14. Lugar y momento equivocado
Zack:
En una escala del uno al diez, ¿cómo de escalofriante creen que sea mirar a una persona mientras duerme durante casi una hora?
Me atrevería a decir que muchos lo colocarían en veinte, pero para mí es lo más natural del mundo; fundamentalmente si esa persona es Annalía, una chica hermosa que parece un puto ángel cuando está tan tranquila. Está acostada en mi cama, con su rubia cabellera esparcida por toda la almohada, boca arriba, aunque con el rostro inclinado hacia mí y las manos al lado de su cabeza. Manos que, es válido destacar al ser un hecho que me fascina, están cubiertas por las mangas largas de mi camisa. Esa que, entre tropezones, se puso anoche para dormir más cómoda.
Sonrío al recordar los sucesos de la noche anterior. Desde ese bendito momento en que decidimos cruzar la línea de la amistad y durante cada beso que vino después, hasta que llegamos a mi apartamento no tan embriagados para todo lo que tomamos, pero sí bastante mareaditos. Ella no podía par de reír, es que yo decía mosca y ella se destornillaba de la risa; lo cual me hacía reír a mí también. No sabría decirles el tiempo que tardamos en poder meternos a la cama porque nos deteníamos en cada esquina a reírnos de cualquier estupidez.
Vale… Tal vez sí estábamos bastante borrachos.
En mi defensa, perdí la noción del tiempo y el espacio después del primer beso; aunque eso no me impidió ir a su habitación para asegurarme de que lograra acostarse sin que le pasara nada y luego regresar a la mía. Sin embargo, Lía tenía otros planes, pues cuando yo abrí su puerta, ella abrió la mía y cuando la seguí, ya estaba dentro de mi armario buscando una de mis camisas.
—¿Qué haces? —pregunté, sentándome en la cama.
—Buscar algo para dormir.
—Este es mi cuarto.
Me miró por encima de su hombro con el ceño fruncido.
—No me había dado cuenta ni nada —respondió sarcástica y yo volví a reír.
Ella me siguió y tuvo que sentarse en el suelo, con una camisa en la mano, para recuperar el aliento.
Joder, pensándolo bien, estábamos de borrachos para adelante como tres pueblos.
Como su familia sepa que la dejé beber tanto, me matan.
A duras penas se levantó y no reaccioné a tiempo cuando sujetó el borde de su blusa y la sacó por encima de su cabeza. En mi defensa, mi cerebro estaba más lento de lo normal, pero al ver su sujetador negro de esos tipo chupón, pues se pegan en la piel y… ok… no sé si se llaman así, pero esa es la sensación que me dio.
Bueno, ya me desvié. Cuando vi su sujetador y antes de que osara quitárselos, me di la media vuelta.
—¿Quieres que busque tu pijama? —pregunté cuando comenzó a quejarse por no poder abrochar los botones.
—¿Estás loco? Mi habitación está como a tropecientos kilómetros de aquí. Tardarías mucho en ir a buscarlo…
Me reí porque, ¿a tropecientos kilómetros? Eso fue ridículamente divertido, o al menos así lo sentí en ese momento.
—Estoy lista, mi caballero —dijo y cuando me volteé, no supe cómo reaccionar.
Por un lado, quería reírme por la forma en que mi camisa había quedado abotonada. Le habían sobrado como tres botones y justo en el medio se le veía el ombligo. Por otro lado, quise golpearme por encontrarla tan sexy. Lo juro, nunca nada me ha parecido más sexy que ver Annalía con mi camisa que le quedaba un poco más arriba de la mitad del muslo, descalza y el cabello todo revuelto.
Tuve que hacer uso de todo mi autocontrol para no abordarla y besarla como realmente quería, sin restricciones, hasta el final. Sin embargo, aun en mi estado de embriaguez, sabía que eso estaba mal, así que me metí al baño con un short de nailon y me cambié.
Cuando regresé a la habitación, estaba profundamente dormida en mi cama y yo me permití no ser tan responsable y, en vez de irme a dormir a su habitación, me tumbé a su lado. La forma en que desperté hace exactamente cincuenta y ocho minutos, valió la pena y me hizo desear que todas las noches fueran igual. La tenía abrazada por la espalda, con todo su cuerpo pegado al mío, una de mis piernas entre las suyas y una erección monumental que, gracias a Dios, ella no sintió.
Lamentablemente, por muy bien que se sintiera tenerla tan cerca, tuve que levantarme a orinar y desde entonces estoy despierto observando cómo duerme y las muecas raras que hace cuando le rozo el rostro con mi dedo índice. Le da cosquillas.
Unos golpes en la puerta principal me sobresaltan y, cuando digo golpes, no me refiero a tocar para anunciarte, no, el hijo de puta que está al otro lado y, aquí entre nos, estoy casi convencido de quién es, quiere derribar la madera. Annalía frunce el ceño y se remueve en la cama. Inmediatamente me incorporo y luego de cerrar mi habitación, me dirijo a la sala.
Cuando abro, Lucas, porque sí, obvio que tenía que ser él, tiene el puño cerrado en alto, dispuesto a volver a importunar.
—Te escuché la primera vez —protesto y frunzo el ceño al darme cuenta de que no es solo él—. ¿Qué hacen aquí tan temprano?
—Son las ocho y cuarto, macho, y me parece que tenemos un cumpleaños al que asistir.
Lucas entra sin siquiera ser invitado y Sebas y Sofía lo siguen.
—Aun así, es temprano.
—El italiano puede ser idiota a veces, pero tiene una buena razón —comenta Sebastián sentándose sin sutilezas en el sofá. Apoya la cabeza en el espaldar y se masajea las sienes—. Se me va a reventar la cabeza.
—¿Dónde está Annalía? —pregunta Sofía acomodándose al lado de su esposo.
—Dormida. —Me concentro en Lucas—. ¿Y el motivo es…?
—Que soy tu mejor amigo y he estado preocupado desde que anoche decidiste meterle la lengua hasta la garganta a la chica.
—Pensé que era eso precisamente lo que tú querías.
—Y así es, solo estaba preocupado de que hubieses actuado impulsado por el alcohol y ahora estuvieses arrepintiéndote. Creí que lo mejor era hacer de tercera rueda para ahorrarte conversaciones incómodas hasta que hubieses aclarado tu mente.
Sonrío.
Este chico puede ser insoportable a veces, pero es el mejor amigo que puedas pedir.
—Tranquilo, todo está bien. Yo estoy bien con lo que pasó.
—¿Y ella? —pregunta Sofía y yo frunzo el ceño.
—¿A qué te refieres?
—¿Ella está bien con lo que pasó o estaba impulsada por la bebida?
Estoy a punto de decir que definitivamente está bien, pero me detengo. En realidad, no lo sé. Ella pasó literalmente de no poder mirarme a la cara por un simple roce de labios a provocarme como toda una experta; a poner mi mundo patas arriba con sus besos.
—Ey, deja esa cara de espanto, tío —dice Sofía sonriendo—. No me refiero a que se puede arrepentir o algo por el estilo, pero no me sorprendería si necesitara un poco más de tiempo que tú para digerirlo.
—¿Y qué se supone que tengo que hacer?
—Ve con calma para ver cómo reacciona. El alcohol a veces puede darnos la valentía para hacer cosas que en otro momento no haríamos. Tienes que dejar que se acostumbre a la idea de lo que sucedió.
—También puede no recordar nada de lo que sucedió anoche. —Apunta Sebastián desde el sofá con los ojos cerrados y mi piel se eriza ante la idea.
Lucas se ríe y yo cojo uno de los cojines de la butaca a mi lado y se lo lanzo a nuestro amigo.
—Joder, Zack. —Abre los ojos y me mira con mala cara—. Me late la cabeza, tío.
—Pues te jodes. —Suspiro profundo y me enfrento a mi amiga. Ella es una chica, ¿no? Debería saber de esto—. Entonces, ¿crees que haya una posibilidad de que haya actuado por el alcohol?
Sofía se encoge de hombros.
—Eso solo lo sabrás hablando con ella, pero sí soy de la opinión de que deberías dejarla respirar un poco. Ve y despiértala, sé dulce y sexy como sé que sabes, pero no demasiado; mide sus reacciones y, más tarde, habla con ella.
—Más tarde estaremos rodeados de la familia. Será misión imposible hablar con ella con calma.
—Eso déjanoslo a nosotros —dice Lucas—. Nos encargaremos de que sea posible.
Miedo me da lo que sea que puedan hacer, aunque en el fondo sé que puedo confiar en ellos.
—Hagan lo que quieran, saben que están en su casa. Iré a despertar a Annalía.
Desilusionado porque no podré despertarla con besos tal y como lo había pensado, me dirijo a mi habitación. Cuando abro la puerta, me la encuentro sentada en la cama, con el pelo desgreñado y una mirada aterrada mientras analiza lo que cubre su cuerpo. Mi camisa.
Aparta el cuello de la misma, supongo para comprobar si lleva ropa interior y sus bonitos ojos se abren aún más. Mierda, tal vez Sofía tenga razón.
—Buenos días —saludo, con el corazón comenzando a acelerarse.
Cubre su pecho como si lo tuviese desnudo y me mira. En realidad, me devora con los ojos, fundamentalmente toda la zona de mi torso que está al descubierto.
—¿Estás bien? —pregunto, intentando no reír mientras me apoyo en el marco de la puerta, reprimiendo los deseos de acercarme, besarla y abrazarla.
—Anoche… —Hace una pausa y se remoja los labios resecos—. Anoche… ¿Qué pasó?
No jodas, no puedo tener tan mala suerte como para que no recuerde la que fue la mejor puta noche de toda mi vida, ¿no?
Frunzo el ceño.
—¿Pasó algo entre nosotros?
—¿De verdad estás insinuando lo que creo que está insinuando?
—Es que estoy en tu cama, desnuda y…
—A ver, Annalía, estás en mi cama, tus bragas no han abandonado tu cuerpo en ningún momento y no estás desnuda. Llevas mi camisa, una que tú misma te pusiste. Así que no, no pasó nada de lo que piensas y me ofende que me creas capaz de hacer algo así en el estado en que estabas.
Pasa sus manos por su rostro y se presiona las sienes, un indicio de que la cabeza le debe doler horrores. A pesar de que su comentario me ha enojado, decido dejarlo pasar y me acerco a ella.
—Lo siento —murmura cuando me siento a su lado—. Es que todo en mi cabeza está muy confuso.
Mierda.
—¿No recuerdas lo que sucedió anoche?
Contengo la respiración como un tonto en espera de su respuesta. Una que demora demasiado en llegar. Levanta la cabeza y su mirada cae en mis labios.
Ok… sí recuerda.
Suelto la respiración lentamente para que no note lo mucho que me preocupaba su respuesta.
—Las cosas son confusas desde que nos montamos en ese taxi.
Me río porque fue un viaje divertido.
—Tranquila. Llegamos al apartamento, te refrescaste un poco el rostro, invadiste mi cuarto, asaltaste mi armario, me robaste una camisa y tú misma te cambiaste de ropa. Luego te lanzaste a mi cama y yo estaba demasiado cansado y borracho, para qué negarlo, como para irme a otro lado a dormir.
—Hombre, suena como que cometí muchos delitos en solo una noche. De niña buena pasé a asaltante y ladrona.
Me río de su intento de broma.
—Mi camisa no fue lo único que me robaste anoche.
Vuelve a presionar las sienes antes de mirarme.
—¿Qué más me llevé? —pregunta con un puchero realmente tierno.
—Mi cordura. Te la robaste en el mismísimo momento en que me pediste que te besara.
Ok, que Sofía se meta las sutilezas por donde mejor le quepan; eso no va conmigo. Que Annalía digiera lo que sucedió anoche con calma, pero definitivamente tiene que saber que yo no actué por la bebida, sino porque me era imposible resistirme a ella.
Sus ojos me observan de par en par, visiblemente sorprendidos y yo me pongo de pie.
—Levántate, los chicos ya llegaron y aún tenemos que pasar a recoger a Erick antes de regresar a casa. Te traeré algo para el dolor de cabeza.
En lo que ella se escabulle a su habitación, yo voy a la cocina y le busco una pastilla. Luego de asegurarme de que la ingiere, la dejo lista para entrar a bañarse y me dirijo a mi cuarto.
Entre una cosa y otra, salimos casi una hora después. Lucas se va en su auto, Sebas y Sofi en el de él y nosotros en el mío. A pesar de que me gustaría aprovechar el tiempo antes de llegar a casa para conversar, la dejo en paz, pues el dolor de cabeza no ha remitido aún. Se poya en el espaldar y cierra los ojos.
Cuando llegamos al hospital vamos directo a la sala de oncología y nos encontramos con un Erick arreglado y con una mochila lista para pasar la noche fuera, sin embargo, no parece entender qué sucede exactamente. Cuando Annalía le dice que lo llevaremos a conocer a nuestra familia, el pequeño chilla y salta de la emoción. Se lanza a los brazos de la chica envolviéndola en un dulce abrazo y luego rodea mis piernas con sus manos. Le revuelvo el cabello y salimos juntos del hospital.
El viaje dura alrededor de cuarenta minutos en los que Erick no para de hablar ni un minuto. No necesito entender alemán para saber que está muy emocionado.
La fiesta de los gemelos se celebrará en la propia casa de los Andersson. No será nada del otro mundo porque Owen y Oliver son unos niños, solo quieren retozar y divertirse con sus amigos; así que además de toda la familia, solo habrán compañeros suyos de la escuela.
—¿Te duele la cabeza todavía? —pregunto cuando detengo el auto.
—Solo un poco. Al menos ya no me molesta la luz ni me late como si quisiera explotar.
—Me alegro.
Se quita el cinturón de seguridad y está dispuesta a abrir la puerta, cuando la detengo, sujetándola por la muñeca. Ella me mira mordiéndose el labio, gesto inequívoco de que está nerviosa.
—Sobre lo que pasó anoche entre nosotros, me gustaría poder hablarlo más tarde con calma.
—¿Será bueno o malo?
Frunzo el ceño sin comprender a qué se refiere.
—Lo que quieres hablar, ¿me gustará o no?
Sonrío.
—Depende. Si piensas como yo, definitivamente te va gustar.
Su mirada cae nuevamente sobre mis labios y su sonrisa se ensancha.
—Creo que me va a gustar. —Es su única respuesta antes de salir del coche y abrir la puerta de Erick.
Sonrío como un idiota, deseando que las horas pasen rápido.
Desciendo del auto y me uno a mis amigos. Annalía toma de la mano al pequeño alemán y nos guía a través del jardín. Abre la puerta de su casa y la maraña de cabello rubio que iba bajando las escaleras, chilla emocionada y se lanza a los brazos de su hermana, al verla.
—¡Estoy embarazada! —grita Kaitlyn eufórica, mientras sacude la prueba de embarazo en su mano.
—Oh, Dios mío, ¡felicidades!
Annalía vuelve a abrazar a su hermana y como dos lunáticas, saltan en el lugar emocionadas. Erick, sin entender nada, me mira un poco asustado y se aleja de la efusividad.
—¿Creen que puedan apartarse para yo poder felicitarla? —inquiero con diversión cuando Annalía comienza a hacerle preguntas una detrás de otra sin detenerse a respirar.
¿Desde cuándo lo sabes?
¿Qué tiempo tienes?
¿Qué te gustaría que fuera?
¿Ya tienes nombres?
¿Habrá boda?
¿Qué dijo Leonardo cuando lo supo?
Aclaro porque sé que no lo conocen; Leonardo de los Santos es su prometido.
Es realmente increíble lo rápido que puede llegar a hablar cuando está emocionada. Kay, por su parte, no hace más que reír, de hecho, creo que hasta una lagrimita se le escapa.
Por fin consigo que se separen y abrazo a Kaitlyn, una chica que adoro como si fuera mi propia hermana.
—Felicidades, pitufina.
La chica resopla en mis brazos y yo me río. Desde esa broma que le jugó Aaron hace ya unos cuantos años en la que terminó totalmente azul, toda la familia la llama así.
—Gracias. Estoy tan feliz.
—Y yo que tenía esperanza de que notaras lo encantador que soy y dejaras a tu novio —comenta Lucas con su dramatismo de siempre, haciéndonos reír a todos.
—Pero si es mi italiano favorito.
Lucas da un paso al frente y la abraza.
Se conocieron el año pasado durante uno de mis cumpleaños y, desde entonces, este zalamero no ha dejado de tirarle los tejos. A veces en broma, otras no tanto.
—Si fuera tu favorito, ese hijo en tu vientre fuera mío.
Ella se ríe y yo ruedo los ojos.
—Si fueras unos años mayor, me lo habría pensado.
—¿Mayor? ¿Cuántos tienes tú? ¿Veintiséis? ¿Veintisiete? Yo voy a cumplir los veinticinco. Eso no es diferencia de edad, conozco a algunos que se llevan mucho más tiempo y están coladitos el uno por el otro.
El imbécil me mira como si ya no nos hubiese quedado lo suficientemente claro de que hablaba de mí. Por suerte, Kay ni se entera.
—Me gustan los mayores, Lucas.
—¿Eso viene de familia? —Se voltea a Annalía—. ¿Te gustan los mayores, Lía?
Sus mejillas enrojecen y sus ojos se cruzan un instante con los míos. Sebas y Sofi se ríen.
—A mi hermanita me la dejas tranquilita, ¿vale? Es demasiado pequeña para alguien como tú.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Que eres un viejo, Lucas Lambordi.
El temor a que Kay no solo esté bromeando, sino que realmente considere que un hombre de veinticinco años es demasiado mayor para su hermana, me forma un nudo en la garganta. He querido creer que nuestras familias no lo verán mal, pero, si ella que es de lo más relajada y una chica de mente abierta, piensa así, ¿qué puedo esperar de Kyle o Aaron que no son más celosos y sobreprotectores porque no es posible serlo?
—Yo soy como el vino, guapa. Entre más viejo mejor. —Hace un movimiento raro con sus cejas y todos reímos—. Ya, fuera de juegos, felicidades, pero, si hay boda, quiero ser el stripper de tu despedida de soltera.
Sin poderlo evitar, rompo en una carcajada. Es que con él es imposible estar serio.
Kay, riendo, le da las gracias y procede a saludar a Sebas y a Sofía. A estos solo los ha visto dos o tres veces.
—Me alegro de que hayan venido. Ya todos están en el patio.
En ese momento, Kay nota al pequeño niño que prácticamente se esconde tras mis piernas y con una sonrisa preciosa, se acuclilla frente a él.
—¿Y este chico tan guapo?
El niño, sin soltar mis pantalones, se esconde un poco más.
Annalía, arrodillándose junto a su hermana, sostiene una pequeña charla en alemán, supongo que presentándolos. El chico, un poco más tranquilo, sale de su guarida y le da un tierno beso en la mejilla a Kay.
Kaitlyn nos dirige al patio donde prácticamente toda la familia está reunida, conversando y riendo bajo la suave melodía de la música. Si bien aún no hay ningún niño ajeno a la casa, pues primero almorzaremos solo nosotros, todo está preparado para recibir a los revoltosos. Desde muñecos inflables, columpios, toboganes, una piñata gigante que me hace preguntarme qué demonios metieron dentro, ¿pelotas? ¿bicicletas?; digo, yo recuerdo las de mi cumpleaños y definitivamente no eran tan grandes. Si eso es solo confitura, más de uno saldrá de aquí con indigesta.
Mi madre corre a mis brazos como una loca y me llena el rostro de besos tal y como hace desde que tengo uso de razón. Por un tiempo lo odié, pues es algo que hace sin importar dónde estemos o quién esté y, ¿a qué clase de niño de catorce, quince y dieciséis años le gusta que su madre lo trate como si tuviese cinco? Con el tiempo, supongo que, gracias a la madurez, dejó de importarme y ahora, si no lo hace ella, se lo hago yo.
Saludo a todos con entusiasmo y cuando llega el turno de presentar al pequeño Erick, no sabría decir cuál de todas las mujeres se enamora primero. El pobre las mira como si fueran el mismísimo diablo, pero es que Addyson, mi madre, Abigail, Emma, Sabrina, Hope, Luciana y Daniela juntas y con la intensidad a niveles supersónicos, me asustan a veces; imagínense a alguien que no las conoce.
El alemán se sujeta con fuerza a la mano de Annalía que los va presentando poco a poco y aunque al inicio se nota reticente, termina alejándose con ellas que lo sobornan con dulces.
Dos toques suaves en mi espalda llaman mi atención y, al voltearme, me encuentro con dos niños aterradoramente idénticos, tanto en físico como en vestuario. Suelo regodearme de que soy capaz de distinguirlos sin ningún problema, pero debo admitir que a veces me lo ponen difícil. Es que incluso están peinados igual.
—¿Y nuestro regalo? —pregunta uno de ellos extendiendo sus dos manos hacia el frente.
Ese sin duda alguna es Oliver, pues Owen es demasiado tímido como para atreverse a pedir algo.
—No tengo.
Oliver frunce el ceño y Owen abre los ojos de par en par como si fuera inaudito aparecerme en su fiesta de cumpleaños sin nada que ofrecer, aun así, no dice nada.
—Sí tienes —responde el más descarado.
—¿Qué te hace pensarlo?
—Que eres nuestro tío favorito y que mi madre se enojará contigo por no darnos nada.
—Y, por supuesto, no queremos que Emma se enoje.
Los dos niegan con la cabeza. Joder, son espeluznante cuando quieren.
Saco mi billetera y de ella extraigo cuatro entradas para ver el partido de su equipo de futbol favorito que tendrá lugar dentro de quince días. Los mocosos, al ver de qué se trata, chillan de alegría y se lanzan a mi cuello emocionados.
—Gracias, gracias, gracias —grita Owen.
Los dos mocosos se separan de mí y mientras el más tranquilo observa las entradas con admiración, el otro se concentra en algo a mi espalda.
—¿Quién es el niño que está con la tía?
Como supongo que solo se puede estar refiriendo a Annalía y a Erick, los busco con la mirada.
—Es un amigo mío y de Lía. Se llama Erick y es alemán. Vino a jugar con ustedes, espero que lo hagan sentir a gusto.
—¿Alemán? —pregunta Owen y yo asiento con la cabeza.
—Yo no sé hablar alemán, tío. —Oliver abre los ojos de par en par como si eso fuera un terrible problema y yo me río.
—Para jugar no necesitan hablar demasiado y si tienen alguna duda, siempre pueden preguntarle a Annalía. Eso sí, no hagan preguntas indiscretas. El niño está enfermo y no tiene mamá y papá.
Ahora que lo menciono, no se entienden el uno al otro, así que no dirán nada que lo haga sentir incómodo. Conozco a Oliver, es un preguntón. Todo lo quiere saber y no se mide para nada.
—¡¿No tiene mamá y papá?! —grita Oliver. —¿Cómo es eso posible? Todos tienen mamá y papá.
—Él no, cariño.
—¿Se murieron? —pregunta Owen.
—Algo así.
Es mejor decir eso que explicarles que lo abandonaron. Las preguntas no pararían nunca.
Con un beso en cada una de mis mejillas, los gemelos se alejan en dirección a Erick. Desde mi posición observo cómo Annalía los presenta y los incita a jugar, algo que no tardan en hacer corriendo detrás de una pelota como los fanáticos del fútbol que son.
El resto de los niños y niñas de la familia se unen a ellos y al verlos reír e interactuar a pesar de la barrera del idioma, me doy cuenta de que ha sido buena idea traerlo. El chico merece pasar un buen rato rodeado de personas que lo hagan sentir querido. Lo único que me preocupa es que se sienta peor una vez tenga que regresar al hospital.
—Oye, Zack —dice Sofía, llegando a mi lado con dos cervezas. Me tiende una y luego se sienta en una de las sillas que hay desperdigadas por todo el patio. Yo me ubico en la de al lado—. ¿Son ideas mías o Annalía pretende que alguien de tu familia adopte a Erick?
La observo con el ceño fruncido.
—Es que, ahí donde la vez, —Señala a la chica en cuestión, rodeada por mi madre, la suya, Aby, Emma, Kay, Hope, Luciana, Daniela y Sabrina—, lleva un buen rato enumerando las virtudes del pequeño. Da la sensación de que intenta convencerlas de que es el mejor niño del planeta.
Me río. La verdad es que no me sorprendería. Ella quiere lo mejor para el pequeño y estoy de acuerdo en que lo mejor es que crezca rodeado de una familia que le dé todo su amor y cariño. También estoy convencido de que la nuestra podría darle lo que necesita.
—No lo dudo —respondo— y, conociéndola, de seguro termina convenciendo a alguna. Apuesto lo que sea a que tiene sus esperanzas puestas en Sabrina ya que sabe lo que se siente crecer sola.
—Espero que lo consiga. Erick merece algo mejor que crecer dentro del sistema. Las personas no quieren niños enfermos.
Sí, es una lástima. Son los que más lo necesitan.
Le doy un trago a mi bebida, la coloco sobre la mesa a mi lado y saco mi teléfono de mi bolsillo para escribirle un mensaje.
Yo: ¿Estás subastando a Erick?
Sonriendo, la veo sacar el teléfono del bolsillo y sonreír al ver mi nombre. Digo, espero que sea por eso. Se aparta un poco de la conversación, escribe algo y no mucho después mi teléfono suena.
Lía: Sí y creo que ya todas lo aman, aunque no estoy muy convencida de que lo suficiente como para adoptarlo.
Me río.
Yo: ¿Con cuál crees que tenga más posibilidades?
Lía: Aby, aunque apuesto más por Sabrina. Estoy apelando a su corazoncito.
Yo: ¿Crees conseguirlo?
Me manda el emoji de la chica encogiéndose de hombros y segundos después, llega otro.
Lía: De lo único que estoy segura es de que estoy enojada con mis padres por no tenerme antes.
Lía: Si tuviese tu edad, lo adoptaría yo sin pensarlo, pero sigo siendo menor y mi única opción es insistir hasta que se harten de mí.
Me río. Suena frustrada.
Addyson llama su atención y ella guarda el móvil con rapidez.
Yo: Por cierto, no tuve tiempo de decírtelo esta mañana, pero estás preciosa.
Vuelve a sacar el teléfono y la sonrisa que se apodera de su rostro, es lo más hermoso que he visto jamás. Me busca con la mirada, sin embargo, antes de que nuestros ojos puedan encontrarse, Aaron se interpone en mi campo de visión.
—¿Alguna novia? —pregunta, señalando mi móvil y yo lo bloqueo inmediatamente.
—Nah, es solo un compañero de clase.
—¿Y por eso tenías esa cara de tonto?
Busco a Sofía a mi lado para que interrumpa lo que podría convertirse en la conversación más incómoda del planeta, pero ya no está.
—Tu amiga se marchó en el mismísimo momento en que se dio cuenta de que el móvil era más importante que ella.
Cojo mi cerveza y le doy un sorbo.
Aaron se sienta en la silla que minutos antes ocupó Sofía y yo miro a mi alrededor buscando a cualquiera de mis amigos para que me salve de esta situación.
—Entonces… ¿Cómo lo pasaron en el carnaval?
Por supuesto que quiere saber de eso.
Lo miro.
—Bien. Fue muy divertido.
—¿Mi hermana se divirtió?
—Eso deberías preguntárselo a ella, pero sí, creo que sí se divirtió.
—Me alegro. ¿Tienes novia?
—No —respondo sin más.
—¿Alguna chica que te guste?
—Estás muy preguntón hoy, ¿no? —Me cruzo de brazos.
—¿Te molesta? —Arquea una ceja en espera de mi respuesta.
Respiro profundo.
—No, claro que no. —Le doy otro trago a mi bebida, justo cuando siento llegar a alguien desde mi espalda.
Feliz como un demonio de que alguien haya interrumpido, me volteo dispuesto a darle la bienvenida, pero el alma se me cae a los pies cuando veo a Kyle.
¿Se puede volver esto más incómodo?
Se sienta en la silla al otro lado de la mesa.
—Ey, ¿cómo se portó, Lía?
—Yo también estoy bien, tío Kyle, gracias por preguntar.
El que podría convertirse en mi suegro, arquea una ceja.
—No le hagas caso. Está irritado —comenta Aaron y no hay que ser muy inteligente para notar la diversión en su voz.
—¿Me vas a responder o no, mocoso?
—Annalía es una buena chica. Se portó bien.
—¿Ningún muchacho intentó acercársele?
—Me aseguré de dejarles claro de que como intentaran algo, estaban muertos.
Kyle sonríe orgulloso y antes de que pueda decir algo, otra persona se une a nuestra conversación.
Genial.
Mi padre nos tiende una cerveza a cada uno y luego toma asiento a mi derecha.
—¿De qué hablan?
—De cómo mi querido primo se aseguró de que ningún hombre se acercara a mi hermana en toda la fiesta.
—No somos primos —mascullo entre dientes porque, si bien nunca me molestó pues nos criaron exactamente así, ahora lo detesto.
Definitivamente Annalía y yo no somos familia.
Aaron suelta una carcajada y entre mi padre y el suyo se dedican una mirada confundida.
—Entonces, ¿qué hiciste para asegurarte de que no se acercaran? —Vuelve Aaron al ataque y por una fracción de segundo me pregunto si él sabe algo o lo sospecha.
Inmediatamente me digo que no, pues si Annalía le hubiese dicho algo, esta conversación sería muy diferente. Es más, ni siquiera creo que pudiésemos llamarle conversación.
—Bailar con ella y no dejarla sola ni un segundo —respondo intentando sonar lo más casual posible.
—Ese es mi chico —responde mi padre con orgullo.
Si él supiera que le metí la lengua hasta el fondo de la garganta, tal vez no dijera lo mismo.
—¡Cuidado! —grita alguien a lo lejos y, antes de que pueda hacer nada, algo golpea con fuerza la parte posterior de mi cabeza, dejándome ligeramente aturdido.
—¿Estás bien? —pregunta mi padre y yo llevo una mano a mi sien.
Unos metros más a mi derecha, reposa la pelota con la que los niños jugaban al futbol, lo que me dice exactamente qué demonios ha pasado, sin embargo, cuando me volteo dispuesto a pedirles que tengan cuidado, me encuentro con Annalía en el centro del patio, con las manos en su boca y los ojos abiertos de par en par. Inmediatamente, todos los pequeños, incluido Erick, no sé si porque ven el cabreo en mí, la señalan a ella.
Mierda.
Todos a nuestro alrededor están en silencio, nadie se mueve y cuando Annalía baja las manos y una sonrisa pícara se abre paso en su rostro, sé lo que pasará a continuación.
No lo digas.
No lo digas, por favor, no aquí.
No lo…
—Zacky, en serio, —Coloca las manos en su cintura—, aun me sorprende que, después de tantos años, continúes arreglándotelas para estar siempre en el lugar y momento equivocado.
Cierro los ojos.
Mierda y más mierda…
Miro a mi padre, quien a su vez observa a Kyle, el que intercambia una rápida mirada con Aaron y luego se voltean a Maikol. El pobre estaba en la parrilla friendo la carne y se ha quedado con la espátula en la mano. Dylan y Daniel se miran entre ellos y, por si fuera poco, cuando observo a las mujeres de la familia, todas, sin excepciones, se dirigen al interior de la casa en absoluto silencio.
Las sillas a mi lado comienzan a correrse y veo a mis acompañantes alejarse en la misma dirección. Parece una puta película donde necesitan una reunión de urgencia HOMBRES VS MUJERES y lo que más asusta de todo esto, es que solo les bastó una puta mirada para entender que necesitaban hablar y analizar la situación.
—¿Qué acaba de suceder? —pregunta Sebastián llegando a mi loado. Lucas y Sofía lo acompañan.
Paso mis manos por mi rostro y luego de suspirar profundo, me levanto.
—Mi condena de muerte.
Es mi única respuesta, antes de obligarme a entrar a la casa. Annalía se acerca a mí igual de confundida.
—¿Sucede algo?
Me obligo a sonreírle.
—Tranquila, cuida a los niños un rato.
Sin esperar respuesta de su parte, sigo al resto de la familia. Mientras las mujeres caminan en dirección al segundo piso, los hombres van al despacho de Kyle y justo cuando estoy a punto de entrar, me detiene.
—¿Qué haces? —pregunta Kyle.
—Lo mismo que ustedes.
—Esta es una conversación de adultos, Zack.
—Soy adulto.
—Vale. Esta es una conversación solo entre nosotros. —Se encoge de hombros.
—Sí recuerdas que fui parte de la apuesta entre Aaron y Emma, ¿verdad? Sé de sobra lo que van a hablar y me parece que, dado que me involucra, tengo derecho a estar presente.
El hombre ante mí que a pesar de la edad luce igual de imponente que siempre, me analiza detenidamente y, segundos después, me abre la puerta. Vacilo unos segundos antes de adentrarme a la cueva del lobo.
Que Dios me ayude.
~~~☆☆~~~
¿QUÉ LES PARECIÓ EL CAPÍTULO?
Espero que les haya gustado, mañana habrá otro y lo narra Kyle, el amor de mi vida...
Un beso
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