1. Fick dich
ZACK:
La primera vez que escuché hablar de la maldición Scott tenía alrededor de nueve o diez años, no estoy seguro. Por aquel entonces, gracias a mi mente infantil que no percibía el peligro real que corría una de las partes, me parecía bastante cool que dos almas predestinadas tuvieran esa forma tan peculiar de reconocerse. Amaba escuchar las historias del tío Kyle que, aunque fue y sigue siendo el golpeado, chocado, empapado y noqueado, siempre ha hablado de su relación con su rubia favorita con diversión y mucho amor.
Me fascinaba ese tema a tal punto de que, por un tiempo, llegué incluso a pensar que Emma era afortunada por ser, en palabras de nuestro padre, otra víctima de la maldición Scott. De hecho, creo que hasta quise estar en su lugar.
Qué niño tan iluso y que cínica es la vida, que terminó cumpliendo mi deseo y por muchos años, ni cuenta me di. Fui víctima de todo tipo de accidentes desde que ese remolino rubio supo cómo caminar; sin embargo, no lo relacioné con esa condición “especial” que tienen los descendientes de los Scott, hasta esa maldita tarde en el instituto.
Tenía diecisiete y asistía a la Santi Agrac, la escuela más grande de todo New Mant y la tercera de todo el mundo. Una institución educativa bastante reciente, a la que mis hermanas no tuvieron la suerte de asistir, en la que empiezas a los cinco años y terminas en las puertas de la Universidad. No me pregunten qué carajos hacía en la parte de los niños, porque hoy, casi ocho años después, no tengo ni la más mínima idea, solo recuerdo estar conversando con uno de mis amigos cuando un líquido frío y repugnante, comenzó a correr desde mi cabello, hasta mi rostro, mi pecho y… bueno, todo mi cuerpo.
Recuerdo haberme quedado paralizado. No grité, peleé, ni nada, simplemente me quedé quieto ante la mirada estupefacta de mi amigo mientras sentía la pintura roja recorrerme completo. Mi primera reacción fue mirar hacia arriba y ni siquiera me sorprendí al notar sus ojos negros, abiertos de par en par, posados en mí. Tampoco me sorprendió que, en vez de disculparse como una persona normal, rompiera a reír a carcajadas.
—Annalía —susurré.
—¡Joder, Zack! —gritó desde la ventana en el segundo piso—. ¿Qué arte tienes tú para estar siempre en el lugar y momento equivocado?
Todo el que conoce la historia de la Chica Mariposa y el Adonis de Revista, sabe qué significa esa frase. Tal vez ella, debido a su corta edad, no comprendió el impacto que su pregunta tuvo en mí. Me aterré…
Vengo de una familia en la que es imposible no creer en el amor verdadero, razón por la cual, siempre he querido encontrar a esa persona especial que le diera sentido a mi vida; pero darme cuenta de que esa chica estaba más cerca de lo que esperaba, que era ocho años menor que yo y que justo en ese momento solo tenía diez, me aterró.
Ese día odié todo lo relacionado a la Maldición Scott y cuando la vi desaparecer de la ventana con la intención de bajar, salí corriendo como un cobarde, sin importarme siquiera parecer un tomate gigante.
Esa tarde mis padres me preguntaron de todas las formas habidas y por haber qué me había sucedido, pero no les contesté. Desde el momento en punto en que dijera que Annalía había derramado por accidente la pintura sobre mí, más preguntas habrían llegado y habrían terminado descubriendo la absurda cantidad de veces que esos “accidentes” ocurrían. No sé cuál habría sido la reacción de ellos, aunque no creo que se lo hubiesen tomado tan bien como cuando Aaron y Emma; estamos hablando de que la más pequeña de los Scott tenía diez años y yo estaba a punto de cumplir la mayoría de edad.
Enterré el suceso, así como todos los anteriores y, supongo que el hecho de que nunca se hayan enterado, se debe a que Annalía tampoco se lo comentó a nadie. ¿El motivo? Ni idea, dudo mucho que el mismo que el mío.
Sin saber qué más hacer, decidí ignorarla. No era algo de lo que estuviese muy orgulloso, pues dejando la maldición de su familia de lado, era una niña genial. Me divertían muchísimo sus ocurrencias y era diabólica cantidad; tal vez por eso nos llevábamos tan bien a pesar de nuestra diferencia de edad. Mi plan habría salido bien si no fuera porque prácticamente éramos familia y nos veíamos día sí y día también, lo que me hacía un poco complicado ignorarla. También estaba el hecho de que era una intensa y no entendía indirectas.
Le molestaba mi indiferencia y no tenía reparos en hacérmelo saber; incluso hizo algo que nunca pensé que haría. Me pidió disculpas y el que conoce a Annalía Andersson Scott sabe, que, aun siendo una niña, era orgullosa a más no poder. Ese hecho, más sus ojos brillantes mientras me pedía que volviera a ser su amigo, casi me hacen claudicar, pero yo seguía asustado y convencido de que, si me mantenía alejado de ella, la maldición nunca se cumpliría, así que le dije cualquier tontería y me marché.
No sé si esperaba estar así toda la vida, pero no me quedó de otra que rendirme, luego de que Aaron hablara conmigo y, muy dulcemente, me amenazara con darme un coscorrón si seguía tratando mal a su hermanita. Tuve que inventarme cualquier estupidez para explicar por qué la ignoraba y tragarme todos mis temores para enfrentarla. Pero como siempre, de ella nunca he sabido qué esperar, ni siquiera ahora que ya no es una niña impulsiva, por lo que me sorprendí cuando comenzó a ignorarme a mí.
Tengo que admitir que me puso difícil el ganarme su perdón, pues, según sus propias palabras, era un maldito sin corazón.
Volvimos a ser amigos, o más o menos, pues cuando estaba cerca no podía dejar de pensar en esa maldita maldición, valga la redundancia, hasta que, con el tiempo, empezamos a distanciarnos.
Annalía es una chica muy inteligente, por eso, cuando tenía quince años, su profesora se reunió con sus padres y les habló de un programa de intercambio para estudiar idiomas por dos años y de los muchos beneficios que tendría para ella. En ese entonces, además del español, ya dominaba el inglés y el francés casi en su totalidad y un poco de alemán, la mejor parte es que lo había aprendido por su cuenta, viendo videos en internet. Fue una decisión difícil, pero al ver la emoción de su pequeña no pudieron negarse.
Al principio fue complicado, aunque con el tiempo las cosas empezaron a adoptar su ritmo. Visitó seis países diferentes y aprendió de ellos, mientras yo continuaba con mi vida. Supe de ella en todo momento por la familia, pero mi afán de permanecer lo más lejos posible de ella, me hizo ignorar hasta las postales y fotos que enviaba.
Cuando regresó, era otra persona y lo supe desde que mis ojos se posaron en ella; algo que ha sucedido hace solo unos minutos.
Es viernes por la tarde y como es normal en nosotros, tenemos cena familiar. Esta vez le tocó a mi hermana mayor ser la anfitriona y como me perdí la cena del fin de semana pasado por estar preparándome para un examen, esta vez decidí llegar temprano.
Cuando llegué, me encontré con los gemelos Andersson Bolt, Oliver y Owen, de seis años jugando en el jardín. Sí señores, Emma y Aaron tuvieron dos bebés de una vez, supongo que mi hermana tenía herencia de gemelos por parte de su madre biológica, pues por parte de mi padre no y de sus suegros tampoco.
Aún recuerdo el día en que se lo contó al padre. Fue en su cumpleaños número veintitrés. En medio de la fiesta, Emma se subió al escenario pidiendo la atención de todos los presentes y Lu le entregó a su mejor amigo una caja cuadrada envuelta en papel de regalo. Aaron estaba sentado en una de las mesas junto a nuestros padres y como un niño pequeño lleno de emoción, lo abrió. Dentro había dos chupetes blancos y una nota.
Aaron observó el regalo un poco confundido, aunque sé, por historias posteriores, que su corazón retumbaba con fuerza en su pecho ante la idea. Cogió la nota y sus manos temblaban, fue divertido de ver.
"Felicidades, niñato, serás padre", decía la nota porque sí, de chismoso la leí más tarde. Aaron se puso de pie y corrió hacia su chica, la levantó en brazos y le dio un beso no apto para el público. Dice que en primera instancia la emoción no le permitió notar lo que significaban los dos chupetes, por lo que se puso blanco cuando Emma le dijo que serían dos. Se recompuso rápido y luego de una risa nerviosa, volvió a besarla para terminar gritando a los cuatro vientos, que era el hombre más feliz del mundo.
—¡Tío! —gritó Owen sacándome de mis pensamientos, antes de salir corriendo hacia mí.
Me incliné un poco y lo levanté cuando se lanzó a mis brazos. Oliver no tardó en acercarse y me alegré muchísimo de las largas horas que le dedico al gimnasio, pues cargar a esos dos mocosos cada vez se hace más complicado.
—¿Mamá está en casa?
—Oliver asiente con la cabeza.
Son idénticos, pero cuando los conoces desde siempre, aprendes a notar las diferencias, por ejemplo, la mirada de Owen es más vivaz que la de Oliver, este es más tímido.
—Y tenemos visita. —Aportó Owen y yo fruncí el ceño. Nadie mencionó visita.
—¿Quién?
—Mamá nos prohibió decirlo. Es sorpresa, pero es muy guapa.
—¿No me lo dirán ni a mí?
Negaron con la cabeza. Cuando hacían gestos a la misma vez parecían clones.
—Ok, pues mejor entro para ver de quién se trata.
Los dejé en el suelo y luego de revolver sus rubias cabelleras, me adentré a la casa, diseñada por mi hermana, por cierto.
Nadie me preparó para lo que iba a encontrar.
La sala estaba desierta, pero se escuchaban voces desde la cocina, así que las seguí y aquí estoy, paralizado desde hace unos minutos, sin saber exactamente qué hacer.
Lo primero que noté al entrar y no me miren mal por eso, fueron las largas y tonificadas piernas de la rubia apoyada en la isla de la cocina, de espaldas hacia mí; luego en su perfecto trasero, la estrechez de su cintura y la forma en que su cabello caía por su espalda.
«Mierda, estar tan buena tenía que ser ilegal», fue mi primer pensamiento.
—Zack —murmuró mi hermana al percatarse de mi presencia y yo me obligué a apartar la vista del monumento ante mí.
La rubia se volteó hacia mí e inmediatamente deseé que no lo hubiese hecho. «Mierda, mierda y más mierda», es precisamente el pensamiento que me ha acompañado desde que sus ojos se posaron en mí.
La sonrisa que se dibuja en su rostro es hermosa, mucho más de lo que recordaba y no es hasta este instante que me doy cuenta de lo mucho que he extrañado a esa mocosa que solía pasarse el día detrás de mí. Solo que la chica de mis recuerdos, era una niña bonita, delgaducha y bastante baja; nada que ver con la mujer que está frente a mí; y si creí que su retaguardia era perfecta, de frente no existen palabras para describirla.
Su cabello, no sé si son ideas mías, luce unos tonos más claros que la última vez que la vi. Su rostro, no tan aniñado, es precioso. Sus grandes ojos negros enmarcados por unas pestañas largas y espesas, me observan con genuina alegría, mientras sus labios rellenos se mueven al hablar, pero estoy tan aturdido que no consigo escuchar ni carajo. En sus mejillas se marcan dos hoyuelos cada vez que sonríe y me pregunto cómo sería besarlos…
Ay, mierda. ¿Besarlos? Mátenme ya…
Mi mirada barre su figura una vez más y me obligo a regresar mi atención a su rostro, pues lo que hay para abajo es mucho más apetecible. Ya está bastante mal todo lo que está pasando por mi mente, si la zona sur de mi cuerpo comienza a estimularse, entonces yo mismo saldré de la casa y me lanzaré ante el primer auto que vea.
Mierda, mierda y más mierda.
Mierda.
¿Dónde carajos está la cría que yo conocía y quién demonios es esta mujer?
Para cuando me doy cuenta, Annalía se acerca a mí y me abraza con fuerza, pegando sus senos a mi pecho.
Ay, mierda.
Estoy en serios problemas.
¿Qué edad tiene?
Hago una cuenta mental bien rápida.
Diecisiete.
Joder, tiene diecisiete malditos años y yo veinticuatro.
¿Se puede saber qué carajos estoy pensando?
Se separa un poco de mí y, con una confianza increíble, me revuelve el cabello. Solía hacerlo mucho cuando era una niña; me decía que mis rizos le gustaban. Inconscientemente me alejo, provocando que su sonrisa decaiga un poco.
—Has cambiado muchísimo —comenta—. Ahora estás más feo.
La que ha cambiado es ella y mi reacción ante su presencia, no me permite decir lo mismo. Escucho a mi hermana reírse detrás, pero ni caso le hago.
—¿Cuándo regresaste? —Es lo único que consigo preguntar.
—Ayer en la tarde.
Asiento con la cabeza y luego miro a mi hermana que sonríe con maldad. No sé qué carajos está pasando por su cabeza, pero la conozco lo suficiente como para saber que nada bueno debe ser.
—¿Aaron está?
—En el patio, con papá. —Señala hacia atrás con su dedo pulgar.
Asiento con la cabeza.
—Bueno, las dejo.
Necesito salir urgente de aquí, pero, como es lógico, nunca es tan fácil. Annalía se cruza en mi camino y sustituyendo su dulce sonrisa por un rictus enojado, se cruza de brazos. Mi mirada baja inmediatamente a sus senos que se han alzado con el gesto.
Mierda, mierda, mierda.
Sal de aquí de una puta vez, Zack.
—¿Y ya? —pregunta—. ¿Llevo dos años fuera de casa y tu maldito recibimiento es preguntarme cuándo volví?
No respondo, me limito a sostenerle la mirada a esos ojos negros que destellan con furia.
—Joder, Zack, sé que no puedo aspirar a que nos llevemos bien como antes, pero esperaba un poco más de entusiasmo. Devolverme el maldito abrazo no te habría matado.
—No te recordaba tan mal hablada —comento y sé inmediatamente que he metido la pata.
—A ya kak idiot skuchal po tebe —murmura.
—¿Qué significa eso? —pregunto. Creo haber escuchado la palabra idiota. ¿Eso era ruso?
Annalía me muestra su dedo del medio.
—Fick dich.
Sin decir nada más, da la media vuelta y se larga dejándome a solas con mi hermana y su mirada recriminatoria.
—¿Qué?
—No entendí nada de lo que dijo, pero a mí me sonó a ofensa y te las mereces totalmente.
Resoplo y, sin contestar, salgo al patio. Respiro profundo al salir al aire libre mientras intento alejar de mi mente a esa mocosa y al hecho de que la haya mirado de esa forma.
—Llegaste temprano —dice mi padre antes de darme un beso.
—No me apetecía escuchar a mamá peleando. Por cierto, ¿dónde está?
—Con mi madre y Aby comprando unas cosas que le pedí para Olivia.
La nena de dos añitos, observa a su padre al escuchar su nombre y ríe desorbitada. Es una monada, de hecho, los tres lo son. Rubios y de ojos azules como sus padres, con una belleza inigualable.
—Dame acá a esa mocosa.
—Oli, cariño, ve con el tío Zack.
La niña me mira por unos segundos y luego se lanza a mis brazos.
—¿Viste la sorpresa?
Me obligo a mantener la sonrisa. Menuda sorpresa.
—No me lo esperaba. Pensé que regresaba el mes que viene.
—El curso en China terminó antes.
Asiento con la cabeza.
—Está guapa, ¿verdad?
Demasiado para su propio bien.
Asiento con la cabeza como única respuesta.
—Aquí Aaron parece un padre culeco y no un hermano.
Me río, no es secreto para nadie que Annalía siempre ha sido la niña de sus ojos.
—¿Ya todos lo saben?
—Solo mis padres. Zion se enteró cuando llegó, igual que tú. ¿Cómo te va en el trabajo?
Sonrío agradecido por el cambio de tema.
En abril, me gradué de la facultad de medicina y desde septiembre he estado trabajando en un hospital como adiestrado. Me gusta muchísimo, aunque a veces me da la sensación de que no he salido de la Universidad, pues para evaluar nuestro progreso nos examinan casi todas las semanas.
Por los próximos minutos, conversamos amenamente sobre mi recién adquirida vida profesional hasta que comienza a llegar el resto de la familia. La algarabía que se forma cuando ven a Annalía es inmensa; la invaden a besos, abrazos, apapachos y elogios. Incluso, Daniel, a diferencia de mí, no tiene problema ninguno con demostrarle lo feliz que está de verla y elogiarla por su aspecto.
¿Acaso soy el único depravado que no pudo verla como Annalía Andersson Scott? ¿La niña que fue mi cómplice en tantas travesuras?
La tarde transcurre tranquilamente y, aunque intento mantenerme bien alejado de ella, es imposible. Es el centro de atención y, a pesar de que no quiero, mis ojos la buscan, lo que me pone de los nervios. Mi madre me pregunta en varias ocasiones qué me sucede, pues, al parecer, la cara de culo que tengo, no es muy común en mí y eso le preocupa.
Está de más decir que no le contesto, lo que la hace enojar.
Luego de la cena, decido ir al baño antes de regresar a casa. No resisto ni un segundo más en este lugar y desde hace un rato le dije a mi hermana que me dolía la cabeza para ir preparando el terreno y que no protesten cuando anuncie mi partida. No hay mejor excusa que la que se prepara con tiempo.
Respiro profundo mientras vacío mi vejiga, me lavo las manos y luego de secarlas, abro la puerta del baño con intenciones de salir, pero me encuentro con Annalía apoyada en la pared, esperándome.
Genial.
Me resisto a barrer mi mirada por su cuerpo.
—¿Qué pasa?
—Eso quiero saber yo. ¿Qué sucede, Zack? ¿Qué demonios te he hecho para que seas así conmigo?
—No sé de qué hablas.
—Ya, y yo soy idiota. No sé qué demonios pasó en el pasado, qué fue lo que hice exactamente para dejar de ser tu amiga y convertirme en la persona que hay que evitar a toda costa. Las cosas cambiaron de un día a otro, puede que haya sido una niña, pero tonta nunca he sido; aun así, pensaba que, en estos dos años, las cosas habrían mejorado. No entiendo por qué me tratas así y me parece que, como mínimo, merezco una explicación.
—No sucede nada.
Rueda los ojos, sin creerme.
—¿Por qué me odias?
—No te odio, Lía —respondo, resignado, y una tímida sonrisa intenta abrirse paso en su rostro, supongo que al haber usado su apodo.
Hacía años que no lo hacía.
—¿Entonces?
—Solo me he sorprendido al verte.
—Ya… Todos se han sorprendido al verme, Zack, y ninguno ha reaccionado como tú.
Respiro profundo.
—¿Cómo te fue recorriendo el mundo? —pregunto para cambiar de tema mientras me apoyo en el marco de la puerta y me obligo a mirarla al rostro.
Ella rueda los ojos al notar mis intensiones, pero acepta el cambio.
—Bien, fue divertido.
—¿Cuántos idiomas conoces ya? ¿Siete?
Creo que escuché a la tía Addy decirlo no hace mucho. Ella asiente con la cabeza.
—Español, inglés, francés, ruso, alemán, mandarín y portugués.
Joder con la mocosa. Yo a penas conozco el español y el inglés.
—¿Y no se te confunden?
Se encoge de hombros.
—No, aunque por costumbre suelo mezclarlos. Era un juego muy común entre todos los estudiantes; ver la cantidad de idiomas que podíamos mezclar en una conversación sin que perdiera la coherencia. Nos ayudaba a mantener la mente activa.
—¿Y ganabas? El juego, me refiero.
—Era la mejor.
Me regala una sonrisa de suficiencia, igualita a la de su hermano.
—Creída.
—Mira quien habla.
La conversación muere ahí y un incómodo silencio se adueña de los próximos segundos. Busco en mi mente algo más de lo que podamos conversar, pero no se me ocurre nada. En lo único que puedo pensar es en acabar de salir de aquí.
—Bueno, ha sido bueno volver a verte; pero debo irme.
—¿Ya?
—Sí, me duele un poco la cabeza y mañana debo levantarme temprano.
—Cierto, ahora eres un hombre ocupado. Felicidades por haber terminado la universidad. Cuando cogiste medicina, pensé que lo habías hecho para no ir al servicio militar. Me sorprendiste.
Ruedo los ojos y me río. La mayoría creyó eso, pues es la única carrera que te exonera del servicio militar obligatorio, pero realmente me gustaba.
Suspira profundo y el movimiento de su pecho, reclama mi atención.
Mierda.
Tengo que salir de aquí.
Doy un paso al frente dispuesto a irme.
—Entonces —murmura con nerviosismo y yo me detengo—. ¿Amigos de nuevo?
—Por supuesto.
Le dedico una sonrisa que no necesito ver para saber que es demasiado tensa y ni hablar de poco sincera. Supongo que ella lo nota, pues la decepción en sus ojos habla por sí sola.
—Me voy.
Asiente con la cabeza y yo me alejo. Sin embargo, me detengo cuando llego al borde de la escalera. La miro por encima de mi hombro y me siento un poco mal al ver su atención centrada en el suelo con una mirada triste.
—¿Lía?
Levanta la cabeza.
—Hace un rato, cuando te largaste enojada de la cocina, ¿qué dijiste?
Sonríe de medio lado.
—Que te fueras a la mierda. En alemán.
Asiento con la cabeza. Supuse que andaba por ahí.
—¿Y antes?
—Búscalo en el traductor.
Y sin decir nada más, se adentra al baño cerrando de un portazo y dejándome con la curiosidad por todo lo alto.
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