8. Yo nunca, nunca
MARATÓN 3 de 3
Annalía:
Llevo la mano a mi pecho como si de esa forma pudiese disminuir el ritmo acelerado de mi corazón y, cuando el timbre vuelve a sonar, sacudo mi cabeza y corro hacia la puerta. Es Sebas y una chica, no, decirle chica sería menospreciarla, es una mujer. Una muy, pero muy hermosa, con una sonrisa de dientes blancos perfectos capaz de encandilar a cualquiera.
—No cierres, el resto viene subiendo —dice Sebas entrando como Pedro por su casa en dirección a la cocina—. Traje cerveza y Lucas, una botella de vino de las de su abuelo. Te aviso desde ya que es adictivo y antes de que te des cuenta estás borracho.
—Sí recuerdas la parte de que soy menor de edad y Zack los matará si me dan algo de alcohol, ¿verdad? —pregunto, divertida ante su desparpajo, aun desde la puerta con su acompañante a mi lado.
Él asoma la cabeza por la entrada de la cocina.
—Por eso Linse y Susy traen refresco de naranja. Tu favorito, según Zack.
Mi mirada se dirige a la puerta del susodicho mientras algo en mi interior baila la Macarena por el simple hecho de que ha recordado mi bebida favorita. No soy tan tonta, ¿vale? Leo muchísimo y sé lo que significan las reacciones que mi cuerpo ha estado experimentando durante el día, pero no quiero darles nombre. Me aterran, pues Zack es la última persona a la que debo ver de esa forma. Él es familia.
Sebas vuelve a perderse dentro de la cocina y no tardamos en escuchar las puertas de la alacena abrirse y cerrarse.
—Soy Sofía, por cierto, la esposa del borracho.
—Annalía, la…
—Protegida de Zack Bolt. —Me interrumpe y da la sensación de que su sonrisa divertida esconde algo—. Cuando Sebastián me lo contó, no podía creerlo.
Ja. Tenía razón. Es Sebastián.
—Somos como familia.
—Lucas no cree lo mismo.
—¿Eh?
En ese momento, Zack sale de su habitación enfundado en una bermuda mezclilla y una camiseta ancha de color negro; su cabello, seco, siguen igual de rebelde que siempre.
—Joder, ¡Zack! —grita Sebas desde el interior de la cocina y el aludido, que se acercaba a nosotras, se detiene en el centro de la sala—. ¿Dónde carajos tienes el wiski que compraste la semana pasada?
—¡Me lo tomé! —responde a gritos mientras reanuda la marcha.
—No has tenido tiempo y… ¡Ajá! ¡Lo encontré!
Zack rueda los ojos con diversión.
—No sé cómo lo soportas todos los días, mujer. Deberían darte una medalla —le dice a la chica antes de atraerla a un abrazo.
—Tiene su encanto.
Antes de que pueda decir algo más, el resto de los amigos de Zack entran al apartamento y llámenme picúa si quieren, pero desde que la tal Cristal y Ara, su perrito faldero, ingresan, la sala se siente más pequeña. En mi humilde opinión, sobran en este lugar y si me lo permitieran, yo les daba una patadita en el trasero para que regresaran por donde mismo vinieron.
—Voy a darme un baño —le digo a Zack cuando sus amigos parlotean uno encima del otro sobre cómo haremos las cosas.
—Puse una toalla limpia en el baño y ponle pestillo a la puerta. Estos idiotas no tienden a pedir permiso antes de entrar.
Asiento con la cabeza y tomando mis cosas, me encierro en el baño. Luego de una ducha rápida, me pongo un pantalón mezclilla, una sudadera gris corta que deja al descubierto mi ombligo y dudo varias veces si ponerme los tenis. Es decir, estaremos en casa, ¿por qué tendría que ponérmelos? Zack anda descalzo.
Decido que no lo haré, pero, antes de salir, recuerdo los zancos en los que andan la plástica número uno y la plástica número dos y que el resto de las chicas sí usan zapatos, así que termino poniéndomelos. Me dejo el cabello suelto y solo me pinto el borde de los ojos.
Cuando salgo, ya todos están acomodados en la sala y, por lo que veo, la dichosa película está lista para comenzar. Lucas es el primero en verme que, con su descaro característico, chifla en apreciación mientras barre su mirada por todo mi cuerpo. A pesar de lo que podrían pensar, no hay nada pervertido en el gesto, sino más bien divertido.
Lucas es un poco raro, pero me cae muy bien.
—Eres, por mucho, la chica más hermosa en esta sala.
Alguien resopla con fastidio a mi derecha y, por la cara de culo que tienen Cristal y Zack, no sé cuál de los dos ha sido.
—¿Tú no tenías una novia, amiga con derechos, ligue o algo así? —pregunto al recordar que Zack le dijo a mis padres que él tenía algún rollo con una chica.
—En primer lugar, —Mira a su amigo—, Zack, eres un chismoso. En segundo lugar, el hecho de que ande tonteando con alguien no significa que esté ciego y, en tercer lugar, tampoco es tan serio.
Ruedo los ojos.
—Te he guardado un asiento a mi lado —dice—. Por eso de que te dan miedo las pelis de terror; así puedo abrazarte.
Palmea el asiento a su lado y, antes de que pueda hacer algo, Zack se levanta, lo sujeta por una pierna y lo jala hasta sacarlo del sofá. El pobre italiano, lejos de molestarse, se ríe de lo lindo en el suelo. Si ya lo digo, yo, le faltan unos tornillos.
El menor de los Bolt ocupa su lugar e imita su gesto para indicarme que me siente junto a él y no sudo en hacerlo.
La película es traumática…
“La esposa del diablo” es, de lejos, lo peor que he visto jamás. Lucifer es un niño de teta comparado con la pelirroja lunática que toma el control del Infierno luego de que su esposo se enamora de una frágil e indefensa humana. En su lucha por obtener venganza y conseguir, en palabras de la misma, los huevos del diablo para colgarlos del cabecero de su cama, asesina a diestra y siniestra.
Yo la paso fatal y los dedos de Zack también, pues sufren los constantes ataques de los míos cada vez que va a suceder algo aterrador. No miento cuando digo que por un momento siento que me voy a desmayar; le tengo pavor a la sangre, no sé por qué y todo parece indicar que no es necesario tenerla en vivo y en directo, sino que basta con que aparezca en una pantalla gigante, aunque en el fondo sepa que es falsa.
Sus amigos tal parece que han visto la película cientos de veces, pues disfrutan más mis reacciones que otra cosa y si no los mando a todos a la mierda, incluyendo a la película, es por el maldito comentario de la cara de cacatúa de Cristal. Chico, no soy de ofender mucho, ese trabajo se lo dejo a Tahira, pero esa tipa a cada segundo que pasa, me cae peor. Resulta que a la media hora de haber comenzado la peli y luego de mi primer grito de pánico, se le ocurre decir: “Esta película no es para niños”.
Yo soy hija de mi madre, alocada y divertida, tengo una pizca de la tía Aby, sensible y bien portada, razón por la que no la mando a la mierda al escucharla; sin embargo, también soy familia de Ariadna Kanz y primero muerta antes de darle la razón a la plástica. Tomo sus palabras como un reto y, aunque aterrada, no grito ni una vez más y aguanto hasta que los malditos créditos comienzan a subir; supongo que también influye el hecho de que Zack acaricie mi brazo y me pida entre susurros que cierre los ojos cada vez que algo malo está por suceder. Ah, eso y el refresco de naranja que, no sé si son ideas mías, pero creo que tiene algo de alcohol.
No digo nada porque si ellos están tomando, yo también quiero hacerlo y estoy convencida de que como pregunte, Zack lo echará todo por el desagüe y se enojará con Linse y Susy. Digo ellas, porque creo que fueron las que se encargaron del refresco.
—¿Qué te pareció? —pregunta Lucas cuando Zack coloca el televisor en modo silencio.
—Que en la vida vuelvo a ver una película que tú recomiendes.
El italiano suelta una estruendosa carcajada que hasta a mí me hace reír. Es que es dramático a más no poder.
El timbre suena y Zack se dirige a la puerta, segundos después, regresa con tres cajas de pizza, la mayor invención culinaria del hombre.
Entre charlas triviales, cervezas para ellos y refresco amañado para mí, pasamos prácticamente el resto de la tarde. Para cuando me doy cuenta, ya ha caído la noche y debo admitir que me divierto muchísimo. Son lo máximo y, honestamente, no sé quién ríe más; si yo con las anécdotas que me hacen de Zack de sus años universitarios; o ellos con las que yo les hago sobre nuestra infancia. En lo que sí coinciden todos, salvo la cacatúa y el perro faldero, es en que pagarían por habernos conocido en el pasado.
—Es imposible que alguien tenga tanta mala suerte —dice Sofía, la esposa de Sebas en algún momento.
—Si piensas eso de nosotros, es porque no conoces a mis padres. —Fue mi única respuesta.
—¿Y sigue siendo igual de desastroso entre ustedes? —inquiere Sebas y Zack niega con la cabeza antes de darle un sorbo a su cerveza.
—Después de que se marchó a recorrer el mundo, mi vida ha estado bastante tranquila.
—Y súper aburrida, admítelo —ordeno, golpeándolo de forma juguetona con mi hombro.
Él sonríe y asiente con la cabeza.
—Muy aburrida.
—Entonces, ¿admites que me extrañaste? —pregunto, acunando mi rostro con mis manos, mientras bato mis pestañas sin cesar.
—Demasiado —susurra.
Sus ojos se encuentran con los míos y, por unos segundos, me olvido de todo y de todos; sin embargo, es tanta la intensidad que desbordan mientras analiza mi rostro, que me veo obligada a desviar mi atención con las mejillas hirviendo. Me aclaro la garganta, incómoda, y cuando observo a los presentes, sonríen como unos tontos, salvo la cacatúa y su perrito faldero que, para no variar, tienen una cara de trasero estreñido que da pena.
—Lía, el fin de semana que viene hay carnaval aquí en Saison —comenta Sofía intercalando la mirada entre el menor de los Bolt y yo—. ¿Te apetece venir? Podrías pasarte todo el finde aquí.
¿Qué si me apetece? Hombre, claro que yes.
Zack se atraganta a mi lado, pero no lo miro y, aunque me gusta la idea, tengo que ser realista. Es casi imposible de que pueda venir.
—No estoy segura de que pueda. Una cosa es pasar una noche, no creo que mis padres permitan todo un fin de semana.
—Si quieres puedo hablar con ellos; puedo ser muy persuasiva.
—Doy fe de eso. —Secunda su esposo.
Me muevo un poco incómoda en el sofá y me permito mirar a Zack por el rabillo del ojo. Tiene el ceño fruncido mientras observa con detenimiento la lata de cerveza en sus manos.
—No creo que a Zack le haga mucha gracia que pase aquí todo un fin de semana.
Protestó bastante ante la idea de que viniese hoy, imagínense tres días haciendo de niñero tal y como dice él.
—Si tus padres te dejan, no seré yo quien diga que no —murmura para mi total estupefacción.
—¿En serio? —pregunto y no puedo ocultar la sorpresa y el entusiasmo en mi voz.
Él solo se encoge de hombros y suspira profundo con exagerado dramatismo.
—Qué más da. Ya invadiste mi lugar de trabajo y te ganaste a mis amigos. Que pases unos días aquí no me va a matar. O eso espero.
—Gracias, Zacky.
Asiente con la cabeza como única respuesta.
—También hablaré con tus padres mañana cuando te lleve a casa.
—¿Me llevarás?
—Es sábado, tengo el día libre y así de paso llego a ver a mi madre y dejo de ser su hijo ingrato por no ir a verla después de que me ha alimentado hasta obtener el carapacho que tengo. Palabras de ella, no mías.
Me río por lo bajo. Ari es una dramática.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora? —pregunta Lucas—. La noche aun es joven.
—¿Qué tal si jugamos a la botella? —pregunta Cristal.
—Ese es un juego viejo —responde Linse.
—Pero nunca pasa de moda y menos en una reunión entre amigos. ¿quién se apunta?
—Otra cosa, Cristal —dice Zack—. Conozco las reglas de tus juegos y Annalía no lo hará.
Frunzo el ceño y ella rueda los ojos.
—¿El juego del hielo?
¿Cuál es ese?
—Es peor.
—¿El de las cosquillas?
—Ese suena divertido —comento, pero ninguno me mira.
—Demasiado manoseo.
—Supongo que beber del ombligo tampoco.
Zack niega con la cabeza.
—¡Pues que no juegue!
La fulmino con la mirada. Híjole, esta chica ya pasó de caerme mal, a estar en mi lista de personas que odio.
—Tranquila Cristal —comenta Linse—. ¿Qué tal si jugamos simplemente a “Yo nunca, nunca”?
—Menuda corta royos.
—Mira guapa, si no te gusta, la puerta está ahí. —Señalo la zona en cuestión y ella me fulmina con su mirada, pero no me interesa, no le tengo miedo y el alcohol me ha dado un poco de valor extra.
—Me gusta tu idea, Linse —dice Lucas con rapidez, salvando la incomodidad que se ha asentado en la habitación—. Podríamos agregar algún castigo. Algo suave. ¿Qué tú crees, Zack?
Respira profundo.
—Vale, pero como se les ocurra pasarse, se acaba el juego. —Se voltea hacia mí—. ¿Sabes cómo jugar?
—Lo he visto en películas.
—Empiezo yo —dice Sofía mientras aplaude con entusiasmo—. Yo nunca, nunca: me he hecho un tatuaje.
Cristal resopla; supongo que no le gustan las preguntas tan suaves. Ella, Ara, Sofía, Sebas, Lucas y Susy, beben un trago indicando que han pecado y sonrío al ver que Zack no. Eso lo sabía, no le gustan mucho los tatuajes.
—Mi turno —dice Lucas en el mismo momento en que yo tomo un sorbo de mi refresco. Él sonríe—. Dime que estás bebiendo porque tienes sed y no porque tienes un tatuaje.
—Lo tengo.
—¡¿Tienes un tatuaje?! —pregunta Zack y juro que suena escandalizado.
Asiento con la cabeza.
—¿Dónde?
—¿Prometes que no se lo dirás a mis padres? O a mi hermano.
—Depende.
—¿De qué?
—¿De dónde esté?
—¿Lo dices o lo preguntas?
Escucho a alguien reír, pero lo ignoro.
—Solo dime dónde lo tienes.
Impulsada por el alcohol oculto en mi bebida, me arrodillo en el suelo y, bajo unos centímetros la faja de mi pantalón junto con la de mis bragas mostrándoles una Z enredada en una A. es pequeño y me lo hice ahí para ocultarlo de mi familia.
—Tú… —murmura Zack, pero no termina la frase.
Su mirada pasa del tatuaje a mi rostro varias veces y sé que su asombro ya no se debe a que tenga un tatuaje, sino, a su significado. La Z y la A es solo de nosotros, algo que surgió hace un montón de años cuando mis patines se rompieron y formé la pataleta de mi vida. No había quién me calmase, eran mis favoritos y no aceptaba los que mis padres me regalaron para reponerlos.
Zack, que, según sus propias palabras, odiaba verme llorar, me compró otros en una tienda donde había la opción de serigrafiado. Dibujó en cada uno la Z y la A entrelazadas y cuando me los dio, se inventó un cuento sobre lo especial que eran y yo dejé de llorar. Desde ese día, se convirtió en nuestra marca personal y, con el tiempo, cada vez que hacíamos una trastada, la dibujábamos en la escena del crimen para que supieran que habíamos sido nosotros.
—Perdí una apuesta —explico para hacerlo reaccionar.
Zack abre la boca varias veces como si fuese a decir algo, pero nada sale y yo vuelvo a mi lugar.
—Ok, sigamos —dice Lucas, riendo de oreja a oreja—. Yo nunca, nunca he hecho un baile erótico.
Todos beben…
Yo también…
Y todos me miran…
—Fue en Alemania, una noche de pijamada y no había chicos de por medio —me explico, pues ninguno parece creérselo.
—Yo nunca, nunca… —Sebas hace una pausa pensando y no me gusta el modo en que me mira y se ríe. Está planeando algo—. He besado a una de mis amigas en una pijamada.
Sofía y Lucas se ríen. Cristal, Ara y Linse beben y todas las miradas se posan en mí. Malditos…
—Tenía unos tragos de más —susurro antes de beber un largo trago de mi refresco amañado—. Y solo fue un pico.
Zack me observa sin dar crédito y es el turno de Ara.
Sebas aprovecha para ir a la cocina y regresar con la jarra de refresco para rellenar mi vaso. La deja a mi lado.
—Yo nunca, nunca me he acostado con nadie de este grupo.
Todos, salvo Susy y yo, por supuesto, beben. No hay que ser adivino para saber con quién estuvo Zack.
—Yo nunca, nunca —dice Cristal—. He hecho un trío con integrantes del grupo.
Cristal y Ara beben, segundos después lo hace Zack y yo abro la boca de par en par mientras un sentimiento desagradable se asienta en mi estómago. ¿Puedo alegar que el refresco me ha caído mal?
Lucas se levanta del suelo y se acerca a Linse para susurrarle algo en el oído, ella asiente con la cabeza y este regresa a su lugar.
—Yo nunca, nunca —dice la chica y por la sonrisa del italiano, sé que lo que sea que va a decir, ha sido su idea—, he deseado a una persona que no puedo tener.
Sofía, Sebastián, Linse y Lucas, centran toda su atención en Zack, que fulmina al italiano con la mirada, para luego llevarse su cerveza a la boca. Abro la mía de par en par.
—¿Puedo preguntar quién?
—No —responde Zack sin mirarme.
—Pesado.
—Es mi turno entonces.
Lucas vuelve a levantarse y esta vez se dirige a su mejor amigo, murmura algo en su oído y este niega con la cabeza. El italiano insiste, el rubio contradice, pero el otro no se detiene y supongo que al final lo convence porque Zack suspira resignado y se limita a sentir con la cabeza.
—Yo nunca, nunca, he deseado besar a alguien de este grupo.
Todos beben, incluido Zack, aunque lo hace casi al final y, para mi consternación, todas las miradas recaen en mí. Yo, con mis ojos abiertos de par en par y el corazón latiendo con fuerza en mi pecho, no sé qué hacer.
¿Se puede mentir en este juego? Me avergüenza un poco decirlo, pero en los últimos días han pasado un par de pensamientos por mi mente sobre los labios de Zack y cómo se sentirían sobre los míos.
—¿Lo has deseado o no, Lía? —pregunta Lucas y yo niego compulsivamente con la cabeza—. No te creo.
—¡No lo he hecho! —chillo a la defensiva.
Grave error.
—Yo creo que sí. —Insiste.
—¡No!
—Está mintiendo —dice Zack y yo lo miro, ofendida.
—Cuando mientes te muerdes el labio y abres los ojos más de lo normal.
Indignada, suelto mi labio inferior que, efectivamente, estaba siendo víctima del constante ataque de mis dientes y yo ni me había percatado.
—¿No vas a contestar? —Vuelve a preguntar Lucas y ante mi silencio, se pone de pie.
Dios, qué pesadito.
Sin saber por qué exactamente, lo imito y detrás de mí, lo hace el resto. Disimuladamente me sujeto a Sofía, pues ahora sí que mi mundo da vueltas.
—Pues castigo para ti. —Continúa el italiano.
¿Castigo?
—Tienes que besar a Zack.
—¡¿Qué?! —gritamos los dos al mismo tiempo.
—Tienes que estar de broma. —Agrega Zack.
—Annalía no ha contestado, tiene que pagar y ella decide, o te besa a ti o besa a uno de nosotros; pero tiene que cumplir.
—No tiene que hacerlo.
—Sí que tiene, son las reglas del juego.
—La mayoría de las reglas no las hemos inventado nosotros para hacer el juego más divertido, Lucas. No tiene que hacerlo.
—Oh, ¡por el amor de Dios!, no es nada del otro mundo —exclama Sebas, con evidente frustración—. ¡Es solo un pico!
—No lo hará.
—Pues tendrá que beberse una cerveza completa sin parar. —Vuelve Lucas al ataque.
—Tampoco lo hará.
—Eres un aguafiestas, Zack.
—Y ustedes unos idiotas. ¿Qué parte de que es menor de edad no entienden? ¡Es una niña!
Juro por Dios que nunca he odiado tanto esa palabra, pero la he escuchado tanto en estos días que ya me da urticaria escucharla y si a eso le sumamos el dichoso tonito que siempre emplea, es peor.
—Soy menor de edad, pero no soy una niña como crees, Zack —susurro, ganándome la mirada de todos y luego lo enfrento con mayor decisión—. Estoy al cumplir los dieciocho y, solo para que conste, no sería ni mi primer beso, ni mi primera cerveza. Así que deja de ahogarte en una vaso de agua y dame el dichoso pico para poder seguir jugando.
Escojo el beso porque una cerveza me hará vomitar, solo por eso. No tiene absolutamente nada que ver con el hecho de que me pregunte cómo se sentirán sus labios.
—Tienes que estar bromeando.
—No.
Doy un paso hacia adelante al mismo tiempo que él retrocede otro, pero no me detengo hasta llegar a él y colocar mi mano vacía sobre su pecho. A veces me maravilla lo que hace la bebida. En mi sano juicio jamás estaría haciendo algo como esto.
—Lía…
—Es solo un beso, Zacky. Unes tus labios a los míos por un corto segundo y ya.
Me encojo de hombros.
—Terminemos con esto —susurro, agotada.
Me coloco en puntilla de pie para estar a su altura y nuestros ojos, los de él tan oscuros como la noche y los míos tan claros como el día, se conectan. Conozco siete idiomas a la perfección y espero poder dominar muchos más, pero hay uno que nunca conseguiré entender, el de las miradas y justo ahora que la suya es tan intensa, me gustaría entender qué tanto dice.
Zack traga duro y mi cuerpo se estremece cuando lo siento colocar sus manos sobre la piel libre de mi cintura. Su cabeza se inclina hacia delante unos centímetros y yo elevo la mía para facilitárselo. Mi corazón late desbocado en mi pecho mientras mi mente se debate, por una parte, en disfrutar y por la otra en terminar con esta locura antes de que las cosas se nos vayan de las manos. Yo, en este punto, prefiero elegir la primera, sin embargo, supongo que a Zack le queda un poco de cordura, pues al último segundo, acuna mi rostro con sus manos y se desvía, besando mi frente.
La desilusión baja como un trago amargo hasta asentase en mi estómago y los jadeos de sorpresa se escuchan a nuestro alrededor.
—Eso no es justo —se queja Lucas y Zack lo fulmina con la mirada.
No sé si el italiano es tonto o valiente, pues se cruza de hombros y le dice:
—Te toca a ti asumir el castigo en su lugar.
—Y se lo pondré yo. —Salta la cacatúa con una sonrisa macabra en su rostro—. Tienes que besarme a mí y nada de picos. Tiene que ser un beso de verdad.
Decidido, odio a esa mujer.
Sin darle tiempo a contestar, se acerca a él, coloca sus manos sobre su pecho y antes de que consiga besarlo, mi cuerpo se mueve por voluntad. Cojo la jarra de refresco y, sin querer queriendo, tropiezo y el líquido termina mojándolos. Me gustaría echarle la culpa de mis actos a mi embriaguez, pero no puedo, pues algo en el fondo de mi alma me dice que, de haber estado sobria, lo habría hecho igual.
Eso sí, que en mi mente lo admita, no significa que lo haré en voz alta también. Frente a ellos sí puedo culpar a mi refresco amañado.
Cristal jadea por la sorpresa y yo debo reprimir mi sonrisa triunfal cuando se aparta de Zack. Él me mira y yo pongo en práctica todo lo que aprendí de Gabriela, una chica super dramática que conocí en mi estancia en Brasil, cuyo sueño es estudiar artes escénicas.
—Zack… No me siento muy bien.
Bueno, eso es cierto.
En un segundo lo tengo junto a mí.
—Creo que estoy borracha.
—¿Qué?
Levanto la jarra para que sepa lo que quiero decir y él la huele.
—¿Qué coño le echaste a esto, Annalía?
—¿Yo? Nada, estaba así desde la primera vez que lo probé.
Zack fulmina a Linse y a Susy que fueron las encargadas del refresco y ellas levantan las manos en son de paz.
—Nosotras no hemos sido.
Sin dejar de sujetarme, Zack se voltea al resto de sus amigos que lucen realmente sorprendidos, salvo, ¿adivinen quién? Sí, la cacatúa. Esta tiene una sonrisita de superioridad que me gustaría borrarle de un guantazo.
—¿Cristal?
—Solo quería que la chica se divirtiera. —Se encoge de hombros como si nada.
—¿Qué se divirtiera? Es una niña, ¡maldita sea!
Y vamos de nuevo con la palabrita.
—Menos mal que lo sabes. —Cristal coloca sus manos en su cintura y luce realmente enojada—. Llevas días como disco rayado diciéndole lo mismo a todo el tío que se le cruza en frente, pero cuando la miras, no parece que lo tengas claro.
Zack da un paso hacia ella y en un segundo, tengo a Sofía a mi lado, sosteniéndome.
—Es mejor que no sigas por ahí, Cristal.
—¿Por qué? No te entiendo, Zack. ¿Qué demonios ves en ella? Soy más mujer que ella de aquí a Roma; soy lo que necesitas.
Si esa tía cree que Zack está interesado en mí, está loca.
El rubio se ríe sin una pizca de humor y se revuelve el cabello.
—Es mejor que te vayas, Cristal.
—Zack…
—Lo que hubo entre nosotros, se acabó, supéralo de una vez.
—¿Y por qué me llevaste a conocer a tu familia en la fiesta a la playa?
—Fue un error.
—¿Un error? —pregunta ella con indignación—. Eres un hijo de puta, Zack.
—¡Ey, con Ariadna no te metas! —chillo.
¿Qué demonios se cree?
Ella rueda los ojos.
—Cuando te pedí que me acompañaras, te dejé bien claro que eso no cambiaba la situación entre nosotros.
—Pero pensé que lo decías…
—Pues pensaste mal —responde él sin dejarla terminar—. Ahora vete de mi casa. Ya hablaremos mañana con calma cuando estés clara.
—Pero…
—Cristal… —Interviene Lucas, sujetándola por los hombros—. Es mejor que lo dejes así… —Lo que sea que le dice a continuación, lo hace tan bajo, que no consigo escuchar.
Zack se da la media vuelta y en dos zancadas está frente a mí.
—¿Estás mareada?
—Demasiado, diría yo.
—Joder. ¿Por qué demonios no dijiste que el refresco tenía alcohol?
—Quería tomar un poquito, pero luego empezaron con el juego y, para cuando me di cuenta, ya estaba mareada. No me pelees, por favor, está empezando a dolerme la cabeza.
Suspira profundo.
—¿Por qué no la llevas a la cama? —pregunta Sofía y Zack asiente con la cabeza.
—¿Puedes caminar?
—Por supuesto.
Sí, puedo hacerlo, solo que no muy derecho.
Una vez en la habitación, me quito los zapatos, rebusco en la mochila que dejé aquí hace un rato y saco mi pijama. Sin darme cuenta realmente de lo que hago, comienzo a desvestirme y cuando escucho su maldición, lo miro. Mis mejillas están hirviendo de la vergüenza, pero él, como todo un caballero, se ha dado la vuelta hacia la pared.
—Apúrate —ordena y no puedo evitar pensar que su voz sale ronca.
Termino de vestirme y me siento en la cama.
—Listo.
Él se voltea hacia mí y yo me acuesto en la cama. El calorcito del colchón me recibe con gusto mientras Zack me cubre con el edredón.
—Hoy me he divertido —le digo y él se sienta en el borde de la cama.
—Me alegra escucharlo.
—¿De verdad le pedirás permiso a mis padres para poder venir el fin de semana que viene?
Se lo piensa por unos segundos. Está ligeramente inclinado hacia el frente, con los antebrazos apoyados en sus muslos mientras juguetea distraído con sus manos.
—Supongo que sí.
Sonrío mientras mis ojos se van cerrando.
—¿Cómo te sientes?
—El cuarto da vueltas. Mañana me sentiré como la mierda, ¿verdad?
Lo escucho reí por lo bajo.
—Lo más probable.
Nos quedamos en silencio por unos minutos, él no sé por qué, yo porque no tengo fuerzas para hablar. Solo quiero dormir. El colchón se mueve y, supongo que se marchará, por lo que me acomodo un poco más; sin embargo, siento una ligera caricia en mi rostro que eriza cada por de mi piel.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Ujum. —Es mi única respuesta.
—Tu tatuaje…
Aun en mi casi inconciencia, mi corazón se dispara. Mierda.
—¿Es lo que creo que es?
—¿Qué más iba a ser? —pregunto como respuesta, sin abrir los ojos.
—¿Por qué te lo hiciste?
—Denn du warst mein bester freund und ich habe dich vermisst.
—En español, Lía.
—Porque eras mi mejor amigo y te extrañé.
Silencio.
—¿Y ayer? ¿Qué significa lo que dijiste en italiano?
—Que tienes los ojos más bonitos del mundo.
No sé si hice lo correcto en decirlo, la verdad es que tampoco me importa, al menos no ahora; pero supongo que debí haberme quedado en silencio, pues, sin decir una palabra, se levanta y se marcha.
Segundos después, caigo en un sueño profundo.
~~~☆☆~~~
¿Qué les pareció el maratón?
¿Les gustó?
Vamos a ver qué sucede ahora.
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