19. Una condición
Zack:
Justo ahora, creo que soy el hombre con más autocontrol de todo el maldito planeta, porque quedarse quieto después de que la chica que te trae loco te diga con seguridad que se muere por besarte, sabiendo que a ti te sucede igual, requiere de mucha fuerza de voluntad. Una que no creía tener realmente.
Suspiro profundo, intentando calmar la agitación en mi pecho, los rinocerontes en mi estómago y los malditos deseos de llevármela de aquí para demostrarle a besos lo mucho que me gusta.
Se adentra a la sala cuatro del cine por la que hace un instante ha desaparecido el resto del grupo y, resignado a pasar las próximas horas en pura tensión, la sigo.
Se preguntarán como demonios he terminado aquí, ¿verdad?
Pues la respuesta sería Aaron, mi cuñado y no precisamente por ser el hermano de la mujer que quiero, si no por ser el esposo de la mía.
Fue hace un par de horas. Estaba en el cubículo del hospital, recogiendo mis cosas para regresar a casa luego de un día de mierda que incluso ahora me sigue pasando factura, cuando mi teléfono sonó avisando su llamada. Había hecho guardia la noche anterior y, debido a ciertas complicaciones con una de las pacientes a mi cuidado, tuve que quedarme durante el día también. En otras palabras, estaba súper agotado
—Esto es raro; —dije a modo de saludo—; no sé si preocuparme o alegrarme con tu llamada.
—Cualquiera que te oye, dice que nunca te llamo.
Cogí la mochila y, deseando desaparecer con urgencia, salí de la pequeña habitación.
—No es normal que lo hagas a esta hora.
Miré mi reloj. Eran las tres y media y, si bien él no tenía cómo saber que hoy libraba por el día, por lo general trabajo hasta bien avanzada la tarde.
—¿Sucede algo? ¿Lía está bien?
—A esa ni me la menciones.
Fruncí el ceño.
¿Aaron enojado con Annalía? Eso era una novedad.
—¿Por qué?
—Necesito distraerme para no ir a casa de mis padres y frustrarle la cita.
Me detuve en medio del pasillo con el corazón acelerándose en segundos.
—¿Cita?
—Sí, mi hermana pequeña irá al cine con un chico y juro que intento ser el hermano super cool que confía en ella y quiere que sea feliz, pero mi vena sobreprotectora está luchando fuerte para coger mi auto y plantarme en casa de mis padres para prohibirle la salida.
—¿Y por qué no lo haces?
—Porque Emma dice que, si no le doy su espacio, terminará odiándome.
Juro que en ese momento era yo el que odiaba a su hermana.
—¿Irán los dos solos?
—Hasta donde tengo entendido, sí.
—¿Y Tahira?
—Ni idea, macho.
Por mi mente se pasó decirle que debía impedir esa cita a cualquier costo, incluso busqué varias razones que le servirían de excusas; pero hacerlo solo lo haría indagar sobre mis verdaderos motivos y lo último que quería era otra conversación como la que tuvimos en el cumpleaños de sus hijos. Aun no era el momento.
Y justo con ese pensamiento, me di cuenta de algo.
—¿Y por qué me llamas a mí? —pregunté.
Es decir, sé muy bien cómo son los hombres que integran mi familia. ¿Y si me llamaba para comprobar mi reacción? ¿Para verificar que mis palabras aquel día eran ciertas?
De esos locos se puede esperar cualquier cosa.
—¿Qué parte de necesito distraerme, no entendiste?
Salí del hospital a toda velocidad, directo al estacionamiento.
—Podías haber llamado a Dylan, Bryan o Ryan. Son tus mejores amigos.
—Dylan se llevó a Daniela a sabrá Dios dónde para pasar el fin de semana sin la pequeña Willow, así que no lo puedo molestar con mi drama de hermano celoso. Bryan y Ryan están en el hospital con su mamá y me parece que ya tienen bastante de qué preocuparse como para que yo los martirice.
—Yo estoy trabajando; tú nunca llamas cuando estoy trabajando.
Cuando llegué al parqueo, me apoyé en mi moto a esperar a que esa llamada tan rara llegara a su final.
—Solo probé contigo y tuve suerte de que me contestaras.
—Ya.
Todo lo que decía podía ser cierto; pero no me convencía del todo. Podía llamar a su padre, al mío o a Maikol para que lo calmara. Es que incluso, ¿quién dice que tenía que hablar con un hombre? Siempre podía intentarlo con su esposa o con Lu, que para algo es su mejor amiga, ¿no?
Además, si necesitaba distraerse, ¿no es una mejor opción jugar con sus hijos?
Definitivamente no me convencía; había intenciones ocultas en esa llamada y si no, de igual forma ya había sembrado el bichito de los celos en mi sistema, porque sí, estaba celoso.
—¿Cómo dijiste que se llamaba el cine?
—Mirror. ¿Por qué?
—Tengo que colgar, mi tutora me está llamando. Nos vemos, Aaron y relájate, Lía estará bien.
Sin dejarlo decir nada más, colgué el teléfono y antes de subirme a mi moto, llamé a Lucas solicitando refuerzos y así es como los cuatro llegamos aquí.
La película es un asco, no por ella en sí, sino porque me paso todo el tiempo pendiente de los movimientos del amigo de Lía y juro por Dios que cuando termina la hora con cuarenta y cinco minutos, casi doy brincos de felicidad.
—Oye, ¿han visto a Tahira? —pregunta su cita una vez que salimos de la sala—. Hace un rato me dijo que iba a ir al baño, pero no ha regresado. Tampoco me coge las llamadas.
En ese momento me doy cuenta de que Lucas tampoco está y comienzo a preocuparme. ¿Qué estás haciendo, Lambordi?
Miro a Sebastián que luce tan preocupado como yo. El mismo día en que me enteré de lo que había sucedido entre el italiano y la pelirroja, se lo conté a Sebastián y luego de más de una hora de bromear y burlarnos de nuestro amigo en venganza por todas las veces que nos ha hecho lo mismo, los dos llegamos a la misma conclusión. Debía mantenerse alejado de Tahira.
Él pareció entenderlo; tal vez no lo hizo realmente.
Mi teléfono comienza a sonar y lo descuelgo inmediatamente al ver qué es él.
—¿Dónde estás? —pregunto, apartándome del grupo.
—Estoy en problemas.
Miro a Sebas e inmediatamente se dirige hacia mí. No sé qué ha visto en mi cara, pero no debe haberle gustado.
—Estoy en la policía.
Frunzo el ceño al igual que Sebastián, pues le he puesto el altavoz.
—Con Tahira.
—¿Qué ha sucedido? —pregunta mi amigo.
—Ella salió al baño y yo la seguí dispuesto a que habláramos. Nos metí en la sala de sonido y discutimos. Sin embargo, antes de darme cuenta, nos estábamos besando y no me pude controlar. Un tipo nos pilló estando ella en sujetador y yo con mi cabeza entre sus piernas.
Santa mierda. ¿Cuánto tiempo estuvieron fuera?
Observo al chico a mi lado que luce tan o más asustado que yo.
—Estás jodiéndonos, ¿verdad? —pregunto, porque de Lucas se puede esperar cualquier cosa.
—No y eso no es lo peor.
—Tío, dudo que haya algo peor —dice Sebas, exteriorizando mis pensamientos.
—Han llamado a sus padres. Están en camino.
Vale, sí puede haber algo peor.
—¿Pasa algo? —pregunta Annalía detrás de nosotros.
Sofía la acompaña.
—Vamos ahora mismo para allá. —Cuelgo el teléfono y las enfrento—. Lucas y Tahira están en la comisaría.
No sé cuál de las dos mujeres está más sorprendida por lo que, mientras nos dirigimos a toda velocidad en busca de nuestros amigos, le contamos los sucesos. Annalía no da crédito y Sofía maldice a Lucas por inconsciente.
Quince minutos después, llegamos a la estación de policía, le preguntamos a la recepcionista por Lucas Lambordi y Tahira Sandoval y ella, luego de sonreír, supongo porque conoce las razones por la que están aquí, nos indica el camino.
Recorremos el extenso pasillo y no tardamos en encontrarnos con los susodichos. El italiano está sentado cerca de una ventana, con los codos sobre sus muslos y los dedos enterrados en su cabello, y la pelirroja, apoyada en el espaldar de la silla, la cabeza contra la pared y los ojos cerrados.
—¡Tahira! —grita Annalía, llamando la atención de todos, incluso de los policías que continúan sus labores.
Las dos chicas corren a abrazarse en el mismo momento en que Lucas levanta la cabeza. Se pone de pie inmediatamente y se acerca a nosotros. Sofía va a su encuentro y lo envuelve en un abrazo de mamá oso que él le devuelve con mucho cariño.
—¿Cómo estás? —pregunta la chica, separándose de él.
—La cabeza se me quiere reventar.
Presiona su sien con sus dedos y luego pasa las manos por su rostro.
—¿Qué dijeron los policías? —inquiero.
—Que tenemos que esperar a que lleguen sus padres. Si ellos no deciden denunciar, podré irme sin problemas, si no, tendré que llamar a mi abogado. —Suelta una risa sin una pizca de humor y levanta la cabeza observando el techo. Suspira profundo y vuelve a enfrentarnos—. Esto parece una puta película. Tahira les dijo que yo no sabía que era menor de edad, pero les da igual.
—A ver, Lucas, cariño mío, sé que no es momento, pero ¿en qué demonios estabas pensando? —pregunta Sofía.
—Es que ese es el problema, Sofi, no estaba pensando. Yo… simplemente… —Suelta un suspiro desalentador que nos llega al alma. Se encoge de hombros—. Se me fue de las manos.
Su mirada se encuentra con la mía.
—Tú los conoces. ¿Los crees capaces de denunciarme?
Me rasco la cabeza sin saber qué contestar.
—A ver, Lucas, los Sandoval son una buena familia. He compartido con ellos en innumerables ocasiones y son personas excelentes, pero no sé cómo reaccionen tratándose de su pequeña y…
—¡Mamá! —Escuchamos gritar a Tahira y, como un resorte, nos volteamos hacia ellas.
El señor y la señora Sandoval se acercan a su hija mientras analizan todo a su alrededor y al mirar a mi amigo me percato de que todo su cuerpo está en tensión.
—¿Ese es su padre? —pregunta el italiano, aterrorizado, y no es para menos. Cristiano Sandoval es el candidato del partido de la izquierda para presidente de New Mant—. Estoy muerto.
—Hablaré con ellos. —Es lo único que consigo decir.
Un señor vestido con el uniforme de policía azul oscuro, se acerca a ellos y les pide que lo acompañen. Por los próximos minutos, permanecemos en silencio observando la puerta cerrada por la que han desaparecido. Lo que me parece a mí dos horas después, aunque apuesto que no han sido más de quince minutos, el señor sale y le pide a Lucas que entre.
Mi amigo traga saliva con fuerza, respira profundo varias veces y sigue al señor. Tahira, en contra de las protestas del policía, entra junto a ellos.
Si hay algo que me gusta de esta chica, es su valentía y sé, que siempre que esté en sus manos, no pasará nada.
Tomamos asiento decididos a esperar la decisión final y una hora después, aún estamos donde mismo.
—Estoy empezando a desesperarme, ¿por qué demoran tanto? —pregunta Annalía.
—Oh, mierda —susurra Sebastián, sentado a mi lado mientras observa algo en su celular—. Se ha filtrado la noticia. La hija del candidato a presidente, Cristiano Sandoval, ha sido pillada infraganti con un hombre mayor.
Annalía se pone de pie con rapidez.
—¿Cómo demonios se enteraron tan pronto? Cristiano apenas está dándose a conocer como candidato y la identidad de sus hijos se ha mantenido al margen hasta el momento.
La puerta del despacho en la que llevan encerrados por más de una hora se abre y todos nos ponemos de pie. Lucas es el primero en salir, blanco como un papel, luego Tai y por último los padres de la chica que se despiden del policía con un apretón de manos.
La señora Sandoval cruza un brazo sobre los hombros de su hija y se encaminan a la salida, mientras Cristiano se acerca a Lucas.
—Zacky, voy con Tahira —dice Annalía y yo asiento con la cabeza.
Me da un beso en la mejilla y corre tras su amiga
—Estaremos en contacto. —Escucho decir a Cristiano, antes de darse la media vuelta y desaparecer.
A paso rápido nos acercamos a nuestro amigo que se revuelve el pelo con frustración.
—¿Qué ha sucedido? —pregunto.
—No van a denunciarme…
A diferencia de Sofía, no me permito tranquilizarme; sé que esa frase no termina ahí.
—Pero con una condición. Que me case con su hija.
~~~£~~~
Ups, pobre Lucas jajaja
Espero que les haya gustado ❤️
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