12. ¿Me estás coqueteando?
Zack:
—Venga, terminemos esa lasaña. Tengo hambre.
Me alejo de ella y voy directo al refrigerador para sacar dos cervezas. Le tiendo una y luego de abrir la mía, le doy un largo trago. Pongo un poco de música para distraernos y nos ponemos de lleno a terminar nuestra cena. Una hora después, tenemos la lasaña encima de la isla de la cocina.
—Joder, huele delicioso —murmura mientras se acerca a ella olisqueándola.
—Dame diez minutos para darme un baño, ¿vale?
Ella asiente con la cabeza y me dice que mientras tanto, verá un poco de televisión. Quince minutos después, salgo de mi habitación vestido únicamente con un short y cuando llego a la cocina, lo primero que noto es que ha puesto la mesa, ¿lo segundo?, que me está comiendo con los ojos.
—¿Te gusta lo que ves? —pregunto sin poder detenerme y sus mejillas se sonrojan con rapidez.
—Si no fueras tú, puedes apostar que sí.
Enarco una ceja, un poco divertido, mientras me cruzo de brazos flexionando mis músculos. Sus ojos curiosos se desvían unos segundos a esa zona y se humedece los labios con la punta de su lengua.
Mierda.
—¿Si no fuera yo? —pregunto, regresando mi atención a la conversación, pues ese gesto ha sido jodidamente sexy.
Se aclara la garganta.
—Sí, ya sabes. Familia.
—¿En serio? Porque yo pienso que eres preciosa y definitivamente no te veo como familia.
Frunce el ceño.
—No logro identificar si lo dices como algo bueno o malo.
Sonriendo, me acerco a ella y golpeo la punta de su nariz con mi dedo índice.
—Definitivamente es algo bueno.
Le sostengo la mirada durante unos segundos para luego bajarla a sus labios. A sus muy apetecibles labios; esos que me muero por besar, morder, saborear. ¿Por qué tiene que ser menor de edad?
—¿Me estás coqueteando? —pregunta de repente y juro que, si no me hubiese tomado desprevenido, me estaría riendo ante su confusión.
Una parte de mí me dice que debo negar su pregunta y alejarme, pero estoy demasiado cansado de hacer eso, así que sonrío de esa forma que sé que derrite a las tías.
—¿Te molesta?
Annalía abre la boca, pero la vuelve a cerrar. Repite el gesto varias veces y yo decido apiadarme de ella, así que me alejo. Tampoco quiero asustarla.
—Mejor comamos.
Asiente con la cabeza como única respuesta y me uno a ella en la mesa. Corto la lasaña y nos sirvo una buena porción para cada uno.
—Oh, Dios míos, ¡está delicioso! —chilla y por si no fuera suficiente, se le escapa un gemido que me hace imaginarla en mi cama, desnuda y disfrutando de todo lo que llevo tiempo deseando hacerle.
Sí, lo sé, estoy jodido.
—Mierda, ¿quieres casarte conmigo? —pregunta de repente—. Prometo que, si me cocinas así, hago lo que quieras.
—“Lo que quiera”, es un término bastante amplio, Annalía; no deberías proponérselo a cualquiera. Y, sobre tu propuesta de matrimonio, me lo pensaré. —Le guiño un ojo y ella lleva otro bocado a su boca.
Sonrío cuando cierra los ojos, degustándola. Dios, es preciosa.
—Tú no eres cualquiera —dice luego de beber un poco de cerveza—. Confío en ti. Y sobre el matrimonio, era una broma. Solo me casaré si me lo piden con el mismo romanticismo con el que mi hermano se lo propuso a Emma o Bryan a Lu o Dylan a Dani. Estoy enamorada de la historia de esos tres.
Chiflo divertido.
—Eso está difícil de superar.
—Sí, ¿verdad? —Se encoge de hombros—. Tal vez deba bajar el listón un poco.
—No lo hagas; nunca esperes menos de lo que mereces. El hombre que se crea digno de compartir su vida contigo, tendrá que esforzarse para conseguirlo y, si no lo hace, es porque no te merece.
—Gracias.
Asiento con la cabeza como única respuesta.
Terminamos de cenar entre charlas triviales en las que ella me cuenta un poco sobre sus dos años recorriendo el mundo y yo le hablo de mi época de estudiante universitario. Si soy honesto, yo pensaba que había disfrutado esa etapa de mi vida; comparado con sus anécdotas, las mías parecen aburridas.
Estamos tan entretenidos y a gusto, que el tiempo pasa sin que nos demos cuenta, hasta que, mi siempre chismoso mejor amigo, me envía un mensaje con una simple pregunta: “¿Ya la besaste?”
Mi primera reacción es resoplar y estoy a punto de mandarlo a la mierda cuando veo la hora. Ocho y cincuenta y ocho minutos de la noche.
—Joder, Annalía, qué tarde. Ve a vestirte, ya friego yo.
—Yo lo hago.
—Yo me visto rápido. Tú eres una tía y las tías necesitan horas para arreglarse. A ti te queda solo una.
—Vale, pero, solo para que conste, yo no soy como las otras tías.
Eso ya lo sé.
Veo a Annalía alejarse hacia su habitación y mi mirada descarriada se posa unos segundos en el movimiento de su trasero al caminar. Respiro profundo.
Les voy a ser cien por ciento honesto: me gusta su trasero y me siento jodidamente sucio por eso; por imaginarla de todas las formas y circunstancias en que lo hago; por admirar la perfección de todo el maldito cuerpo que la madre naturaleza le ha dado, fundamentalmente porque es menor de edad y porque su padre y su hermano me matarían si supieran los pensamientos subidos de tono que tengo con ella. Me avergüenza decir incluso que me he empalmado pensando en ella o que he soñado con follarla de mil formas y en mil lugares diferentes; pero al menos tengo la conciencia tranquila: nunca me he masturbado con ella en mi mente. He preferido optar por una ducha fría sin importarme la hora y, aunque no es suficiente, me permite mantenerme a raya.
Intentando alejar los pensamientos indecentes de mi mente, friego los trastos y luego voy a mi habitación a vestirme. No mucho después, salgo y me tiro al sofá a esperar a que Annalía termine y los idiotas de mis amigos lleguen. Enciendo el televisor y no han pasado ni diez minutos, cuando tocan la puerta.
Miro la hora en el reloj de la pared y frunzo el ceño al ver que son solo las nueve con cuarenta y cinco minutos. Mis amigos no suelen ser puntuales, mucho menos adelantarse. Por eso es que me sorprendo cuando al abrir, me los encuentro a todos.
Sin esperar una invitación de mi parte, entran como Pedro por su casa.
—¿Qué hacen aquí tan pronto? —pregunto cuando cierro tras ellos.
—No respondiste mi mensaje. —Es la respuesta de Lucas.
—Era un mensaje tonto, Lambordi.
—¿En serio? Y yo que estaba preocupado de que estuviesen divirtiéndose en la cama. Nos hemos adelantado para evitar que cometieras una tontería, si es que aún no la has cometido, claro.
—No le hagas caso, Zack —dice Sofía—. Solo estamos aquí porque es un chismoso que lleva dándonos la lata para que nos apuremos desde hace más de una hora.
—Tú también estabas loquita por saber, Sofí, no te hagas.
La chica simplemente sonríe, confirmando así sus palabras.
—Entonces, ¿ya cometiste una locura o no? ¿La besaste?
Ruedo los ojos ante la insistencia de mi amigo.
—Eres un pesado, Lucas.
—Joder, pero responde. ¿Lo hiciste o no?
Linse y Susy se ríen.
—No, Lucas, no he hecho nada. —Aunque ganas no me han faltado—. Solo cenamos, ¿ok?
Pero no me responde. Su atención ha sido capturada por algo más que está justo detrás de mí.
—Hostia puta —murmura el italiano y al voltearme, me encuentro a Annalía en el centro de la sala, observándonos a todos.
«Hostia puta». Repito las palabras de mi amigo en mi mente.
Definitivamente ella tiene planeado acabar con el poco autocontrol que me queda. Lleva un vestido un poco más corto de los que la he visto usar hasta hoy, negro, pegado a su cuerpo como si fuera una segunda piel, con la curva de su cintura al descubierto, abrochado tras su cuello y un óvalo en el centro del pecho que desciende un poco mostrando el valle entre sus senos. Complementa el vestuario con unas zapatillas blancas, una pulsera tobillera de oro en su pierna derecha y un moño alto con muchas ondas que contrarresta con su liso habitual. El maquillaje, si bien es sencillo, es negro también.
En fin, está jodidamente preciosa.
—Juro por mi madre que, si no estuviese totalmente enamorado de mi esposa, esta noche intentaría conquistarte. Estás guapísima, Annalía y espero que no te molestes, cariño.
—Tranquilo, si me gustaran las mujeres; definitivamente yo lo intentaría —responde Sofía—. Vas a arrasar esta noche, cielo.
¿A qué coño se refiere con arrasar?
—Pues yo estoy soltero y definitivamente tengo ganas de conquistarte. —Esta vez es Lucas, que confianzudo como el solo, se acerca a Annalía y, tomándola de la mano, la hace girar en su lugar.
Genial. El vestido tiene casi toda la espalda al descubierto.
Mi amigo, tan adulador como siempre, hace una leve reverencia y besa el dorso de su mano sin apartar los ojos de los de ella.
Me cago en su madre. ¿Saben cuántas veces lo he visto hacer un eso? No podría contarlas, pero puedo asegurarles que han sido muchas y siempre, SIEMPRE, funciona. Las tías caen redonditas a sus pies.
Me acerco a él y le doy un cocotazo.
—¡Oye! —se queja, mientras se soba la zona.
Es un dramático. No le di tan fuerte.
—Deja de hacer el ridículo, Lambordi —le reprendo y él muy idiota solo se ríe—. Larguémonos ya, si estás lista, claro.
—Un momento —dice antes de regresar corriendo a su cuarto y salir, unos de segundos después, con una sencilla cartera colgando de su hombro—. Lista.
Mis amigos comienzan a salir de uno en uno de mi apartamento y yo me quedo un poco rezagado, esperando conseguir algo de intimidad.
—¿Sucede algo? —pregunta Annalía, luego de que sale el último y nota que yo ni me he movido.
—Estás preciosa. —Es mi única respuesta y ella aparta la mirada un poco avergonzada, aunque no se me escapa la dulce sonrisa que aparece en su rostro.
Me acerco a ella y le tiendo mi mano.
—No te separes de mí en toda la noche o creo que muchos van a salir con la nariz rota.
Arquea una ceja.
—He prometido protegerte con mi vida.
—¿A mi padre o a mi hermano? —Toma mi mano y nos dirigimos a la salida.
—A Erick.
Sus bonitos ojos azules me miran con sorpresa y yo le cuento rápidamente cuando me pidió o más bien me ordenó en español que la cuidara. Está de más decir que la sonrisa que se adueña de su rostro, es preciosa.
Cuando salimos a la calle, ya mis amigos están en la limosina esperando. Sí, como escucharon, limosina. Resulta que la familia de mi querido amigo italiano, es súper millonaria y a él le encanta hacer alarde de eso de vez en cuando. No es el primer viaje que hacemos de manera tan elegante, aunque solo vayamos a un garito cualquiera a tomarnos unos tragos. Él es así de idiota, pero no se dejen engañar, es una de las mejores personas que conozco en el mundo y, aunque dramático y jodedor, tiene un corazón de oro. Es más, me atrevería a decir que es el más noble de nosotros tres.
Annalía jadea al ver el vehículo y bajo la atenta mirada de Sebastián y Lucas, la ayudo a subir. Ella se sienta en el medio de Linse y Sofía y yo tomo lugar al lado del italiano.
Como la ciudad no es tan grande, no tardamos más de quince minutos en llegar y una vez nos bajamos, me quedo con la boca abierta al ver dónde nos han traído esta partida de locos; aunque, conociéndolos, no debería sorprenderme.
El carnaval se lleva a cabo en alrededor de cinco cuadras y cada una está destinada a un público en específico. Nosotros estamos en la de las atracciones; el lugar favorito de Sebas, debo decir, pues, aunque esté casado, es un niño en el cuerpo de un hombre. Sin embargo, hay que admitir que hay juegos realmente buenos que nos han hecho pasar ratos increíble varias veces.
—No sé ni por qué me sorprendo de estar aquí —murmuro.
—Oh, vamos, Zack; en el fondo te gusta y, que sepas que no se puede decir que has ido a un carnaval si no pasas por aquí. ¿No es así, Lía?
—Supongo.
—Pues divirtámonos a lo grande —murmuro.
Por las próximas dos horas, nos la pasamos de atracción en atracción. Desde las más suaves hasta esas un poco más moviditas que amenazan con sacarnos la cena y, no lo voy a negar, me la paso de maravilla. Fundamentalmente, porque Annalía no deja de reír en ningún momento y Dios sabe que se ve hermosa cuando lo hace. Es adictivo escuchar su felicidad. Por otro lado, está tan relajada que no sé si es consciente de que cada vez que caminamos, toma mi mano y me arrastra junto a ella por todos lados. Es un gesto sencillo e inocente, que provoca un sinfín de sentimientos en mi interior ajenos para mí hasta no hace mucho.
Lucas propone subir a la Noria y no quiero que piensen que es una nenaza por sugerir algo como eso; no, por la mirada que me dedica el muy hijo de puta, sé que solo pretende que Annalía y yo nos quedemos a solas en un espacio reducido y con buenas vistas. Una escena que muchos enamorados suelen aprovechar para avanzar en su relación y, aunque sé que es una pésima idea teniendo en cuenta que mi autocontrol se está agotando, no puedo negarme al ver la mirada ilusionada de Annalía.
Nos ubicamos en la cola que gracias a Dios no es muy grande y entre bromas, esperamos a que llegue nuestro turno. Unos niños, de no más de diez años se bajan y salen corriendo; Linse y Susy y, bueno, Lucas que se mete a la cañona, entran al carrito que ellos han dejado libre. En el siguiente se suben Sebas y Sofía y, justo cuando nos toca a nosotros, veo a una niña caer al suelo y romper a llorar.
Me acerco a ella para asegurarme de que esté bien y me dice que le duele mucho el pie. Le quito la sandalia y se lo reviso para asegurarme de que no sea una fractura, pero gracias a Dios, no parece nada grave, así que se lo masajeo un poco para aliviar el dolor y unos segundos después, secándose sus mejillas con sus pequeñas manitos, me dedica una sonrisa, me da las gracias y se incorpora. Su madre, que en algún momento llegó a nosotros, la carga y luego de agradecerme, se alejan.
Regreso con Annalía que me observa sonriendo y juntos nos montamos a la Noria. Con lentitud, comenzamos a subir y yo me permito relajarme mientras observo el paisaje que comienza a quedar bajo nuestros pies. Ella, por su parte, no deja de mirarme ni un segundo.
—¿Qué? —pregunto, prestándole toda mi atención.
—Eso fue muy dulce.
—Es mi trabajo.
Ella se ríe por lo bajo.
—Aún no puedo creer que alguien como tú se haya convertido en doctor.
—¿Qué se supone que significa alguien como yo? —pregunto, con las cejas arqueadas.
—Provienes de una familia de arquitectos, Zacky. Tu padre y tus dos hermanas. Cuando pequeño, solías decir que seguirías sus pasos; sin embargo, cuando llegó la hora de decidir, optaste por medicina. Siempre he tenido curiosidad, pero nunca pude preguntarte porque no me hablabas.
Ok, parece que eso no lo va a olvidar tan fácil, pero no la culpo. Fueron siete largos años.
—La medicina me eximía del Servicio Militar.
—No eres tan básico; estoy convencida de que esa no es la razón.
Sonrío agradecido de que, a pesar de todo, me conozca tan bien. Suspiro profundo.
—Cuando tenías como cinco años, no sé si lo recuerdas, mis padres tuvieron un accidente provocado por Delion Archer.
Ella frunce el ceño, supongo que haciendo memoria.
—No recuerdo mucho de esa época, pero sí conozco la historia.
—Estuvieron bastante mal. Por un momento llegamos a creer que no saldrían de ese quirófano y juro por Dios que ese ha sido el peor día de mi vida. La incertidumbre de no saber cómo estaban o si podría volver a verlos, me asfixiaba. Intenté permanecer fuerte a pesar de ser un crío, pues mis hermanas estaban devastadas. Yo estaba aterrado y no podría explicarte el alivio tan grande que sentí, cuando Abigail salió y nos informó que el peligro había pasado.
»Se me aflojaron las piernas y por un instante creí que no había nadie más cool que ella. Era como un Dios en la Tierra.
»Me gustaba la arquitectura, sí; pero ¿qué le iba a aportar al mundo? ¿Más casas? ¿Más hoteles? Esas fueron alguna de las preguntas que me hice esa noche. No podía hacer nada que otro no pudiese hacer; sin embargo, como doctor, aun cuando hay un montón el todo el mundo, sí podría marcar la diferencia.
»Saber que hay miles de personas diariamente en las salas de espera, con el corazón en la boca, la incertidumbre no de saber si volverán a ver a ese ser querido detrás de la puerta, el miedo, las lágrimas y que yo, de alguna forma, con mi trabajo, podría entregarles un poco de consuelo; hacer que vuelvan a respirar con normalidad, me emocionaba. La idea de convertirme en médico, me daba un propósito realmente importante y, aunque al inicio no estaba del todo convencido, cuando tuve la boleta para decidir qué quería estudiar en frente, no me lo pensé dos veces. Medicina fue mi única opción, el resto de las casillas quedaron en blanco y me prometí que daría siempre lo mejor de mí.
—Pero no siempre puedes dar las buenas noticias. Las personas mueren.
—Sí, lo hacen.
Hago una pausa mientras mi mirada se centra en el paisaje frente a mí. La ciudad de Camert, cubierta del manto oscuro de la noche e iluminada por las luces del carnaval, es una imagen digna de admirar. Distraídamente, tomo la mano derecha de Annalía y me dedico a jugar con sus dedos.
—La muerte es la ley de la vida; inevitablemente todos terminaremos ahí. Sin embargo, tengo en mis manos la posibilidad de alejar ese momento lo más posible. No siempre funciona, pero la mayoría sí y es bastante gratificante. Enriquece el alma mucho más que cualquier riqueza, eso tenlo por seguro.
—¿Y por qué aquí y no en Nordella, o Korok?
Sonrío.
—Nordella tiene a Abigail y a otros más como ella. Excelentes profesionales, graduados de las mejores universidades. Aquí no es igual; necesitan más personal cualificado, que estén dispuestos a sacrificarse por la causa. No estoy quitándole el mérito a ninguno de los que trabajan en el Santo Tomás, porque sé lo mucho que se esfuerzan; pero, desgraciadamente, como está la vida, la personas estudian medicina más por el dinero que por otra cosa. Se ha ido perdiendo un poco ese humanismo que debe caracterizar a aquellos de mi profesión. Esto no es diagnosticar una enfermedad y que venga el siguiente; esto tiene que gustarte para hacerlo bien; hay que ponerle corazón e increíblemente, yo tengo mucho de eso.
—Zacky…
Desvío mi atención del horizonte y me centro en ella, que me observa con los ojos brillantes; no sé si por las luces o por algo más.
—¿Qué?
—El día que quieras impresionar a una chica, dile estas mismas cosas. Estoy convencido de que quedará enamorada totalmente.
Me río ante su ocurrencia y, sin darle tiempo a reaccionar, me acerco a ella de modo que nuestros rostros quedan a escasos centímetros.
—¿Te has enamorado tú?
No dice nada, pero su mirada es tan intensa que habla por sí sola y, aunque es un idioma bastante complicado, creo encontrar en ella la respuesta a mi pregunta. Yo solo espero que sea real y no producto de mi imaginación.
Cambia de tema y yo, sonriendo, se lo permito, pues si hay algo que no quiero es presionarla. Tengo tres meses para que ella se sienta como yo, totalmente cautivada conmigo como lo estoy yo con ella.
Cuando bajamos de la Noria, ya nuestros amigos nos están esperando y sé que siempre digo que no entiendo bien el lenguaje de las miradas, pero Lucas puede llegar a ser tan básico en ocasiones, que sé de sobra que, sin palabra alguna, quiere saber si pasó algo entre nosotros. Me limito a rodar los ojos y negar con la cabeza. La mueca que hace con sus labios me confirma que lo he entendido a la perfección.
Al día siguiente, me despierto a las once de la mañana, exhausto y luego de asearme, me dirijo a calentar la lasaña. Ya a esta hora es por gusto desayunar, así que dejo a Lía descansar un poco más.
Aprovechando la tranquilidad de la casa, decido llamar a Abigail para ver si hay alguna posibilidad de que permitan que Erick vaya mañana con nosotros a la fiesta. Ella tiene buena relación con el director del hospital.
—¿Cómo está mi sobrino favorito? —pregunta Aby a penas descuelga.
—Pensé que ese era Aaron.
—Cuando vuelva a hablar con él, lo será.
Me río ante su descaro.
—Mujer inteligente. Todo bien por aquí, ¿ustedes?
—Con un dolor de columna que me está matando, pero, por el resto, genial. Addyson está abusando de nosotras; no veo la hora de que pase el cumpleaños de los gemelos.
Me río por lo bajo. Me las imagino queriendo prepararlo todo. Son de las que prefieren hacer las cosas ellas mismas antes de tener que llamar a algún profesional para que les ayude.
—Hablando del cumpleaños, tengo un favor que pedirte.
—No pienso inventarme ninguna excusa para que te escaquees de asistir.
—¿Por qué haría eso?
—Yo qué sé, se me acaba de ocurrir. ¿Qué necesitas?
—Hay un niño en la sala de oncología, tiene seis años y es alemán. Annalía y él están muy unidos; demasiado diría yo. Ella quiere llevarlo mañana al cumpleaños de los gemelos, pero es huérfano y está bajo la custodia del hospital. A nosotros no nos permitirán llevarlo así porque sí, por eso me preguntaba si tú, que tienes buenas relaciones con el director, podrías intervenir.
—¿Qué tiene el pequeño?
En lo que se termina de calentar nuestro almuerzo, voy a la sala y me lanzo al sofá.
—Tumor de Wilms.
—Annalía no debería involucrarse sentimentalmente de esa forma. El chico tiene amplias posibilidades de vencer la enfermedad; pero siempre hay un margen para las complicaciones.
Ya, eso no me lo tiene ni que decir. Como a Erick le pase algo, Annalía quedará destrozada.
—¿Podrías tú no involucrarte?
—No. Soy una blanda. Si por mí fuera me quedara con cada niño que he conocido en esas circunstancias y he llorado a los que no han sobrevivido como si fueran parte de mi familia. Veré qué puedo hacer.
—Gracias, tía Aby.
—¿Y cómo la está pasando ella?
—Bien, ha sido una noche divertida. Está dormida todavía.
—Me alegro mucho, cariño; pero debo dejarte. Addy ya me está buscando de nuevo. Sigan divirtiéndose, pero con cordura.
—Soy un hombre responsable.
—Lo sé. Dale un beso a Lía cuando despierte. Otro para ti. Nos vemos mañana.
—Nos vemos. Dale saludos a todas las mujeres por allá.
La tía Aby cuelga y yo espero tranquilamente a que el micro suene avisando que ya ha terminado.
—Hola.
Me sobresalto al sentir la voz de Annalía y me incorporo, observándola por encima del espaldar del sofá.
—Hola.
—¿Hace mucho que estás despierto?
Niego con la cabeza y ella se acerca a mí, hasta sentarse a mi lado. Lleva el mismo piyama que usó el fin de semana pasado, sin embargo, para mi mala suerte, justo ahora no tiene sujetador y se le marcan los malditos pezones. Trago duro y haciendo uso de toda mi fuerza de voluntad, me obligo a centrar mi mirada en la suya sin desviarla ni un centímetro hacia abajo, aunque ganas no me faltan. Tiene el pelo húmedo alrededor de su frente, lo que me da a entender que se ha lavado el rostro.
No la sentí ni entrar ni salir de baño.
—¿Cómo dormiste?
—Como una piedra. Estaba agotada.
El micro pita anunciando que nuestro almuerzo está caliente y ella se para de inmediato.
—Lasaña —susurra antes de salir corriendo hacia la cocina.
Riendo, la sigo y la ayudo a poner la mesa. Nos sentamos a almorzar y no sé si es el hambre abismal que tengo, pero hoy me sabe mucho mejor que ayer. Cuando terminamos, ella se empeña en fregar los trastos y luego nos acomodamos en el sofá para ver un maratón de películas.
Hacía mucho tiempo que no dedicaba una tarde a no hacer nada, a descansar, pues los sábados libres mis amigos siempre tienen un plan diferente al que yo no dudo en sumarme y los domingos casi siempre voy a ver a mi familia. Así que estar aquí en casa, con una compañía excelente, tomándonos unas cervezas y riendo a carcajadas por las estupideces de los protagonistas de las películas, pasa a convertirse en algo que, definitivamente, quiero hacer más a menudo.
Mi teléfono suena avisando de la entrada de un mensaje y el corazón se me dispara por unos segundos: “El lunes a las nueve de la mañana Erick Meller tiene que estar en el hospital sin falta para la quimio”.
Sonrío feliz al sabernos con permiso y le escribo rápidamente un escueto gracias porque me muero por ver la reacción de la rubia a mi lado.
—¿Quién crees que se enamore primero de Eric, mi madre o la tuya? —pregunto cómo quien no quiere la cosa y ella me mira sin entender.
Frunce el ceño y yo enarco mis cejas mientras una sonrisa se va abriendo paso en mi rostro. Sé el momento justo en que se da cuenta de lo que esa pregunta implica, pues sus ojos se abren desorbitados. Chilla emocionada y, sin darme tiempo a reaccionar, se lanza hacia mí. Yo, que estaba sentado medio inclinado hacia ella, pierdo el equilibrio debido al impulso, y caigo hacia atrás maldiciendo interiormente a toda mi ascendencia por parte de madre, salvo al abuelo, al sentir su esbelto cuerpo sobre el mío.
—Gracias, gracias, gracias —dice repetidamente, intercalándolo con chillidos histéricos y besos por todo mi rostro que, si bien me hacen reír por su repentina espontaneidad, provocan que las mariposas en mi vientre alcen el vuelo enfurecidas—. Eres el mejor.
Sus labios recorren todo mi rostro, frente, mejillas, nariz, ojos, mejillas nuevamente y al parecer el destino ha decidido ponerme a prueba, pues sin esperárnoslo, su boca cae sobre la mía en un casto beso que nos paraliza a los dos.
Sus ojos se abren de par en par y yo supongo que los míos están iguales. Sus manos reposan sobre mi pecho, seguro que sintiendo los latidos acelerados de mi corazón y las mías se mantienen suspendidas en el aire sin saber dónde descansar, pues cualquier lugar implica tocarla a ella y no creo que, de hacerlo, pueda detenerme.
No sé cuánto tiempo permanecemos así, inmóviles, con nuestros labios juntos y prácticamente si respirar, hasta que ella se aleja a gran velocidad.
—Lo siento —dice, sentándose en el sofá—. Mierda, Zacky, lo siento.
Con el corazón queriendo reventar en mi pecho, me obligo a sentarme sin mirarla, pues no creo poder resistir mucho más. La deseo, maldita sea, la deseo con urgencia; mis manos me piden tocarla, acariciarla y mis labios me gritan que bese cada centímetro de su piel. Lamentablemente no puedo satisfacer mis ansias, al menos no por ahora.
—Joder, joder, joder, lo siento. No era mi intención. Lo juro. Yo… Yo solo… Estaba emocionada y… entonces… Yo… no sabía… Pero…
—Lía… —Interrumpo su balbuceo—. Tranquila, no ha sido nada.
—¡¿Cómo que no ha sido nada?! —Se pone de pie, un poco histérica—. ¡Te he besado, Zack!
—No lo has hecho, relájate.
—¿Cómo que no lo he hecho? ¿Qué acaba de pasar entonces?
—Solo ha sido un roce de labios producto a la euforia del momento. Ha sido un accidente, nada más.
Revuelvo mi cabello para entretener mis manos en algo antes de sucumbir a esos malditos deseos que con cada segundo que pasa se hacen más y más intensos.
Ella da vueltas por toda la sala, con los dedos enterrados en su pelo mientras maldice creo que en todos los idiomas que conoce y estoy seguro de que, si no fuera porque aún estoy en shock, estaría riéndome.
—Es que soy tonta, tonta, tonta…
Tonta no, dramática sí.
Me acerco a ella y la tomo por las manos deteniendo su andar.
—Relájate —le pido y para mi mala surte, su mirada se centra en mis labios y la mía le sigue a los suyos; pero que conste, ella lo hizo primero.
—No puedo —susurra—. Te he besado.
Me inclino un poco para quedar a su altura. Lía no es pequeñaa, pero aun así soy más alto que ella.
—No ha sido un beso; créeme. Cuando eso pase, no será ni casto ni suave y puedes apostar que no querrás parar.
—¿Cuándo pase qué? —pregunta en voz baja y luego hace un puchero realmente tierno.
Suelto sus manos y acuno su rostro con las mías.
—Cuando te bese, Annalía. El día que eso pase, te va a encantar.
Sin esperar respuesta de su parte, dejo un casto beso sobre su frente y huyo como un cobarde a mi habitación. Cierro la puerta tras de mí y me apoyo en ella respirando profundo mientras espero a que mi corazón regrese a su ritmo normal.
~~~☆☆~~~
¿Qué les pareció?
¿Les gustó?
Espero que sí. Un besote bien grande
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