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7. Souvenir

MARATÓN: 2 de 3

Annalía:

Enojada, dejo el teléfono sobre la cama y bajo a cenar. Una vez terminamos, nos acurrucamos los tres en el gran sofá y vemos una película. Desde que regresé, esta se ha convertido en una rutina; es su forma de pasar tiempo conmigo para recuperar el que hemos estado separados. La verdad es que yo adoro estar así con ellos. Ojalá Aaron y Kay estuviesen aquí con nosotros.

A la mañana siguiente, me levanto un poquito más temprano para poder preparar lo que voy a llevar y luego me dirijo al hospital, no sin ante coger un pequeño obsequio que he decidido darle a Zack para agradecerle. Independientemente de que me haya colgado anoche y que me haya enojado, no puedo ignorar que me ha emocionado el que haya convencido a mis padres. No es mucho, en realidad, no es nada. Es un pequeño llavero que compré en Italia con la forma de la Torre de Pisa.

Una vez llego al hospital, voy directo a la sala de oncología, pues sé que las mañanas Zack las tiene ocupadas. Flora me saluda y luego me presenta a los oncólogos, incluso me agradece por la idea que tuve para que Erick pudiese comunicarse con ellos. Resulta que anoche lo usó para que lo acompañaran al baño y sí, pidió snikers. Tres, para ser exactos. Por suerte, como recompensa por haberse atrevido a comunicarse con ella, se los concedió, pero me pidió que le dijera que no se malacostumbrara, pues no se repetiría mucho.

Para mi sorpresa, Erick ha amanecido un poco más receptivo, aunque se niega a relacionarse con otros niños. Paso gran parte de la mañana con él y cuando llega la hora de la visita médica, me toca hacer de intérprete con la familia rusa y la china. Debo decir que es la primera vez que me resulta tan complicada la tarea; los términos médicos no los entiendo y la familia tampoco, por lo que tengo que pedirle a los doctores que me lo expliquen tipo bebé de prescolar para poder traducírselo a los demás. El niño ruso, Nikolay, tiene leucemia y la china, Xiang, un tumor en el cerebro.

A las once de la mañana, les permiten a los niños ir a la sala de juego, sin embargo, Erick se queda en absoluta soledad viendo el televisor. Están transmitiendo una competencia de patinaje en pareja y al ver que parece gustarle, decido entablar una conversación a respecto. Se asombra al saber que sé patinar y que soy hija de la Chica Mariposa, en realidad, no conoce a mi madre, pero busco unos videos de ella y de mi padre en internet y se convierte inmediatamente en su fan. El chico, a pesar de lo poco que habla, es divertido.

Descubro que le gustaría aprender y le prometo que algún día traeré unos patines para enseñarle. Si los doctores me lo permiten, por supuesto.

A la hora del almuerzo, prácticamente salgo corriendo de la sala directo a la cafetería con mi comida en mi lonchera. Sé que podía quedarme a almorzar en la sala tal y como me lo sugirió Flora, pero prefiero hacerlo con los chicos. De hecho, llevo toda la mañana esperando este momento para darle mi obsequio a Zack, así que quedarme allá no es una opción.

Cuando llego, los busco con la mirada y no tardo en encontrarlos en la misma mesa que ayer, así que, sonriendo, me acerco y me siento en el único asiento vacío… Al lado de Zack.

—Hola —saludo.

—Hola, preciosa, ¿lista para ver la mejor película de la historia? —pregunta Lucas y yo sonrío.

—Solo aviso de que no me gustan las pelis de terror. Me dan miedo.

—Ese es el punto —responde Cristal de mala manera y yo la ignoro.

¿Qué demonios le hice para que me odie? Porque sí, la forma en que me mira, me dice que estoy en su lista negra.

—No te preocupes, yo te abrazo para protegerte.

Sonrío ante el descaro de Lucas.

—En tus sueños —murmura Zack y yo lo miro.

—¿Qué tal tu día? —pregunto.

—Bien hasta hace un minuto. ¿El tuyo?

Ruedo los ojos con fastidio. Ya volvimos a lo mismo.

—Estoy empezando a pensar que eres bipolar o tienes problemas mentales, Zacky.

—No me llames así.

—¿Por qué?

—Porque ya no somos niños.

—Pensaba que creías que yo era una niña. —Enarco una ceja con chulería. No ha dejado de repetirlo desde que volví.

—Solo… —Se muerde el labio y mis ojos van directamente ahí.

¿Qué pensarían si les digo que sus labios, justo ahora, me parecen apetecibles? No sé qué dirían ustedes, pero yo necesito darme una cachetada mental ante ese estúpido pensamiento.

Por Dios, ¡es Zack!

—No me vuelvas a llamar así.

Suelto un suspiro dramático.

—Como quieras, Zacky.

Y ante la estruendosa carcajada del resto de los hombres en la mesa, procedo a sacar mi almuerzo.

—Ay, chica, me encantas —dice Sebas, sin dejar de sonreír.

Sebas, supongo que de Sebastián, es un chico alto y fortachón que, a simple vista, podría ser un chico malo, pero luego miras sus ojos color miel detrás de los espejuelos y su sonrisa de niño bueno y parece lo más tierno del mundo.

Observo a Zack por el rabillo del ojo y lo encuentro fulminándome con la mirada. Sonrío y cojo mi primer bocado.

Nos mantenemos en silencio durante unos segundos hasta que un olor a caramelo que reconozco demasiado bien, me hace voltearme a mi derecha.

—No… —murmuro comenzando a salivar.

Zack coge una cuchara pequeña y la hunde en el delicioso trozo de flan, mi postre favorito, para luego llevarla a su boca. Trago duro y el maldito sonríe como el mismísimo diablo cuando lo miro.

—Zack…

—¿Qué? —pregunta, cogiendo otra rebanada.

—¿Es de los de tu madre?

—Anoche cuando llegué a casa, el portero me lo dio. Un regalo de mi madre, sí.

Cuando yo tenía como ocho años, Ariadna tuvo una crisis existencial en la que se le metió en la cabeza aprender a hacer postres. Se inscribió a un curso de repostería y tiene una mano increíble la condenada. El flan le queda de maravilla y Zack sabe que es mi debilidad.

—¿Quieres compartirlo? —pregunto, mirando el flan como si fuese el último en la tierra.

—Nop.

Lo miro y al ver su sonrisa chulesca, le pongo mis ojitos de cordero degollado. Nunca fallan.

—No me mires así, Annalía. No te voy a dar.

—Maldito hijo de tu madre, tacaño.

Alguien se ríe, pero no le presto atención.

—¿No te da pena comértelo sabiendo que y no lo he probado en dos largos años?

—No. —Se encoge de hombros el desgraciado.

Frunzo los labios. Como que me llamo Annalía Andersson, lo que queda del flan me lo como yo.

Sin pensarlo demasiado, me lanzo hacia la cacharra, pero él consigue cogerla a tiempo, provocando que la tapa se cierre. Mejor, así no nos arriesgamos a botarlo.

—Zack…

—¿Qué?

—Si no me lo das, espero que estés preparado para sufrir las consecuencias.

—No te tengo miedo.

—Esto va a terminar en desastre; nos conoces y estamos en público —digo, apelando al montón de recuerdos en los que hemos terminado castigados por alguna de nuestras travesuras.

Se lo piensa por unos segundos, pero lo conozco, no va a tranzar. Él puede hacerse el mayorcito y todo lo que le dé la gana, pero sigue siendo Zack Bolt, el niño extrovertido y mega divertido de siempre, el que no le tiene miedo a los retos y está dispuesto a luchar hasta obtener la victoria.

Me lanzo hacia él y levanta la mano con la que sostiene el recipiente, pero no me importa, no es lo que busco. Sin darle tiempo a reaccionar, le hago cosquillas a los costados. La debilidad del menor de los Bolt son las cosquillas, ya sea en las costillas, las rodillas o las plantas de los pies. Donde sea…

—No, Lía, no —dice, pero no me detengo.

Zack se retuerce en la silla y formamos un remolino de brazos, él intentando sujetarme, yo revolviéndome para impedírselo mientras me lanzo lo mismo a sus costillas como a sus rodillas. Las carcajadas de Zack se escuchan por todo lo alto y estoy convencido de que no es el único riendo; debemos estar dando el mayor espectáculo de la historia.

—Ya, ya, ya… Lía, ya por favor.

—¿Me darás el flan? —pregunto, sin dejar de avasallarlo.

—Ok… Ok, te lo daré. —Consigue decir entre carcajadas y yo me detengo.

Zack se apoya en el espaldar de la silla respirando pesadamente, pero con un brillo de diversión en su rostro.

—Te has vuelto más rápida.

—En realidad tú has crecido y eres más lento.

Le enseño la lengua y él se ríe.

—Ten.

Me tiende la cacharra con el flan y con una sonrisa gigante, una que debe hacerme ver como una lunática, la tomo y la abro con rapidez. Cojo la cuchara pequeña y solo entonces me fijo en el resto de los comensales en nuestra mesa. Todos, sin excepción, nos observan con la boca abierta de par en par, como si no pudiesen creer la estúpida batalla de la que acaban de ser testigos. Cuando miro a mi alrededor, me encuentro con las miradas raras del resto de los presentes. No es que me importe mucho, la verdad.

Me río e ignorándolos totalmente, tomo el primer bocado. Sin poder evitarlo, gimo por todo lo alto cuando el sabor se deshace en mi paladar. Es que es el puto Cielo en la tierra.

—Recuérdame nunca comer flan cerca de ti —comenta Lucas intentando sonar escandalizado.

—No te preocupes, sé compartir.

—No me pareció eso ahora mismo.

—La culpa fue de Zack, que no me quería dar ni un bocado.

—Cierto, la culpa fue tuya, Zack. —Me apoya Lucas y su amigo se limita a rodar los ojos.

El resto de lo que queda del horario de almuerzo lo pasamos charlando sobre lo que haremos esta tarde. Linse y Susy parecen super emocionadas por la velada y no paran de repetir lo mucho que nos vamos a divertir.

Cuando terminamos, cada uno se dirige a lo suyo y, poco antes de llegar a la sala de oncología, recuerdo que no le di el souvenir a Zack, así que hago el camino de vuelta y tras preguntarle a varias personas si lo han visto, llego al pequeño dormitorio que tienen él y el resto de los chicos para cuando les toca hacer guardia.

Toco la puerta par de veces y es el italiano quien abre.

—¿Lía?

—Hola de nuevo. ¿Está Zack?

Como única respuesta, se aparta de la puerta permitiéndome la entada en el mismo momento en que Zack sale del baño con un cepillo de dientes en la mano. Me mira confundido.

—Oye, puedes prestarme tus llaves un segundo.

—¿Para qué?

—Solo préstamelas.

Deja el cepillo en su taquilla y rebusca en su mochila hasta encontrar las llaves. Son cinco y están únicamente sujetas a un aro de metal. Le doy la espalda para que no vea lo que hago, saco la torre del bolsillo de mi pantalón y, unos segundos después, se las entrego.

Confundido, abre su mano y analiza la pequeña torre con detenimiento.

—¿Qué es esto?

—Un llavero con la forma de la Torre de Pisa.

—Sí, eso veo, pero, ¿por qué me lo das?

—Cuando te dan un regalo, agradeces y ya, Zack; no haces preguntas estúpidas —se queja Lucas detrás de mí y yo asiento con la cabeza.

—Perdón, es que no lo esperaba. Gracias.

—De nada. De todos los países que visité durante el curso, el que más me gustó fue Italia. No pude resistirme a comprar la torre cuando la vi y, anoche, luego de haberme ayudado con mis padres, pensé que sería buena idea dártela en agradecimiento. Así que, Grazie mille, Zacky.

Y antes de que pueda darme cuenta siquiera de lo que estoy haciendo, doy un paso el frente y dejo un pequeño beso en su mejilla para luego salir casi corriendo con el rostro hirviendo.

No sé de dónde carajos vino eso.

Las próximas horas pasan bastante rápido, algo que agradezco porque me voy a volver loca. Los doctores me tienen de un lado para el otro entre los tres pacientes extranjeros mientras les hacen los exámenes pertinentes.

Pero bueno, dejando ya el trabajo de lado, Zack me espera en la puerta principal del hospital y juntos nos vamos a su apartamento. En su moto…

No sabía que tenía una.

—¿Sabes manejar eso?

—¿Lo dudas? —pregunta, mientras me tiende un casco—. ¿Quieres dar una vuelta o tienes miedo?

—¿Miedo yo? ¿Acaso no me conoces, Zacky?

—No vas a dejar de llamarme así, ¿verdad?

—No te hagas, sabes que te gusta.

Rueda los ojos.

—Venga, sube.

Me pongo el casco sin dudarlo y me subo a su espalda. Sin pensármelo dos veces, me abrazo a su vientre, pues no sé cómo conduce, pero, conociéndolo, no creo que sea muy suave y lo compruebo cuando, luego de salir a la carretera principal, acelera.

Un grito se me escapa de la impresión, pero termino riendo. Me gusta esto y, a diferencia de lo que podrían pensar, no me da miedo. Le gusta correr, pero no es un loco tras el volante. Eso sí, llegamos en solo cinco minutos, razón por la que, según él, se compró la moto. Dice que es demasiado cerca como para sacar el carro.

—¿Te gustó? —pregunta cuando nos detenemos en el garaje de un bonito edificio. Pequeño, pero bastante bien cuidado.

—Sí, aunque casi no pude disfrutarlo, demasiado corto el trayecto.

—Un día de estos daremos una vuelta más larga. Al sur hay unas playas muy buenas, te encantarán.

Sonrío como una tonta al escucharlo hacer planes a futuro que me incluyan.

—Tú dime día, que yo me apunto.

Zack se baja de la moto y juntos entramos al edificio. Un señor de sesenta y tantos años nos saluda desde lo lejos cuando entramos al elevador. Zack presiona el botón de la planta tres y una vez las puertas se abren, saca las llaves de su bolsillo.

Sonrío al ver el llavero.

Lo primero que hago a penas entro al apartamento no es mirar la decoración o qué tan ordenado está. Solo pregunto por la cocina y cuando la señala, suelto la mochila en el suelo y salgo corriendo directo al refrigerador. Saco la tártara con el resto del flan y la dejo sobre la encimera. Rebusco en la alacena, como si fuera mi propia casa, hasta encontrar un platico y una cuchara chiquita. Me sirvo una ración y cuando llevo el primer trozo a mi boca, suspiro.

Escucho a Zack reírse y levanto la cabeza. Está apoyado en el marco de la puerta de la cocina, con los brazos cruzados sobre su pecho lo que, por cierto, hace que la camisa se adhiera a sus músculos de forma magistral.

—No tienes remedio, Annalía.

Me encojo de hombros y sigo comiendo.

—Voy a darme un baño. El apartamento no es muy grande, pero es cómodo. Hay dos habitaciones; la mía es la de la izquierda, puedes coger la otra y… No sé, estás en tu casa, puedes hacer lo que quieras.

Asiento con la cabeza y él se da la media vuelta, pero se detiene luego de un paso. Me mira por encima de su hombro.

—Me dejas flan, por favor.

Vuelvo a asentir con la cabeza.

Una vez termino, guardo el resto que se reduce a la mitad del flan y friego el reguero. Entonces me pongo a curiosear. Debo decir que, para ser un hombre, está limpio y ordenado; eso sí, hay libros de medicina por todos lados, gordos y supongo que aburridos como la hostia. Hay varios retratos en el multimueble de él y su familia, incluyendo la mía y otros de sus amigos.

Honestamente, no sé cómo me hace sentir eso. Veo fotos de todos, incluyendo los miembros más pequeños de la familia, pero en ninguna aparezco yo. Sé que he estado dos años fuera, pero existen fotos de antes de mi partida. Es decepcionante saber que me ha apartado de su vida y de sus recuerdos.

—En la repisa de la pared —dice de repente, sobresaltándome, y con una mano en mi pecho, me volteo hacia él.

Mierda.

Mierda.

Mierda.

Mi mirada barre, inconscientemente palabra importante, el cuerpo de Zack. Joder, no me miren mal, puede ser casi familia y todo lo que quieran, pero es que es imposible no hacerlo.

Tiene el pelo húmedo por la ducha todo revuelto, con algunos mechones sobre su frente, la toalla cuelga sobre sus hombros y su torso está al descubierto dejando a merced de mis ojos curiosos su escultural fisonomía. La maldita tableta de chocolate de la que hablan en los libros y la V de su estómago se burlan de mi mente no tan virginal por la absurda cantidad de novelas eróticas que consumo. Un short de nailon cubre sus partes importantes y… ¡Válgame Dios! ¿Cómo que partes importantes?

¡Es Zack!

Sacudo la cabeza.

—¿Qué dijiste? —Me obligo a preguntar mientras lo miro a los ojos; solo a los ojos.

—Que lo que buscas está en la repisa de la pared.

Sin tener idea de lo que habla, pues mis neuronas han hecho cortocircuito, me acerco a la pared del fondo donde hay incrustada una pequeña repisa con alguno de los trofeos que ha ganado en sus años escolares; sin embargo, lo que llama mi atención es la foto perfectamente enmarcada en un cuadro artesanal y muy mal hecho, lleno de purpurina y con un color rosado chillón que me hace reír solo de verlo por los recuerdos que me trae.

Mi yo de quince años, frente a un Zack mortalmente serio en un vano intento de despedirme sin romper a llorar. Nuestra relación se había ido a la mierda desde hacía un tiempo, pero a mí me aterraba que me olvidara, así que busqué la foto que más me gustaba, hice un cuadro con mis propias manos y se lo di. Mis únicas palabras fueron: “No me olvides, Zacky”. Luego me di la media vuelta y salí corriendo.

No le di opción de agradecerme, pues temía que fuera a rechazar mi regalo. La foto en cuestión es, sin duda alguna, la mejor de todas. Yo tenía alrededor de nueve años, poco antes de que todo se torciera. Era su cumpleaños y yo, molestándolo como siempre, le di un refresco de cola luego de batuquearlo con todas mis fuerzas. Era una broma antigua y ridícula, por eso me sorprendió que cayera en ella. Solo sé que, al abrirlo, su rostro quedó empapado. Inmediatamente se lanzó a por mí y nos vimos envueltos en una de esas tontas persecuciones en las que todo los mayores te reprenden para que te estés quieto, pero a ninguno nos importaba.

Él consiguió alcanzarme y me vació el resto del refresco en la cabeza. Fue mi turno de perseguirlo y de alguna forma, terminé sobre su espalda, con los pies cruzados alrededor de su cintura, mordiéndole la oreja derecha. En ese momento, Luciana nos tiró una foto, alegando que éramos un desastre.

Por mucho tiempo esa foto fue mi tesoro favorito, hasta que tuve que despedirme. De haber sido un poco más inteligente, le habría hecho una copia, para quedarme con una, pero no, de tonta se la di.

—Por un momento creí que me habías echado totalmente de tu vida.

—Nunca —susurra y mi corazón, que ya se había calmado un poco, sube a mi garganta latiendo a todo dar, al sentir su cercanía.

Está justo detrás de mí, tan cerca que puedo sentir el calor de su cuerpo junto al mío.

—Es mi foto favorita. Ese día fue un desastre —comenta y creo que está recordando ese momento, pues suena divertido.

—Como todos en los que estábamos juntos, pero podías haberte desecho del cuadro. Es horrendo.

Se ríe por lo bajo.

—Sí, está horrible, pero también es uno de los mejores regalos que me han hecho.

Sorprendida, me volteo hacia él y creo que no me lo imaginaba tan cerca, pues termino con las manos sobre su pecho y su rostro a escasos centímetros del mío. Trago duro, pero, por algún motivo que prefiero no identificar, no me aparto. Él tampoco lo hace, al contrario, coloca sus manos sobre mi cintura y no sé qué demonios me pasa, pero su contacto envía una corriente por todo mi cuerpo.

Sus ojos oscuros analizan mi rostro con una intensidad abrazadora. Por algunos segundos me siento tentada a apartar mi mirada, pero me obligo a sostenérsela en un vano intento de descubrir todo lo que parece estar diciéndome en silencio. No sé a qué demonios estamos jugando y aun no entiendo si me gusta o no.

El timbre de la puerta suena, sobresaltándonos, y él se separa de mí con una velocidad asombrosa.

—Atiende tú —ordena antes de perderse en su habitación.

~~~☆☆~~~

Continúen

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