23. Inmortalizar un milagro
Feliz día de las lectoras...
Zack:
Han pasado seis días desde mi cita con Annalía; esa en la que hice dos cosas que jamás creí que haría, un tatuaje y una casi pedida de matrimonio. Es decir, sé que no se lo pedí literalmente, pero decirle que está y que siempre estará en mi corazón como mi amiga, mi novia y mi esposa, deja bien claro cómo la veo en mi futuro.
Si les soy honesto, no tenía planeado algo como eso, simplemente se me escapó, pero no por eso deja de ser verdad. Eso sí, no pude evitar los nervios que me asaltaron en ese momento, fundamentalmente porque sentí que estaba yendo demasiado rápido; sin embargo, se evaporaron cuando por la vidriera del local, la vi recrear el divertido baile de victoria de nuestros padres.
A ella le gustó la idea y eso me emocionó en demasía, dándome el valor que necesitaba para terminar haciendo lo que una vez le dije a Sebastián que no haría. Un tatuaje. Uno que no ha dejado mi mente desde que lo vi por primera vez en su suave piel, en esa zona de su cuerpo que me muero por besar.
La A y la Z entrelazadas en representación de nuestras travesías infantiles, ahora son un símbolo de ese amor que sentimos el uno por el otro y que cada día se hace más fuerte. Jamás creí posible ver mi cuerpo dibujado, pero hoy tengo la sensación de que esa marca surgió para estar ahí, justo sobre mi pecho, para ser testigo de los latidos desenfrenados de mi corazón cada vez que ella anda cerca. Y aunque dolió como cojones, no me arrepiento de hacerla.
Toco la zona con mis dedos mientras el agua de la ducha recorre todo mi cuerpo, limpiando la espuma del jabón. Sacudo la cabeza para eliminar la tonta sonrisa que hay dibujada en mi rostro sabrá Dios desde cuándo y termino de enjuagarme.
El timbre de la puerta principal comienza a sonar justo cuando termino de secarme, pero como me niego a abrir cubierto solo por mi toalla, voy a mi habitación, me pongo un calzoncillo y un short para luego ir a la sala con mi santa calma, pues, por la insistencia, sé quién carajos está al otro lado.
—Joder, al fin abres —dice Lucas a modo de saludo, entrando como si se tratase de su propia casa—. ¿Qué estabas haciendo? ¿Cagando?
Ruedo los ojos y estoy a punto de cerrar, cuando veo a Sebastián acercarse por el pasillo con un pack de doce cervezas.
Enarco las cejas sin entender de dónde ha salido la repentina fiesta.
—Hay drama —susurra mi amigo al pasar por mi lado y cierro tras él.
—Bañándome, Lambordi, bañándome —respondo la absurda pregunta del primero—. Algo que a ti te encanta interrumpir.
Sebastián se ríe porque sabe que tengo razón. No sé qué arte tiene el italiano para que el sesenta por ciento de sus visitas inesperadas sean cuando yo estoy en la ducha y no, no lo hago a la misma hora todos los días.
Lucas se desploma en el sofá mientras Sebas se dirige a mi cocina, supongo que a guardar las cervezas en el frío.
—Si me dieras una llave del apartamento, no tendrías que salir a medias a abrirme —reclama.
Enarco una ceja sin poder creérmelo mientras la risa de Sebastián se escucha de fondo. Este italiano es un sinvergüenza. Tuvo una llave en sus manos hasta que un día llegó sin avisar y me encontró follando con una tía en el sofá. Ahí me di cuenta que hasta los mejores amigos necesitan límites, le quité la llave a lo que él no opuso resistencia alegando que había quedado traumatizado y, para rematar, botó mi sofá y me compró uno nuevo, limpio de gérmenes.
Es que es un idiota en toda la extensión de la palabra.
—¿Tengo que recordarte lo que sucedió la última vez? —pregunto en el mismo momento en que Sebas regresa a la sala con tres botellas de cerveza y nos tiende una a cada uno.
—Ese fue tu error, amigo mío —dice para mi consternación—. Tenías que escribirme para avisarme que estarías follando.
—¡Es mi casa, Lucas! —chillo por no sé qué vez desde ese suceso.
—Como sea, eso ahora no es importante.
Le da un largo trago a su bebida, respira profundo varias veces y nos enfrenta.
—Me he acostado con Tahira… De nuevo.
El silencio se hace en la sala, pero no es sorpresa, o tal vez sí, pero no porque se haya acostado nuevamente con ella, sino porque tardó más de un mes para hacerlo. Todo un récord.
—No lucen sorprendidos.
—Tío, ¿para esto tanto drama? —pregunta Sebas, sentado en la butaca al lado del sofá—. Me dijiste que me dabas diez minutos para estar aquí.
—¿Y le haces caso? —pregunto sorprendido—. Es la mata del drama, Sebastián.
Mi amigo me mira.
—Tú no lo escuchaste, Zack. Sonaba desesperado a niveles insospechables. Como el día en que lo cogieron comiéndole el coño a Tahira o más.
Sin poderlo evitar, una estruendosa carcajada se escapa desde lo más profundo de mi alma. ¿Les sonó eso a ustedes tan mal como a mí?
Lucas lo fulmina con la mirada.
—Ok, eso sonó horrible —reconoce mi amigo y le da un trago a su cerveza—. Pero el punto es que realmente creí que algo malo había sucedido y casi me descojono vistiéndome para venir.
—¡Es que sí estaba mal! ¡Estaba desesperado! —chilla el italiano poniéndose de pie para caminar de un lado al otro en la sala—. Llevo todo un mes resistiéndome a Tahira, ¿saben qué significa eso?
¿Qué hay que felicitarlo?
—¡Que he pasado todo un puto mes con un dolor de huevo de los cojones! —responde ante nuestro silencio.
Sebastián golpea su rostro con su mano libre y por el movimiento de sus hombros, sé que está riendo. Por mi parte, muerdo mi labio inferior para no reír, es que, a pesar de lo ridículo de esa frase, realmente luce preocupado.
—¡No se rían! —advierte, señalándonos con un dedo.
—No nos estamos riendo —respondo en vano, pues mi sonrisa ya se ha extendido por todo mi rostro.
—No es gracioso.
—Lo siento, macho, sí lo es. —Es el turno de Sebastián—. ¿Un dolor de huevos de los cojones? Eso suena a que es intenso, Zack, ¿no crees?
Asiento con la cabeza disfrutando la situación.
—Un serio problema de bolas azules. Espera un momento —digo de repente y miro a Sebastián con fingida seriedad—. ¿Recuerdas la semana pasada cuando me comentaste que creías que Lucas tenía piojos púbicos?
Los dos me miran con extrañeza, pues me lo acabo de inventar y el italiano hace una mueca de asco.
—No dejaba de tocarse los genitales, creías que se estaba arrascando la zona, pero en realidad se los acomodaba en los pantalones por el dolor de huevos, ¿no?
—¡Yo no he hecho eso! —grita Lucas cubriendo sus genitales y Sebastián rompe en una carcajada que no tardo en seguir.
—Oh, mierda, Zack, esa es buena —dice Sebas sin poder dejar de reír, mientras deja su botella vacía en la mesa de centro—. Piojos púbicos —susurra y vuelve a reír.
—Y dicen ser mis mejores amigos —se queja Lucas.
—Sí lo somos —respondo, cuando consigo calmar mi risa.
—Oh, no, los mejores amigos se preocupan por las desgracias de los suyos.
—Nosotros lo hacemos —se defiende Sebastián y Lucas está a punto de contestar, cuando lo interrumpe—. Pero primero nos divertimos un rato, ¿no es así, Zack?
El italiano resopla y se cruza de brazos.
—Se supone que ese no es el orden. Primero viene la preocupación, luego la diversión.
Lo miro con mis cejas arqueadas.
—¿En serio? —pregunto—. ¿Quieres hacer una revisión de nuestros años de amistad a ver cuál ha sido el orden que has seguido tú?
Lucas entrecierra los ojos y por la media sonrisa que se desliza en su rostro, sé que sabe que tengo razón. Él es de los mejores amigos que existen en el mundo, pero también es de los que se divierten a tu costa por un buen rato antes de ponerse serio.
—Vale, ustedes ganan, ¿podemos ponernos serios ahora?
—Por supuesto, nos quedamos en el puto dolor de huevo de los cojones.
Sebastián vuelve a reír y yo hago el intento por no seguirlo. Lucas se limita a rodar los ojos.
Respira profundo.
—El punto es que he hecho de todo para resistirme, incluso recitar mentalmente el Rap de los huesos que nos enseñan en la universidad, cada vez que ella intenta seducirme.
Ok, ahora sí se la ha rifado.
Tanto yo como Sebastián rompemos a reír a carcajadas ante semejante idea porque jamás, ni en mis más locas locuras, valga la redundancia, se me ocurriría algo como eso. Intento imaginarme a la pelirroja acercarse al italiano, cruzar los brazos por detrás de su cuello a medida que lo acaricia para luego susurrarle al oído alguna chorrada sobre lo bueno que está o las ganas que le tiene, mientras Lucas, en su mente, recita lo siguiente como si fuese un rapero profesional: “El esqueleto humano es el conjunto de huesos que mantiene al cuerpo en su estructura y sin esfuerzo. Compuesto de armazón, por dentro de colágeno, con un mineral llamado fosfato cálcico. Son el tejido óseo y cartilaginoso, afuera el hueso compacto, dentro el esponjoso. Tiene osteoblastos, osteoclastos y osteocitos, son doscientos seis huesos que rapeamos con el micro…”
La canción duraba como cinco minutos y juro que, si aun recitándola, Tahira logró excitarlo, es porque es la puta ama.
Sebastián y yo reímos a carcajadas y a Lucas no le queda de otra que reírse con nosotros porque sabe que, por muy serio que sea el asunto, eso es jodidamente chistoso.
—Por favor, pongámonos serios.
—¿Es que cómo cojones quieres que nos pongamos serios después de soltarnos ese disparate? —pregunta Sebastián—. ¿Qué parte recitas? Dudo que sea la de los huesos de las extremidades porque eso era un puto trabalenguas teniendo todos tus sentidos puestos en ella, imagínate si tienes a una mujer provocándote.
Lucas, aburrido de nosotros, va a la cocina y cuando regresa con otras tres cervezas, Sebastián está intentando cantar la canción mientras yo me destornillo de la risa.
—No la recuerdo completa —dice, al mismo tiempo que acepta la botella que le tiende el italiano.
—¿Y funciona, Lucas? —pregunto.
—¿Por qué quieres saber? —inquiere el italiano—. ¿Quieres usarla con la pequeña Annalía?
Me encojo de hombros.
Pensar en venas y arterias no funciona, hay que buscar alternativas.
—¿Qué parte de me volví a acostar con Tahira no entendiste? —pregunta con un suspiro—. No funciona; las chicas saben cómo freír tus neuronas y si Annalía es la mitad de lo persistente que Tahira, créeme que no llegarás a sus dieciocho.
—Tampoco exageres.
—No exagero. —Se sienta nuevamente en el sofá frente a nosotors—. Tahira Sandoval es la tía más hermosa, sexy, sensual y endemoniada que he conocido en toda mi vida y resistirme a sus encantos ha sido una odisea, pero estaba decidido a esperar a la mayoría de edad. ¡Joder, que no soy un adolescente! Tengo veinticinco años, se supone que puedo controlar mis hormonas, pero no…
Niega compulsivamente con la mano con la que sostiene su cerveza.
—Todo mi autocontrol se va por el desagüe cuando está cerca. Por qué solo puedo pensar en besarla, ¿eh? —Vuelve a levantarse—. ¿Por qué cuando la veo mi corazón se desorbita? ¿Por qué me enciende tanto que me llame ragazzo o que no sea capaz de mantener su puta boca cerrada cinco segundos? ¿Por qué me gusta tanto que me contradiga? ¿Por qué, cuándo estamos juntos y cuando no también, me urgen las ansias de tocarla?
»¿Por qué me revienta el modo en que otros tíos la miran? O peor, que ella insinúe que verá a otros.
Miro a Sebastián con las cejas arqueadas y él me sonríe.
—Porque te has enamorado, tío —le digo como si sus palabras no fuesen lo suficientemente obvias.
—Lo qué Zack dijo.
Lucas nos observa con detenimiento y cuando pienso que va a chillar en negación, me sorprende respirando profundo, para luego beber lo que queda de su cerveza y tomar asiento nuevamente.
—Yo llegué hoy a la misma conclusión.
—¿Y por qué tanto drama si ya lo sabías? —pregunta Sebastián con la seriedad que requiere el momento.
—Porque me asusta como no tienen idea y no me refiero al hecho de haberme enamorado. En el fondo sabía que ese día llegaría. —Deja la botella sobre la mesa frente a él y se pasa las manos por el rostro para luego enterrar sus dedos en su pelo—. Lo que me preocupa es de quién me vine a enamorar.
»Tahira es una niña; es impulsiva, espontánea y hoy está obsesionada conmigo, ¿pero quién me garantiza que mañana será igual?
—Oye, Lucas, ese es un riesgo que se corre en todas las relaciones —lo calma Sebastián.
—Hay días en los que siento que le gusto de verdad, que no es solo deseo sexual; hay veces que de verdad creo que podríamos funcionar, pero hay otras, como hoy, en las que tengo la sensación de que solo insiste porque me estoy negando; que solo quiere verme claudicar, aceptar que la deseo como a nadie en el mundo para luego darme tres pataditas en el trasero y si te he visto no me acuerdo.
—¿Qué sucedió hoy? —pregunto.
Suspira profundo.
—Su padre nos invitó a un almuerzo con unos diputados y sus familias para hablar de no sé qué mierda, pues la verdad no le presté atención ninguna. El objetivo era que las familias se entretuviesen unas a otras mientras ellos trataban los asuntos importantes y todo iba bien, aburrido como carajo, pero bien, hasta que regresamos a su casa, solos. Me invitó a tomarme un poco de jugo y yo acepté como un idiota, pues cada vez se me hace más difícil negarle algo cuando me mira con sus ojitos brillantes.
»Empezó a coquetearme, algo que me encanta y le devuelvo sin ningún problema, pero que tiendo a alejarme cuando siento que estoy al caer. Intenté marcharme, discutimos, nos dijimos cosas bastante feas y, para resumir, llamó por teléfono a su último ligue. El chico del cine.
»Le dijo, mientras me miraba a los ojos, que quería verlo porque estaba muy excitada ya que un maldito cobarde la había calentado para luego alejarse con el rabo entre las patas. El mocoso, en vez de molestarse, le pidió que fuera a su casa.
Mierda, eso tuvo que ser un duro golpe directo a su ego.
Se ríe sin una pizca de humor.
—Yo me cegué. Lancé su teléfono contra la pared y la besé. Para cuando me vine a dar cuenta ya estábamos en su habitación, casi completamente desnudos y, aunque por un mísero segundo supe que debía parar, no pude. Le hice el amor con fiereza, con enojo y, a pesar de todo, me sentí en el puto cielo. Ahí me di cuenta de que podía haberme enamorado.
—Déjame hacerte una pregunta —dice Sebas—. ¿Por qué te resistes a ella? Es decir, de Zack lo entiendo porque tiene un compromiso moral para con su familia, pero ya tú estuviste con Tahira y sus padres están al corriente, no le veo objetivo a negarse.
Lucas suspira profundo.
—Su familia lo sabe, sí; pero también me dejaron claro que no podía volver a repetirse. No quería más problemas y así se lo hice saber a Tahira. Ella no se lo tomó bien, me aseguró que me haría caer a sus pies y yo me lo tomé como un reto. —Se encoge de hombros—. Uno que he perdido hoy, por supuesto y, llámenme idiota si quieren, pero era divertido y excitante el tira y afloja que teníamos.
»Ahora que he involucrado mis sentimientos sigue siendo igual de excitante, pero para nada divertido, pues para ella continúa siendo un juego, para mí, ya no.
—¿Y si hablas con ella? —pregunto—. ¿Por qué no le dices cómo te sientes?
—¿Y si ella no siente lo mismo? ¿Y si solo soy el tío con el que está pasando el rato?
—Enamórala entonces —propone Sebas—. Eres guapo, carismático, tienes una labia de puta madre, cuando usas tu idioma natal derrites a las tías y Tahira ya sabe cómo follas; creo que tienes la batalla ganada, amigo mío. —Se encoge de hombros como si sus palabras fuesen obvias—. Es más, Zack y yo te prometemos que no diremos nada sobre tus piojos púbicos, así que…
—Imbécil —dice Lucas mientras Sebastián y yo nos reímos.
—Ya, fuera de bromas —se recompone mi amigo—. Enamora a Tahira; has que caiga redondita a tus pies; no creo que te sea muy difícil.
—Estoy de acuerdo con Sebastián. Además, no creo que solo seas el tío con el que pasa el rato; conozco a Tahira. Está loca, pero tiene un gran corazón y estoy casi seguro de que también lo ha comprometido; pero a testaruda nadie le gana y me apuesto lo que no tengo, a que no te dirá ni pío hasta que no te confieses tú primero.
—Pues yo no pienso confesarme hasta que no esté convencido de que ella se siente igual.
Suspiro profundo. Es complicado tener esa certeza, pero no seré yo quien se lo diga; simplemente me mantendré al pendiente para cuando yo sienta que ella le corresponde, incitarlo a dar el paso, justo como él hizo conmigo.
—Bueno, ya basta de hablar de mí —dice el italiano de repente—. ¿Cómo te van las cosas con Lía?
Una sonrisa se abre paso en mi rostro sin siquiera poder detenerla.
—Su cara lo dice todo —comenta Sebastián—. Están de puro amor.
—Nos va bien, más que bien de hecho. La verdad es que no sé cómo conseguí contenerme tanto.
—¿Aun persistes en la idea de esperar a que sea mayor de edad para contarle a la familia?
Suspiro profundo, me encojo de hombros y me apoyo en el espaldar de mi asiento para luego darle un sorbo a mi bebida.
—No sé. Hay veces que siento que es ridículo, pero hay otras en las que estoy convencido de que esa es la mejor opción. No sé qué hacer.
—Pero yo sí sé lo que harás —comenta Lucas con una sonrisa pícara en rostro—. Sebas, ¿quieres hacer una apuesta conmigo?
Mi amigo frota sus manos con emoción.
—Obvio.
—Apuesto cien de los grandes a que les cuenta antes de fin de año.
—¿Se supone que yo tengo que apostar a que esperará a que sea mayor de edad? —pregunta Sebas, ya no tan emocionado.
—Por supuesto.
—Ah, pues no quiero apostar. Si tú lo propones es porque estás seguro de que vas a ganar. —Se encoge de hombros—. Con esos cien mejor le compro un bolso y muchos chocolates a mi esposa y creo que me sobrará.
Sin poderlo evitar, me río. Estos dos son los mejores.
—No tienes espíritu aventurero, Sebastián Rullit —se queja Lucas con dramatismo ganándose otro encogimiento de hombros por parte de nuestro amigo.
—A ver, Lambordi, ¿qué te hace pensar que no llegaré a fin de año?
Sonríe ampliamente y algo dentro de mí me dice que, efectivamente, terminaré enfrentando a Kyle antes de lo planeado.
—Tahira me invitó al viaje de fin de año que hace tu familia religiosamente. Ese que dura una semana y que es en la mansión ABT o algo así.
¡El viaje! ¡¿Cómo rayos lo olvidé?!
—¿Me pregunto si soportarás siete días en un mismo lugar con Annalía sin poder estar con ella como realmente te gustaría? —Hace una pausa supongo que, para ver mi reacción, pero no digo nada, ni siquiera me muevo, pues por mi mente solo pasan imágenes de esos días a escondidas—. Es decir, la adrenalina de salir a escondidas, puede ser un poco estimulante, pero, ¿pasarme siete días en un mismo lugar con la chica de la que estoy enamorado y no poder besarla cuando quiero por temor a que nos vean? Definitivamente yo no lo soportaría.
—¿Ves? —pregunta Sebastián de repente—. Por eso yo no aposté. Estoy tan convencido como tú de que hablará con Kyle antes de fin de año.
¿Una semana en la casa de la montaña junto a toda la familia, mientras todos están con su pareja y yo tener que contenerme?
Ni de coña.
Busco mi calendario en el teléfono para ver cuándo es mi próximo día libre y veo que marca el viernes doce. Supongo que tocará hacerle una visita a su oficina.
—Definitivamente lo sabrán antes de fina de año —afirmo, ganándome un gesto de victoria por parte de Lucas y una sonrisa de aprobación de Sebas.
—Salud por eso, amigo mío. —Levanta su cerveza y tanto el italiano como yo lo seguimos.
El viernes, alrededor de las once de la mañana y con los nervios a flor de piel, me adentro en la compañía de mi suegro dispuesto a hablar con él y no salir de aquí hasta obtener su bendición.
El corazón me late a millón y las manos me sudan, recordándome las tantas veces en las que me metí en problemas siendo un niño y tuve que enfrentar las consecuencias de mis actos; salvo que en esas ocasiones sabía que, si les sonreía lindo a mis padres, el castigo no sería demasiado severo.
Presiono el botón del elevador en el mismo momento en que mi teléfono suena avisando la entrada de una llamada. Lo saco de mi bolsillo y presiono el botón del volumen para silenciarlo al ver que se trata de Annalía. Ella no sabe que estoy aquí y sé que, si le contesto, notará mi ansiedad y tendré que decirle qué estoy haciendo.
No es que sea un secreto, pero contarle la alteraría, querría estar aquí conmigo y esta es una conversación entre su padre y yo, nadie más. Como no quiero preocuparla, le escribo un mensaje diciéndole que estoy ocupado, que la llamo desde que pueda y ella me envía de regreso una manito que significa ok y un corazón en el mismo momento en el elevador se abre.
Respiro profundo, entro y, para mi consternación, el viaje dura muy poco. Cuando las puertas vuelven a abrirse frente a mí, mis piernas se resisten un poco a avanzar, así que respiro profundo par de veces y reúno todo mi valor para salir.
Una vez fuera, me río de mí mismo por ser tan idiota. No debería estar tan nervioso, solo voy a hablar con Kyle.
Su secretaria, una persona ya mayor y más dulce que el pan, se levanta y me envuelve en un abrazo de oso para luego dejar un beso en mi mejilla. Tal y como ha hecho mil veces, revuelve mi cabello.
—Cada vez que te veo estás más guapo —comenta con una sonrisa llena de calidez; como si tuviese ante ella a su propio nieto—. ¿Ya tienes novia? No me digas que no porque no te creo; esos ojazos y esa sonrisa sexy deben tener a todas las mujeres de ese hospital loquitas por ti.
Me río ante su palabrería sin descanso.
—¿Cómo estás? ¿Y el señor Danco? —pregunto, refiriéndome a su esposo.
—Todos estamos bien, pero no me cambies el tema. ¿Ya le alegraste la vida a tu madre dándole una nuera?
—Dicen eso.
La sonrisa que se adueña de su rostro, es inmensa. Graciela tiene la extraña obsesión de ver a todos los miembros de la familia felices en una relación, o al menos a los que tienen edad para eso. Me está dando la lata desde que cumplí los diecisiete.
—¿Y quién es la afortunada? ¿Alguien del hospital?
Dudo por un segundo si decirle o no, pero, ¿qué más da? Estoy a punto de decírselo a Kyle, que ella lo sepa no dañará a nadie.
—Annalía.
Graciela pestañea varias veces digiriendo la información. Intercala la mirada entra la puerta de la oficina y yo varias veces.
—¿Lía? —pregunta en un susurro y yo asiento con la cabeza—. ¿Kyle lo sabe?
—Estoy aquí para hablar con él. ¿Está libre?
—De puro milagro —responde sin dejar de lucir sorprendida—. ¿Te gusta Lía?
Sonrío mientras acuno su rostro.
—Estoy jodidamente enamorado de ella.
—Palabras, mocoso —protesta mientras golpea mi hombro y yo hago una mueca exagerada, haciéndola reír—. Estoy muy feliz por ti. Suerte.
Levanta sus dos pulgares y beso su mejilla rebosante de felicidad al ver que no me ha juzgado y que se ha alegrado realmente por mí.
—Gracias.
Le doy la espalda y observo la puerta por varios segundos. Respiro profundo y, convencido de que es absurdo seguir retrasando lo inevitable, me armo de valor y me acerco. Golpeo la madera par de veces para anunciar mi llegada y abro luego de que me lo pide.
Con la sangre bombeando con fuerza en mis oídos, me adentro y cierro tras de mí.
Kyle, sentado en su escritorio, con una vista impresionante de la ciudad a su espalda, revisa unos documentos con detenimiento. Supongo que cree que se trata de su secretaria.
—Y yo que pensaba que el jefe solo venía a sentarse en el trono y mandar a sus empleados —comento con toda la seguridad que soy capaz de reunir y, para como están mis nervios, me sorprende que no me haya temblado la voz.
Kyle levanta la cabeza con rapidez y por sus ojos, tan idénticos a los de su hija, abiertos de par en par, sé que le sorprende mi visita; aunque es normal, creo que nunca he venido solo.
—Zack —murmura.
—¿Tienes tiempo para almorzar? —pregunto, acercándome a él.
Se quita los espejuelos dejándolos sobre su escritorio y se pone de pie.
—Por supuesto; aunque, honestamente, no sé si alegrarme o preocuparme por tu visita.
Rodea su buró y me abraza como es costumbre entre los miembros de mi familia.
—Siéntate, ¿quieres algo de beber?
Hombre, pediría un wiski para aplacar los nervios, pero no es que me guste mucho; es demasiado fuerte y necesito tener la cabeza fría para hablar con él.
—Nah, mejor me tomo una cerveza en el almuerzo —le digo mientras tomo asiento en la butaca negra frente a su escritorio.
Soy hombre de cervezas. El resto lo tomo cuando no me queda otro remedio.
—Ok, dame unos minutos para terminar de firmar esos documentos y almorzamos.
Kyle regresa a su lugar y se coloca los espejuelos que lo hacen lucir como todo un hombre responsable, nada que ver con el tío que he conocido toda mi vida junto a sus amigos. Escribe algo en su celular y centra su atención en el trabajo.
Durante los próximos cinco minutos en los que él se dedica a firmar unos documentos, intento calmar mis nervios, pero es en vano; esos no se estarán quietos hasta que le diga todo lo que tengo que decirle.
Cuando termina, vuelve a soltar sus espejuelos, se quita el saco de su traje, la corbata, se desabrocha los primeros botones de la camisa y revuelve su cabello regresando a ser el hombre de familia que tan bien conozco.
—Más de veinticinco años trabajando y siguen sin gustarme los trajes.
Me río ante su mosqueo.
—Aaron es cagadito a ti —le digo al recordar que mi cuñado tampoco soporta tanto formalismo.
Yo, gracias a Dios, no tengo que usarlos y mi bata de doctor me encanta.
—Soy su padre, ¿no?
Salimos de su despacho y nos despedimos de Graciela luego de indicarle que saldremos a almorzar. La pobre mujer evalúa el estado de ánimo de su jefe y supongo que entiende que aún no le he dicho nada, pues, sin emitir sonido alguno, mueve sus labios con una sola palabra: Suerte.
—Hay un restaurante muy bueno en la esquina —comenta mientras entramos al elevador—. Tengo una reunión a la una, así que no puedo ir más lejos.
—Por mí no hay problema.
En realidad, creo que es mucho mejor, tengo la sensación de que me moriría si tengo que estar encerrado en su auto por sabe Dios cuanto tiempo en busca de otro restaurante.
Salimos del edificio y recorremos la acera a pie hasta llegar al bonito local de comida cubana en la esquina. “La Havana” con V, se llama.
A mi madre le encanta la comida cubana y a mí, como buen hijo, también; lo que no me gusta son los nervios que me tienen el jodido estómago revuelto, por lo que sé que, al menos esta vez, no podré disfrutarla.
Tomamos asiento en una de las mesas cerca de la ventana y me permito admirar por unos segundos nuestro alrededor. Es un restaurante bastante fino, pero con la esencia cubana en la decoración. Hay cuadros de diferentes paisajes de la isla y la bandera de la estrella solitaria está dibujada a todo lo largo de una de las paredes al fondo, de forma que da la sensación que el viento la está ondeando.
Lo que más llama mi atención es el muro cubierto por billetes que van desde un peso cubano hasta mil, supongo que dejados a modo de recuerdo por aquellos habitantes de la isla que han tenido la dicha de pasar por aquí.
—¿Te gusta? —pregunta Kyle llamando mi atención y yo asiento con la cabeza—. Espera a probar la comida. Es excelente.
—¿Mi madre sabe de este lugar?
—Por supuesto. De vez en cuando arrastra a tu padre hasta acá con la excusa de que trabajo mucho y debo distraerme, pero en realidad lo que quiere es almorzar aquí.
Me río porque eso es típico de mi madre.
Una joven, decentemente vestida gracias a Dios, se nos acerca con el menú y pregunta si deseamos beber algo.
—Los mojitos son buenos —me recomienda Kyle.
—Yo mejor me quedo con una cerveza. —Miro a la chica y me sorprende encontrarme con una que, por primera vez, no me pone ojitos o intenta coquetearme.
Eso sería bastante incómodo teniendo en cuenta a quién tengo junto a mí y la conversación que estamos a punto de tener.
—Sorpréndeme con la mejor que tengan, por favor —le digo y Kyle me apoya—. Pensé que pedirías un mojito —comento una vez la chica desaparece.
—Tengo una reunión a la una, Zack, no es recomendable apestar a alcohol, aunque algo me dice que necesitaré un trago en esta conversación.
La intensidad de su mirada hace que me revuelva en la silla. Es lógico que sabe, o, al menos se imagina, lo que hago aquí.
Abro el menú para distraerme y no tener que contestar. Le doy un rápido vistazo y no necesito pensármelo demasiado, hay muchas cosas que me gustan, pero mi estómago se derrite siempre ante lo mismo: congrí, bistec de cerdo, tamal, mariquitas y una buena ensalada mixta de tomate, pepino y col.
—¿Cómo te va en el trabajo? Lía me dijo que te han rotado para el área de oncología, ¿no?
Asiento con la cabeza.
—Sí, empecé hace poco; la verdad es que estaba loco por salir de cardiología, mi tutora era una perra.
—Algo había escuchado al respecto.
—¿De Lía? —pregunto.
—Y de tu padre.
La chica regresa para tomar nuestra orden y dejar nuestras bebidas. Una vez se marcha, abro mi lata y vierto su contenido en una copa fría que trajo con ella. Kyle hace lo mismo.
—Entonces, ¿qué es eso importante que tienes que decirme? —pregunta, colocando los brazos sobre la mesa e inclinándose de forma intimidante hacia el frente.
Mi corazón sale disparado.
—¿Quién dice que quiero decirte algo? Solo he venido a invitarte almorzar —bromeo, intentando calmar mi ansiedad.
Kyle arquea sus cejas dándome a entender que no me cree nada.
—¿Cuántas veces me has invitado a almorzar en tus veinticinco años, Zack?
—Varias.
—¿Tú solo?
Sonrío y le doy un trago a mi bebida.
—Ninguna.
Las escasas ocasiones en las que me he aparecido en su oficina para invitarlo a almorzar he estado en compañía de alguno de mis padres, de Emma, Aaron, incluso de Daniel y, en todas, he querido obtener algo de él.
Respiro profundo reuniendo todo mi valor, bebo mi cerveza casi a cuncún e imito su posición. Cuando lo miro, tiene una sonrisa maliciosa en su rostro.
—Creo que ya sabes qué hago aquí.
Kyle es inteligente, no hay forma de que no lo sepa.
—Me hago una idea. —Se encoge de hombros y su rictus vuelve a tener una seriedad pasmosa.
—El día del cumpleaños de los gemelos te mentí, bueno, a ti y a toda la familia.
Hago una pausa sin saber cómo continuar. Desde que me decidí a hablar con él he ensayado tantas veces esta conversación, que no debería resultarme difícil; sin embargo, justo ahora, no recuerdo nada.
—Continúa —me incita ante mi silencio.
—Me gusta Annalía, Kyle. Mucho.
—Te gusta mi hija —murmura más para sí que para mí, como si estuviese interiorizando la frase.
—En realidad, me he enamorado de ella.
Enarca una ceja, pero sigue tan serio que no consigo identificar si le molesta o no.
—¿Por qué mentiste?
Suspiro profundo.
—Porque antes de enfrentarte a ti, tenía que enfrentarla a ella y a todo lo que sentía.
Revuelvo mi cabello en un acto nervioso y él levanta su mano para llamar a la camarera. Le hace una seña pidiendo otra ronda de cervezas y la copa que está frente a él, me la tiende.
—Parece que necesitas inspiración.
Sonrío.
Inspiración no, valor sí.
Necesitando esa cerveza con urgencia, bebo de su copa y un segundo después, aparece la chica con dos latas más. Kyle abre la suya y le da un sorbo.
—Cuando Annalía tenía diez años, me dijo por primera vez esa frase que significa tanto para ti y Addy.
—¿Estás en el momento y lugar equivocado?
Asiento con la cabeza.
—Ahí me di cuenta de que éramos víctimas de la maldición Scott y me asusté tanto que decidí ignorarla para que no se cumpliera. Fue duro alejarme porque tú bien sabes lo unidos que éramos; luego se fue a estudiar y pensé que el peligro había pasado… hasta que regresó. No sabría decirte cuando me enamoré exactamente, pero lo hice.
»Si decidí no enfrentarte ese día no fue porque no estaba seguro de mis sentimientos; solo necesitaba hablarlo con ella antes. Quería saber si yo también era correspondido o si había sido el único idiota en meter la pata.
—¿Y te corresponde?
Sonrío y asiento con la cabeza. Le doy otro sorbo a mi bebida, mientras él se acomoda en su silla y cruza los brazos sobre su pecho, luciendo más intimidante aún.
—Teniendo en cuenta la conversación que tuvimos ese día y tu postura ante la posibilidad de que hubiese algo entre nosotros, le pedí esperar a que cumpliera los dieciocho, alegando que solo así me sentiría lo suficientemente digno para enfrentarte.
»Juro que lo intenté con todas mis fuerzas; por más de un mes resistí las ganas de besarla y…
Muerdo mi labio inferior ante mis últimas palabras, creo que podía haberme ahorrado ese comentario y lo compruebo al ver sus cejas arqueadas.
—El punto es que en mi cumpleaños todo se jodió. Los celos al verla con ese chico derribaron mi resolución de esperar y le pedí que fuera mi novia.
Hago una pausa y lo miro. Sigue serio, demasiado serio y eso me está sacando de mis casillas. Necesito algún gesto, algo, lo que sea que me indique que está molesto o que ya se lo esperaba, no lo sé, cualquier cosa.
—Escucha, no estoy ciego y, definitivamente, no soy tonto. Annalía tiene diecisiete años, yo veinticinco. Sé que la diferencia no es pequeña, pero puedo asegurarte que lo que te preocupa no sucederá.
»Jamás me perdonaría que Lía se perdiera algo propio de su edad solo por estar conmigo. No quiero que se convierta en mujer de la noche a la mañana porque dejaría de ser ella y ese diablillo me gusta tal y como es. No pretendo frustrar su camino ni nada por el estilo; solo quiero estar con ella, acompañarla en este sendero tan difícil llamado vida; ayudarla a levantarse cuando caiga y enseñarle la de cosas hermosas que existen. Solo quiero que sea feliz y, aquí entre nosotros y sin que me taches de creído, sabes que nunca encontrarás a un hombre que la quiera, la respete y la cuide, más de lo que yo lo haré.
Hago una pausa y termino de beber el resto de mi cerveza mientras espero con el nivel de impaciencia por los elementos, a que él decida decir algo, pero, por lo que veo, no tiene intenciones de hacerlo.
—¿No dirás nada? —pregunto al cabo de un minuto.
—Si yo digo que no estoy de acuerdo, ¿qué harás?
—Confío en que no lo hagas.
—Yo no estaría muy seguro.
Trago saliva.
—Eres una de las personas más importantes en mi vida, Kyle, de las que más admiro; pero no puedo renunciar a ella tan fácil. Si te niegas, no sé cómo lo haré, pero lucharé hasta obtener tu bendición.
Kyle se pone de pie, sorprendiéndome, y yo lo imito sin saber qué hará.
—Espera un segundo.
Sin dar explicaciones, se aleja en dirección a la camarera, intercambia varias palabras con ella y le tiende su tarjeta, creo. ¿Está pagando la cuenta?
Unos minutos después, regresa a la mesa y acomoda la silla en su lugar.
—¿Qué haces? —pregunto.
—Dudo mucho que cualquiera de los dos pueda almorzar ahora, ¿o me equivoco?
Niego con la cabeza.
—Iremos a conversar a otro lado.
Se da la media vuelta y sin esperarme, se dirige a la salida. Cuando consigo espabilar, lo sigo y una vez fuera, lo veo caminar en dirección a su empresa, con el móvil en el oído.
Respiro profundo y avanzo hacia él sin acercarme demasiado para darle un poco de privacidad y cuando llegamos al edificio, en vez de subir hasta el último piso, bajamos al estacionamiento. Sin entender ni mierda, lo sigo hacia su coche.
—Sube —ordena luego de quitarle la alarma y obedezco con rapidez.
—¿No tenías una reunión a la una? —pregunto cuando se sienta frente al volante.
—Esto es más importante que una reunión, ¿no crees?
Bueno, supongo.
Me acomodo en el asiento y reprimo los deseos de preguntar por nuestro destino, pues estoy convencido de que no me dirá ni una palabra y, honestamente, no sé exactamente qué esperaba, pero nunca pensé que nos dirigiéramos a la casa de mis padres.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunto, cuando detiene el coche—. En realidad, ¿qué hacen todos aquí? —Vuelvo a preguntar al percatarme de que el auto de los Torres, el de mis hermanas, el de Addy, Dylan, Bryan, bueno, el de todos, está aquí.
—Ni idea —responde antes de bajar del coche.
Confundido como la mierda, bajo y lo sigo por todo el jardín hasta la casa. Está abierta y a penas entramos, nos encontramos la señora de la limpieza que nos indica que toda la familia está en el patio.
Cuando salimos al exterior, todos están sentados alrededor de la alberca tomándose unas cervezas y charlando con tranquilidad. ¿No se supone que deberían estar trabajando? Digo, es viernes y sé que a muchos le entra la pereza, pero, ¿todos juntos?
Raro.
Mi padre es el primero en vernos que, con una sonrisa súper maliciosa, se levanta llamando la atención del resto y se nos acerca.
—Joder, Kyle, qué pasta tienes, tío. Casi me muero esperando.
Mi padre saluda a su amigo y luego a mí con un beso y unas palmadas en la espalda.
—Por el amor de Dios, Zion, ha pasado poco más de una hora desde mi mensaje.
¿Mensaje?
—Ya, pero mantener a toda la manada de locas aquí sin decirles por qué, no ha sido sencillo.
—¿Manada de locas? —chilla mi madre desde atrás y todos los hombres ríen.
—Pero lo conseguiste, así que no te quejes.
—Es que tu mensaje fue muy motivador —responde, cruzando un brazo por encima de su amigo y yo sigo sin saber a qué mensaje se refiere—. “Reúne a todos en tu casa; que no falte ninguna mujer. Zack está en mi oficina”.
»Si soy honesto, salí de la mía a toda velocidad y movilicé al equipo. Soy buen amigo.
—¿Se puede saber de qué están hablando? —pregunta Addy, acercándose a su esposo para darle un beso, al mismo tiempo que mi madre lo hace conmigo.
Kyle se acerca a mí y mi corazón vuelve a latir desenfrenado.
—Diles lo que me dijiste hace un rato.
Lo miro sin entender.
—Lo que dijiste en el restaurante; díselo a todos.
Frunzo el ceño.
—¿No piensas darme tu respuesta al menos?
—No hasta que no lo sepan todos.
—Creo que esto es algo que solo nos incumbe, por el momento, a ti, a Addy y a mí.
—¡A mí también! —grita Aaron desde su posición al lado de su esposa, con los pies en la alberca, pero yo lo ignoro.
—Dilo.
—¡No, no quiero saber, me niego! —grita mi madre, mientras yo observo a Kyle con una mezcla de confusión y enojo.
Él continúa aterradoramente serio y eso me molesta porque no tengo ni puta idea de qué está pasando por su mente.
Suspiro profundo y me volteo hacia el resto.
—Estoy saliendo con Annalía.
A pesar de los nervios, me permito mirar a mi alrededor y veo muestras de asombro, enojo y diversión. Mi madre luce de cabreada en adelante, como cinco pueblos, algo que me confunde sobremanera. Pensaba que me apoyaba.
—La última vez que hablamos me confesaste que estabas enamorado de ella —comenta Aaron, poniéndose de pie—. ¿Ahora están saliendo?
Asiento con la cabeza.
—¿Desde cuándo?
—Desde mi cumpleaños. —Me encojo de hombros.
Kyle se aleja de mi lado en dirección a mi madre y tiende su mano derecha hacia ella, que lo fulmina con la mirada. Juro que, de ser posible, mi suegro habría muerto ante tanta intensidad.
—Paga.
Frunzo el ceño, mientras ella se limita a observarlo como toda una lunática enojada.
—Paga, Ariadna; no seas mala perdedora.
Nah. No han hecho lo que creo que han hecho, ¿verdad?
—Díganme que no lo hicieron —murmuro para nadie en específico, mientras me paso las manos por el rostro.
—Sip, lo hicimos —responde Aaron a mi lado—. Y debo decir que la idea fue mía.
—¿En serio no vas a pagar? —Escucho preguntar nuevamente a Kyle mientras centro toda mi atención en Aaron, el tipo al que he considerado mi ejemplo a seguir desde que tengo uso de razón.
—¿Tu idea?
Él se encoge de hombros.
—Tenía que cobrármelas por haber apostado a mi costa.
—¿Usándome a mí?
—No te me hagas el inocente que en esa época ya eras bastante grandecito y entendías bien lo que hacías.
Vale, no puedo alegar nada al respecto.
—¡Zack Bolt Kanz! —grita mi madre de repente.
—Mierda —susurra el hombre a mi lado mientras yo me concentro en la preciosa mujer que me trajo al mundo.
Camina hacia mí señalándome con un dedo.
—¡Dijiste que ibas a esperar hasta que fuera mayor de edad!
—¿Has hecho una apuesta a mi costa?
—Lo hicimos a posta de tu hermana también, así que, ¿por qué te sorprendes? Pero eso no es lo importante. ¿Cómo has podido no cumplir tu palabra? ¡No es justo!
—Mamá…
—No voy a pagar. —Me interrumpe, cruzándose de brazos—. No lo haré.
Niega con la cabeza compulsivamente para darle mayor énfasis a sus palabras.
—Cariño —murmura mi padre acercándose a ella supongo que para aplacar su mal genio, pero se aparta.
—Cariño ni leches, musculito. No voy a pagar. Ustedes hicieron trampa.
—¡Eso no es cierto! A ti lo que te jode es que perdieron.
Mi madre se voltea hacia Kyle.
—Apuesto lo que sea a que le dijiste que estabas de acuerdo con la relación para que él se armara de valor.
¿Qué?
Kyle, en vez de negarlo, solo se ríe.
¿Está de acuerdo?
—Deja el drama, Ariadna. Hemos ganado. Quiero mi dinero y definitivamente quiero que seas la primera en abrir su cartera.
—Te odio, Adonis.
Él solo se ríe y yo me pregunto si se acuerda de mí.
Joder, que todavía estoy esperando su respuesta.
—¿Quién va a grabar? —pregunta Kyle—. Este momento hay que inmortalizarlo.
—Te odio aún más.
—Lo haré yo —dice Aaron que no sé en qué momento se fue de mi lado, mientras saca su celular.
Emma se separa un poco de su esposo y, aunque ha perdido, no deja de reír; pero es que, ¿quién lo haría?
—Ok —murmura mi cuñado mientras capta a todos los presentes—. Hoy, doce de diciembre del año dos mil cincuenta y tres, estamos reunidos en la casa de los Bolt Kanz para inmortalizar un milagro.
—¡Aaron Andersson Scott, apaga esa cosa!
El chico solo se ríe ante el mosqueo de su suegra, al igual que el resto de los presentes.
—Por primera vez en… ¿Cuánto hace que se conocen? —le pregunta a su madre.
Addyson frunce el ceño sacando una cuenta mental y al final es Maikol el que responde.
—¡Treinta y tres!
—Ok, por primera vez en treinta y tres años, los hombres han conseguido ganarles una apuesta a las mujeres y es momento de reclamar la victoria. Suegrita, ¿nos haces los honores?
—Suegrita, tu madre. —Se voltea al resto de las féminas—-. ¿Ustedes no piensan ayudarme?
—Hemos perdido, Ari —dice Abigail sin dejar de abrazar a su esposo.
—¿Y se van a dejar vencer así de fácil?
—No hay nada que podamos hacer —responde mi suegra encogiéndose de hombros.
—Genial.
Mi madre, enojada como pocas veces la he visto, se dirige a una de las tumbonas, coge su cartera, saca un billete de cien porque sí, esta gente apuesta por todo lo alto y, a grandes zancadas, se acerca a Kyle, coge una de sus manos y deja el dinero sobre ella.
—¿Feliz?
—¿Por verte perder? Por supuesto. —Le guiña un ojo—. Zion, te dejo para que cobres el resto. Ah, no olvides que Olivia, Brianna, Thalía y Willow también pagan.
—¡Eso no es justo! —grita Emma.
—¿Cómo que no? Cuando perdimos nosotros, Zion tuvo que pagar por Zack y Maikol por Dylan y Daniel. Es más que justo.
—Estoy de acuerdo en eso —lo apoya Maikol.
—Tranquilo, amigo mío —dice Zion, cruzando un brazo sobre los hombros de Kyle—. Yo me aseguro de que todas paguen.
Observo al mayor de los Andersson dirigirse a la nevera portátil y sacar dos cervezas para luego mirar a su alrededor. Cuando sus ojos se encuentran con los míos, me sonríe con calidez.
Suspiro profundo al verlo acercarse y, aunque el hecho de que hayan apostado me dice que no tengo nada de qué preocuparme, no puedo evitar ponerme nervioso.
—Espero que no te enojes por la apuesta —dice a penas llega, tendiéndome una cerveza.
Me hace una seña con la cabeza para alejarnos un poco del escarceo y lo sigo hasta un columpio que mi madre se trajo de la casa en la que vivían todos durante la universidad. En realidad, era de mi tío, pero a ella le gustó tanto que luego de una apuesta, para no variar, se lo ganó.
—¿Cómo voy a enojarme cuando yo mismo lo disfruté una vez? —pregunto tomando asiento y él se ubica a mi lado—. Pero sí me sorprendió, jamás imaginé que nos involucrarían a mí y a Annalía.
Suspira profundo.
—A mí me sorprendió más saber que ustedes eran víctimas de la maldición Scott.
—No más que a mí, te lo aseguro.
Se ríe por lo bajo y le damos un sorbo a nuestras bebidas al mismo tiempo.
—Kyle…
—Lo sé.
Lo miro sorprendido. ¿Qué sabe? Ni yo sé que iba a decir exactamente.
—Sé que no dejarás que Annalía crezca demasiado rápido. Lo que te dije ese día en mi despacho no es cierto; o sea, no quiero que mi pequeña se pierda nada por querer ser mujer más pronto, pero estoy convencido de que tú no lo permitirás. Me sorprendí, aun así, me encanta la idea de ustedes dos juntos.
»Eres el hombre perfecto para ella porque antes de ser su novio, fuiste su amigo. Sé que la amarás, la respetarás y harás de todo para hacerla feliz. Eso es lo que todo padre quiere para su hija, así que tienes toda mi bendición, Zack.
Suelto el aire que sin darme cuenta contenía y me permito sonreí por primera vez en mucho rato.
—Prometo que no te defraudaré.
—Eso espero, mocoso. —Y, como tantas veces lo ha hecho en la vida, revuelve mi cabello con sumo cariño.
—¿Ya puedo abrazar a mi yerno o sigues haciéndolo sufrir? —pregunta Addyson a unos metros de nosotros y yo me río.
Me pongo de pie para ir a su encuentro y sus cálidos brazos se envuelven alrededor de mi cuello.
—Jamás imaginé que entre tú y mi hija pudiese existir algo —murmura en mi oído—, pero ahora no la imagino con alguien más que no sea contigo.
Se separa un poco para permitir que nuestras miradas se encuentren.
—Estoy súper feliz por ustedes.
—¿Aunque hayan perdido la apuesta?
Se ríe por lo bajo mientras busca a mi madre con la mirada que, para suerte de todos, ya no luce enojada; ahora está muy acaramelada con mi padre.
—Aunque la hayamos perdido.
~~~££~~~
Espero que les haya gustado tanto como a mí
Un beso bien grande
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro