21. Contigo, en todos los idiomas
Zack:
Alrededor de las siete de la mañana, comienzan las llamadas de felicitaciones tanto de mi familia como de mis amigos y, aunque me gustaría seguir durmiendo, mi madre se opone drásticamente alegando que tengo que ir a verla para que pueda darme un beso. Conociéndola, sé que, como no acate su orden, es capaz de aparecerse ella aquí y no quiero hacerla conducir cuando sé que terminaré allá.
Los planes para hoy son, o más bien eran, tarde en familia, cena y noche en una de las discotecas que regenta el marido de Sabrina. Ahora hay que sumarles un almuerzo y, que conste, no me quejo, pues no hay nada que me guste más que una buena comida casera que no haya salido de mis manos. Así que, poniendo todo de mi parte, me levanto.
Me aseo con rapidez y luego de escribirle a mis amigos que iré antes para la casa de mis padres, pues habíamos acordado ir juntos, salgo de mi apartamento. Media hora después estoy haciendo entrada al aparcamiento y no me he bajado, cuando ya tengo a la más loca de todas las familias, al lado.
—¡Mi niño! —grita a penas pongo los pies en el suelo y se lanza a mis brazos.
Sin dejarme si quiera saludarla, deja un reguero de besos por todo mi rostro que me hacen reír. A veces me pregunto si ella es consciente de que ya no tengo cinco años.
—¿Crees que me puedas dejar un pedacito de mi hijo? —pregunta mi padre unos pasos por detrás, haciéndonos reír.
Le sujeto las dos manos a mi madre para que me deje respirar y es mi turno de comérmela a besos como sé que le encanta. Yo soy, sin temor a equivocarme, su niño pequeño. No sé exactamente por qué, tal vez porque sigo soltero a los veinticinco, pero me trata como si no hubiese crecido ni un poco.
Mi padre, al ver que ni caso le hacemos, se nos acerca, coge a mi madre por la cintura y la aparta de mi cuerpo. Cuando la suelta, solo por joderlo, vuelve a lanzarse sobre mí y él, ofuscado, vuelve a separarla, pero esta vez, en vez de soltarla, la levanta por sus muslos y la lanza sobre su hombro como si fuese un saco de papas.
Mi madre chilla por la impresión y, a pesar de sus quejas, su esposo no se detiene. El muy maldito corre hacia la fuente y…
Nah, no va a hacer lo que creo que va a hacer, ¿verdad?
Sip. Lo hará.
—Zion, no te atrevas. ¡Zion! —grita mi madre cuando mi padre la deja en la fuente, entripándose en agua y corre hacia mí.
Sin dejar de reír, me abraza.
—Felicidades, campeón.
—Te estás buscando el divorcio —comento, devolviéndole el abrazo.
—Nah, ella me quiere demasiado.
—¡Me las vas a pagar, Zion Bolt! ¡Me las vas a pagar! —grita antes de desaparecer por la puerta principal de la casa, exprimiendo su ropa.
—Venga, entremos. Tus hermanas no tardarán en llegar.
Sin dejar de reír, lo sigo al interior de la casa y, honestamente, no sé para qué mi padre se mete con su esposa si sabe que ella siempre, siempre, se la juega y, por lo general, mucho peor.
Cuando abre la puerta, mi madre, que está justo al frente, lanza un cubo de agua entripándolo completamente. Veo el líquido golpear el rostro de mi padre deteniendo no solo su andar, sino también sus palabras y, a pesar de que intento alejarme, no es lo suficientemente rápido y hasta yo termino mojado.
Ariadna, como la diva que es y sin importarle un carajo la tos de su esposo, suelta el cubo en el suelo, se coloca el cabello mojado detrás de las orejas y señala a mi padre.
—Conmigo no se juega, musculitos. Seca el agua, voy a cambiarme antes de pescar un resfriado.
Se da la media vuelta y desaparece escaleras arriba.
—¿Ves lo que he dicho? —pregunta mi padre—. Me quiere demasiado.
—Papá, acaba de lanzarte un cubo con agua.
—Pero me dijo musculitos. No está enojada. —Coloca una mano sobre mi hombro—. Una de las razones por las que tu madre me quiere tanto es porque no la dejo en paz; su vida es demasiado divertida gracias a mí. —Me quiña un ojo y se exprime un poco el agua de su camisa—. Ve y cámbiate en lo que yo seco esto.
Niego con la cabeza, divertido, y, antes de subir a mi habitación, lo ayudo a secar todo.
Es increíble como a mi madre, por tal de devolvérsela, no le importa ni siquiera mojar todo a su paso.
Mis hermanas no tardan en llegar y solos los cinco almorzamos entre rizas y charlas, hasta que a Emma se le ocurre sacar el tema de la tonta competencia que llevan a cabo siempre este día. Necesitan que su madre les cuente su secreto mejor guardado y luego de hacerse la de regar, admite que le dio una difenhidramina a mi padre para que se durmiera y que, tal y como ha hecho los últimos tres años, le ha alterado la hora a todos los relojes, de las casas de mis hermanas. Con ayuda, pero lo ha hecho.
No sé cuál de todos luce más indignado.
Emma, le dice que tiene terminantemente prohibido ir a su casa el próximo veintinueve de noviembre y ella, riendo con pura maldad, agrega que esta vez los gemelos la ayudaron.
Sí, definitivamente esta mujer no tiene remedio.
Alrededor de las cuatro de la tarde, el resto de la familia comienza a llegar, aunque yo solo estoy impaciente por ver a una, que hace entrada casi a las cinco.
Con esa sonrisa preciosa que la caracteriza, se acerca a mí y me da un beso en la mejilla. Está preciosa como siempre, enfundada en un pantalón mezclilla que delinea la perfección de su cuerpo, una blusa blanca que deja al descubierto la mitad de su vientre plano, una chaqueta por encima y unas zapatillas blancas, también.
—Felicidades —susurra.
—Gracias.
Mira a su alrededor y yo hago lo mismo, solo para ver a Aaron, mi padre y Aby conversando al pie de la escalera. Nosotros estamos al frente a la puerta abierta que ella acaba de atravesar.
—He descubierto algo —comenta con mucho misterio—. ¿Sabías que somos víctimas de la maldición de mi familia?
Abro los ojos de par en par.
—No sé como no me había dado cuenta hasta ahora. Ayer escuché a mis padres recordando la forma en que se conocieron y como una tonta, caí en que nuestras vidas han estado repletas de esos dichosos accidentes. ¿Lo habías notado tú?
Asiento con la cabeza un tanto incómodo mientras masajeo mi nuca.
—¿Sabes? Tahira tiene la loca teoría de que esa es la razón por la que me ignoraste todo este tiempo.
Sus hermosos ojos azules analizan cada uno de mis movimientos y, aunque dudo, al final termino riendo. De igual forma ya sabe como me siento respecto a ella, no vale la pena seguir ocultándoselo.
Vuelvo a mirar a mi alrededor.
A esa conversación se le ha sumado Kyle, Maikol, Addy, mi madre y Dylan.
—Me aterraba la idea de terminar enamorándome de ti —susurro y ella frunce el ceño.
—Pero sucedió igual, ¿no?
Muerdo mi labio por un segundo y su mirada se desvía a esa zona.
—Sí. Sucedió igual.
Sonríe ampliamente haciendo que los rinocerontes de mi estómago corran una maratón.
Se saca su mochila con evidente entusiasmo, la abre y extrae de ella una cajita cuadrada envuelta en papel de regalo de muchos colores.
—Ya que no te puedo dar el regalo que quería, aquí está el otro —dice mientras me tiende la caja y yo sonrío al recordar nuestra conversación anoche—. No lo abras delante de nuestra familia, ¿vale?
Enarco las cejas entre curioso y divertido. ¿Qué se supone que tengo en mis manos?
Vuelve a colocarse su mochila y se acerca al resto de la familia a saludar.
Yo, intentando no ser tan evidente, me escapo a mi habitación deseando ver su regalo. Al llegar, me encierro con llave porque aquí todos son unos intrusos, y me siento en la cama. Con cuidado para no romper el papel, lo desenvuelvo, abro la cajita y me encuentro con un cuadro. Solo me basta un segundo para saber que lo ha decorado ella misma.
Es blanco y tiene dibujado con tinta negra y en varios tamaños, nuestra marca personal, esa que tiene tatuada en una zona de su cuerpo que me muero por besar, una Z entrelazada con una A. Tiene, además, una palabra en idiomas que en cualquier otro momento no entendería, pero que luego de mis horas investigativas, me resulta conocida: “With you”, “S toboy”, “Mit dir”, “Contigo”; más una frase que, para entenderla, tengo que hacer uso de mi traductor: “Voglio tutto con te”.
“Lo quiero todo contigo”.
Sonrío como un tonto totalmente enamorado.
—Yo también lo quiero todo contigo, preciosa —susurro.
Pero si la decoración del cuadro me gusta, la foto que contiene me fascina. Son dos para ser exactos, una del día en que patinamos para los niños en el hospital, justo cuando terminamos con nuestros cuerpos unidos y las miradas entrelazadas, respirando casi el mismo aire. No sabía que los descarados de mis amigos, la habían tomado.
La otra es del día del carnaval. Recuerdo el momento en que Sofía nos pidió que posáramos para una foto. Nosotros juntamos nuestros rostros, pero justo antes de que el momento fuese capturado, yo giré el mío para dejar un casto beso en su mejilla; gesto que quedó inmortalizado en una imagen. Había olvidado pedírsela.
Hostias. Dudo mucho que exista un regalo que pueda gustarme más que este. Nos vemos tan bien juntos que es imposible creer que amarnos sea algo malo.
Saco mi teléfono y le envío un rápido mensaje.
Yo: Sin duda alguna el mejor regalo de la historia.
Yo: Tendrá un lugar súper especial al lado del otro. Por cierto, ¿purpurinas?
Vuelvo a mirar el cuadro y sonrío aún más al notar que, si bien tiene menos en comparación al que me regaló hace unos años, las tiene.
Mi teléfono suena avisando de su respuesta.
Lía: Mejor habría sido el beso, pero hay que conformarnos.
Me río.
Lía: Las purpurinas no pueden faltar. ¿A que está más lindo que el otro?
Deslizo mi dedo por el mensaje que habla del beso para que sepa cuál le estoy contestando.
Yo: Creo que están a la par. Aunque no voy a negar que me habría encantado poder probar tus labios de nuevo.
Marco el otro mensaje.
Yo: Los dos cuadros son hermosos.
Lía: Si quieres me encierro en el baño y dejo que los pruebes.
Lía: Sin duda no me opondría a eso, es más, lo disfrutaría.
Suspiro profundo.
Al diablo todo.
No tiene sentido seguir conteniéndome cuando sé de sobra que no va a haber fuerza humana que me permita no sucumbir antes del treinta de enero; fundamentalmente si tengo a un diablillo rubio que hace hasta lo imposible por provocarme. Ella lo quiere y yo lo recontra quiero, no pienso esperar más.
Me pongo de pie dispuesto a buscarla y recibir mi otro regalo, cuando vuelve a entrar otro mensaje.
Lía: Tu madre me llama. Te mando un beso digital. Hasta luego.
Suspiro profundo.
Será para luego.
Mis amigos llegan poco después y debo admitir que hacía mucho no lo pasaba tan bien en mi cumpleaños; tal vez se deba a que ahora hay una rubia preciosa que me hace jodidamente feliz con solo una mirada o una sonrisa. Sin embargo, toda esa felicidad se va al trasto cuando, luego de una cena exquisita, llegamos a la dichosa discoteca y Annalía trae consigo al mismo chico con el que fue al cine.
En serio, ¿qué mierda hace ese tío aquí?
Intento distraerme, pensar en otra cosa, conversar con todo el mundo y bailar, pero no lo consigo y casi tres horas después, sigo con la misma cara de culo con la que llegué. No puedo entender cómo es capaz de coquetearme, de decirme que quiere darme un beso y luego compartir espacio con otro.
Observo a Annalía y al maldito crío que la acompaña una vez más y juro por Dios que lo que me queda por ir hacia ellos y llevármela de una puta vez sin importarme un carajo que nuestra familia esté alrededor, es poco.
Después de ese día en el cine, contenerme se ha convertido en un suplicio, fundamentalmente, porque me aterra que conozca a alguien que termine gustándole y yo pase a la historia sin siquiera tener una oportunidad. Sé que si eso sucede será totalmente mi culpa, por habérseme metido entre ceja y ceja la maldita idea de esperar; una que, si bien en aquel momento me pareció correcta, ahora me parece ridícula.
Suspiro profundo una vez más y me sobresalto cuando Aaron toma asiento a mi lado.
—Le vas a hacer un agujero —comenta por encima de la música, que gracias a los aparatos que concentran el volumen en la pista de baile, aquí no está tan alta—. Aunque, teniendo en cuenta tu cara de culo, apuesto que a quien miras es al chico y no a mi hermana.
—No sé de qué hablas —respondo, maldiciendo la sonrisa divertida que tiene dibujada por todo el rostro.
—Si tú lo dices. —Se encoge de hombros y centra su mirada en su esposa y el resto de las chicas que la acompañan que se divierten en el centro de la pista de baile.
Veo a Dahiana llegar de la mano de su esposo Evans y me sorprendo gratamente, pues lo último que supe de ellos es que estaban fuera del país y que no podrían venir.
Ellos estuvieron separados durante un tiempo luego de terminar la universidad, pero supongo que el amor pudo con las diferencias que tuvieron y seis meses después regresaron. Ahora están felizmente casados con tres hijos preciosos y revoltosos que cuando se juntan con los gemelos, acaban con todo a su paso.
Mi mirada se desvía inconscientemente a Annalía y su amigo y ni siquiera puedo decir que me alivia que estén conversando con Tahira, pues el mocoso la mira como si tuviese un tesoro a su lado. Algo que es totalmente cierto.
Resoplo al darme cuenta de que los celos corroen mi interior. Odio esto.
—Aun no entiendo cómo es que con lo sobreprotector y celoso que eres para con Lía, estés aquí sin hacer absolutamente nada.
Él suspira profundo.
—Dice que solo son amigos; para ser más exactos, se están conociendo.
Lo miro.
—Palabras de ella, no mías.
Conociéndose.
Mierda, eso significa que no le es indiferente.
Me centro nuevamente en ellos.
—Conociéndose mi trasero. ¿No ves cómo la mira? Parece que quiere comérsela.
—¿Son ideas mías o ese resquemor que siento en tus palabras son celos?
Mi mirada regresa nuevamente al chico a mi lado, pero no respondo.
Le da un trago a su bebida sin aparar sus ojos de mí y la sonrisa que lo acompaña me hace querer borrársela de una vez. Detesto que se diviertan a mi costa.
—Déjame hacerte una pregunta, Zack, y quiero que me contestes mirándome a los ojos y con total sinceridad.
Asiento con la cabeza, preparándome para sus palabras, pues no hay que ser un genio para saber por dónde viene. Se acomoda en la silla adquiriendo una seriedad sorprendente y coloca los codos sobre la mesa entre nosotros.
—¿Te gusta mi hermana?
Mi corazón se acelera ante su escrutinio y en el fondo sé que, aunque lo niegue, él sabe bien la respuesta a esa pregunta. Aaron es una de las personas más inteligentes e intuitivas que conozco, además, me conoce como nadie.
—Sí —respondo con la mayor convicción que soy capaz de reunir y, aunque justo ahora me gustaría que, como mínimo, sonriera para decirme que le parece bien, su rostro permanece inescrutable.
—¿Desde cuándo?
—No estoy seguro. —Suspiro profundo—. Cuando me di cuenta de que estaba sintiendo algo intenté resistirme; pero no tardé en admitirme que estaba perdido.
Apoyo mis brazos en la mesa, acercándome a él sin apartar mi mirada de la suya.
—Me gusta muchísimo, Aaron; es más, creo haberme enamorado de ella y por eso y por lo mucho que los respeto a ti y al tío Kyle, voy a esperar a que sea mayor de edad. Sin embargo, me gustaría saber que tengo tu bendición.
Vale, no voy a esperar; eso está decidido, pero él no tiene por qué saberlo.
Aaron va a contestar, pero justo en ese momento, Kyle, mi padre, Maikol, Dylan, Bryan y Ryan, hacen acto de presencia.
—Juro que como ese chico no deje de mirar a mi niña, me va a escuchar.
Son las primeras palabras de Kyle a penas toma lugar a mi lado.
—¿Cómo es que no has intervenido ya? —pregunto.
En serio, no lo entiendo. Con el carácter que se gastan Kyle y Aaron y lo jodidamente sobreprotectores que siempre han sido, no entiendo cómo es que consiguen mantener la calma.
—Estoy reuniendo toda la paciencia que aprendí a tener cuando Kaitlyn era una adolescente, pero creo que entre más viejo me pongo, más difícil se me hace. Es mi niña.
Menudo momento para decidir tener paciencia luego de haberme dejado claro que no soy el indicado para su hija. ¿Acaso ese mocoso lo es? Porque me apuesto una mano a que ese idiota ha pensado en las mil formas en la que podría follársela.
«¿Y tú no lo has hecho?» pregunta mi subconsciente, que adora meterse conmigo.
La diferencia es que yo soy un hombre y puedo controlar mis hormonas, o al menos lo intento y estoy convencido de que no le pondré un dedo encima hasta que no sea mayor de edad; al menos sexualmente hablando, porque si soy honesto, mi resolución de estar apartados hasta sus dieciocho, se ha agotado.
Veo al chico alejarse en dirección al baño al mismo tiempo que un grupo de hombres, comienzan a rondar a las mujeres de nuestra familia, las que, sin importarle la edad, bailan como solo ellas saben.
—Creo que debemos intervenir antes de que termine partiéndole la boca a alguien esta noche —comenta el siempre pasivo Maikol, poniéndose de pie y el resto le siguen.
Le doy un trago a mi bebida y suspiro profundo cuando comienzan a alejarse. Miro a mi alrededor buscando a Lucas y al resto de mis amigos que no sé dónde carajos se han metido, con la esperanza de que me hagan olvidar mis males.
—¿No vienes? —Escucho a Aaron preguntar.
Mi mirada se centra en él, de pie— a unos pasos de distancia.
—¿O crees que porque eres el homenajeado deben invitarte a ti?
Frunzo el ceño sin entenderlo del todo.
—No soporto más ver a ese tío con mi hermana; necesito que hagas algo y no creo que invitarla a bailar le suponga un problema a mi padre.
Abro la boca sin saber qué decir exactamente, pues no consigo comprender su repentina postura. Se acerca a la mesa y se inclina para estar a mi altura, colocando una mano sobre mi hombro.
—Zack, tienes mi bendición desde hace diez años cuando supe que la maldición Scott estaba sobre ustedes. No conozco a un tío al que le tenga más confianza que a ti; sé que la cuidarás y la harás feliz, así que gánate la confianza de mi padre y ya está.
Sonrío agradecido y siento cómo un peso que no sabía que existía se levanta de mis hombros.
Sin pensármelo dos veces, sigo a Aaron hasta la pista de baile y no se imaginan lo mucho que me gusta ver a mi hermana sonreírle, profundamente enamorada, cuando llega a ella.
Siento las miradas de toda la familia posadas en mí cuando llego a Annalía, pero, a estas alturas, no me importa. Solo la estoy invitando a bailar, algo que hacen los amigos y la sonrisa que ella me dedica, sin duda vale la pena tanta incomodidad.
—¿Me harías el honor de bailar conmigo? —pregunto tendiéndole mi mano y ella, riendo, la acepta.
—¿Cómo decirle que no al cumpleañero?
Una canción que me gusta muchísimo a pesar de los años que tiene y que no puede estar más acorde con el momento, comienza a sonar y juntos nos movemos al ritmo de “Caminar de tu mano” de Río Roma con Fonseca.
Me enajeno del mundo y me concentro en sus movimientos, en el brillo de sus ojos que se confunden por las luces de la discoteca, en su risa y en esos malditos labios que ejercen la fuerza de un imán sobre los míos.
El estribillo de la canción comienza y, aprovechando que el volumen alto de la música impide que mi voz se escuche demasiado mal, canto junto a ellos con la esperanza de que ella me entienda.
—“Quiero caminar de tu mano lo que me resta de camino; que los cumpleaños que me faltan siempre los pases conmigo. Te digo que no estoy jugando cuando te digo que te amo, te amo, te amo, te amo.”
Tal vez no podamos estar juntos ahora, pero quiero que mis sentimientos le queden claro y de esa forma, pueda esperarme.
La preciosa sonrisa que me dedica, me dice que mi propósito está cumplido. Entiende mi confesión y yo me muero porque ella me diga lo mismo. Sé que ha admitido que quiere besarme, pero nunca ha dicho ni siquiera que le gusto.
La canción llega a su final y con la respiración entrecortada, nos detenemos. Evito mirar a los que nos rodean porque no me apetece nada enfrentarme a sus miradas que no sé si oscilarán entre divertidas o enojadas. Creo que podría haber de las dos.
Una suave melodía se adueña del local y no la reconozco. “Tú me gustas” de Río Roma con Carin Leon anuncia el DJ y no puedo evitar pensar que el tipo es fanático de ese cantante, pues es como la cuarta que pone en lo que va de noche.
Acerco a Annalía a mi cuerpo, descansando mis manos sobre su cintura mientras ella enreda las suyas tras mi cuello y juntos, nos movemos al ritmo de la balada, sin dejar de mirarnos ni un segundo. Un aura cómplice nos envuelve en una burbuja y me permito, por unos minutos, olvidar donde estamos y quiénes nos rodean para concentrarme en ella y solo en ella.
“Me gustan tus ojos para que sean el café de mis mañanas
Me gusta esa voz pa que me digas que me amas
Solo con ver tu sonrisa me reinicias la vida
Me gustas porque tú estás hecha justo a mi medida.
Tú me gustas para que en la calle siempre nos vean de la mano
Y para que tú seas quien ponga la música en mi carro
Cualquiera quiere ser tu dueño, yo quiero ser tu esclavo.
Tú me gustas para no solo en febrero regalarte rosas
Para pasarme la vida besando tu boca
Y sé que, aunque estemos viejitos, te seguirás viendo hermosa.
Tú me gustas para que el padre me diga
“Puede besar a la novia”.
Creo que me he enamorado de esa canción y no puedo evitar pensar que, efectivamente, Annalía me gusta de la misma manera.
Distraídamente, acaricio la piel descubierta de su cintura con el pulgar, haciéndola estremecer.
Mierda, quiero besarla.
"Tú me gustas para que en la calle siempre nos vean de la mano
Para que tú seas quien ponga la música en mi carro
Cualquiera quiere ser tu dueño, yo quiero ser tu esclavo.
Tú me gustas para no solo en febrero regalarte rosas
Para pasarme la vida besando tu boca
Y sé que, aunque estemos viejitos, te seguirás viendo hermosa.
Tú me gustas para que el padre me diga
“Puede besar a la novia”.
Uh-uh
Tú me gustas para que el padre me diga
“Puede besar a la novia”.
Susurro la última frase junto con el cantante y la sonrisa que me regala me dan ganas de enmarcarla en un cuadro y colgarla en la sala de mi casa para poder admirarla cada vez que sienta que el día se me viene encima, pues, precisamente, ese es el poder que tiene un gesto tan sencillo como ese cuando proviene de ella. Iluminar hasta el día más oscuro.
Me separo de ella y al mirar a mi alrededor, me encuentro rodeado de toda la familia, concentrados totalmente en nosotros, sonriendo. Incluso Kyle lo hace de medio lado y eso me hace jodidamente feliz.
Nervioso como la mierda, rasco mi nuca y busco con la mirada a mis amigos que nos observan un poco alejados, igual de sonrientes y, sin pensarlo, me dirijo a ellos.
—Menudo espectáculo han dado, amigo —comenta Sebas a penas llego a ellos.
Con la boca seca, le doy un trago largo a la cerveza que me brinda Sofía y me siento a su lado.
—Me tiembla todo —murmuro.
—Si te sirve de consuelo, —Interviene Lucas—, Kyle no parecía muy disgustado mientras los veía bailar y mira que eso fue lo único que hicieron todos durante la canción.
Sebas y Sofía asienten con la cabeza, apoyando su comentario y siento mis labios estirarse en una sonrisa.
—Les dije que Kyle no tiene nada en mi contra, solo le preocupa cómo puede influir la relación en su desarrollo. Ya lo convenceré de que no tiene nada de qué preocuparse.
—¿Aun crees que podrás esperar a que sea mayor de edad siendo solo amigos?
—No, estoy seguro de que no.
—¿Piensas pedirle que sea tu novia? —Quiere saber Sebastián, evidentemente emocionado.
Suspiro profundo y asiento con la cabeza.
Es demasiada tortura seguir resistiéndome a besar sus labios. Enfrentaré a su familia cuando sea mayor de edad, aunque en mi mente me sienta un poco culpable por no haber esperado realmente, pero no tiene sentido aguantarme si ambos queremos lo mismo.
—¿Hoy? —pregunta Sofía, igual de emocionada.
—Mañana. Hoy está toda la familia al pendiente de nosotros.
La busco con la mirada y frunzo el ceño al no verla. El chico que la acompaña tampoco está y dado que Tahira conversa felizmente con Emma, comienzo a incomodarme.
Unos minutos después en los que no aparecen, decido darme una vuelta.
—Voy al baño. —Anuncio al ponerme de pie.
Gracias a Dios, la discoteca no está tan concurrida, así que me resulta fácil alejarme en dirección a los baños con la esperanza de que ahí esté y que el chico solo la esté acompañando, pero no los veo a ninguno de los dos.
Con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho y un mal presentimiento en la boca de mi estómago, recorro los pasillos alternos de la discoteca hasta que los veo cerca de lo que creo que es el vestidor de los trabajadores. Ella está apoyada en la pared, con el ceño fruncido, mientras el chico le dice algo. Él acaricia su brazo y ella se remueve un poco incómoda. Sus ojos se abren de par en par cuando el chico acuna sus mejillas y, cuando me doy cuenta, ya estoy caminando hacia ellos.
—¿Qué coño crees que haces? —pregunto con voz amenazadora, justo a tiempo para detener el beso que el estúpido mocoso estaba a punto de darle.
Hundo las manos en mis bolsillos para no sucumbir a los repentinos deseos de partirle la cara. Es un niño, que se ha atrevido a tocar lo que no es suyo, pero niño al fin.
No sé cuál de los dos me mira más asustado, si él o ella, que, para colmo, está blanca como un papel.
—Z… Zack —murmura Annalía, pero no la miro.
Toda mi atención está concentrada en el chico que se remueve incómodo si poder sostenerme la mirada.
—Solo estaba…
—Piérdete —ordeno, sin importarme un carajo sus explicaciones.
—Yo…
—He dicho que te largues, antes de que me arrepienta de no golpearte.
Por el rabillo del ojo veo los de Annalía abrirse de par en par.
El mocoso baja la cabeza y desaparece detrás de mí.
Un silencio incómodo se cierne sobre nosotros durante unos segundos en los que me dedico a observarla con detenimiento. No me sostiene la mirada y se remueve incómoda mientras retuerce sus dedos frente a ella.
Respiro profundo intentando de esa forma evaporar el enojo y los malditos celos que me ha provocado verla en una situación tan comprometedora. La tomo por una mano y sin pensarlo realmente, nos introduzco en el vestuario de los trabajadores, esperando que no haya nadie.
Gracias a Dios está vacío.
La suelto y me apoyo en la pared mientras intento organizar el remolino de pensamientos en mi mente.
—¿En serio ibas a dejar que te besara? —pregunto unos segundos después.
Levanta la cabeza y sus preciosos ojos azules, ahora cristalinos, se unen a los míos.
—Yo no quería… M… me sorprendí cuando me dijo que le gustaba y tardé un segundo en reaccionar. Te prometo que no iba a permitirlo.
Me separo de la pared y revuelvo mi cabello, pues el enojo no remite. En mi mente se sigue repitiendo ese maldito momento en el que sus labios casi se tocan.
—Llevo toda la puta noche soportando la mirada que ese maldito mocoso te dedica y casi me vuelvo loco cuando lo vi a punto de besarte. Sabía que algo no iba bien desde que no los vi ahí fuera, ¿en serio no sabías que le gustabas?
Desvía la mirada.
Claro que lo sabía.
—¡Maldita sea, Annalía! —Suelto exasperado, fundamentalmente, porque sé que es mi maldita culpa.
Si no hubiese decidido esperar, si la hubiese convertido en mi novia desde el principio, no habría aceptado salir con otro.
—¿Te gusta ese chico?
—¿Qué? —Su cabeza se eleva a gran velocidad—. No, claro que no.
—Entonces, ¿por qué carajos permites que esté tan cerca? —Mi voz ha subido unos cuantos niveles como reflejo del cabreo que tengo y, aunque sé que debo calmarme, no lo consigo.
Doy vueltas alrededor de la habitación con la esperanza de sosegarme, pero la imagen de ellos dos sigue atormentando mi mente. ¿De verdad habría impedido que la besara si yo no hubiese llegado a tiempo?
—Porque me consta que de tonta no tienes un pelo y apuesto lo que sea que viste venir ese momento. ¿Realmente lo habrías impedido si yo no hubiese negado? ¿Te gusta sentirte deseada y por eso no lo paraste antes?
—Te estás pasando, Zack.
—Es que me revienta como no tienes idea ver cómo otros pueden estar contigo, llamar tu atención, compartir el puto maldito aire que respiras, cuando yo intento con todas mis fuerzas hacer las cosas bien para poder enfrentar a tu familia con la cabeza en alto.
—¡Es que es una tontería! —grita de repente, sobresaltándome y da un paso hacia mí, tan o más enojada que yo—. En serio he intentado comprender tu forma de pensar porque sé lo jodidamente correcto que eres. En serio he querido respetar el espacio que pides porque, aunque no lo parezca, entiendo lo que pretendes; pero realmente no quiero hacerlo.
»No quiero porque me sigue pareciendo una tontería que, a pesar de que nos gustamos, tengamos que aguantarnos tres malditos meses. Quiero estar contigo, Zack, quiero poder besarte cuando se me dé la jodida gana; quiero poder salir contigo, ir al cine, a la playa o a donde sea; quiero poder tomarte de la mano cuando caminemos tal y como dijo la maldita canción hace un rato y me revienta como no tienes idea lo malditamente correcto que eres. Lo entiendo, pero no me gusta.
»¿Quieres enfrentar a mi familia cuando yo sea mayor de edad? Bien, lo respeto. ¿Pero por qué tengo que esperar? Nico no me gusta, ni siquiera una vez he podido mirarlo con interés porque el único chico que monopoliza mi mente día y noche eres tú y si me he pasado todo el jodido mes saliendo con él es porque quería ponerte celoso. Porque quería que abandonaras la estúpida idea de esperar y que me pidieras ser tu novia. Porque te quiero, joder y…
No la dejo terminar.
Corto el espacio que nos separa y sosteniendo su rostro con mis manos, tomo su boca como llevo tantos días anhelando. Suelta un jadeo de sorpresa, pero no tarda en unir su lengua con la mía en una batalla a muerte que amenaza con arrebatarme la poca cordura que me queda.
La beso con ansias, deseando recuperar todos los días perdidos, intentando apaciguar las malditas ansias que llevo reprimiendo por más de un mes, mientras los rinocerontes en mi estómago corren la maratón de su vida.
Sus manos se enredan en mi cabello y yo avanzo haciéndola retroceder hasta que choca con una mesa. Sin apartarme un segundo la tomo por los muslos, la siento en la madera y ella no tarda en envolver sus piernas alrededor de mi cintura evitando dejar cualquier resquicio entre nuestros cuerpos.
Mis manos recorren su esbelta figura sin detenerse en lugares demasiado comprometedores y me fascina sentir su entrega absoluta; su olor; su sabor, una mezcla entre menta y cerveza que resulta embriagadora y a pesar de que no quiero, cuando mis pulmones requieren aire, nos separo.
Su respiración es tan errática como la mía y con parsimonia, acaricio su mejilla. Se ve hermosa así, con los labios entreabiertos hinchados por mis besos, el cabello un poco alborotado y una mezcla de deseo y aturdimiento en su mirada.
Sonrío, pero el gesto no me dura mucho, pues una lágrima corre por su mejilla oprimiendo mi pecho.
—Ey, ¿qué sucede? —pregunto, mientras limpio la humedad con mis pulgares.
—Llevo esperando tanto este momento que me parece irreal. No soporto más esto, Zacky. No quiero que estemos lejos y…
—Yo tampoco. —La interrumpo.
Remojo mis labios y respiro profundo sin dejar de acariciar su sueve piel.
—Yo tampoco quiero esperar. Olvida lo que te he pedido hasta ahora; si estás dispuesta, saldremos por un tiempo a escondidas hasta que pueda enfrentar a tu padre y decirle que me tienes jodidamente loco.
Sonríe y a mi mente vienen todas esas frases que he estudiado este último mes para declararme y, como no estaba en mis planes hacerlo ahora, espero haberlas aprendido bien y no cometer ningún error. Así que, con el corazón latiendo con más fuerza que nunca, reúno todo mi valor para confesarme con todas las de la ley.
—I wanna be with you. (Quiero estar contigo)
Una sonrisa se abre paso en su rostro ante mis palabras.
—Ich will bei dir bleiben. (Quiero estar contigo)
Su mirada sorprendida ante mi pobre intento de hablar alemán, me hace sonreír. Trago saliva con fuerza y, sin dejar de acunar su rostro, deslizo mi dedo pulgar por sus labios.
»Ya khochu byt´ s toboy (Quiero estar contigo) —murmuro con lentitud, pues el ruso se me da aun peor.
Sonríe de manera tan dulce que una emoción cálida recorre todo mi cuerpo. Acaricio su nariz con la mía y dejo un suave beso sobre sus labios.
—Voglio stare con te. (Quiero estar contigo)
Cruza las manos por detrás de mi cuello, para luego dejar suaves besos alrededor de mis labios.
—Quiero estar contigo, en todos los idiomas posibles.
Por unos segundos, nuestras miradas nubladas por el torrente de sentimientos que justo ahora nos embargan, se entrelazan y, por primera vez, creo poder entender lo que dicen. Ella quiere estar conmigo tanto como yo con ella.
—¿Quieres ser mi novia, preciosa?
—Sí.
Y sin importarme que toda nuestra familia está fuera y que tal vez nos están buscando, vuelvo a besarla como si no hubiese mañana.
~~~£~~~
Espero que les haya gustado. Por fin estos dos están juntos.
Los amo a los dos
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