Capítulo 11
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Are you mine? - Artic Monkeys
Al salir de la universidad, salí corriendo hasta el estacionamiento eran a penas las cinco y media de la tarde. Debía de llegar a mi casa, darme una ducha y prepararme para salir a tiempo a la casa de Harmonie.
Me puse un poco más de colonia, peiné mi cabello como de costumbre, escogí un jean un poco desgastado pero que me quedaba bien, una camiseta color vino y una cazadora negra. No quería ir demasiado formal, era una reunión extracurricular de trabajo, seria en su casa, quería verme fresco, relajado y joven. Tomé mi billetera, las llaves de mi casa y de mi camioneta y justo cuando tuve el pomo de la puerta en mi mano, mi móvil sonó. Lo saqué rápido no teniendo idea de quién podría ser. La fotografía de Brandon saltó en la pantalla, contesté pronto:
—Aló...
—Charles, que bien que me respondes. —Se escuchaba agitado y había un tinte de preocupación en su voz.
— ¿Estás bien?, ¿sucedió algo? —cuestioné sintiéndome alarmado. Y para empeorar la situación, un gritó se escuchó al otro lado. Era mi Lucy.
—Si... Lu se cayó de la casa del árbol y creo que se fracturó el brazo... —respondió en un susurro. El alma se me fue a los pies—... vamos para el hospital donde me internaron.
—Voy para allá... —dije apurado. Olvidándome de todo y concentrándome nada más en llegar lo más rápido posible al hospital.
¡Dios!, mi niña estaba sufriendo.
Conduje muy deprisa, presionando de más el acelerador. Pero es que saberla sufriendo me desgarraba el alma, esa niña era como mi vida, era la luz que iluminaba mis más oscuros días. Llegué más rápido de lo que creí posible, me estacioné y luego salí corriendo. Adentro pregunté por Lucy, la enfermera de la recepción me dijo que estaba en la zona de emergencias, al final del pasillo, cruzando una enorme puerta. No deje que dijera más y salí corriendo de nuevo. Crucé el umbral de la puerta y a lo lejos divisé la silueta de Brandon, estaba caminando de un lado a otro, Camille estaba tranquilizando a Mishelle y Antonio estaba no muy diferente a su nieto. Di grandes zancadas hasta que todos se percataron de mi presencia, Brandon fue el primero en que se acercó a mí. Tenía los ojos rojos, sus mejillas empapadas y su labio inferior temblaba, estaba muerto del pánico. Lo cual me hizo estremecer del terror.
— ¿Cómo esta?, ¿dónde está? —pregunté. Mi amigo sacudió la cabeza en una negativa.
—La están interviniendo ahora. Charles, la hubieses visto... —Su voz estaba quebrada, poco a poco sentí como mis ojos se anegaban—... El hueso de su brazo estaba fuera de su lugar, gritaba de dolor... mi pobre hermanita.
Lo abracé, no tanto para consolarlo, sino que yo necesitaba uno; imaginarme sus ojos azules llenos de pánico, gritando presa del dolor infernal que seguramente sintió... Y mi hora de la cita con Harmonie llegó pero en esos momentos no me percaté de nada. Mis pensamientos, todos, estaban colonizados con la imagen tierna y vivaz de Lucy. A eso de las nueve de la noche una enfermera salió, seguida de un doctor. Todos se levantaron y los imité.
—Familiares de Lucía Marina O'Donnell.
—Nosotros —dijeron Brandon y Antonio al mismo tiempo.
—La operación fue todo un éxito. Logramos reacomodarle su hueso, mediante unos tornillos que esperamos con el paso de los meses poder retirarlos.
—Doctor, ¿Cuándo podremos verla? —cuestionó Mishelle. El aludido asintió con la cabeza, en señal de haber estado esperando esa pregunta.
—Hace unos minutos la trasladamos a una de las habitaciones, por ahora solo usted o la señorita, podrán verla... —dijo, refiriéndose a Mishelle y Camille—... pues por políticas del hospital solo mujeres se pueden quedar con menores.
A todos los hombres nos entristeció la noticia. Pero comprendíamos que no podíamos hacer nada en contra de esas reglas. Podríamos verla hasta el día siguiente durante las horas hábiles. Minutos después el doctor nos dejó solos, Antonio y Mishelle quedaron de verse más tarde, iría junto a Brandon a su casa por cosas para que ellas pasaran la noche cuidando de Lucy.
—Creo que lo mejor será que regresen hasta mañana, Camille y yo cuidaremos de ella —dijo Mishelle, se miraba ya un tanto tranquila.
—No hay de otra —respondió vencido, Brandon—, vendremos más tarde con lo que necesiten, solo dígannos.
Me hice a un lado mientras Brandon y su madre hablaban, debía de llamar a Ken para ponerla al tanto de todo, al día siguiente no iría a mis practicas, quería ver a Lucy, tal vez cuidarla un momento.
—Hola, Ken... —Le narré lo que pasó, midiendo mis palabras. Ella entendió todo y quedó de decirle a su padre, alegando a que no me preocupara y me quedara tranquilo.
Me acerqué de nuevo, Brandon casi se iba. Me hizo señas para que nos fuéramos. Me despedí de Mishelle y de Camille, luego nos dirigimos al estacionamiento.
— ¿A qué hora vendrás mañana? —Me preguntó Brandon.
—Desde temprano si es necesario. No iré a las prácticas... —contesté. Me sonrió agradecido.
—Nos vemos mañana entonces, yo te mandó un texto con el horario hábil para las visitas. —Asentí con la cabeza. Nos despedimos.
Me interné en la carretera, mientras puse el reproductor de música para relajarme un poco. Eran ya las diez de la noche, solo deseaba llegar a mi casa y dormir, sin embargo.
Pasé por el centro, por el área de bares, era inevitable no hacerlo pues el camino que me llevaba a casa se interceptaba con esos lugares. Entonces, sin desearlo, mi cabeza se llenó de imágenes, de recuerdos... trayendo a mí memoria uno en particular: la discusión que había tenido con...
— ¡Harmonie! ¡Por una mierda! —exclamé, recordando que había quedado con ella.
Giré en un redondel, sin molestarme siquiera en ver la hora y me dirigí a su casa. Me sentía un estúpido, ¿cómo había sido posible que se me olvidara? Recordé el motivo y no pude culparme, esa niña era como la hermana que nunca tuve.
Llegué muy rápido a su condominio. Fue entonces que me digné a ver la hora. Pasaban de las diez, ¡mierda! Pero ya había ido hasta ahí, no lo haría de puro gusto. Así que, rogando al cielo en que al menos me permitiera darle una explicación, me aventuré en subir hasta su piso. Y las manos me temblaban, sentía una tensión extenderse por todo el largo de mis hombros y cuello. ¿Con qué cara iba a plantarme en su puerta? Ni hablar, debía de tener los pantalones suficientes para al menos disculparme. Aunque me echara, yo ya saldría de mi compromiso. Salí del elevador y con pies torpes me acerqué hasta la puerta con un numero quince curveado. Suspiré y antes que el arrepentimiento y la cobardía arremetieran contra mí, toqué.
— ¡Voy, un segundo! —gritó en respuesta. Mordí mi labio inferior y miré mis pies, solo esperaba no recibir alguna bofetada. Las mujeres tienden a ser demasiado malhumoradas con cuestiones del tiempo y mucho más cuando las deja un hombre plantadas. No podía mentir, tenía miedo.
Escuché pasos apresurados al otro lado, pero luego se escucharon más cerca. ¿Me abriría la puerta? Y que no lo hiciera era la posibilidad que más estaba ganando. Observé su sombra por la ranura del final de la puerta de madera contrachapada azul. Ella ya sabía que era yo, lo sentía. Unos cuantos segundos pasaron, entonces escuché el pasador ser removido y la manija de la puerta comenzó a girar con una lentitud dolorosa. ¿Me gritaría y reclamaría? Me esperaba lo peor en esos momentos.
Por fin la puerta se abrió y unos pies descalzos y desnudos aparecieron frente a mí. Poco a poco comencé a alzar la cabeza y a barrer con mis ojos la extensión blanca de su cuerpo. Hasta que llegué a su cara... y lo inescudriñable de su rostro me golpeó con fuerza. No había nada peor que ver a una mujer y no saber qué demonios está pensando.
Prefería mil veces ver enojo, ira... a no descifrar absolutamente nada.
Abrí mi boca como pez varias veces, las palabras no acudían a mí. Harmonie en cambio, se cruzó de brazos y alzó una ceja, esperando a que hablara. Quise abofetearme la cara en ese mismo instante, y casi lo hacía pero no iba a dejarme como un lunático. Suficiente tenía con parecer un mentiroso e irresponsable.
—Hola... — ¿En serio Charles, fue lo mejor que se ocurrió? Canturreó mi conciencia con incredulidad.
— ¿Qué quieres? —cuestionó haciendo uso de un tono seco. Y ahí estaba la emoción que necesitaba conocer, estaba molesta.
¡Obvio inútil, la dejaste plantada!
—Yo... vine solo a disculparme... —Sus hombros cayeron por un momento y un sentimiento que no reconocí viajo a través de sus gestos por una fracción de segundo.
—Ya lo hiciste, ahora puedes irte... —Tomó la puerta con toda la intención de cerrármela en la cara. Entonces, sin saber por qué, posé uno de mis pies, impidiendo así que la cerrara. Apoyé una de mis manos en el marco de la puerta, acercándome mucho más de lo que pretendía por lo cual, ella tuvo que dar un paso hacia atrás, tan sorprendida como yo por mi movimiento.
—No fue mi intención no venir a la hora acordada, es solo que tuve un inconveniente... —Asintió con la cabeza, debía de decirle todo. Si es que quería una segunda oportunidad—... veras, la hermanita de...
—No me importa —zanjó de pronto. Fruncí el entrecejo ¿Pero qué demonios?—, puedes irte... y muchas gracias por venir hasta aquí solo a disculparte.
Nuevamente intentó cerrar la puerta pero no se lo permití. ¿Qué le sucedía a esa mujer? Había ido hasta su casa para disculparme. Para darle una explicación.
—Exacto, vine hasta tu casa para tener la intención de darte una explicación... —dije, mi voz sonando muy fuerte—... al menos deberías de tener la delicadeza de escucharme.
—Vete a la mierda... —siseó y haciendo uso de sus dos manos intentó cerrar la puerta, pero siendo más ágil que ella, logré colarme en su departamento y cerrar la puerta con mi pie. Harmonie dio varios pasos hacia atrás—... ¿qué demonios haces? Por favor vete, vete si no quieres que llame a los de seguridad.
Negué con la cabeza, ¡con un demonio! Me iba a escuchar.
—Me importa una mierda, tú vas a escucharme... —zanjé.
—Qué te escuché mi culo... —soltó hecha una furia. Se dio media vuelta con la disposición de dejarme hablando solo.
—Tú lo dijiste. —Entonces, dando grades zancadas me acerqué a ella y tomándola de ambos brazos la giré, para que quedáramos de frente y con mis brazos alrededor de su cuerpo la atrapé.
— ¡Suéltame! —gritó, removiéndose con fuerza entre la prisión que simulaban mis brazos. Negué con la cabeza, disfrutando el tenerla así de cerca.
Olvidando el principal motivo de mí actuar: yo iba a decirle todo así fuera a la fuerza. Pero al tenerla contra mi piel, sabiéndola usando solo un diminuto conjunto para dormir, tanto la ira como la pretensión de hablar se esfumó, abriéndose paso, en cambio, determinación y un deseo ensordecedor.
—Voy a gritar si no lo haces... —amenazó. Alcé una ceja, retándola. Y justo cuando abrió su boca para hacer realidad su ultimato... la besé.
Sus labios al principio se formaron en una línea recta. No me importó, perdí una de mis manos en su cabello y la pegué más a mí. Poco a poco la sentí ceder, hasta que su boca se abrió, dándome todo el acceso posible a perderme en su boca. Bajé mi otra mano hasta su cintura y la acerqué más, si es que eso era aun posible, intensifiqué el beso en el momento que mi lengua tanteó la de ella. Nuestros labios se movían al compás de nuestros corazones, compartiendo no solamente el aliento, fluidos y roces húmedos que despertaban cada milímetro de nuestra piel, sino que, en el proceso, el deseo comenzó a adueñarse de nuestro proceder, extendiendo sus alas y envolviéndonos, acercándonos a un punto sin retorno.
Mi mano descendió por sus glúteos hasta lo largo de sus piernas, reactivando todos sus sentidos, percibiendo lo sensible de su tez al roce de piel contra piel. Mi cuerpo igualmente fue respondiendo a cada una de las caricias que ella impartía, sus manos descansaban en mi dorso, acariciando mis omoplatos, desatando un fuego consumidor en todo mi cuerpo y que hacia mi sangre hervir, que la hacía combustión. Sentía que mi pecho ardía por la falta de oxigeno y mi corazón estaba a punto de sufrir un ataque por la intensidad de todo ese juego.
Pero necesitaba más...
Mi cuerpo pedía más, necesita desatar y liberar toda la energía, toda la tensión sexual que poco a poco nos consumía. Y sin poder soportarlo más, deslicé mis manos hasta atrás de sus piernas y de un rápido movimiento hice que me rodeara la cadera con ellas. Nuestros centros se sintieron y gruñidos junto a jadeos salieron de nuestras gargantas. Y la sentí moverse contra mi pelvis, la cual dolía y pedía a gritos liberarse y perderse en el centro húmedo y cálido de Harmonie. Caminé a cuestas con ella y me senté sobre el sofá, mientras nuestros labios no parecían tener la intención de soltarse, liberando nuestros cuerpos de la tela que impedía consumir todo lo que ahí pasaba, y cuando, ya no existía barrera alguna y asegurando el momento, me enterré en su ser. Estocada tras estocada, sin control, sin limitarnos, piel con piel, rozándose, humedeciéndose y estremeciéndose. Mis labios pronto abandonaron su boca para deleitarse en el sabor de la piel de su cuello, mordisqueando, dejando un camino decadente de caricias por su pecho, sus senos, mientras la sentía estirarse, enterrarse cada vez más, sus manos estaban en mis omoplatos, sus uñas clavadas en mi piel, su boca contra en mi cabello, ahogando gritos, gemidos. Y podía sentir como las olas y olas de placer comenzaban a extenderse por todo mi ser, pero no quería que aquello terminara, quería alargarlo lo más que podía, así que, justo cuando la sentía elevarse, la tomé de la cintura y la recosté sobre el sofá, me sostuve con mis codos, sin romper la unión de nuestros centros, entonces seguí arremetiendo. Y verla arquearse, perdida por las sensaciones, por el placer, era único, la sentía temblar, jadear, murmurar incoherencias, así como me pedía que no me detuviera que... que... ¡diablos!
La besé por última vez, mientras mis movimientos se intensificaron, sentía el éxtasis apoderándose de cada molécula, de cada célula que componía mi cuerpo. Y todo pronto explotó en luces de colores, corrientes eléctricas nos recorrieron por completo, erizando nuestra piel, permeándonos de sudor y embargándonos con un fuego tan abrazador, mis movimientos se tornaron rápidos y torpes, mientras ella arqueaba su espalda, dejándome entrever su piel brillante, su boca entreabierta que liberaba gemidos, murmuraciones sin sentido, haciéndonos estremecer de placer, del éxtasis que pronto nos alcanzó, nos elevó hasta la cima del mundo y pronto nos liberó, dejándonos en una caída libre, cayendo en un precipicio sin fin.
N/A: ¡Estaré ansiosa leyendo sus comentarios!
Nos seguimos leyendo 😙❤️
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