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16. Ti fottero finché non sarai senza fiato

Lucas:

Tengo una familia genial.

Un padre y una madre que, si bien trabajan mucho, son atentos y amorosos; una hermana de catorce años un tanto insoportable el noventa por ciento del tiempo, pero a la que adoro con la vida; un hermano que ya tiene sus merecidas tres décadas, aunque a él lo veo poco porque vive en Italia con su esposa y tres hijos y unos abuelos por parte madre fabulosos; los paternos fallecieron antes de yo nacer y por lo que me han contando de ellos, eran igual de geniales.

Sin embargo, la familia Bolt-Andersson-Torres es la hostia de increíble. No he tenido el placer de interactuar con ellos tantas veces como me gustaría a pesar de los años que llevo de amistad con Zack, pues ese idiota evadió muchas fiestas familiares en su afán de alejar a Annalía y no fue hasta que ella se marchó al curso de idiomas, que comenzó a invitarme a las veladas. Aun así, me atrevería a decir que son de las mejores personas que he conocido, las más locas también, pero mejores a fin de cuentas.

No existe un día aburrido cuando convives entre ellos y si hay algo que admiro es, ¿cómo llamarlo? ¿Complicidad? Sí, creo que esa podría ser la palabra; es asombrosa la complicidad que hay entre todos y por eso sé que una amistad como la de Zack tengo que conservarla. Él es de los que ya no hay. Esta familia solo necesita una mirada para decirse un montón de cosas y eso me encanta, salvo cuando no me entero de nada, como ahora.

No tengo ni puta idea de qué demonios ha pasado.

Es decir, todo estaba tranquilo, lo pasábamos bien y de repente Zack termina con un golpe en la cabeza y todos, luego de intercambiar unas miradas, entraron a la casa, o mansión como mejor quieran llamarle. Mi amigo informó que iba a su sentencia de muerte y se marchó.

—¿La fiesta seguirá o aquí acaba el cumpleaños? —pregunto unos minutos después de habernos quedado solos en el patio; pero hay que entenderme, el ambiente se puso jodidamente raro de repente.

Sebas, que está a mi lado, se encoge de hombros y Sofía observa confundida la puerta por la que desaparecieron.

—¿Saben qué ha sucedido? —pregunta Annalía, al llegar a nosotros con la que creo que es su sobrina más pequeña en brazos.

—Es tu familia, guapa —dice Sebas guiñándole un ojo—. Si tú no sabes, menos nosotros.

La nena llora en sus brazos llamando a su mamá y ella se aleja de nosotros intentando calmarla. La puerta de la cocina se abre y una pelirroja despampanante, enfundada en un pantalón negro que le queda como una segunda piel resaltando sus más que generosas curvas, una blusa blanca y unos botines negros, también, de tacón cuadrado, sale al patio con una sonrisa preciosa.

—¡Tai! —grita Annalía y en unos segundos están abrazándose como si hubiesen pasado años desde la última vez que se vieron, mientras intentan no apachurrar demasiado a la pequeña entre ellas.

Repaso su cuerpo con mi mirada nuevamente y, ¡madre mía!, la ragazza está como quiere. ¿Cómo demonios Zack no me había dicho que conocía a una chica así de sexy?

Hablando del rey de Roma, acaba de atravesar la misma puerta que la pelirroja y, por lo despeinado que está, sé que lo que sea que pasó ahí dentro, no fue nada bueno. Suele revolverse el cabello cuando está frustrado.

Annalía deja a la recién llegada y se acerca a Zack quien, con gesto mortalmente serio, le responde lo que sea que ella le haya preguntado y se dirige a nosotros.

—¿Dónde demonios perdió la sonrisita tonta y el flirteo? —pregunta Sebas notando exactamente lo mismo que yo.

Zack lleva el día entero sonriéndole, hablándole con picardía haciéndola sonrojar y todo eso ha desaparecido, dejando en su lugar mucha, pero mucha tensión.

Nuestro amigo llega a nosotros y con una ceja arqueada, lo observo coger mi cerveza y empinársela hasta acabar. Luego se deja caer en la silla junto a nosotros.

—Te salvas que la cara de culo que traes me tiene preocupado, si no, te partiría los brazos por coger lo que no es tuyo. —Intento bromear, pero él ni siquiera me mira.

—¿Qué ha sucedido? —pregunta Sofía.

Zack permanece en un silencio alarmante, con la vista concentrada en la mesa junto a nosotros. Intercambio una mirada preocupada con Sebas y su esposa y, aunque tengo ganas de sacudirlo para que hable de una jodida vez, pues si hay algo de lo que no gozo es de mucha paciencia, mucho menos si es para esperar por un chisme que promete ser jugoso, no hago nada. Le dejo todo el espacio que necesita; lo conozco suficiente como para saber que está pensando en sus opciones, analizándolas una a una para luego tomar su decisión.

—¿Zack? —pregunta Sofía nuevamente, sujetando su mano con un gesto un tanto maternal.

Nosotros le decimos que ella es la mamá pollito del grupo.

Mi amigo levanta la mirada un tanto desorientado.

—¿Estás bien?

Él simplemente se encoge de hombros, respira profundo y vuelve a revolver su cabello.

—¿Recuerdan la maldición Scott? —pregunta.

Sí, creo que en algún momento nos ha hablado de eso. Tiene algo que ver con los padres de Annalía y la forma en que se conocieron.

—Resulta que toda la familia acaba de enterarse de que Annalía y yo somos las próximas víctimas.

Frunzo el ceño sin entender.

—Desde que tengo uso de razón, estar cerca de esa mocosa me ha traído muchos dolores de cabeza. He sido golpeado en tantas ocasiones que no podría ni siquiera enumerarlas y en todas, la culpable ha sido ese diablillo rubio como una vez la bauticé. Por mucho tiempo creí que solo tenía mala suerte y que ella era muy, pero muy torpe, hasta que un día me soltó esa maldita frase.

Se ríe por lo bajo, pero no suena para nada divertido.

—La misma de hace unos minutos. “Estás en el momento y lugar equivocado”. Esa es una frase icónica en esta familia y al igual que a mí solo me bastó escucharla una vez hace siete años para darme cuenta que éramos las siguientes víctimas y para que me acojonara como no tienen ideas; para ellos también fue suficiente que Annalía la dijera una vez. Todos comprendieron lo que sucedía y tuvieron una reunión exprés.

»En resumen, para no agobiarlos, Kyle Andersson no cree que yo sea adecuado para su pequeña. Para él, nos separan demasiados años y estar con ella solo provocará que queme etapas, madure antes de tiempo o yo qué sé qué chorrada más.

—¿Le dijiste a tu casi suegro lo que pasó anoche? —pregunta Sebastián con un deje de sorpresa y terror al mismo tiempo en el rostro.

La mirada que le dedica el menor de los Bolt nos deja claro que no.

—¿Por qué no dijiste nada? —pregunta Sofía—. ¿Te asustaste?

Él se encoge de hombros.

—Mentiría si dijera que no; pero no es solo eso. No puedo enfrentar a Kyle, decirle lo que siento por su hija y que quiero estar con ella, sin antes hablar con Annalía para saber qué quiere ella. Creí que lo mejor era esperar, negué cualquier cosa que pudiera vincularnos esperando que eso nos diera tiempo y espacio para conversarlo con calma y ver a donde nos dirigimos.

»No soy muy diestro en las relaciones, pero me parece que antes de presentarte a los padres de tu novia, primero tienes que tener novia. Y, técnicamente, Annalía y yo no somos nada.

—Pues ve y dile que quieres ser su novio —comento, encogiéndome de hombros.

—¿En serio, Lucas? Su padre acaba de decirme que no le gusto para ella, ¿y me dices que le pida salir?

—Sí. Te conozco, Zack; sé que nunca permitirías que Annalía se prive de disfrutar las cosas propias de su edad. ¿Que será difícil al inicio? Por supuesto, pero, ¿qué relación no lo es? Solo tienes que demostrarle a su padre que está equivocado.

—No es tan sencillo.

—¿Qué piensas hacer? —pregunta Sebastián antes de que yo pueda formular otra palabra.

Zack lo mira por unos segundos y luego suspira profundo.

—Como me digas que piensas retroceder, te golpearé por primera vez en la vida, Zack Bolt Kanz —amenazo.

—¿Y qué quieres que haga?

—Pues que luches por ella, ¡joder! Por primera vez en la vida te veo interesarte realmente por una mujer; veo en tus ojos el mismo brillo que tiene Sebastián cuando mira a Sofía; eres feliz, tío. Es que hasta sonríes como un tonto cuando crees que nadie te ve. Estás enamorado de Annalía y es jodidamente bueno. Lucha por ella.

—Tú no lo entiende, Lucas. —Se acomoda en la silla de modo que queda a escasos centímetros de mí—. Kyle es como mi padre; es de las personas que más quiero y respeto en todo el puto mundo; así que disculpa si el hecho de que no le guste la idea de que ande con su hija, me haga replantearme las cosas. Aquí no están en juego solamente mis sentimientos; si yo decido actuar en contra de su voluntad, podría terminar arruinando la relación entre todos, podría destruir a mi familia y, maldita sea, eso es sagrado para mí.

»Me gusta Annalía, sí; también creo que estoy malditamente enamorado de ella; pero siento que no es el momento adecuado. Es que es menor de edad, ¿cómo siquiera pensé que podrían estar de acuerdo con eso? Kyle no tiene nada en mi contra; estoy convencido de que, si fueran otras circunstancias, estaría gritando de felicidad y haciendo hasta lo imposible para que las cosas entre nosotros sucedan, tal y como cuando Aaron y Emma. Él sabe cómo soy, me ha visto crecer y sé que es consciente de que mejor hombre para su hija no va a encontrar. A él lo que le preocupa es cómo va a influir esa relación y esa diferencia de edad en ella, en su crecimiento y, no lo sé, pero me pongo a pensar en cómo me sentiría estando en su lugar, y creo que asumiría la misma posición.

Vuelve a recostarse en el espaldar de la silla.

—¿Significa eso que te vas a rendir?

—No —responde con rapidez y yo suspiro aliviado—. Ya me alejé de ella una vez por miedo a la dichosa maldición de su familia y aun así terminé enamorado. No me voy a rendir, pero seguiré con mi plan original, esperaré a que sea mayor de edad y esto deje de ser un puto delito porque, en el fondo, me hace sentir bastante mal esa situación. Luego le demostraré a su padre que está equivocado.

—Aclárame una cosa, Zack, porque no entiendo —comento—. ¿Qué diferencia hay entre ahora y de aquí a tres meses? Es decir, ella tendrá dieciocho y tú veinticinco, pero seguirán siendo los mismos casi ocho años de diferencia.

—Que ya será mayor de edad, Lucas; que ya no sería un delito desearla y quererla como lo hago; que podré pararme delante de su padre sin sentirme sucio y, con total confianza, decirle que estoy enamorado de su hija y que lucharé por ella. Ahí está la diferencia.

Ok. Tienes sentido.

—¿Crees poder soportar hasta que cumpla los dieciocho después de lo que sucedió anoche? —pregunta Sofía evidentemente preocupada y yo me apuesto un huevo a que no podrá.

—No —responde con sorprendente sinceridad—. Por eso hablaré con ella; le haré saber que estoy interesado, pero que tenemos que esperar, mientras tanto, me dedicaré a enamorarla y a pensar cómo carajos le demuestro a su padre que soy el adecuado.

—No estoy muy segura de cómo vas a conseguir enamorarla y no sucumbir en el proceso —comenta Sofía—; pero, mientras no decidas darte por vencido, cuentas con todo mi apoyo.

—Lo mismo digo, macho —lo apoya Sebas y yo suspiro con dramatismo llamando la atención de los tres.

—Supongo que tendré que ser el condón entre ustedes.

Fruncen el ceño.

—El que impedirá que Zack pierda los estribos y decida follársela como un conejo —explico.

Sofía y Sebas se ríen, Zack golpea mi cabeza y yo, sin dejar de reír, me sobo la zona.

Minutos después, la familia regresa como si nada hubiese pasado y la fiesta se reanuda. Incluso Zack, a pesar de todo, parece estarse divirtiendo, aunque no se acerca demasiado a Annalía y cuando ella lo hace, él se aleja sin ser demasiado obvio, aun así, estoy convencido de que a ella no le hace ni puta gracia, pues las miradas que le dedica son asesinas.

Luego del almuerzo, comienzan a llegar los mocosos y el patio de la mansión de los Andersson se convierte en un maldito caos lleno de gritos, risas y pequeñas criaturas corriendo de un lado a otro, golpeando todo lo que se interpone en su camino.

Veo a la pelirroja despampanante acercarse a la barra en busca de una nueva bebida y decido que es momento de acercarme.

Aquí entre nos, sin que me tachen de creído y prepotente, debo admitir que, además de una constitución física fuerte y una cara bonita como dice Sofía, tengo un encanto natural que atrae a las personas, no solo a las féminas y eso me ha permitido tener a la tía que me ha dado la gana. Si a eso le sumamos que mi lengua materna está dentro de los diez idiomas más sexys del mundo y que me aseguro de usar en cada ligue, casi nunca fallo.

La chica está de espaldas a mí y, a riesgo de asustarla y que al girarse me suelte una bofetada, pues el “casi nunca fallo”, significa que a veces sí pasa, me inclino para susurrar cerca de su oído.

—Ecco la ragazza piu bella della festa (Aquí está la chica más hermosa de la fiesta) —Mi voz sale ronca, sexy, de esa forma que sé que les encanta a las mujeres y la siento estremecer.

Me separo un poco pues no quiero atosigarla y ella se voltea hacia mí.

Mierda, de cerca es incluso más hermosa.

Su mirada verde claro me repara con descaro y yo sonrío de medio lado para luego imitarla. Cintura estrecha, piernas largas y firmes, pecho generoso que invita a ser acariciado y su culo llevo mirándolo desde que llegó, así que estoy convencido de que si de lejos se veía bien; de cerca debe ser mucho mejor. Definitivamente, estar tan buena debería ser ilegal.

Cuando sus ojos regresan a los míos, veo en ellos algo que no consigo distinguir del todo, ¿reto? Tal vez. Sonríe de medio lado y se cruza de brazos.

—Creo haber entendido chica, bella y fiesta —dice, levantando una mano mientras cuenta con tres de sus dedos—, así que me hago una idea de lo que has dicho; sin embargo, tengo una pregunta, ¿por lo general te funciona eso?

Sonrío ampliamente y me muerdo el labio inferior. Su mirada se dirige a esa zona y mi sonrisa se agranda.

—Sí, por lo general una frase es suficiente para mojarle las bragas a una mujer.

Tal vez eso haya sido demasiado, pero si ella es descarada, yo también.

—Eso es señal de que sales con las mujeres incorrectas, ¿no crees?

Me encojo de hombros y le hago un gesto al chico tras la barra para que me dé una cerveza.

—Tal vez no; son justo lo que necesito para pasar un buen rato.

—Y luego quedarte solo y vacío —rebate.

—Pero satisfecho.

Tomo mi bebida ya abierta y le doy un sorbo.

—Pues si es satisfacción lo que estás buscando aquí, cariño, te recomiendo regresar por donde mismo viniste.

—¿Por qué? ¿No te van los rollos de solo una vez?

—Oh, no, al contrario; pero tengo la mala suerte de que todo el que me prueba termina enganchado y no estoy para dramas.

Sin poderlo evitar, me río. Me cae bien esta chica.

—¿Tan buena eres? Hay pocas cosas en este mundo que puedan sorprenderme, ragazza. No soy de los que se pillan.

—Bueno, eso es algo que nunca sabremos. —Se encoge de hombros y yo doy un paso hacia ella, eliminando la distancia que nos separa.

—No le tires piedras al futuro, bella, puede ser de cristal. —Me inclino un poco más para susurrar en su oído—. Non c´e donna che possa resistermi (No hay mujer que se me resista).

Acaricio la piel desnuda de su brazo con la yema de mis dedos y se eriza ante el contacto. Retrocedo un paso y si no estuviese mal visto, me daría palmadas en el pecho, orgulloso, al ver sus dos perlas verdes nubladas de deseo.

—También podrías ser tú la que termine enganchada conmigo.

—Necesito más que un tío con aires de grandeza para caer.

Remojo mi labio inferior para luego morderlo. Es un gesto que solía hacer cuando joven, una extraña manía, pero desde que una chica me dijo lo mucho que eso la excitaba, lo hago a propósito. Suele captar bastante rápido la atención de las mujeres y la que está ante mí, no me decepciona. Sus ojos caen en mi boca y tengo que evitar sonreír cuando traga duro.

—No me creo nada que no sea; pruébame y lo sabrás. Prometo ser la mejor follada de tu vida.

Sus ojos se abren sorprendidos, no sé si por ser tan directo, pero se recompone rápido.

—Soy Lucas, por cierto —me presento, intentando alejar el efecto de mis últimas palabras.

Le tiendo mi mano sin dejar de sonreír y ella, aunque tarda varios segundos, acepta el saludo. Como el caballero que mi abuelo me enseñó a ser, beso el dorso y sus mejillas se sonrojan.

Joder, así se ve incluso más hermosa.

—¿La ragazza tiene nombre? —pregunto al darme cuenta que no tiene intenciones de presentarse.

—Para ti, me gusta como suena ragazza.

Un cosquilleo extraño se extiende por todo mi cuerpo al escuchar esa palabra, tan inocente, de sus muy apetecibles labios.

Sonrío.

—Ok, Ragazza, ¿eres amiga Annalía?

Sus ojos verdes me analizan con detenimiento; como si se debatieran qué tan confiable soy para hablar de sí misma y, por un segundo, tengo la sensación de que me dejará con las dudas, por lo que respiro aliviado, cuando responde:

—Mejor amiga de Annalía. Estudiamos juntas.

¡ALARMA! ¡ALARMA! ¡ALARMA!

¿Estudian juntas?

No, no, no, no…

—¿Eres…? —Me aclaro la garganta—. ¿Qué edad tienes?

Mierda.

Que no sea menor. Que no sea menor. Que no sea menor, por favor.

—¿Es importante saberlo?

—Claro que sí. Lamentablemente, si eres menor, yo me retiro. Eres preciosa, pero no quiero problemas.

Se muerde el labio inferior y yo me maldigo internamente por considerar sexy un gesto tan sencillo. Contengo la respiración en espera de su respuesta y los segundos que se toma, me parecen eternos.

—Relájate —dice riendo—. Tengo dieciocho.

Suelto el aire lentamente para que no note lo mucho que ansiaba esa respuesta.

—¿Seguro?

—Por supuesto. Nací aquí en New Mant, pero cuando mis padres se divorciaron, viví un tiempo en Actar. Al regresar hubo una serie de complicaciones, por lo que terminaron atrasándome un año en la escuela y así acabé estudiando con Lía.

Asiento con la cabeza conforme con su respuesta.

—¿Y tú?

—Veinticinco.

—¿Doctor igual que Zack?

—Futuro neurocirujano si Dios quiere.

Asiente con la cabeza y luego de darle un sorbo a su bebida, suspira con dramatismo.

—¿Sucede algo? —pregunto.

—Los hombres con bata blanca siempre han estado en el primer lugar de mi lista de tíos sexys.

Sonrío al ver que le gusta el coqueteo.

—Qué casualidad; las pelirrojas de ojos verdes y cuerpo de infarto, encabezan la mía. Es una lástima que la más hermosa que conozco no esté interesada en italianos de cara bonita.

—¿Quién dijo que tienes una cara bonita?

Me apoyo en la barra y sonrío de medio lado.

—¿No la tengo?

—Eres un creído.

—Ese es parte de mi encanto, Ragazza.

Una risa suave se desliza por sus labios y la imagen de Sebastián hace unos cuantos años, cuando conoció a Sofía, diciéndome que una de las razones por las que sabía que estaba absolutamente enamorado de ella, era porque verla reír lo hacía inmensamente feliz, pasa por mi mente desconcertándome por unos segundos.

—Voy a hacerte una pregunta, Lambordi.

—¿Cómo sabes mi apellido? —pregunto, con el corazón repentinamente acelerado.

¿Por qué sonó tan bien de sus labios?

—Puede que Annalía te haya mencionado un par de veces. Pero no te ilusiones, guapo, también me ha hablado de Sofía, Sebastián, Linse, Susy, la perra de Cristal, alias la cacatúa y su perro faldero.

Sin poderlo evitar, me río a carcajadas. ¿Cacatúa?

—¿Cacatúa?

—Cosas de Annalía. —Ondea la mano frente a nosotros para restarle atención a sus palabras.

Joder, demoraré en olvidar eso. Solo espero que no se me vaya nunca frente a ella.

—Como te decía, voy a hacerte una pregunta y tu respuesta decidirá si esta conversación sigue o no, ¿ok?

—Tú dirás.

—Si tuvieses el poder de cambiar solo una cosa de mí, ¿cuál sería?

—No te conozco, ragazza, no podría decirte.

—De lo que has visto hasta ahora.

—Nada —respondo sin dudar—. Físicamente, eres la perfección con piernas y en cuanto a personalidad, puedo decir que eres de carácter fuerte, decidida, divertida, coqueta y siempre tienes una respuesta para todo. No veo nada malo en eso; es que incluso el hecho de que no quieras nada conmigo, me gusta; hace que conquistarte sea mucho más emocionante.

Asiento con la cabeza y yo supongo que he acertado.

—¿Y crees poder conquistarme?

—No me has mandado a volar y algo me dice que eres de las que no pierde el tiempo en lo que no le interesa. Tu risa me da a entender que te la estás pasando bien y tus ojos que, si no estuviésemos en público, me habrías callado la boca a besos. ¿Me equivoco?

No responde, pero no es necesario, pues su sonrisa lo dice todo.

—Yo diría que no voy por mal camino. —Me encojo de hombros intentando lucir despreocupado, aunque por dentro estoy ridículamente nervioso.

¿Desde cuándo no me ponía así por una mujer?

La chica termina su bebida rosada que, aquí entre nos, no tengo ni idea de lo que es y coloca la copa sobre la barra.

—Tienes razón, no vas por mal camino. —Sonríe de medio lado luciendo como la mujer más sexy del mundo y luego se acerca dos pasos—. Te espero en diez minutos en la habitación que está en la tercera planta, cuarta puerta a la derecha; vamos a ver si eres realmente tan bueno como dices o si es solo tu ego hablando por ti. —Se aleja nuevamente—. Por cierto, tenías razón en otra cosa, el italiano es un idioma muy sexy y tengo mis bragas húmedas.

Me guiña un ojo y se aleja de mí en dirección a la casa mientras mi mirada descarriada no puede evitar posarse en ese delicioso trasero que se carga.

Termino de tomarme mi cerveza y luego de asegurarme de que mis amigos, los únicos que pueden llegar a notar mi ausencia, están entretenidos, sigo a la pelirroja con el corazón latiendo con fuerza contra mis cosquillas, amenazando con explotar en cualquier segundo.

No miento cuando digo que he estado con un montón de mujeres a lo largo de mi vida. Mi etapa universitaria fue un desenfreno total y hablo de amanecer hasta con tres tías en la cama, desgraciadamente, sin recordar nada, así que no me puedo jactar de haberlas hecho disfrutar a todas. Aun así, no podría contarlas; sin embargo, creo que solo dos han provocado en mí algo más que simplemente deseo sexual.

Con la primera salí por tres meses antes de que se fuera con un hombre quince años mayor que ella, fradado en plata, que le prometió la luna y las estrellas. Dejó la universidad, así que espero que le vaya bien.

Con la segunda no funcionó porque era demasiado controladora; quería saber dónde estaba las veinticuatro horas del día y eso es algo que no estoy dispuesto a soportar en una relación. Sé que mi personalidad relajada, jodedora y picaflor, da la sensación de que no me puedo comprometer con nada; pero, en el fondo, soy un tío más que desea encontrar a una mujer que me haga sentir que tengo el puto mundo entre mis brazos. Quiero enamorarme y no me da miedo admitirlo, al menos no a mí mismo. A mis amigos, creo que se los dije una vez cuando estaba de alcohol hasta el pelo.

Por esa razón, sentirme tan nervioso, emocionado y expectante a lo que está a punto de pasar, me gusta y me asusta al mismo tiempo. Me asusta porque tengo miedo a salir lastimado, a nadie le gusta que le rompan el corazón; aunque con una primera vez creo poder mantenerlo a salvo y, por otro lado, me gusta porque podría haber encontrado por fin a la chica correcta; esa que me hará reír de forma tonta como Sebastián cuando está con su esposa o ahora Zack cuando observa a Annalía.

Entro a la casa ansioso y, prácticamente corriendo, sigo las indicaciones que me dio. Una vez frente a la puerta, me detengo, respiro profundo par de veces con la esperanza de calmarme un poco y paso mis manos por mi cabello, revolviéndolo.

Toco la madera par de veces por si me he equivocado de habitación y sonrío cuando escucho su voz invitándome a pasar.

—Aquí vamos —murmuro.

Abro la puerta y una vez dentro, vuelvo a cerrarla, asegurándome de ponerle el seguro. La ragazza está en el centro de la habitación, descalza, con las manos tras su espalda, el cabello recogido en un moño alto y su labio inferior siendo atacado por sus incisivos.

Está nerviosa y saber que no soy el único, me relaja un poco.

—¿Podemos estar aquí? —pregunto solo para eliminar el incómodo silencio. La verdad es que me da igual.

—Duermo aquí cuando me quedo por las noches.

Asiento con la cabeza.

Miro a mi alrededor mientras busco en mi mente algo interesante que decir, pues por más que desee irle arriba y comérmela a besos, no quiero parecer desesperado o, peor, terminar asustándola. Además…

—Ya veo que solo era ego —comenta y yo la miro con los ojos entrecerrados—. Hablas mucho y haces poco.

Ruedo los ojos, divertido ante sus palabras.

—Y yo aquí preocupado por ser un caballero. —Doy dos pasos hacia ella mientras mi mirada curiosa vuelve a barrer ese cuerpo espléndido que la madre naturaleza le ha dado.

—¿Y quién dijo que quiero a un caballero?

—¿Y se puede saber qué quieres, ragazza? —murmuro cuando la tengo frente a frente.

—Al italiano de cara bonita que ha prometido ser la mejor follada de mi vida.

Con el corazón retumbando en el pecho, coloco mis manos en su cintura.

—Recuerdas que prometiste no enamorarte, ¿verdad? —pregunto en un susurro y ella enarca una ceja con chulería.

—¿Lo recuerdas tú?

Hombre, ¿recordarlo?, lo recuerdo. ¿Cumplirlo? Ya no estoy tan seguro.

Tal vez no pase nada, pues supongo que es demasiado pronto; pero esta chica tiene pinta de ser de las que desbaratan tu mundo en cuestiones de segundos; que te hacen replantearte hasta el más mínimo detalle de tu gran planificada vida y que te llevará a las estrellas con cada toque. Parece ser de las difíciles, de esas que no pararán de darte dolores de cabeza, pero que no te alejas porque sabes que vale la pena.

—¿Lo dudas? —Es mi única respuesta antes de estampar mi boca en la suya.

Sabe a fresa y a piña, una mezcla rara, pero jodidamente deliciosa que me nubla los sentidos por unos segundos. Cierro los ojos y me dejo llevar por el torrente de sensaciones que recorren mi cuerpo, acelerando mi corazón.

Nuestros labios bailan a un ritmo suave y cuando nuestras lenguas se entrelazan por primera vez, por muy cursi que suene, siento que algo estalla dentro de mí. Por unos instantes, pierdo la noción del tiempo y el espacio y soy consciente únicamente de ella; de su olor y del contacto de sus dedos sobre mi abdomen que no tengo ni idea de en qué momento llegaron ahí, erizando mi piel.

Acuno su rostro con mis manos y profundizo el beso arrancándole un jadeo que repercute directamente en mie entrepierna. Joder.

Ya no hay delicadeza, solo un ansia voraz, un deseo desenfrenado que altera todos mis sentidos. Nuestras manos vuelan por nuestros cuerpos, acariciándose, reconociéndose, como si quisieran grabar cada centímetro en sus palmas.

Sujetando el dobladillo de mi pulóver, lo saca por encima de mi cabeza y yo hago lo mismo con su blusa. No me da tiempo a detallar su sostén y lo que muy cuidadosamente cubren porque vuelve a asaltar mi boca y juro por Dios que nunca en la vida me habían besado de esta forma.

Nadie, jamás, me había alterado de esta forma con un beso.

Sujetándola por los muslos, la levanto y no tarda en enredar sus piernas alrededor de mi cintura mientras hunde sus dedos en mi cabello. Los jala lanzando mi cabeza hacia atrás, separando nuestros labios y no sé por qué, pero por un segundo, me siento vacío, como si hubiese perdido algo de incalculable valor.

—Punto número uno —susurra, con la respiración entrecortada, los labios hinchados y los ojos nublados por el deseo. Una imagen que me gustaría guardar en mi memoria por mucho tiempo—, besas de puta madre.

Me río.

—Y punto número dos, me arrepiento de no haberme puesto el vestido que escogí por primera vez. Este pantalón es un maldito fastidio.

—Punto número uno —susurro—. Tú también besas de puta madre y, punto número dos, vamos a quitarte ese pantalón.

Sin dejarla responder, vuelvo a besarla mientras me dirijo a la cama. Sin alejarnos ni un centímetro, la dejo caer sobre el suave colchón y solo ahí me permito abandonar sus labios para recorrer a besos cada centímetro de su piel. Bajo a su cuello y, al sentir como se estremece, paso mi lengua por toda la zona mientras se retuerce debajo de mí, y su boca produce los sonidos más dulces y excitantes que he escuchado jamás.

Continúo descendiendo y sonrío al ver el cierre de su sostén negro. Lo abro con facilidad y sus senos me dan la bienvenida al mismísimo paraíso.

No pierdo tiempo y me rindo a ellos. Sujetándolos con mis manos me dedico a besar, lamer y morder sus deliciosos pezones al mismo tiempo que los masajeo. La ragazza se retuerce de placer y justo cuando estoy a punto de seguir el recorrido, me sujeta por el cabello impidiéndome marchar.

Sonrío y sin dejar de estimular sus senos, bajo mi mano hasta el cierre de su pantalón y luego de abrirlo, con un poco de trabajo, pues las manos me tiemblan más de lo que me gustaría admitir, incursiono por debajo de sus bragas en busca de su sexo. Cuando mis dedos tocan la zona, ella jadea por todo lo alto y yo gruño, excitado a más no poder; deseando poder arrancarle de una puta vez toda su ropa y hundirme en ella.

Introduzco mis dedos en su interior. Ella suelta mi cabello para sujetarse a la sábana y me permito descender, besando y lamiendo su vientre plano hasta llegar a la faja de su pantalón. Saco mis dedos y ella gruñe en protesta. Me acuclillo frente a ella y, con su ayuda, saco la maldita prenda.

Juro, sin que me quede nada por dentro, que la ragazza sin nombre, con el cabello revuelto, los ojos entreabiertos, los labios hinchados y totalmente desnuda, es la criatura más hermosa que he visto en toda mi existencia.

Acaricio con lentitud su sexo y ella arquea su cuerpo en busca de una mayor fricción.

—Ti fottero finché non sarai senza fiato —susurro y, con un poco de dificultad, ella abre los ojos.

—¿En español?

Sonrío mientras introduzco nuevamente mis dedos en su interior. Sus ojos vuelven a cerrarse y sus jadeos llenan la habitación.

—Te follaré hasta que te quedes sin aliento, ragazza.

~~~~~~

Muchas de ustedes me pidieron conocer un poco sobre Lucas, así que aquí está.

Espero pronto poder traerles algo sobre Zack

Les gustó? Saben que este tipo de escenas y yo no nos llevamos bien.

Un beso bien grande

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