrumpirlos. Un timbre, dos, tres, cuatro y nada. Le envié mensajes y notas de voz sin obtener respuesta, ¿qué tanto hacían? Suspiré un poco frustrado. Marqué una vez más su número y al fin me contestó.
— ¿Dónde demonios estas? —susurré, saliendo al jardín y alejándome de la casa.
—Ya vamos en camino... —respondió con clara felicidad en su voz.
—Déjense de sucios y apresúrense...
—Estas en altavoz —alertó Brandon, me reí.
—Cuidadito los dos y hacen una parada extra, que los dejo sin descendencia. Saben a lo que me refiero. —Camille rió con soltura, mientras mi amigo me maldecía.
Pocos minutos después... nótese el sarcasmo, llegaron. Y con miradas desaprobatorias de mi persona nos sentamos a comer; conversamos, escuchamos como Camille describía hermosos sitios de su país natal, sobre la comida, cultura e idioma. A la hora del postre, Mishelle y Camille sirvieron el pastel, las donas y ofrecieron café y al escuchar esa última palabra mi mente hizo un flashback, recordando lo que en la mañana había pasado, llevé una mano a mi pecho, aun podía sentir el ardor sobre la piel y sin poderlo evitar la imagen de ella se proyectó en mi cabeza. Era muy atractiva, sensual... si, así la describía mejor.
— ¿Quieres café, Charly? —preguntó Mishelle.
—No, muchas gracias —dije, sonriéndole agradecido—, creo que tomaré un poco de leche como Lucy. —La aludida volvió a verme, traía un bigote blanco.
— ¿Cómo te fue en la entrevista? —cuestionó Antonio, y en ese momento Brandon casi se ahoga con su bebida, lo fulminé con la mirada.
—Muchas gracias por preguntar, Antonio... —dije con reproche hacia Brandon, quien me propició una mirada apenada y un lo siento—... y pues gracias a Dios muy bien, me aceptaron.
— ¡Felicidades! —exclamaron todos casi al mismo tiempo y uno por uno se fueron levantando para abrazarme. Brandon de nuevo se disculpó y pidió que le contará detalles, así lo hice. Le conté todo, hasta el accidente con el café. Mostrándose muy interesado en que trabajaría tan cerca de Harmonie.
—Es muy guapa, cuando estaba con Ken recuerdo que me la presentó... —comentó, mirándome sugestivamente. Rodé los ojos, ¡lo que me faltaba!
—Ni lo pienses... —advertí, apuntándolo con mi dedo índice. Levantó sus manos en señal de rendición. Era cierto, la chica era muy guapa pero no tenía intención alguna en inmiscuirme en una relación. No quería compromisos ni complicaciones.
La cena terminó y la hora de irme llegó, ya pasaban de las ocho y al día siguiente tenía que comenzar con el papeleo para mis estadías en la constructora. Por lo que me despedí y me marché. Pasé por las calles del centro, y en un semáforo rojo me detuve, esperando que este cambiara de color, aumente el volumen de la música, cuando mis ojos notaron una silueta muy familiar, agudicé mi mirada y todo el dolor de meses anteriores cayó sobre mi como una losa pesada. Su estómago comenzaba a verse más abultado, mientras iba sonriente de la mano de aquel maldito tipo... Paola se miraba tan radiante, el embarazo le acentuaba bien, golpeé el volante con fuerza, sintiendo de nuevo la traición, el engaño y el odio abofetearme. Tanto tiempo que pasé imaginando que sería yo quien la acompañaría en esos momentos, ¡imbécil, mil veces imbécil! Entonces el sonido de una bocina me sacó de mi deprimente ensoñación, alertándome que ya podía avanzar, y no queriendo estar solo esa noche fui en busca de lo único que lograba apaciguar un poco el sangrado de mi corazón, lo único que me ayudaba a olvidar mi pena y dolor: me fui a un bar.
Entre y de inmediato el olor a alcohol y transpiración inundo mis fosas nasales, la música era retumbante y ensordecedora, la luces estremecían mi ojos pero poco a poco me fui acostumbrando. Eso era lo que necesitaba: un poco de ruido y vodka. Me abrí paso entre la gente hasta llegar a la barra, ya ahí le pedí al bartender un trago, me senté sobre el taburete y escondí mi rostro entre mis brazos, ¿por qué tenía que seguirme doliendo?
—Aquí tienes amigo —dijo por encima de la música, le di las gracias y me lo bebí de un sorbo. Y se sentía bien, el ardor viajando por mi garganta y posándose en mí estómago.
—Quiero otro... —dije. Y así fue como de un momento a otro la parte que ocupaba de la barra se había llenado de copas vacías. Froté mi rostro con frustración y volví sobre mis pies, apoyé mi espalda sobre la barra y mis ojos viajaron por todo el recinto, observando a parejas, grupos de jóvenes bailando, sin importarles nada, sin preocupaciones. Y como deseaba estar en sus lugares. Tomé otra copa y la vacié de un hilo, quería olvidarme de todo y todos esa noche.
—Claro, acá te espero Gerard... —escuché una femenina voz. Sacudí la cabeza, sintiéndome mareado por las luces parpadeantes de la pista.
—Dame otro... —pedí, depositando la copa con el resto que tenía ya vacías.
—Así como vas ya pronto no podrás ni mantenerte en pie... —Giré mi cabeza en dirección de dónde provenía la voz—..., ¿mal de amores? —preguntó con clara diversión en su voz. Sonreí de lado.
—No lo sé... —Entrecerré los ojos—..., ya lo olvidé —respondí. Harmonie sonrió—, ¿tú vienes con alguien? —pregunté. Ladeó la cabeza.
—Si, con un amigo. —Alcé una ceja. El bartender me proporcionó otra copa llena.
—A tu salud... —dije, alzándola y luego llevándola a mi boca. Y la cabeza comenzaba a darme vueltas y vueltas, que me sostuve fuertemente de la barra pues sentía que caería al piso.
—Te lo dije... ¿andas solo? —preguntó, trate de enfocarla pero miraba cinco de ella.
— ¿Por... qué... hay.... cinco de ti? —cuestioné arrastrando las palabras.
—Porque alguien se pasó de cinco copas —recriminó. Bufé e intenté caminar pero el piso se me movía—, te tengo —dijo, aferrándome del brazo y sentándome de nuevo sobre el taburete.
—Yo... no... estar... borracho... —recuerdo que decía. La observé sacar su teléfono e intentar llamar a alguien—... ¿a quién... llamas? Yo puedo solo. —Me quejé, la escuché resoplar y murmurar: sí, claro.
Apoyé mi cabeza sobre la barra y cerré los ojos, tratando de disminuir el estado de ebriedad, que era imposible disminuir. Escuchando con Harmonie hablaba y se disculpaba con alguien, pero mi cabeza daba vueltas, que abría los ojos y la sensación empeoraba.
—Bien, vamos a llevarte a casa pequeño borracho... —Sentí como me tomaban del brazo y me guiaban entre la gente con dificultad pues no ayudaba mucho con mi desequilibrio. Abrí los ojos, al sentir el aire frio chocar contra mi cara empeorando mi estado, encontrándome con una mata de cabello rojo como el fuego, unos labios color vino muy tentadores y unos ojos amielados casi dorados brillando bajo la luz de los faroles—... mañana vendrás a recoger tu vehículo, okay. —Asentí con la cabeza y murmuré palabras que al parecer carecían de sentido pero que eran un: está bien, mañana. Sentí la comodidad del asiento del vehículo, cerré los ojos y no supe más.
A la mañana siguiente un sonido estridente me hizo levantarme de golpe, llevé las manos a mi cabeza sosteniéndola, intentando disminuir unas fuertes punzadas de dolor, abrí los ojos y la luz me cegó al instante, ¡demonios! Agarré una almohada y la lancé hacia el aparato que yacía a un lado de mi cama, escuchando como se daba de lleno contra el suelo de la habitación pero sin cesar su maldito bullicio.
— ¡Oh, cállate maldito! —exclamé, sintiendo como mi cabeza estaba a punto de estallar, si esa era la horrible sensación que sentía. ¿Cuánto tomé para amanecer así? ¡Mierda, mil veces mierda! Como pude salí de mi cama y recogí el despertador y apagué su ensordecedor sonido. Regresé a mi cama y me introduje de nuevo en las tibias sabanas, intentando nuevamente quedar dormido. Pero entonces un significativo detalle llegó a mi cabeza: ¿cómo había llegado a mi habitación... a mi casa? Me senté otra vez e intenté recordar lo que había pasado anoche, y mis recuerdos eran una bola de nubladas y disparatadas imágenes, y el dolor no ayudaba en nada. ¿Y si había manejado ebrio? ¡Santo cielo!, salí de mi cama de un brinco y me fui en busca de mi camioneta rogándole al cielo en que estuviera intacta o al menos entera. No estaba—, ¡perfecto Charles! —exclamé con frustración. Comencé a dar vueltas en el espacio del estacionamiento que ocupaba mi vehículo esforzándome por recordar—. La viste a ella... luego fuiste al bar, bebiste y vi a Harmonie, ¿qué detalle estoy dejando pasar? —Me cuestioné agarrando mi cabello despeinado.
—Buenos días joven... —saludó Paco, el vigilante, mis antenas se encendieron
—Buenos días, ¿tú estaba de turno nocturno, verdad? —pregunté, y para mi suerte así había sido. Escuché toda la versión de los hechos: una mujer de cabello rojizo, muy simpática me había traído y junto a Paco me habían subido hasta dejarme en mi habitación.
—Los deje ahí y regresé a mi lugar, hasta que tiempo después ella salió y se fue. —Asentí con la cabeza, giré sobre mis pies pensando en cómo localizarla—, ¿no tiene frío, joven? —cuestionó, volví a verlo y él me apuntó con su bastón, bajé mi cabeza y ¡lo que me faltaba! Estaba ni más ni menos que en ropa interior. Sonreí tratando de ocultar mi vergüenza.
—Un poco, eh... gracias Paco.
Entré a mi apartamento, divagando en un hecho que al parecer había sucedido: ella me había quitado la ropa, ¿qué demonios pasó? Busqué en mi habitación algún indicio de algo y encontré la ropa en el cesto donde ponía la sucia, y olía horrendo, a vomito... ¿había vomitado? Hice una mueca de asco, todo estaba en los bolsillos de mi jean: mi teléfono móvil, mi billetera y la llave de la camioneta pero la gran interrogante era ¿Dónde demonios estaba?
Me tomé un analgésico para el dolor y un sonido extrañó capto mi atención: un móvil que no era el mío estaba sobre la mesa de noche. Me aproximé y lo tomé entre mis manos, encendí la pantalla y de inmediato una imagen de Harmonie apareció, deslumbrando por un segundo a mis ojos; deslicé mi dedo por la pantalla y para mi suerte no tenía clave de desbloqueo, busqué entre sus contactos un número que me ayudara a localizarla, miré el de Ken pero llamarla a ella sería dar un montón de explicaciones, que no tenía nada de ánimos de dar. Pero luego encontré uno que decía casa. Marqué el número en mi móvil y espere a que alguien contestara.
—Hola, buenos días —dijo con voz suave.
—Hola..., por alguna extraña razón tu móvil estaba en mi recámara, eh puedo saber ¿qué paso anoche... qué hicimos anoche? —pregunté sonando confundido, porque ¡Jesús!, que feo era el no poder recordar nada.
N/A: ¡Lo amo!, jajaja y me esta gustando mucho escribir esta historia *---* Espero hayan tenido un muy buen festejo de navidad y fin de año y pues ¡A darle con todo! Nos leemos pronto, besos apretujados.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro