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39. Alcanzar el Cielo con las manos

Zack:

Esto es una locura.

Tenía pensado pasar el día con mi novia, disfrutar junto a ella de sus dieciocho primaveras en una fiesta íntima; pero tengo la mala costumbre de olvidar que esa palabra en nuestra numerosa familia, no existe. Y, precisamente por esa razón, mi chica ha sido capturada por todos. Cada vez que la veo y que siento que por fin podré intercambiar más de tres palabras con ella, viene alguien y se la lleva.

Es frustrante.

Lo juro; le doy diez minutos a Damián y a su esposa para que conversen, la feliciten, le hagan su regalo si lo van a hacer, pero, justo después, me la llevo. No sé cómo y pueden llamarme dramático si quieren, pero, aunque tenga que utilizar los métodos poco ortodoxos de mi padre, entiéndase el secuestro, la sacaré de aquí.

Suspiro profundo y llevo mi cerveza a mis labios dándole un trago más amplio de lo normal. Miro a mi alrededor y veo a Erick jugando con el resto de mis sobrinos lo que me hace infinitamente feliz; me encanta ver cómo lo han acogido como uno más de la familia.

—Oye, Zack —dice Lucas, saliendo de la nada y esa sonrisa de medio lado que me dedica la conozco demasiado bien, así que me preparo mentalmente para lo que esté a punto de decir.

Bebo el resto de mi cerveza y dejo la lata sobre la mesa sobre la que estoy apoyado desde hace siete minutos aproximadamente mientras me aseguro de que mi novia no sea acaparada por nadie más.

—Lo que sea que se te haya ocurrido, Lambordi, no estoy de acuerdo. —Pongo el parche antes de que caiga la gotera.

He terminado en problemas en innumerables ocasiones por sus locas ideas y, aunque por lo general no me importa, no quiero arruinar la fiesta.

—Qué poca fe me tienes, hombre. Mis ideas siempre son geniales.

Ruedo los ojos. Ni él mismo se lo cree.

—Esta definitivamente te va a gustar. —Mueve las cejas arriba y abajo—. Te permitirá pasar un rato a solas con cierta rubia preciosa de ojos azules.

Ok, me da igual el plan descabellado que se le haya ocurrido; me apunto si eso significa poder quedarme con ella a solas, aunque sea una hora.

—Más te vale que valga la pena, Lambordi.

Su sonrisa se hace más amplia y, honestamente, no sé si debo tomarlo como algo bueno o malo.

Saca su billetera de su pantalón, me tiende un ticket y juro que me alegro de tener la quijada pegada a mi boca, si no, estaría arrastrándose por el suelo.

Está loco.

O sea, siempre lo he sabido, pero hoy le ha puesto el corcho a la botella.

Una reservación al mejor jodido hotel de Malinche para dos personas que, por si me quedaba alguna duda de que se hubiese equivocado, tiene nuestros nombres.

Hace un instante, cuando dijo que su idea me permitiría pasar un rato a solas con Annalía, pensé que se refería a un rato en cualquier maldita habitación de la casa, no dos días y una noche en un hotel. Está loco.

—¿Te gusta?

¿Está de coña? Tendría que estar desquiciado para no gustarme.

—¿Qué es esto? —pregunto como un tonto porque, me guste o no, no entiendo de dónde ha salido un regalo tan ostentoso.

—Es mi regalo de cumpleaños para Lía; solo mío, por supuesto. Aunque Tahira diga lo contrario, es absolutamente mío; tienes que dejárselo claro.

Es que son el uno para el otro.

—¿Y por qué me lo das a mí?

—Porque no quiero ilusionarla en vano si su padre dice que no cuando le pidas permiso.

Abro los ojos de par en par ante sus palabras y busco, inconscientemente, a mi suegro con la mirada mientras mi amigo sigue parloteando ajeno a los latidos desenfrenados de mi corazón contra mis costillas.

—Es que, aunque ya sea mayor de edad; tendrás que pedirle permiso y convencido estoy de que al señor Andersson no le gustará mucho.

El mencionado, que conversa tranquilamente con Maikol y Abigail, mira hacia mí y yo aparto la mirada inmediatamente.

Que no me haya visto por favor.

—Pero tú tranquilo, ¿vale? —Continúa el italiano, llamando nuevamente mi atención—. Dudo que Kyle te haga algo por proponer un viaje a un hotel en el que, obviamente, le robarás la pureza a su pequeña, pues ella te ama y si te mata, ella se enojará y…

—Lucas… —Lo interrumpo sin ser capaz de procesar nada más, ya que mi cerebro se ha quedado estancado a mitad de su verborrea: “…en el que, obviamente, le robarás su pureza…”.

—¿Te crees capaz de pedirle permiso? —pregunta, ignorándome completamente.

No. Obvio que no.

¿Cómo carajos se supone que le diga a mi super celoso suegro que pretendo llevar a su hija a un hotel paradisíaco? Por más que le jure que no pasará nada, no se lo creerá.

Lo miro con mala cara como única respuesta y su maldita sonrisa hace acto de presencia.

—Eres valiente, amigo mío; sé que lo harás y creo que podrías aprovechar este momento. Viene para acá.

—¿Qué? —pregunto alarmado, pero ya el italiano se ha dado la media vuelta, alejándose. Miro hacia mi derecha y me encuentro con Kyle caminando hacia aquí.

Mierda.

Me separo de la mesa deseando que la tierra me trague, pero, cómo es lógico, no sucede y mi suegro llega a mí. Es válido destacar que está mortalmente serio mientras su mirada escrutadora me analiza y yo siento cómo toda la sangre abandona mi rostro.

—¿Qué sucede?

—Nada —respondo demasiado rápido y él frunce el ceño.

—Pareces nervioso. —Su mirada baja a mis manos y yo maldigo internamente al italiano—. ¿Qué es eso?

Como única respuesta, escondo la reservación tras mi espalda y sus ojos se ponen bien pequeñitos.

Se cruza de brazos.

—¿Qué es?

—Nada.

—Zack. —Insiste y el tono de advertencia no me pasa desapercibido—. ¿Qué escondes tras tu espalda?

Trago saliva, pero no respondo.

—Tienes tres segundos para dármelo. No te conviene cabrearme.

Respiro profundo. No hay forma de evitar que lo vea y entre más lo niego, más grande se hará su curiosidad.

Le tiendo la maldita reservación y una ligera sonrisa de victoria se asoma en sus labios; sonrisa que se desvanece a penas sus ojos se posan en el ticket en sus manos. Su mandíbula se aprieta dándome a entender que no le hace ninguna gracia, justo como sabía que sucedería.

—¿Qué es esto? —pregunta y su mirada se concentra en la mía.

Sin ser capaz de sostenerla, miro a mis pies mientras cambio el peso de mi cuerpo de uno al otro.

—Es el regalo de Lucas para Annalía por su cumpleaños —susurro y me odio por ello.

Debería enfrentar esta situación con valentía, con firmeza, pero joder, el italiano me ha dejado sin palabras por tan descomunal regalo y no me ha dado tiempo prepararme para hacerle frente a Kyle.

Miro a mi alrededor y me encuentro con Annalía que analiza la situación. Creo que sabe que la conversación no es para nada agradable y aprovecho para pedirle con mi mirada que me salve de este aprieto. Sí, cobarde, pero el día en que te encuentres en mi situación, me entenderás.

—Mis ojos están aquí, Zack —me reprende con firmeza y, sabiendo que no puedo evitar la situación, lo enfrento—. ¿Por qué te lo ha dado a ti?

—Porque no quería emocionarla en vano en caso de que tú no le permitieras ir. Ha sido un regalo un poco extravagante, pero Lucas es consciente de que debía pedirte permiso.

—¿Y lo ibas a hacer? Es decir, ¿realmente me pedirías permiso para llevar a mi pequeña a pasar una noche en uno de los mejores hoteles del mundo?

—¿Puedo alegar que habría que estar loco para no aprovechar semejante invitación?

No me culpen por intentar aligerar la tensión que desprende.

—No.

Suspiro profundo.

—Escucha, tío Kyle; sé lo que te preocupa. Annalía sigue siendo una niña, siempre lo será para ti y yo respeto eso. Sí, quiero ir con ella y me gustaría que ni tú ni Aaron se opusieran; pero no va a pasar nada entre nosotros. Solo me gustaría poder disfrutar con ella un poco de soledad; dado que, desde que hicimos pública nuestra relación, es realmente difícil conseguir un poco de privacidad. Cuando no estamos en el hospital, hay uno de ustedes por los alrededores o está Erick.

»Me haría mucha ilusión ir con ella, pero te prometo que no va a pasar eso que…

—Zack. —Me interrumpe—. Nunca hagas promesas que no estás seguro de si podrás cumplir. Tuve tu edad y sé lo que es estar junto a la mujer que amas e intentar resistir los deseos de estar con ella. Tengo cincuenta y cinco años y llevo más de la mitad de mi vida casado con Addy y aun me cuesta no tener mis manos encima de ella constantemente. Así que no me prometas que no va a pasar nada porque cuando te veas con ella completamente solo, en un lugar precioso como ese, las cosas se darán, aunque no esté en tus planes.

»Tampoco puedo aspirar a que Lía no esté con nadie hasta los cuarenta o algo así. Está creciendo por mucho que me cueste aceptarlo y, honestamente, si tiene que pasar, prefiero que sea contigo que sé que la tratarás como la princesa que es y no con cualquier hijo de puta que solo quiera estar con ella y ya. Tú la quieres, ella te quiere y, por lo que sé, si tienen la maldición de mi esposa, esto será para toda la vida.

»Además, no necesitan ir a este viaje para hacerlo; puede suceder en cualquier lugar, así que, ¿para qué negarme?

»Eso sí, procura que sea memorable para o ella o nuestra próxima conversación, no terminará en buenos términos.

Sonríe de medio lado, aunque no hay ni una pizca de humor o felicidad en ella, me palmea el hombro varias veces y se aleja mientras mi mente continúa procesando sus palabras.

¿Me ha dado su bendición para acostarme con su hija o son ideas mías? No imagino cuanto tuvo que costarle pronunciar esas palabras.

Joder.

Annalía llega a mí y, aunque tardo unos minutos en reaccionar, termino mostrándole la reservación y contándole mi conversación con su padre. Al ver su mirada de estupefacción y, temeroso de que se sienta presionada por todo esto, intento asegurarle de que no tiene que pasar nada entre nosotros; sin embargo, sus palabras me dejan fuera de juego por no sé qué vez en los últimos veinte minutos.

—Oh, no, cariño, sí va a pasar. Desde el orgasmo que me diste en tu casa, no he podido dejar de pensar en el momento en que estemos juntos de verdad; así que estás loco si piensas que no va a pasar nada.

Mi mente vuela inmediatamente a esa escena que me ha estado atormentando desde que sucedió. Juro que resistirme a hacerle el amor aquel día, ha sido una de las cosas más complicadas que he hecho en toda mi vida y, desde entonces, lo único en lo que he podido pensar, al parecer igual que ella, es en hacerla mía. Tal vez Kyle tenga razón y no hay forma humana de evitar que algo pase entre nosotros durante nuestra estancia en el hotel.

—Y más te vale hacerle caso a mi padre, Zacky. Mi primera vez tiene que ser memorable. Ahora, si me disculpas, iré a buscar a Tai para que me ayude a armar el equipaje.

Tahira…

Genial. Conozco a esa mocosa lo suficiente como para saber que me pondrá a sudar durante esos dos días con el maldito vestuario de mi chica.

Si pensaba que la conversación con Kyle fue incómoda, al día siguiente, cuando recojo a Annalía en su casa, casi me da algo. Aaron, a las cinco de la mañana, está esperándome y, aunque no dice nada, su mirada en mí, en cada uno de mis movimientos, se siente como un peso gigante. Sé que no le gusta la idea y no lo disimula; eso sí, pensé que diría algo. Supongo que hubo una conversación seria entre padre e hijo.

Nos despedimos de ellos y Addy nos llena de besos mientras nos pide cordura y que tengamos mucho cuidado. Kyle se despide de su hija con mucho cariño y, para mi sorpresa, cuando se acerca a mí, me abraza.

—Cuídala —dice cerca de mi oído.

—Con mi vida.

Cuando nos separamos, su sonrisa es genuina.

Es el turno de Aaron que también besa y abraza a su hermana con suma ternura y, cuando se acerca a mí, contengo la respiración, pues sé que no me quedaré sin escuchar nada de su parte.

—Como la dejes embarazada, te mato, ¿vale? —susurra y mis ojos se abren de par en par.

Saber que cuando caiga la noche ellos estarán pensando en lo que estaremos haciendo nosotros, no permitirá que se me pare. Es mucha presión, joder.

—Ni siquiera sé cómo contestarte.

Se ríe por lo bajo y yo me permito aliviarme un poco.

—No me hace mucha gracia este viaje; es la niña de mis ojos, Zack.

—Pensé que esa era Olivia —bromeo porque, ¿qué más puedo hacer?

—Tú me entiendes. —Suspira profundo—. No me gusta, pero sé que no está en mis manos impedirlo. Confío en ti y sé que, si pasa algo, te asegurarás de que nunca lo olvide. Sé también que estás enamorado de ella y eso alivia un poco mi vena de hermano sobreprotector; así que solo puedo desear que se diviertan.

—Lo haremos.

Aaron me ayuda a subir las maletas al taxi que nos llevará al aeropuerto y juro que cuando el auto se aleja de la calzada, puedo respirar con tranquilidad.

—Joder, eso fue intenso —murmura Lía a mi lado.

—¿Intenso? Ni siquiera hablaron contigo.

—Mi hermano me ha pedido en el oído que me proteja y cuando le pregunté de qué, me dijo que del sol. Tú y yo sabemos que no se refería a eso.

Me río.

—A mí me ha dicho que, si te embarazo, me mata.

—¡Madre mía! —chilla entre avergonzada y divertida mientras se pasa las manos por el rostro.

Llegamos al aeropuerto una hora después, registramos nuestro equipaje, pasamos por inmigración y nos sentamos a esperar el vuelo que tiene hora de salida para las ocho y cuarto de la mañana. Aún nos queda poco más de una hora. Conversamos, desayunamos y nos tomamos un buen café hasta que anuncian nuestra salida y alrededor de cincuenta minutos después, aterrizamos en Malinche.

Un auto, servicio del propio hotel al que tuve que llamar ayer luego de sacar los pasajes para confirmar la hora de llegada, nos está esperando al salir.

Para que tengan una idea, el hotel queda en la cima de una de las montañas más grandes de Malinche y tiene forma de iglú gigante, solo que con materiales sólidos y muchos cristales; las habitaciones son cúpulas más pequeñas incrustadas en la propia roca montañosa, con vistas al precipicio, el frondoso bosque y un lago. ¿Hermoso? Sí. ¿De vértigo? También.

Solo lo he visto por fotos, pero tiene pinta de ser tan alucinante como acojonante y lo compruebo a penas llegamos. No por gusto está dentro del top diez de mejores hoteles del mundo.

Cuando llegamos, me dirijo a la recepción, mientras Annalía lo observa todo con absoluta fascinación. El techo tiene dibujado en relieve una réplica de la foto del paisaje que usan para promocionarse y es sencillamente hermoso. Hay amplios ventanales de cristal, cerrados pues es una zona climatizada, pero que te permite ver todo lo que rodea, un bosque frondoso de más de tres kilómetros a la redonda.

Desde mi posición frente al mostrador, puedo ver la ubicación del restaurante y un mini centro comercial, y por el mapa que hay en la pared del fondo, sé que hay un gimnasio, sala de juegos, dos piscinas, una interior y otra exterior, bares, un cine, teatro, salón de bailes…

—Buenos días —dice la mujer de la recepción a penas nota mi presencia e inmediatamente me da la bienvenida al hotel.

Nos hacen pasar nuestros pulgares derechos por un detector de huellas para registrarlo en el sistema y poder usarla para abrir la habitación y unos minutos después, un señor nos ayuda con el equipaje.

Salimos al exterior y no sé quién jadea más alto, si yo o Annalía, ante la impresión de encontrarnos al borde del precipicio, separados únicamente por una baranda de metro y medio de altura.

El aire golpea con fuerza contra nosotros revolviendo nuestros cabellos en todas la direcciones y juro que, si no fuese tan intimidante, podría admirar el paisaje frente a mí, así que me limito a coger de la mano a Annalía y seguir al señor por el pequeño puente que desciende en la montaña hasta llegar a una de las habitaciones; la nuestra.

Lía coloca su huella y la puerta se abre. Una vez entramos y el señor se asegura de que todo nuestro equipaje está dentro, se marcha y yo respiro aliviado.

—Este podrá ser uno de los mejores hoteles del mundo, pero no creo que yo vuelva a venir jamás —comenta Annalía, dando vueltas en su lugar detallando todo lo que la rodea.

La habitación, como ya mencioné hace un rato, tiene forma de cúpula y está cubierta prácticamente completa por vidrio templado unidireccional. Es decir, podemos verlo todo hacia afuera, pero no deja que el resto vea el interior. Tiene una enorme cama redonda en el centro con dosel blanco, una mini sala con asientos estilo puff y un televisor apoyado en la pared que da al pequeño baño. A su lado, hay una mesita con un lindo búcaro con flores rojas y azules y varios mandos; la parte de abajo es una nevera.

—¿Por qué lo dices? —pregunto, entrando al baño.

A un lado está el closet y al otro el lavamanos, el váter y una tina que tiene pinta de ser majestuosa y, sí, también tiene vistas al precipicio.

Es que, a donde quiera que mires, puedes ver el exterior y da la maldita sensación de que estás en el aire a punto de caer.

—¿Acaso no es obvio?

Sonriendo, regreso a la habitación. Annalía está de pie, de espaldas al ventanal, con las manos en el aire. A su lado hay una mesita con dos sillas, supongo que para cenas o desayunos románticos y al otro, un telescopio.

—Estamos en un precipicio, Zacky. Un desliz de tierra y estamos muertos.

Me río, pero tiene toda la razón.

—Es un lugar seguro —prometo, pero realmente no tengo ni idea.

Da miedo estar aquí.

—Lo dice quien aún no se atreve a mirar al exterior —comenta, colocando las manos en su cintura y yo me río.

Pensé que no lo notaría.

Elimino el espacio entre nosotros, la tomo de los hombros y la volteo, quedando los dos con vistas al exterior.

La historia que cuentan para promocionar el hotel, habla de que hace millones de años, todo esto era una inmensa montaña que, luego de una lucha de poderes entre dos familias de brujos muy poderosas, se dividió en dos. Una de ellas tomó una de las montañas resultantes y se mezcló en el bosque convirtiéndolo en un lugar mágico, hogar de criaturas de todo tipo y la otra, creó un refugio para los enamorados o algo así, en otras palabras, el hotel. Y para impedir que los de un lado pudieran cruzar para el otro, crearon un lago que se extiende en el centro.

Una historia muy entretenida si le prestas atención a todos los detalles y sí, ahora que estamos aquí, hay que admitir que la belleza es inigualable, pero, según tengo entendido, desde aquí, al agua, hay como ochenta metros, así que disculpen si le tengo un poco de respeto a todo esto.

—Es hermoso —susurro, abrazándola desde atrás.

—Lo es —responde, apoyando el peso de su cuerpo sobre mi pecho—. Con razón es tan caro.

Asiento con la cabeza, aunque no puede verme.

—Lucas está loco; es un regalo demasiado exagerado. —Se voltea hacia mí y cruza sus brazos alrededor de mi cuello—. No sé qué se le puede regalar que esté a la altura de todo esto.

Dejo un beso en la punta de su nariz y la atraigo conmigo hacia el baño para arreglar la ropa mientras hablamos.

—Lucas no actúa esperando algo a cambio —le digo, cogiendo mi mochila—. Él será igual de feliz y agradecido si solo le das, no lo sé, unas galletas.

—Jamás se me ocurriría darle solo unas galletas luego de un regalo así.

Annalía coloca su maleta sobre el suelo y al ver que no puede con el zipper la ayudo; sorprendiéndome cuando la ropa comienza a salirse a medida que el cierre cede.

Respira profundo y yo la miro con las cejas por todo lo alto.

—Tahira.

Me río porque no necesito más explicación. Esa pelirroja es así de exagerada.

—El punto es que Lucas es bastante simple a la hora de recibir y demasiado exagerado cuando tiene que dar. Desde que lo conozco siempre ha sido igual.

Abre una de las gavetas del closet y mete una bolsa negra con rapidez, para luego cerrarla como si nada. Pensaría que se trata de la ropa interior, pero desde aquí puedo ver dos bragas enredadas con algo más; así que lo que sea que haya escondido, debe ser peor y, viniendo de Tahira, algo me dice que la pasaré mal.

Me obligo a continuar.

—Además, si te hace sentir mejor, la heredera de todo esto es la esposa de su hermano mayor.

Abre los ojos, sorprendida.

—Y estuvo más que dispuesta en hacerle una considerable rebaja al saber para quién era la reservación—. Cuelgo una camisa blanca que traje para la cena y guardo en una de las gavetas una jaba, pues yo también traigo cosas que ella no debería ver; mi bata de doctor, por ejemplo—. Resullta que mi padre diseñó la casa donde vive actualmente con su esposo en Italia y la mujer ama el lugar, así que no le salió tan caro.

—Así que tu padre ha diseñado casas hasta en Italia, ¿eh? Es un hombre importante y, hablando de eso. —Saca una bolsa de maquillaje y la deja dentro del closet—, al final no me dijiste quién diseñó tu nueva casa. ¿Tu padre o alguna de tus hermanas?

—Ninguno de los tres.

Entrecierra los ojos sin entender.

—El diseño lo hice yo.

—¿En serio? —pregunta, visiblemente sorprendida.

—Por supuesto. Nunca le digo que no a un reto. Dijiste que todo arquitecto digno de respetar podría diseñar una casa de una sola planta que no fuera aburrida.

—Exacto, pero tú no eres arquitecto.

—Tecnicismos, preciosa. Así que me rompí el cerebro por días hasta dar con algo que se pareciera a lo que los dos imaginábamos.

Desde que puedo recordar, mi sueño siempre fue seguir los pasos de mi padre, hasta ese día en que casi lo pierdo a él y a mi madre en un accidente de tráfico. Ahí me decidí por la medicina, pero nunca nadie lo supo hasta que llegó el momento de llenar la boleta; así que, por dieciocho años, mi padre me transmitió sus conocimientos. No soy arquitecto, pero sé bastante del tema, aunque me he encargado únicamente del diseño; el resto, lo realmente difícil, se lo he dejado a él.

La sonrisa que me regala me hace querer besarla por toda la eternidad, sin pausas.

—Es mucho mejor de lo que podría haber imaginado jamás, Zacky, y ahora que sé que la has diseñado tú, es incluso más perfecta.

Da un paso hacia mí y une sus labios con los míos por un corto segundo.

—¿Te apetece ir a la piscina un rato? —pregunto.

—¿Interior o exterior? —Enarca una ceja con chulería, supongo que recordando la conversación que tuvimos al respecto en la sala de mi casa hace unas semanas atrás; sin embargo, lo que viene a mi mente es lo que esa conversación provocó.

Sacudo la cabeza para alejar la imagen de Annalía jadeante posorgasmo y me obligo a contestar.

—En cualquiera de las dos verán el delicioso culo que tienes, así que tú elige.

—Bueno, solo debes asegurarte de que sepan que no está disponible.

—Oh, dalo por hecho —murmuro, para luego darle un pequeño azote en sus nalgas que la hace reír.

Entre charlas y bromas, nos cambiamos de ropa y salimos de la habitación. Escogemos la piscina exterior, pues, aunque ninguno de los dos somos amantes a las alturas y tenemos varios reparos con la seguridad del lugar, no podemos negar que las vistas son fabulosas y tendríamos que ser muy estúpidos como para estar aquí y no aprovechar al máximo la experiencia.

Hablamos, reímos, comemos, nadamos, bebemos y nos divertimos intentando descifrar la conversación de dos árabes no muy lejos de nosotros. Debo decir que nuestra imaginación es un poco loca y tal vez los tipos solo están hablando de negocios o incluso de perros, pero tanto para mí como para Annalía, están armando un plan maestro para colonizar el bosque en la montaña vecina y arrebatarle los poderes a sus habitantes mágicos.

Cuando regresamos a la habitación, Lía es la primera en bañarse, mientras yo llamo a mi madre con la esperanza de sacar de mi mente el hecho de que la chica que me trae totalmente loco está al otro lado de la puerta totalmente desnuda. Sin embargo, no sé qué es peor, el remedio o la enfermedad porque la llamada a la señora Bolt, no resuelve mucho. La muy loca se dedica a darme consejos para hacer sentir a mi novia como una princesa esta noche, lo cual me hace imaginarla desnuda, debajo de mí y sonrojada por los orgasmos.

No hay presión ni nada y obvio que no estoy nervioso; noten el sarcasmo, por favor.

Cuando Annalía termina, sale cubierta por una bata blanca que le queda a medio muslo y el cabello envuelto en una toalla. Como demasiados pensamientos impuros han rondado mi mente en los últimos minutos, prácticamente ni la miro al entrar al baño. Cierro tras de mí y me doy una ducha con calma, esperando así controlar las ansias que me corroen.

Al terminar, salgo envuelto en mi bata y saco la ropa del baño para que ella pueda entrar a vestirse con tranquilidad y mayor privacidad, mientras yo lo hago en la habitación. En silencio, por mi parte producto de los mismos nervios, por la suya, supongo que igual, termino de vestirme y estoy a punto de meterme con ella para relajar un poco el ambiente, cuando mi teléfono suena avisando la entrada de un mensaje.

Me siento en la cama y lo desbloqueo:

Lucas: ¿Ya viste el regalo de cumpleaños que le hizo Tahira?

Frunzo el ceño ante la pregunta.

¿Regalo?

La imagen de Annalía escondiendo algo en la gaveta hace unas horas con mucho misterio, viene a mi mente. Ay madre.

Yo: ¿Qué regalo?

Lucas: El que te mantendrá con una erección toda la noche y con deseos de golpear a todos los hombres con los que se crucen.

Yo: Estoy empezando a preocuparme, Lambordi.

Lucas: Cierra los ojos e intenta imaginarte a tu chica con un vestido sexy, luego multiplícalo por mil y tendrás tu respuesta.

Ok, ahora sí estoy preocupado.

Siento la puerta abrirse detrás de mí y bloqueo el teléfono con rapidez. Intento sonreír para que no note la tensión que hay en mi cuerpo producto de las imágenes que rondan mi mente y cuando me volteo, me cago en la pelirroja, su novio y todos sus ascendientes.

—¿Cómo me veo? —pregunta y yo, de tonto, abro y cierro la boca varias veces sin saber qué decir realmente.

Se ve… No tengo palabras.

El vestido del que hablaba Lucas, deja todas las partes importantes de su cuerpo bien cubiertas, pero solo eso; el resto de su piel se ve con claridad dejando en conocimiento de todo aquel que tenga la dicha de mirarla, que no lleva ropa interior.

¿Cómo demonios pretende que pase el resto de la noche sabiendo ese hecho, si solo con verla mi cerebro ha hecho cortocircuito?

—¿Zack?

—¿Mm? —pregunto, sin dejar de admirar la perfecta obra de arte que es su cuerpo.

No me culpen, es imposible dejar de hacerlo.

—¿Me veo bien? —Insiste y yo me obligo a mirarla a los ojos.

—¿Piensas ir a comer así?

Frunce el ceño y se analiza ella misma.

—¿No te gusta?

—Al contrario, me encanta; tanto, que creo seriamente que eres un peligro para la estabilidad mental de todos los que podamos verte hoy.

Una sonrisa hermosa se extiende por su rostro.

—¿La tuya también?

—La mía de primera. Mi cerebro ha hecho cortocircuito nada más verte.

Recorre la distancia que nos separa y cruza las manos sobre mi cuello; yo, sin saber qué más hacer, pongo las mías en su cintura.

—¿Crees que deba quitármelo?

¿Cómo se supone que debo contestar eso? ¿Cómo el hombre razonable que sé que soy o como el novio celoso que sabe que pasará muchos dolores de cabeza cuando los tíos no le quiten los ojos de encima?

Suspiro profundo.

—El vestido te queda precioso y estoy convencido de que, desde que salgas de esta habitación, serás el centro de atención de cada hombre y la envidia de cada mujer. Si lo preguntas por mí, no te preocupes. Sí, será toda una odisea mantener pensamientos puros en mi mente…

Se ríe, interrumpiendo mis palabras y yo no puedo evitar sonreír como un tonto.

—Lo importante es que tú te sientas cómodo con él; si es así, el resto da igual, pero, solo para estar seguro, no llevas ropa interior, ¿verdad?

Sonríe de medio lado.

—No. —Se muerde el labio y se acerca a mi oído derrochando seducción—. He decidido ahorrarte trabajo para cuando me hagas el amor esta noche.

—No me provoques, preciosa, aun estoy a tiempo de encerrarnos en esta habitación y no salir hasta mañana.

Su risa baja repercute en todo mi ser.

—Por muy atractiva que suene tu amenaza —comenta, separándose un poco—, tengo hambre.

—Pues pongámonos en marcha.

Salimos de la habitación y tal y como predije, no hay una mirada que no esté en ella. Al inicio se siente un poco cohibida, así que tomo su mano para infundirle valor y ella, sonriendo, avanza a mi lado derrochando confianza, otro ingrediente en el coctel embriagador que resulta toda ella.

La cena es una tortura, no por las miradas indiscretas, bueno, por eso también, pero, fundamentalmente, porque no consigo quitar de mi mente que no lleva ropa interior y que, con cada segundo que pasa, nos acercamos más al final de la noche, esa en la que ella tiene tantas expectativas y que a mí me llena de nervios.

No he preparado nada. Pude haber hecho que adornaran la habitación de forma romántica, pero no quería presionarla. Sé que ella lo desea, que lo está esperando, pero si yo monto toda una escena, quien lo está esperando soy yo y eso podría inducirla a ella a aceptar e ignorar la posibilidad que tiene de detenerlo todo en el momento en que ella lo decida. No sé si me explico.

Solo tengo un baile, mi bata de doctor y una playlist encabezada por las canciones que me recuerdan a ella, seguidas por algunas románticas que me parecieron buena idea para aligerar el ambiente. ¿El resto? Asegurarme de que, si sucede, disfrute el momento, que se sienta amada y deseada con la esperanza de que, dentro de quince o veinte años cuando recuerde esta noche, lo haga con una sonrisa.

—¿Entramos? —pregunta en un susurro cerca de las once de la noche cuando, luego de dar un paseo por los alrededores, llegamos a nuestra habitación.

Asiento con la cabeza, pongo mi huella en el lector y luego de escuchar el característico clic que anuncia que está abierta, la invito a pasar.

Los primeros tres segundos, seguidos al jadeo de sorpresa que emite, me hace pensar que nos hemos equivocado de habitación, pero luego recuerdo que hemos usado mi propia huella, así que lo descarto y pienso en la segunda opción. Lucas y Tahira.

El suelo está cubierto por pétalos de rosas rojas y blancas que llegan hasta la cama; hay velas desperdigadas por cada superficie, incluso en el suelo y globos en forma de corazón flotando en el techo. La puerta del baño está abierta y, un rápido vistazo, me permite ver la tina llena, con flores flotando en el agua y velas por los alrededores. Decir hermoso es quedarse corto.

—¿En qué tiempo hiciste esto? —pregunta, regresando a la habitación principal.

—Me gustaría poder llevarme el mérito, pero no he sido yo.

Su mirada confundida se encuentra con la mía y debo contener la respiración ante lo hermosa que se ve con ese jodido vestido bajo la tenue iluminación de las velas encendidas a su alrededor.

—No quería que te sintieras presionada, así que decidí no hacer nada de esto; parece que Lucas no pensaba igual.

Sonríe con timidez y se acerca a mí. Coloca sus manos sobre mis hombros y yo llevo las mías a su cintura.

—¿Y qué pensabas hacer entonces? —pregunta, con una ceja enarcada y yo sonrío de medio lado.

—Darte mi verdadero regalo de cumpleaños —respondo e, inconscientemente, toma el collar que le regalé ayer entre sus dedos.

—Pensé que era este.

—Para nada.

Me alejo de ella, cojo una de las sillas de la mesita junto al amplio ventanal y la coloco de espaldas al mismo. Regreso a ella, la tomo de la mano y la incito a sentarse.

Sin entender lo que me propongo, obedece y yo me arrodillo frente a ella.

—El collar fue mi forma de evitar la curiosidad de nuestras familias porque mi verdadero regalo es solo para ti. —Sonrío ampliamente al ver su confusión y me pongo de pie—. No te muevas de ahí.

Entro al baño con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho y respiro profundo varias veces intentando calmar mis jodidos nervios. Me desvisto con rapidez y me pongo el pantalón blanco de hospital, la bata y me cuelgo en el cuello el estetoscopio de juguete que me compré. Me debato una vez más sobre si debo ponerme o no los tenis y decido que sí para verme más profesional, es decir, ningún doctor atiende a sus pacientes descalzo, ¿no?

Me revuelvo el pelo para darle ese aire rebelde que sé que a ella le encanta. Conecto mi teléfono al bluetooth del estéreo y luego de respirar profundo varias veces, prendo la música y regreso a la habitación principal.

ANNALÍA:

Sin saber qué esperar realmente, pero con los nervios y las expectativas a flor de piel, espero a que Zack termine lo que sea que esté haciendo en el baño. Honestamente, no tengo ni idea de qué pueda ser ese regalo del que habla, pues su collar fue más que suficiente, hermoso y súper romántico, pero no me quejo. Si él quiere darme algo más, yo con gusto lo recibo y más si suena tan prometedor.

Un regalo que es solo para mí, con énfasis en solo; estando en un hotel de lujos solo los dos, con una habitación decorada con el nivel de romance por los cielos, únicamente puede significar algo caliente y me muero por descubrirlo.

¿Por qué se demora tanto?

Una música tecno comienza a sonar de repente, sobresaltándome, y antes de que pueda preguntar de qué se trata, la puerta del baño se abre y la imagen ante mí me deja de piedra.

Frunzo el ceño sin entender qué hace Zack con su uniforme de hospital y, aunque quiero preguntar, no lo consigo. Hay algo en lo malditamente bien que le queda esa ropa y en la intensidad de la mirada que me dedica, que provoca que las palabras no salgan.

Se acerca a mí, lentamente, mientras una sonrisa se va abriendo paso en su rostro. Yo solo puedo pensar en lo jodidamente sexy que se ve. He visto a un montón de doctores desde que estoy de prácticas en ese hospital, pero como él, ninguno. Su altura le da un porte elegante a la forma en que esa bata se adhiere a los músculos de sus brazos o que su lindo trasero rellena sus pantalones. Es ardiente, sensual, definitivamente el sueño húmedo de toda mujer que tenga el placer de conocerlo.

Al llegar a mí, se inclina hacia adelante, coloca las manos en mis muslos desnudos, enviando escalofríos por todo mi ser; acerca su rostro al mío y cierro los ojos al sentir el suave roce de su nariz contra la mía. Deja un dulce beso en mis labios y se separa.

Embriagada por la sensación tan cálida que recorre mi cuerpo, me obligo a abrir los ojos y contengo la respiración ante su sonrisa más ardiente, una que no creo haberle visto jamás.

—Esto es para ti, espero que lo disfrutes. Feliz cumpleaños, preciosa.

Saca el estetoscopio que cuelga de su cuello y lo coloca en el mío para luego retroceder varios pasos; es entonces que algo en mi cerebro hace clic. Va a bailar…

¡Madre santa!

¡El striptease!

¡¿Me va a hacer un jodido striptease?!

Ay, Tahira Sandoval, no sé si matarte por contarle o adorarte por lo mismo.

Coge la silla de la mesita que sobra y la pone frente a mí a poco más de dos metros de distancia, sentándose en ella. Apoya los codos sobre sus piernas y baja la cabeza. Se mantiene así durante varios segundos mientras mi corazón parece querer estallar dentro de mi pecho. Yo solo rezo para que no suceda ahora, porque no quiero irme de este mundo sin ver el próximo espectáculo.

Levanta la cabeza y rueda los pies hasta quedar sentado de lado, coloca una mano sobre el asiento, dejando todo el peso de su cuerpo sobre ella cuando eleva su cintura y la mueve en el aire, su mano libre reposa sobre su entrepierna y a mí se me escapa un chillido tanto de emoción como de nervios. Se pone de pie, coge la silla por el espaldar y le da la vuelta de forma que queda de frente a la cama y se sienta a horcajadas mirándome a mí, cruza los brazos sobre la misma y mueve los hombros al ritmo de la música mientras muerde su labio inferior.

Se incorpora y con una agilidad increíble, le da una patada a la silla, alejándola de él, pero sin tirarla al suelo. No creo que eso salga dos veces.

De frente hacia mí, gira su torso hacia la derecha y lo mueve con sensualidad, mientras arrastra su mano izquierda sobre su pecho hasta su entrepierna. Repite el movimiento, esta vez hacia el lado contrario y a mí me parece que me va a dar algo. ¿Cómo es que algo tan simple puede afectarme tanto? Maldita sea, he visto bailar a Zack miles de veces y nunca he sentido la imperiosa necesidad de tocarlo completamente.

Mueve su cintura mientras sus manos se deslizan por todo su cuerpo en movimientos sintonizados y no puedo evitar el grito de euforia cuando la bata se le sube, mostrando parte de la piel de su vientre totalmente desnuda. ¡No lleva nada por debajo!

Él ríe, supongo que al ver mi emoción y continúa bailando; moviéndose de un lado al otro de la habitación, haciendo alarde de la flexibilidad que le ha dado un deporte como el patinaje de riesgo. Se lanza hacia el suelo y da vueltas en el lugar recordándome a los bailadores callejeros, para luego extender los brazos hacia el frente y mover su pelvis arriba y abajo como si estuviese envistiendo a alguien. El movimiento es tan lento, que desborda erotismo y si a eso le sumamos la expresión de su rostro que solo puede ser descrito como de placer en su estado más puro, digamos que es de las mejores imágenes que he visto jamás.

La música se detiene y él junto con ella; sin embargo, segundos después, comienza una melodía más lenta, más seductora y no sé nada de esto, pero algo me dice que ahora viene la mejor parte. Contengo la respiración mientras las manos de Zack van al último botón de la bata y lo abre.

Su mirada es abrasadora; la siento en cada centímetro de mi piel. Sé, sin necesidad de mirarlo directamente, pues no puedo apartar mis ojos de sus extremidades, que analiza cada uno de mis gestos para descubrir si me gusta tanto como él quiere que me guste. Lo que Zack no sabe es que esto ya dejó de gustarme para pasar a encenderme hace mucho rato.

Siempre he escuchado a Tahira hablar sobre el sexo, he leído un montón de cosas no aptas para chicas de mi edad y he visto películas también, para qué negarlo, pero nada me ha preparado para el torrente de sensaciones que recorren mi cuerpo y ni siquiera me ha tocado.

Suelta el segundo botón, el tercero y muerdo mi labio inferior con fuerza ante tanta expectativa. ¡Que se la quite y ya, joder, que me tiene al borde del colapso! Pero, o mi mirada no le transmite mis deseos correctamente o a él no le importan mucho, porque continúa con esa lentitud tortuosa que solo me da ganas de levantarme, coger la bata con mis dos manos y jalarla con fuerza hasta reventar los dichosos broches.

Cuando llega al último, siento que han pasado horas.

La melodía vuelve a cambiar y juro por lo más sagrado que siento mi cuerpo estremecerse completo al reconocer la canción: “Make me feel” de Elvis Drew. Sin duda no pudo haber escogido una mejor para desnudarse.

Con la bata suelta, camina hacia mí y mis nervios van en aumento. Mi pobre corazón late a una marcha antinatural y el subir y bajar de mi pecho delata la irregularidad de mi respiración que se ha hecho prisionera de la excitación. Tengo las manos fuertemente sujetas al borde de la silla, pues siento mi cuerpo extraño, en el aire, como si en cualquier momento se fuese a desfallecer. Zack llega a mí y yo levanto la cabeza para poder mirarlo a los ojos.

—¿Quieres que siga? —pregunta y yo solo atino a asentir con la cabeza.

Sonríe y comienza a moverse frente a mí con lentitud, derrochando sensualidad y erotismo. Abre su bata poco a poco dejando a la vista su definido torso, pasa sus manos sobre él, invitándome a hacerlo, pero no me puedo mover.

Su baile se mezcla en mi mente con la música, llevándome a una dimensión totalmente desconocida para mí. Desliza la prenda hacia atrás y se la saca completamente lanzándola hacia una esquina.

Trago duro y justo cuando la canción rompe en su estribillo, Zack se sienta sobre mis piernas y mueve su cintura sobre mí, mientras articula la letra.

Tócame, siénteme, hazme lo que quieras

Coge una de mis manos y la lleva a su abdomen cuando el cantante repite su orden y, esta vez, me dejo llevar.

Deslizo la palma de mis manos por su torso, sintiendo la dureza de sus músculos y cómo su piel se va erizando con mi toque. Se inclina hacia adelante, besa la comisura de mis labios y desliza su lengua por toda mi mejilla, deteniéndose al llegar a mi oído.

—¿Esta es una fantasía real? —pregunta, traduciendo la letra de la canción al español.

Intento contestarle, pero toda palabra coherente queda atascada en mi garganta, cuando siento su mano derecha agarrar uno de mis senos por encima del vestido que es tan fino, que parece como si no hubiese nada. Su pulgar acaricia mi pezón erecto y como única respuesta, solo puedo gemir.

—Eres un sueño. —Continúa—: Un sueño para mí. —Muerde el lóbulo de mi oreja justo cuando su mano libre imita a la otra, lo que repercute directamente en mi centro y vuelvo a gemir.

Dios santo, ¿qué es esto?

Se aparta un poco, lo suficiente como para poder mirarme a los ojos y creo sinceramente que cuando sus padres lo crearon, Dios y el Diablo pusieron su mano, porque es imposible que alguien pueda lucir tierno y malditamente ardiente a la misma vez.

—¿Estás bien? —pregunta y yo tardo unos segundos en poder reunir mi voz.

—Creo que… —Tomo una amplia bocanada—. Creo que mi cuerpo va a estallar.

Se ríe y madre santa, no sé qué hechizo ha puesto en mí hoy, pero ese sonido tan común envía escalofríos por todo mi cuerpo.

Intento cerrar las piernas para aliviar el creciente dolor que se acumula entre ellas, pero no lo consigo del todo y él sonríe con malicia, pues al estar encima de mí, pudo sentir el movimiento.

—Eso es bueno, preciosa, jodidamente bueno.

Y me besa.

¡Y qué beso!

Si me quedaba alguna neurona coherente, se esfuma completamente cuando su ávida lengua entra en mi boca buscando la mía para fundirse en una batalla a muerte y, a diferencia de otras veces, creo que en esta ocasión tienen poderes especiales, pues con cada estocada, oleadas de placer se extienden por cada terminación nerviosa de mi cuerpo, haciéndome sentir eufórica. Sus manos se hunden en mi cabello y yo dejo que las mías viajen por la majestuosa escultura que es su torso, para luego recorrer su espalda.

Me dejo llevar completamente ante la demanda de su beso y cuando siento que no entra el suficiente aire a mis pulmones, muerdo su labio inferior consiguiendo una pequeña pausa y él gime gustoso. Apoya su frente sobre la mía y nos quedamos así por unos segundos, intentando regalarles a nuestros cuerpos el aire que necesitan para continuar.

—Aún no he terminado —susurra con su respiración entrecortada, mezclándose con la mía y antes de que pueda decirle que me da igual el striptease, se levanta.

Me quita el estetoscopio y lo cuelga sobre su cuello.

Virgen santa de los papacitos sexys…

Zack, con su pantalón blanco y el torso al descubierto, adornado únicamente con el dichoso aparato, es una de las cosas más calientes que he visto jamás.

Se desliza nuevamente al ritmo de la música, moviendo su cintura de forma circular, mientras los músculos de sus brazos y abdomen se flexionan. Deja caer el estetoscopio al suelo, para luego hundir sus pulgares dentro de la faja del pantalón y bajarlo un poco. Grande es mi sorpresa, cuando su calzoncillo desciende también permitiéndome ver parte de su pubis.

Contengo la respiración, esperando, deseando, suplicando, que lo baje completamente, pero no, regresa a su posición y luego de varios movimientos más, se quita el pantalón, junto a sus tenis. Sin embargo, no me quejo, porque ver la gigante protuberancia de su miembro escondido bajo la tela de su calzoncillo, aumenta mi imaginación y, por consiguiente, mi excitación.

Zack toma impulso, coloca sus manos en el suelo, levanta sus piernas hasta que quedan totalmente extendidas hacia arriba y luego se deja caer hacia atrás, quedando de cuclillas, justo frente a mí.

Su mirada, que derrochaba absoluta seguridad hasta hace un segundo, me observa con duda, incluso temor.

Se muerde el labio, mientras busca las palabras correctas en su mente y, conociéndolo, ya sé por dónde viene. Me inclino hacia el frente y coloco mis manos sobre sus hombros.

—Quiero esto contigo, hoy —le digo con la mayor firmeza que consigo reunir.

—No hay apuro, Lía, podemos esperar todo el…

Silencio sus palabras con mi dedo índice.

—No quiero esperar. Estoy lista, nerviosa, muy nerviosa, pero lista para ser completamente tuya.

Una sonrisa dulce se abre paso en su rostro. Acaricia mi mejilla con delicadeza y yo me recreo ante el contacto. Vivo enamorada de él y de la ternura con la que me trata. Zack Bolt Kanz es, sin que me quede nada por dentro, el hombre perfecto y es totalmente mío.

—Me encanta esa canción —dice cuando los primeros acordes comienzan a sonar—. ¿Me concedes este baile? —Me tiende su mano derecha a modo de invitación y yo enarco las cejas.

—¿Quieres bailar estando tú en calzoncillo y yo en vestido y botines?

—Por supuesto, así será más divertido quitarte la ropa.

Me guiña un ojo y yo acepto la invitación, pues la promesa que ocultan sus palabras, aumenta mis deseos. Me levanto de la silla y él me acerca a su cuerpo. Cruzo mis manos alrededor de su cuello, él pone las suyas en mi cintura y cierro los ojos para perderme en la letra mientras nos movemos al ritmo de la suave melodía.

Si cuento las veces que he estado pegado a tu cuerpo;

Es posible, créeme no exagero, me sobra algún dedo.

La primera vez fue piel, fue más que un sueño

La segunda vez, fue más que incendio.

La mirada de Zack, intensa y contentiva de un cúmulo de emociones difíciles de identificar, se encuentra con la mía, erizando cada centímetro de mi piel.

Yo no sé si esta historia es normal o es que somos distintos

Solo sé amor, que cuando nos vemos se prende el instinto.

Nuestra conexión se rompe cuando desciende para besar mi cuello con lentitud, enviando corrientes de placer por todo mi ser. Su lengua húmeda recorre mi clavícula y yo inclino mi cabeza para darle mejor acceso.

Y ahora digo yo

La tercera vez cogimos, el cielo en un suspiro

Ay, amor, si tú supieras qué.

—Me quedo contigo, —Comienza a cantar, murmurando en mi oído mientras sus manos recorren la extensión de mi espalda—, de aquí al infinito. Sin ti solo vivo, sin ti siento frío. No sé si me explico todo esto que siento, lo quiero contigo. Me quedo contigo, nos sobran motivos; hoy tiene sentido, hoy somos destino. Lo digo sin miedo y tú delante y aquí desnuda, no hay dudas: yo, me quedo contigo. Mi amor.

Detiene el baile y su cálida boca abandona mi oído dejando caricias suaves por toda mi mejilla hasta llegar a mis labios. Los toma con pasión mientras sus manos se hunden en mi cabello atrayéndome hacia él, eliminando la más pequeña molécula de aire que pudiera separarnos, mientras la canción continúa de fondo como una preciosa declaración de amor.

Cuando se separa, nuestras respiraciones erráticas se entremezclan y nuestras miradas se funden. Sé que este idioma no es mi fuerte, pero algo me dice que esa intensidad me pregunta en un suave silencio, si estoy segura de que quiero continuar con esto.

—Hazme el amor —susurro y el beso que deja en la punta de mi nariz, derrite todas mis entrañas.

Gestos pequeños como esos, valen más que mil palabras.

Ahora ya me ves rendido, hablándote al oído

Ay mi amor,

Si tú supieras qué…

—Eres la criatura más hermosa que he visto en toda mi vida.

Mi sonrisa se ensancha y él me rodea. Siento el calor de su pecho contra mi espalda, me aparta el cabello colocándolo sobre mi hombro izquierdo y continúa adorando la piel de mi clavícula con sus labios mientras todo mi ser se retuerce en el más puro y absoluto placer. Sus manos incursionan por mi vientre, subiendo poco a poco hasta ahuecar mis senos.

Un gemido se me escapa y él gruñe contra mi hombro, clavando sus dientes en él, pero sin hacerme daño.

—Te deseo tanto —susurra—. Llevo toda la noche imaginando las mil formas en las que podría quitarte ese maldito vestido para luego hacerte el amor.

Sus hábiles dedos se dirigen a la cremallera del vestido y la baja con una lentitud desquiciante. Mi corazón late con fuerza en mis oídos y aunque soy consciente de que la canción ha cambiado, no puedo concentrarme en la letra, toda mi atención está puesta en sus movimientos y en lo que estos provocan en mí.

El vestido cae a mis pies dejándome totalmente desnuda y yo contengo todo el aire en mis pulmones mientras él de la vuelta quedando frente a mí.

Su mirada barre mi figura y juro por Dios que la puedo sentir como una caricia en cada centímetro de mi piel. Por un segundo tengo la necesidad de cubrirme, pues me siento expuesta y los nervios están haciendo estragos conmigo, pero me resisto, pues hay tanta admiración en sus ojos, que no creo que sea correcto hacerlo.

Me tiende una mano y yo la acepto sin dudar. Me incita a dar un paso al frente para salir de la pieza de ropa que descansa a mis pies y el movimiento me hace consciente de la humedad entre mis piernas. Siento el calor acumularse en mis mejillas y debo apartar mi mirada de la suya para que no lo note.

Coge mi barbilla con delicadeza y me obliga a enfrentarlo.

—Mírame —ordena e incapaz de negarme, lo hago—. Quiero que me mires todo el tiempo, Lía; quiero grabar a fuego lento en mis retinas cada una de tus expresiones de placer; quiero poder encontrar en tu mirada lo mismo que siento yo, deseo, amor. Así que no apartes tus preciosos ojos de los míos, pues creo que serás la mejor obra de arte que seré capaz de admirar jamás.

Oh, Dios…

¿Acaso puede ser más perfecto?

¿Cómo puede una escuchar algo como eso y no derretirse? Creo que me he enamorado un poco más de este hombre y pensaba que eso ya era un imposible.

Zack me conduce hasta la cama, me pide que me siente en el borde y, al hacerlo, contengo la respiración, pues su miembro, su gran miembro, escondido aún tras la tela de su ropa interior, queda justo frente a mi rostro. Trago saliva casi convencida de que él puede ver el sonrojo de mis mejillas. Dios, las siento hirviendo.

Paso la lengua por mis labios repentinamente secos mientras me pregunto qué pasaría si la tomo en mis manos, le bajo el calzoncillo y la meto en mi boca. Una corriente de placer ante la idea llega a mi centro y debo apretar las piernas en busca de un poco de fricción que me permita aliviar el pálpito.

Zack se arrodilla frente a mí, buscando mi mirada, mientras una sonrisa picarona se extiende por su rostro.

Lleva sus manos a mis pantorrillas y toda mi piel se eriza ante el contacto. Zafa el broche de mi botín y lo quita con sumo cuidado, hace lo mismo con el otro y luego de soltarlo, levanta mis piernas sobre sus hombros. Un jadeo de sorpresa se me escapa y cuando sus labios comienzan a dejar un camino de besos hasta mis muslos, creo que voy a enloquecer.

Una corriente que no he sentido jamás recorre todo mi cuerpo en oleadas, su lengua deja un rastro húmedo al llegar a mis muslos y mi respiración, entrecortada desde hace ya un buen rato, se altera aún más. Continúa avanzando, intercambiando de una extremidad a la otra, unas veces con besos suaves y otras con pequeñas mordidas que sacuden todo mi ser.

Quiero tocarme ahí abajo, hacer algo para liberar la tensión que se ha apoderado de mi cuerpo, para saciar las ansias palpitantes que me consumen con su lenta tortura, pero no lo hago. Nunca me he tocado yo misma, no sabría ni por dónde empezar y me moriría de vergüenza al hacerlo frente a él.

Su tibia respiración se mezcla con el calor abrasador de mi sexo y creo que ya sé por qué le gusta mirarme; la imagen de Zack, con su rubia cabellera revuelta, sus ojos negros hipnotizantes nublados por el placer, arrodillado frente a mí, con su rostro a escasos centímetros de la zona de mi cuerpo que ningún hombre ha visto anteriormente, es algo que, sin duda, jamás podré olvidar.

—Si algo no te gusta, dímelo.

Asiento con la cabeza como única respuesta y un gemido se escapa desde lo más profundo mi ser cuando su lengua sale al encuentro de mi centro.

Me dejo caer sobre la cama, totalmente rendida a él.

Madre de Dios, ¿qué es esto?

Sé que me ha pedido que lo mire en todo momento, pero, ¿cómo hacerlo? A penas soy capaz de mantener mis ojos abiertos, así que los cierro y me dejo embargar por el cúmulo de sensaciones que me invaden cuando la boca de Zack asalta mi intimad con un beso suave y lento que me eleva a otra dimensión. Y, a partir de ahí, todo pensamiento coherente se evapora de mi mente con el constante ataque de su lengua que estimula zonas que ni siquiera sabía que existían. Lame, chupa, sopla y yo delirio.

Mis gemidos opacan la música de fondo, sus manos sujetan mis nalgas, levantándolas para tener mejor acceso a mi intimidad; mi cuerpo se retuerce sin control, mis dedos se cierran con fuerza en la sábana tomando entre ellos algunos pétalos de rosas y, por un segundo, creo entrar en el mismísimo cielo.

Tahira me ha hablado en innumerables ocasiones de las delicias del sexo oral, pero debo admitir que en cada anécdota se ha quedado jodidamente corta y si pensaba que mi experiencia en su casa hace algunas semanas había sido asombrosa, en esta no hay adjetivo que pueda calificarla.

Mis músculos se contraen mientras la presión se acumula en mi centro, mi piel suda, mi respiración es irreconocible mientras olas de un placer electrizante me invaden. Por un segundo, siento como si mi alma saliera de mi cuerpo acercándose a un precipicio hasta caer en picada cuando el orgasmo me alcanza.

Zack abandona su posición entre mis piernas y, con una delicadeza increíble, ayuda a mi cuerpo inerte y totalmente saciado a acomodarse en el centro de la cama. Besos suaves caen sobre mi rostro y yo me obligo a abrir los ojos.

La sonrisa que me dedica es incluso más reluciente que el mar de estrellas que se extienden detrás de él a través del techo transparente de la habitación.

—¿Te ha gustado?

¿Gustarme?

Esa palabra se queda realmente corta, sin embargo, no soy capaz de hablar. Mis habilidades lingüísticas siguen experimentando la resaca de uno de los mayores placeres jamás alcanzados; así que, como única respuesta, levanto un poco mi cabeza y beso sus labios con lentitud, saboreando los restos de mi orgasmo.

Él me devuelve el beso con la misma ternura, con el mismo cariño y cuando nos separamos, consigo hablar.

—Ha sido alucinante. —Respiro profundo—. Ahora… —Muerdo mi labio interior con evidente nerviosismo—. Creo que es mi turno.

Elevo un poco mi cintura, encontrándome con su dura erección que me hace jadear.

—No, cariño; esta noche es completamente para ti. Ya habrá tiempo para el resto. ¿Realmente quieres continuar?

—Es lo único que deseo.

Zack se acomoda entre mis piernas y vuelve a besarme con esa maestría que lo caracteriza, alterando todas las mariposas de mi vientre. Habría pensado que luego del increíble orgasmo que me ha regalado, no podría volver a excitarme, pero solo me bastan las tiernas caricias de sus manos por mi cuerpo y la frenética batalla de su lengua contra la mía, para desear, una vez más, explotar junto a él.

Sus labios abandonan los míos para dejar un rastro de besos húmedos por toda mi mejilla; desciende por mi cuello, clavícula hasta bajar a mi pecho. Mi respiración queda atorada en mi garganta cuando siento la calidez de su boca envolver uno de mis duros pezones mientras el otro es víctima de sus ágiles dedos. Lo lame, lo muerde, lo chupa, intercalando su atención entre uno y otro mientras el placer se va acumulando una vez más en mi bajo vientre, sin embargo, ahora no es su boca lo que quiero en mi sexo, sino su miembro tan grande y viril como se ve a través de la tela de su ropa interior.

Los besos de Zack descienden por mi vientre provocándome espasmos ante el ligero roce de sus labios que eriza cada centímetro de mi piel.

—¿Sabes? Hay algo que he querido hacer desde ese día en que fuiste a ver la película a mi casa —murmura con sus labios sobre una zona específica de mi pubis.

Me obligo a abrir los ojos e incorporarme un poco sobre mis codos para poder mirarlo directamente mientras me habla.

—Desde ese maldito momento en que me enseñaste tu tatuaje, desde que comprendí que algo tan significativo para nosotros estaba dibujado en tu piel, solo he querido, deseado, anhelado y soñado algo: besarlo.

Deja un beso sobre la tinta y yo jadeo.

—Nunca me han gustado los tatuajes, pero este en particular es lo más hermoso y sexy que he visto jamás.

Vuelve a besarlo, lo humedece con su lengua y lo acaricia con la punta de su nariz; un gesto tierno y entrañable que me derrite un poco más.

Zack concentra su mirada en la mía y, con la intensidad desbordándose a raudales, lleva sus manos a la faja de su calzoncillo. Trago saliva con fuerza y contengo la respiración sin perder detalle de cada uno de sus movimientos. Poco a poco lo va bajando, permitiéndome vislumbrar la V de su vientre, seguido de la punta de su erección, su tronco hasta quedar completamente al descubierto. Termina de quitárselos y vuelvo a tragar con fuerza.

¿Se supone que todo eso cabrá dentro de mí?

Zack, con toda su magnificencia a la vista, se inclina sobre mí, pero para mi sorpresa, se estira hasta meter su mano debajo de una de las grandes almohadas. Cuando la saca, trae consigo una tirilla de papeles plateados o, en otras palabras, condones.

—¿Cómo sabías que estaban ahí?

—Porque conozco a Lucas y a todas sus manías.

Me río por lo bajo, más por los nervios que por otra cosa.

—¿Confías en mí, Annalía? —pregunta, de rodillas sobre el colchón, sentándose sobre sus talones

La forma en que mi nombre sale de sus labios se siente como una caricia en mi agitado y emocionado corazón y, en respuesta, asiento con la cabeza.

Lleva el envoltorio a su boca y con un movimiento que me parece de lo más sexy, lo rasga. Saca el condón y, con una lentitud tortuosa y sensual que aumenta la expectación a niveles inimaginables, lo desliza a lo largo de su miembro. No sé si es normal, pero ese acto me parece una de las cosas más eróticas que he visto o imaginado jamás.

Zack se inclina sobre mí y besa mis labios con lentitud, con una ternura infinita que hace que mi corazón lata sobrecogido. Coloca sus antebrazos a cada lado de mi cabeza y se separa un poco en busca de mi mirada.

—Va a doler un poco; si sientes que es demasiado, me avisas.

Asiento una vez con la cabeza y respiro profundo.

—Intenta relajarte —susurra antes de volver a besarme y, aunque no es sencillo, me obligo a aligerar la tensión que se ha adueñado de mi cuerpo para poder disfrutar de las sensaciones que me provocan cada una de sus caricias.

Los labios de Zack descienden por mi cuello en esa zona que no sabía que era tan sensible hasta hoy y me estremezco ante el constante juego de su lengua contra mi piel. Siento cómo su miembro se ubica en mi entrada y debo respirar profundo varias veces intentando calmar el latido desenfrenado de mi corazón que parece que en cualquier momento va a estallar.

El dolor se extiende por mi cuerpo a medida que se va abriendo paso en mi interior. Hundo mis uñas en su espalda y cierro los ojos intentando centrarme en el calor de sus besos, la suavidad de sus labios, su aliento contra mi piel y las mil sensaciones que me recorren con cada una de sus caricias. Contengo la respiración cuando lo siento totalmente dentro de mí y se detiene.

—Mírame —susurra y yo me obligo a abrir los ojos, esta vez, tomando amplias respiraciones—. ¿Estás bien?

—Si —jadeo en respuesta.

—Te ves hermosa —susurra, deslizándose un poco hacia afuera.

Cierro los ojos y no tardo en sentir un beso sobre cada uno.

—Totalmente hermosa acostada en esta cama, —Se desliza hacia adentro y besa la punta de mi nariz haciéndome cosquillas—, con tu cabello regado sobre la sábana y los pétalos de rosas enredados en él. —Repite el movimiento hacia afuera y esta vez roza mi boca para luego deslizar sus dientes por el labio inferior—. Con tus ojos azules brillantes, tus labios hinchados por mis besos y tus mejillas sonrojadas por el orgasmo

Entra nuevamente en mi interior y, a diferencia de las veces anteriores, noto que el dolor y la ardentía disminuyen un poco dándole lugar a algo más.

—Eres la mujer más hermosa que he visto jamás.

Y dicho esto, sus labios toman los míos en un beso ardiente, demoledor; de esos que te roban todo el sentido y te transportan a otra dimensión. El movimiento de su cuerpo contra el mío toma un ritmo vertiginoso donde ya no existe dolor, solo el más puro de los placeres. Mi piel se eriza, nuestros jadeos se entremezclan y los gemidos pasan a ser la mejor melodía jamás escuchada hasta que juntos alcanzamos el Cielo con las manos al llegar al clímax.

Zack, con la respiración agitada y el cuerpo sudoroso, se deja caer sobre mí, pero sin ejercer demasiada presión. Deposita un reguero de besos por todo mi rostro: ojos, labios, nariz y mejillas.

—¿Estás bien?

Sonrío como una tonta.

—Sí. Ha sido… —Suspiro profundo—. Ha sido mágico.

—Me alegra escucharlo. Te amo, Lía.

—Yo también te amo, Zacky.

Y vuelve a besarme.

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LAS QUIERO

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