17. Me gustas
Zack:
No quiero ir a trabajar.
Por primera vez desde que entré al hospital, deseo con todas mis fuerzas quedarme acurrucado en mi cama.
Sí, mi cama.
El plan inicial era dormir en casa de mis padres y venir todos juntos por la mañana; pero, como un cobarde, hui alrededor de las cuatro de la madrugada. No quería enfrentar Annalía.
Sé que es algo ridículo ya que tarde o temprano voy a tener que hablar con ella; pero prefiero que sea tarde. Necesito pensar cómo voy a abordar esa conversación porque estoy convencido de que no le gustará. Joder, a mí no me gusta.
En nuestra última conversación antes de llegar a su casa, le dejé claro que lo que teníamos que hablar, iba a ser bueno para los dos, ¿y resulta que ahora tengo que retroceder?
La conozco. Se va a enojar y con toda la razón del mundo; aun así y, a pesar de que cada célula de mi cuerpo me pide estar con ella, me mantengo firme en mi decisión. Voy a esperar a que sea mayor de edad. Para enfrentarme a su familia, necesito estar bien conmigo mismo, no sentir que hago las cosas mal al seducir a una menor.
Honestamente, entre más lo pienso, más confundido me siento. Unas veces siento que soy la peor persona del universo por desearla; otras veces me siento ridículo al pensar así porque, ¿qué diferencia hay entre hoy y de aquí a tres meses? ¿Un número? Es absurdo, aun así, creo que me sentiría mejor conmigo y para con su familia si espero a que todo sea legal.
Releo el mensaje que recibí hace alrededor de diez minutos.
Lía: ¿En serio te fuiste? ¿He hecho algo mal?
Coloco mi almohada sobre mi rostro y chillo contra ella, frustrado.
Bloqueo el teléfono y me obligo a levantarme. Por más que lo desee, no puedo faltar al trabajo,
El maldito aparato comienza a sonar y mi corazón sube a mi garganta ante la idea de que pueda ser ella, pero se acelera aún más, cuando me doy cuenta de que es mi madre.
Joder, joder, joder.
Me fui sin despedirme de ella, así que puedo imaginar el cabreo que tiene.
La llamada cae y segundos después vuelve a sonar. Consciente de que no contestar solo hará que las cosas empeoren, respiro profundo y descuelgo.
—¡ZACK BOLT KANZ! —Separo el auricular ante su grito encolerizado.
Mierda.
—¿Cómo está la madre más linda del mundo?
—Más linda ni leches. —Continúa por todo lo alto—. ¿Cómo has podido marcharte en plena madrugada?
—Tenía algunas cosas que hacer aquí muy temprano.
—Si le das esa excusa a Annalía y te la cree, es su problema; pero yo te parí y te conozco bien, mocoso malcriado.
¿Es necesario mencionarla?
—Mamá…
—¿Te fuiste por Lía? —Me interrumpe y yo revuelvo mi cabello con frustración.
No quiero hablar de esto. No necesito otra charla.
—¿Por qué me iría por ella?
—Tú y yo sabemos bien por qué, cariño. —Su voz baja unos tonos, algo que agradezco, pues era casi imposible sostener el móvil cerca de mi oreja—. ¿Te gusta?
—No.
—Soy tu madre, Zack. A mí puedes contarme.
—Mamá…
—Si te soy honesta, me ha sorprendido mucho saber que ustedes son víctimas de la maldición Scott, pero luego de pensarlo, me encanta la idea.
Frunzo el ceño mientras mi corazón hace una voltereta feliz. Saber que al menos a alguien le gusta la idea y que no lo ve como lo que es, un delito, me alivia.
—Es decir, jamás me lo imaginé porque son casi ocho años de diferencia y, no lo sé, siempre pensé que te casarías con alguien de tu edad, así que…
—Mamá, ¿te estás escuchando? Solo han sido unos accidentes y ya tú estás hablando de casamiento.
—Nunca he dicho que te casarás con ella.
—Te conozco, señora, y me apuesto lo que quieras a qué es justo lo que estás pensando.
Una risita se escucha al otro lado de la línea confirmando mis sospechas.
—Voy a hacerte una videollamada.
—¿Qué? No, mamá, voy a llegar tarde al trabajo —digo a toda velocidad, pero es demasiado tarde. La mujer que me trajo al mundo ya ha colgado y, con asombrosa rapidez, entra la videollamada.
Suelto el teléfono sobre la cama, revuelvo mi cabello con desespero y juro que lo único que me queda para parecer un niño pequeño, es pataletear. Cojo el móvil nuevamente y, resignado, acepto la llamada.
El rostro hermoso de mi madre hace acto de presencia y yo intento sonreír.
—No dormiste nada anoche, ¿verdad?
—Tomé unas copas de más. —Miento.
—¿Qué te he dicho sobre mentirle a tu madre?
Suspiro profundo.
—Voy a llegar tarde al trabajo.
—Solo será un minuto; necesito hacerte una pregunta.
La veo salir al balcón de su habitación y cerrar tras ella.
—Mírame a los ojos, cariño, y dime que Annalía no te gusta.
Mierda.
Lo juro. No sé cómo lo hace, pero esa mujer es capaz de saber si le mentimos con solo mirarnos a los ojos; tal vez por eso ni mis hermanas y yo somos mentirosos. Cada vez que lo intentábamos, nos pescaba al vuelo.
—Zack.
La miro.
—¿Te gusta Annalía?
Sus ojos verdes escudriñan mi rostro buscando la verdad y yo suspiro profundo.
—Sí.
—¡Lo sabía!
Si tuviese que comparar su sonrisa justo ahora, creo que se asemejaría al gato de la película de la niña rubia que sigue a un conejo a otro mundo. Es macabra.
Aun así, sin poderlo remediar, termino sonriendo yo también.
—¿Desde cuándo?
Me encojo de hombros.
—No estoy seguro.
—¿A pasado algo entre ustedes?
—No —respondo sin mirarla.
—Voy a fingir que me lo creo. ¿Qué piensas hacer ahora?
Paso la mano derecha por mi nuca y muevo la cabeza hacia los lados intentando eliminar la tensión en mi cuello. La verdad es que fue una noche de mierda.
—Nada. Esperaré a que cumpla los dieciocho.
Su sonrisa se hace más grande, si es que eso es posible.
—Ese es mi chico. Siempre que ella sea mayor de edad; tienes todo mi apoyo.
—Gracias, mamá.
—De nada, cariño. Ahora ve a trabajar que no quiero que llegues tarde por mi culpa.
Asiento con la cabeza.
—Eso sí —dice de repente, con el ceño fruncido, señalándome acusatoriamente con su dedo índice—. Vuelves a marcharte de esta casa sin darme un beso y tendrás problemas serios, ¿entendido?
Me río ante su dramatismo.
—Te quiero, mamá.
—Y yo a ti, cielo.
Me lanza un beso y cuelga.
Sonriendo, me levanto de la cama. Mi madre es intensa, dramática al mil por mil, pero es la mejor del mundo.
Como sé que es por gusto retrasar lo inevitable, me obligo a ponerme en marcha, pues realmente no quiero llegar tarde y, por el camino que voy, eso es justo lo que pasará.
Media hora después, llego al hospital justo a tiempo para firmar antes de que me pasen la tan temida raya roja y la primera noticia que recibo es que Annalía está muy, pero muy enojada. Palabras de Sebastián, quien, junto a Lucas, se encargan de enumerarme las razones. Una: por idiota. Dos: por irme sin avisar. Tres: por idiota. Cuatro: por no responder sus mensajes. Cinco: por idiota. Seis: por no acompañarla junto a Erick a la quimio. Siete, ocho, nueve y diez: por recontra idiota.
Sí, me quedó claro que, como no me ande con cuidado, me mata. Por idiota.
Luego de una mañana extremadamente larga y agotadora, en la que he tenido que poner todo mi esfuerzo para no quedarme dormido durante el seminario práctico que nos impartió la tutora, llega por fin la hora de almuerzo.
Voy al pequeño cuarto que comparto con Sebas y el italiano para dejar mis cosas y refrescarme un poco antes de ir a saciar la tercera guerra mundial que tengo en el estómago. Aunque, pensándolo bien, nos sé si los retorcijones de mis tripas son por el hambre o por los nervios, pues me queda claro que en la cafetería me encontraré con Annalía.
—Al fin llegas —dice Lucas apenas abro la puerta.
Está sentado en su litera y, con ese dramatismo desmedido que lo caracteriza, se levanta, me toma por una mano y me obliga a sentarme frente a él.
—Ayer conocí a una tía super buena en la fiesta de tus sobrinos.
Frunzo el ceño y busco en mi mente a cada mujer que estuvo ayer en la casa de los Andersson y, sin contar a las de mi familia, fueron pocas. Algunas del servicio y madres y hermanas de los pequeños amigos de los gemelos.
—Necesito que me consigas su nombre y número de teléfono porque, madre mía, necesito repetir.
—¿Te acostaste con ella?
Asiente con la cabeza.
—Sí y la maldita tenía toda la razón del mundo. Una vez que la pruebas, necesitas repetir. Me pasé la puta noche recreando ese momento y, me avergüenza un poco decir que mi polla se ha emocionado varias veces durante el día con solo recordarlo. Es que fue la hostia de bueno.
Joder, nunca lo había visto tan eufórico.
—Necesito su nombre y número de teléfono.
Me río ante su desespero.
—¿Encuentras algo gracioso?
—Sí. Tienes la mala manía de acostarte con las tías sin siquiera preguntarle el nombre. Te lo tienes merecido.
—Las tías a las que por lo general no les pregunto el nombre, es porque buscan exactamente lo mismo que yo, satisfacción instantánea y a esta, definitivamente le pregunté, pero la muy chula no le dio la gana de responder. Necesito tu ayuda.
—¿Y cómo se supone que voy a saber de quién se trata? Las chicas ajenas a mi familia las vi por primera vez ese día.
—No es ajena; es la mejor amiga de Annalía.
Espera. ¿Qué?
He escuchado mal, ¿verdad? Tengo que haber escuchado mal.
¿La mejor amiga de Annalía?
—¿La mejor amiga de Annalía?
—Sí. —Asiente con la cabeza para dar mayor énfasis.
—¿Tahira? ¿La pelirroja de ojos verdes?
—¿Tahira? ¿Ese es su nombre? Joder, es tan exótico como ella.
Mierda.
—La verdad es que pensé en pedirle su número a Lía, pero no quiero que le cuente a su amiga, pues quedaría como un desesperado y primero muer…
—Es menor de edad. —Interrumpo su balbuceo y, si no fuera una conversación tan seria, reiría ante su cara de espanto.
Se ha quedado totalmente blanco. Por unos segundos el silencio se cierne sobre nosotros hasta que una risa nerviosa se le escapa.
—No es cierto. Tiene dieciocho.
—No, Lucas; Tai es menor de edad.
—Oh, vamos, Zack, con eso no se juega. Tiene dieciocho.
—No. Tahira cumple los dieciocho el quince de mayo.
—No, estás equivocado —murmura pasándose las manos por el pelo de forma desesperada—. Ella nació aquí, pero cuando sus padres se divorciaron vivió unos años fuera y, cuando regresó, perdió un curso, por eso estudia con Annalía.
Frunzo el ceño. ¿De dónde carajos ha sacado esa tontería?
—Lucas, conozco a Tahira de toda la vida. Vive a menos de diez minutos de la casa de Annalía caminando y puedo asegurarte que nació el quince de mayo de 2036. Ha estado con Lía en el jardín de niños, la primaria, secundaria y el pre. Es más, tienen un pacto de que asistirán a la misma universidad y se casarán el mismo día y lo sé, porque yo mismo tomé sus declaraciones y las hice firmar un papel que debe estar guardado en algún cajón de la habitación de una de ellas. Y sus padres no se han divorciado.
Mi amigo se levanta y comienza a caminar de un lado a otro como león enjaulado.
—Dime que esta es una broma cruel de tu parte, por favor. Prometo no enojarme.
—¿De dónde sacaste que tenía dieciocho años?
—¡Ella me lo dijo! —grita, exasperado.
Joder, con Tahira.
—Amigo, lamento decirte que te ha engañado. Tahira tiene diecisiete años.
—Mierda, mierda, mierda, mierda —repite una y otra vez mientras hunde sus manos en su cabello y los jala con fuerza—. Me he acostado con una menor de edad. ¡JODEEEEER!
Se detiene por un segundo y me mira.
—¿Estás diciendo que el mejor polvo de toda mi puta vida me lo ha dado una cría de diecisiete años?
Quiero reír.
¿Sería muy mal amigo si me río?
Joder, sé que no debería, pero, aunque estoy preocupado, es divertido ver su cara de espanto e incredulidad, al darse cuenta de ese detalle.
—Como te rías, te parto la cara.
Aunque sé que es una amenaza vacía, presiono los labios con fuerza para no reír. No es momento; ya llegará la hora de molestarlo.
Lucas comienza a caminar nuevamente de un lado al otro en la minúscula habitación mientras murmura entre dientes lo que me parece a mí una sarta de maldiciones. Par de minutos después, detiene su andar y regresa sobre sus pasos hasta sentarse nuevamente frente a mí. Apoya los brazos en sus rodillas y se inclina hacia delante quedando demasiado cerca.
—Conoces a sus padres, ¿verdad?
Asiento con la cabeza.
—¿Cómo son? Es decir, ¿son muy rectos como para llegar a acusarme por haber estado con su niña?
—¿Era virgen?
—Obvio que no. Esa tía podría tener hasta más experiencia que yo, eso, o aprende jodidamente bien porque…
—Detente. No quiero saber más de la cuenta. —Respiro profundo—. En cuanto a tu pregunta; no creo que a sus padres, mucho menos a sus dos hermanos mayores…
—Mierda. Tenía que tener hermanos mayores.
Intento no reír ante sus palabras. Luce realmente asustado.
—No creo que les guste la idea de que haya estado con un hombre de veinticinco años; pero tampoco creo que Tai les vaya a ir con el chisme, así que no te martirices.
Coloco una mano sobre su hombro intentando transmitirle un poco de apoyo.
—No se puede hacer nada para revertir lo que ya hicieron y su familia no tiene por qué saberlo. Tú solo debes olvidar; dejarlo en algo de una sola vez y ya.
Asiente con la cabeza de acuerdo con mis palabras.
—¿Puedes darme su número?
—¿Has escuchado algo de lo que acabo de decirte? —pregunto, al mismo tiempo que me pongo de pie.
Él me imita.
—Claro que sí; pero nadie se ríe de Lucas Lambordi y se sale con la suya. Ella me va a escuchar.
—Lucas…
—¿Me lo vas a dar o no?
Suelto un suspiro resignado y busco su contacto en mi móvil para luego pasárselo. Él teclea algo en el suyo, supongo que registrándolo y luego lo guarda.
—¿No vas a llamarla?
—Más tarde. Necesito pensar qué le voy a decir.
Va a caer. No tengo pruebas, pero tampoco dudas.
—Venga, vayamos almorzar —le digo y, como respuesta, recibo un vago asentimiento con la cabeza.
Salimos del cuarto directo a la cafetería y entre más nos acercamos, más rápido late mi pobre corazón.
Por un instante, deseo que Annalía esté lo suficientemente enojada como para preferir almorzar en la sala de oncología para no cruzarse conmigo; sin embargo, mis esperanzas se van por el desagüe a penas entro.
Está sentada en nuestra mesa habitual con el resto de mis amigos.
Lucas y yo cogemos una bandeja y hacemos la cola en espera de nuestro para nada apetecible almuerzo.
—Oye, ¿podrías no comentarle a nadie lo que hemos hablado?
Lo miro por un segundo y no disimulo la sonrisa divertida que se asoma en mi rostro.
—Nadie lo sabrá, salvo Sebas y Sofía.
Me mira con mala cara.
—De alguna forma debo vengarme por lo mucho que te has divertido a mi costa las últimas semanas. —Cruzo un brazo por encima de sus hombros—. El karma es una perra, amigo mío, no lo olvides.
Lucas resopla y se aparta de mí.
Sin dejar de sonreír, avanzo en la cola hasta tener todo mi almuerzo que, para mi sorpresa, luce mejor de lo que esperaba. Sigo a Lucas por toda la cafetería hasta nuestro grupo y con cada paso mi corazón late con más fuerza.
Annalía ríe de algo que le dice Linse y al levantar la cabeza su mirada se encuentra inmediatamente con la mía. La felicidad que manifestaba su rostro se evapora entre más me acerco y eso me hace sentir jodidamente mal.
—Hombre, apareció el desaparecido —comenta burlona, cruzando los brazos sobre su pecho.
Lucas ocupa una de las sillas vacía y me sonríe ingenuamente, aunque por dentro debe parecerse al mismísimo diablo porque la única que ha dejado libre es la que está junto a la chica que tiene mi mundo de cabezas.
Suspiro profundo armándome de valor y me siento a su lado.
—¿Cómo está Erick?
—Si te preocupara realmente, nos habrías acompañado a la quimio.
—Tenía cosas que hacer.
Rueda los ojos con fastidio.
—¿Y tan ocupado estabas que no podías contestar un mísero mensaje? —pregunta, retándome con la mirada.
—Lo lamento por eso.
—¿Y eso es todo lo que piensas decir al respecto?
—Sí.
Annalía cierra todas las cacharras de su almuerzo con fuerza, o más bien, con evidente enojo y luego se pone de pie.
—Tú y yo tenemos que hablar —dice con decisión y, honestamente, no sé si admirar u odiar que sea tan directa y que prefiera enfrentar las cosas de frente en vez de darle de largo. Justo lo que estoy haciendo yo.
Cojo la cuchara y se la muestro.
—Tengo que almorzar.
Sus bonitos ojos azules me fulminan y sin perder un ápice de valor, me arrebata el cubierto y lo coloca sobre la mesa.
—Y luego tienes que trabajar; así que, si tienes que saltarte algo, será el almuerzo. Lo que definitivamente no voy a hacer es esperar a las cinco de la tarde para hablar contigo.
Sin decir nada más, se da la media vuelta y se aleja en dirección al jardín.
—Siempre puedes pedirle que sea tu novia —susurra Sebastián que es el más cercano a mi posición—. Aun estás a tiempo.
—No. Ya he tomado mi decisión; es lo correcto.
O al menos de eso me quiero convencer. No me puedo permitir defraudar a su padre.
Respiro profundo y, consciente de que ya no puedo seguir huyendo, me dirijo al jardín.
Cuando atravieso la puerta de cristal, la encuentro sentada en un banco con la mirada concentrada en sus zapatos mientras mueve los pies con impaciencia. Elimino la distancia que nos separa y ella se incorpora con rapidez al sentirme.
—¿Qué sucede? —pregunta, aunque ya no parece tan segura como hace unos instantes.
Luce vulnerable y no me gusta ni un poco saber que es por mi culpa.
—Nada —digo, intentando sonar despreocupado.
—Nada —se burla ella—. No te creo. Hace dos noches me metiste la lengua hasta la garganta; a la mañana siguiente me dejaste entrever que las cosas podrían no terminar ahí y luego pasaste a ignorarme estrepitosamente. Y, lo siento mucho, Zack, pero ya he tenido suficiente de eso en los últimos años.
»Si piensas regresar a la ley del hielo, más te vale darme una razón y que sea de peso, porque…
—Me gustas… —Interrumpo su balbuceo, inclinándome hacia el frente, de modo que nuestros rostros quedan a la misma altura.
Sus dos perlas azul cielo se abren de par en par y si mi corazón no estuviese latiendo desbocado en mi garganta, amenazando con salirse, podría sonreír por lo linda que se ve.
—Me gustas muchísimo.
—Ah… Yo…
Se ha quedado sin palabras y eso es jodidamente raro.
—Pero eres menor de edad.
Frunce el ceño con recelo. Aquí vamos.
Trago duro y me enderezo. Ella no es tan pequeña, pero sigue siendo más baja que yo, así que le toca alzar un poco la cabeza para poder mirarme a los ojos.
—Está mal salir con una menor de edad. No son uno, dos o tres años, Lía, son casi ocho y, eso, a los ojos de la ley, es un delito. —Sonrío de medio lado—. No soy un ciudadano modelo y tengo que admitir que una vez que te besé, eso dejó de importarme, pero…
Paso una mano por mi pelo y lo revuelo.
No voy a contarle la conversación que tuvimos todos los miembros masculinos de nuestra familia, ni mucho menos la posición que tomó su papá. Lo último que quiero es que pueda resentirse con él porque, aunque me duela como hombre, yo habría hecho lo mismo si se tratase de mi hija.
—Pero vernos rodeados de nuestra familia, me hizo entender que tal vez ellos no lo vean tan bien y sí, mi primera reacción ha sido volver a ignorarte, nada maduro de mi parte, lo sé. Sin embargo, creo que mereces una explicación.
»No te estoy rechazando, Annalía; nada más lejos de la realidad. Simplemente te pido que esperemos un poco.
—Sí sabes que, aunque cumpla los dieciocho, nos seguiremos llevando más de siete años, ¿no?
—Lo sé; pero al menos no me sentiré mal cuando me pare frente a tu padre y le diga que me he enamorado de ti.
Sus ojos se abren de par en par y solo entonces me doy cuenta de lo que acabo de admitir.
Mierda.
Con el corazón latiendo aún más fuerte, doy un paso hacia ella.
—Espero que puedas entenderme —murmuro antes de acunar su rostro y dejar un suave y casto beso sobre sus labios con la esperanza de que sea suficiente para soportar los próximos meses.
Sin esperar respuesta de su parte, pues no creo poder resistirme si me dice que estoy siendo un tonto, me doy la media vuelta y regreso al interior del hospital.
~~~~~~
Espero que les haya gustado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro