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22. Hasta siempre

Capítulo dedicado a las Ambarmaniáticas del grupo de WhatsApp... Gracias por regalarme tantas sonrisas...

Annalía:

Supe el verdadero significado detrás de la “Maldición Scott” a los diez años.

Es decir, siempre supe de su existencia, pues soy miembro de la familia, pero era demasiado joven y no me interesaba mucho saber a qué se referían mi madre y mi hermano con la frase: “Estás en el momento y lugar equivocado”. Yo estaba más preocupada por pasar el rato con mi mejor amigo y divertirme como si no hubiese mañana.

Tal vez por eso me sorprendí tanto cuando Aaron me contó que todos esos pequeños accidentes que hasta ese momento yo había catalogado como mera mala suerte, significaban que Zack y yo estábamos destinados.

Les juro que en ese momento creí que estaba loco y no les miento cuando les digo que me daba repulsión imaginarme de otra forma con él que no sea como amigos y cómplices de travesuras. Ahora, miren la de vueltas que da la vida cuando, casi ocho años después, acostada en mi cama en la oscuridad de mi habitación, ansío que las horas pasen con velocidad para poder besarlo otra vez.

Novios.

Somos novios.

Pataleo como una niña pequeña sobre el colchón y cubro mi rostro con mis manos al recordar la forma tan bonita en que me lo pidió…

“Quiero estar contigo en todos los idiomas posibles”.

Suspiro con dramatismo.

Me derretí, completamente, y, aunque quise que nos quedásemos en ese cuartucho los dos solos, alejados de la realidad en el refugio de nuestros brazos, no pudimos. Ambos éramos conscientes de que aún no era momento de que nuestra familia lo supiera.

Primero debemos reconocernos nosotros mismos como pareja y disfrutar de lo que sentimos sin tener que rendirle cuentas a nadie, para luego compartirlo con los demás. Así que cuando regresamos con el resto, nos unimos a ellos mientras en secreto ansiábamos volver a estar juntos.

Miro la hora en mi teléfono por millonésima vez desde las dos de la mañana que regresamos a la casa y me fastidia ver que solo son las cinco con treinta y siete minutos de la madrugada.

El sonido de una gota de agua al caer se extiende en el silencio de mi habitación e inmediatamente tomo mi teléfono. Sonrío como una tonta al ver su nombre en la notificación y me avergüenza decir que tengo que repetir el bloqueo de pantalla tres veces antes de conseguir abrirlo.

Zacky: Dime que no soy el único tonto que no deja de mirar la hora para ver cuanto falta hasta que amanezca, por favor.

Sonrío ampliamente y con todo mi cuerpo temblando de emoción, le contesto.

Yo: *insertar suspiro dramático*. Para nada, yo incluso he estado tentada a buscar en internet hechizos para que amanezca rápido.

En la parte superior de la pantalla aparecen los tres punticos que indica que está escribiendo y yo espero, impaciente, lo que sea que esté a punto de decir. Sin embargo, desaparecen y antes de que pueda preguntarme por qué, entra una llamada suya.

El teléfono casi se me cae de las manos de la impresión y, asustada por el sonido del tono, lo toqueteo por todos lados hasta que mis dedos temblorosos dan con el botón del volumen y se silencia.

Me quedo quieta por un segundo sin apartar mi mirada de la puerta esperando que en cualquier momento mis padres entren, pero al ver que no sucede nada, aclaro mi garganta, respiro profundo para calmar mi feroz corazón y contesto.

—Hola.

—Hola —responde con voz grave, erizando mi piel.

Mi pobre corazón se salta dos latidos antes de correr con fuerza nuevamente como si quisiese irse con él.

—¿Recuerdas cuando te metías en problemas y te castigaban en tu habitación?

Río por lo bajo.

—¿Me metía en problemas? —pregunto con chulería para después aclarar su error—: Nos metíamos, Zacky. Nos metíamos en problemas.

La risa baja que se escucha por el auricular repercute en todo mi cuerpo, llenándolo de calidez.

—Tienes razón. ¿Lo recuerdas?

—Claro que sí. Sin salir de mi habitación, sin teléfono, ni Tablet, ni televisión, ni juguetes. Una auténtica tortura. Por suerte mi padre siempre ha sido de corazón débil y el castigo nunca duró mucho.

—Tampoco tanta tortura, ¿eh? Al final siempre me colaba en tu cuarto para hacerte compañía.

Ahora que lo menciona, tal vez sí estamos destinados de verdad. Fueron muchos los líos en los que me metí solo para poder estar juntos en mi cuarto; pero que conste, en ese entonces todo era muy inocente.

Pasamos muchas horas tirados en el suelo de esta misma habitación o acostados en mi cama mirando el techo o escuchando música desde su celular cada uno con un audífono. También traía películas infantiles que en ocasiones veía conmigo o simplemente se sentaba a mi lado a estudiar mientras yo me las devoraba.

—¿Te cuento un secreto? —vuelve a preguntar, sacándome de mis pensamientos.

—Obvio que yes, cariño.

Me acomodo en la cama apoyando mi espalda en el bulto de cojines.

—La primera vez que lo hice fue porque tu padre me lo pidió.

Abro los ojos de par en par. Sin dudas no esperaba algo como eso.

¿Mi padre?

—¿Como que mi padre?

—No recuerdo exactamente qué hiciste. Yo tenía como trece o catorce años y fue en una de las cenas familiares. Le sentó mal tener que castigarte porque estaba toda la familia, así que cuando fui a pedirle que te perdonara…

—¿Le pediste que me perdonara? —Lo interrumpo.

—En realidad le dije que era mi culpa. Creo que fue cuando le pintaste el pelo a Kira, la perrita de tu vecina que tu madre estaba cuidando porque ellos estaban de vacaciones. La pobre pasó de blanca a rubia. —Hace una pausa y yo sonrío al recordar ese día.

Menudo grito metió mi madre cuando la vio.

—¿O tal vez fue cuando llenaste de pintura azul, roja y verde al novio de Kay?

—Ah, no, eso no fue solo mi culpa. Tú colgaste los globos en la puerta.

—Pero la idea fue tuya.

Frunzo los labios.

El día en cuestión fue en la cena de presentación del susodicho a la familia. Lo escuché hablando con otra persona sobre la fiesta a la que iría cuando saliera de la casa y que no dejara marchar a no sé quién. Una chica.

Se lo dije a Zack porque no me gustó el tonito en el que habló y él me dijo a qué se refería. Su primera reacción fue contarle a la familia y yo le dije que no podía ser tan fácil, así que le propuse mi plan maestro. Llenamos tres globos de pintura de diferentes colores y él los coló encima de la puerta. Cuando él entró yo solté el hilo que los sostenía y pluf, el chico era una acuarela con patas.

Zack logró salir corriendo, pero yo estaba demasiado entretenida riendo, así que me pillaron y me castigaron.

—Pero tú los colgaste y me abandonaste.

—No, error. El plan era soltarlos y salir corriendo. Tú fuiste lenta.

—Es que no me pude resistir. —Hago un puchero como si él pudiese verme y poco a poco mis labios se extienden en una sonrisa al escucharlo reír.

Tiene una risa preciosa.

—Da igual. El punto es que cuando le dije que era mi culpa no me creyó. Me dijo que tú tenías que aprender que lo que habías hecho estaba mal para que no lo volvieras a hacer y acto seguido me pidió que me colara en tu cuarto y te hiciera compañía. Eso sí, no podía decírselo a nadie, menos a ti.

»Kyle es de corazón blando y ese día me demostró que te adoraba por encima de todo. A partir de ahí se convirtió en nuestra costumbre. Él no volvió a pedírmelo después de eso, pero dudo mucho que no sepa que lo seguí haciendo, aunque con el tiempo se hacía más complicado. Tuve que escalar hasta tu balcón.

Suelta un suspiro dramático y yo me río al recordar la primera vez. Sus primeras palabras al yo abrir la ventana del balcón fueron: “Hola, Julieta, ha llegado tu Romeo”. En ese momento no entendí porque nunca me había leído el libro, en realidad nunca lo he hecho, pero días después sí vimos la película.

—Ahora me pregunto, ¿qué diría tu padre si me cuelo esta noche en tu cuarto?

Mi corazón late acelerado ante la idea de tenerlo aquí a mi lado; pues a diferencia de las cientos de veces anteriores, ahora no existiría ni una pisca de ingenuidad entre nosotros.

—Yo no sé qué diría mi padre, pero yo definitivamente te doy el visto bueno.

—No me tientes, preciosa. Nuestras casas están demasiado cerca y llevo buen rato pensándolo.

—Pues para qué lo mencionas.

Intento reprimir un bostezo, aunque no lo consigo del todo. Miro la hora y me doy cuenta de que han pasado veintidós minutos.

—Te dejo para que duermas algo.

—No tengo sueño —respondo con rapidez, pues no quiero colgar.

—Mentirosa. —Hace una pequeña pausa y respira profundo—. Oye, iba a hablar contigo en el hospital, pero ya que estamos en esto, lo haré ahora. Mañana es mi día libre, me preguntaba si quieres ir a una cita conmigo.

—Hombre, eso no se pregunta; obvio que yes.

—¿De dónde has sacado esa frase? —inquiere y en su voz es palpable la diversión.

—Ni idea, de algún lado. —Me encojo de hombros como si fuese capaz de verme—. Si no tienes que trabajar es porque estás de guardia hoy, ¿no?

Hace un gesto afirmativo con su voz.

—¿No estarás demasiado cansado?

—¿Para ti? Nunca.

Con una calidez imposible de explicar acumulada en mi pecho, nos despedimos y no tardo en quedarme dormida con la sonrisa aun pintada en mi rostro.

Cuando mi madre me despierta una hora después, tengo pensamientos asesinos por primera vez hacia su persona, pero no me pueden culpar porque no he dormido absolutamente nada. Eso sí, a penas mi subconsciente registra que Zack me pasará a recoger en unos instantes y que compartiremos su auto totalmente solos hasta el hospital, me levanto de la cama como si tuviese un cohete prendido en el culo.

Para sorpresa de todos, incluso la mía propia, en veinte minutos estoy totalmente lista y aunque mis padres me piden que desayune, no puedo. Mi estómago está totalmente cerrado por los nervios.

El claxon de un auto suena desde el exterior y mi pobre corazón brinca emocionado en mi pecho como si quisiese estallar en mil trocitos enamorados. Intento no aparentar la absurda felicidad que me embarga al saber que lo veré y, luego de coger mi mochila, salgo al portal seguida de mis padres.

Justo al abrir la puerta me topo con él a punto de golpear para anunciar nuevamente su llegada y debo suprimir los deseos que me embargan de irle arriba para comérmelo a besos. También tengo que desviar la mirada sintiendo mis mejillas arder ante su escrutinio minucioso.

Me he puesto un pantalón negro que me queda como una segunda piel y una enguatada blanca para aplacar un poco la frescura del ambiente característica del mes de diciembre. No es que haya frío, pero definitivamente no hay el calor infernal que tuvimos que soportar en julio y agosto y yo soy súper friolenta. Mi madre dice que yo siento llegar el temporal cuando ni siquiera ha entrado aún a territorio newmense.

Y a pesar de que toda mi piel está cubierta, siento como si él pudiese ver a través de mi ropa con la intensidad que desprenden sus lindos ojos negros.

Mi madre pasa por mi lado para darle un beso al rubio y mi padre le da una palmada en la espalda a modo de saludo para luego preguntarle cómo pasó el resto de la noche. Yo, con los nervios y la incomodidad a niveles estratosféricos, doy un paso hacia él para dejar un beso bastante torpe en su mejilla.

—Bien —responde Zack dedicándole una sonrisa a mis padres. Luego me mira—. ¿Estás lista?

Asiento con la cabeza como única respuesta.

—Nos vamos entonces.

—Tengan cuidado en la carretera, Zack —pide mi madre antes de darle otro beso y acercarse a mí para despedirse.

Luego es el turno de mi padre y lo que me parece veinte minutos después, aunque no deben ser ni dos realmente, nos dirigimos al auto.

Zack me abre la puerta como el caballero que es e, intentando no verme tonta con la gigante sonrisa que amenaza con ser perenne en mis labios, subo al auto. Él lo rodea mientras yo me abrocho el cinturón de seguridad y una vez tras el volante, pone rumbo a la carretera principal.

Nerviosa, pongo un poco de música para que diluya esta sensación tan rara que se ha asentado repentinamente entre nosotros; es una mezcla entre incomodidad y nervios, pues, tal parece que ninguno de los dos sabe qué hacer o cómo comportarse exactamente a partir de ahora.

Al menos yo no lo sé.

Es decir, somos novios y sé que hemos decidido mantenerlo oculto de nuestras familias por el momento, pero, ¿es solo de nuestras familias o también debemos incluir al resto del mundo?

Soy menor de edad, él no. ¿Podría suponerle algún problema?

Creo que tendremos que hablar sobre eso.

Justo cuando ese pensamiento cruza mi mente, él saca el auto de la carretera, deteniéndose en el contén.

Lo miro extrañada y por unos segundos me permito detallar su precioso perfil; sus largas pestañas, sus labios regordetes y jodidamente deliciosos, su rubia cabellera revuelta que tantas veces le he visto apartar de su frente y cómo traga saliva con fuerza mientras sujeta el volante como si la vida se le fuera en ello.

—¿Qué sucede?

Sin decir una palabra, sale del auto a toda velocidad. Lo veo pasar por el frente y solo atino a desabrocharme el cinturón antes de que llegue a mi lado y abra la puerta con decisión.

Mis ojos están abiertos de par en par ante su repentino arrebato y mi corazoncito, que a este ritmo tendrá un infarto, late con fuerza contra mi tórax cuando acuna mi rostro con sus manos y une nuestras bocas, robándome un gemido.

El beso es ardiente, desesperado, como si llevase años privándose de mis labios y por fin pudiese probarlos. Su lengua se enreda con la mía en una lucha a muerte que evapora todos mis pensamientos y nubla mis sentidos. Mis piernas flaquean y agradezco estar sentada para no desfallecer; las mariposas en mi vientre bailan la macarena y una sensación extremadamente placentera se asienta en la zona sur de mi cuerpo, pidiéndome con urgencia que la alivie con el roce de su cuerpo.

Poco a poco, el ritmo va bajando hasta convertirse en beso tierno, lleno de un cariño infinito que llena de calidez mi interior y me hace desear no apartarnos jamás. Permanecer así, juntos, completamente solos, disfrutando de esto que sentimos el uno por el otro, que, estoy convencida de que crecerá cada día más.

Se separa con lentitud, sin dejar de acunar mis mejillas y nuestras respiraciones aceleradas se entremezclan. Sus ojos están nublados por el deseo y juro que no hay una imagen más bonita que la que tengo justo frente a mí.

—Llevo deseando hacer esto desde que salimos de ese cuartucho en la discoteca —susurra sin apartarse demasiado y yo sonrío como la tonta enamorada que soy—. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no hacerlo frente a tus padres.

—Si es por mí, tienes vía libre para hacerlo donde quieras y cuando quieras, eso sí, asegúrate siempre de tenerme bien sujeta porque se me han aflojado las piernas.

Una risa baja retumba en su pecho alborotando las mariposas en mi vientre. Joder, ¿por qué tiene que verse tan bien cuando ríe?

En realidad, ¿por qué tiene que verse tan bien siempre?

Deposita un dulce beso en mi frente, luego en la punta de mi nariz, hasta volver a mi boca y arrastrar sus dientes con suavidad por mi labio inferior, dejándome con las ganas de mucho más, algo que él nota sin problema alguno.

—Si vuelvo a besarte terminaré queriendo pasar el día contigo y debo ir a trabajar.

—¿Y si te lo saltas? —pregunto con un puchero, aunque sé claramente la respuesta.

—Mañana tengo el día libre y me has prometido una cita. Hoy debo trabajar.

Suspiro con dramatismo, haciéndolo reír.

—Quiero secuestrarte, pero no tengo carné de conducir, así que monta en el coche y vamos a trabajar.

Sin dejar de sonreír, deja un suave beso en mis labios y regresa a su lugar. Veinticinco minutos después nos detenemos en el aparcamiento del hospital y vuelvo a recordar mi pregunta sobre qué tan a escondidas será nuestra relación. Sin embargo, una vez bajamos, antes de que logre formularla, cruza un brazo sobre mis hombros y siguiendo la historia que lleva un rato contándome sobre sus locuras con Lucas y Sebas, nos adentra al hospital sin importarle las miradas curiosas de los que nos rodean.

El resto del día transcurre igual. No me besa en ningún momento, al menos no en público, pues sí pasamos un rato a solas en la habitación que comparte con sus amigos, pero deja claro que estamos juntos o que algo ha cambiado entre nosotros, al no poder dejar de tocarme. Ya sea cruzando su brazo sobre mis hombros o con su mano detrás de mi espalda, incluso besando la cima de mi cabeza o sonriéndome como si fuera lo más hermoso del mundo; el punto es que por las miradas cómplices de aquellos con los que nos cruzamos, sé que todos son conscientes de que algo ha cambiado.

En otro orden de ideas, a Erick le quedan solo dos quimios y, honestamente, no sé cómo me hace sentir eso con exactitud. Es decir, estoy super mega recontra feliz por él, porque todo parece indicar que el tumor ya es historia, sin embargo, la parte egoísta que habita en mí se siente un poco triste porque sabe que una vez mi niño alemán salga del hospital, lo veré poco y tengo la sensación de que él se siente igual, pues no se aparta de mí para nada.

A la mañana siguiente, luego de haber pasado una buena parte de la noche conversando con Zacky como si no nos hubiésemos visto en todo el día, me preparo para nuestra cita.

Mi primera opción es un vestido, pero luego recuerdo que no sé si iremos en su auto o en su moto, así que decido cambiar por un pantalón ajustado, pero que me permite mover mis piernas sin dificultad, una blusa negra de tirantes con un bonito escote nada exagerado, unos botines bajos por encima de los tobillos y una chaqueta, todo negro. No me miren mal, ¿vale? Tengo una obsesión un tanto enfermiza según Tai por la ropa de ese color.

Por cierto, dice mi amiga que, ya que esta es nuestra primera cita, nos permitirá ir solos, pero que antes de que se acabe la semana tenemos que hacer otra y esta vez debemos incluir a ella y a Lucas, pues, según sus propias palabras, el italiano está renuente a pasar tiempo a solas con ella.

Está de más decir que esa cita doble terminará con cada pareja por su lado, ¿no? La pelirroja está decidida a no pasar ni un día más sin volver a estar con su prometido y dice que si él se sigue negando, tendrá que pedirle a alguno de sus amigos que le ayude a calmar el sofoco que tiene cada vez que está con el ragazzo, como le ha dado por decirle ahora.

Esos dos no tienen remedio.

Sonrío ante mi imagen en el espejo y luego de coger mi mochila pues, aquí entre nos, detesto las carteras porque me estorban y las dejo regadas donde quiera, salgo de mi habitación.

Bajo las escaleras casi corriendo y me encuentro a mi madre en el piso inferior mirándome evidentemente enojada, pues tiene la idea de que algún día terminaremos sin dientes al rodar por todos los escalones. Le dedico mi sonrisa más dulce y ella rueda los ojos para luego salir al exterior.

Hoy me llevará al hospital ya que no tiene que trabajar y eso me hace feliz. Me gusta pasar tiempo con ella, mucho más después de todo lo que estuve fuera. Con una charla agradable recorremos las amplias calles de Nordella hasta adentrarnos al pueblo Saison y una vez llegamos, le doy un beso gigante y desciendo.

Me dirijo al interior del hospital bajo su atenta mirada, pero una vez atravieso la enorme puerta de cristal, me detengo a esperar a que decida marcharse; algo que no tarda en hacer y vuelvo a salir. Me dirijo hacia el aparcamiento donde Zack me dijo que estaría esperándome y juro por Dios que mi subconsciente muere y regresa a la vida par de veces ante la imagen de mi novio apoyado en su auto, completamente vestido de negro, con su rubia cabellera ondeando con el aire invernal y los brazos cruzados sobre su pecho mientras observa con detenimiento la punta de sus zapatos.

Vamos, que se parece al clásico chico malo de las novelas que tanto me hacen suspirar, aunque sé que este, de badboy, no tiene nada. Al contrario, es de las personas más tiernas que conozco.

Me aclaro la garganta cuando estoy a dos metros de su posición y él levanta la vista con rapidez. Una sonrisa preciosa se extiende por su rostro al verme y cuando se incorpora, prácticamente corro hacia él aferrándome a su cuello para recibir mi primer beso del día.

—Estás preciosa —susurra al separarnos.

—Lo sé, me lo dijo mi madre —bromeo ganándome otra de sus relucientes sonrisas y un casto beso en mis labios—. ¿Qué haremos hoy?

—Bueno, por el momento, esperar a Lucas.

—¿A Lucas? —pregunto, con el ceño fruncido.

—Sí, él trae mi regalo.

—¿Te he dicho alguna vez lo mucho que me encantan los regalos?

Zack rueda los ojos con evidente diversión y, aunque no puedo verme, me imagino mi sonrisa de esquizofrénica.

—Como tropecientas veces, ni una más ni una menos.

Escuchar esa palabra de sus labios me hace gracia. Él, desde hace muchos años, solía decir que era ridícula y aun así la usaba, pero ya no es un niño. Se ve raro.

—¿Y luego? —Vuelvo a preguntar.

Claramente dijo “por el momento”.

Se encoge de hombros sin dejar de sonreír.

—La otra parte aun no me he decidido a hacerla; ya veremos si consigo reunir el valor.

¿Valor? ¿Qué demonios pretende que necesita valor?

Frunzo el ceño y estoy a punto de preguntar a qué se refiere, cuando una voz a lo lejos hace latir a mi corazón con tanta emoción que, por unos segundos, creo que romperé a llorar.

—¡Lía!

Le doy la espalda a Zack y sonrío como una tonta al ver a Erick corriendo en mi dirección. Sin pensarlo dos veces, me alejo de mi chico y lo levanto, no demasiado, porque está bastante pesadito, pero sí lo suficiente para hacerlo girar en el lugar. Su risa divertida es música para mis oídos y luego de que me llene el rostro de besos tal y como se le ha hecho costumbre, me separo.

—¿Y para mí no hay beso? —pregunta Lucas cuando llega a nosotros.

Con una calidez imposible de explicar extendiéndose por todo mi pecho, me acerco al italiano y dejo un beso en su mejilla. Luego me volteo hacia Zack y me permito recrearme en su sonrisa durante unos segundos.

—¿Y esto?

—El día del carnaval, cuando estábamos en la noria, me dijiste que te gustaría poder llevar a Erick a un lugar así. —Se encoge de hombros—. Le he preguntado al pequeño alemán si le apetecía ir con nosotros al Dream Park y él chilló de emoción.

—¿Le preguntaste tú solito?

—¿No sabías que el traductor, él y yo somos los mejores amigos por los siglos de los siglos? —pregunta, acercándose a nosotros—. ¿No es así, campeón?

Erick lo observa con el ceño fruncido sin entenderlo del todo y estoy a punto de traducir, cuando Zack levanta su mano derecha y mi pequeño alemán, sonriendo, la choca para luego hacer ese saludo infantil que tan bien conozco porque formó parte de mi infancia desde que Zack y yo lo creamos. No hay un miembro de la familia que no lo conozca.

Llevo mi mano a mi pecho temerosa de que explote porque no puede ser normal el cúmulo de emociones que me embargan y al sentir mi mirada nublarse, les doy la espalda a los tres.

Respiro profundo varias veces intentando regresar a la normalidad, pero no es posible. No sabía que Zack pasaba tanto tiempo con él como para llevarse así de bien y haberle enseñado algo que significa tanto para nosotros y no tienen idea de lo mucho que me gusta la complicidad que los rodea.

Unos brazos fuertes se envuelven a mi alrededor en el mismo momento en que una lágrima traicionera se me escapa.

—Ey, ¿qué sucede? —susurra en mi oído mientras yo elimino la humedad con rapidez.

El calor, la seguridad de sus brazos y el olor dulce de su perfume hacen que mis emociones se desborden por lo que, avergonzada, cubro mi rostro con mis manos. Zack deja un beso en mi cuello y me abraza con más fuerzas a él.

—¿Lía?

—Lo siento, soy una tonta. —Consigo murmurar.

Mi chico me toma por los hombros y me voltea hacia él. Retira mis manos de mi cara y con una delicadeza asombrosa, me limpia las mejillas. No queriendo que Erick me vea en este estado, lo busco con la mirada y agradezco a Lucas en mi mente por estar entreteniéndolo.

—¿Por qué lloras?

Sorbo mi nariz y sintiéndome ridícula por el numerito que estoy montando, me seco las lágrimas con el dorso de mis manos.

—Es que me ha dado mucho sentimiento que se lleven bien y que le hayas enseñado el saludo. Por un segundo parecían familia y, joder, Zacky, yo quiero que tenga una.

—Somos familia, Annalía. Tú misma lo dijiste hace unas semanas. Ya no existe una realidad en la que tú no estés en la vida de Erick, ¿no?

Asiento con la cabeza.

—Tampoco existe una realidad en la que tú no estés en mi vida, así que eso nos hace familia a los tres, bueno, a todos.

¿Acaso puede ser más tierno?

—Venga, vamos a divertirnos.

Asiento con la cabeza y vuelvo a pasar mis manos por mis mejillas. Erick, al vernos acercar, me pregunta si estoy triste, por lo que le muestro mi sonrisa más radiante. No quiero que nada pueda arruinar este día para él.

Zack ayuda a Erick a subir a su auto y luego de colocarle el cinturón, acomoda la pequeña mochila a su lado y me abre la puerta del copiloto. Cuando cierra, intercambia unas palabras con el italiano y se nos une en el interior del vehículo.

—¿Listos para pasar el mejor día de sus vidas?

Le traduzco a Erick la pregunta y este grita un prolongado “sí” mientras aplaude con desorbitado entusiasmo.

Mi pequeño alemán no para de hablar ni un segundo durante los cuarenta y cinco minutos que dura el viaje hasta el Dream Park. Creo que nunca lo había escuchado tan parlanchín y debo decir que me hace muchísima gracias que intente decir frases en español o que, en vez de hablar y esperar a que yo traduzca, me pregunta directamente cómo se dice tal cosa para poder seguir conversando con Zack como si el idioma no fuese ningún problema.

Llegamos a la mayor atracción turística de New Mant y no tardamos en unirnos al mar de personas que pretenden pasarlo bien. No estamos en mayo, así que no podemos decir que todo está repleto, pero es diciembre y es un mes igual de hermoso y especial para salir en familia.

Erick toma mi mano derecha y la izquierda de Zack y nos arrastra por todos lados, de atracción en atracción sin dejar de reír ni un instante, algo que me llena el alma como no tienen idea.

Cuando se me ocurrió lo de las prácticas, jamás imaginé que podría llegar a encariñarme tanto y en tan poco tiempo como ha sucedido con Erick, al punto de desear tener como mínimo veinticuatro años para poder adoptarlo.

A la hora del almuerzo vamos a una pizzería a petición del pequeño, pues, según sus propias palabras, la comida del hospital es un asco y su pancita le pide a gritos algo rico. Está de más decir que yo no me quejo; Zack sí refunfuña un poco porque al parecer, eso no es comida.

Está loco.

Luego de almorzar, decidimos dar una vuelta por un parque para descansar un rato ya que no hemos parado de dar vueltas por todos lados y para nuestra sorpresa, nos encontramos con una familia alemana a la que Erick se adapta bastante rápido jugando con el más pequeño de ellos que debe rondar su misma edad.

Por un momento me siento un poco celosa al ver a mi niño conversar con el matrimonio tan a gusto, pero me obligo a calmarme, pues parece feliz de poder relacionarse con alguien mas que conmigo sin la barrera del idioma.

La pareja nos saluda y, para mi consternación, parecen bastante agradables; por suerte para mí, se sientan un poco alejados de nosotros mientras los niños juegan y ríen ajenos a los que lo rodean.

Yo me siento sobre el pasto, debajo de un frondoso árbol a observarlos y Zack se ubica a mi lado.

—No pongas esa cara. Que Erick conozca a otros alemanes no significa que va a dejar de quererte —comenta Zack.

—No, pero va a hacerlo desear tener una familia en la que todos lo entiendan.

—¿Y tú no quieres que eso suceda? ¿No te gustaría que alguien como ellos quisiera adoptarlo?

—No. Quiero a Erick en mi familia, en más ninguna y no me importa si eso me hace ser egoísta o infantil.

Se ríe a mi lado y yo lo enfrento.

—¿Qué es lo gracioso?

—Que yo tampoco quiero que otra familia decida adoptarlo.

Me guiña un ojo y solo entonces me permito sonreír.

—¿Quieres un helado? —pregunta Zack, cambiando de tema, mientras señala con su barbilla al señor a unos metros de nosotros con su respectivo carrito blanco—. ¿Rizado de vainilla y chocolate? —Insiste, como si de la primera vez no me hubiese convencido.

—¿De verdad tienes que preguntar?

Sonriendo, niega con la cabeza.

—¿Algo para el niño?

Busco a Erick con la mirada y lo veo tan entretenido, que le digo que no. Si luego quiere uno, se lo compraremos, pero, por el momento, es mejor que disfrute relacionándose con un chico de su edad; aunque me retuerza de los celos.

Mientras Zack va en busca de nuestro helado, me permito por unos instantes perderme en la risa sin restricciones del pequeño alemán; en cómo cada día que pasa parece sentirse mucho mejor. Al mirar en retrospectiva, me doy cuenta de que, de ese niño tímido, triste e introvertido que conocí hace unas semanas, ya no queda mucho. Erick ha cambiado y me emociona saber que yo he ayudado en algo.

—Ten —dice Zack, tendiéndome la barquilla.

Lo tomo dedicándole mi mejor sonrisa de agradecimiento y él toma asiento a mi lado.

—Se ve feliz —comenta.

Paso mi lengua por el helado y el sabor se deshace en mi boca. Joder, es delicioso.

—Lo está —respondo—. Gracias por traerlo.

Se encoge de hombros restándole importancia.

—Lucas me dijo que estaba loco por traer a un niño a nuestra primera cita.

—Pero Lucas no me conoce tan bien como tú.

Zack sonríe de esa forma tan cálida, tan especial, que alborota cada célula de mi cuerpo.

—Si Erick es feliz, tú eres feliz y si tú lo eres, yo lo soy. Además, lo hemos pasado muy bien.

—Eres un amor, ¿lo sabías? —pregunto y sé que no puedo ver mi rostro, pero me imagino mi mirada como la de una niña totalmente enamorada.

—Me esfuerzo para serlo —comenta, guiñándome un ojo—. Oh, mira a Erick.

Busco a mi pequeño alemán con la mirada, pero antes de que logre ubicarlo, Zack toma mi muñeca y lo enfrento justo a tiempo para ver cómo el maldito se come la mitad de mi helado de un solo mordisco.

En venganza, golpeo la mano en la que tiene el suyo y este va a parar directo a su boca, ensuciándola. Mi carcajada no se hace esperar y él, sin poder evitar su sonrisa, niega en reprobación.

—Te pasa por maldito —me quejo mientras unos deseos irrefrenables de limpiar el helado con mi lengua, me embargan.

Sin poder detenerme y, sin procesar si quiera lo que hago, me lanzo hacia él. Paso mi lengua por la piel alrededor de sus labios y su sonrisa desaparece, dejando en su lugar, una de las miradas más intensas que me han dedicado jamás.

—Delicioso —susurro—. Mucho mejor que el original.

A pesar de mis nervios, lamo mis labios, provocándolo; algo que surte efecto instantáneamente, pues antes de que pueda reaccionar, suelta lo que queda de su helado, entierra su mano libre en mi cabello y me jala hacia él. Nuestras bocas se funden con urgencia y, enajenándome totalmente del lugar donde estamos, me dejo guiar por él hasta que mi espalda cae sobre la fina hierba del parque, quedando él a mi costado, apoyado en su codo.

La mezcla de chocolate y vainilla en nuestros paladares, deleita mis sentidos; el movimiento incesante de su lengua contra la mía hace que todo mi cuerpo hierva desde dentro y sus suaves y castas caricias, nada acordes con la forma en que devora mi boca, me erizan la piel.

Si hay algo que me encanta de sus besos, es el modo en que mi cuerpo reacciona a ellos, cómo puedo sentir en cada rincón de mi ser que he encontrado el mayor tesoro, una parte de mí que no sabía que existía hasta ahora.

Zack muerde mi labio inferior y poco a poco se separa. Nuestras respiraciones entrecortadas se mezclan mientras analiza cada centímetro de mi rosto y acaricia mi mejilla.

—Cuando tenías diez años, me tiraste un cubo de pintura roja encima, ¿lo recuerdas? —pregunta tan bajo, que, aunque tuviésemos a alguien a nuestro lado, no podría escucharlo; es como si no quisiera explotar esa burbuja que nos ha rodeado desde que nuestros labios se tocaron.

Asiento con la cabeza en respuesta ya que mis habilidades lingüísticas parecen haber desaparecido.

¿Cómo olvidarlo? Por mucho tiempo pensé que esa era la razón de su distanciamiento, pues nuestra relación se fue al trasto a partir de ese día.

—Esa mañana me dijiste por primera vez que estaba en el momento y lugar equivocado. Ahí entendí que éramos las próximas víctimas de la Maldición Scott.

»Me asusté como no tienes idea. Se suponía que eras la pequeña Lía, mi mejor amiga, la hija de Kyle y Addy, la hermana de Aaron, en fin, familia; así que no podía permitirme verte como algo más y, a falta de otras ideas, decidí alejarme.

Hace una pausa y, con una ternura que me estremece, acaricia la punta de mi nariz con la suya. Cierro mis ojos ante el dulce contacto que hace volar las mariposas embravecidas de mi vientre.

—Cada día desde entonces te he extrañado. Necesito que me creas cuando te digo que no fue una decisión fácil. Sé que te lastimé y no tienes idea de lo mucho que lo siento. Quise evitar enamorarme de ti y al final lo hice igual.

»¿Sabes qué es lo que más me sorprende de eso?

Niego con la cabeza, con el corazón latiendo desbocado contra mis costillas y mi mirada nublada por las lágrimas que me niego a dejar caer. Llevo tanto tiempo queriendo escuchar esta explicación, que ahora parece irreal.

—Que me gusta amarte —responde, erizando toda mi piel con sus palabras y, por más que lo intento, no puedo evitar que una lágrima traicionera se escape de mi ojo derecho hasta perderse en la hierba debajo de mí—. Tanto sufrimiento para evitar sentir algo por ti y ahora es precisamente ese sentimiento el que me hace tan feliz.

»Te amo, Annalía, y no me alcanzan los días para pedirte disculpas por haberte lastimado tanto.

Seca el resto de mis lágrimas que no quieren dejar de caer y yo respiro profundo, buscando las palabras que parecen haberme abandonado.

—Estás perdonado —susurro—. Pero como vuelvas a alejarme, te mataré, ¿entendido?

Sonriendo, deja un dulce beso sobre mis labios.

—Eso no será necesario. No hay nada que pueda alejarme de ti, preciosa, ni aunque así lo quieras tú.

—Bien, porque yo tampoco permitiré que te vayas. —Respiro profundo—. Yo también te amo, Zacky. No me preguntes cómo o cuándo pasó porque ni yo misma lo sé. De lo único que estoy segura es de que ese sentimiento existe, está ahí en mi corazón y se hace cada vez más grande con el paso del tiempo.

Va a besarme; lo sé porque cada vez que tiene intenciones, observa mis labios con hambre; sin embargo, antes de que pueda hacerlo, Erick llega a nosotros preguntando con su carita inocente que si tenemos sueños y pretendemos dormir en el césped.

El rubio más sexy que he conocido jamás, riendo, le revuelve el cabello y, sin darle tiempo a reaccionar, lo tumba a mi lado haciéndole cosquillas. El pequeño se retuerce intentando escapar y creo que no miento cuando digo que sus carcajadas pasan a convertirse en uno de mis sonidos favoritos en todo el mundo.

Erick me pide a gritos divertidos que lo detenga y no pierdo tiempo en lanzarme contra Zack. Él, por intentar quitarme de encima, suelta al diablillo alemán, quién, al verse liberado, se une a mí en la lucha contra el menor de los Bolt.

Al final, terminamos los tres revolcados en el suelo, con la ropa sucia y pasto enredado en el cabello, pero con el corazón rebosante de felicidad.

Alrededor de las tres y treinta de la tarde decidimos regresar al hospital para dejar a Erick.

—Cuando lleguemos al hospital, llama a tu madre y dile que llegarás un poco más tarde —dice luego de casi veinte minutos en la carretera—. Dile que yo demoro un poco antes de terminar mi turno, pero que iré a ver a mis padres y aprovecharás para irte conmigo.

Detiene el auto frente a un semáforo en rojo y me enfrenta.

—No estoy listo para despedirme todavía; quiero pasar un poco más de tiempo contigo. Solos tú y yo.

Sonrío ante la calidez que provocan sus palabras en mí.

—¿Haremos esa otra parte de tu plan para la que necesitas valor? —pregunto al recordar lo que me dijo esta mañana antes de iniciar nuestra cita.

Una risa baja retumba en su pecho al mismo tiempo que el semáforo se pone en verde y reanuda la marcha.

—Ya veremos.

Cuando llegamos al hospital, Erick nos da las gracias por haberle permitido acompañarnos y luego nos envuelve en un abrazo grupal, con tanta fuerza, que mi corazoncito se estruja.

Llamo a mi madre para comunicarle que llegaré un poco más tarde y, aunque lo duda un poco, me da el visto bueno.

—¿Lista? —pregunta Zack con las manos en los bolsillos de su chaqueta.

—¿Lo estás tú?

—No, pero, aun así, lo haré. —Se encoge de hombros.

—¿De qué estamos hablando exactamente, Zacky?

—Ya verás. —Me guiña un ojo y toma mi mano para salir juntos del hospital.

En serio, no tienen idea de lo feliz que me hacen estas pequeñas muestras de afecto en público, frente a aquellos que forman parte de su día a día.

En el camino, nos cruzamos con la cacatúa y su perrito faldero y yo, como descarada que soy a veces, les sonrío ampliamente y les digo adiós con mi mano libre, ganándome la mirada fulminante de las dos.

Siento a Zack reír a mi lado y lo miro.

—Eres mala —comenta, pero su sonrisa me dice que lejos de molestarle mis acciones, le divierten.

—Mala hubiese sido si hubiese hecho lo que realmente quería hacer.

—¿El qué?

—Besarte —digo como si fuese obvio y su risa se hace más fuerte.

En respuesta, lleva mi mano, esa que está unida a la suya, a sus labios y deja un dulce beso en el dorso. Las mariposas de mi vientre vuelven a alzar el vuelo y yo sonrío como una tonta.

Una vez en el auto, Zack pone un poco de música y juro por Dios que no me puedo enamorar más de este hombre, al reconocer la canción que bailamos en su cumpleaños, mientras nuestras miradas parecían decirse todo lo que por cobardes callábamos. “Tú me gustas” de Río Roma y Carin León

Sin perder la sonrisa, escucho como la canta por lo bajo y, aunque no dice nada más, sé que me la está dedicando.

Extrañada, observo cómo nos adentramos en la carretera que conduce a Nordella y, aunque tengo la curiosidad a su máximo nivel, no pregunto a dónde nos dirigimos, pues sé que no me va a decir. Media hora después, nos detenemos en una de las calles principales de la ciudad y sigo sin tener idea de lo que está planeando.

Miro a mi alrededor y veo cafeterías, bares, restaurantes, un cine e, incluso, un centro comercial. Podríamos estar dirigiéndonos a cualquier lugar.

Zack se apresura a bajarse del auto para abrir mi puerta como el caballero que le han enseñado a ser y una vez en tierra firme, vuelve a tomar mi mano. En silencio, cruzamos la calle en dirección a un bonito restaurante al estilo victoriano, sin embargo, en vez de adentrarnos en él, giramos a la derecha. Sin entender nada me dejo guiar hasta un pequeño local de color azul claro, con dos ventanas y una puerta de vidrio.

Es bonito, sin embargo, lo que llama mi atención es el letrero colgando en la pared. “Tatuajes Smith”

Frunzo el ceño.

—¿Qué hacemos aquí?

Zack sonríe de esa forma preciosa que revoluciona todo mi interior y yo me pregunto cómo la madre naturaleza se las ingenió para hacer un hombre tan perfecto como él.

—Voy a hacerme un tatuaje.

—¡¿Tú?! —chillo sin poder creerlo.

Asiente con la cabeza.

—¿En serio, en serio?

Vuelve a asentir.

—¡Si a ti no te gustan los tatuajes!

Toma mis dos manos y se inclina un poco hasta que nuestros rostros están a la misma altura.

—No me gustan, pero hay uno en particular que no ha salido de mi cabeza desde que lo vi en cierta rubia de ojos azules. —Me guiña un ojo y juro que me muero.

No puede estar hablando de lo que creo que está hablando, ¿verdad?

—Solo para estar segura, ¿de cuál estamos hablando? —pregunto; no quiero sacar conclusiones apresuradas.

Ríe divertido mientras niega con la cabeza.

—Esa marca es tan importante para mí como lo es para ti, Lía. Si bien nunca se me había pasado por la cabeza tatuarla en mi piel, desde que la vi en tu cuerpo, he deseado tenerla también. Es algo nuestro y quiero compartirla contigo.

Se endereza, pero no me suelta y mi cabeza es un hervidero de pensamientos y mi pecho, de emociones.

—Pero no es necesario que te la tatúes. Sé que es importante, pero…

Deposita un suave beso sobre mis labios, silenciándome.

—Lo voy a hacer.

—¿Y si nos peleamos? ¿Y si lo nuestro no funciona? Va a estar en tu piel.

—Ya está en la tuya, ¿qué vas a hacer si eso pasa?

—Es símbolo de nuestra amistad, Zacky, algo que no quiero perder nunca y…

—Es igual para mí. Y, Annalía, lo que dije hace un rato iba en serio.

Mierda. ¿Qué fue lo que dijo?

—Nada me alejará de ti. Si tus sentimientos cambian mientras estás en la universidad, prometo que te volveré a enamorar como el primer día.

Es totalmente imposible que lo que siento por él pueda cambiar.

—¿Y si cambian los tuyos?

—Eso no va a pasar. Si me enamoré de ti a pesar de lo mucho que intenté que no sucediera, es porque estamos destinados. Somos víctimas de la maldición Scott, ¿no?

Asiento con la cabeza.

—Pues está todo dicho. Lo de nosotros es hasta siempre, preciosa.

Se encoge de hombros, como si sus palabras fuesen obvias y me alegra un montón que él piense así, pues es justo lo que yo quiero, estar a su lado por y para siempre.

—¿Dónde te lo vas a hacer?

Se encoge de hombros.

—Aún no lo he decidido. ¿Qué me recomiendas?

Sonrío como una tonta mientras analizo su cuerpo completo y, si bien amaría verlo en cualquier lugar, hay uno que les gana a todos. Coloco mi mano derecha en su pecho, justo sobre su corazón.

—Aquí. Ya sea como tu amiga o como tu novia, es justo ahí donde siempre quiero estar.

—Ahí has estado y estarás siempre, como mi amiga, mi novia y… —Da un paso al frente para susurrar en mi oído—. No te asustes, pero como mi esposa también.

Y sin más, el muy hijo de su madre, se aleja en dirección al local y entra sin mirar atrás, sin importarle siquiera haber dejado mi cerebro en cortocircuito.

Su amiga, su novia y su esposa…

Hostia puta.

¡Aaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhh!

Sin importarme un carajo dónde estoy, ni qué tan infantil pueda verme, recreo el ridículo baile de mi padre y mi suegro moviendo mis caderas y mis brazos de pura felicidad.

Esposa, esposa, esposa.

¿Les suena tan bien a ustedes como a mí?

~~~£~~~

Disculpen la tardanza, espero que se hayan enamorado un poco más, al igual que yo

Un beso bien grande

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