10. Zack e mio, non tuo
Annalía:
Odio a Cristal.
En serio, la cacatúa esa nunca me cayó bien, pero desde el numerito que se encargó de montar ayer en el horario de almuerzo, quedó, oficialmente, en mi lista negra. En el primer puesto para ser más exactos. Tal vez ustedes piensen que ella está en ese lugar desde la tarde de película en el apartamento de Zack hace ya cinco días y sí, no lo voy a negar; esa noche escaló posición bastante rápido, pero lo que sin duda la acaba de coronar como la perra más perra del universo fue su osadía de ayer en la tarde.
Era el horario de la siesta de los chicos y como las quimios tienen a Erick demasiado cansado, lo dejé durmiendo y decidí salir a distraerme un rato. Aquí entre nos, quería y no quería ver al idiota que no ha abandonado mi mente desde el lunes. Sí, Zack, pero no pienso decir nada al respecto, pues mi pobre corazón se acelera ante los recuerdos.
Mejor sigo con la historia. Salí a distraerme un poco y sin querer queriendo, terminé en la sala de espera del área de cardiología. Iba muy entretenida en mi celular leyendo los ridículos mensajes que me había enviado Tahira sobre su infructuosa cita con el chico que conoció la semana pasada en un café, cuando la voz chillona de la cacatúa me hizo levantar la cabeza. Estaba conversando con una chica detrás del mostrador y me vio. Su risa plástica se esfumó al percatarse de mi presencia y fue sustituida por una mueca de asco que me dieron ganas de reír.
Yo decidí ignorarla, pues no estoy en el hospital para buscar enemigos; pero debí suponer que no sería tan sencillo. Un golpe bastante fuerte en mi brazo derecho hizo que mi celular cayera a mis pies y que, del impulso, retrocediera dos pasos. Detrás de mí iba pasando un enfermero con dos bandejas llenas de utensilios quirúrgicos y, para mi mala suerte, terminamos los dos en el suelo con todo esparcido a nuestro alrededor.
La cacatúa se limitó a cruzarse de brazos y negar con la cabeza con desaprobación. Yo entrecerré mis ojos esperando su próximo movimiento, estaba convencida de que su numerito no iba a terminar ahí.
—¿Sabes el tiempo que lleva desinfectar esos instrumentos para poder usarlos? —preguntó, pero es más que lógico que no esperaba mi respuesta—. Este no es lugar para ti, niña. Solo estorbas; así que haznos un favor a todos y desaparece por donde mismo viniste. Eres torpe, distraída, ¿qué habría pasado si esos utensilios fueran a usarse ahora de urgencia? Alguien podría haber muerto por tu culpa.
Darme cuenta de que aun sabiendo eso, fue capaz de provocarme un accidente, fue lo que, oficialmente, me hizo colocarla en el puesto número uno de mi lista negra. ¿Siendo así de inconsciente pensaba ser doctora? Pobre de sus futuros pacientes.
¿Qué hice yo?
Nada.
Si algo aprendí de estar lejos de mi familia durante mucho tiempo es que un enfrentamiento directo no me llevará a nada, solo a rebajarme a su nivel y, definitivamente, yo tengo más clase que esa cacatúa. Además, la venganza es un plato que se sirve frío y puedo presumir de tener una muy buena imaginación cuando de urgir planes se trata.
La cacatúa, no conforme con el golpe, la caída y haberme avergonzado delante de una sala repleta de personas que, por cierto, ninguna tuvo la decencia de ayudarme, se arrodilló frente a mí.
—Aléjate de Zack, niña —murmuró por lo bajo y yo me permití sonreír de medio lado—. No eres mujer para él. Seré doctora igual que él; tú y tus idiomas de mierda no tienen cabida en su vida.
En ese momento me pregunté en qué demonios estaba pensando Zack cuando decidió involucrarse con ella. Aunque, viendo el cuerpazo que se gasta la chica, estoy seguro de que el menor de los Bolt estaba usando la cabeza incorrecta de su cuerpo.
—¡Oh, Dios mío, Lía, ¿estás bien?! —preguntó de repente y si no hubiese sido víctima de su numerito, me habría creído su rictus preocupado.
Debió ser actriz la condenada.
Y no, no se le soltaron las tuercas, a pesar de que ese fue mi primer pensamiento. Cuando vi a Zack a mi lado, evidentemente preocupado, comprendí su cambio de actitud.
Como ya es bastante habitual, mi corazón comenzó a latir vertiginosamente y, maldita sea, mi cerebro se bloqueó. Solo pude escuchar cómo preguntaba qué había sucedido y si estaba bien, mientras la cacatúa, toda dulce y sonrisas, le decía que me había tropezado con el chico y habíamos caído juntos. Debo decir que el enfermero se ganó algunos puntos cuando decidió hablar en mi defensa, pero no se lo permití.
Si ese chico decía la verdad, Zack buscaría en mí la confirmación hasta encontrarla, aun cuando yo decidiera no abrir la boca. Él discutiría con la cacatúa, se enojaría con ella y definitivamente eso es algo bueno, pero no, yo quería encargarme por mí misma. En ese momento, mi mente ya estaba armando mi plan de venganza y ahora, veinte horas después, está todo listo.
Observo a Erick a mi lado que sonríe con malicia; mientras, escondidos detrás de la puerta de acceso a la cafetería del hospital, vemos a Cristal y al resto de sus amigos, menos Zack, que no sé dónde demonios anda, sentados en su mesa habitual para almorzar.
—Bist du dir sicher? (¿Estás segura?) —pregunta con su mirada concentrada en la cacatúa.
—Ja, Crystal ist ein… (Sí, Cristal es una…)
—Perra. —Me interrumpe y no puedo evitar reír.
Ayer, luego de regresar a la sala de oncología, repetí tanto esa palabra que se la aprendió; mucho más cuando entendió su significado al contarle lo que la cacatúa había hecho. Ahora quiere que le enseñe hablar español y yo estoy encantada de hacerlo.
—Jetzt, jetzt. (Ahora, ahora) —murmura mientras golpea con su dedo índice el cristal de la puerta.
Observo a la cacatúa y sonrío al verla probar su refresco que tiene una buena dosis de laxantes. ¿Infantil? Puede ser, pero de que pasará un mal momento, lo hará, y yo misma me encargaré de demostrarle que conmigo no debe jugar.
¿La mejor parte? No tendré que esperar seis o doce horas para que haga efecto; este que le eché es natural y actúa en minutos.
Tal y como me dijo un doctor ayer al que muy inocentemente le pregunté cuál era el laxante que hacía efecto más rápido, en menos de cinco minutos, la cacatúa está revolviéndose en la silla y…
—¿Qué hacen? —pregunta esa voz que tanto me gusta y un segundo después, se arrodilla a mi lado, mirando a través del vidrio de la puerta.
Mi corazón sube a mi garganta al tenerlo tan cerca y cuando su mirada se cruza con la mía, contengo la respiración. Joder, que su rostro esté a escasos centímetros del mío me devuelve al lunes en la mañana cuando tuve la maldita idea de patinar. O, mejor dicho, en que él tuvo la maldita idea de sacudir el mundo bajo mis pies con sus palabras.
“Tres cosas importantes” susurró sin apartar su mirada de la mía.
“Lamento haberte ignorado todos estos años, soy un idiota”
“Eres preciosa, Lía, malditamente preciosa”
“Yo también te extrañé... Como no te puedes imaginar”
Desde entonces, por más que lo he intentado, sus palabras no han dejado de dar vueltas en mi mente. Sus palabras y sus acciones, pues ese beso en mi mejilla terminó de desestabilizar mi mundo. Hui como una cobarde y desde entonces no me he permitido estar cerca de él; cada vez que lo veo, cambio de dirección.
No sé cómo enfrentarlo… Ni a él ni a la forma en que mi corazón reacciona. No debe ser así, Zack es mi amigo y está mal que lo vea de otra forma. Está muy mal desear que sus labios se hubiesen desviado y en vez de mi mejilla hubiesen colisionado sobre los míos.
Trago duro sin saber cómo reaccionar, mucho menos cuando sonríe de medio lado. Se ve demasiado bien y me aterra pensar así; sin embargo, cuando su mirada se centra en mis labios, siento que todo el aire se escapa de mis pulmones. Vuelvo y repito, conozco muchos idiomas, pero el de las miradas no es mi fuerte y, aun así, tengo la sensación de que la suya, justo ahora, me pide permiso para besarme. Eso no me asusta; lo que me aterra es que yo quiero decirle que sí.
—Venganza —susurra Erick no sé si porque lo ha entendido o ha imaginado lo que quería decir. Esa es otra palabra que ha aprendido gracias a mis quejas de ayer.
Zack rome el contacto de nuestras miradas, arqueando una ceja en su dirección y luego me mira. Yo sonrío como la niña buena que estoy lejos de ser.
—¿Venganza?
—Ja, Crystal ist ein perra —dice el pequeño usando la última palabra en español y luego procede a explicar mi plan maestro en su lengua materna.
Zack me mira.
—No sé nada de alemán, pero creo haber entendido la primera oración y miedo me da preguntar por el resto.
Sonrío con nerviosismo, pero no me da tiempo contestar porque la puerta de la cafetería se abre y Cristal sale corriendo, presionando sus manos contra su trasero. Ni que así fuera a contener lo que sea que esté por salir de su cuerpo.
Erick, emocionado como estoy segura de que no debería estar si tenemos en cuenta que lo que estamos haciendo está mal, toma mi mano y me hace correr detrás de él. No sé si son mis planes diabólicos, pero hoy parece tener más energía de lo normal y en el fondo, eso me gusta. En poco tiempo se ha ganado un lugar especial en mi corazón y me duele verlo tan decaído.
Sin acercarnos demasiado, seguimos a Cristal hasta uno de los baños, pero la puerta, por más que lo intenta, no abre. Erick se ríe, Zack nos observa con extrañeza. Desesperada, intenta abrir la de los hombres obteniendo el mismo resultado.
Cruza los pies y no puedo evitar reír al imaginarla apretando el trasero. Luego sale corriendo en dirección al elevador, que también es en vano, porque tengo a otro pequeño cómplice presionando los botones de todos los pisos para que el aparato demore en llegar a este.
La cacatúa se apoya contra la pared mientras se muerde el labio y debate sus opciones. Luego sale corriendo nuevamente en dirección al otro baño en esta planta, justo lo que necesitaba que hiciese y, sin mucha prisa, nos dirigimos allá.
—¿Por qué parece que se está ensuciando?
—Porque así es.
—¿Qué has hecho, Annalía?
—Nada que no se mereciera.
Llegamos al baño en cuestión de segundos y nos detenemos frente a la puerta. Me gustaría entrar para ver su cara cuando termine, pero no me apetece morir asfixiada por la peste, así que espero sin dejarme afectar por la impaciencia de Zack y por sus preguntas.
Como quince minutos después la escucho gritar desde el interior y tanto yo como Erick reímos para luego golpear las palmas de nuestras manos. A ver, en ninguno de los cubículos hay papel higiénico y la llave del lavamanos puede que esté un poco amañada; nada que no se pueda arreglar, claro.
Un minuto después, Cristal sale del baño con el rostro, cabello y parte de su vestido entripado en agua y mi pequeño diablillo alemán ríe mientras la señala. Ella lo fulmina con la mirada y yo me cruzo de brazos de forma chulesca.
—Tú… —murmura y doy dos pasos hacia ella.
No sé con qué carajos se limpió, pero creo que yo, en su situación, habría optado por las bragas.
—¿Qué sucede, Cristal? ¿No sabes leer? —Doy otro paso hacia ella—. Ah, no, no es eso; es que solo entiendes el español. Si supieras alemán, habrías entendido la etiqueta que claramente advertía que no debías beber el refresco porque contenía laxante natural.
No pregunten cómo, pero la etiqueta la puse yo.
—Si supieras hablar ruso, habrías comprendido el letrero en la puerta del baño que advertía que estaba clausurado y no habrías perdido tanto tiempo intentando abrirlo. O si entendieras mandarín podrías haber sabido que se había acabado el papel higiénico. Sin dudas el cartel en la puerta del cubículo lo decía bien claro.
»O, tal vez, si supieras hablar portugués, habrías entendido que la llave del lavamanos estaba dañada y ahora no parecerías una cacatúa entripada.
—Tú, maldita mocosa.
Da un paso hacia mí y levanta su mano con claras intenciones de golpearme. Ya me esperaba una reacción de ese tipo de su parte; sin embargo, antes de que consiga hacer nada, Zack la sujeta por la muñeca.
—No sé qué carajos pasa aquí, pero como vuelvas a hacerle daño, tendremos problemas, Cristal.
Una sensación cálida se extiende por todo mi cuerpo al ver cómo me protege. Esperen… ¿dijo cómo vuelvas a hacerle daño? ¿Sabe lo que sucedió ayer?
—¿No ves que es su culpa? —La voz chillona de la cacatúa me aparta de mis pensamientos.
—La próxima vez que te metas conmigo, Cristal, recuerda que, de niña como dices tú, no tengo mucho y que he aprendido a ser maldita del mejor de los mejores. —Coloco una mano sobre el hombro de Zack dejando claro quién ha sido mi ejemplo a seguir y luego me aparto para continuar—: Y dato curioso, no sé cuántos doctores existen en el mundo, pero viendo que, en Jack Alvar, por citar un ejemplo, el año pasado pidieron seiscientas plazas para medicina, me da a pensar que de ustedes hay un montón. ¿Sabes cuántos políglotas existen? Solo para que tengas una idea, menos del tres por ciento de la población mundial, domina más de cuatro idiomas y yo hablo perfectamente siete. Así que cuando quieras volver a lucirte haciéndome menos a mí, recomiendo que pienses mejor lo que dices para que no quedes en ridículo.
»No tengo nada que envidiarte; ni belleza, ni cuerpo y mucho menos inteligencia. Así que sácame el pie y déjame vivir que yo no me he metido contigo.
—Juro por Dios que me vas a pagar esta, niña.
Sonrío.
—No veo cómo, pero inténtalo. ¿Sabes una cosa que me gusta de los hospitales? —No la dejo responder—: El sistema de vigilancia que tienen. Como se te ocurra decir algo sobre lo de hoy, yo podré ponerte en evidencia por lo de ayer. No me busques, Cristal, porque si lo haces, me vas a encontrar y, puedo tener diecisiete años, pero no te tengo miedo.
»Y solo para que conste, Zack e mio, non tuo (Zack es mío, no tuyo). Y si supieras italiano, sabrías lo que acabo de decir.
Sin decir nada más, me doy la vuelta; sin embargo, solo he dado un paso cuando me detengo con el corazón en la boca. Lucas, a solo dos metros de mí, me observa con una sonrisa divertida y las cejas enarcadas.
Mierda.
Él sí habla italiano.
—Ni una palabra, Lucas.
El italiano hace el gesto del zipper y luego bota la llave.
Yo tomo a Erick de una mano y desaparezco a toda prisa.
No me miren raro, ¿vale? Zack no es mío, es solo mi amigo, casi como familia; pero, definitivamente, no es de Cristal.
Mi teléfono suena anunciando la entrada de un mensaje y, sin soltarle la mano a Erick, lo saco de mi bolsillo. Mi corazón sube a mi garganta al ver en la notificación el nombre de Zacky y repentinamente nerviosa, le pido a mi chico alemán que nos sentemos un rato en las sillas de otra sala de espera a descansar.
Una vez me acomodo, abro el mensaje.
Zacky: ¿Qué dijiste al final?
Yo: Aprende italiano y sabrás.
Zacky: No me vengas con esas, Annalía, claramente escuché mi nombre. ¿Qué dijiste?
Yo: Estoy ocupada, Zacky. Nos vemos.
Bloqueo el teléfono y me pongo de pie. Erick me imita y luego de guardar el móvil en mi bolsillo, continuamos el camino a la sala de oncología pediátrica.
Zack está loco si piensa que le diré qué significa esa frase y mataré a Lucas como se le ocurra revelarlo.
El resto del día transcurre con tranquilidad y sin mucho que destacar, salvo las dos llamadas de Zack que me niego a contestar. Él me conoce, sabe cuándo estoy mintiendo y siempre ha tenido una terrorífica facilidad para sonsacarme las cosas, por lo que sé que, si le doy la cara, terminaré diciéndole lo que significa. Ya bastante bochornoso es haberle dicho la noche en su casa que tenía los ojos más lindos del mundo o que me hice el tatuaje porque lo extrañaba. Está de más decir que cuando llega la hora de regresar a casa, hago todo lo posible para no cruzármelo.
Estoy abriendo la puerta de mi hogar, cuando mi teléfono vuelve a sonar. Es él y aunque me lo pienso unos segundos, decido contestar. Tampoco quiero preocuparlo.
—¿Por qué me ignoras? —pregunta a penas descuelgo.
Por un segundo, la sorpresa me hace detenerme, pero luego reanudo mi marcha en dirección a las escaleras.
—¿Quién dice que te ignoro?
Subo hasta el segundo piso prácticamente corriendo y voy directo a mi habitación.
Él resopla.
—No soy tonto, Annalía. Me estás evitando.
—¿Te molesta? —pregunto, mientras una idea cruza por mi mente.
Sonrío de medio lado cuando cierro la puerta de mi habitación y dejo mi mochila en el suelo.
—¡Claro que me molesta! —responde con indignación.
—Pues te aguantas, guapo; tal vez así entiendas cómo me he sentido los últimos siete años de mi vida.
Y sin dejarlo contestar, cuelgo el teléfono.
Sonrío divertida, cuando no han pasado ni tres segundos y mi teléfono está sonando nuevamente.
—¿Qué?
—Creo haberte pedido perdón por mi comportamiento.
Mi corazón se acelera al recordar ese maldito momento; sus palabras y ese bendito beso en mi mejilla que me dejó con deseos de algo más. Me obligo a enfocarme en la conversación.
—No recuerdo haberte perdonado.
—Tú… —Lo que sea que iba a decir, no llega y es tanto su silencio que, con el ceño fruncido, me separo del móvil para ver si la llamada sigue en curso.
Me siento en la cama.
—¿Zack?
—No me ignores de nuevo, por favor —dice y mi pobre corazón se paraliza por un microsegundo, antes de continuar su acelerado ritmo—. Prometo que me ganaré tu perdón, pero no me ignores.
—Vale —susurro.
Honestamente, me he quedado sin palabras. Me dejo caer sobre el colchón mientras lo escucho aclararse la garganta.
—Bueno, a lo que llamaba. Necesito que me digas de una vez qué le dijiste a Cristal.
Ruedo los ojos.
—¿Sigues con eso?
—Por supuesto.
—Me cuesta creer que Lucas no te haya dicho nada.
Se ríe con burla.
—¿Lucas? Me has quitado a mi mejor amigo, Lía. Ese idiota prefiere luchar en tu equipo que en el mío.
Sonrío.
—Por eso me cae tan bien.
—Tengo una propuesta que hacerte.
—¿Indecente?
¿Indecente, Annalía? ¿Te estás escuchando, tonta?
—¿Eh? —pregunta él mientras yo golpeo mi frente con mi mano libre.
—Nada. ¿Qué propuesta?
—Quieres pasarte el fin de semana aquí para poder ir al carnaval, ¿no?
—Por supuesto.
—Genial. Yo hablo con tus padres y me comprometo a que te darán permiso, si me dices lo que significa la frase en italiano.
—Eso no es justo, Zacky.
—O me lo dices o no hay carnaval, Lía. Tú decides.
Hijo de su madre.
Suspiro profundo y como sí quiero ir y sé que no va a desistir, decido que mi mejor opción es jugar con la verdad.
—Cristal ayer me dijo que me alejara de ti porque eras suyo.
Lo escucho resoplar al otro lado de la línea.
—Yo solo he dicho que no se ilusione porque tú no eres de ella. Nada más.
—¿Solo eso? Porque tengo la sensación de que había más.
—Ideas tuyas —digo como quien no quiere la cosa.
—Oye, Lía…
Bum, bum, bumbum, bumbum…
Llevo mi mano libre a mi pecho como si de esa forma pudiese controlar los latidos acelerados de mi corazón. No entiendo su comportamiento desmedido cada vez que me llama por ese apelativo; si bien hace tiempo que no lo usaba, antes era la forma típica para referirse a mí.
—Lamento mucho lo que sucedió ayer con Cristal.
—¿Cómo lo sabes?
—Dustin, el chico que llevaba los instrumentos quirúrgicos, es un amigo de farra y se acercó a mí media hora después para contarme la verdad. Te prometo que no se repetirá. He hablado claramente con Cristal.
—¿Cuándo?
—Hoy.
—¿Por qué no ayer?
Se ríe por lo bajo.
—Porque te conozco mejor de lo que crees y sabía que querrías darle su merecido tú misma. Aunque, siendo honesto, jamás imaginé lo de los laxantes. —Suspira profundo y yo me río—. Debo irme, los chicos han llegado. Dile a Pepa que le eche agua a la sopa porque voy a cenar con ustedes y no voy solo.
—¿Cenar? —pregunto como una tonta. Pepa es nuestra cocinera.
—Quieres ir al carnaval, ¿no? Para eso hay que pedirle permiso a tus padres y no creo que baste hacerlo por teléfono. También me llevo a toda la caballería. Tal vez, si conocen a mis amigos, se den cuenta de que son inofensivos y que con ellos estarás a salvo.
—No creo que tus amigos entren en el concepto que ellos tienen de inofensivos.
—Sebas es un hombre casado; puede ser un poco coqueto, pero ama a Sofia con la vida y sabe ser serio cuando quiere. Le caes bien a Lucas, así que sabrá comportarse y Linse y Susy son un amor. Por último, estoy yo; tus padres me adoran y lo sabes. Estoy seguro de que aceptarán.
Me alegro de que él lo tenga tan claro.
Zack se despide con la promesa de que nos veremos pronto y yo, con una sonrisa tonta en el rostro, bajo a la cocina a anunciarle a Pepa que tendremos visita y luego entro al baño para quitarme el hedor a hospital. Mientras el agua recorre mi cuerpo, mis pensamientos vuelan a cierto rubio y cierto día que he intentado con todas mis fuerzas ignorar. El lunes, justo después de nuestra muestra de patinaje y no exactamente por sus palabras y acciones, sino por lo que provocaron en mí.
He leído tantos libros gracias a que mi madre siempre me inculcó una de sus mayores pasiones y he visto un montón de películas, así que no puedo decir que no sé lo que significa que mi corazón se acelere al verlo, o que disfrute más de la cuenta su compañía. Mucho menos, si a eso le sumamos que últimamente no sale de mis pensamientos y que las palabras de Tahira, que siempre me parecieron un poco locas al llamarlo papacito sexy o sus derivados, ahora comienzan a tener un poco de sentido para mí. Sin embargo, lo que sí me ha sorprendido es haber deseado que sus malditos labios hubiesen colisionado ese día con los míos y no en mi mejilla. Para colmo, a pesar de que he intentado alejar de mi mente el pensamiento, me he encontrado varias veces recreando esa escena, pero esta vez el contacto lo tienen nuestras bocas y no precisamente rápido.
A pesar de todo eso, llevo cuatro días intentando convencerme de que todo está bien; de que es solo consecuencia de haber pasado dos años lejos de él, pero que pronto me acostumbraré a su presencia y todo volverá a la normalidad. Es mucho más sencillo creer en eso que en la otra posibilidad. Esa en la que yo podría estar sintiendo algo por el menor de los Bolt y válgame Dios como eso sea cierto, pues sé a ciencia cierta que jamás podría suceder nada entre nosotros. Zack nunca me vería como nada más que su amiga casi hermana; es que ni eso, pues ya me ha quedado bastante claro que, aunque aún desconozco los motivos, él me odia.
Cierro la llave de la ducha y me seco. Envuelvo la toalla alrededor de mi cuerpo y por la próxima media hora, me dedico a arreglarme mientras escucho música a todo volumen. No haré comentario alguno sobre el hecho de que me cambio tres veces de ropa porque todo me parece demasiado infantil. No quiero arreglarme demasiado porque no saldré de casa, pero necesito verme bien y definitivamente no como una niña.
Mis padres llegan alrededor de las seis de la tarde y no mucho después, Zack y sus amigos, que son tan confianzudos, al menos los dos chicos, que terminan ganándose a mi madre a base de halagos y a mi padre aparentando una seriedad que jamás les había visto. Por otro lado, Sofía, Linse y Susy, se comportan como lo que son, unos amores, mientras les cuentan los fascinadas que están con el hecho de que pueda hablar siete idiomas.
Zack, que es otro que sabe qué cartas usar, se comporta como el niño dulce y travieso que un día fue y no como el hombre de casi veinticinco años que en realidad es. Me trata en todo momento como si fuera su hermana; de modo que, si no es porque yo misma lo he vivido, jamás podría imaginar que lleva los últimos siete años pasando olímpicamente de mí.
Durante la cena, los chicos les cuentan sobre la noche de películas en casa de Zack, obviando las intervenciones poco agradables de la cacatúa y, por supuesto, el juego de “Yo nunca, nunca”. Por otra parte, mis padres, que parecen bastante a gusto, le hacen otras anécdotas mías y del rubio de cuándo éramos unos críos.
Zacky es quien saca el tema del carnaval y como todo un niño bueno, le enumera todas las razones por las que yo debería ir; incluso termino enterándome de que la novia, o amiga con derechos, no sé si Lucas tenga claro lo que son, estará participando en una obra de teatro el sábado en la noche y todos estamos invitados. Se comprometen a cuidarme como si fuera la niña de sus ojos, a que no beberé ni una gota de alcohol y a que mantendrán a los tíos a mil kilómetros de distancia. También agrega que estaremos a tiempo para el cumpleaños de los gemelos el domingo y mis padres los invitan a todos.
Cuando siento que llevan horas intentando convencerlos, aunque estoy segura de que no ha pasado tanto tiempo, siento que dirán que no, pues se han limitado a escuchar y hacer algún que otro comentario. Sin embargo, para mi total estupefacción, terminan aceptando.
Y así es como, al día siguiente, con mi mochila al hombro, me despido de mis padres y me subo al auto de Zack, quien se quedó la noche anterior en casa de sus padres.
—Tu hermano me llamó anoche —comenta cuando salimos a la carretera principal y yo lo miro.
La última vez, Zack llamó a Aaron para que yo no siguiera con la loca idea de las prácticas. Ahora mi hermano lo llama a él, ¿para qué exactamente?
—¿Qué quería?
Se encoge de hombros.
—Ser un buen hermano y advertirme de que, como te pase algo, puedo darme por muerto.
Me río por lo bajo. Aaron está obsesionado con mi seguridad. Tengo diecisiete años, pero para él sigo siendo una niña de cinco.
—¿Qué le contestaste tú?
Sonríe con dulzura y me mira por un segundo, antes de concentrarse nuevamente en la carretera.
—Que jamás permitiría que nada malo te suceda. Aunque eso él ya lo sabía.
El resto del camino transcurre en silencio salvo por la música de la radio. Él va concentrado en la carretera y yo aprovecho para mirarlo de vez en cuando. No puedo creer que después de tanto tiempo escuchando a Tahira decir lo mismo como un disco rayado, vaya a terminar dándole la razón. El menor de los Bolt es un hombre guapo, de hecho, esa palabra se queda corta y tiene un cuerpo jodidamente duro y marcado, creo que podría ser el tipo ideal de muchas. Y si a eso le sumamos que es una excelente persona, habría que ser estúpida para no intentar algo con él. Sin embargo, yo no tengo ni esa opción; por defecto, él está vetado para mí.
Uno, no creo que él pueda verme como algo más que la hermanita de Aaron, su amiga, la niña que correteaba detrás de él día sí y día también. Y dos, algo me dice que mi familia jamás aceptaría una relación entre nosotros. Soy menor de edad y él es casi ocho años mayor que yo. Además, tampoco es que yo quiera tener algo con él, ¿o sí? Es decir, de vez en cuando puedo admitirme que es guapo y no puedo negar que he fantaseado con besarlo tanto dormida como despierta, pero de ahí a querer que sea mi novio, es demasiado, ¿no?
—¿Qué me miras tanto? —pregunta de repente, en el mismo momento que detiene el auto en el parqueo del hospital.
—Nada, solo intento entender por qué Tahira piensa que eres guapo —murmuro sonriendo porque me encanta molestarlo y él, con una ceja arqueada se voltea hacia mí.
—¿Y llegaste a alguna conclusión?
—Sí, creo que Tai se droga y por eso habla estupideces.
Busco la manilla de la puerta para abrirla, pero me sostiene por mi muñeca y me jala hacia él. El gesto me toma desprevenida y el impulso provoca que nuestros rostros queden a una distancia para nada prudente. Trago duro.
—Entonces, tú no crees que yo sea guapo, ¿no? —pregunta en susurros y yo solo atino a negar con la cabeza—. Hieres mis sentimientos, Annalía.
Intenta hacerse el ofendido, pero ambos sabemos que no lo está.
—Tu ego es demasiado grande como para herir tus sentimientos, Zacky.
Sonríe de medio lado.
—Me gusta que me digas así.
El brusco cambio de tema me deja fuera de juego durante unos segundos en los que solo puedo escuchar los latidos acelerados de mi corazón en mis oídos. Estamos cerca, demasiado cerca, tanto, que nuestras respiraciones se entremezclan y si me muevo solo unos centímetros, nuestras narices se rozarían.
—Y solo para que conste, —Continúa—: este feo de aquí piensa que eres la chica más hermosa que ha visto jamás.
Abro los ojos de par en par.
Es la segunda vez que dice algo como eso. El lunes, luego de la muestra de patinaje y ahora; en ambas ocasiones lo ha dicho con tanta convicción y con un brillo raro en su mirada que me da a pensar cosas que serían un gran problema de ser ciertas. Es decir, que Zack me guste es una cosa, pero que yo le guste a él, es otra muy diferente y juro por Dios que hasta hace unos segundos, jamás creí que esa opción fuera posible. ¿Y si es así? ¿Y si le gusto de verdad? ¿Qué pasaría?
—¿Estás drogado tú también? —Consigo preguntar y lo hago tan bajo que, por un momento, creo que no me ha escuchado.
—Podría decirse que sí y, por lo que veo, terminaré haciéndome adicto.
Frunzo el ceño.
No entiendo a qué se refiere y no es justo.
—¿Qué significa eso? —pregunto y la sonrisa maliciosa en su rostro, me dice que me quedaré con las ganas de saberlo.
—Búscalo en el traductor. —Imita mi frase y se encoge de hombros, para luego, sin previo aviso, abrir la puerta del auto y bajar.
~~~☆☆~~~
Lamento la demora. Espero que les haya gustado.
Un beso bien grande
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